Sempre e anche a morte

SEMPRE E ANCHE A MORTE
*.*.*

(Disfruten el drama bellas, con clínex y bates)

3 horas con 22 minutos antes.

Nastya.

El corazón no dejaba de martillarme tratando de atravesarme los huesos del pecho, el estruendo aterrador había sido provocado por una explosión en una de las puertas metálicas, agujerándola.

Temblequeé ante la densa nube de polvo que cada segundo se levantaba más y toda esa agua adentrándose con rotunda fuerza llenando el suelo. Atisbé a Siete, su imponente y tenebrosa estructura masculina se movía con seguridad rodeando el resto de la estructura del piso de incubación, alzó sus brazos tensos en los que las venas se le saltaban bajo la piel, y apretó las armas en sus puños, señalando los escombros.

A poco estuve también de estirar el arma que apretaba en mi mano y apuntar hacía esa dirección creyendo que se trataba de una monstruosidad entrando al área, pero no. En lugar de eso, figuras humanas fueron lo que comenzaron a adentrarse bajo el agujero en la pared. Una a una se acomodó a los costados con sus armas levantadas y listas para disparar.

Su aspecto se aclaró cuando la tierra se dispersó, eran soldados y llevaban un uniforme negro completamente diferente al de los militares que acompañaron a Siete. Llegaron en menos de lo que llegué a pensar, vinieron por nosotros.

Debí sentirme emocionada de verlos finalmente, pero el miedo terminó invadiéndome los músculos, sabía que de todos los sentimientos este último era el que menos debía sentir, pero fue inevitable. Cuando se abría una puerta que me brindaba la salida del laboratorio, siempre golpeaba una ola de desgracia y me apartaba de ella y desbarataba toda esperanza que apenas construía.

No sabía si esta vez debía guardar esperanza, o no, sentía que ocurriría algo y todo colapsaría de nuevo y al abrir los ojos estuviera todavía atrapada en el laboratorio.

Una de mis manos se aferró al marco, hundiendo las uñas en la madera al ver como varias de las luces infrarrojas señalaban el pecho de Siete. El pánico me invadió y un cosquilleo ansioso me recorrió las manos levantándome el arma y apuntando a los soldados cuando por esos segundos ni uno solo apartó el arma de él.

—¡Bajen sus armas!

Una voz femenina se levantó en ondas de ecos, los soldados obedecieron apartando sus cañones de Siete. Alcé la mirada hacia el agujero, una mujer de anchas caderas vistiendo el mismo uniforme negro se adentró al área con el casco cubriéndole mayormente el rostro.

Ella estaba al mando del grupo de soldados, y la firmeza en su caminar me dejó atenta, su chaleco estaba repleto de granadas y llevaba una pantalla plana en sus manos, enderezó la cabeza y dio una mirada a Siete antes de dirigirla a Richard y Seis quienes se acomodaban a metros detrás de él.

—Soy el coronel Ivanova de la fuerza de operaciones especiales— Su voz aguda y endurecida se extendió con fuerza—. De ahora en más están bajo mi protección.

Sentí alivio solo escucharla, pero tuve inquietud al ver que ninguno de ellos llevaba mascaras puestos. A pesar de haber pasado días desde que el gas fue soltado y que el mismo se disminuyó, ¿no debería afectar al menos un poco?, o, ¿acaso no afectaba?

—¿Hay más contaminados? —Richard habló, vi como sus puños se apretaban moviendo sus piernas para dar un paso más cerca de la espalda de Siete.

—Nos dedicamos a exterminar la plaga, caballero—respondió la mujer—. Ahora...

—¿Y apenas vinieron por nosotros por el localizador? — la interrupción de Seis alzó el rostro de la coronel, apenas pude ver la forma alargada de su rostro, piel blanca y mejillas sonrosadas.

—El localizador que tiene uno de ustedes funcionó siempre. Pero hubo impedimentos por los que no pudimos bajar antes.

¿Siempre funcionó el rastreador? Mi mirada terminó puesta en Siete y por poco sentí mis piernas moverse hacía los barandales sintiéndome confundida e inquieta.

—¿Son monstruos, Nas? — la vocecilla asustadiza de la pequeña me sacó del shock.

Dejé de prestar atención torciendo parte del cuerpo y lanzando una mirada dentro de la oficina. Atisbe el pequeño cuerpo de la niña ocultándose detrás del sofá, con sus esclerotizas cristalinas y mejillas empapadas. La explosión la había horrorizado, lanzar un chillido y correr al sofá, sollozando que los monstruos la lastimarían en tanto se aferrándose al brasero.

No fue la única horrorizada, también terminé respingando, tomando el arma de los archiveros y corriendo a la puerta para averiguar qué demonios había ocurrido, si eran o no monstruos.

—Son soldados— aclaré con una larga exhalación apenas estirando en los labios una sonrisa de tranquilidad—. Vinieron por nosotros.

Tras mis palabras, me adentré a la oficina solo unos pasos, no sin antes dar otra mirada fuera del umbral y hacía lo que se mostraba del otro lado del estrecho corredizo.

—¿De verdad son los soldados? — preguntó la niña, apenas asomándose fuera del colchón con el mentón tembloroso—. ¿Dónde está el Ogro, Seis y el señor Richard?

—Están abajo con los soldados— respondí—. Son muchos, nos van a proteger y a sacar del laboratorio, seguro nos están esperando, ¿por qué no bajamos de una vez?

Hice un movimiento con la cabeza incitándola a levantarse, no esperé verla sacudir su cabeza y ocultarse más.

— ¿Qué sucede pequeña? — quise saber.

—¿Y si están luchando con monstruos? —el temor en su voz era muy notorio.

—No lo están— Me dirigí al sofá—. Solo son los soldados, no hay nada de qué temer.

— Es que esos ruidos los hacen los monstruos—musitó temerosa, derramando una lagrima en su mejilla sonrosada —. Mi examinadora y yo estábamos jugando en
mi cuarto y hubo un ruido muy feo igual que este, era porque los monstruos entraron a la sala y comenzaron a lastimar a los demás niños.

Una mueca cruzó mis labios a causa de su sollozo, la culpa apenas oprimió el pecho dejándome con el sabor amargo. No imaginaria el miedo que debió sentir la pequeña en ese momento, las escenas horrorosas que presenció, me entenebrecieron.

