No voy a rogarte

NO VOY A ROGARTE

*.*.*

(Preparen sus bates sus antorchas que hoy hay drama, los amooo)

—Pero antes de devorarte...— pausó y las entrañas se me estremecieron cuando terminó de chuparse el ultimo dedo, con esos orbes diabólicos clavados en mi temblorosa existencia —, hay algo que haré primero, pequeña.

Se deslizó fuera del colchón con lentitud, y tan solo enderezó su ancha masculinidad se volteó dejando a la vista su ancha espalda y esas sombras que se le dibujaban a lo largo de sus omóplatos en movimiento conforme se aproximaba a la puerta.

Mordí mi labio, que se saboreara mis fluidos mientras decía esas palabras con erotismo, me dejó tan extasiada, que una guerra interna se estalló en mi mientras le veía detenerse frente a la puerta y alzar un brazo.

Una parte de mi quería entregarse, la otra que crecía en el interior de mi pecho en forma de un temor opresivo quería oponerse con rotundidad.

Y es que, ¿qué estaba sucediendo con él? No le gustaba, pero las aclaraciones que dio parecia... No lo sé. Que dijera que no terminaría la atracción, que me quería viva y para él, confundia, inquietaba. ¿Y qué experimento se acostaba con la mujer que, a pesar de haber sido engañada, lo condenó a morir en el área?

No le hallaba sentido, pero mi corazón estaba emocionado, ilusionado y eso era malo. Sabía que, tal como en el piso de incubación, en la sala y en la ducha, al tener sexo, él volvería a alejarse y yo me sentiría como tonta por haberme ilusionado con sus respuestas. Porque esto para él no era por sentimientos, era por atracción. Sexo, lujuria y deseo, eso fue lo que dijo en la ducha.

Por eso mi pasado no parecia importarle más, por eso no quería terminar con la atracción, porque ya no había forma de salir al exterior y después de todo, el sexo era lo único que se sentía extraordinariamente bien entre los dos, y si yo podía olvidar el laboratorio y lo que hice mientras me embestía, quizás él también olvidaba la muerte de los suyos y el odio que tuvo.

¿En qué demonios estoy pensando? Estoy tan enredada que ni yo misma entiendo mis pensamientos.

Quedé más confundida que antes, pero esta vez, no era por lo mismo, sino por...

El ligero crujir del seguro en el pomo siendo puesto, exploró mis sentidos en un estremecimiento.

—No—aquello resbaló de mi boca, al instante empujando mi espalda para sentarme—. No acepto tu decisión.

El corazón se me desbocó y no solo de dolor sino de nerviosismo y ansiedad cuando vi como su cabeza dueña de una cabellera desordenada se enderezaba removiéndole algunos mechones por detrás, y los músculos de su espalda se tensionaban a mis palabras.

—No te pregunté — su voz engrosada no solo recorrió la habitación, sino mi interior que también se sintió hipnotizado cuando su enorme escultura diabólica se entornó con lentitud frente a mí.

Hechizada fue como me sentí ante la esencia salvaje que desprendía hasta la última facción de sus rostro y orbes negros sombreados bajo los mechones que colgaban sobre sus sienes. Dios. Había visto antes experimentos varones, y ninguno con la escalofriante y enigmática belleza de Siete.

— Entonces, ¿no te interesa mi opinión? — me forcé a que la voz no me temblara.

—¿Interesarme? —Levantó su mentón, oscureciendo la ferocidad de su mirada—. Me bastan tus reacciones para saber que esto también lo quieres, mujer.

Y no mentía porque en serio que quería tener sexo con él, pero me rehusó a esta atracción y lo que mi interior se guarda por él.

Me sentí aún más ansiosa cuando vi esos muslos tonificados marcándose bajo su uniforme conforme se movían con lentitud y en mi dirección, con esa erección estirando la tela de su cremallera.

No, si viene a mí ya no podré escapar y no podré ponerle un final a esto.

—No—esbocé y con gran rapidez me deslicé hacia un borde de la cama, y con esa mirada severa observando hasta el último de mis movimientos, hundí mis pies en el agua para incorporarme y caminar lejos de la litera hasta llegar detrás del sofá.

Aquella acción apenas exagerada provocó que esos anchos muslos detuvieran, y ese torso desnudo y perfectamente construidos por las llamas del infierno se torcieron en mi dirección al igual que ese rostro lleno de perturbadora masculinidad, con una cruda inexpresión.

—Si no vas a terminar con esta atracción... —pausé, endureciendo mi rostro—, entonces lo haré yo.

La firmeza de mis palabras era una cosa, pero en mi interior se desató un huracán de emociones turbias e inquietantes cuando esa comisura izquierda estiró sus carnosos labios, retorciendo su atractivo en una bestialidad escalofriante.

Estas siendo una tonta, lo estas exagerando.

No, estoy haciendo lo correcto.

Solo ver como esa torcedura se desvanecía me hizo saber que sí, estaba exagerando. Y hasta él lo sabía.

— Y lo decides después de tus provocaciones—arrastró cada palabra con una escalofriante seriedad.

—Sí—respondí.

Porque malamente estoy buscando algo más que no debería.

Sombras aterradoras se le dibujaron a lo largo de la piel de su rostro cuando levantó su mentón ladeando apenas su rostro con esa seriedad tan cruda en cada una de sus perfectas facciones.

—No quiero esto— negué con la cabeza—. Así que esta es mi decisión.

Y con la humedad palpitándome la entrepierna y el temblor volviendo gelatina mis piernas, rodeé el sofá, moviéndome entre el agua y hacía la puerta con la necesidad de salir. Sentí que el corazón se me saldría por la boca cuando al detenerme en la puerta, un aterrador y pesado silencio comenzó a invadirme de temblores el cuerpo.

Me detesté al creer que él me detendría y sacudí ese pensamiento, levantando enseguida y con pausa el brazo. Mis dedos apenas tocaron la textura fría del pomo dorado, antes de comenzar a deslizarse sobre ella, enviando mi pulgar para quitar el seguro, titubeando con quitarlo.

Y entonces, el brusco sonido del agua se levantó detrás de mí, aumentando de tal forma que se me endureció hasta el último de mis músculos, volcando ese órgano palpitante solo para detenerlo detrás de mi pecho.

Un quejido se me escapó cuando esos largos dedos, deslizándose a lo largo de mi quijada y a una velocidad tan desconcertante, me apretaron en, casi, un brusco agarré para levantarme el rostro de tal forma que no solo sentí mi cabeza golpear contra su pectoral, sino que sentí apenas el dolor en los músculos de mi cuello estirándose de más.

Y no pude siquiera parpadear, si quiera respirar, quedando instantáneamente atrapada en ese rostro inclinándose sobre el mío, dejando solo unos amenazadores milímetros de distancia como para que esa puntiaguda nariz se rozara a la mía. El modo en que esos mechones negros y delgados se le resbalaban uno a uno los costados de sus sienes y sobre ese par de esféricos orbes lo hicieron lucir tan desquiciantemente atractivo y salvaje que quedé embobada, perdida, atrapada.

Eso me delató.

—¿Qué ocurre, humana?

