Pedazo de monstruo

PEDAZO DE MONSTRUO

(Disfruten el drama, los amo)

Dos días más tarde.

Nastya.

Sacudí la sonaja llamando la atención de Tayler, el sonido llenó el silencio de la habitación y sus pequeños bracitos se extendieron abriendo sus manitas que trataron que tomar el juguete. Sus hoyuelos adorables se pronunciaron en una sonrisa de felicidad cuando repetí la acción levantando un poco más el objeto sonoro sobre él.

Era inevitable no imitar su sonrisa y contemplar tanta ternura, y esa inocencia que desataban sus grandes orbes, sus largas y tupidas pestañas negras y el color carmín, así como las pupilas rasgadas, las cuales se intensificaban con el par de escleróticas negras.

¿Desde qué momento esas escleróticas se volvieron tan especiales? No negaré que en un inicio me resultaron inquietantes y tenebrosas, y estaba completamente segura de que cualquiera que desconociera la existencia de estos hermosos bebés, se asustarían la primera vez que los tuviera de frente. Con el tiempo podrían acostumbrarse tal como lo hice yo, porque era más su inocencia que cualquier diferencia, y tarde o temprano se sentirían inmensamente atrapados por la ternura que esta mirada cargaba. Una mirada que, tal vez, él o ella heredaría...

Lo que sí les costaría soportar sería la escalofriante y salvaje intensidad que emitía la mirada de un experimento adulto. Aunque no cualquier adulto me producía esas sensaciones. En el grupo de Jerry recordaba estar rodeada por este tipo de miradas de escleróticas negras, desde orbes carmín hasta orbes cetrinos, pero ninguna como la mirada del hombre que me sacó con una voracidad del agua y me estrelló a su tosco cuerpo fundiendo cada poro de mi piel en su intenso calor.

Jamás olvidaré la vibración que emitió su pecho y la ronquera tan crepitante y bestial de su voz emergiendo con su cálido aliento contra mi frente. Y aun pese a la pesadez de mi cuerpo, logré subí mi rostro y bajo el parpadeo de las escasas luces pude verlo a él y sentir como todo al rededor desaparecía, así como el dolor en mis tobillos. Sentí que me desarmaba y me volvía nada con el plata siniestro y diabólico de esos feroces orbes, un demonio, un dios de la lujuria y una bestia encarnada en el mismo hombre.

Mi pesadilla hecha hombre.

Solté una larga exhalación sintiendo las vellosidades erizarse, ¿cómo olvidar el primer encuentro cuando fue ese mismo el que me ató a él?

No hubo fuerza más grande que esa, que nació con el encuentro de nuestras miradas. Desde ese instante no pude quitarlo de mi cabeza, me martirizaba tanta impotencia y malévola belleza, y tenerlo tan cerca como en el área negra, hizo que las cosas fueran aún más difíciles. Porque ahora que estaba por pasar el segundo día sin él en la base, no podía dejar de pensarlo.

Lo extraño.

Un bufido estuvo a punto de atravesar mis labios, es que era absurdo porque todavía no lo recordaba por completo. Había momentos que todavía no podía recuperar entre nosotros, lagunas en los pocos recuerdos que obtuve de él me hacían preguntarme qué pasó antes de ese suceso y qué pasó después. Los pocos recuerdos que tuve de él estaban incompletos, pero eran tan palpable que no podía dejar de pensarlo, de reconstruirlos, de sentirlo. De este modo comencé a sentirme esta mañana, mi cuerpo memorizando su intenso calor, mi boca recordando el sabor de sus carnosos labios y mi piel la caricia de sus cálidos dedos recorriendo y estremeciendo centímetro a centímetro de mi existencia.

Quizás me sentía así porque hacia tan poco tiempo que recordé algunos de los momentos que pasamos juntos y todavía me costaba asimilar en qué terminamos los dos. O tal vez, era porque no había nada qué más hacer en la base como para mantener mi mente distraída de los efectos que sus feromonas me provocaron. O, probablemente era porque todavía no entendía en que punto llegué a quererlo.

Los únicos recuerdos que recuperé y en los que lo sentí preocupado y decidido a hacer todo para mantenerme a salvo, eran escasos. Una de los fue en la ducha donde lo encontré completamente desnudo, mi mejilla todavía recordaba la caricia de su pulgar, y en la intensidad de su mirada hallé un atisbo de preocupación que me perdió. Dijo que me mantendría a salvo y que nada podría entrar al área negra, y cumplió su promesa.

Y antes de llegar al área negra, estaba el otro recuerdo de cuando me encontró en el túnel. De cuando volvió por mí. Me estaba muriendo, y en vez de abandonarme al parásito que nos perseguía, me mantuvo contra su cuerpo haciendo todo por una extraña que tenía pocas posibilidades. Sabía que había más momentos de los que nació este sentimiento, pero por ahora, estos eran los que recuperé y no dejaban de reproducirse.

—Soy una masoquista —musité, dejando que mi mano acariciara su pequeña mejilla.

Dejar de pensarlo era lo correcto, aunque eso no quería decir que dejaría de lado su mentira y su compromiso y volvería a entregarme a él. En eso estaba decidida, sin embargo, su ausencia me estaba haciendo sentir sedienta. Una inquietante y abrumadora sed que me aturdía y me ponía ansiosa, apenas se satisfacía con sus recuerdos. Podrían ser causa de las hormonas que empezaban a alterarme y ponerme tan sensible, así como el efecto que dejaron sus feromonas.

Una conversación terrible.

Pero había algo de todo esto que no dejaban de azotar mi cabeza, ¿por qué me dejó y por qué volvió por mí al túnel?, ¿qué pasó después de que me sacó del sótano? Aunque habían más preguntas, no podía dejar de buscar una respuesta a estas. Lo único que venía a mi mente era que, quizás apareció una de esas monstruosidades que nos separó y él me encontró, vio mi temperatura y llegó por mí al túnel.

No lo sé, solo quería recordarlo todo y dejar de perderme tanto en mis pensamientos para hacer conclusiones.

—Dos días sin tu tutor, pequeño—susurré, sacudiendo una vez más la sonaja delante de su adorable sonrisa—, ¿no lo extrañas?

Extendió aún más sus manitas rozando sus dedos en un vano intento por agarrar el juguete.

—¿Alguna vez te ha cargado? —pregunté, el gorro de su mameluco resbaló de su cabeza dejando ese montón de rizos castaños—. ¿Te ha sonreído?, ¿te ha dado una muestra de cariño?

Balbuceó emocionado sin dejar de tratar de alcanzar el objeto, empujándose con las piernas y abriendo aún más sus dedos. Era hermoso, sin duda lo era, ¿quién se resistiría a un bebé así de adorable?

—Supongo que no— dije sonriendo para él—. Es tan frívolo que aun el más mínimo rayo de sol como tú, es incapaz de derretirlo.

Eran escasas las veces que vi sonreír a Siete, una sonrisa de malicia y perversidad, retorciendo sus siniestras facciones. Solo una vez recuerdo que lo escuché reír, y fue contra la piel de mi palpitante sexo mojándome más con su cálido aliento. Su risa sin duda era única y perturbadora, nunca antes la escuché en ningún hombre y estaba segura que no lo haría jamás. Una risa en tonalidades graves y roncas, sus ondas escalofriantes y bestiales crepitaban en tus entrañas, te hechizaba con sus tonalidades estremecedoramente provocadoras y te atrapaba para siempre en sus garras.

Siete no era de los que mostraban cariño, y seguramente lo desconocía y debido a esto, tal vez ni siquiera sabía lo que quería en su vida. Después de lo que supe que les hicieron en el laboratorio, en eso fue en lo que él se convirtió, todo un hombre frívolo, perverso y desconocedor de lo bueno. Así es como nosotros lo creamos.

Creamos a un hombre que al que ni siquiera le importaba torturar a otro, arrancándole uno a uno los dedos antes de agujerear su cuerpo y terminar con su vida.

¿Qué tanto habrán hecho con él en el laboratorio?, ¿cómo pasó su niñez?, ¿también movió como trituraban a uno de los suyos? Había tanto de él que quise saber esa vez, tanto que quise conocerlo, y solo obtuve muy pocas cosas.

Los pensamientos se me desvanecieron cuando el bebé me arrebató la sonaja y la sacudió golpeándome inesperadamente en la frente, reí llevando mi mano a acariciar su cabellera rizada antes de voltear a ver los numerosos juguetes que Siete mandó a comprar para él. Desde pelotitas de plástico y bloques con figuritas, hasta peluches con sonido y sonajas de distintas formas, colores y tamaño.

Era curioso, ¿quién diría que, a pesar de ser así, Siete el tutor del bebé? Hasta ahora me costaba creerlo, después de las muchas veces que ignoró a Jennifer me costaba creer que quisiera cuidar de Tayler. Seguro le pagaban bien hacerse pasar por un soldado encubierto y todavía uno que estuviera a cargo de mi seguridad. Eso último seguía confundiéndome mucho, y aunque me dije que no buscaría más respuestas que tuvieran que ver con él, tenía la ligera sospecha de que, cómo sobrevivimos juntos en el área negra, le ofrecieron este puesto para utilizar sus habilidades y saber si alguien más quería hacerme daño. Sonaba un poco absurdo, pero esa era la única respuesta que tenía apenas sentido de todo.

También había otra cosa que me tenía inquieta, y era su falsa identidad, ¿se hacía pasar por un humano porque buscaba más involucrados entre los mismos trabajadores? Nunca me lo afirmó en la tina, aun así, fue lo que me hizo pensar, y desde que Dmitry me dijo lo del elevador días atrás...No lo sé. No sabría explicar lo temerosa que todo esto me ponía, pero comenzaba a asustarme y cada vez más estaba sintiendo que si recordaba eso, haría un descubrimiento del que me arrepentiría tal como lo hice cuando recordé lo que sucedió en el sótano.

Esperaba que solo estuviera exagerando. La única persona que venía a mi mente y que quizás podría decirme lo que pasó en el interrogatorio de Jerry, era Dmitry. Pero no estaba tan tonta como para cometer el error de acercarme a él, desde lo del elevador no me había vuelto a encarar, si realmente me odiara tanto y no soportara que perdiera la memoria, estaría recalcándome a cada nada lo que supuestamente hice. Así que, si iba con él, que me mintiera y yo terminara creyéndole todo.

Alcé parte de mi cuerpo de la cama hasta sentarme sobre las piernas, alcancé el pequeño bolso con las pelotas de plástico de la enorme pañalera y se las saqué a Tayler para que jugara con ellas. Saltó sobre el colchón balbuceando emocionado y soltó el sonajero para alcanzar las pelotitas coloridas.

Di una mirada al balcón, las cortinas se mantenían extendidas a cada lado de los ventanales mostrándome el panorama al otro lado, un hermoso anochecer con la media luna resaltando de entre algunas nubes.

Habían pasado unas horas desde que decidí traerme al bebé al cuarto y contarle historias a Jenny antes de mi toque de queda. Pero hasta entonces ella todavía no regresaba.

Me pregunté qué la demoraba tanto, dijo que iría por unos pastelillos al comedor y por unos cuantos libros porque no le gustaba los finales de mis historias o las versiones que me inventaba. Le conté la historia de la Caperucita y el lobo, así como la de la Bella y la bestia, pero no le gustó que la bestia nunca se transformara en un príncipe y Bella despertara dándose cuenta de que todo fue un simple sueño y su padre y sus hermanos seguían vivos. No era una mala versión y, a decir verdad, tampoco tenía un final malo.

Pero para Jenny, el final perfecto debía concluir con la protagonista y el personaje masculino juntos teniendo muchos hijos y viviendo felices.
No diré que me tentaba a crear una historia así, no tenía nada en contra de finales así, pero de algún modo prefería los finales que dependían del desarrollo de la historia y no aquellos que el lector esperaba.

Un tintineo emitiéndose en mi bolsillo, me hizo removerme. Saqué móvil, desbloqueando enseguida la pantalla para leer el mensaje que recibí de Sarah.

" Señorita, ya estoy en mi cuarto, pero si necesita algo, cualquier cosa por mínima que sea, o si se siente mal, no dude en decírmelo."

Apenas ayer le dije que Anya me dio este teléfono, no tenía acceso a internet así que desde que lo tuve no lo usaba mucho, sin embargo, últimamente recibía mensajes de ella como este.

Hasta entonces no pude decirle nada sobre mi condición. Dos veces intenté confesárselo, ayer en el jardín y otra durante la cena, estuve a punto de mencionarlo cuando solo éramos nosotras dos, pero comenzó a hacerme preguntas sobre él. Sobre Keith, sobre Siete.

¿Cómo nos encontramos en el laboratorio?, ¿cuánto tiempo estuvimos sobrevivimos juntos?, ¿él me salvó en algún momento? Y, ¿qué pensaba de él? Preguntas así, sumando a eso, todo lo que dijo después.

El señorito es un buen hombre, y muy apuesto. Muy apuesto.

El señorito Alekseev trabaja mucho, y gana muy bien.

Él me pidió que, si le hacía falta algo a usted, se lo dijera, se preocupa, aunque no lo haga notar.

El señorito es un grandioso tutor, comprándole todo al bebé. No me imagino como será cuando sea padre, cumpliendo los caprichos de sus retoños, ¿no lo cree señorita?