Con el corazón todavía escarbándome el pecho de ansiedad, di una mirada más al umbral y moví las piernas hasta rodear el sofá. Dejé el arma sobre el colchón y subí un poco los jeans— esos que me puse desde que entramos a la oficina— para arrodillarme frente a ella, estirando enseguida mi brazo y acariciando su cabello todavía húmedo.

—No tengas miedo. El sonido fue porque tuvieron que tirar la puerta para poder entrar, por eso se escuchó el estallido, no hay de qué preocuparse, ¿sí? — inquirí, desenredándole unos mechones humedecidos—. Esta vez estamos a salvo.

—¿Qué sucede, verde 56?

Los huesos saltaron bajo la piel a causa de la aguda voz levantando del otro lado del sofá, estiré el cuello y giré encontrando la curvilínea figura de Seis adentrándose a la oficina, el bebé seguía durmiendo sobre su pecho con la cabeza recargada sobre el hombro. Me sentí inquieta no mirarlo despierto, había creído que el estruendo lo haría llorar y me pregunté si eso se debía a que estaba muy cansado o a algo más.

—Levántate— enfatizó deteniéndose junto a mí. La severidad en su rostro y el modo en que parecía ignorar mi existencia hizo que el sabor amargo volviera a mi boca.

Recordé lo que dijo en la ducha y el ridículo que hizo solo para encararme que quería a Siete y no lo dejaría aún después de que su toque fuera rechazado por él en el piso de incubación y frente a todos. Su afán era absurdo, y esperaba que aun, viniendo por nosotras, no se le ocurriera recalcarlo otra vez, demasiado tenía con el revoltijo en la cabeza y los temores que desde la cama siguieron torturándome.

—Es que me dio mucho miedo.

—Sí pero no estamos pasando peligro como para que lo tengas—recalcó y por el tono espero y la tensión con la que movía la boca era como si estuviera molesta—. Los soldados nos están esperando, arriba.

—¿De verdad no hay más monstruos? —volvió a preguntar.

—No, levántate—ordenó palmeando la espalda del bebé—. Siete nos quiere abajo, ya estamos por irnos.

Me forcé a no callarla por su asperidad solo porque tenía razón, debíamos bajar sin permitirnos tardar más tiempo. La pequeña asintió ante su áspera orden, levantándose con lentitud, y con sus labios apretujados fue levemente empujada por Seis para rodearme y empezar a caminar hacía el umbral.

Me incorporé con lentitud y no pude seguirlas, dejando que una de mis manos se deslizara sobre el abdomen cuando esas contracciones volvieron otra vez. Había creído que el malestar era porque tenía hambre, y de hecho se había tranquilizado. Quizás tenía una infección estomacal, después de todo había estado comiendo muy mal, algo así debía ocurrirme.

O tal vez, se debía a los fluidos que consumí antes de Siete.

No lo sé, solo quería que terminaran. Tragué e ignorando el asqueroso sabor queriendo subir a lo largo del esófago, rodeé el sofá solo para recoger del respaldo el cobertor de mi hermana y encaminarme a los archiveros de donde tomé el manto térmico. Los guardaría en la mochila, aunque esperaba nunca tener que utilizar el manto para ocultarnos de monstruosidades. Me detuve frente a la mesilla de madera donde estaba la mochila, abriendo el bolsillo más grande y metiendo el cobertor de Anhetta.

— Por cierto, humana— La voz de Seis apretó mi quijada.

Ya va a empezar.

—Cuando Siete te salvó, ¿estaba con otra humana?

Mis manos por poco detuvieron su movimiento guardando el mato térmico ante su pregunta, ¿por qué quería saber eso? Metí el resto de la tela gruesa y cerré la cremallera, y tomando la mochila me volteé, encarando ese par de opacos orbes grises, observándome con indiferencia junto a la puerta.

—¿Por qué preguntas? —decidí soltar.

La pequeña se aproximó al umbral echando una mirada hacía el corredizo, en tanto Seis solo exhaló con pesadez, dejando que sus dedos acariciaron los rizos del bebé.

—Porque esa humana confianzuda está buscando una mujer que estuvo con él — confesó.

Mi entrecejo se hundió sintiéndome confundida.

—¿Por qué la busca? — quise saber.

Ella rotó los ojos con fastidió.

—¿Estaba con otra humana sí o no? — escupió, de pronto irritada—. Respóndeme, no tengo tiempo para que te quedes callada.

Arqueé una ceja y estiré una ladina sonrisa también irritada, ¿a esta que le pasaba con su exigencia descarada?

— Si quieres que te dé una respuesta aprende a pedirla— aventé con sequedad.

—No tengo por qué pedirte nada ni a ningún otro humano.

—Entonces búscate a alguien que te responda a tu gusto—espeté.

—Eres insoportable, humana.

—Mira quién habla.

Por segunda vez rotó los ojos y sin decir nada se giró, dándome la espalda. Apresuró el paso empujando levemente la espalda de la pequeña para que saliera al pasillo sin darme una mirada.

Una sensación inquietante me dejó con la mirada en el suelo, La ansiedad me invadió más que el malestar y un pavor atrajo todo tipo de pensamientos, repitiendo lo que Seis preguntó. ¿Por qué buscaban a una mujer? ¿Qué hizo ella con Siete?

¿Militar o sobrevivientes?

Con duda enfundé el arma en el bolsillo trasero y, tras alcanzar la botella de agua de la mesita de cristal y tomar unos sorbos con la necesidad de disminuir las náuseas, la guardé en la mochila y moví las piernas. Crucé el centro del cuarto y salí hacia el estrecho pasillo con la mirada dirigiéndose al lado izquierdo del área. Los soldados seguían en la misma formación, atentos, firmes con sus armas apuntando el agua, pero, para mi asombro, la mujer uniformada estaba más cerca de Siete que lo que estuvo cuando recién llegó.

¿A esa mujer se refería Seis?, ¿ella era la que buscaba un testigo con él?

Apresuré el paso a la escalera metálica, la cual era utilizada por la pequeña y Seis, y bajé los peldaños con rapidez, manteniendo la mirada en la ancha espalda de Siete y en la mujer a solo un par de pasos de él, dejando la gran diferencia en su altura. Ella tenía el rostro alzado con seguridad, sus manos apretando la pantalla y sus labios moviéndose con tensión, ¿qué era lo que estaba hablando con él?

