Residuos
RESIDUOS
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(Imaginen un bonito separador donde les digo que los amo mucho y que espero que disfruten este capitulo)
Solté un largo suspiro, removiendo mi cuerpo por encima vez sobre el sofá cama.
No podía conciliar el sueño, por mucho que me sintiera cansada y muy débil, no podía dormir. La voz de Siete mencionando con asperidad que este sería, quizás, el único lugar que nos quedaba para sobrevivir, no dejaba de reproducirse en mi cabeza.
Extendí los parpados con pesadez para mirar sobre la mesilla cristalina junto a mí, el botiquín y esa jeringa utilizada. Los revisé antes de ver a la puerta de la oficina, sobre el marco de la entrada, se hallaba un reloj de madera que mostraba la hora actual.
Pasaron horas desde que desperté, desde que él me ordenó volver a la oficina e intentar descansar, reponerme porque todavía no me había recuperado. Que mientras tanto, él seguiría cuidando y manteniendo segura el área. No quería morir aquí, no quería aceptar que este lugar era lo único que aseguraría nuestra supervivencia por un tiempo limitado.
Solté, por segunda vez, una larga exhalación en la que deseé que el dióxido se llevara esa abrumadora sensación, pero no sucedió y solo terminé perdiéndome en mis pensamientos donde una película de todo lo que pasé con este desastre se reprodujo.
Después de haber presenciado a esos niños ser devorados por una monstruosidad, terminé escondiéndome en uno almacenes con productos de limpieza y muebles que se encontraba en uno de los túneles. Durante todos esos días sobreviví con un paquete de 5 galletas así que, sí hacíamos lo mismo con la comida almacenada en esta área, podríamos sobrevivir por muchas semanas.
El rostro de la pequeña niña que abandoné en los escombros volvió a mí, su recuerdo y el de los niños me llenaba de una horrible culpa que me comprimía. Estaba tan lastimada de la pierna que con el paso de las horas utilizarla para huir de las criaturas era cada vez más difícil.
Tuve que esconder a la niña entre los escombros de un túnel para desviar a los monstruos de ella, y que me persiguieran.
Y tras abandonarla con la promesa de que volvería por ella— cosa que no pude hacer porque fui acorralada— el grupo de Jerry me rescató. Les rogué que me acompañaran a los escombros, pero cuando llegamos la niña ya no estaba.
La culpa que sentí cuando no la hallé, y saber que otro niño alterado genéticamente había muerto, me oprimió el pecho de una manera tan horrible que sentí que ahí mismo desfallecería.
Pero, después de que logramos salir del derrumbe en los túneles, nos encontramos con ese bunker donde, tras salvar a una pareja con su bebé, me reencontré con esa pequeña niña que había pensado que murió, en los brazos de un niño del área roja. Y aunque la única mirada que recibí de ella fue el inmenso miedo que sintió hacía mí, me alegré mucho verla sana y salva. Por otro lado, estaba esa pareja...
Un experimento del área naranja con una mujer pelirroja que trabajaba en el laboratorio como un guardia, ¿quién lo hubiese creído?
En el grupo de Jerry siempre vi experimentos emparejados con experimentos, ninguno interesado en algún trabajador. Quizás porque esa pareja tan interesante estuvo tanto tiempo sola que al final, solo se tenían el uno al otro y terminaron juntos. Aunque ese experimento parecía quererla mucho por la manera en que la protegía, en que ambos se protegían mutuamente.
Solo pasamos un día en el bunker en el que creí que saldría finalmente a la superficie, y Dmitry encontró ese frasco en la mochila, y acabé aquí.
Creí que era la heroína.
Y terminé siendo el villano.
—Que ironía —musité.
Y lo que era peor, fue saber que había arrastrado a esta fosa posiblemente sin salida, a un experimento que no tuvo nada que ver mis errores.
Una opresión se adueñó de mi pecho tras pensar en eso, devolviendo mi mirada al espejo donde esa mujer joven se reflejaba con una heterocromía tan recalcada en su mirada, una cabellera castaña corta por debajo del mentón y un fleco mal cortado.
Estaba segura que Siete creía que había salvado a una pobre chica con una muy mala suerte:
Una mujer que fue culpada por bastardos que ocultaron un frasco con sangre de experimento en su mochila.
Una humana terca que tenía miedo de que fuera culpada nuevamente al salir del exterior.
Una hembra, que además de haber sido torturada, fue envenenada.
Y al final, él terminó salvándola sin saber que ella era lo que más odiaba y a lo que más deseaba matar. Porque ella fue la raíz de todo este desastre infernal. La razón por la que ahora él se encontraba aquí, atrapado nuevamente en el subterráneo después de haber salido a la superficie al fin y que, quizás, ahora no tendría oportunidad de volver a salir por mi culpa.
Por mi maldita culpa, un experimento que había vuelto a salvarme, también estaba pagando lo que hice.
No era justo para él.
No quería tener que cargar con la muerte de un hombre que pensaba en mi como una mujer inocente. No quería que nadie más muriera por mi causa.