Las piernas se me volvieron agua caliente cuando toda esa exhalación recorrió con su calidez hasta el último poro de piel de mi rostro, por poco cerrándome los parpados, fascinada ante la sensación, sino fuera por el tono tan engrosado de su voz, y la forma en que me llamó tan diferente a otras veces.

—¿Tienes problemas con abrir la puerta? —El tenso movimiento de sus labios escupiendo esa pregunta en un tono lleno de frialdad, me desinflaron en una clase de exhalación helada.

Más me desinflaron cuando eliminó la distancia para dejar que el lóbulo de su nariz se frotara a la mía, enviando esas corrientes eléctricas y adormecedoras que por poco me cerraron los parpados entregándome ante las fascinantes caricias.

El corazón se me encogió.

No hagas eso, así no podré terminar con la atracción.

Un gemido estuvo a poco de escapar de mis labios cuando sentí esos largos dedos deslizándose sobre mi abdomen solo para tirar de mi cuerpo y pegarme de un solo golpe brusco a su duro torso.

—¿O estas esperando a que te detenga y te haga cambiar de opinión? — arrastró con esa cruda frialdad, tirando aun más de mi quijada para arrebatarme un quejido de dolor.

Los dedos en mi abdomen se deslizaron encima de la tela de mis jeans y hacía mi vientre para empujar también mi trasero contra su entrepierna y apretarse contra ese bulto tan palpitante de calor que las entrañas, todas, temblequearon hasta deshacerse, volviéndose un montón de trozos calientes humeando ante la exquisita sensación, imaginando para mi lamento lo que se sentiría mí no tuviera los jeans...

—Te hice una pregunta —Respigué ante su gruñido retenido entre dientes, remojándome los labios temblorosos con su cálida exhalación.

Esa que me di cuenta que no volvería sentir contra mi piel.

—No— solté, odiando como los latidos de mi corazón se aceleraban ante mi mentira. Peor aun cuando dibujé en mis labios una burlona sonrisa que pareció tensionarlo más—. ¿Por qué querría cambiar de opinión?

Y creí que con mi pregunta su mandíbula se endurecería o sus carnosos labios se estirarían en una mueca, pero la frialdad que se apoderó en su rostro instantáneamente hizo que algo muy duro cayera sobre mi pecho.

—Entonces deja de titubear— alargó con el mismo crepitar, arrebatándome un jadeo cuando, al ladear mi rostro con rotundidad pegó esa carnosa boca contra la mía y con tanta delicia que mis labios se abrieron a punto de traicionarme y besarlo—. Una vez salgas de aquí, no te tocaré hasta que me ruegues hacerlo.

—No voy a rogarte—susurré con lentitud, sintiendo el movimiento de mis labios moldearse a los suyos dueños de una dura rigidez—. Esta es mi decisión.

Un sonoro jadeo se me escapó cuando él apretó más su boca a la mía, estirándola y retorciéndola con una amenazante lentitud en la que sentí como mis neuronas se trituraban tratando de saber qué clase de mueca o sonrisa era esa.

—Eres tan testaruda, Nastya—arrastró con una severa irritación.

Y arrastré aire cuando sentí esos mismos dedos sobre mi vientre, deslizándose con una rapidez tan inmediata a mi entrepierna, apretándose contra ese par de pliegues tan hinchados y empapados resguardándose bajo la tela de los jeans de una forma tan delirante que por poco gemí.

—Si crees que puedes detener esta atracción, estas equivocada— remarcó mucho esa erre contra mis labios tensos—. Pero te dejaré averiguarlo.

Su escalofriante voz, tan gélida y esos carnosos labios estirándose en casi una mueca sobre los míos temblorosa, me estremecieron con brusquedad, y más me estremeció cuando sus dedos me soltaron la quijada y ese rostro se apartó de mi dejando esa inexplicable ausencia de su calor en mi boca y el calor de su torso sobre mi espalda.

Sentí esa presencia helada invadiéndome los huesos como también sentí que había cometido un error. Uno del que quizás me arrepentiría.

Con unas contracciones aumentando en el interior de mi estómago, dejé que mis dedos quitaran el seguro del pomo y abrí la puerta solo lo suficiente para salir. Y sin dar una mirada detrás de mí la cerré, recargando mi espalda en la madera solo para exhalar entrecortadamente.

Respiré hondo, llenando con fuerza mis pulmones tomándome un segundo para ser aún más consciente de lo que acababa de hacer, sintiendo esa montaña de emociones atascándose en mi cuerpo de tal forma que me descompusiera la respiración.

Hiciste lo correcto. Me repetí, dejando caer la mirada sobre la barra donde se acomodaban todos esos alimentos chatarras.

No, exageraste todo. Si buscabas un fin lo encontraste porque él no va a venir por ti.

Negué con la cabeza y exhalé sintiéndome tan confundida y frustrada conmigo misma, llevando mi mano a restregarse en mi frente y despeinar todo mi flequillo. Lo que empeoraba mi estado aturdido era esa palpitación en mi sexo que no estaba dejándome aclarar los pensamientos por completo.

Me aparté de la puerta, y con ese vacío todavía intacto en mi pecho, y ese malestar estomacal creciendo cada segundo, comencé a cruzar la cocina. Salí hacía el área negra. Ni siquiera le presté atención al sonido de la regadera brotando del umbral de la ducha publica ni mucho menos al piso de incubación. Y mientras me acercaba a la escalera metálica con la necesidad de llegar a la oficina y aclarar mis pensamientos, recorrí lo que pudiera de las enormes puertas metálicas, cerradas a la perfección.

Por lo menos seguimos a salvo.

Me volteé con pausa y frente a los peldaños metálicos, aferrando una mano que me temblaba al barandal. Mi mirada me traicionó cuando al subir el primer escalón, se deslizó clavándose sobre el umbral de la cocina en la que ninguna figura ancha y alta aparecía o se detenía.

—¿En serio?

Y esa voz femenina elevándose delante de mí, me apartó la mirada de la cocina solo para levantarla hacía la escalera metálica, encontrarme con esa figura curvilínea bajando los peldaños metálicos con él bebé en un brazo, y la niña a su lado.

Se me hundió el entrecejo, repentinamente confundida por verla ahí arriba.

—¿Qué hacías en la oficina? — terminé preguntando, subiendo los escalones también en tanto reparaba en el cinturón que cargaba sobre su hombro.

Mi mirada se paseó de la suya a ese pequeño cuerpo en su brazo, cuyo rostro cachetón, giró dejando que esa mirada carmín se encontrara con la mía, aumentando sus balbuceos.

—Ampliando el perímetro de mi visión térmica— escupió, ladeando el rostro con una mueca que retorció sus labios de corazón—. Reviso que no haya temperaturas ni vibraciones o sonidos alrededor del área, ¿por qué?, ¿te molesta que haya entrado a tu cueva?

Estaría sintiéndome atemorizada sino fuera porque no solté nada como para que la hicieran sospechar que yo era una de las involucradas.

—No— alargué espesamente.