Y estaría sintiéndome inquieta de todos sus comentarios si no fuera porque, desde que desperté, ella no dejó de hablar de él. Sin embargo, desde que supo que lo recordé, hablaba más de él como si insinuaba algo, como si percibiera que hubo algo entre los dos. Y era eso lo que me preocupaba, lo que me mantenía dudando con decirle.

Ya no era solo porque temía que le contara a Siete o a esa mujer que esperaba un bebé, sino porque temía que también sospechara de que el padre era él después de que me molestara porque me ocultó la identidad de Keith. Era evidente que, si se lo confesaba, sospecharía, ¿quién no lo haría?

Si se lo decía y tenía una idea de que era de Siete, ¿se quedaría callada con eso? La necesitaba, necesitaba que me atendiera, y entre más me tardara, cualquier cosa podría pasar.

No obstante, además de sus extensos comentarios, también se había estado comportando un poco extraña últimamente. Además de enviarme estos mensajes, las veces que estuvo conmigo no dejaba de preguntarme si me sentía bien. Me miraba como si tratara de encontrar algo de mí y me repetía una y otra vez que ella estaba para mí, que podía confiar en ella para cualquier cosa.

No sabía si era porque se sentía todavía culpable por ocultarme lo de Siete y sentía que ya no confiaba en ella, o era por otra cosa, pero fuera lo que fuera, se comportaba como si supiera que estaba ocultando algo.

Le respondí el mensaje antes de ver la hora. Había pasado poco más de media hora desde que Jennifer bajó al primer piso y no faltaba mucho para que tuviera que regresar a Tayler a la guardería. No obstante, que ella se tardara tanto comenzaba a inquietarme, más aún porque ayer sucedió algo parecido, y al final resultó ser Seis quién le impidió volver conmigo y el bebé, eso fue lo que dijo hoy por la mañana, que por mucho que le pidió que la dejara seguir jugando a los almohadazos, le ordenó volver a su habitación.

Sabía perfectamente cuanto me detestaba Seis, lo poco que recordé de ella siempre mostró su disgusto hacia mí. Así que era evidente que tal como hizo en el área negra, lo repetiría en el exterior también.

Mordí mi labio dando una mirada al corredizo que llevaba a la puerta, no lo pensé tanto cuando comencé a guardar los juguetes de Tayler y su biberón antes de colgarme la pañalera y tomarlo entre brazos. Tan solo lo sentí recostarse contra mi pecho, lo rodeé cuidadosamente con la manta de ositos antes de girarme y pasar de largo la cómoda. Recorrí el pasadizo y abrir la puerta encontrándome inesperadamente con ese ancho y tosco torso masculino vistiendo uniforme negro a centímetros de mí.

Detuve el paso y extendí los parpados sintiendo el pinchazo de calor recorriendo hasta el último poro de piel. Mi respiración se me detuvo con la mirada clavada en ese par de pectorales perfectamente dibujados bajo la playera, no pude evitar sentí el revoloteo detrás de mí pecho, una sensación de nervios que desvaneció cuando subí el rostro por esa quijada de piel bronceada y esos labios delgados hasta esos orbes dueños de un gris opaco, un gris normal y humano.

Era el teniente, y la decepción no pudo golpearme más dejándome descompuesta y frustrada al saber que no era él.

—¿Qué sucede con el gesto en tu rostro? —extendió una sonrisa ladina y de extrañez, una a la que no pude dejar de contemplar cuando el leve hoyuelo se deformó en una arruga sobre su comisura.

La misma arruga que se le formaba a Siete cuando me sonreía con perversidad.

Solo esto me faltaba, fantasear con esas características tan únicas de él, en otro.

—¿Esperabas ver a alguien más? —preguntó, arqueando una de sus pobladas cejas—, te ves decepcionada.

Apreté los labios sin saber cómo mirarlo ni mucho menos como sentirme antes de negar, y traté de fingir una sonrisa que no me salió porque para mí lamento, era cierto. Creí que era otro hombre, creí que era él.

—Es que me sorprendiste—inventé—. Creí que hacían guardia en mi habitación solo cuando el toque de queda empezaba.

—Así es, y para eso no hace falta mucho— comentó —. En realidad, no estoy aquí para hacer guardia, ese turno le toca al soldado Lewi.

—Y entonces, ¿qué haces aquí? — pregunté curiosa—. ¿Sucedió algo?

Se llevó la mano para recogerse algunos mechones de su frente acumulándolos encima de su cabellera. El tiempo se detuvo y el pasillo se transformó en un corredizo de paredes blancas y sombrías donde Siete apareció frente a mí, vistiendo uniforme militar, con el grueso cinturón de armamento en su ancha cadera, la mandíbula desencajada y una torcedura en sus carnosos labios que retorcía sus facciones, y la ferocidad de su depredadora mirada estremeciéndome con intensidad en tanto se apartaba los mechones negros de su frente, mostrándome las entradas, y acumulándolos encima de su desordenada cabellera negra. Tal acción le dibujaba el perfecto grosos de cada uno de los músculos de su brazo y le remarcaba las venas debajo de su blanca piel hasta la cima de sus muñecas.

El corazón se me alboroto con el recuerdo que desvaneció en tan solo un instante, volviendo el corredizo a la normalidad con el teniente nuevamente delante de mí. «Estoy mal, todo me recuerda a él.» Estremecí sintiendo inquieta, esto era una locura, no podía estar tan atada a ese hombre.

—Estoy aquí para invitarte a cenar.

Y eso me sorprendió y de nuevo no supe qué cara poner o cómo reaccionar. ¿Por qué estaba invitándome a cenar?, ¿se lo pidió alguien? Sabía que también trabajaba para mantenerme vigilada...

—El bebé también está invitado —dio una mirada de soslayo a la manta que lo cubría —. A menos que ya hayas comido puedes negarme la invitación...

—No, está bien, aún no he cenado— acepté, no iba a negar que tenía hambre, y además. me quedé con el antojo de los pastelillos que Verde 56 dijo que traería—. Es solo que estaba esperando a Jenny, dijo que iría al comedor por pastelillos, pero no ha vuelto, ¿la viste en la planta baja?

Cerré la puerta, guardándome la tarjeta en el bolsillo antes de dar una revisada al resto del pasillo, todavía confundida por no ver a la niña aparecer.

—La vi hace un momento en el recibidor con Maggie —su respuesta frunció mi ceño.

Seguro que le impidió venir conmigo, no era la primera vez ni en el área negra ni en la base que le impedía estar conmigo, el día en que Siete se fue, ella no vino al cuarto y al día siguiente dijo que Seis no le dio permiso, más tarde cuando jugamos a las atrapadas Seis volvió a aparecer y se la llevó al cuarto, la dejó ahí con Sophia mientras ella seguía con su guardia en la muralla.

Esta tarde me dijo lo triste que se sentía porque su tutora se expresaba mal de mí, le mencionaba que era un monstruo que le haría mucho daño si no se apartaba ella, y por eso le impedía convivir conmigo. Creí que al menos esta noche la dejaría en paz, no le hacía ningún daño estar conmigo, pero al parecer seguiría apartándola.

No entendía por qué seguía haciendo lo mismo, ¿no se cansaba? Era estresante.

—¿La estaba regañando? — me preocupé.

—Creo que le contaba cuentos — respondió dudoso.

Solté una respiración asintiendo enseguida, por lo menos hacia algo de lo que Jenny quería hacer, aun así, no estaba bien que se dejara envolver tanto por el odio que me tenía que hasta quería que la niña también lo sintiera.

Me moví, comenzando a recorrer el largo corredizo, bajaría a recepción para encontrármela, y no para hacer una discusión, tenía toda intención de hablar y tratar de resolver los problemas que venían desde el área negra. Podía odiarme todo lo que quisiera, pero no estaba bien que le impidiera a la pequeña relacionarse conmigo cuando no hice nada y no la lastimaba.

Anya apareció en mi radal, abandonando a varios metros el elevador y caminando en nuestra dirección con un gesto confuso. Desde la conversación en el comedor no volvimos a hablar y no tenía ganas de cruzar más palabras con ella.

—¿Se puede saber a dónde van, teniente? — preguntó en voz alta y sin detener el paso, llevándose ambas manos para acariciar delante de mis ojos el anillo.

Sigue presumiéndolo.

—Al comedor— respondieron detrás de mí—. ¿Tiene noticias del soldado Alekseev?

Ella me miró con severidad antes de responder:

—Que va volver dentro de unos días más, al parecer surgieron imprevistos — exhaló moviendo su melena rizada—. Iré al campamento mañana por la noche y me quedaré con él, así que tendremos junta por la tarde.

Algo se encendió en el centro de mi cuerpo y ella me miró con severidad.

—Nastya, recuerda tu toque de queda. Si te veo fuera tendremos que castigarme con mantenerte todos los días dentro de este edificio, ¿entendido?

No respondí y con una mueca en los labios aceleré el paso pasándola de largo. Su aroma a cítricos me arrugó la nariz y las repentinas nauseas me llevaron a apretar una mano al estómago. Estremecí y apreté los labios cuando algo quiso subir por el esófago.

No aquí, pequeño, no cuando están ellos presentes.

Tragué obligándome a enderezarme y aproximarme al elevador.

—¿Iras con su tutora? — Gae me alcanzó y asentí en tanto presionaba la primera planta—. ¿Tengo que preocuparme por ustedes?

Entré al elevador y él no tardó en indicar en la pantalla en la pared, llevarnos al primer piso, dejando que las puertas metálicas se cerraran.

—Solo quiero hablarle—mencioné sintiendo como Tayler se removió contra mi pecho, emitiendo un gemido cuando el elevador empezó a moverse —. Nunca le he caído bien y no pienso preguntarle por qué, pero es cansado que repita esto y quiera meter a la niña en un problema que tiene conmigo. No soy una mala persona y no pienso decirle que no a Jenny siempre que quiera venir a visitarme, solo porque Seis no quiere jugar con ella.

No le hacía ningún mal a la niña relacionarse conmigo en tanto ella se ocupaba en su trabajo o en otras cosas.

—En eso tienes razón, pero por ahora ella es su tutora, está a cargo de la niña como madre adoptiva. Puede decidir sobre ella, si dice no, es no.

—Lo sé— esbocé con más tranquilidad —. Solo espero hacerla comprender que, si no quiere que ella le tenga miedo y hagas las cosas a escondidas, al menos la entienda.

En el área negra Richard me dio un trozo de hoja en el que la niña escribió que no podía dormir y que me invitaba a jugar con ella. Fácilmente pudo venir a buscarme por sí misma pero no, tuvo que pedírselo a alguien más porque le daba miedo que Seis la regañaba al verla ir a la oficina. No solo lo hizo una vez, si no dos veces, y ayer también hizo lo mismo, comentándome que temía que ella la castigara porque, si sabía que estaba conmigo, se enojaría mucho.

—Maggie es muy difícil de tratar, pero adelante.

Soltó una golpeada exhalación y las puertas se abrieron mostrándome el ancho pasillo, salí girando a mi costado y mirando al recibidor antes de reparar en ese par de sofás de terciopelo, uno de ellos estaba siendo ocupado por la pequeña que mantenía la mirada sobre el libro que, entre sus manos, leyendo delante de Seis, quien se encontraba arrodillada.

Como si me presenciara, esos orbes verdes se levantaron encontrándose conmigo al instante.

—¡Nas! — exclamó con una sonrisa en sus labios—. ¡Señor galleta! ¿Por qué otra vez están juntos?

Seis torció parte de su cuerpo lanzando una mirada sobre su hombro en mi dirección. Se mantuvo sobre el bebé en mis brazos y tensionó su mandíbula casi como si quisiera rompérsela cuando dejó caer sus parpados y se clavó en mi vientre, ese mismo que también miré reparando en el grueso camisón que lo cubría.

Estaba viendo la temperatura dentro de mí, tal como hizo aquella noche en el jardín y aunque me Inquietaba saber que podía verlo, sabía que desde ese momento supo de quién estaba embarazada y no estaba demás decir que también sabía quién era Keith en realidad, por eso la ira que mostró.

— Seis quiere que le cuente todos los cuentos por eso ya no pude llevar los pastelillos— escuché decir a la pequeña—, y también me castigó...

Eso me apretó los labios antes de volver a enfocarme en su tutora.

—¿Podemos hablar?

Mi pregunta fue dirigida a Seis, y no con severidad. Se incorporó, volteándose hasta encararme y recalcar la mueca en sus labios cuando volvió a mirar a Tayler un instante antes de mirarme a la cara y estrellarme el enojo en sus orbes grisáceos.

Era abrumadora la rabia que oscurecía su mirada, aborrecía mi presencia, y no me gustaba, me perturbaba. Me costaba creer que todo ese odio se debiera a que, era la humana que se encariñó con Rojo 32 y con Verde 56, la humana que se involucró íntimamente con el experimento por el que sintió algo, y la cual esperaba un bebé suyo. No, era casi como si Seis tuviera otra razón, porque de otro modo tanto rencor era demasiado.

—No tengo nada de qué hablar contigo —escupió a voz engrosada—, así que vete.

—No— solté al instante—. No puedes seguir impidiéndole a la niña convivir conmigo.

—Te guste o no lo seguiré haciendo —espetó.

—Solo porque no me toleras no significa que tengas que impedir algo que ella quiere hacer conmigo— seguí, tratando de no mostrarme molesta—, no le afecta en nada.

Retorció sus labios con disgusto y dio un paso al frente casi cubriéndome con su altura.