Por eso, sentía que debía encontrar una salida para nosotros dos.
Quizás en este momento una salida no existía debido a que las bombas podrían habérse activado. Pero, según lo que dijo Siete, no habían podido recorrer todo el laboratorio, por lo tanto, había todavía muchos lugares en donde no dejaron las bombas. Eso quería decir que por el gas venenoso podría diluirse. Con el paso de las horas o hasta un día o casi dos días, el gas venoso se dispersaría por todo el laboratorio, y su efecto se revertiría o seria muchísimo menos letal.
Esa era una posibilidad a nuestro favor. Solo teníamos que esperar, y esperar un poco más, rogando porque ninguna de las salidas del área negra colapsara y mucho menos se derrumbara el comedor que era nuestra única salida.
Se me hundió el entrecejo de frustración cuando me di cuenta de que estaba pensando exactamente en lo que le dije a Siete en la ducha, y en lo que me dijo él.
No lo sabes, mujer. Esas fueron sus palabras cuando le mencioné que quizás el veneno disminuiría el efecto dentro de horas.
El problema era que él tampoco sabía. Así que esta era una posibilidad, quizás no ahora, quizás no al día siguiente ni al siguiente, pero lo era...
Decidí levantar parte de mi espalda del sofá, para sentarme con la mirada todavía clavada en esa blanca puerta de madera que llevaba al área negra, al lugar donde estaba él, haciendo guardia.
Me costaba creer que este fuera el único lugar que nos quedara. Tenía un poco de curiosidad de por qué él eligió esta área para dejarme, ya que estábamos en la zona verde, y esa área era la más cercana a nosotros. Podría ser que estuviera cerrada y él no sabía el código para acceder al área verde, lo cual significaba que antes estuvo encerrado en este lugar, o alguien le dijo el código de apertura de su área.
Salí de mis pensamientos sintiendo un leve pinchazo de dolor. Aparté la mirada de la puerta y del reloj que mostraba que había perdido una tercera hora en mis pensamientos.
Observé la piel de mis piernas mayormente desnudas y los dedos de mis pies con uno que otro morete, repletas de rasguños. Las deslicé fuera del colchón para levantarme, dispuesta a darme por vencida al intentar dormir. Me levanté para encaminarme hacía la blanca puerta, rodeando el escritorio inmediatamente. Bajaría la amplia escalera, revisaría el resto de los lugares que conformaban el área negra para saber sí había algo que nos pudiera servir.
Mis dedos rodearon el pomo de la puerta, esa pieza dorada y helada que giré para abrirla enseguida, empujándola hacía mí. Miré desde mi lugar, todo el enorme salón del primer piso y esas escaleras metálicas en las que no tardé en dirigirme, aferrando una de mis manos al barandal.
Peldaño tras peldaño comencé a bajar cuidadosamente, mientras mi mirada se aventuraba a deslizarse por cada parte del área negra que poco a poco se aclaraba más. Sobre todo, ese lavamanos acomodado junto a una enorme puerta metálica, y esos casilleros colgados junto al mismo, siendo cubiertos de mi vista por esa imponente figura varonil.
Fue como recibir una inyección de adrenalina en el pecho, cuando sentí como mi propio corazón se me aceleraba al quedarme clavada en ese alto perfil cuyo cuerpo dotado de músculos sin
desorbitar, se sombreaban escalofriantemente con cada movimiento que hacía acercándose a la puerta metálica junto al lavabo.
Apenas le dio una mirada al metal de la puerta, moviendo sus tonificados muslos para recorrer lo largo de la siguiente pared, esa que pegaba con el estrecho corredizo de la oficina.
Seguía revisando el área. Lo había estado haciendo desde que salió de la ducha y con una firmeza tan inquebrantable como si no hubiera peligro cerca. No obstante, el área parecía segura, sin ninguna grieta ni conducto lo suficientemente grande y con puertas metálicas impenetrables, nada podría entrar aquí.
¿En cuánto tiempo mataría el gas a los monstruos y parásitos? Quizás no todos los parásitos morirían, pero esperaba que fuera así y pronto. Entonces solo nos quedaría el gas venenoso, la inundación y los derrumbes como amenaza. Algo igual de peligroso para los dos...como el también quedarnos aquí.
Una opresión quiso adueñarse de mi pecho, así como una impotencia quemándose los músculos sin saber qué deberíamos hacer. Volví a mirarlo preguntándome si acaso él sentiría lo mismo que yo.
¿No estará cansado de revisar tanto? Tendríamos que turnarnos para cuidar la seguridad del área cada cierto tiempo mientras el otro descansaba.
Le aparté la mirada, observando esas escaleras de asfalto que llevaban a un piso en el centro del lugar. Solo reparar en todos esos agujeros con aspas y ese montón de cristales esparcidos por todo el suelo, me hizo darme cuenta, finalmente, de que ahí era donde incubaban a los experimentos. Solo que las incubadoras ya estaban rotas, fragmentadas, porque los experimentos que estuvieron incubados se contaminaron, se deformaron y escaparon de aquí...