Bajé el resto de escalones con rapidez, la mitad de mis muslos se hundieron con la fuerza del agua llenando todavía el área, y rodeando la estructura del piso de incubación, presando atención a esa aguda voz que empezó a aclararse conforme caminaba:

— So che non ci si può fidare delle mie truppe ecco perché ti parlo in questa lingua, e se il testimone è vivo, il pericolo per noi sarà maggiore. ¿Lei è viva?

Más desconcertada no pude quedar cuando, al perseguir las espaldas de Seis y la pequeña acomodándose junto a Richard, me di cuenta de que quién hablaba era la mujer frente a Siete, y en otro idioma.

Pestañeé con extrañez y me detuve a solo pasos de Seis, el rostro de la coronel no dudó en torcerse hacía nosotros, dejándome reparar en las facciones que construían su rostro. Sus mejillas eran un charco de pecas que apenas se encimaban sobre el puente de su respingona nariz, y el color azul de sus orbes se intensificaba con sus largas y espesas pestañas castañas.

Esos orbes que apenas repararon en Seis, la niña y Richard, solo para detenerse en mí y recorrerme con desinterés.

—¿Sono tutti sopravvissuti?

Una mueca se me estiró al no poder entender lo que decía, observando como enderezaba su alargado rostro devolviendo la mirada a Siete. Algo que también hice, sintiendo instantáneamente los nervios instalarse en el centro de mi estomago al contemplar el perfil del hombre por el que lamentablemente sentía algo. La manera en la que los mechones oscuros colgando sobre su sien le sombreaban terriblemente su endemoniada mirada y parte de su atractivo rostro, luciéndolo enigmático y adictivo a la vista.

Mordí el labio, confundida de la intensidad con la que él se mantenía mirando a la mujer como si le entendiera, y lo peor fue que no podía entender por qué razón le hablaba en otro idioma.

— Materano ha detto che la giovane donna aveva gli occhi marroni— soltó, y ladeó el rostro dejando que un mechón rizado de su cabello apenas se le resbalara por detrás de su hombro.

—¿Por qué esa mujer habla tan raro? — preguntó la pequeña a Seis.

—Hablan italiano, niña— el susurro de Richard ni siquiera me apartó la mirada de ellos.

—¿Y le entiende?

—No, pero reconozco el idioma.

La pregunta era, ¿por qué le hablaba en italiano? Se me volcó el corazón, bombeando frenéticamente la sangre a todas direcciones, fue ver como esa comisura oscura estiraba los carnosos labios remarcando una retorcida y ladina sonrisa de malicia.

Y sentí curiosidad de saber qué fue lo que le dijo ella como para que dibujara la torcedura. Por otro lado, aquella torcedura también la tomó por sorpresa, dejando que sus orbes azules cayeron sobre sus labios en tanto sus delgadas manos apretaban la pantalla, nerviosa.

—Il testimone è morto. È morta da sei giorni. Devono essere venuti prima.

Estremecí y una exhalación abandonó inesperada y entrecortadamente mi cuerpo ante la engrosada y crepitante voz varonil escupiéndose de esa torcedura con arrastrada lentitud.

¡Señor, Jesús, él habla italiano también!

—Ma che questo morto non complica nulla, ha le informazioni che stavano cercando—arrastró entre dientes, alzando su rostro con peligrosidad.

Mis muslos temblequearon y se apretujaron cuando algo cálido y húmedo quiso recorrer la piel de mi entrepierna, y me rogué y repetí que no era el momento para sentirme excitada, sino confundida porque no podía comprender por qué de todos solo ellos dos mantenía una conversación en otro idioma, como si fuera algo importante que nadie más debía escuchar.

—¿Qué dijo el Ogro? —la pequeña alzó la mirada de nuevo a Seis y apenas iba a prestar atención al ver a la mujer negar con la cabeza.

Abrió sus labios delgados pero lo que salió de ellos nunca llegó a mis oídos cuando Seis musitó:

—Ella le preguntó por una mujer de ojos marrones, creo que por eso Siete volvió aquí y la están buscando, eso es todo lo que diré, lo demás me lo reservo. No hagas más preguntas.

El corazón se me desplomó.

Se sintió como si cayera de un precipicio hacia al vacío, uno helado y oscuro que me dejó inversa de los recuerdos.

Y me estrellé con la realidad sintiendo la debilidad temblequeándome las piernas, lo entendí todo, entendí por qué cuando lo provocaba había preguntas que no respondía, y el por qué me salvó en el sótano a pesar guardar rencor por los humanos como yo. Por eso estuvo tan atento cuando quise escapar, por eso me acompañó a la habitación y regresó por mi después de abandonarme en la enfermería, me salvó y me mantuvo viva solo para entregarme.

¡Y yo de tonta cayendo, sintiendo algo por él y creyéndole la maldita historia del caballero!

La rabia me endureció y me quemó la piel, más patética e ingenua no pude sentirme. Más estúpida y ridícula de que el pecho se me oprimiera dolido por su mentira más que aterrorizado por lo que me sucedería.

— ¿A qué te refieres, humana?

Las tonalidades roncas y graves de su voz estallaron contra mis oídos en ecos escalofriantes. Reaccioné sintiendo esa gota liquida derramarse sobre mi mejilla, mis nudillos la secaron y no dirigí mirada a Siete sino a la mujer y su severidad, sintiendo como el corazón volvía detrás de mi pecho para contraerse al recordar la historia que él me contó en el baño.

El caballero la protege de lo que la lastima y tortura. Se queda con ella sin importar lo terca que sea y se resista a él. Sentí como los labios se me estiraban en una mueca temblorosa llena de ira y decepción, supo jugar muy bien sus cartas conmigo, supo burlarse de mi ingenuidad como el resto lo hizo también. Más quebrada no pude sentirme y tuve que resistir y tragarme todas las emociones crudas.

Llorar sería lo último que haría.

—Se nos acaba el tiempo, así que esta conversación la tendremos afuera— habló ella y mi mano otra voló a aferrarse al mango del arma en el bolsillo trasero cuando su mirada se detuvo sobre nosotros.

El temor de que me mirara y ordenara a sus soldados venir por mí se transformó en confusión cuando dio un paso atrás con desinterés.

— Estaremos reuniéndonos con dos grupos más y dos más en el comedor—informó y no pude evitar sentirme más inquieta—. Quiero que ustedes estén entre los soldados.