—Claro que puedo y porque la quiero mucho, se lo impido—dijo y por poco no pude mantenerle la mirada cuando —. No quiero que mi infante sea amiga de una humana como tú.

Eso mismo me dijo en el área negra.

—Pero yo si quiero seguir siendo amiga de Nas— La vocecilla de la pequeña a su lado le agrandó la mueca. Vi como la pequeña subía mucho su rostro mirando en forma de súplica al perfil se Seis—. No es mala como siempre me dices, en serio, yo la conozco y es muy buena, siempre ha sido buena conmigo...

La mueca en sus largos labios se transformó en una burla.

—Sé que me recordaste, a Siete y a mí, Verde 56 me lo contó todo—Alzó mucho las cejas —. Pero, ¿realmente recuerdas por qué te odio y me das tanto asco?

Titubeé repentinamente, las imágenes se reprodujeron en mi cabeza, lo poco que recordaba de ella, era cuando Richard y yo hablamos de ella en la cocina, se enfureció tanto que me acorraló en la puerta de la habitación en la que estaba la niña y el bebé.

También recordaba el momento en que llegó al área negra y tocó el brazo de Siete mirándolo de un modo tan profundo e íntimo que no pude sacármelo de la cabeza, y después de eso, cuando fue a la oficina para recoger a la niña. Ahí fue donde mostró su molestia hacia y me recalcó de lo que ella y Siete tuvieron desde el bunker y después del desastre antes de decirme que reconocía mi temperatura porque me miró ocultarme en un almacén mientras dejaba morir a una de los míos por una monstruosidad.

El recuerdo de la mujer que tiró de mi mochila y me piso la pierna, estaba intacto también, como también el horror al tener a ese experimento deforme persiguiéndome por detrás. El almacén era lo más cercano y coloqué incontables muebles temiendo que rompiera la puerta y me escondí bajo el escritorio. Nunca espere que ella regresaría y me pediría que la ayudara, que la dejara entrar... y no pude. No pude ayudarla

—Porque no ayudé a la chica del almacén, y por lo que Richard y yo hablamos de ti... —alargué antes de agregar: —. También es por Siete.

Desencajó la mandíbula y enarcó una ceja, la rabia y el recelo sombrearon aún más su severa mirada.

—Sí, también supe que lo recordaste a él, y que mal que no esté aquí para ciertas desgracias— miró a mi vientre y torció sus labios—. Pero, ¿crees que te aborrezco tanto solo porque te acostabas con mi futura pareja? Te falta mucho más para que sepas porque te detesto tanto.

— Me falte o no recordar las razones eso es entre las dos, nada tiene que ver la niña— aclaré con severidad—, no trates de hacerla aceptar tu odio hacia mí. No le hago ningún daño.

—No, pero ya lo decidí— enfatizó con brusquedad—, y cuando por fin vea por qué le impedía acercarse a ti, me lo agradecerá. Además, estará castigada todo un día por ir contigo sin pedirme permiso. Así que de ti depende no hacerle caso si no quieres que la siga castigando.

—¿Sabes por qué no te pide permiso? — arrojé sintiéndome molesta, su comportamiento estaba cansándome—. Porque te tiene miedo, sabe que te enojaras cuando está conmigo y lo hace a escondidas. ¿Saber eso no te entristece? Que la niña de la que eres tutora se sienta triste por algo que le dices, ¿no te pone mal?

Tembló su entrecejo y me di cuenta de que mis palabras le estaban llegando.

— Si quieres que ella confié más en ti, no le impidas algo que quiere hacer y que no le hace daño— repetí con calma—. Al menos entiende eso por ella, por la niña que quieres y has protegido siempre desde el área negra.

Con la mandíbula apretada movió su brazo y tomó la muñeca de Jenny, tirando de ella al instante.

—Vamos— ordenó —. Es hora de volver al cuarto.

La niña se levantó forzada del sofá, movió las piernas siguiéndole el paso cuando Seis comenzó a caminar golpeándome el hombro con su brazo para moverme del lugar.

—¿Va a ser así siempre? — aventé la pregunta siguiendo con la mirada.

—No— bufo sin detener el paso, Jenny me miró sobre su hombro con un atisbo de tristeza antes de levantar su mano y sacudirse en modo de despedida —. Solo será hasta que finalmente recuerdes todo y te avergüences de haber convivido con ella y el neonatal todo este tiempo.

Pestañeé con lo mucho que sus palabras me confundieron y no me quedé quieta acelerando el paso para alcanzarla, rodear su cuerpo y detenerme frente a ella, obligándola también a detenerse.

—¿Por qué me daría vergüenza? — quise saber, él teniente echó una mirada sobre su hombre antes de desenfundar su móvil—. ¿Qué? ¿Ahora te quedaras callada?

Ella volvió a apretar su mandíbula y el oscureciendo en sus orbes por poco me entenebreció.

—Recuerda y seguro lo sabrás todo.

—Estoy cansada de que me repitan siempre lo mismo — casi gruñí, viendo como se le dibujaba una media sonrisa de amargura—. Así que dímelo tú, ¿por qué no decírmelo ahora que estamos cara a cara? Sin rodeos, sin tonterías, ya bastante cansada me tienen otros como para lidiar con tus palabras a medias, Seis.

—Busca tus propias respuestas— arrojó con enojo—, o, ¿por qué no? Golpéate la cabeza con una roca, a lo mejor así recordaras más rápido lo que...

—Maggie...—la voz del teniente le levantó el rostro con una brusca rapidez, giró apenas, mirando al hombre uniformado que se acercaba a su costado sin apartarle la mirada severa—. Cuida tu comportamiento y vuelve con la niña a tu cuarto.

—¿Que tengo que recordar? — le pregunté, ignorando la orden que el teniente le dio. Ella volvió a entornarme la mirada, sombría y severa—. Dímelo.

—Niña...

El teniente apareció, advirtiéndole con una mirada dejarla en paz. No, ya estaba harta de que Seis repitiera lo mismo con la niña y conmigo, ella sabía algo y quería saberlo de una vez.

—Si no van a aclararme nada tú y esa coronel, que me lo diga ella— me sentí alterada, ofuscado, solo quería que me aclararan todas mis dudas y ya—. Si tanto me odias, dime de una vez por todas qué es lo que tengo que recordar, Seis.

—La verdadera razón por la que incluso sería capaz de hacer que te maten.

Sentí palidecer con el escalofrío que me recorrió los huesos, su voz se había transformado de una rencorosa a una airada y escalofriante que hasta la sangre se me heló, dejándome en shock. ¿Hasta ese nivel llegaba su odio?

—No—Jenny extendió los parpados de horror acumulando las lágrimas en sus orbes—. No digas eso otra vez, por favor...

—¿Por qu...? —Mis labios se abrieron queriendo terminar la pregunta, pero me trabé—. ¿Cuál es esa razón?

No esperé ver como esas lagrimas se le derramaban enrojeciéndole el rostro como si tratara de retener el llanto.

—¿En serio quieres que te lo diga? —arrastró en un ápice de ira.

Ni siquiera pude responderle cuando esa mano viril y tatuada rodeando su brazo, tiró de ella moviéndola bruscamente de su lugar, vi como parte de su costado chocaba contra esa masculinidad uniformada del soldado Lewi, quien apretó su brazo al tiempo en que apretaba su mentón cuando ella levantó su mirada soltando aún más lágrimas.

—Mira nada más, ¿de nuevo desobedeciendo? —la espesa voz del soldado le endureció la mandíbula—. Te di una última advertencia, ¿se te olvido?

Seis se secó sus lágrimas extendiendo de nuevo esa misma sonrisa llena de amargura.

—Esto es culpa de ella— se quejó, alzando su delgado rostro frente al de él—. Estaba tan desesperada que me detuvo y yo solo hice lo que me insistió hacer.

—Vuelve a tu habitación con la niña—ordenó.

—No—le interrumpí, llamando apenas la atención del soldado —. ¿Solo por qué me está respondiendo la enviaran a su habitación?

—¡No necesito que me defiendas, ser repugnante! —gruñó Seis, y sin quiera mirarme lanzó su brazo, señalándome enseguida—. A esa es a la que deberían callar, no a mí. De hecho, a esa es a la que deberían darles castigos porque esta vez me molestó a mí.

Rompió su agarre y se apartó del soldado, pasándome de largo para entrar al elevador con Jenny sollozando en silencio.

— Póngale un bozal y enciérrenla porque así es cómo merece estar, a mí no me tienen por qué limitar nada— escupió airada—. ¡Y tus malditas advertencias no me dan miedo!

Los dientes del soldado crujieron y también se movió alcanzando el elevador e intimidándola cuando se detuvo a presionar en la misma pantalla donde su delgada mano descansaba.

No pude dejar de mirarlos perdiéndome de nuevo en sus palabras que no dejaban de reproducirse. Las puertas metálicas se cerraron y ellas desaparecieron de mi vista, solo entonces solté el aliento, dejando caer la mirada al suelo y perdiéndome en mis pensamientos. Jerry, esos hombres, Dmitry y Seis, todos volvieron a mi mente haciendo un huracán que me punzó las sienes.

—Olvídalo, no sabe lo que dice.

—Sí lo sabe —aclaré, dejando de ver las puertas para girar y encontrarme con el gris de su mirada atenta a mí —, y siento que tú también lo sabes, ¿no es así? Así que dime, ¿qué es lo que hice?

Contrajo el entrecejo, una extraña sonrisa se apoderó de sus carnosos labios y negó en un leve movimiento.

—No hiciste nada, niña.

—No mientas— me sentí ansiosa —. Ella no es la única que parece odiarme por algo que aparentemente hice, Frederick y su grupo dijeron que me merecía morir por todo lo que les hice.

La sonrisa desvaneció y miró a los alrededores temiendo que alguien me escuchara. Pero no era tonta, no soltaría esas palabras si estuviéramos en público, ni siquiera estaba la recepcionista y los pocos que ocupaban el comedor estaban tan ocupados como para echar una mirada hacía nosotros.

—¿Qué fue lo que hice? —me escuché atemorizada.

No podía ser solo por el frasco que Dmitry me detestara, y Seis sabía algo, ¿qué sabia ella?, ¿qué hice? No entendía nada y comenzaba a aterrarme todo esto.

¿Acaso fui parte de lo sucedió? Un golpe de miedo y horror me invadió con el estruendo de esa pregunta haciendo eco y zumbándome los oídos.

Dejé de respirar, ¿por eso Dmitry dijo lo del elevador?

No. No puedo ser una de ellos, o, ¿sí?

—También hubo alguien más que me dijo lo mismo, dijo que esperaba que pagara por todo lo que hice— comencé a sentirme alterada y temblorosa. Gae me entornó una mirada abrumadora —. Que era injusto que olvidarás todo y me llamó hipócrita porque tenía al bebé y ahora Seis dice que cuando recuerde me sentiré avergonzada por estar con ellos, ¿qué fue lo que hice?

—Ten cuidado con lo que dices, cualquiera podría malinterpretarlo y te meterías en un problema que no tiene nada que ver contigo — aseveró acercándose y disminuyendo la distancia de un modo que me tensionó hasta que se detuvo a solo pasos—. ¿Quieres saber que hiciste? Trabajaste al igual que ellos en un laboratorio ilegal. Pero a diferencia de ellos eres solo una testigo, viste y sabes algo de lo que sucedió. Es por eso que te mantienen segura, si hubieras hecho algo, ¿por qué estarías aquí donde están los demás?

Escucharlo hizo que soltara una larga y entrecortada respiración, regalándome apenas un poco. Él tenía razón, no tenía sentido que si hubiera hecho algo malo o fuera parte de los que provocaron el desastre, me dejaran aquí dónde estaban todos a los que hice daño...

Me repetí eso una y otra vez tratando de componerme y no exaltarme, pero, aun así, las dudas seguían, ¿por qué Dmitry y Seis dijeron eso?

—Pero no me has respondido por qué Seis dijo todo eso, ¿por qué dice que me avergonzaré de estar con la niña?

— Porque te culpa por lo que sucedió el día en que los sacamos del subterráneo— respondió y estuve a punto de preguntar qué, cuando él siguió hablando—. Eres una testigo que intentaron matar el día en que los sacamos del área negra, los infiltrados colocaron una bomba y hubo un derrumbe donde la niña Jennifer perdió la vida protegiendo al bebé. Maggie encontró sus cuerpos, es por eso que te culpa por lo que le sucedió.

Clavé la mirada en Tayler quien dormía plácidamente contra mi pecho y bajo el pequeño cobertor, ¿Jenny murió? Entenebrecí solo imaginar el dolor que debió sentir Seis, su llanto en el momento en que la encontró sin vida, ¿por eso me odiaba tanto?

—Nadie aquí sabe que eres una testigo, ni está permitido que lo sepan, así que no le digas a nadie de esto y réstale impotencia a lo que ella te dijo.

No, no pude restarle importancia. Ahora Jenny estaba bien, estaba a salvo, sí, podía entender el rencor de Seis con lo que le pasó, ¿era tanto como para decir que sería capaz de hacer que me mataran?

— ¿Quién más dijo que debías pagar por lo que hiciste? — su pregunta y el toque de sus dedos deslizándose sobre mi hombro me contrajo los músculos—. Si alguien te está molestando tienes que informarnos. ¿Sabes su nombre?

—Dmitry Belov— recordé su apellido.

Incluso lo que él dijo y la ira en su voz era tan similar a la de Seis... Y si lo de Seis era cierto y esa era la razón, ¿qué explicación habría para lo que dijo Dmitry?