—Te estas arrepintiendo de hacerle un drama, ¿no es así? —No esperé que ensanchara una sonrisa burlona que ni siquiera le llegó a los ojos—. Pobrecita, ¿en serio crees que te va a perseguir después de dramatizar así?

Dio un paso más al último escalón que nos separaba solo para dejarme en claro con esa mirada de un gris opaco, cuando le desagradaba.

— Siete no es de los que persiguen a hembras que se comportan como infantes—esputó—. Detesta la debilidad y a todo aquel que le huya, así que perdiste porque él cumple su palabra.

No pude evitar estirar una sonrisa amarga que ladeó mis labios ante esos orbes grisáceos que la contemplaron con molestia. De nuevo se metía en algo que no le correspondía.

—¿Por qué sonríes, humana?

—Porque esto sigue sin tener sentido—solté con notable irritación y hasta negando con la cabeza—, y no pienso discutir con alguien a quien no le incumbe lo que haya sucedido entre nosotros.

Y dispuesta a seguir mi camino, subí el siguiente escalón junto a la pequeña cuya cabellera castaña llegué a acariciar con la mano. Apenas iba a pasarla de largo, cuando su mano se levantó para alcanzarme y apretarme del antebrazo.

Me detuve y giré, hallándome con ese rostro alargado y delgado, con un par de pómulos perfectos y marcados.

—Me incumbe, meterme entre ustedes es algo que haré y seguiré haciendo— recalcó con molestia—. Y no seré su pareja, pero lo que nos diferencia a las dos es el lazo que me une a él y que es más fuerte que la atracción sexual que tiene por ti.

Una sensación helada y pesada invadió el centro de mi estómago donde ese malestar seguía intacto, subiendo hasta el hueco en mi pecho y a la cima de mi lengua en un sabor agridulce.

— Lo que lo irrita a él, me irrita a mí, y tu drama ya lo ha irritado mucho—su voz se escuchó como una amenaza—. No trates de humillarme, porque no vas a lograrlo esta vez.

Esto es estúpido.

—No soy la que te humillo— aclaré, enderezando la mirada—, eres tú haciendo una discusión que no vale la pena cuando puedes estar jugando con la pequeña para que el miedo no la invada.

La manera en que esos orbes de envidiables pestañas se entornaron con recelo, me impresionó. Sí, no se esperaba esas palabras, pero era cierto.

—Este es el único lugar que nos queda, no sabemos en qué momento pueda suceder algo, y tú estás aquí hablándome de él y tu cuando ni siquiera me importa.

Y tras zafarme de sus dedos en un movimiento brusco que hice con el brazo, subí el resto de los escalones, escuchando el retumbar de los peldaños metálicos alejándose cada vez más detrás de mí.

—Voy a ir con ella—Esa vocecilla por poco me detuvo el movimiento de las piernas, por poco me hizo girar, sino fuera por la respuesta que tuvo:

—No.

Estiré una torcida mueca llena de la misma amargura que me provocaba. Claro, no la dejaría acercarse a mi después de lo que le dije.

Me adentré a la oficina, no sin antes levantarme un poco los jeans al sentir que se me resbalaban de la cadera, dándome cuenta de que la liga que sujetaba la tela restante ya no estaba, y giré con la mirada perdida en el pasillo de la oficina y el piso de incubación que no era ocupado por nadie.

Alcancé el pomo de la puerta para empezar a cerrarla con lentitud, revisando esta vez la escalera vacía y ese silencio extendiéndose no solo frente a mí, sino por detrás. Cerré la puerta y quise cachetearme cuando mis dedos dudaron en poner el seguro en el pomo.

No seas tonta, Nastya.

—Como sea—me queje, poniéndolo antes de soltar una larga exhalación y voltearme.

Apenas recargué la espalda en la madera blanca, revisé desde mi posición cada uno de los muebles de la oficina. Desde el cobertor de mi hermana acumulado sobre el sofá y mi mochila completamente cerrada, hasta en el botiquín sobre la mesilla y encima de los archiveros donde el arma y la lata de comida seguían descansando.

Por lo menos no se llevó mi arma.

Y la comida...

Devolví la mirada a la mochila, ver a esa mujer aquí e imaginarla buscando en esos bolsillos estaría preocupándome si no fuera porque en su interior no tenía nada que me hiciera ver como una sospechosa, lo único que había era el frasco de tinte rubio y hacer preguntas por algo tan absurdo sería el colmo.

En fin. Traté de no procesar las palabras de ella, no quería atormentarme con cosas que no me concernía. Y ahora que había tomado una decisión de apartarme de Siete, menos debía incumbirme lo que ocurriera entre ellos.

Otra vez sentí ese hueco en el pecho expandirse insoportablemente.

Una parte de mí se sentía molesta por huir así y quería regresar. Era cierto que esta atracción no tenía nada bueno cuando sentía algo, pero, ¿de qué valdría luchar por apartarme de él?

Lo tendría todo el tiempo en esta área con sus feromonas afectándome a cada momento, ya no existía salida y en cualquier momento algo podía acontecer amenazando con terminar con nuestras vidas.

Entonces, si este lugar era la realidad a la que lo condené a él, a los otros y hasta a mí misma a vivir, y él sabía lo que hice y aun así quería acostarse conmigo, ¿por qué no simplemente me entregué a lo que podría destruirme entera?

Ya te estas arrepintiendo, tonta.

Al final moriríamos, de nada servía oponerme. El hueco en el centro de mi pecho me hizo respirar con fuerza, tratando de llenar ese vacío opresivo.

No quiero verlo morir. No quiero ver morir a nadie más.

—Basta...—alargué, saliendo de mis pensamientos al sentir ese escozor adueñarse de mía ojos.

No, no iba a perderme en ese miedo y esa ansiedad que me producía saber que en algún momento toda esta seguridad que hasta entonces habíamos tenido, terminaría.

Asentí y llevé mis manos a desabotonarme los jeans, bajando enseguida la cremallera para empezar a sacármelos.

Lo deslicé fuera de mis tobillos para acomodar toda la tela sobre mi hombro derecho. Di una pequeña revisada a mis muslos y la manera en que el bóxer se pegaban a la piel de mi intimidad, marcando bastante ese par de pliegues.

Tomé los lazos de la prenda interior para deslizármelo a lo largo de mis muslos, revelando no solo esos largos labios carnosos y enrojecidos completamente mojados, sino todo ese trozo de tela negra bañada en mis fluidos.

Voy a lavarla, definitivamente.

Lo saqué cuidadosa de no manchar los tobillos para incorporarme. Por poco estuve de mover las piernas y dirigirme al lavamanos del baño cuando esos vuelcos en el estómago tan inesperados hicieron que llevara una de mis manos recostándose encima. Tragué y sentí una repentina nausea que me sacudió en espasmos.

Comencé a respirar por la boca rápidamente tratando de aplacar las náuseas.

Uno.

Dos.

Tres, y salí corriendo con la mano golpeándose a mi boca, cruzando todo el centro de la oficina para adentrarme al agua. Lancé la ropa al suelo y me dejé caer de rodillas frente al retrete, sintiendo como esa arcada me inclinaba por completo el cuerpo, expulsando de mi boca todo ese líquido que fluyó con fuerza a lo largo de mi estómago.