¿No va a decirle a los soldados de mí?, o, manténteme todo oculto, ¿era su plan?

—¿Qué hay con el gas? — me atreví a hablar y endurecí el rostro poniendo más fuerza en el arma cuando Ivanova volvió a mirarme, pero el desinterés seguía intacto.

Me miraba como si fuera una más, como si no hubiera nada extraño en mí. O eso, tal vez, ¿era lo que quería que pensara?

—No han dicho nada al respecto, ¿sigue afectando? —agregué, y la voz me tembló.

Reparé en los soldados cuando varias de las miradas se detuvieron en mí. Entenebrecí sintiéndome asustada, y prestando atención a cualquier movimiento que hicieran con sus armas o piernas. Pero ninguna venia por mí, ninguno me señalaba. Nadie hacía nada. ¿Sus soldados sabían de mí?

—¿De cuál gas habla, señorita? — me preguntó ella, arqueando una ceja.

No pude entender nada. Estaban hablando de mí, ¿cierto? ¿Acaso Seis escuchó mal? No, lo que dijo tenía lógica con la falta de respuestas de Siete y su comportamiento contradictorio e indiferente. Pero, ¿por qué ella no daba la orden a sus soldados de mantenerme sujetada?}

¿Estaban actuando para que no intentara escapar? Por supuesto, no hablaba italiano, así que probablemente estaban seguros de que no entendía su conversación.

¿O acaso Siete no le dijo que era yo? ¿Se lo diría en el comedor?, ¿en el exterior?

—El primer grupo que vino al subterráneo soltó bombas de gas venenoso— respondí, tratando de mantenerme firme.

Los soldados siguieron mirándome e Ivanova no se quedaba atrás, sin hacer nada contra mí. Sentí que enloquecería, mi mente se hacía añicos, estaba dividida, perdida, aturdida por todo tipo de pensamientos, emociones, temores y recuerdos.

—Si nosotros estamos vivos quiere decir que no afecta tal gas— aclaró y nos dio la espalda—. Dejen sus preguntas para el exterior, aquí abajo solo recibirán órdenes que deberán acatar. No se aparten de nosotros y no toquen las paredes.

Dolor y miedo me arrinconaron haciéndome un manojo de nervios cuando ella movió las piernas hacia sus soldados. No le aparté la mirada, sintiendo que el corazón me atravesaría los huesos y saldría huyendo.

—Marchemos— exigió desenfundando un arma, volví a mirar a todos, alerta y desconfiada—. El camino es largo, señores, si uno se pierde se queda y no hay vuelta atrás.

(...)

Actualidad.

Mi cuerpo resbaló de la montaña de escombros hundiendo, sin poder evitarlo, más de la mitad de mi cuerpo en la gelidez del agua. Temblequeé y horroricé cuando el chillido de una de las tantas ratas se escuchó bastante cerca de mí. Me incorporé sintiendo como esas garras se aferraban a mi camisón rosado y los chillidos se ahogaban contra la tela. «¡Lo que me faltaba, una rata!»

Sacudí el camisón, una y otra vez tratando de zafarla. «Quítate, quítate, quítate, ¡suéltame ya!» La rata golpeó contra el agua y arrinconé la mochila en mi espalda contra los escombros con el arma tembló contra mi acelerado pecho donde el corazón parecía apunto de atravesármelo.

Rogué porque el soldado de hacía un momento no me buscara y solo contar los segundos en silencio me hizo soltar una corta exhalación.

Lo hice. Me he escondido de ellos. Ahora solo tengo que esperar a que se aparten un poco más.

No iba a dejar que me entregaran, no quería estar detrás de unas rejas esperando por años ver la decepción y agonía de mis padres con cada llamada y cada visita. No soportaría mirarlos y vivir con la muerte de mi hermana, con el odio de muchos, con la maldita culpa, con los recuerdos de las muertes que presencie y la rabia de lo ingenua que fui, y, por si fuera poco, con la amenaza de que quizás Anna y los otros quisieran matarme si saben que me tienen.

Porque teniéndome viva sería peligrosa para ellos conociendo los nombres de todos los que nos enviaron aquí. No quería eso, no quería vivir con todas estas preocupaciones y pesares. Y lo que me empeoraba aún más era saber que el experimento por el que sentí algo terminó siendo el que me entregaría al final.

Seguramente le darían algo a cambio de mí, ¿no? Porque, ¿qué hacía un experimento que guardaba rencor hacia los involucrados, poniendo su vida en peligro salvando a una culpable solo para entregarla? Mantenerme a salvo mucho tiempo debía ser porque le prometieron algo.

Fueron las tierras y libertad que Seis mencionó, ¿cierto?, ¿o me equivocada? ¿Por eso me cuidó tanto? Y lo que más me dolía era que, a pesar de que se sintiera tan injusto sufrir tanto, era el karma pateándome cada vez con más fuerza mi existencia, y cada vez sentía que había menos de mí.

Ya había sufrido demasiado, ya había tenido suficiente con todo esto. Sabía que me merecía la cárcel, el odio y el dolor, y hasta la misma muerte, pero..., ¿por qué siempre alguien tenía que ser el que quisiera hacerme pagar por lo que merecía?

Demasiado tuve con Dmitry y los hombres que me torturaron, no quería que Siete fuera el que me entregara. No quería ver su rostro ni sentir lo que sentiría cuando me empujara a los que pidieron mi rescate.

Un pinchazo en el vientre me tensó, arrebatándome de los pensamientos y arrugándome el entrecejo, los dedos se me recostaron sobre la tela empapada que cubría la parte baja del abdomen.

Respiré hondo y exhalé entrecortadamente, sintiendo como el dolor se dispersaba un poco a los costados, la sensación era como la de un cólico, pero sentirlo justo con la pesadez de mis emociones y sentimientos me hizo saber que quizás tanto estrés y tanta opresión ya empezaban a afectar mi salud.

Por eso prefería quedarme en el laboratorio, buscarme una salida por mí misma o morir en el intento. Me negaba a ser entregada por manos de otros, y sí, pagaría por todos mis actos, pero a mi manera. Esta era mi decisión, y aquí nadie influenciaría en el modo en que me haría pagar mi ingenuidad.