En una de esas incubadoras él estuvo incubado. Incubador muchísimo antes de que yo soltara los parásitos, salvándose de ser un contaminado.
Mordí mi labio inferior cuando otra clase de pensamientos lamentables y dudosos quisieron llenar mi cabeza. Y para ignorarlos, lancé una mirada a los costados de las escaleras. Del lado derecho se encontraba la ducha publica, y del lado izquierdo un espacio ocupado por máquinas expendedoras de alimentos chatarra y refrescos, completamente llenas.
Di una tercera revisada a todo lo que pudiera ver cuando los escalones terminaron y mis piernas se hundieron mayormente en el agua. Rodeé la escalera, observando el umbral de la cocina y lo poco que mostraba del interior de ese cuarto.
Comencé a acercarme, reparando en la enorme barra y en el refrigerador donde se acumulaban ordenadamente un numero grande de latas de atún. Si estaríamos en este lugar, debíamos saber cuánta comida teníamos, aunque solo dar a las latas ordenadas, y todavía recordar las expendedoras de alimentos chatarra del otro lado de la escalera, teníamos para nuestra suerte, comida suficiente.
Me adentré a ese amplio cuarto, con una lámpara moderna colgando en el centro del techo, alumbrando con pestañeo el sombrío lugar.
Dejé que mi mirada revisara únicamente los muebles que se encontraban acomodados en una de las contra esquina del cuarto.
Reparé en esa larga barra cuya estructura estaba hecha de madera moderna. Con toda esta agua pronto se pudriría.
Observé la estufa del otro lado de la barra y ese lavabo debajo de toda una hilera de alacenas que se colgaban en lo largo de la pared. Y por último el refrigerador y ese montón de latas que se acomodaban encima.
Con los retortijones en mi estomago produciendo apenas ruido, me apresuré a rodear la barra muy detenerme frente al refrigerador. Me puse de puntitas y estiré uno de mis brazos para alcanzar una de las latas sin tirar las otras.
La abrí, aspirando el olor del atún antes de apresurarme al pequeño lavabo y tirar el aceite. Pronto llevar mis dedos a tomar de su interior y devorarme el atún como si hubiese durado mucho sin comer.
Lo cual era completamente cierto.
Dejé la lata sobre el lavabo una vez me la terminé, para abrir una de las alacenas en la pared. Quedé sorprendida al encontrar que estaban siendo ocupadas por paquetes de galletas de todo tipo. Desde galletas saladas, hasta avena, e integrales. Pero quizás algunas de ellas ya estén caducadas.
Revisé cada una de las alacenas, encontrando todas esas botellas de agua y sopas instantáneas bien acomodadas. Era increíble que pese a lo que estaba ocurriendo, esta cocina estuviera intacta, llena de alimentos cuando otras partes donde había cocinas de este tipo, estaban completamente vacías.
Teníamos comida comí para un mes, o quizás un poco más.
—Quizás no podamos por ahora, pero debemos buscar una salida al exterior... —Lo solté con toda intención de que él me escuchara, aunque nada me aseguraba que me prestaba atención.
Alcancé una botella de agua para abrirla de inmediato y tomar bocanadas. Sentir como esa frescura invadía mi reseca garganta.
Decidí tomar una sopa instantánea, y girar hacia la barra para comerla. Solo entonces, cuando hice eso y levanté la mirada, me encontré con esa puerta blanca colocada a lo largo de la pared a la que se pegaba la barra.
Se me hundió el entrecejo. No me había dado cuenta de ella, y no solo por la poca iluminación, sino porque estaba pintada del mismo color marrón que las paredes, y el pomo era completamente negro.
¿Qué es ese lugar?
Parte de mi creía que llevaría a un pequeño cuarto con más alimentos.
Tomé un trozo de la sopa instantánea para masticar la antes de apartarme de la barra y rodearla. Me dirigí a ella, no sin antes dar una mirada detrás de mí, a lo que se podía ver del área negra.
Dejé que los dedos envolvieron el pomo para abrirla. Quedé asombrada al encontrarme con un cuarto amplío y amueblado, se trataba de una habitación de descanso para los empleados.
Lo primero en lo que me entretuve, fue en esa litera cuya principal cama estaba por centímetros hundida en el agua. Observé esa escalerilla metálica color roja que llevaba a la segunda cama, amplia como para dos personas. Tenía almohadas, y vaya que almohadas largas y grandes, bastante apetecibles para dormir o tratar de dormir.
Había un mini split en la cima de una de las paredes y debajo de la misma una clase de estantería protegida por un cristal. En su interior parecía colgar algo.
Junto a esta estantería había una segunda puerta que permanecía abierta, mostrando el interior de otro baño, un retrete y un lavábamos nada más. Tal y como el baño de la oficina, sin regadera.