Y volví a vomitar, sintiendo como hasta los mechones se manchaba de mi propio quimo, escupí los restos de las galletas, recargando el peso de mi cuerpo con el antebrazo sobre la taza mientras la otra mano llegaba tarde a recogerme los mechones y acomodarlos detrás de los oídos.

—Por lo menos no es sangre— comenté para mí, ahora limpiando los restos de mi boca con el dorso de la mano.

Exhalé largo, y cuando sentí que el malestar disminuyó, me aparté solo para levantarme el camisón y revisar mi abdomen, buscando esa mancha amoratada que me indicaba que el efecto de los residuos de sangre de experimento negro, estaban afectándome de nuevo. No sabía cuántas horas pasaron cuando Siete me inyecto sangre mientras estaba inconsciente. Solo me tocaría estar atenta a los síntomas y a la piel de mi abdomen.

Dibujé una amarga sonrisa en los labios porque por un momento había olvidado los residuos. Estar con Siete hacía que olvidara muchas de las cosas que me atormentaban o aterraban, pero una vez que estaba lejos de mí, volvían.

Ya no olvidaras nada de ahora en adelante.

Tomé los jeans y el bóxer del suelo para incorporarme. Bajé la palanca y me acerqué al lavabo, dando una mirada a lo que se reflejaba en el resto del espejo todavía colgado en la pared mientras acomodaba la ropa sobre el mueble. Sin pensarlo abrí una de las llaves y lavé mi boca con el cepillo de dientes, lavando luego los mechones rubios para desprenderles el mal olor.

Solo entonces, ese sonido hueco levantándose de alguna parte fuera del baño, me hizo respingar, enderezándome de golpe y girándome con rotundidad hacía el umbral.

El corazón me subió a la boca sintiendo los nervios erizándome las vellosidades cuando me di cuenta de que esos golpes provenían de la puerta de la oficina.

No puede ser Siete.

Con rapidez me aparté del lavabo saliendo hacía la oficina cruzando el sofá cama, clavando la mirada en la manera blanca de la puerta, cuyo pomo dorado se movía hacia los costados.

Alguien quería abrir la puerta.

—¿Puedo entrar?

Y esa vocecilla levantándose tímidamente del otro lado de la madera, detuvo el revoloteo en mi corazón.

Era la niña.

¿Y quién creías que podría ser? Terminé de acercarme, llevando mis manos a tirar del camisón azul para que me cubriera gran parte del trasero y la entrepierna. Pronto, dejé que una de las manos tomara la perilla para quitar el seguro y girarla de inmediato.

Y tan solo abrí la puerta, me encontré con ese pequeño cuerpo vistiendo una playera roja y esos ojos verdes asomándose bajo el umbral.

—¿Te ibas a dormir? —preguntó con lentitud y en un tono bajo.

Había pasado minutos desde que la vi en la escalera, y me sentía sorprendido de encontrarla viniendo a mi después de lo que escuché decir a esa mujer.

—No— respondí con una leve sonrisa, abriendo un poco más la puerta para dar una mirada de nuevo al piso de incubación, sin ninguna ancha figura varonil recargándose contra los barandales.

— Vine porque quería saber si el hombre malo te hizo daño— contó, adentrándose a la oficina de tal forma que terminé dándole la espalda al umbral.

Ya no era "el hombre que da miedo", ahora era "el hombre malo."

Me sentí avergonzada de que escuchara esa parte de la conversación en la habitación y nos viera de ese modo creyendo que él me mataría.

—No me hizo daño —apresuré a decir, negando ligeramente con la cabeza —. De hecho, no iba a hacerme daño, pequeña, era solo una broma entre los dos—mentí muy ridículamente, y esperaba que ella no se diera cuenta.

—¿De verdad?

Asentí y ella exhaló con fuerza, como si le quitaran un peso de encima.

—Yo creí que estaban peleándose y como él estaba arriba de ti pensé que te lastimaría, por eso tomé las armas...— explicó —. Y 06 Negro me regañó porque las tomé, y porque fui al cuarto también.

De repente negó con la cabeza frunciendo sus labios.

— No entiendo porque no te quiere, creí que serían amigas— el volumen de su voz disminuyó—, pero a mí sí me caes bien, yo sí quiero ser tu amiga, ¿y tú quieres ser mi amiga?

Esa pregunta me estremeció el corazón, dibujando una sonrisa dulce en los labios, inevitablemente alzando un brazo para dejar que mi mano encima de su cabeza, acariciando su pegajoso cabello.

—Eso me encantaría— sinceré, inclinándome un poco con la mano sobre mi rodilla—. Serias mi primera amiga.

—Y tu mi segunda. Mi primera amiga es 06 Negro, pero ella nunca ha jugado con...—pausó cuando su mirada cayó sobre mis piernas desnudas— ¿Te vas a bañar?

Señaló mis muslos desnudos.

—No— aclaré con calma incorporándome—. Me quité los jeans para lavarlos en el baño, se me apestaron.

—Yo apesto — comentó inclinando su rostro hacia los costados de sus hombros, olfateándose y arrugando su nariz.

Que tierna.

—Apesto muy feo— se quejó—, y el hombre llamado Richard también apestaba por eso fue a bañarse, incluso invitó a 06 Negro a hacerlo con él, pero ella dijo que no quería hacerlo por eso tampoco me deja bañarme.

¿Hacerlo con él? Parecía tener otro significado.

—¿Puedo acompañarte? —inquirió apachurrando sus labios y caminando hacia el centro de la oficina—. Es que no tengo nada que hacer, no tengo sueño ni hambre por eso también vine contigo, apenas pude escaparme de 06 Negro ella estaba con el hombre malo.

Ansiedad y nerviosismo invadieron los latidos de mi corazón y no supe si era porque recordé lo que sucedió en la habitación o porque recordé lo que esa mujer me dijo en la escalera.

—Estamos igual, tampoco tengo nada que hacer— mencioné acercándome a ella—, y no me gusta estar sola, así que me vendría muy bien tu compañía.

—¿De verdad?

Asentí apretando en mis labios la misma sonrisa.

Y así no estaré sola y sin hacer nada, encerrada en la oficina torturándome con los pensamientos y con la entrepierna empapada.

Quedé sorprendida cuando la vi corriendo para aventarse al sofá cama y saltar sobre él.

—¿Y luego de lavar la ropa podemos jugar otra vez a las escondidas? — no tardo nada en preguntar con emoción dando una vuelta entre saltos—. Quiero volver a encontrarte, el hombre que da miedo no me dejó.

La sonrisa se me disminuyó cuando en mi cabeza se reprodujo todo lo ocurrido en ese baño. Siete apareciendo, sus manos ahorcándome y esa carnosa boca devorándome al no ser capaz de lastimarme, su miembro siendo saboreado en mi boca y su rostro inclinándose sobre mí en el más exquisito gesto de placer que nunca olvidaría.

Los muslos se me apretaron contra la entrepierna tratando de detener la palpitación en mi remojado sexo cuando recordé su orgasmo siendo gruñido y el temblor en su imponente figura.