No se queden atrás, muévanse— la exclamación de mujer me puso los pelos de punta como el sonido de agua elevándose del otro lado de los escombros en los que me escondía, me torció el rostro con brusquedad.

Di una mirada hacia el costado, observando todas esas luces extenderse frente a mí, proviniendo de las linternas de soldados trepando el resto de escombros. Se me contrajo el corazón con rotundidad cuando entre las figuras alumbrados, atisbe a la pequeña en los brazos de Seis, mirando en direcciones. Me dolería mucho ver la decepción y el horror que se dibujaría en su rostro cuando supiera quien era yo.

Que, mucho de los niños con los que jugaba en su sala de entregamiento, murieron a causa de mí.

Arrastré aire cuando el ardor volvió en el vientre y me obligué a seguir revisando a los soldados que se iluminaban por las linternas de otros, esta vez buscando a Ivanova y a Siete. Un escozor se adueñó de mis ojos, no quería que ninguno de los dos se percatara de mi ausencia, y aunque sabía que eso sucedería, al menos esperaba que estuvieran más adelante de mí, así podría correr y regresar a los pasillos antiguos y estar lejos de ellos.

Ni yo misma sabía cuál sería mi plan y cómo lograría escapar de ellos y salir del laboratorio teniendo las bombas pegadas a las paredes. Con echar una mirada a los dígitos rojos haciendo un conteo regresivo, me daba cuenta de que faltaba alrededor de 5 horas para que estallaran.

El malestar intensificó apretándome los dedos en el abdomen, mordí los labios tratando de soportar la incomodidad y pegué la nunca a los escombros dejando de buscar a Siete cuando un soldado pasó demasiado cerca de mí escondite. Temblé cuando algo helado cosquilleó sobre la piel de mi oído y cuando algo más escurridizo y húmedo se removió contra el lóbulo, acariciándolo...

Los escalofríos me estremecieron y me sacudieron, apartándome cuando se destelló en mi mente que lo que se rozaba eran partes humanas agusanadas. Sacudí mi cabellera con el arma, golpeteando los mechones hasta despeinarme y me removí de lugar.

—Demonios—susurré deslizándome hacia el borde de los escombros, todavía entenebrecida por la escurridiza sensación perdurado en mi oído.

Inhalé con fuerza hasta llenar mis pulmones y di otra mirada, sintiéndome más aliviada de saber que por esos pequeños minutos ni siquiera la niña parecía buscarme. Seguí revisando a los soldados, solo a los que alcanzaba a ver con las luces, pude vislumbrar la silueta de la coronel a unos metros ordenando a los otros a moverse más. Busqué de nuevo y a uno que llevara un uniforme militar, pero no parecía estar entre ellos, no lo encontraba.

¿Dónde estaba Siete?

Respingué y un chillido se me atragantó en la garganta ante un sonido metálico levantándose detrás de mí. Volteé de golpe hacia toda esa oscuridad, la mirada se me paseó con temor tratando de vislumbrar algún tipo de sombra.

—¿Qué demonios fue eso...? —musité asustadiza.

El pecho comenzó a remarcarse mucho bajo la tela del camisón debido a la respiración, pero lo único que escuchaba eran los chillidos de rata elevándose frente y cerca de mí.

Quizás una de ellas golpeó algo de metal. Y mejor que no se acercaran, les tenía pavor y no quería gritar al tenerlas tratando de treparme.

Un vuelco entre los músculos del estómago me estremeció, el asqueroso sabor que subió amenazadoramente a lo largo del esófago me hizo estampar la palma contra la boca. Una arcada me inclinó hacia adelante y creí que vomitaría.

Las rodillas me temblaron y el asqueroso sabor invadiéndome la lengua me arrugó el entrecejo. Me enderecé, tragando salida y tratando de desvanecer las náuseas. No era la primera vez que parecía a punto de vomitar, después del área negra comencé a sentir estas nauseas a lo largo del camino.

No estaba gustándome que fueran tan repetitivas.

Volví a tragar y me giré con duda, volví la mirada a los soldados, atenta a ellos y sus movimientos, recordando que Siete debería estar entre los últimos, pero no podía encontrarlo.

Un chillido resbaló apenas de mis labios cuando de nuevo el sonido de metal siendo golpeado con más fuerza se levantó al mismo tiempo que el sonido de un objeto pesado cayendo al agua. Giré con el corazón la garganta y la piel chiquita, alzando el arma hacia la escalofriante oscuridad.

—¿Q-q-quién está ahí? — la pregunta resbaló de mis labios en un susurro temeroso.

La única respuesta fueron los chillidos de rata y me pregunté si acaso fue una la causante del golpe y la caída o fue otra cosa.

¿Un parasito? No, de ser así ya se habría lanzado sobre mí, ¿cierto?

Temblé ante el catastrófico silencio y rápidamente eché una mirada sobre mi hombro hacía los soldados recorriendo cada vez más los escombros, y apenas lo hice...

El sonido de agua en movimiento se levantó delante de mí. El miedo me invadió hasta los huesos y regresé con tanta rotundidad el rostro al frente que sentí el estirón en el cuello apenas haciéndome quejar.

Alcé el arma sosteniéndola al mismo tiempo en que dejé que la mirada se paseara en toda la oscuridad.

Sentí como la respiración comenzó a pesarme cuando de nuevo, el sonido suave de agua se elevó, lento pero peligroso, acercándose a mí.

—¿Q-quién eres? —por poco la voz me tembló.

Se me bajó la temperatura sintiendo el corazón detenerse cuando de un instante a otro el arma se me fue arrebatada de la mano, sintiendo esos largos y cálidos dedos rodeándome la muñeca y tirando de mí, y con tanta brutalidad que sentí como era arrastrada por el agua. Estampé contra la dureza de un torso masculino, sintiendo mis labios golpearse y escupir un chillido contra la cima de un pectoral.

Las manos se estrellaron contra la ancha cadera y la piel de un grueso cinturón, empujándome con la necesidad de retroceder. Me tragué una queja que exploró la húmeda tela que le dibujaba el pecho, cuando ese brazo se deslizó alrededor de mi cintura apretujándome contra su cuerpo, contra ese rotundo calor que me perforó las neuronas.

Endurecí con el horror rasgándome el rostro.

Por favor que no sea él.