—Que no te confunda—me pidió y sobó mi brazo tratando de tranquilizarme, algo que no estaba consiguiendo cuando no dijo más.

¿Por qué Gae no trataba de darme una explicarme por lo de Dmitry? ¿Ni siquiera él se lo preguntaba?, ¿no tenía ninguna duda de por qué me decían eso? No parecía haber un gesto confuso en su rostro y eso solo me aturdía, eran tantas dudas que sentía que estaba hundiéndome en un agujero negro sin retorno.

El hecho de que Damien, George y Brandon fueran interrogados por Anya me tenía aturdida, ¿en serio no le mencionaron a ella lo del frasco con sangre de experimento? Dmitry estuvo suelto todo este tiempo, ¿no le dijo a nadie lo que encontró en mi mochila?, ¿con nadie habló de mí?, ¿por qué no me exhibía delante de los otros? ¿Porque nunca me reconocieron cuando fui detrás suyo?, ¿por qué dijeron que cambió mi aspecto?, ¿por qué mencionaron lo de mi ubicación?, ¿por qué me llamaron Agata?, ¿qué estaba sucediendo?, ¿qué estaban ocultándome?

¿Dónde está Siete? Necesito que calme mis dudas.

—Vamos a cenar— la voz del teniente se alargó en forma de eco y salí de mis pensamientos.

Apenas pude pestañear aclarando la vista, no obstante, mi mente era todo un caos y me asustaba no tener ninguna claridad. No le asentí y moví las piernas hasta detenerme frente a la guardería, di una mirada al perfil del teniente, todavía confundida con que no me preguntara nada o no sospechara de lo que Dmitry dijo, y toqué a la puerta. Molly no tardó en salir, recibiendo cuidadosamente al bebé y dándome la hora en que debía volver por él.

Un extraño vacío me invadió y sin decir una sola palabra me dirigí hasta el bufete, no pude concentrarme en nada en tanto me servía mi antojo. Había tantas cosas que ya no tenían sentido y creí por un momento que estaba armando mi rompecabezas, pero ahora sentía que las pocas piezas que acomodé no se encontraban en el lugar correcto, todo este tiempo las acomodé mal solo para sentir alivio con algunas de mis dudas.

¿Qué fue lo que hice? En vano traté de recordé el momento en que Dmitry me entregó a Jerry, sentía que en ese interrogatorio al que me sometieron estaba la respuesta a todas mis dudas, pero como siempre, nada venía a mi mente.

Me estoy hartando de esto.

—¿Estas bien? — me preguntó el teniente, y no dejó de repararme con rareza.

—Sí.

No, no estoy bien.

—Necesito que mires tú charola.

Hundí el entrecejo antes de hacer lo que me pedía, bajando el rostro y mirando a la charola, once pastelillos se amontonaban en ella. Contraje el rostro y volví a contarlos antes de sentir las mejillas calentarse y la vergüenza morderme el labio inferior.

Esto era lo que tanta confusión me hacía hacer.

—Oh...— fue lo único que salió de mis labios.

Devolví gran parte de ellos y él no dijo nada más. Solo siguió observándome, dándose cuenta de algo me ocurría, de que lo ocurrió en el recibidor me afecto y no olvidaría nunca. Y es que de nuevo sentía que iba a explotar, necesitaba a alguien que pudiera responderme todas esas dudas y después de lo que Gae me dijo, no sabía si podía hacérselas a él.

Me moví bajo su mirada después de servirme lo que cenaría y me aproximé a la mesa más cercana para sentarme.

—Se te olvidó el tenedor — le escuché decir y mi cuerpo se encogió bajo su inesperada inclinación sobre mí. No levanté la mirada al sentir su brazo extenderse junto a mí y sentir que parte de su cuerpo rozaría con mi hombro, solo pude mantener la mirada sobre el cubierto que dejaba cerca de mi mano—, si no, ¿cómo vas a comer?

Su voz penetró mi oído y se apartó de encima de mi rodeando la mesa para sentarse al otro lado.

—Que lo que te dijeron no te afecte. No te hará bien pensar en algo que no tiene sentido.

—Cuando pierdes la memoria, alguien te llama hipócrita por tener un bebé experimento, y otra persona te dice que es capaz de hacer que te maten por algo que aparentemente hiciste, es difícil sacarlo de la cabeza—sinceré—. O, ¿crees que estoy exagerando?

No, definitivamente no estaba exagerando.

—No, sé que es difícil—le oí decir a él, sin dejar de analizarme con esa mirada grisácea antes de tomar su cubierto —, pero no dejes que te afecte.

De nuevo no estaba dándome ninguna explicación de por qué no debería afectarme y eso solo me perturbaba más.

—¿Por qué no debería? —no pude quedarme callada—. No me trataste de explicar por qué Dmitry me diría hipócrita o por qué debería pagar.

Bajó el tenedor con el espagueti.

—Él y los hombres del estacionamiento saben que estas bajo nuestra protección. No tienen idea de por qué, pero también supieron que intentaron matarte —inició, y no pude evitar sentir como la ansiedad aceleraba mi corazón —. Estoy seguro que tanto Dmitry Belov como ellos piensan que eres...

—¿Una involucrada? —terminé por él y en un tono bajo a pesar de que las mesas a los costados estaban vacías.

El corazón se me contrajo aun con más fuerza cuando vi como apretó los labios y miró hacía su tenedor. Temí, temí mucho a escuchar su respuesta, y aún más asustada quedé cuando volvió a mirarme.

— Viste y escuchaste algo de los involucrados, por eso eres una testigo, no una culpable.

Entenebrecí volviendo la mirada sobre la charola, no, escucharlo no me tranquilizó porque esa última palabra me asustaba mucho. Y me di cuenta de que era imposible no dejar que me afectara lo que dijeron ellos, con todo lo que sabía a medias era imposible que saliera de mi mente y no evitara preguntarme y tratar de entender cada detalle de mis recuerdos tratando de relacionarlos con sus palabras.

(...)

Cerré la llave y el agua cálida dejó de salir del fregadero. Me aparté el flequillo de la frente y el frio pronto invadió mi cuerpo extendiéndome el brazo para descolgar la toalla y cubrirme con ella antes salir de la ducha. Me acomodé delante del espejo observando mi reflejo, la frente visible y ese par de cejas pobladas y castañas contorneando con el rostro delgado, dueño de un mentón ovalado y una nariz pequeña y recta. No dejé de reparar en el color distinto en mis ojos, esos que intensificaban de formas llamativas con las voluminosas pestañas, ¿quién olvidaría esta heterocromía?

Era imposible que los hombres que me torturaron lo hicieran, más aún que me llamaran Agata cuando mi nombre real era Nastya Alysha Romanova.

Creí que, después de la cena con Gae, darme un largo baño me ayudaría a aclarar la mente, pero no sirvió de nada. Me sentía tan fuera de lugar, dentro de una caja llena de mentiras. Sí, sentía que lo poco que el ministro, Anya y Keith Alekseev dijeron sobre mí era mentira.

Sentía que estaba utilizando una máscara y que no hallaba el modo de quitármela para poder ver qué tanto había detrás de todas esas dudas, qué me ocultaban ellos, qué era yo...

No creí en ninguna de las explicaciones de Gae, por más que las repasé no concordaban con todo lo que sabía. Seis no podía hacer que me mataran solo por Jenny y Dmitry no podría llamarme hipócrita solo porque sabía que me protegían.

Me llamaron Agata, dijeron que cambió mi aspecto, nadie me reconoció hasta que hablé. Nadie cambiaria su aspecto si no tuviera tanto miedo de algo... como ser descubierta.

Alcé el brazo y acerqué la mano al espejo dejando que las yemas resbalaran sobre la suave textura del espejo, justo en la parte donde mi rostro se reflejaba, me miré a los ojos, sintiendo la opresión descomponiéndome la respiración.

—Por favor, no seas lo que me imagino—susurré para mí misma—, no seas uno de esos monstruos que los hizo sufrir tanto.

¿Qué probabilidad había? Lo único que me hacía dudar de ser una de las personas que contaminó a los experimentos era que me dejaron en la base, aquí, con todos ellos. Y no creía que estuvieran tan enfermos como para dejar a una involucrada convivir con los niños y cargar a un hermoso bebé, así que, apenas eso era lo que lograba esparcir un poco mi miedo, pero era todo.

Solté una pesada exhalación y comencé a cambiarme, colocándome la ropa interior que lavé esta mañana y un par de gruesos camisones con los que dormiría. Salí del baño aproximándome al balcón para cubrir los ventanales, la amplia cama daba un aire de soledad y no tardé en acercarme, trepándome sobre el colchón y acurrucándome en el centro. No apagué las luces y abracé la almohada en la que su cabeza se recostó aquella vez, hundiendo mi nariz para percibir su aroma viril y dejando que mi mano, debajo del cobertor y bajo los camisones, acariciara esa cálida inflamación en mi vientre.

Era tan pequeño, pero tan cálido...

Hasta esta pequeñez sentía su ausencia, y me volvía tan sensible y vulnerable porque bastaba con tocarlo para que él volviera a mi mente y me torturara con su recuerdo...

Volví a respirar la almohada y apreté a mi cuerpo, cerrando los parpados y tratando de descansar de tanto estrés emocional y esperando que mañana, por lo menos algo de todas mis dudas se aclarara.

Pero empeoró cuando me desvanecí en ese profundo sueño y cuando aparecí en ese recuerdo.

¿Crees que voy a morir?

Dejé de leer la pantalla del móvil, la cual mostraba que el mensaje de esa mujer pidiéndome contactarla si cambiaba de parecer. Subí el rostro solo para enfocarme únicamente en la niña que yacía recostada sobre la camilla de hospital frente a mí. Sondas se conectaban a su muñecas y brazos, y uno más en su nariz que pertenecía al respirador al costado de la maquina cardíaca.

No tenía cabello, y las orejas eran tan oscuras que opacada el color azul de sus hermosos ojos. Estaba tan pálida y en los huesos que parecía un cadáver y verla así me destrozaba en tantos pedazos que sentía que cada vez menos quedaba de mi vida.

—Cariño, ¿por qué dices eso? — me rogué que la voz no se me rompiera y forcé una débil sonrisa mientras negaba. Quería que me viera fuerte porque si ella me veía segura de lo que decía, me creería—, no vas a morir, solo fue una decaída nada más. Otras veces te paso, ¿recuerdas?

Extendió una sonrisa que me apuñaló el pecho. La piel de sus labios estaba tan ceca que ni aun el bálsamo del labial que le di la ayudaba un poco.

Se me está muriendo lo que más me importa, y no sé qué más hacer para poder evitarlo.

Se desmayó esta mañana y no importaba cuanto tratamos de despertarla, Anhetta no reaccionaba, estaba tan débil y respiraba muy poco. Mamá no dejaba de llorar y con la ausencia de papá, las cosas se pusieron peor. La trajimos al hospital y el medico nos dio la peor noticia. El cáncer estaba tan avanzado en ella que ya no le quedaban tiempo.

Una semana y media más, como máximo si permanecía conectada. Eso fue lo que nos dijo, sino es que menos por las graves condiciones en las que estaba. Así que, o la llevábamos a casa a que pasara sus últimos días con nosotros, o la dejábamos aquí para que durara un poco más de tiempo.

Y esas dos opciones para mi eran inaceptables. No iba a permitir que muriera, tenía una vida por hacer, sufrió tanto y lucho por salir adelante como para que al final, perdiera esta pelea por tercera vez. No iba a permitirlo y por esto desbloqueé de nuevo la pantalla decidiendo a responderle.

"Quiero el trabajo, ¿cuándo empiezo?"

Envié el mensaje al destinatario y...

—¿Sabes en qué estaba pensando, Alisha?

Volví a alzar la mirada atenta a lo mucho que hasta hablar le costaba.

¿En qué? —contuve las lágrimas.

Soltó una pesada exhalación dejando que sus manos se acomodaran encima de la sabana que la cubría, los moretones a lo largo de sus brazos me hundieron el estómago.

En la manta que te tejí — me sonrió —, ¿te acuerdas?

El cobertor de punto colorido se vislumbró a mi mente.

—¿Como voy a olvidarme? — traté de sonreír dejándome acariciar su cabeza en una suave caricia—. Me dejaste muy en claro para que me lo hiciste.

Han pasado 5 meses desde que te la di y no has conseguido un novio y yo quiero sobrinos antes de morir.

Ya te dije que no vas a morir.

Pero algún día lo haré. Veraz, hace cuatros años que el cáncer se fue, y volvió dos años atrás, luego estaba recuperándome y de nuevo mírame, volvió otra vez, así que algún día voy a morir, Alisha — refutó, sentí que me enfriaba con la crueldad de sus palabras—. Tú tienes que usar la manta o tenerla cerca cuando hagas el cuchiplancheo para embarazarte, pero para eso primero tienes que enamorarte y casarte y hasta entonces no te he visto con ningún hombre y no has salido con nadie.

No me interesaba salir con nadie ni mucho menos tenía tiempo para conocer a algún hombre porque me la pasaba trabajando por ella, no lo veía como una carga, era algo que debía hacer. Estaba tan asustada de perderla que no me importaba hacer sacrificio.

No tengo tiempo para pensar en hombres, matrimonio y bebés, ¿lo entiendes? No hay nadie que me interese, pequeña.