—Me dijo tu escondite y que hiciera como si no te encontrara— Sali de mis recuerdos al verla dejarse caer sobre el sofá para saltar de nuevo—. Él quería jugar solo contigo y a mí me envió con 06 Negro, ella también estaba enojada con él porque dijo que se estaba enfocando en tonterías.

Tonterías. No había salida, y solo nos quedaba aguardar, esperar a que sucediera algo, ¿en qué otra cosa podríamos enfocarnos? Mientras no hiciéramos ruidos fuertes, no estaríamos haciendo nada malo.

—¿Y solo quieres jugar a las escondidas? —pregunté—. ¿O quieres hacer otra cosa?

Ella sacudió la cabeza en asentimiento, bajando del sofá y subiendo para volver a saltar.

—Quiero hacer más cosas contigo— expresó, con todo su cabello levantándosele debido a los brincos—. Después de jugar podemos saltar juntas y contarnos chistes, me gustan los chistes y me sé muchísimos.

—Eso sería divertido.

(...)

Creí que estaríamos jugando a las escondidas tal y como dijo que quería, o a algún otro juego durante horas y luego se devolvería con 06 Negro. Pero no pensé que después la pequeña terminaría recostándose en el sofá cobijándose con el cobertor de mi hermana.

Lo único que habíamos hecho fue hablar demasiado de mí, y saltar sobre el sofá después de que terminara de lavar el bóxer y todavía la entrepierna de los jeans debido a que los fluidos lo habían manchado también.

En fin. Ella había acomodado su cabeza sobre mis piernas, pidiéndome que acariciara su cabellera castaña y le cantara una melodía de cuna.

Me contó que mi voz y mi cabello rubio le recordaban a su examinadora por eso corrió a mi esa vez, porque creyó que era ella. Solo que ella tenía el cabello mucho más largo y ojos de un solo color. Y le acariciaba el cabello cantándole para dormir, porque su bonita voz la hacía tener sueños alegres y ella quería dejar de tener pesadillas.

Aunque no sabía cantar, recordaba haber cantado para mi hermana cuando era más pequeña, así que "estrellita dónde estás" era lo único que brotaba de mis labios y no parecía disgustarle mi desafinar.

Y mientras repetía una y otra vez esa canción, no dejaba de lanzar miradas al umbral de la oficina. Desde que 06 Negro se fue, esa puerta de madera blanca quedó abierta, dejando a la vista parte del pasillo y una muy pequeña parte del piso de incubación.

Había pasado casi cinco horas desde lo de la habitación, o quizás un poco más. El problema era que no podía dejar de procesar y construir preguntas en mi cabeza sobre él, sobre un nosotros, sobre su decisión y sobre algo que ya no tenía caso ni sentido por lo que decidí al final.

Había gritos en mi interior que repetían lo mismo una y otra vez:

Entrégate, no tiene caso luchar más con tu conciencia después de todo lo que hiciste. Te gusta acostarte con él. Es más sexo que sentimiento, y no hay nada mejor que un orgasmo contra su carnosa boca cuando sabes que en cualquier momento pueden morir.

Esas eran las palabras que no dejaban de abrumarme, tentar mi boca con la intención de abrirla y ordenarle venir. Y lo que más me tenía desesperada porque parecía reforzar esa provocación, era la hinchada y mojada piel que se ocultaba del otro lado del camisón azul.

A pesar de lavarme y limpiarme en el baño, seguía sintiéndola húmeda, seguía sintiendo esa maldita y frustrante palpitación apretándome los muslos.

Cinco malditas horas y no podía desvanecerla, y era incómodo teniendo a la niña junto a mí. Así que trataba de ignorarla y perderme en los pensamientos, pero no parecía ayudarme en mucho porque en todo lo que podía pensar estaba Siete incluido de cualquier forma.

Por otro lado. Existía algo más que también me tenía confundida con él. No podía entender qué lo llevó a salvarme en el sótano. Mató a un involucrado y a mí me dejó viva, eso me tenía desconcertada, así no podía dejar de preguntarme por qué no ignoró mi temperatura si era el único capaz de mirarme y sabía quién era yo y lo que hice.

Probablemente era porque me engañaron con el aspecto de ellos y él lo supo, y cuando me vio en ese estado tan deplorable, creyó que merecía una segunda oportunidad.

—¿Puedo preguntar algo?

Salí de mis pensamientos ante la cansada voz de la pequeña. Aparté la mirada del pasillo para ver su pequeño perfil y esos ojos verdes perdiéndose en la mesilla de cristal donde no solo descansaba el botiquín, sino el paquete de galletas vació y lata de fruta mixta que dejé que la niña se comiera.

Además de soportar la humedad en la entrepierna, lo que también estaba soportando era el hambre y solo ver esa lata vacía, me hacía agua a la boca.

—¿Qué quieres preguntar? — Acaricié su cabello con cuidado.

—¿Eras examinadora infantil también?

Me pregunté por qué creía ella que lo era, ¿acaso por el color de los ojos como lo pensó Richard?

—No, ¿por qué lo piensas? — inquirí, devolviendo la mirada al umbral, nuevamente revisando lo que esa parte de mi inquietante quería encontrar.

—Es que me tratas muy bien y sabes jugar conmigo, y las examinadoras infantiles así son de atentas y cariñosas — expresó ella, dibujándome apenas una sonrisa—. ¿No cuidaste a otro infante antes?

Lancé una corta exhalación.

—Sí, lo hice, a mi pequeña hermana.

—¿Tuviste una hermana?

Arqueé una ceja, sintiéndome sorprendida porque creí que me
preguntaría qué era una hermana. Eso quería decir que su examinadora se lo enseñó también.

—Sí—respondí, hundiendo mis dedos suavemente en sus mechones.

—¿Como es ella? — Alzó la mirada para atisbar mi asentimiento—. ¿Cómo es? — bostezó.

Los dedos en su cabello flaquearon ante esa pregunta, sintiendo el corazón encogerse solo recordarla y el escozor enterrarse en mis ojos al recordar la última vez que la vi antes de ser enviada al laboratorio.

Con un gorro tejido por ella misma cubriendo su cabeza calva, una palidez tan marcada en su rostro adelgazado y un enrojecimiento en sus parpados, pero siempre con una sonrisa en sus labios secos y un brillo en sus ojos azules.

—Era hermosa— exhalé de pronto sintiendo la opresión hasta en mi voz—, tenía un hermoso cabello castaño como el tuyo, y unos ojos azules que brillaban mucho cada que se emocionaba. Ella me tejió este cobertor.

Me animé a señalarle la tela con la que se cubría, ella apenas le dio una mirada antes de sacar una de sus manos bajo el cobertor y acariciar la textura.

—Es muy suave y calientita— se acomodó aún más—, ¿qué edad tiene ella?, ¿cómo se llama?

Sentí los músculos apretujándose en mi garganta solo escucharla hablar de ella en presente.

—Se llamaba Anhetta y tenía trece años — encogí de hombros viendo como esos parpados comenzaban a caer sobre sus ojos—. A su corta y tierna edad sabía hacer muchas cosas.

—¿Tenia? —bostezó otra vez acomodando un poco más su cabeza en mi muslo—. ¿Le pasó algo?