Entré apenas iluminado por una única farola amplia, con un par de luces solares conectadas a los costados de la entrada. Me acerqué al único sofá que se acomodaba junto a la litera. Un ancho sofá individual, con una palanca que levantaba los pies, estaba apenas hundido en el agua. Dejé que mis manos se deslizaran sobre la suave textura del respaldo antes de torcer el rostro y dar una mirada a la estantería junto al baño.
Me acerqué a ella solo para reparar en lo que del otro lado del cristal había. Eran siete armas, largas colgando una junto a otra. Tenían el tamaño de escopetas, y junto a ellas descansaban en repisas más pequeñas, cajas de dardos anestésicos.
Imaginé para que las utilizaban. Eso quería decir que los experimentos incubados también rompían sus incubadoras o se salían de control, tal y como las bestias lo hacían en sus incubadoras redondeadas.
Eso quería decir que... a los experimentos humanos tampoco les hacía efecto la anestesia.
¿Sufrían igual que las bestias? ¿A ellos también les conectaban un montón de cables al cuerpo? Claro que sí, ¿quién no sufriría en una incubadora?
Abrí el cristal, para adentrar mi mano y repasar con mis dedos la textura de una de las armas negras.
¿Le dispararon a él con una de estas?
La imagen de él, desnudo e incubado en un montón de agua helada y salada, con un enorme tubo con cables conectado a su columna y delgados cables esparcidos por sus extremidades y torso, y una enorme máscara de oxígeno clavada a su rostro.
Me entenebrecí.
No sabía cuál era la manera de incubar a un experimento humano, pero todos aquellos aparatos y máscaras de oxígeno era lo que les ponían a las bestias para su maduración. Los cables que les conectaban a todas sus extremidades, en realidad conectaban a sus venas y músculos: para alimentarlos con químicos que provenían de la matriz de los incubados.
Químicos o sustancias, así como vitaminas y sueros alterados para su maduración, su desarrollo.
Lancé la mirada al mueble de cajoneras blancas acomodado junto a un librero con muy pocos libros desordenados. Moví las piernas en dirección al librero, observando cada una de sus repisas. Algunas estaban llenas de monitos cabezones, y otras de libros. Tomé cada uno de los libros de diferentes tamaño y color para leer el título de cada uno. No eran más que novelas de suspenso, horror, romance y de desamor. Novelas para pasar el rato.
La niebla.
Romeo y Julieta.
Orgullo y prejuicio.
¿Sexo hasta la muerte?
— ¿Qué clase de libro es este? —solté, reparando incluso hasta en la portada donde el torso de un hombre aparecía completamente desnudo marcando sus abdominales bañadas en tatuajes.
No sabía por qué a algunas mujeres les encantaba un hombre tatuado. Aunque a mí me daba igual, con tatuajes o sin tatuajes.
Aunque siendo franca, en vez de tatuajes prefería que los músculos se marcaran bajo la piel, eso era suficiente dibujo para mí.
Mis dedos los tallarían a cada segundo, a cada momento, sin detenimiento, sin aburrimiento.
Dejé en su lugar el último libro. No era fanática de las novelas eróticas, aunque tampoco me disgustaban.
Sin embargo, prefería las novelas centradas en el suspenso y la acción, con romance, por supuesto. Sentía que la emoción era más duradera cuando se les añadía más géneros a las historias.
Me aparté del librero solo para girar hacía el mueble amplio. Abrí el primer cajón, encontrándome con un montón de toallas de diferentes colores para baño, bien ordenadas, un par de jabones todavía empacados.
Si Siete hubiera utilizado una toalla, me ahorraría el tormento de su masculina desnudez.
Lamí mis labios repentinamente cuando mi mente comenzó a traicionarme. Dibujar la manera en que esa piel blanca y perfecta marcaba cada uno de todos esos músculos, desde el más pequeño, hasta el más grande y tonificado.
O esa ancha espalda musculosa en que la sentí unas tremendas e inquietantes ganas de enterrar mis dedos y rasguñarlos. Esos muslos bien formados y endurecidos por los que quería entrecruzar los míos. Ese par de pectorales cuyas areolas tuve ganas de disfrutar en mi boca y juguetear con mi lengua. Esas abdominales en las que quise deslizar mis traviesos dedos para tallarlas hasta el último milímetro. O ese vientre plano impecable de vellosidad en el que deseé saborear con mis labios.
Y más que cualquier otra cosa, recordar perfectamente ese miembro y las horribles ganas que tuve de insinuarme sobre él para tentarlo y endurecerlo, así sabría qué tamaño tomaría una vez erecto...
Tensioné las piernas cuando bastó con el recuerdo de su imagen para mojarme. Así me hizo sentido cuando lo tuve de frente en esa ducha y di gracias a que me quedarán unas muy escasas neuronas funcionándome para no lanzarme como leona en celo cuando él no eliminó el par de pasos entre los dos. Sus alteraciones genéticas, las sustancias o químicos que utilizaron para madurar su cuerpo, algo de eso debía de ser que lo hacía emitir a él una clase de sustancia, o qué sabia yo. Pero lo que emitía terminaba alterándome las hormonas.