Nunca hay nadie que te interese—exclamó —. Desde hace muchísimo que no sales con tus amigas, ya no te compras cosas para ti, vendes tus cosas y nunca has tenido novio ni tu primera vez porque te la pasas trabajando por mi culpa. Te estoy arruinando la vida, ¿verdad?

No digas eso, cariño.

—¡Les estoy arruinando la vida a ti, a mamá y papá! — gritó.

Claro que no — la callé viendo como sus ojos se cristalizaran—. Deja de decir eso.

¡Estoy diciendo la verdad! — chilló con las lágrimas derramándose y empampando sus mejillas—. Mamá tuvo un aborto porque no dejaba de preocuparse por mí y papá casi no está en casa porque siempre trabaja y se le está cayendo el cabello. Tú no iniciaste tu maestría porque también trabajas todo el día, ya no sales y te amargas. Me siento como una carga, como un virus que les está sacando la vida y los estoy enfermando por mi culpa.

Todo el cuerpo me punzó de dolo sintiendo el ardor en mi entrecejo del esfuerzo que hacía por contener el llanto. Llanto que me tragué porque si me rompía delante de ella, se rompería el doble y tanto dolor la haría caer en un pozo profundo empeorándola más.

No eres una carga —bajé el tono de mi voz con dulzura, formándome a no quebrarse y dejando que mis nudillos secaran cada una de sus lágrimas—. Lo de mamá no fue tu culpa, fue un accidente, esas cosas tristemente pasan...

Pero le pasó cuando me puse muy mal.

Y no quiere decir que sea tu culpa— Seguí secando sus lágrimas formándome a mantener mi serenidad—. ¿Sabes por qué trabajamos tanto papá y yo?

Porque me aman, porque su amor por mí es más grande que el espacio y no hay galaxia ni planeta que lo alcancen. Siempre me lo dicen.

Porque es verdad y no queremos que lo olvides— afirmé —. Tienes tanto que dar al mundo, que vale la pena sacrificar un poco de nuestras vidas para darte una oportunidad de seguir viviendo. Por eso luchamos por ti, porque queremos, y porque queremos que vivas no significa que nos perjudiques, es todo lo contrario. Tú haces que queramos luchar para mejor, que queramos luchar para tener más y sin ti, tendríamos menos.

Sus labios se extendieron en una sonrisa que solo aumentó sus lágrimas, esa era la sonrisa que quería ver siempre en ella, una de felicidad, una de fuerza, esa que siempre destacaba en ella y la hacía seguir luchando por su propia vida.

El móvil vibró en mi puño y no tardé en dirigir una rápida mirada leyendo el mensaje de la mujer.

"Buena elección, linda, y justo a tiempo. Dime dónde estás y enviaré a que te recojan, una vez firmes el contrato te daré lo que quieres para tu hermanita."

El corazón se me aceleró en una clase de emoción y ansiedad antes de responderle. No quería el trabajo que ella me proponía y el cual me llevaría a estar un tiempo apartada de Anhetta y mis padres, pero era lo único que me quedaba por hacer, ya no había otras opciones con el tiempo que quedaba. Ellos me darían un órgano y sangre para curarla, les darían a mis padres un tercio de lo que se me pagaría para cubrir las deudas a cambio de irme al laboratorio... Este sería mi sacrifico por ella.

—¿Como van mis princesitas?

Subí el rostro dirigiéndolo a la entrada de la habitación, la cual era atravesada por una mujer de cabellera rubia y ondulada, dueña de un rostro de facciones suaves y una mirada de un encantador azul cielo. Un color hermoso que intensificaba debido al enrojecimiento de sus ojos.

Estuvo llorando todo este tiempo.

Mami— canturreó Anhetta y ella extendió una sonrisa como respuesta —, ¿cuándo va a llegar papá?

Ya terminó de entrenar a los nuevos oficiales, mi amor, así que no tarda.

¿Cómo voy a contarle a mis padres que acepté un trabajo en el que estaría de la ciudad así de la nada? Lo peor de todo esto era que me iría mañana, y tampoco estaría presente el día de la operación de Anhetta...

Alisha—su voz me sacó de mis pensamientos—. Ya no te voy a forzar a embarazarte para cumplir mi sueño.

—¿Otra vez con eso? — mamá río—. Amor, tu hermana tiene 21 años, deja el fetiche de querer verla con una barriga siempre, que tener un bebé no es tan sencillo en la vida.

—Pero tú la tuviste a los 21 así que... Bueno, ya me calmo. La cosa es que ya no la voy a forzar— cruzó sus brazos aspirando los mocos y mirándome con seriedad —, pero espero que algún día lo cumplas porque quiero ser tía de gemelos, ¿oíste? Así que no se te olvide usar mi manta cuando se te ocurra hacerlo con...

Los parpados se me extendieron vislumbrando la potente oscuridad de la habitación, entenebrecí con esa vocecilla dulce extendiéndose en un suave eco que me erizó la piel.

—Anhetta...su nombre supo a miseria.

Solté el aliento entrecortado hasta desinflarme entera, la opresión era tanta que sentí como el pecho se me partía en trizas y las lágrimas se me derramaban lanzando el primer sollozo que me llevó las manos a apartarme el cobertor de encima. Con desespero empujé mi cuerpo del colchó y atravesé toda la cama hasta incorporarme frente al armario.

Abrí una de las puertas y comencé a temblar cuando reparé en el suelo encontré en un rincón esa mochila negra y desgastada...

Era la misma mochila que encontré cuando vine a este cuarto, la misma mochila donde guarde su cobertor.

Me dejé caer sobre las rodillas atrayéndola a mí y abriendo el primer bolsillo para sacar la pesada manta térmica que acomodé sobre mis muslos para mirar una vez más dentro y hallar el cobertor colorido que ella me tejió.

Un nudo del tamaño de un iceberg me atravesó la garganta y metí la mano alcanzando la tela apenas endurecida por la suciedad, la saqué toda lanzando la mochila a un costado solo para tomarla entre ambas manos y contemplarla bajo la escasa luz. Estaba entera y en buenas condiciones, eso me dibujó apenas una débil sonrisa que no duró mucho. Recordaba que esto fue lo primero que empaqué el día en que me despedí de mis padres y el día en que le dije a Anhetta que volvería tras su recuperación. La dejé sobre esa camilla con un beso en la frente, prometiendo que, una vez volviera, saldría por primera vez en mucho tiempo a divertirme con ella.

Pero nunca volví, y ahora ella estaba...

La respiración se me descompuso y el calor abandonó mi cuerpo cuando recordé la noche en que llegué a la planta eléctrica. No dejaba de apretar el móvil en las manos por esa misma noche estaban haciendo la operación de Anhetta, el trasplante que me prometieron para ella y la sangre que la misma necesita. Creí que funcionaría, que finalmente todo volvería a ser como tres años atrás, no más hospitales, no más tratamientos... Pero entonces papá me llamó, su silencio después de preguntarle cómo salió la operación y sus sollozos retenidos me quebraron imaginando la tormenta que me vendría.

Mi niña...—me dijo. Fue la primera vez que lo escuchaba tan infeliz —. Por favor regresa..., Anhetta murió.

Y me rompí. Las lágrimas se derramaron a montones sobre la tela y los sollozos se acumularon tanto en mi garganta que gemí y me incliné sobre el cobertor presa del miserable dolor. Quise volver, rogué porque me llevaran de regreso, pero esas manos estrellándome a la camioneta en la que nos transportaron a la planta, me lo impidieron. Aquel hombre de aspecto joven me dio una advertencia restregándome a la cara que si no hubiera sido por mi decidía tomándome días para pensar, ella estaría viva, y aun muerta tenía que trabajar para pagar todo lo que se le dio a mi familia, ¡todo fue en vano!

—Perdóname—el dolor en la garganta era tanto que apenas pude pronunciarlo, y gimoteé sintiendo como mi alma se desmoronaba, se hacía pedazos —, no pude... no pude salvarte.

No pude salvarla, no pude ayudarla. ¡No pude hacer nada por ella! ¡Le prometí que volvería y estaríamos bien! ¡Nunca volví! ¡Nunca me despedí!

Murió y estoy sintiendo que muerto también.

Gruñí de rabia e impotencia estrellando mi rostro en la suave tela y descargándolo todo, las sienes me punzaron y sentí que la cabeza me estallaría. Mi cuerpo temblequeó, el llanto aumentó sin poder detenerme y el desespero me consumió tanto que sentí como cada musculo se me entumecía. Estaba rota y enfurecida conmigo y eran muchos los recuerdos a su lado, risas, promesas y llantos y ahora nunca la volvería a ver.

Me levanté del suelo sintiendo como las piernas me flaquean. Trepé sobre la cama a grandes pasos hasta sacar bajo la almohada el móvil. Recordaba cada uno de sus números, recordaba sus rostros, recordaba el dolor de mi padre y el llanto de mi madre suplicando detrás de la línea que volviera antes de que ese imbécil me arrebatará mi móvil y me advirtiera que no volvería hasta terminar el trabajo.

Poco me importó pensar en qué trabajé y desbloqueé la pantalla marcando con desesperación los dígitos.

Nunca volví. Nunca pude despedirme y no sé cuánto tiempo pasó desde que ellos no sabían de mí. La pantalla se me nubló y reparé en los números cerciorándome de no equivocarme. este era el número de nuestra casa y marqué llevándomelo al oído antes de morderme el dedo para no sollozar más.

La línea empezó a sonar, pero los segundos pasaban y nadie contestaba, faltaban unas horas para que amaneciera, así que debían estar en casa. Repetí la llamada una y otra vez, apretando el cobertor contra mi pecho y fundiéndome en la ansiedad cuando nadie contestó ni con el siguiente intento.

—¿Qué pasa?, ¿por qué? —la voz se me rasgó y me atraganté con los nudos—. Respondan, por favor, soy yo...

Me aparté el dispositivo marcando apresuradamente al siguiente número el cual pertenecía a mi madre, lo llevé al oído deseando que me contestara y...

—Lo sentimos, el número que usted marcó no existe o se encuentra fuera de servicios.

Ella nunca apagaba su móvil, siempre lo mantenía encendido para cualquier emergencia, ¿por qué esta vez...?

Marqué a mi padre.

Lo sentimos, el número que usted marcó no existe o se encuentra fuera de servicios.

—No, no, no—susurré y volví a marcar no sin antes ver que los números eran correctos.

Pero las mismas palabras se reproducirán sacándome de mi casilla.

—Maldición —gruñí apretando los puños.

Esto no podía estar pasando. No pude entender qué estaba sucediendo ¿Porque estaban ambos números fuera de servicios? Seguí marcando al de la casa y restregué la mano alborotándome el cabello en una acción desesperada cuando nadie respondió, ¿por qué? ¿Dónde estaban? Esto nunca pasaba.

No me detuve marcando incontables veces y suplicando porque alguien me contestara. Pero nada, nadie contestaba.

Que no atendieran el teléfono por mucho que sonara, solo me ponía peor. ¿No estaban en casa? ¿Sucedió algo? Eso último me entenebreció y negué de nuevo con la cabeza, no pudo sucederles nada, quizás estaban en alguna otra parte, pero, ¿en dónde? No llevábamos mucho tiempo desde que nos mudamos a Moscú por el nuevo empleo de papá como suboficial. Y si estaban fuera de la casa, o fuera de la ciudad, ¿por qué sus móviles estaban apagados?

Además, ¿a dónde pudieron haber ido? No éramos unidos con la familia de mi padre y mi mamá fue hija única. Era casi imposible que dejaran la ciudad y sus empleos aun después de la muerte de Anhetta, o, ¿acaso regresaron a San Petersburgo? Era la ciudad en la que antes vivimos.

Negue rápidamente con la cabeza, no pudieron dejarme aquí... A menos que creyeran que también estaba muerta.

Revisé la fecha actual en el móvil recordando el último día que pasé en el hospital e hice un conteo mental sintiendo como de nuevo el oxígeno abandonaba mis pulmones, estuve poco más de cinco meses desaparecida. Eso era mucho tiempo sin saber nada de mi desde la última llamada.

Deben pensar que estoy muerta. La pantalla se llenó de lágrimas y no pude detener el temblor de mi mentón, tantas emociones, tanto dolor y sentía que me estaba ahogando. Me repetí que existía la probabilidad de que todavía creyeran que estaba viva, sin un cuerpo, eso era lo que ellos debían pensar. Solo tenía que intentar contactarme con ellos sin detenimiento, y en algún momento me responderían.

Traté de tranquilizarme, arrastrando con fuerza aire y exhalando largo, el llanto disminuyó, pero las lágrimas no dejaban de fluir y eso porque fueron tantos los recuerdos que me costaba asimilar el lugar donde me hallaba y que ahora Anhetta estaba muerta aun cuando Siete me lo dijo días atrás.

Fue el único que me habló sobre mi familia, me habló sobre mi hermana y dijo que murió. No creí que dolería tanto, era como si me enterraran un puñal que me desgarró entero el corazón. La amaba mucho y ahora no tendría nada más que recuerdos de ella y este cobertor que me tejió con un objetivo.

Se te cumplió, pequeña.

Pero era demasiado tarde, estaba muerta y de no ser porque me decidí tarde, ella seguramente seguiría viva. Alcé el rostro mirando las sombras que se alargaban en las paredes del corredizo que daba a la puerta, seguí observando como si esperara a que apareciera alguien, y apreté los puños sintiendo como la impotencia me quemaba la piel, necesito que me abrace, quiero sentir su calor. Necesito que me mime...