Un escalofrió me sacudió hasta el último de los músculos bajo la piel, sintiendo que el aliento me hacía falta. Estos recuerdos me dolían.

—Ella murió — forcé a que mi voz no sonara rasgada, forzándome también a que las lágrimas no me traicionaran —. Estaba enferma, por eso vine aquí a trabajar, quería el dinero para que la curaran, pero, murió.

Y todavía provoqué un desastre.

—Mi examinadora dijo...— pauso solo para bostezar, cerrando sus ojos —, que cuando alguien muere va a un parque muy bonito que se llama cielo..., tu hermana debe estar ahí, tallando en un árbol que te quiere.

Y no fueron un par de lágrimas lo que se derramaron en mis mejillas, sino ese par de comisuras estirándome los labios en una sonrisa que me provocó y la cual llegó hasta mis ojos. Su forma de interpretar el cielo era muy tierna jamás lo habría visto como un parque.

Alcé el dorso de una de mis manos y con lentitud las recogí antes de hundir los dedos de nuevo en su cabellera y acariciarla una vez más.

El silencio pronto comenzó a llenar la oficina, y por varios minutos no dejé de acariciar su cabello, atenta a que no abriera más sus párpados ni hiciera otra pregunta.

—Bien— susurré, decidiendo tomar su cabeza con mucho cuidado, moviéndome fuera del colchón para recostarla sobre el mismo.

Me levanté e incorporé, extendiendo un poco más el cobertor hasta su cuello antes de retirarle un mechón de cabello y acomodárselo detrás de la oreja. Le di una mirada a lo que pudiera ver de su rostro y al modo en que dormía con sus manos juntos y cerca de sus labios, Anhetta dormía igual.

Exhalé largo hasta desinflarme.

¿Y ahora qué hago? Esa pregunta rebotó en mi cabeza, girando el rostro solo para revisar del otro lado del umbral. Había creído que estar de pie me daría una mejor vista del piso de incubación, pero ni siquiera alcanzaba a ver lo suficiente como para saber si alguien estaba ahí.

Mordí mi labio cuando sentí el temblor en mis piernas queriendo moverse en esa dirección y echar solo una mirada. Quería verlo y solo saber que estaba comenzando a contradecirme demasiado me empezaba a molestar.

Me metí en esto, tengo que soportarlo. Me repetí eso cientos de veces apretando los puños de mis manos.

¿Pasaras los últimos días deteniendo tus ganas de montarlo y besarlo? ¿Crees que apartarte de él terminara con la culpa? Tu conciencia ya está pesada, no hay nada bueno ni nada que salvar, todo está perdido, ¿por qué decidiste terminar con esto?

Negué con la cabeza perdiendo la mirada en el reloj sobre el umbral. Lo cierto era que me gustaba un poco, y no soportaría que mirara en mi a la mujer ingenua que cobró la vida de muchos y pronto la suya.

Pudiste terminarlo antes, es absurdo que decidas hacerlo ahora.

Una sonrisa burlona me cruzó los labios, estaba manteniendo una discusión con mis propios pensamientos y me sentía ridícula, pero, para mi pesar eso último era completamente cierto.

Tuve días para negarme a esta atracción y tal y como él dijo, se me ocurrió hacerlo después de provocarlo tantas veces.

Y las piernas se me movieron, sintiendo como la palma de mis pies con lentitud se pegaban al suelo de la oficina y como el umbral crecía cada vez más delante de mí, agrandando el panorama del área negra al otro lado del pasillo estrecho.

Los dedos de mis manos se presionaron contra mi abdomen, sintiéndolos sudorosos cuando al llegar bajo el umbral, di todavía un par de pasos hacía el pasillo. Sentí como ese revoloteo dentro del estómago y esa sensación acelerándome los latidos con locura y nerviosismo comenzaron a aumentar desconsoladamente en mi cuerpo cuando la mirada se me paseó por todo ese amplio y sombrío piso cuyos agujeros estaban taponeados por madera, y en cuyos amplios barandales se recargaba dos cuerpos altos, casi del mismo tamaño, pero uno más delgado y con curvas destacados que el otro.

Solo me perdí en uno de ellos, el único que se mantenía de espaldas, con sus anchos brazos levemente extendidos a los costados y sus amplias manos aferradas al metal, y su cabeza dueña de una desordenada cabellera negra apenas se enderezaba como si mirara la pared agrietada.

Siete...

Me acerqué al barandal, dejando que mis dedos resbalaran encima del metal para aferrarse a él en tanto dejaba que mi mirada detallará la ancha espalda de hombre que me salvó del sótano sabiendo desde mucho antes quien era y todavía regresó por mí y se puso en peligro para llevarme a la zona verde.

Me pregunté por qué regresó por mí. Todavía no podía entender por qué después de ser testaruda con quedarme hasta cambiar mi aspecto él volvió.

Tal vez ni siquiera debería buscarle una respuesta y una razón, pero, cualquiera seguiría su camino y alcanzaría a los otros para salir al exterior.

Aun si él me salvó en el sótano fuera cual fuera su motivo o no, mi comportamiento en el baño de la enfermería fue suficiente como para fastidiarlo. Nadie me hubiera salvado en el sótano, nadie hubiera regresado por mí en el túnel, pero, él sí lo hizo.

Y dice que no le gusto...

Mis labios se apretaron y temblaron a punto de separarse, algo quiso salir de ellos cuando atisbé esa figura curvilínea que, cargando al bebé contra su pecho, se giró dándome la espalda para recargarse apenas contra del brazo de él.

Parece chicle.

Les aparté la mirada sintiéndome tonta de observarlos. Me aparté del barandal solo para recorrer el resto del estrecho pasillo a mi derecha con ese remolino de calor apenas creciendo en mi estómago.

No me gustaba sentirme así, sentir estos celos y este enojo, esta maldita opresión y este deseo de ser yo la que estuviera a su lado. No de pegajosa, rozándome a cada momento con él, sino acompañarlo y hablar. Quería hablar con él, tal y como lo hicimos en la enfermería, en la oficina o en la habitación cuando recién llegamos al área.

Muy pocas veces hablamos uno del otro, luego todo se volvió provocaciones y sexo con mi pasado en medio agrandando la brecha entre nosotros y la cual era aún más amplia ahora.

Y me molestaba, me molestaba que no existiera algo más que nos uniera.

No me gustaba la distancia que mi pasado y mi decisión creaban, no me gustaba que la atracción sexual fuera lo único que nos uniera y que terminaría quizás uniéndonos si lo provocaba una vez más sin sentimiento ni palabras dulces, ni caricias en las mejillas.

Quiero estar con él, pero, ¿cómo?

No quería lujuria. No quería odio ni resentimientos, no quería una atracción insana.

Quería sentimiento, buscaba algo más profundo.

Me di cuenta que quería eso con él. Pero, ¿cómo podría encontrar eso en alguien que odiaba mis actos? Dijo que en esta atracción no había sentimiento más grande que la rabia, no iba a sentir algo de amor por alguien que mató a su gente.

Si yo podía ser capaz de ver en sus ojos lo que hice, ¿qué miraría él en los míos mientras me besaba?