Cerré el cajón sin producir sonido y revisé el siguiente, observando ese par de playeras larguísimas de hombre color roja y naranja. Junto a ellas había una gorra de jurassic park, y un par de medias negras también empacadas.
Empujé el cajón, no sin antes tomar la playera roja, me la pondría más tarde en vez de quedarme con el camisón rosado. No me gustaba que se me trasparentara el color del brasier.
Abrí el siguiente cajón, y lo que me encontré en su interior fue toda una pila de objetos desordenados.
Lo primero que vi, porque era lo más grande, fueron esas reservas de papel higiénico, y encima de lo que parecía ser una baraja, un frasco de colonia para hombre.
Nunca imaginé encontrar una colonia en un área dónde solo se dedicaban a cuidar y mantener en perfectas condiciones a las incubadoras por varias horas.
Coloqué la playera roja sobre mi hombro para estirar el brazo y tomar ese frasco cuadrangular entre mis dedos. No tardé en acercarlo a mi nariz para olerlo.
—Huele bien— susurré, y no entendí por qué de pronto incliné mi rostro hacía mi hombro otra vez, y me olfateé, arrugando mi nariz cuando un aroma tan desagradable emanó de la tela del camisón rosado.
No llevaba mucho tiempo con esta ropa, y el hedor de mi piel ya la había penetrado de una forma tan grotesca que hasta me apretó los labios y frunció mi entrecejo.
¡Demonios! Apestaba terriblemente. Había creído que mi boca era lo que más olía a muerte, pero vaya que no.
Olía como si me estuviera pudriendo. Como si se tratara de una bolsa con restos de comida putrefacta.
Y sí yo había hecho un gesto tan desagradable al olerme, no quería imaginar que gesto había Siete las veces que me tuvo contra su cuerpo. Él tenía el sentido del olfato bastante desarrollado.
Qué vergüenza...
Debería bañarme.
Negué con la cabeza. De ninguna manera iba a bañarme tal y como lo hizo ese experimento, ¿de qué me serviría? De todas formas, nadábamos en agua sucia, bañarme no haría gran diferencia.
Di una mirada a la playera roja que había dejado sobre mi hombro, devolviendo la colonia al interior del cajón para tomarla y extenderla sobre el cajón. Pronto, me saqué el camisón rosado dejándola encima del mueble antes de observar pechos sobresaliendo de la delgada tela del brasier. Enseguida tomé los pliegues del short y también me los saqué colocándolos junto al camisón también.
Quedé en ropa interior únicamente.
Tomé la playera roja del suelo, para ponerme enseguida, deslizándola con lentitud por encima de mi pecho hasta cubrir algunos centímetros de mis muslos. Era suave, bastante suave y me quedaba muy huelgueada. Podía notarlo no solo en la manera en la que caía sobre la mitad de mis muslos, sino por la manera en que el cuello de la playera se caía sobre uno de mis hombros, mostrándolo sensualmente.
Tan solo terminé de observar una vez más la playera, devolví la mano al cajón, sobre el resto de objetos en su interior, revisando cada uno y acomodándolos aún costado. Solo entonces, de entre todos esos objetos terminé encontrando algo que me dejó impresionada.
Mía dedos tomaron todos esos paquetes cuadrangulares de un color metálico amarillento. Los reconocí de inmediato.
¿Por qué hay condones en este lugar? ¿Mantenían relaciones sexuales aquí? ¿Eran tan desvergonzados como para hacerlo en su zona de trabajo?
No me sorprendía, una vez mientras intentaba dormir en la sala de descanso de la zona canina, escuché a dos compañeros haciéndolo en el baño. Eran Tina y Peter, el hijo de Anna.
Ahora que recordaba, ellos dos se burlaron de mí. Siempre que hablaba de los experimentos y les pedía que me contaran más sobre su aspecto físico, lo que me terminaban mencionando resultó ser una mentira:
Gordos, completamente calvos, con brazos largos hasta la pantorrilla, garras en vez de dedos, piel arrugada y escamosa, ojos negros y colmillos amarillentos.
Me vieron la cara de tonta. Solo fui esa mujer con buen aspecto a la cual utilizaron para coquetear con el guardia que cuidaba la matriz los incubados, acostarse con él, drogarlo y robarle los códigos para soltar los gusanos.
—Veo que te entretienes.
Mis huesos saltaron bajo la piel, un respingón tan brusco y bruto a causa de su voz tan vibrante y crepitante.
El rostro subió con rotundidad de mi mano apretando los condones, y se torció a mi derecha, donde esa sombría estructura ancha e imponente, vislumbrándose escalofriantemente bajo el destello de la larga farola en el techo, se mantenía bajo el umbral, a un par de metros de mí.
Un calor tan indescriptible hormigueó hasta la última fibra de la piel de mi rostro, recorriendo el resto de mi cuerpo para ahuecarse en el musculo de mi estómago donde ese cosquilleo se insertó, se pronunció, me tensó...