De algún modo desear que no lo fuera sería en vano. Hasta el último rincón de mi cuerpo tembloroso y el tamborileo en mi corazón tan ansioso y nervioso bombeando sangre caliente a partes que no debía, reconocían este intenso calor protector y destructor, esta estructura tan endurecida y musculosa, ese aroma a sudor y seducción...

Y esa larga exhalación siendo soltada con lentitud sobre mi frente, humedeciéndome la piel entre el flequillo.

Estremecí otra vez, endureciéndome aún más cuando los dedos de su mano se deslizaron a lo largo de la curva en mi cintura subiendo con tanta exquisitez que cerré los labios para no soltar un jadeo. La fría textura de un cañón palpó lo largo de la parte baja de mi mentón, obligándome a subir el rostro.

Algo se oprimió detrás de mi pecho. A pesar de la oscuridad que se desataba sobre mi pude sentir su feroz mirada, esos orbes diabólicos y depredadores mirándome con intensidad. Y solo recordar su color de un gris tan profundo y enigmático, y esas aterradoras escleróticas negras y la fuerza escalofriante que emitía, aumentó la sensación helada en la boca del estómago.

Sí es él.

—Mujer.

Odie sentir su cálido aliento acariciándome los labios, deshacerme ante la presencia tan suave y cálida de su lóbulo rozándose con tanta lentitud sobre el mío que mis parpados por poco me traicionaron teniendo ganas de cerrarse y disfrutar. La sensación tan exquisita de su frote fue como si tomaran el corazón entre garras y lo estrujaran, haciéndolo sangrar.

¿Por qué me hace esto? Se siente tan bien y tan falso que duele más.

—Porque de todos los sobrevivientes...—pausó la ronquera y bestialidad de su voz recalcando la erre, solo para torturarme con la caricia a lo largo del puente—, ¿tienes que ser tú la quiera escapar otra vez?

El recuerdo de la primera vez que intenté huir se vislumbró, fue el momento en que sus feromonas comenzaron a afectarme hasta el punto de volverme tonta, y no pude entender por qué de todas yo tenía que caer.

Justo la culpable gustando de un experimento que la entregaría, y sentí rabia en vez de dolor con el cosquilleo invadiéndome la palma de la mano con intención de plantarla en su mejilla.

—Siempre tienes que ser tú el que me encuentre, ¿no es así? —escupió saboreando el agridulce en la lengua, ladeando el rostro para no tener que sentir su lóbulo—. No me extraña tanta atención tuya, pero no entiendo por qué siempre tienes que acorralarme contra tu cuerpo.

—¿Por qué crees que te acorralo de este modo, mujer? — Los músculos se me removieron con brusquedad bajo la piel ante la bestialidad de su voz arrastrándose sobre mí.

Mis manos abandonaron su cinturón para apretar el costado de su torso, hundiendo las uñas en la tela pegada a su piel.

—No lo sé y no me importa, solo quiero que me sueltes— exigí, y aun sabiendo que no podría romper el agarre, me empujé a los costados sintiendo la firmeza de su brazo no desvanecerse retirando el rostro lejos del cañón y endureciendo la quijada—. Odio cuando me tomas como se te da la regalada gana.

Esos dedos me tomaron con tanta fuerza de la quijada que me ahogaron un quejido de dolor. Me levantó el rostro y endurecí sentir de nuevo el toque de su lóbulo, torturándome.

—Soltarte es lo que no haré hasta que respondas por qué quieres huir—Me rogué no perderme ante la ronquera de su voz arrastrando con lentitud su pregunta.

—No estoy huyendo—recalqué endureciendo la mirada —. Así que suéltame.

—Conmigo las mentiras no te funcionan, mujer.

—Y me da igual si funcionan o no, ya suéltame —exigí, sus dedos apretaron más mi quijada y me torturó de nuevo el lóbulo cálido y respingón de su nariz palpando el mío, estremeciendo hasta el último músculo bajo la piel.

Mis uñas se hundieron más y jadeé, incapaz de reprimirme. Era esto lo que más odiaba de él, que, a pesar de estar herida, aterrada y saber las razones por las que me salvó, me perdiera en sus malditas feromonas sin poder luchar.

—Te hice una pregunta— arrastró entre dientes, y la erre—. ¿Cuál es el motivo para que trates de huir?

—¿Dónde está el soldado Cero Siete Negro?

La exclamación de Ivanova me rasgó el rostro de frustración. Solo eso faltaba, que la otra supiera que tenía intenciones de escaparme.

—Responde, Nastya— su áspera orden que amargó la boca.

—¿Quieres saber? —aventé la misma maldita pregunta que casi siempre él me hacía cada que le cuestionaba—. ¿Estas tan curioso, Sietecito?

La burla de su clasificación me supo amarga y a él no pareció gustarle, y que no lo hiciera, porque esta vez no lo provocaba, solo quería deshacerme de él.

Su lóbulo rozó mi mejilla y sentí que me desplomaría contra el agua cuando su cálida exhalación perforó el hueco de mi boca dejándome sedienta, hambrienta.

—Deja de provocarme y responde.

Las neuronas se me perforaron con su peligrosa advertencia y no pude más, soltando algo de lo que me arrepentiría:

—Huyo de ti —gruñí, sintiendo como los labios se me retorcía en una amargada sonrisa, odiándome al responderle algo que no se merecía —. Sinvergüenza hijo de puta incubadora.

Ahora a la que se le engrosaba la voz de la ira que la consumía, era a mí, y sus pectorales se tensionaron apretujando los míos que no dejaban de hacer vaivenes de lo acelerada que estaba.

—Tus insultos no dejan de tentarme, mujer— Ahogué un quejido cuando sus dedos pusieron más fuerza en mi quijada—. ¿Vas a decirme por qué huyes de mí y por qué soy un hijo de puta incubadora? O, ¿tengo que forzarte a responderme?

Sacudí de nuevo la cabeza, retrocediéndola hasta romper su agarre y el contacto de su nariz.

— No te confundas mujer, te salvé porque quise y si sigues viva es porque así lo quiero, no busques respuestas que no tienen razones, tu pasado no me interesa—aventé con puchero—. Me viste la cara de ingenua, te salió bien el juego, Siete, bravo.

Si no fuera por el modo en que me tenía tan apretada a su cuerpo, estaría aplaudiéndole, pero sus perfectas mejillas hasta enrojecerlas.