¿Qué sentiría él mientras me acariciaba con delicadeza sabiendo lo que hice?

Arrastré aire por la boca cuando me hizo falta repentinamente, soportando el escozor en los ojos amenazando con nublar e la vista. Me sentí hecha un desastre, finalmente lo que no quería que sucediera ocurrió, lo que dije y supuestamente afirmé que evitaría, sucedió.

Me gustaba un experimento.

Absurdo. Pero sí. Esa pequeña emoción creció más, cuando debió disminuir. Quizás por eso también sentía que sus feromonas tenían más efecto sobre mí, y tal vez por eso esa maldita humedad no disminuía en la entrepierna.

Pero este sentimiento tendría que guardármelo, no había una oportunidad y aun si la hubiera no sería buena.

¿Intentar tener una relación toxica o no en un lugar donde no había ni futuro? En un lugar donde estábamos expuestos a cualquier horror y en todo momento.

Exhalé largo, reparando el resto del área negra, revisando cada una de las paredes que le componían e incluso el mismo techo sobre nosotros.

Había tanto silencio y tanta calma en el área negra que empezaba a acostumbrarme. Esperaba que esta tranquilidad durara mucho, muchísimo tiempo. Que los monstruos que todavía quedaban sobrevivientes del gas venenoso no llegarán a nosotros, que el gas ya no surtiera efecto para poder salir en busca de provisiones, y que los derrumbes y las inundaciones cesarán.

Imposible que algo así sucediera.

Que el área negra quedará intacta, ¿cuál era la probabilidad de que eso sucediera? Aunque ahora parecía firme y silenciosa, quizás dentro de horas algo terrible sucedería.

—No quiero que eso suceda— musité, deslizando mi mano en el borde del barandal cuando el estrecho pasillo finalizó.

Me giré para regresar con lentitud todo el camino que recorrí, devolviendo, desde mi posición, la mirada a esa ancha espalda en el piso de incubación.

Un nudo se me hizo en el estómago sintiendo como las piernas amenazaban con detenerse de golpe cuando encontré ligeramente su imponente cuerpo torcido del barandal, con uno de sus anchos brazos levantado del barandal y en dirección al rostro de ella.

Sus dedos le sostenían la suave quijada, apretándose a esa blanca piel de un modo que le levantaba un poco el rostro hacia el de él.

Hundí el entrecejo preguntándome qué había ocurrido para que él la tomara así. Peor aun cuando la soltó de golpe para devolver su ancho brazo al barandal.

La negación que hizo 06 Negro repentinamente levantando el rostro en mi dirección me dejó confundida, más aún cuando tras acomodar mejor al bebé que dormía sobre su hombro lo pasó de largo, bajando la escalera de asfalto.

Me detuve en la misma zona del pasillo en el que estuve cuando salí de la oficina al verla bajar el último escalón y dirigirse a la escalera metálica.

¿A qué va a subir?

Posiblemente recogería a la niña, o para buscar discutir conmigo de otra cosa sin sentido. Con extrañes y sin entender porque parecía tan molesta mientras subía los escalones, di una rápida mirada al piso de incubación. Siete se había acomodado en la misma posición, apretujando sus manos en el barandal y manteniendo su cabeza levemente cabizbaja.

No entiendo qué ocurre entre ellos o lo que hay.

Aparté parte de mi cuerpo del barandal cuando 06 Negro subió los últimos escalones al pasillo.

—¿Vas a volver a despertarla? No lo hagas, déjala — ordené, dando una mirada al pequeño cuerpo del bebé todavía dormido.

Esos ojos grises se levantaron del suelo donde pisó solo para mirarme. Quedé inquieta ver casi su quijada endurecida.

—Me la llevaré y tú no puedes ordenarme nada.

Y tan solo lo escupió aquello se aproximó a cruzar el umbral para adentrarse a la oficina.

—No tiene mucho que se durmió — Me detuve bajo el umbral, siguiendo su melena moviéndose a los costados conforme se acomodaba frente al sofá—, déjala aquí hasta que por lo menos despierte.

—No— sostuvo deteniéndose delante del sofá para empezar a arrodillarse—. De nada sirve que se quedé aquí sola si tú vas a estar afuera.

La mirada se me puso en blanco solo escuchar la asperidad de su voz.

—Solo porque me aparté unos metros y tan solo unos minutos, ¿la vas a despertar?, ¿en serio? — espeté con una mueca en los labios cuando la vi sacudirle el hombro—. Y dices que yo dramatizo y que soy la inmadura.

— Despierta Verde 56— Me ignoró, sacudió con más firmeza y mis puños se apretaron cuando vi que con ese movimiento su pequeño cuerpo se sacudía.

—Estas siendo pesada— retuve el gruñí, dando pasos hasta el sofá solo para encarar esa mirada que también se había levantado enfurecida a mi comentario—. Si es porque te caiga mal, no te desquites despertando a una niña.

—Ella es mía —enfatizó entre dientes —. Ella y el neonatal, no voy a dejar que una humana débil se los quedé también.

¿Qué me los quede también?

—¿Crees que eso hago? Ni siquiera he vuelto a tocar al bebé —recordé —. Estas exagerando.

—Despierta 56 Verde—Volvió a sacudir el hombro de la niña, logrando que la misma respingara y esos parpados se extendían—Levántate, te llevaré a dormir abajo.

Escuché el quejido que arrastró antes de tallarse los parpados y sentarse. 06 Negro le apartó el cobertor acumulándolo en una orilla de la que resbaló cayendo al suelo, y dio otro empujón al hombro de la niña.

—No puedo creer que para eso la despertaras— arrastré amargada—, para dormirla en otra parte.

—Vamos — le apresuró.

Exhalé con fastidio cuando vi a la niña levantarse con una pesadez muy notoria, nuevamente tallándose uno de sus parpados mientras bostezaba.

A la próxima que la pequeña se duerma en mi sofá, cerrare la maldita puerta con seguro.

Era un hecho que quizás nunca me llevaría bien con esta mujer. Era insoportable, actuaba como una niña.

—¿Jugaremos cuando despierte...? —le escuché alargar, viendo como torcía el rostro y dejaba que sus ojos verdes apenas me miraran adormilados.

Asentí, forzándome una sonrisa.

—Cuando despiertes aquí estaré— sostuve cruzándome de brazos—. Saltaremos de nuevo en el sofá y contaremos historias, ¿qué te parece?

Ella asintió y un bufido de fastidio junto a ella me irritó.

—No te preocupes humana—escupió, alzándome la mirada para encontrar esa sonrisa maliciosa en sus labios —. Seré la que juegue con ella, de ahora en más te quedas sola en este cuarto y no hablo solo de la niña.

Me temblaron las cejas cuando con un orgullo tan inquietante en su rostro me dio la espalda moviendo sus largas piernas hacia el pasillo.

—Si sigues así la que quedara sola serás tú —aclaré.

No dijo nada cuando cruzó el pasillo empujando a la niña a la escalera.

Solté una respiración que demostraba lo mucho que su pesada actitud me había irritado, en tanto seguía sus figuras desapareciendo poco a poco de mi vista.