Ese par de diabólicos orbes heredados del diablo, se encontraban deslizándose con una maldita lentitud por toda la piel desnuda de mis muslos, esos que temblorosos, se apretaban deteniendo el aumento de la presencia humedecida.
—No— casi tartamudeé apretando aún más los anticonceptivos—. En realidad, solo estoy revisando y viendo qué es lo que nos puede servir.
Ante mi apresurada explicación, él no tardó en detener su mirada un momento en la tela roja de la playera que cubría parte de lo alto de mis piernas y mi entrepierna, antes de observar lo que empuñaba con esa misma inexpresión.
—¿Qué tienes ahí? —arrastró la pregunta y no tardé en abrirla para mostrarle.
— Son condones— Los levanté—, lo usamos para tener sexo y no tener.... bebés.
Eso ultimo lo alargué dudosa, quizás lo explicaba de más y probablemente a él no le interesaba saber. Aun así, no pude evitar agregar:
—También se usan para evitar infecciones.
—Sé lo que son— espetó, la inquietud contrajo mi entrecejo un instante antes de sentirme intimidada cuando devolvió su depredadora mirada a mi rostro—, y para qué se usan.
Las piernas me temblaron y un pinchazo de calor recorrió las mejillas, tuve que obligarme a enfocarme, sintiéndome repentinamente confundida, ¿les daban condones a los experimentos? Un momento, ¿les daban clase de sexualidad?
—No sabía que ustedes supieran de estas cosas— pestañeé, llevando las manos al abdomen—, ¿quién te enseñó?
La chica me contó que las examinadoras tenían el trabajo de enseñarle a los experimentos y darles rodo lo que necesitaran para mantenerse entretenidos, y todavía, ponerlos a entrenar sus habilidades para mejorar.
—¿Quién te enseñó?—sentí curiosidad —. ¿O lo aprendiste con tu pareja?
Levantó su rostro al mismo tiempo en que lo ladeó unos centímetros, dejando que las sombras aterradoramente se le dibujaran en su rostro, intensificando el color platinado de su aterradora mirada, hizo que el corazón se me sacudiera todavía más debajo del pecho, latiendo frenéticamente como una locomotora.
—¿Importa con quién lo aprendí, mujer? — una corriente eléctrica se pasó por toda mi columna
—¿Es cierto que los emparejaban sin su consentimiento? —la pregunta resbaló de mis labios, aunque en realidad sí quería saberlo, quería saber si todo lo que Elizabeta me contó en el grupo de Jerry, era cierto—. ¿Cómo los trataban? ¿A ti te trataron mal?
Ella me contó que Chenovy era malísimo para saber qué clase de persona contrataba, refiriéndose a que hubo examinadores que trataron mal a los experimentos que cuidaban, más aún a los de las áreas peligrosas a los que les restringían muchas cosas.
— Tú examinadora...— detuve mis palabras no sabiendo si preguntar fuera lo correcto—, ¿cómo fue ella contigo?
—Estas teniendo mucha curiosidad sobre mí—no pude apartar la mirada de la tensión en su mandíbula.
—¿Eso te molesta? —inquirí, la parte izquierda de sus labios se estiró torciendo su sensualidad al instante en que se clavó en mi boca, esa que sellé sintiéndome nerviosa.
— Si no quieres que me interese en ti...—pausó, recalcando esa erre en una ronquera tan vibrante que me obligué a repetir en mi cabeza—, abstente de querer saber sobre mí.
Su advertencia y la manera en que sus feroces orbes volvieron a mi rostro emitiendo un espeluznante peligro, me tensaron más y pestañeé con tal de no perderme en él pero fue difícil cuando detrás de mi pecho, el corazón se me aceleró malinterpretando eso.
—¿Por qué estás aquí Siete? — Quise cambiar el tema enseguida: —. Si quiere que tome tu lugar para vigilar el área, puedo hacerlo. Has estado cuidando la zona desde que me trajiste, tienes que descansar. Aquí hay una cama y...
—No me subestimes— interrumpió en un ápice serio, su voz recorriendo la habitación—. A diferencia de ustedes, fui entrenado para permanecer despierto en un lapso de semanas.
Quedé abrumada, debía ser una broma lo que acababa de escuchar, pero después de todo lo que me contaron, no quise imaginar el modo en qué lo entrenaban para mantenerlo despierto tanto tiempo, era horrible si quiera saberlo.
—Sé que son muy fuertes y mejores que nosotros— afirmé, y tragué antes de continuar: —. Pero no quiero estar aquí sin hacer nada. Podríamos tomar turnos para que al menos descanses o comas.
—No—espetó.
—¿Por qué no? — apreté el entrecejo cruzándome de brazos hasta remarcar mi pecho—, ¿por qué no puedo ver temperaturas y sentir vibraciones como tú?
—Tenerte vigilando esta zona cuando no posees dichas capacidades no ayudaran en nada, por ende, me dejaras la guardia a mi—recalcó endureciendo la frialdad de su mirada.
Traté de no sentirme molesta y entender su punto. Era cierto, de nada serviría que lo hiciera cuando no podría saber si una criatura se acercaba al área.