Una pesadez en el vientre me hizo arrastrar aire y llevé el cobertor cubriéndome el vientre antes de soltar todo el dióxido en una larga exhalación. La sensación siguió y aunque no dolía cerré los parpados intentando disminuir el llanto, pero su imagen volvió a aparecer descontrolándome las lágrimas, ella sobre esa camilla de hospital, conectadas a las maquinas, débil, pálida, delgada y con moreteas en todo su cuerpo. Se veía tan mal, pero estaba tan animada de seguir luchando por su vida después de que le dije que encontré el modo de que se mejorara, que finalmente conseguí un trasplante para ella.

Le hice creer que estaría bien, que se sanaría por completo y finalmente saldríamos del hospital, pero solo le mentí...

—Ya no te tortures— me pedí en una queja.

Debía controlar estas emociones, aun si fueran imposibles y me destrozaran, no podía tener este tipo de alteraciones, por mi bien, solo me harían daño. Ya la perdí, no puedo dejarme perder nada más. El corazón se me contrajo más de lo que ya estaba y me forcé a tragar tratando de desbaratar el nudo para luego limpiarme la nariz con el dorso de la mano y deslizarme fuera de la cama con el cobertor de mi hermana y el móvil a la mano.

Tan solo me incorporé, la pesadez se adueñó del resto de mi cuerpo, bajé un poco más el camisón sobre mis piernas antes de moverlas caminando sobre el mármol hasta acercarme a las cortinas rojizas. Aparté una de ellas solo para vislumbrar lo que del otro lado del ventanal ser mostraba. Un atisbo del amanecer apenas alumbraba una pequeña parte del cielo nublado, lo contemplé con anhelo, tenía un leve recuerdo de cuando Anhetta y yo nos sentamos frente a la enorme ventana del hospital, hicimos una pijamada desvelándonos toda la noche con historias hasta el amanecer.

Era una amante de los cuentos de hada con finales felices y romances oscuros y dulces como Jenny, y tal como ella, Anhetta también detestaba algunos de mis finales. Ambas se hubieran llevado muy bien sin tan solo...

Recargué el puño del que sostenía el cobertor y miré una vez más la pantalla del móvil marcando y recibiendo las mismas palabras. Quizás debí esperarme cuando terminara de amanecer, para entonces podrían regresar a casa o ya tendrían sus móviles encendidos.

¿Y si no me respondían a lo largo del día? Tendría que pedirle ayuda a alguien más para poder contactarlos. Pero estaba segura de que Anya Ivanova no querría ayudarme. Si le pedía que me comunicara con el ministro, ¿él me ayudaría a tratar de contactarlos?

No, no lo haría, investigar a mi familia no era parte de su trabajo, eso fue lo que me dejaron en claro tanto ella como Siete, así que estaba sola. De nadie encontraría ayuda y lo único que me restaba era seguir tratando de comunicarme. Solté la cortina dejando que el atisbo del amanecer se cubriera, volví a la cama y sin apagar la lampara, me recosté cubriéndome con el cobertor a la vez que me aferraba a la manta de Anhetta y seguía marcando a los mismos números.

No supe cuánto tiempo pasó ni cuantas veces marqué, solo me di cuenta de que los parpados cada vez más me ardían y me pesaban, me costaba mantenerlos abiertos. El agotamiento emocional y físico se adueñaron tanto de mí que de un momento a otro dejé de marcar hundiéndome en un profundo sueño.

Un profundo sueño donde apareció ella otra vez.

(...)

Los golpes incesantes a la puerta contrayendo mis músculos y apreté el entrecejo removiéndome bajo el cobertor.

Un quejido fue emitido de mis labios y extendí los parpados con cansancio, vislumbrando los arbustos ficticios en la cómoda. Las sienes me punzaron nublándome la imagen y llevándome la mano a la frente cuando el dolor se extendió. Me dolía la cabeza, pero no era solo eso, podía sentir como mis músculos se estremecían erizándome las vellosidades y como parte del camisón se me pegaba ligeramente a la piel de la espalda.

No me siento bien. Volví a removerme y apenas di una mirada a la habitación cuando el recuerdo de Anhetta y mis padres me oprimió el pecho devolviéndome el nudo a la garganta. Ignoré los golpes en la puerta y tomé el móvil junto a la almohada desbloqueando la pantalla, tenía tres llamadas perdidas de Sarah, una de ellas de dos horas atrás. Las pasé de largo solo para observar el total de veces que marqué a cada número hacia horas atrás. Y con la esperanza de que me contestarían finalmente, marqué de nuevo a papá y a mamá, pero las llamadas siguieron sin entrar y la llamada a la casa no era contestada por nadie. Creí alguno me responderían y más abrumada no pude sentirme, ¿y si les pasó algo?

Esto no me estaba gustando, no era normal en ellos que no contestaran.

—¡Señorita, es hora de despertar!

La exclamación de Sarah apenas llegó a mis oídos, amortiguándose con la gruesa madera. Empujé parte de mi espalda y deslicé una a una las piernas del colchón antes de incorporarme. Sentí como los muslos me temblaban, estaba tan exhausta que no tenía ganas de hacer otra cosa que quedarme en cama abrigada y dormida.

Me dirigí al corredizo y tan solo llegué a la puerta, tomé la manija y la giré, abriéndola enseguida. Sarah apareció con una gruesa bufanda en su cuello y un abrigo acolchado sobre su brazo.

—Hasta que me abre, señorita — sonrió—. Llevo tocando a su puerta un buen rato, quedamos en desayunar juntas, ¿no se acordó?

—Lo siento, me quedé dormida— esbocé apenada, en realidad dormí muy poco—. Voy a arreglarme rapi...

—¿No durmió bien? — me interrumpió. Vi como hundía sus cejas de pronto, moviendo sus ojos sobre mi rostro—. Se ve pálida y cansada. Sus ojos están muy hinchados, ¿ha estado llorando?

Se acercó alzando rápidamente su brazo y dejando que sus dedos se deslizaran sobre mi frente.

—Tiene fiebre— reveló con preocupación deslizando su mano sobre mi mejilla—. ¿Se siente mal?, ¿le duele algo más?

—Creo que es porque no dormí bien— inventé.

Apretó sus labios y apartó la mirada.

—Que dormir ni que ocho cuartos— se quejó—, usted se está resfriado, ¿ve por qué le pedí que aceptara mínimo los abrigos? Mi niña no se puede enfermar, le hará mucho daño.

No esperé sentirla molesta antes de extenderme el abrigo y amontonándolo sobre mi brazo antes de quitarse la bufanda también.

— Cámbiese y póngase esto, por favor— me pidió—. Es mío, pero hace tanto frío que me niego a verla en harapos. Baje y vaya a la enfermería, voy a darle algo para fiebre.

Me dio la espalda dejando el umbral. Miré el abrigo en mi brazo antes de seguir su silueta caminando con apresuro hasta el elevador. Sarah seguía preocupándose por mi más de lo normal, lo cierto era que no era por el frio ni que estuviera enfermándome, fue debido a lo de anoche, tantas emociones empezaban a surtir efecto en mí. Tenía que tener cuidado. Cerré la puerta y me aparté dirigiéndome al armario del que descolgué los jeans y una sudadera para empezar a cambiarme, colocándome las bragas que lavé ayer.

Traté de hacerlo lo más rápido que pude, colocándome la bufanda y después el grueso abrigo para tomar de nuevo el móvil y repetir lo mismo. Apreté el aparato en mi puño, reprimiendo la impotencia al no poder contactarlos y me lo guarde antes de acomodar la cama y doblar el cobertor de mi hermana, ese que más tarde lavaría.

Pero, ¿qué hacia el cobertor de mi hermana aquí, en este cuarto? ¿fue Siete el que lo trajo? ¿Él sabía lo que había en la mochila y lo que significaba para mí?

Me tembló el mentón y volví a rodear la cama hasta acercarme a la mochila que yacía en el suelo junto al grueso manto térmico, la levanté dejándola en la cama antes de alcanzar el pesado manto y sentir su áspera y gruesa textura.

Guardé esto y el cobertor el día en que la coronel y el grupo de soldados nos encontraron en el área negra. Era lo único que recordé, la puerta estallando y ellos entrando al lugar con sus armas apuntando a Siete.

Yo tenía la mochila, no él, y aun así, la trajo hasta aquí, la guardó todo este tiempo..., ¿por mí?

Este era el manto térmico que utilizamos en el sofá rojo, es era la segunda vez que tuvimos sexo.

Siete se trepó sobre mi completamente desnudo, empequeñeciéndome bajo su enorme e imponente estructura. Todavía podía recordar el crujir del sofá debido a su peso, todavía podía recordar el aroma de su piel rotundamente caliente, ese aroma viril, ese éxtasis embriagante. Estaba deseosa de tener sexo con él, atrapada en sus enormes manos acariciándome la estructura de mi cintura y haciéndome tan vulnerable ante él, hechizada bajo sus carnosos labios y esa caliente lengua que saboreaba con hambruna y bestialidad la areola de uno de mis pechos. No podía controlar los gemidos y temía que una de esas monstruosidades nos escuchara tal como sucedió en el piso de incubación, así que nos cubrí con este manto...

¿En que momento quedé embarazada?, ¿fue desde nuestra segunda vez?

Una clase de sonrisa extraña se extendió en mis labios, caí en cuenta de que la edad que dijeron que tenía, no era la correcta. No tenía 26 años sino 22 años, y de eso hacia poco tiempo.¿Quién les dijo que esa era mi edad?

Una corta edad...

¿Qué edad tendría él?

Guardé el manto térmico en la mochila y lo dejé junto a la cama antes de decidirme a salir de la habitación. Pero saboreé para mi desgracia, la amargura cuando al abrir la puerta hacia el pasillo, me encontré con Anya saliendo de su había también. Su mirada recorrió el abrigo y arqueó una ceja.

—Es de Sarah—respondí antes de que me hiciera la pregunta.

—¿Y no te incomoda que te presté su ropa solo porque no quieres usar la que se te compró? —me preguntó en tanto cerraba la puerta—. Tu orgullo está siendo un problema para algunos, es solo ropa no creo que te cueste usarla.

Tenía razón, era orgullosa y por ello, seguiría rechazando su ropa. Su hipocresía y el hacerme sentir inferior, la mentira de Siete y el hacerme sentir utilizada, todo eso eran suficiente para seguir rechazando su ropa.

—Como dices es solo ropa, y puedo decidir si o no usarla, venderla o tirarla, ¿no?

No tenía ganas ni la energía de iniciar una discusión así que emprendí el camino sobre el corredizo hasta el elevador que, para mi mala suerte, también lo abordó ella.

Su perfume a cítricos invadió pronto el lugar, fruncí los labios y evité respirarlo mucho, sintiendo los vuelcos estomacales incomodarme en el lugar. Solté una pesada exhalación, tratando de resistir y recargándome en la baranda mientras la veía presionar en la pantalla la planta baja.

—Te ves cansada— la oí comentar cuando las puertas se cerraron—. ¿Qué estuviste haciendo anoche?

—Dormir.

Se volteó y por ese par de segundos me miró como si ocultara algo.

—No parece que estuvieras durmiendo— se acercó a mi—. La cosa es, que esta mañana desperté con cientos de notificaciones en mi móvil de llamadas que estuviste haciendo desde tu teléfono a las 5 de la madrugada.

Respiré hondo deteniendo el dióxido y saboreando la molestia, se me había olvidado que todo lo que hiciera en el dispositivo de algún modo llegaba al suyo también.

—Por desgracia no me llegan los números ni mensajes así que déjame ver el teléfono— Extendió la palma de la mano esperando a que se lo diera—. Te lo prestamos, no es tuyo.

Desenfundé el móvil dándoselo enseguida. No tardó en desbloquear la pantalla y comenzó a revisar el historial de llamadas.

No le quite la mirada de encima preguntándome si en serio ningún de ellos le mencionó sobre el frasco de sangre, me costaba creer que se quedarán callados, pero ella estaba tan entrada en las llamadas. Si le hubieran dicho, desde hacía dos días que estaría preguntándome de la sangre de experimento, no de Siete, no de nosotros.

—¿A quiénes pertenecen estos números? — quiso saber, enseñándome el historial de llamadas—. Supongo que recordaste a alguien, o, ¿no?, ¿a quienes querías contactar?

—No son de tu incumbencia.

—Claro que lo son— espetó —. Ahora dime, ¿a quién tratabas de contactar tan desesperadamente, Nastya?

—A mis padres— respondí de golpe viendo como las puertas se abrían detrás de ella—. Pero sus teléfonos están apagados y nadie contesta en casa, quiero volver a contactarlos más tarde.

Alzó sus cejas en un simple gesto de poca importancia.

—Llamaste sin siquiera notificarnos, y al igual que el resto de trabajadores debías que pedir un permiso y no lo hiciste, ¿y quieres que te permita contactarlos? No, rompiste una regla y hay un castigo para el que desobedece.

—¿Y vas a castigarme quitándome el móvil? — apreté las manos al barandal cuando el elevador se detuvo.

Miró la pantalla y me extendió el dispositivo al tiempo en que se extendían las puertas.

—No, podrías llegar a necesitarlo para cualquier emergencia, tómalo.

Obedecí y estaría pensando en rechazarlo, pero era cierto, lo necesitaba para cualquier emergencia si lo de la torre volvía a repetirse o, alguna otra cosa en la que me sintiera amenazada.