Ni la contracción en el estómago se comparó a la de mi corazón cuando sus dedos volvieron a sujetarme de la quijada, alzándome el rostro solo para sentir el roce tan miserable de sus carnosos labios.

—Deja los malditos rodeos y ve al grano, mujer— su gruñido ahogado entre dientes hizo saltar los músculos bajo la piel, y no me detuve, abriendo los labios para escupir:

— La mujer tiene ojos marrones, eso dijo la tal Ivanova. La mujer que salvaste en el sótano tenía ojos marrones.

Al instante dejé que los dedos de una de mis manos resbalaran cerca de su cinturón de armamento, abriendo de nuevo los labios sobre los suyos para seguir hablando:

—Qué casualidad, ¿no? No me extraña que a pesar de tu rencor salvaras a una involucrada— solté, aborreciendo el modo en que mis labios se moldeadas a los suyos conforme hablaba, y trate de empujar mi rostro para apartarme de sus labios, pero fallé—. Seguramente te prometieron algo a cambio, porque es absurdo que sin recibir nada pusieras tu vida nuevamente en peligro para volver por la mujer que mató a tu gente.

La mujer ingenua que vino para salvar a su hermana que murió al final; la que tuvo que hacer el trabajo sucio por obligación y pagar el adeudo de sus padres a causa de un documento en el que gastaron más de la mitad de lo que se me daría; una que ha sido humillada, torturada, engañada y la burla y el odio de todos. A la que querían matar y ahora a la que querían entregar.

El mentón me tembló y sentí como el ardor se proyectó no solo en el vientre sino en la cabeza donde todas las conmociones se contenían para no ser escupidas y demostradas.

—Tierras y libertad— retuve el gruñido, y su mandíbula se tensionó —. Eso fue lo que se prometió por mí, ¿no es así?

El fuego consumió la piel de mis mejillas y lo maldije por estirar sus carnosos labios contra los míos con tanta maldita lentitud que pude construir en mi cabeza la ladina mueca que retorcía su belleza diabólica.

—Te subestime, mujer—susurró con ronquera y el movimiento que hizo con sus labios me apretó el entrecejo—. Así como subestime a Seis para quedarse callada con temas que no le competen.

—No tienes vergüenza—susurré contra su boca, rozando el apretón de mis dientes, memorizando el modo en que su torcedura desvanecía con severidad.

— Nunca la tuve y no la tendré ahora, mujer— arrastró con una cruda frialdad —. El sacrificó de volver por información confidencial no solo nos brindaba libertad y un nombre propio, se nos darían tierras y economía por entregar a la responsable de los parásitos.

Y me rompí.

El alma se me escapó del cuerpo, huyendo porque escucharlo de sus labios fue más doloroso que escucharlo de Seis. Todo eso valía para él, la vida futura y libertad de su gente se basaba en mí entrega, como un intercambio.

—No trataré de huir — susurré con el ardor perforándome la garganta.

Me ardieron los ojos con el escozor adueñándose de ellos, el líquido se acumulaba en ellos sintiendo como si estuviera a punto de...

No llores, por favor no llores delante de él, no muestres que lo mucho que te duele.

— No voy a huir si eso es lo que vale mi vida—logré articular.

Me sentí como piedra de lo mucho que soporté con los parpados extendidos, y resistiendo las lágrimas que, con un simple pestañeo o movimiento saldrían derramándose por las mejillas, endurecí aún más la mirada para continuar:

— Tú y tu gente pueden estar tranquilos, tendrán sus tierras, sus nombres, su economía y libertad, pero no serás tú ni esa mujer, ni ningún otro el que me entregué — Se me tensionó el cuello cuando luché para apartarme de sus labios y del calor de su rostro, lográndolo apenas—, ¿entendiste bien? Seré yo la que me entregue.

—¡Soldado Cero Siete Negro!

Una linterna alumbró encima de nosotros y a pesar de la lejanía y la poca luz, fue suficiente para sombrear esos esféricos orbes negros que atormentaba mi existencia.

El corazón se me estremeció, atrapada con la belleza macabra que emitía el hombre sobre mí. Diabólico, aterrador y con una seducción tan enigmática con todos esos mechones negros colgándole sobre una sola sien y esas sombras alargándose escalofriantemente por su rostro hasta esos carnosos labios cuya comisura izquierda se mantenía arrugada.

La luz se fundió, pero su imagen quedó en mi cabeza, imposible de desvanecer, como la caricia de sus dedos moviendo mi rostro con lentitud y devolviéndome contra su carnosa boca.

—No terminas de intrigarme, mujer— remarcó la erre y con la torcedura y el leve movimiento que hizo sobre mis labios, me sentí por poco embobada—. ¿Es así de fácil como aceptas entregarte?

—Sí.

La firmeza se me tambaleó cuando sus carnosos labios se estiraron contra los míos en una retorcida sonrisa ladina que no quise dibujar y darle forma en mi cabeza solo porque no hacerlo, dolería menos. Pero dolió igual.

—¿Creíste que te rogaría para que me dejaras huir? Si antes me hubieras dicho que era el pase para tu gente cuando te pregunté por qué me salvaste, habría aceptado —aventé y sentí cómo reventé escupiendo las emociones en forma de palabras: —. ¿Sabes? Ahora que lo pienso, no eres tan diferente a los humanos que me torturaron en el sótano.

La mandíbula se le desencajó. Mis palabras le desagradaron como mi sinceridad.

— Me ataron, rasgaron la ropa y golpearon, me orinaron y escupieron encima, se rieron de mi dolor mientras me cortaban los tobillos y todavía me inyectaron veneno. Ese fue el castigo que creyeron que merecía y mírate tú, pensando igual que ellos, aunque el dolor que provocaras no fuera físico—Mis uñas se hundieron con más fuerza en su costado —. Qué lástima que se piensen que sus castigos me romperán el alma y me harán llorar rogándoles por misericordia o por mi propia muerte. No les rogué detenerse y no te voy a rogar a ti porque me dejes huir. No suicidarme ante tus ojos ya fue una ganancia para mí, y ahora lo será que veas como soy capaz de entregarme a es...

Un gemido se me escapó cuando sus labios tensos se abrieron sobre los míos envolviéndolos con su gruñido ronco. Me devoró con tanta rotundidad y una vehemencia incontrolable que me desboroné, me hice pedazos, me volví nada más que un montón de sentimientos encontrados.