—Bien— asentí forzada devolviendo los condones al cajón—. Si no es para hacer turnos, ¿por qué estás aquí?
—Porque voy a examinarte—su tonada tan áspera me hundió el entrecejo y cerré el cajón, pestañeando.
—¿Examinarme qué? —le devolví la mirada, encontrando esa comisura apretada—. ¿Qué quieres revisarme?
—La sangre de los verdes no es suficiente para combatir la nuestra— sostuvo con el mismo ápice —. Sé lo que hace la sangre de mi especie y lo síntomas que presentaste fue debido a que consumiste cantidades grandes de la misma, por lo tanto, pudo dejar residuos en ti.
Ladeé el rostro sin siquiera pensarlo, sintiéndome desconcertada por un momento. ¿Estaba diciendo que podría seguir envenenada? Negué con un leve movimiento de la cabeza, de ninguna manera podía ser así.
—Pero me siento muy bien — expliqué, dejando que mi mirada cayera sobre su pecho, atisbando la manera en que el mismo se marcaba bajo una lenta y profunda respiración—. No me ha dolido nada, ni mucho menos tengo fiebre, quizás no hayan quedado residuos. Además, me inyectaste más de un tubo de sangre, eso fue mucha sangre.
—No importa cuanta consumas, no será suficiente para erradicar los residuos— Su asperidad me creó un nudo en la garganta y me perdí en la manera en que enfundó el arma y que las venas se remarcaron sobre su muñeca y a lo largo de su brazo—, y para averiguar que los hay, planeo revisarte cada cierto tiempo.
Confundida subí el rostro al suyo, su quijada endurecida y la siniestra oscuridad en sus orbes me dejaron muda.
— Cuando nuestra sangre comienza actuar enrojece la zona donde fue insertada, o la zona más cercana a esta, Nastya— Algo quiso iluminarse como advertencia en mi cabeza solo escuchar el tono grave y ronco de su voz—. Si no quieres que toque cada parte de tu cuerpo para buscala, respóndeme, ¿dónde te inyectaron?
Apreté los labios casi haciendo un mohín mientras la mirada reparaba en la suya que, a pesar de ser tan aseverada, estaba tan atenta en mi respuesta. El problema era que revisé un par de veces mi estómago cuando fui rescatada, incluso lo hice en el baño de la enfermería y no estuvo enrojecida la zona del estómago en donde me inyectaron. Al menos en ese momento en que revisé.
—En el estómago —respondí con lentitud y duda, mirando y tocándome la zona—. Pero nunca se me ha enrojecido...
Y el suave sonido del agua aumentando frente a mí, me subió el rostro con fuerza quedando atrapada en esos muslos musculosos marcándose bajo el uniforme conforme se movían a mí.
—Levántate la playera— mi cerebro trató de procesar su orden que alteró hasta el último circuito de mi cuerpo, haciendo casi falso contacto.
Un vuelco detrás del pecho me acudió el corazón cuando alcé la mirada de su entrepierna y me encontré con esa endemoniada mirada adquiriendo una desconcertante oscuridad. Me hizo pequeñita conforme su imponente sombra cubría mi cuerpo, que por un momento me sentí la presa.
Y él era el depredador.
—No—respondí—. No hace falta que me revises, no tengo enrojecido el estomago.
Su rostro se ladeó y esa ceja apenas arqueada me puso nerviosa, peor quedé cuando se detuvo y a tan corta distancia para hacerme temblequear con la intensidad de su calor. Presioné la espalda a la cajonera, recargando mi peso con uno de mis brazos y una acción que no esperé, fue verlo morderse el labio inferior con una cruel lentitud.
—¿Tan nerviosa te pongo? —La sensualidad ronca y bestial de su voz no ayudó en nada al temblor en mis piernas—. Tranquila, no planeo hacerte nada todavía.
—¿Todavía...?
Acallé las palabras, sintiendome tan estremecida y con el corazón tan alterado ante esa mano deslizándose tan inesperadamente en mi espalda y esos dedos aferrándose y empujándome de tal forma que mi cuerpo se enderezó y a punto estuvo de palpar parte de mi pecho contra su torso si no fuera porque mi mano se recostara sobre su abdomen y así detener el choque.
Mis dedos se impresionaron al sentir el endurecimiento tan brusco de esos músculos a los que no pude apartar la mirada. El calor de su cuerpo disminuyó al calor que recordaba sentir en el baño de mi habitación...
—Levántate la playera—y esa voz tan crepitante siendo soltada sobre mí, sintiendo la abrumadora tibieza de su aliento acariciando parte de mi fleco, me alzó el rostro para quedar tan hipnotizada por la ferocidad de s mirada escaneándome con una malicia indescriptible—. No pienso repetirlo, princesita.
—Te dije que no tengo ninguna zona enrojecida—seguí en mi posición.
—Eso vamos a averiguarlo—escupió entredientes.
Una ola tan electrificante recorrió cada uno de los músculos de mi vientre cuando esos inesperados dedos se deslizaron en la frágil piel la cara interna de mi muslo izquierdo.