—Pide permiso mañana, si no lo haces y vuelves a llamar, tendré que hablar con el ministro sobre esto — terminó diciendo—. Solo usa el teléfono para comunicarte con nosotros.

Me dio la espalda saliendo del elevador y desapareciendo de mi vista.

Traté de no enojarme, pero no iba a poder soportar el resto del día sin tratar de comunicarme con ellos. Solté la respiración soltando también la baranda que había estado apretando los puños, más tarde, cuando me sintiera mejor, podría ir a buscarla y pedirle que los llamaran. Mis padres tenían que saber que estaba bien, que seguía viva.

Ahora que lo pensaba mejor, desconcertaba que no recordara a quién le envié el mensaje ni mucho menos que nunca nombrara su contacto. Solo sabía que esa mujer me ofreció trabajar en un laboratorio fuera de Moscú, dijo que estaba desesperada por conseguir a mujeres de buen aspecto y que le gusté tanto para el puesto que era capaz de darme todo lo que le pidiera, incluso salvar a mi hermana cuando hablé de su situación.

Dudé y desconfíe negándome a aceptar el trabajo varias veces, que alguien me ofreciera un órgano así tan sencillamente desconcertaba, supe que sería peligroso hasta que entonces lo quise y lo acepté con desesperación. ¿Qué tipo de trabajo me ofreció ella en el laboratorio?, ¿quién era ella?, ¿acaso una de las personas que se dedicaba a buscar trabajadores para el laboratorio? Anya mencionó algo parecido, incluso el testigo que tenían también se dedicaba a conseguir trabajadores de buen físico para el subterráneo.

Me obligué a salir de mis pensamientos y reaccionar con apresuro cuando vi las puertas metálicas comenzar a cerrarse, impedí la acción y salí del elevador girando a la derecha y adentrándome al amplio pasadizo de paredes blancas y piso de mármol. La enfermería pronto se dejó ver a mi costado con la puerta abierta mostrando su interior a mi vista, me detuve bajo el umbral reparando en la parte izquierda del salón donde se acomodaba el par de camillas y las escasas maquinas en cada lado, verlas me regresó al recuerdo de la última vez que la vi y el nudo regresó a mi garganta apretándome los labios.

—Señorita — la voz de Sarah me sacó del pensamiento—. ¿Qué está esperando para entrar?

Sarah se hallaba frente a las repisas acomodadas a lo largo de la pared a mi derecha, acomodaba frascos y cajas de medicamento dentro de una estantería de cristal sobre el mueble de cajoneras.

— Siéntese en la camilla.

Me adentré acercándome a la primera hasta sentarme sobre ella con las manos sobre los muslos. Fue inevitable no alzar el rostro en dirección a las repisas en las que, en cada una, se acomodaban todo tipo de materiales. Las pruebas de embarazo estaban ahí, intactas dentro de un embalse de cristal.

Ahora que recordaba, no me había deshecho de las que tomé, todo este tiempo las mantuve ocultas debajo del colchón de la cama.

—Tómese esto— Sarah se acercó a mí con un jugo de cartón que me extendió—. Es de uva, antes de tomarse lo que le daré, debe tener algo en el estómago para que no le hagan mal.

Lo tomé y di varios sorbos, viendo cómo me acercaba un termómetro digital con el que midió mi temperatura antes de mirar la pantalla.

—No esta tan elevada, aun así, es mejor controlarla— dijo, entornándose a mí con el mismo gesto de preocupación que tuvo en la habitación—, ¿qué más le duele?

—Solo la cabeza —sinceré.

—¿Es todo lo que le duele? —Asentí—. ¿Está segura?

Su insistencia me hizo titubear con el siguiente asentimiento. Frunció sus labios como si esperara a que dijera más, pero se apartó volviendo al mueble de cajoneras.

Ahí fue donde la noté extraña cuando se detuvo y miró confundida las cajas que permanecían fuera de la estantería. Tomó una y la repaso con duda, siguió mirando los medicamentos dejando que el silencio se adueñara del salón. De pronto algo tocó mis labios los cuales lamí con ansiedad, esta era otra buena oportunidad para decirle, no había nadie y estábamos justo en la enfermería donde podría revisarme.

Abrí los labios cuando las palabras se acumularon en mi lenguaje y...

Una caja pequeña y rosa resbaló de su mano y Sarah maldijo arrodillados con nerviosismo antes de recogerla y esconderla detrás de más cajas de medicamento. Seguí observando como sacaba un par de pastillas de un frasco antes de voltear y dirigirse a la puerta la cual, cerró.

Se volteó encontrándose conmigo antes de acercarse con un vaso de agua.

—Tome— me extendió cuatro pastillas que no tardé en recibir, dos de ellas rosadas y pequeñas—. La harán sentirse mejor muy pronto.

Me dio el vaso y le agradecí, me las tomé sin apresuro repentinamente sintiéndome confundida cuando por esos segundos Sarah no me retiró la mirada de preocupación y no dejó de analizarme.

—Señorita...— detuvo sus palabras volviendo a repasar mi rostro—. Sabe que puede confiar en mí, ¿verdad?

Más confundida no pude sentirme, aun así, asentí sin entender porque repentinamente tomó mis manos y miró a la puerta antes de exhalar.

—Vi las cámaras de seguridad — Pestañeé todavía sin entender nada—, las cámaras de seguridad de la enfermería... y la vi a usted tomar las pruebas de embarazo.

Extendí los parpados como única reacción, y no supe qué decir o a dónde más mirar cuando ella dibujó una débil sonrisa sin dejar de mirarme.

—Hace casi una semana que lo sé. Me quedé callada porque creí que, si no me decía nada era porque no lo estaba, pero no puedo dejar de pensar en lo que vi y sentirme preocupada, tan preocupada que dos de las pastillas que le di son vitaminas prenatales...— volvió a detenerse para respirar—. ¿Lo está?

Los nervios recorrieron mi cuerpo acelerándome el corazón, las dudas se acumularon y junté los labios a punto de negar al sentir que, si se dio cuenta hacia días, se imaginaria de quién era.

—¿Está embarazadas? —repitió la pregunta más ansiosa que antes.

—Lo estoy— susurré.

Soltó una exhalación como desahogo llevándose la mano al pecho.

—Mi instinto materno me decía que sí lo estaba— dibujó una sonrisa como si la noticia le gustara—. Usted y mi señorita Pym, embarazadas, no puedo creerlo.

—No se lo diga a nadie, Sarah — pedí, en realidad quise pedirle que no le dijera a él ni a ella—, solo hasta que se note más.

Una petición tonta que supe que no sucederá cuando arrugó su entrecejo.

—Mi niña— alargó acariciándome la mano—, esto no lo puedo mantener oculto por su seguridad y la del bebé. Tengo que informarlo, de otro modo, ¿cómo recibirá ayuda? Solo hay vitaminas e inyecciones suficiente para la señorita Pym, y tengo que pedir para usted también.

Y me desinflé, aunque tuviera razón, si lo informaba a Siete lo sabría y no quería saber cuál sería su reacción. No estaba lista para eso, y no lo estaría, tenía un anillo, estaba comprometido y me mintió. Si le interesara, no tendría esa sortija...

—¿A quién se lo informara? — quise saber.

—A la coronel— dijo y solté el aliento sintiéndome frustrada.

A ella no.

—¿No puede ser con alguien más?

—Me temo que no— alargó con una mueca—, porque ella y el señorito están al tanto de usted y también de todo lo que suceda en la base.

Mi respiración se volvió pesada y no supe qué decir cuando de pronto volvió a mirarme del mismo modo.

—Confié en mí, ¿sí? —me rogó —. ¿Un trabajador o un experimento?

Como quise que no me lo preguntara porque entonces, con esa simple respuesta sería obvio quién era el padre. El único hombre alterado genéricamente con el que sobrevivimos, era Siete, y si respondía que era de un experimento ella lo sabría, ¿no? Después de lo del elevador hace unos días, seguro lo sabría.

— No voy a hacer más preguntas a menos que usted quiera, pero estas son importantes y para su bien— pronunció con lentitud—. Si es de un experimento, tendré que le hagan una prueba sanguínea, porque ese tipo de embarazo como el de la señorita Pym, desgastan el doble o hasta el triple que uno normal, podría ser perjudicial si no se atiende pronto. Por favor dígame, ¿es de un trabajador?

Abrí los labios queriendo responder, pero no hubo palabra que atravesara mi boca. Y es que sentía que ni ella misma se lo creía porque en todo este tiempo por el único que pregunté fue por Siete, no por Richard, así que era imposible que creyera que era de un trabajador, ¿o no? ¿Qué sucedería si le dijera que de uno de ellos?

Se los va a decir y no quiero eso.

—O..., ¿de un experimento?

Me atreví a negar con la cabeza deteniendo sus palabras para esbozar:

—De un trabajador.

Mentir me traería problemas, podría perjudicarme, pero no podía dejar que ese hombre lo supiera. Lo extrañaba, pero me torturaba lo que vi en ese cuarto y su compromiso, así que por mi bien, no quería tener que cargar con más incertidumbres, demasiada confusión me dejó el día en que se fue sin aclararme nada. Si le importara del mismo modo en que a mí me importó, desde cuando evitaría lastimarme.

Y no hubo sorpresa en el rostro de Sarah, solo la misma angustia. Por otro lado, su silencio se sentía casi como si mi respuesta no terminara de convencerla.

—Él no lo sabe—comentó—. El padre no sabe de esto.

Los nervios se me acumularon, no fue una pregunta y menos me estaba preguntado si él estaba o no aquí en la base, si logró sobrevivir o si acaso era el único hombre normal que estuvo en nuestro grupo. Y que no hiciera esas preguntas me hacía pensar que seguro creía que le estaba mintiendo.

— No voy a insistirle en decírme quién es y usted no tiene por qué decirle a nadie de quién es hasta que quiera decirlo— me aclaró, y temí más, esto me hacía creer que se imaginaba que era de él—. Pero tengo que informarlo a la coronel. Lo haré mañana, ¿qué le parece?

¿Qué me parecía? Que así no era como imaginé esta conversación, pero no había otra opción. Y notó mi preocupación, recargando su mano en mi brazo.

—Señorita, espero que entienda que no puedo ocultar su condición porque es por su propio bien— soltó con suavidad—. Pero si necesita hablar y desahogarse cuente conmigo, no es bueno guardarse nada.

El escozor en los ojos me nubló su rostro y mordí el labio inferior, solo esto me faltaba, tener ganas de llorar, pero eran tantas cosas las que tenía atascadas en el pecho que sentía que reventaría. Necesitaba desahogarme.

Sus ojos me escudriñaron con dulzura y no pude controlar las lágrimas derramándose en mis mejillas, tantas preguntas y nadie quién me ayudara, tantos temores y nadie quién me tranquilizara, la mentira de Siete, el odio de Seis y Dmitry, la tortura de esos hombres y la muerte de Anhetta...

—Recordé a mi familia— las palabras desbordaron de mis labios con un nudo en la garganta complicándome la voz—. Tenía una hermana muy pequeña, pero murió y no pude estar con ella...

Frunció sus cejas mirándome con tristeza. Me solté a llorar como una niña buscando consuelo en los brazos de su madre. Le conté todo a Sarah, que trabajé en el laboratorio para que a mi hermana se le diera todo lo necesario para que recibiera el trasplante, pero que murió y no pude regresar, y que anoche intente comunicarme con mis padres, pero nadie me respondió y seguían sin responderme.

Sarah trató de tranquilizarme, repitiendo que seguramente estaban bien, que tarde o temprano responderían y que podía pedirle a la coronel que los buscara, algo que me había aclarado que no haría porque no era parte de su trabajo.

Me saqué las lágrimas cuando rompió su abrazo y aspiré con fuerza, solté un largo suspiro con la opresión todavía en el pecho. No le solté toda mi carga, pero si la que estaba doliéndome más que nada.

—Todo va a estar bien mi niña, estoy segura que deben creer que sigue viva, pero hable con la coronel, ella la ayudará, podría buscarlos y notificarles de usted — susurró con una sonrisa y asentí aun sabiendo que no me ayudaría—, más ahora que está embarazada. Necesitará ayuda de ellos, ya que no acepta la ropa que el señorito le compró.

Una mueca estuvo por cruzar mis labios, sin embargo, no lo hizo cuando sentí su mano recostándose de nuevo la frente.

—No ha disminuido, pero dentro de poco lo hará, por ahora vamos al comedor antes de que termine la hora del desayuno. Necesita alimentarse bien ya que ahora va a comer por dos y creo que vi a la señorita Pym ahí...

Bajé de la camilla, de pronto viendo como ensanchaba aún más la sonrisa como si repentinamente algo le alegrara mucho.

—¿Por qué no se lo cuenta? — aventó con sorpresa—. Me haría mucha ilusión que mis dos futuras mamás compartieran juntas estos momentos. Ya quiero que ambas tengan su primer monitoreo y escuchen el corazoncito de sus retoños. ¿No ha pensado en decírselo a ella?

Varias veces pensé en decírselo, y cada que la veía acariciarse el vientre aún más, pero no pude y no sabía cómo.

—Sí, pero no he hallado el momento— respondí.

—Pues hágalo, yo no diré nada a nadie más hasta que usted lo haga, pero estoy segura que le emocionará saber que también comparten esto en común. ¿Piensa contárselo a alguien más, señorita?