«¡No quiero este dolor!» Me empujé con la necesidad de romper sus besos cuando el dolor en mi pecho fue más del que pude controlar, pero su mano hundiéndose en mi cabellera me apretó más contra la hambruna que demostraba su boca con cada feroz movimiento.

Lo mordí con fiereza recibiendo su quejido, pero no detuvo sus besos, aumentando el movimiento hasta entorpecerme. Su brazo alrededor de mi cintura me levantó de inmediato, mis pies dejaron de sentir el suelo y me mareé ante la velocidad con la que me movió como muñeca de trapo hacía alguna dirección. Las náuseas volvieron y la mochila se golpeó con rotundidad contra los escombros a los que fui apretada cuando el peso de su caliente cuerpo se recargándose contra el mío.

Demasiados sentimientos y dolores, náuseas y lágrimas derramándose, una rata nadando junto a mis piernas, voces, linternas alumbrando como si buscaran algo, con este huracán de emociones no podría. Jadeé. Su larga y caliente lengua lamió mi labio inferior y lo chupó con exquisitez, lo devoró como si comer de él fuera lo único que hubiera deseado toda su vida, traté de zafarme de su beso hiriente, pero recibí esos otros dedos tomándome de la mandíbula, manteniéndome en la misma posición.

—Il mio oggi— gruñó contra el hueco de mi boca, haciéndome respingar, trozos de materia golpearon mis hombros—, il mio domani, il mio fuori, sempre e anche a morte.

—¿Por qué demonios me estás hablando en italiano? — empujé sus anchos hombros con las manos, pero ni apartarlo pude—. Ahórrate tu palabrerío y suéltame.

A punto estuve de retorcerme, cuando al apretar mi mandíbula, abrió sus labios hundiéndose sobre los míos en un beso lento y tan profundo lleno de una necesidad tan abrumadora que mis entrañas se deshicieron y me desinflé entera.

Dios mío, ¿por qué no puedo contra él?

Mi mundo se hizo trizas cuando tronó nuestros labios: un sonido tan exquisito que perforó mi memoria dejando huella donde no debía.

—¿Se siente bien verme como el malo? — ronroneó y forcejeé cuando pegando más nuestras bocas—, ¿o tengo que burlarme del dolor que te provoco para sobrepasarlos?

Eres un imbécil—escupí sintiendo sus dedos apretando la nuca.

—Preciosa, soy peor que uno—pronunció rozando sus dientes contra mi labio inferior—. Contigo soy toda una bestia cuando de huir de mí y protegerte de otros se trata.

—Te dije que me entregaría y obtendrías lo mismo que se te dijo por mí, ¿qué más quieres? — escupí, temblorosa—. Solo suéltame, volveré con los...

—Terca y testaruda tal como me gusta—gruñó airado y mi cuerpo se comprimió en un gemido que escupí sobre sus tensos labios cuando meneó su cadera apretujando ese agrandado bulto rotundamente caliente contra mi vientre—. Pero no, preciosa, no vas a entregarte.

—¿Y por qué no? —encaré—. Quieres llevarte todo el mérito por entregarme, ¿no es así? Como te encargaron venir por...

Las palabras se atragantarse en la garganta y con los sentidos estremecidos cuando esa risa ronca y baja fue escupida contra mis labios temblorosos, dejándome con las neuronas hechas pedazos ante la tonada delirante, ronca y sensual empapándome el sexo.

Ay no.

— Quanto mi affascini, bambola— arrastró con irritación y la mezclilla se me pegó a la entrepierna cuando me sentí más mojada.

Esto no puede ir peor.

Sí, empeoró cuando sentí una de mis manos caer sobre un arma para desenfundarla. La sola acción le tensionó los labios y la levanté, pegando el cañón a su muslo acomodando el dedo en el gatillo, fastidiada de la confusión, contradicción, del dolor, de la rabia que este hombre artificial me producía.

—Termina con esto — exigí —. Te dije que me entregaría y no huiría, te dije que tú y tu gente tendrían todo lo que se les daría por mí, ¿qué es lo que quieres?

Los dedos en mi quijada se movieron fuera y con una velocidad tan drástica apretaron los mío torciéndome la mano de tal forma que el caño apuntara únicamente el agua.

—¿No te advertí en la ducha que si me apuntabas con el arma jugaría sucio? —farfulló, lamiéndome el labio inferior, empeorando la palpitación en mi sexo—. Puedo arrancarte los jeans, y sobre los escombros devorarme todo lo que se te escurre, y con ello responderte de mil formas. Te haría mía toda una eternidad hasta que lo entendieras.

—¿Entender qué? —escupí con el mentón tembloroso a la vez que apreté los músculos para contener la rabia y el deseo.

—Que si en el área no te entregué es porque no planeo hacerlo—masculló con ronquera y bestialidad y respingué.

El corazón se me estremeció con brusquedad y sentí como las lágrimas quisieron traicionarme, me negué.

— No te creo —Traté de controlar el temblor en el cuerpo, pero estaba siendo imposible—, vienes cuando me armé toda una maraña y cuando quiero huir, me atormentas más y me dices que no me entregaras, ¿piensas que así de fácil volveré a caer?, ¿piensas que te voy a creer solo porque me mantienes pegada a ti contra tu boca y me recalcas las ganas que tienes de follarme?

—Poco me importa si me crees o no, muñeca—refutó, y el crepitar de su voz secándome la boca estuvo a nada de hacerme jadear —. En la base tendré todo el tiempo de recalcarte sobre mi cama que, desde que me decidí serás mí...

Su mano abandonó mi nuca y el rugido bestial que escupió contra mi boca no se comparó a mis sentidos zumbando con rotundidad.

La piel se me congeló con el ardor esparciéndose como cosquilleo a lo largo de mi cabeza, sintiendo el líquido cálido derramándose en mi rostro y sobre mis labios.

Sabe a...

Sangre.

—Baja el arma, Seis.

(...)

¡Buuuum!

Ay bellas, espero que este capitulo les haya gustado mucho.
Empiezan los capítulos más feos. Así que esperenlos ansiosas.

Este capítulo esta dedicado a : @MassRodriguez6
FELIZ CUMPLEAÑOS HERMOSA, ESPERO QUE TE LA HAYAS PASADO MUY BIEN EN TU DÍA. TE ENVÍO UN ENORME ABRAZO. ❤

Las amoooo muchoooo.

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