Nunca llegué a pensar que llegaría un punto en que un experimento me desagradara tanto como lo estaba haciendo ella.

No obstante, esa sonrisa maliciosa y las últimas palabras que soltó me dejaron con un inquietante hueco en el pecho.

Las dijo porque sabía que quizás ya nada pasaría entre Siete y yo.

¿Y entre ella y él? ¿Pasaría algo? La forma en que él la tomó de la quijada y el gesto enojado de ella subiendo la escalera, era claro que habían tenido un desacuerdo o una discusión.

De cualquier modo, a ella se le estaba notando mucho que buscaba algo con él. Y esta vez, después de negarme a la atracción, tenía una oportunidad de tocarlo, acariciarlo y quizás hacerlo tener atracción por ella otra vez.

No sabía cómo trabajaban las feromonas de los experimentos, si podían sentir atracción por dos personas a la vez o volver a tener atracción por la misma persona o no. Hasta donde sabía ellos dos tuvieron esa clase de atracción o esa es a la conclusión a la que llegué después de lo que ella dijo.

Siendo franca no me interesaba saber de ellos, ni siquiera de lo que haría Siete si ella llegara a tocarlo más de lo debido, o si su atracción por mí había disminuido después de mi comportamiento en la habitación.

Claro que te interesa.

Apretujé los labios odiando mi subconciencia, moví las piernas con lentitud dejando atrás el sofá y cruzando el centro de la oficina hacía la puerta con el objetivo de cerrarla.

Mi mano alcanzó el pomo de la puerta. Y a poco estuve de cerrarla cuando al levantar la mirada de la escalera mis dedos perdieron fuerza.

No pude creer que mi estomago se volviera un nudo de nervios, y el corazón latiendo desbocadamente estuviera a punto de atravesarme el pecho a causa de ese ancho cuerpo lleno de imponente y escalofriante masculinidad cruzando el otro lado del piso de incubación solo para detenerse frente al barandal que se extendía delante de la oficina.

Y el aliento se me escapó de los labios entrecortadamente, sintiéndome poseía cuando mi propio cuerpo se enderezó y salió un paso más fuera de la oficina perdiéndome enteramente en ese par de pectorales tan perfectamente construidos bajo esa blanca y fírmeme piel, alargando majestuosas sombras en el resto de los músculos que se extendían en su ancho torso.

Dios mío. Delineé, sin poder impedirlo, cada una de esas venas que le saltaban bajo la piel y se extendían a lo largo de sus brazos, los cuales se recargaban lentamente sobre el metal del barandal, dejando que esos largos dedos lo rodearan y lo apretaran.

Agua se me hizo en la boca cuando reparé a detalle en esa ancha mandíbula, en ese mentón ovalado apenas cuadrangular y esos carnosos labios que llevaban la marca de mis dientes todavía. Di pasos hasta detenerme en frente al barandal y junto a la escalera, subiendo la mirada por esas mejillas cuya textura seguía intacta en las yemas de mis dedos, esos que se apretaron contra mi estomago cuando me encontré con esa respingona nariz.

El recuerdo de la punta cálida de su lóbulo y las sensaciones que brindaba a mi cuerpo con su frote sobre la mía, me estremecieron. Subí más, encontrándome con ese par de aterradores orbes platinados que solo se intensificaban escalofriantemente debido a sus escleróticas negras y ese cumulo de pestañas espesas y largas.

Una mirada diabólica y penetrante, con un par de pobladas cejas y una frente impecable de mechones negros acumulados sobre sus entradas y el resto de sus desordenados cabellos, dándole un aspecto salvaje a esa cruda inexpresión invadiendo cada una de sus facciones llenas de petrificante masculinidad.

Demonios. Me mata su mirada diabólica, todo de él es un imán que me atrae y hace que quiera desvanecer mi decisión.

—¿Qué ocurre, humana?

Un escalofrió removió hasta el más pequeño musculo bajo mi piel a causa de la lentitud con la que esos carnosos labios moviéndose con tensión para emitir su engrosada y escalofriante voz.

—¿No puedes con tu decisión? — No pude creer que la propia piel de mi rostro imaginará la calidad de su aliento derramándose hasta en el último poro—, ¿quieres que te toqué?

El pecho se me oprimió.

Sí, maldita sea, quiero que me toques.

Me di cuenta de que no tenía la firmeza que creí tener, menos la dignidad de ir contra esta toxicidad. Esa parte de mí que prefería ignorar lo que sentía y lo que me dolería, estaba creciendo en este momento.

—¿Y tú? — esbocé, forzándome a endurecer el rostro.

Deslicé al instante mis manos fuera del barandal para mover mi cuerpo y detenerme frente a la escalera.

— ¿Quieres tocarme, Siete? —aventé con lentitud—. ¿Quieres que te ruegue hacerme tuya?

Ese rostro endurecido se ladeó ligeramente hacia su izquierda, levantando también ese mentón hasta oscurecer aterradoramente si mirada rasgada y seria. Se me volcó el corazón acelerándolo ante la retorcida belleza que le dominaba, y ese delgado mechón resbalándole sobre su sien, sobre esa cicatriz por la que todavía tenía curiosidad.

—¿Quieres esto?

Sin perder un solo segundo, dejé que una de mis manos se deslizara de encima de mi estómago, logrando que esos orbes platinados cayeran de inmediato ante a la manera en que mis dedos se recorrían la parte baja de mi vientre para palmeaban.

No pude creer que fuera capaz de ver como esa comisura izquierda se le arrugaba, un diminuto gesto que le torció toda esa belleza tan drástica y escalofriante, desinflándome por completo.

—Esto es lo único que quieres de mí, ¿no es así? —tenté, apartando mi mano del vientre.

Esos orbes feroces se levantaron con una escalofriante velocidad sobre mí, que el estremecimiento que recorrió con rotundidad mi cuerpo volvió hacer gelatina mis piernas a punto de hacerlas fallar.

—¿O es por algo más? — Su mandíbula se tensó ante mi pregunta y no supe por qué demonios terminé preguntando eso.

Una mueca me cruzó los labios cuando esa silueta femenina comenzó a vislumbrarse subiendo la escalera de asfalto.

Mis manos se apretaron aún más en el barandal al atisbar su cuerpo acomodándose pronto junto al de él, ni siquiera le di una mirada, ignorándola, dejando que la mirada se me cayera sobre mis propias manos solo para negar con la cabeza.

—Olvídalo — Y tan solo lo dije, me giré adentrándome a la oficina, cerrando la puerta detrás de mí.

(...)

¡BUM!

HOLA MIS TERNURITAAAAS.

Ya extrañaba mucho dar actualización, dos semanas muy pesadas pero aquí, de vuelta y lista para notificarles que la próxima semana tendrán maratón de dos capítulos. Un capitulo un día y al siguiente el otro.

Algo que aclararles, una de las razones por las que Siete no habla cuando esta en el piso de incubación es porque Nastya no tiene un oído como el de ellos, y la separación del piso de incubación y la oficina es de varios metros,para que no se me confundan.

Espero que este capítulo les haya gustado, los amoooo.

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