—No lo sé — negué mordiéndome el labio antes de bajar de la camilla—. Pero sé que será inevitable ocultarlo.

— Estarán aquí una buena temporada, le va a crecer la barriguita y se notará. Debería contárselo no solo a la señorita sino a las demás, ¿por qué tenerlo oculto?

Porque si lo hago existiría la amarga posibilidad de que esa mujer supiera de quién era y no quería tener que lidiar con más escenas como las de hace dos días. Pero ya que Sarah se lo informaría, no habría necesidad de mantenerlo callado, solo me quedaba ignorarla de ahora en más porque como dijo Sarah, nadie podía obligarme a responder de quién era.

Pronto sería inevitable que la noticia no llegara a oídos de Siete, o, mejor dicho, Keith Alekseev. Pronto hasta él lo sabría y después de que la pequeña enviará ese mensaje en el jardín del que estaba segura que fue enviada a él, no me quedaría nada por ocultar.

Estaba agradecida de haberle dicho a la pequeña que lo único que recordaba de Siete era su rostro, y solo eso, no más. Mis sentimientos estaban a salvo mientras no mencionara ni aceptara ninguno de los recuerdos que mencionó Jenny, mientras no mostrará que sentía algo por él.

Sarah me tomó del brazo invitándome a caminar, en cuestión de nada salimos de la enfermería. Recorrimos el corredizo mientras me hablaba de lo emocionada que estaba porque se lo comentara a Pym, pero qué, si me sentía forzada se lo contara después o dentro días. Estuve a punto de responderle cuando, desde el elevador a un par de metros de nosotras, Dmitry salió con una mochila pesada colgada al hombro y en compañía del teniente Gae quien le ordenaba moverse.

Eso me desconcertó, más al recordar lo que le dije de él anoche, ¿a dónde se lo llevara?

No obstante, fue inevitable no apartarle la mirada a Dmitry cuando varias cosas se aclararon en mi mente sobre él y sobre mí, sobre nosotros. Fuimos compañeros de trabajo en la zona canina, pero no fue contratado por esa mujer, de algún modo estaba segura de eso. Un día en el que no pude soportar más la rabia y la impotencia que guardé al no poder volver con mi familia y no salvar a Anhetta, Dmitry estuvo ahí consolándome. Fue la primera vez que sus delgados labios tocaron los míos, y días más tarde me llevó a su habitación, y no precisamente para hablar. No.

Dmitry fue el primer hombre con el que estuve...

Pestañeé saliendo del recuerdo cuando él miró de rabillo en mi dirección tensionándome y por poco trabándome las piernas cuando me recorrió con un repudio de ira. Alzó la gruesa mochila sacudiéndola frente a mí, una clara señal de que se lo llevarían de aquí, ¿se lo llevarían al campamento también?

Una mujer de cabellera rubia abandonó el elevador secándose las lágrimas para alcanzarlo y colgarse de su brazo con los ojos llorosos. Por fin pude reconocerla también, era Angela, trabajó como veterinaria en la misma zona, cuidadora de las bestias de las que utilizaban su genética para crear mejores versiones. Le gustaba Dmitry y desde que supo que nos acostamos, no dejó de acercársele, al parecer tuvo lo que tanto quería, y era estar con él.

También la vi en el grupo de Jerry, estuve presente cuando Dmitry encontró el frasco en mi mochila. Por eso su rostro con la peor de las impresiones cuando se le mencionó sobre mí, y también me llamó Agata al igual que el resto. ¿Y no me reconoció? Un mal sabor de boca me arrugó los labios y volví a sentirme frustrada e irritada.

¿Qué estaba pasando? ¿Acaso tenía otro aspecto cuando entré al laboratorio? Pero estos eran mis verdaderos ojos, no tendría por qué ocultarlos. No tendría por qué cortarme de este modo el cabello.

El miedo que sentí anoche frente al espejo volvió y me aferré al brazo de Sarah, prestando atención a la suplica de Angela quien le pedía a Dmitry que no se marchara cuándo el militar le ordenó atravesar la puerta. La cruzó y ella no tardó en perseguirlo llorando con desespero.

Se lo llevarían de aquí. ¿Eso que me decía? Que estaban evitando que se hiciera un problema o que algo más se revelara, pero, ¿qué?, ¿qué estaban evitando?

—Miré, ahí está la señorita Pym— Sarah tiró de mi brazo apartándome la mirada de los ventanales —, y con la señorita Rouss...

Nos adentró al comedor al que apenas pude reparar, y nos guio al bufete dándome una charola para servirme de lo poco que restaba, y otra vez los aperitivos con cacao ya se habían terminado. Seguí sirviéndome tratando de enfocarme fuera de mis pensamientos, algo que no pude, el problema era que había una pregunta que no dejaba mi cabeza. ¿Testigo o algo más?

Cambié mi aspecto porque nadie me reconocía, firmé un contrato del que no recordaba para obtener el trasplante de mi hermana y no quisieron dejarme ir cuando les rogué, Seis, quién no sabía del frasco me odiaba por algo que hice, el teniente no me dio una congruente explicación de por qué Dmitry me dijo lo del elevador y Anya jamás me preguntó sobre el frasco de sangre, un tema que era imposible que Brandon, George, Dmitry o Damien no hablaran para inculparme.

Si colocaba todo esto en una balanza, el peso se inclinaría hacía mis peores temores, porque todo apuntaba a eso y la única razón por la que perdían apenas un poco de sentido era que estaba en la base.

—¿Otra vez sin la señorita Penny? — la pregunta de Sarah me hizo pestañear. Quedé perturbada al darme cuenta de que nos deteníamos frente a la mesa en la que Pym y Rouss estaban—. No me digan que les sigue aplicando la ley del hielo.

Ambas levantaron la mirada reparándonos, ella con una débil sonrisa y Rouss con una mueca en tanto se encogía de hombros.

—Ya ni siquiera me habla, ¿usted cree, Sarah? Me siento como en el colegio— Negó con la cabeza antes de dedicarme una mirada entrecerrada—. ¿Tienes algo que contarnos, Nastya?

Elevé una ceja, confundida.

—No—respondí dudosa mirando a Sarah quien se acomodaba al lado de Pym, por otro lado, hice lo mismo junto a Rouss quien todavía no dejaba de repararme del mismo modo.

—Te vi anoche cenando a solas con ese teniente...

—¿El teniente Gae? —Sarah no tardó en preguntar, mirándome confusa—. ¿Anoche cenó con él?

—No es la primera vez que comen juntos, y con la de ayer ya van tres veces—me codeó y solo pude negar, lo estaban malinterpretando.

—Es solo un amigo.

—Ya va, así se empiezan las relaciones y ya que el soldadito sexy no ha dado sus luces por aquí... no está de más aprovecharlo, ¿no? —Me incomodó su comentario.

—¿El soldadito sexy?, ¿ese quién es?

—El prometido disque de la coronel—canturreó echándose un trozo de jamón a la boca—. El que irradia hormonas cada que viene a la base.

—Ah, el señorito Alekseev—aclaró, de pronto hundiendo su entrecejo un instante con extrañez, antes de enfocarse en mí con interés —. Pero, ¿por qué menciona al hombre y a la señorita?

—Sucede que le permite convivir con el bebé, literalmente le está compartiendo la tutela a ella, ¿no es interesante, Sarah? —respondió Rouss. Una débil sonrisa cruzó los labios de la mujer junto a Pym, y no dejó de mirarme —. Deja que lo tenga cuando quiera, incluso antier le dijeron que él le permitiría tenerlo una noche entera si así lo quería.

La felicidad que se vislumbró en los ojos de Sarah me dejó nerviosa.

—Pero qué amable está siendo el señorito con usted— ladeó el rostro, haciendo un sonido extraño—. Que le permita cuidar del bebé, ¿qué hombre haría eso?

—Supongo que es porque estuve con Tayler en el subterráneo, por eso me permite tenerlo. Sería un poco cruel que no me dejara convivir con él—respondí con calma, queriendo simplificarlas las cosas. No había razones importantes aquí, solo el hecho de que no me negaría acercarme al bebé.

Pero que Sarah me hiciera esa pregunta me abrumaba, ella sabía que Siete estaba comprometido, por lo tanto, que me comprara ropa y le diera a ella trabajo para cuidarme, debería incomodarla, porque no era yo la mujer a la que debería prestarle atención ni darle tanta amabilidad. Así que, que inquiriera me hacía creer que sospechaba de él, como el padre.

—Pues supe que ni siquiera la coronel puede tener al bebé—comentó a mi lado, mordiendo su tostada—. La semana pasada estaba en recepción cuando la escuché pidiéndole a Gertrudis, la señora de guardería, que quería cargar al mismo bebé y no se lo permitieron que porque no tenía permiso del tutor. Así que eso te convierte en la única.

El corazón se me aceleró y no quise malinterpretarla, comiendo del desayuno y preguntándome si acaso eso era cierto. Pero, ¿y qué había de Seis?, ¿a ella no le permitía tenerlo?

—No sé cómo les gustan tanto esos bebés, no me desagradan tienen una cara muy tierna, pero cuando se ponen a llorar no los soporto.

—Los bebés experimentos casi no lloran —comentó Pym, hasta ese momento presté atención al envase de chocolate sobre su charola, y a esos palillos de galleta de los que comía—, de hecho, muy raras se quejan. Son muy tranquilos.

—Es verdad, desde que están aquí no he escuchado llorar a ninguno en guarderia. Son pura risa y dulzura—le siguió Sarah—.  Señorita Pym, a lo mejor su bebé también será igual de tranquilo.

—Me refiero a todo tipo de bebés, y quizas no lloren como un bebé normal, pero no pueden negarme que cada vez que llenan su pañal huelen... —Rouss hizo un gesto de desagrado—, como si se hubieran hechado a perder.

Le dí la razón, ayer que  tuve a Tayler en la habitación lo dejé en el suelo y sobre unas cuantas almohadas jugando mientras terminaba de lavarme los dientes, no esperé sentir ese fétido olor emitiéndose repentinamente en todas partes. Creí por un momento que venia del drenaje en el baño, pero el aroma se concentrab más en la habitación, y cuando vi las manchas oscuras en el mameluco blanco del bebé, quien gateando aproximandose a mi con una adorable sonrisa, lo entendí.

Tuve que abrir los ventanales para que el aroma se fuera y deshacerme del pañal. Estos bebés no eran como un bebé normal, así que supe que debido a su carga genética, algunas cosas también saldrían afectadas y excesicas de ellos.

— Pym, si tu bebé sale igual de tranquilo deberías preocuparte cuando hagan del dos.

La nombrada soltó una risilla negando enseguida.

—Me basta con que nazca saludable— aclaró—, no hay mejor tranquilidad que esa.

—Tú y tus respuestas tiernas, pero, ¿Alek no deja apestoso el baño?

—¡Ahí estás hija de puta!

Un estruendo me encogió de hombros y el ardor en las piernas me clavó la mirada en la charola que azotó contra la mesa la cual espació la comida y restregó la avena caliente sobre mis piernas.

—¡Maldito pedazo de monstruo, por tu culpa se lo llevaron! ¡¿Por qué él y no tú?! ¡¿Por qué ellos y no tú?!

Los gritos ensordecedores se extendieron en todo el comedor y las miradas de Sarah, Rouss y Pym se levantaron hacia mi costado, hice lo mismo encontrando a Angela, la amante de Dmitry dando zancadas y atravesando las mesas con los puños apretados y la quijada desencajada. La rabia incendiada sus ojos hinchados de tanto llorar y sus labios ensanchados escupiendo insultos y palabrerías que no entendí.

—¡Prometí que me quedaría callada si me llevaban con él, pero no quisieron y no voy a volver a verlo hasta que nos liberen! —ladró y tomó una charola de la siguiente mesa lanzándola hasta estrellarla en el suelo frente a mis pies—. ¡Ey, asesina! ¿Por qué tiene que irse él y tú quedarte con nosotros tan cómodamente cuando fuiste la que contaminó a los experimentos?

Las miradas, todas, se tornaron a mí y no pude reaccionar ante el shock, ni mucho menos moverme de mi lugar cuando me lanzó los cubiertos y se detuvo en la mesa frente a mí.

—¡Sí, te estoy hablando a ti, perra desgraciada! ¿A poco creías que todo te iría color de rosa si nadie hablaba sobre ti? — graznó señalándome y palidecí con la ira que resaltó las venas de su cuello—. ¡No tienes vergüenza conviviendo con nosotros sin tener un atisbo de arrepentimiento por lo que nos hiciste! ¿Por qué no te han metido presa?, ¿por qué sigues aquí y en libertad?

Los oídos me zumbaron y todo me retumbó con cada palabra que azotó mi cuerpo. Algo se apagó dentro de mí y el calor me abandonó cuando esa mujer de piel de porcelana y larga cabellera negra, se aproximó detrás de ella, con el mentón levantado y el rostro enrojecido en rabia.

—¡Es como escuchan! — gritó Seis mirándome con odio antes de extender su brazo y apuntarme — ¡Esa humana se ha estado disfrazando todo este tiempo como una víctima más, pero es la que soltó los parásitos y provocó la muerte de muchos inocentes, y nos lo estuvieron ocultando todo este tiempo!

(...)

Bellas no es que no quiera a mi Nastya, la amo, pero, esto tenía que pasar. Tarde o temprano todo explotaría y esto solo es el inicio del caos.

Así que, enciendan sus antorchas.

LAS AMO MUCHOO.

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