Y pese a fue un roce que desapareció al instante, temblequeé, sintiendo las piernas como gelatina. Deje caer la mirada instantáneamente sobre sus dedos que se aferraron a la tela de la playera sobre mi muslo para comenzar a levantarla enseguida. Dejando en tan solo un instante toda la parte de mis piernas desnudas y ese bóxer que ocultaba mi sexo.
Apreté los labios cuando ahora, sus gruesos nudillos se rozaron deliberadamente sobre la dulce y sensible piel de la parte baja de mi abdomen, conforme levantaba más la playera para deja esa curvilínea cintura a su perfecta vista, antes de detenerse en el centro de mis costillas, casi llegando a mi pecho.
Revisé toda la blanca y rosada piel de mi estómago sin ninguna zona enrojecida, pero repleta de suciedad...
En cualquier otro momento estaría avergonzándome de estar tan mugrienta y apestosa, pero estaba más aliviada de que él se equivocara.
—No hay enrojecimiento, ¿ves? — solté como pude, todavía dueña de la sensación que sus roces habían producido en mi—. Estoy bien...
Deslizó su mano de mi espalda y con tanta delicadeza hasta mi cintura, antes de aferrar sus tibios dedos a la sensible piel que terminó repasando antes de sostener una parte de la playera. Me deshice por la manera en que, enseguida, su otra mano la cual había permanecido en el centro de mis costillas, descendió en una entrañable y lenta caricia estremeciendo cada rastro de piel.
Mordí mi labio inferior por la fascinación en que al llegar al centro de mi estómago que no dejaba de contraerse, siguieron un camino de caricias tan desquiciantes alrededor de mi ombligo.
Simplemente no pude detenerme más y solté todo el dióxido en un largo gemido que nubló mis sentidos.
Y una presencia tan malditamente húmeda palpó mi sensible entrada apretujándola cuando la ardiente y cruel palpitación comenzó a mojarme la tela del bóxer a causa de esas caricias
Solo estaba tocándome el estómago, y se sentía tan maravillosamente bien esas caricias y la manera tan perturbadora en que sus dedos se rozaban con la tira de mi bóxer tocando ligeramente la piel de mi vientre que se ocultaba debajo de él, que mi propio cuerpo empezaba a atraicionarme. Lo estoy disfrutando y peor es que quiero más.
—Maldición mujer...—respingué inesperadamente por su retenido gruñido entre sus dientes—, no reacciones así.
El tono tan ronco y engrosado de su voz se escuchó a pulgadas de mi frente donde su cálido aliento exploró y penetró, que levanté el rostro para quedar inmensamente atrapada por la aterradora e intensa oscuridad de su mirada y ese rostro hecho de facciones tan demoníacas apretando su quijada.
—Es tu culpa—me impuse susurrar aquello apretando mucho los labios, una acción que él observó antes de rozar su pulgar en mi ombligo—, sabes que no tengo nada y aun así sigues tocándome.
Tembló su comisura y en un atisbo de mueca irritada sin dejar de contemplarme la boca como si estuviese deteniendo un impulso.
—Pon atención a lo que te diré— me aturdió la áspera tonada con la que su voz se transformó, más ver como su carnoso labio estuvo a poco de morderse, pero terminó torciéndose en una confusa mueca —. Estaré haciendo guardia, pero dentro de 9 horas te revisaré de la misma forma.
Sus dedos se empujaron un poco contra el centro de mis costillas donde su pulgar repasó la cálida piel rozando con la delgada prenda de mi brasier, antes de apartarse de una forma tan brusca, que una respiración quedó atrapada entre mis pulmones.
No fue lo único que retiró de mí cuando la mano que sostenía mi camisón también lo hizo, dejando que la tela cubriera una parte de mi estomago sin caer sobre mis muslos.
Retrocedió con esa misma imponencia alejando su intenso calor de mi cuerpo, construyendo una distancia entre los dos que me dejó anonadada. Más confundida quedé cuando él me miró con una frialdad perturbadora, distante y temeraria.
—Mientras tanto...— alargó en un tono bajo y vibrante, mirando de reojo mis muslos todavía apretados contra mi entrepierna, para luego observar las armas colgadas en la repisa junto al baño —, sigue entreteniéndote aquí.
El modo tan lento en que su cuerpo se volteó delante de mí, lo memoricé presenciando como cada parte de su musculoso construyendo su ancha espalda, se sombreaban. En todos esos segundos en que mis sentidos siguieron nublados, no le quité la mirada de encima, observándolo atravesar puerta hasta desaparecer de mi vista.
Solo entonces, todo ese dióxido que había estado reteniendo en mis pulmones se soltó largo y entrecortadamente, desinflándome, dejando que una descarga eléctrica erizara hasta mis vellosidades.
¿Qué fue eso?
(...)
OMAGAAAACH!!
¿QUÉ LES HA PARECIDO EL CAPITULO?
¿QUIEREN OTRO?
LOS AMO!!
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