No tientes a detenerme
NO TIENTES A DETENERME
*.*.*
(Capítulo con contenido adulto explicito e intenso)
Ese solo segundo en el que cerré mis parpados y dejé que mi boca cubriera la extrema y cálida suavidad de sus carnosos labios en un beso entrañable, una advertencia tan confusa brilló en cabeza:
¡No lo hagas!
Era la voz de mi subconsciente recordándome con claridad que me arrepentiría de tener sexo otra vez con él.
Y estuve a poco de titubear contra la hambrienta boca de Siete que disgustaba de la mía como un niño comiendo su postre preferido.
Pero no quise hacerlo.
Y es que, sentir la forma tan entrañable y perfecta en que nuestros labios se mezclaban desesperadamente buscando más del otro, como si la urgencia de sentirnos de la misma íntima manera en que ocurrió en el piso de incubación fuera tan dolorosa que terminaría con nuestras existencias, era tan vivida y abrumadoramente sincera que no iba a detenerme y prestarle atención a esa leve sensación de temor tratando de oprimirme el pecho.
Quería hacerlo.
Quería entregarme a él otra vez.
Quería que esta maldita manera tan exagerada de actuar de mi cuerpo desapareciera cada que él aparecía en mi radal. Sus feromonas me embobaban, me atolondraban, apagaban mi cerebro, no podía reaccionar ni pensar en nada. Era tan fuerte el efecto que por eso necesitaba terminarlo ya. ¡Ya!
Jadeé contra su boca, la forma tan malditamente lenta en que comenzaron esos dedos a acariciar nuevamente esa zona tan inflamada, empezó a oscurecerse hasta el último de mis pensamientos.
Hasta la maldita advertencia desapareció cuando enseguida esa larga y húmeda lengua invadió con rotundos y estremecedores movimientos el interior de mi boca arrebatándome un segundo y largo jadeo.
Mi lengua despertó también, deslizándose sobre la suya con la misma desesperación, con una danza tan lujuriosa en la que podía sentirlo suspirar, fascinado por la sensación. Lo saboreé tanto como él me saboreó a mí, disfrutando del sabor del otro, exprimiéndonos hasta la última gota.
Esa mano que se mantuvo todo este tiempo aferrándose al extremo del marco, se hundió en toda mi cabellera rubia para aferrarse a mi nuca con la intención de ladear su rostro y tener todavía más acceso a mi boca, aumentando la velocidad de nuestros besos, para colonizar hasta el último rincón de mí y degustarlo con desesperación.
Gemí inevitablemente debido a la lujuria con la que me poseía su larga extremidad. Y gemí una segunda vez cuando dos de sus dedos se presionaron nuevamente contra mi botón, no una, sino repetitivamente, y fueron movimientos tan lentos y marcados, que empezó a atormentarme la palpitación tan exigente y dolorosa que exprimía mi entrada con la necesidad de ser embestida por esos dedos.
Más. Quiero más.
Necesito más.
Sin siquiera detener nuestros besos tan desesperados en el que nuestras respiraciones se mezclaban, una de mis piernas se movió, abriéndose levemente y rozándose contra su muslo solo para permitirle a esos largos dedos un mejor espacio para seguir jugueteando y explorando.
Siete ni siquiera perdió el tiempo, porque tan solo lo hice, esa larga mano se hundió, dejando su pulgar en mi monte, para estirar tres de sus dedos sobre mis mojados labios, acariciando y descubriendo entre ellos un poco más de mi entrada, sin titubeos. Estaba tocándome y acariciando lo que podía de toda esa estructura tan frágil, su tamaño y esa humedad que emanaba de la piel y mojaba por completo sus dedos, perdiéndome con cada toque de una forma tan malditamente tortuosa que me arrebató un respingar y un gemido que fue saboreado por esa boca carnosa.
Pareció gustarle mucho mi reacción por la manera en que esa garganta alargó un gemido ronco e inesperado.
Esos dedos volvieron a presionarse, y solo sentir como sus yemas se rozaban conforme acariciaba, hicieron que mi boca se trabara sobre la suya, moviéndose con mucha torpeza sin saber como seguir el ritmo de nuestros besos.
Ese mismo que perdí cuando, de un instante a otro dos de sus largos dedos se presionaron contra ese pequeño agujero lleno de una urgencia por ser penetrado, entrando con tanta tortuosa lentitud que los labios se torcieron en una mueca de placer.
Demonios.
Las sensaciones que acometió mientras sus largos dedos eran recibidos por todos esos músculos tan tensionados bañados en calor, me hicieron jadear de fascinación.
Temblé, cuando empezó a moverlos dentro de mí, acariciando con una tortuosa pausa lo que alcanzaran de esos músculos acalambrados sobre ellos.
Apenas pude sentir un atisbo de inquietud al saber que él movía sus dedos dentro de mí, como si antes lo hubiera hecho con alguien más.
Jadeé contra su boca devorándome todavía, me perdí en las exquisitas corrientes eléctricas estremeciéndome el cuerpo.
Mis manos volaron a sostenerse de sus anchos hombro para hundir los dedos cuando los suyos se aventuraron a enterrarse todavía más en mi adolorido interior para moverse en ese estrecho espacio. Moverse con una lentitud tan dolorosa que hundió mi entrecejo.
—Más rápido, muévelos más—gemí mi petición contra su boca.
Y de repente, detuvo en movimiento de sus dedos. Y no fue lo único que sucedió ante mi deseo, se apartó de mí y de mi boca. Una reacción que me extendió los parpados con extrañeza para encontrar su figura imponente enderezándose a centímetros de mi cuerpo, y
ese rostro tan sombrío y desgarradoramente atractivo torciendo la parte izquierda de sus carnosos labios con una lentitud que era imposible de no admirar.
Un calor se estampó en todo mi rostro y se deslizó hasta el interior de mi vientre, aumentando esa exigencia contra sus dedos. Quedé atolondrada solo reparará en esa curva tan retorcida de sensualidad y malicia que estaba lejos de ser una mueca.
Maldita sea.
—Mujer —ronroneó, y con una bestialidad tan severa desvaneció la torcedura de sus labios—, planeo saborear hasta el último rincón de tu cuerpo hasta saciarme, pero a mi modo.
El corazón se me desbocó con cada una de sus palabras bañadas en deseo y lujuria, emocionado por que él cumpliera sus palabras.
—No olvides que también debo saciarme de tu cuerpo— la ronquera de mi voz por poco me tomó por sorpresa, como ese largo labio inferior siendo mordiendo con tentación un instante antes de chasquear sus dientes.
—Y no hay duda de que te saciaré —casi lo gruño, en tanto levantaba su ovalado mentón impecable de vellosidades, pronunciando el oscurecimiento sobre sus depredadores orbes—. Pieza por pieza te llenaré de placer.
Y entonces, esos dedos saliendo por completo de mi interior y de una forma tan instantánea que todos esos músculos contraídos gritaron de miseria, dejándome aturdida, más confundida y con una exclamación a punto de salir de mis labios, sino fuera porque enseguida, se enterraron sin misericordia y con una rotundidad tan inesperada en mi interior, que un chillido corto de placer se escapó de mi boca, recorriendo todo el interior de la oficina y el baño.
El cuerpo se me sacudió cuando un segundo gemido me fue arrebatado de la garganta ante la manera en que esos dedos volvieron a salir de mi interior solo para penetrarme y embestirme con cada uno de sus movimientos, sin detenerse, sin siquiera permitirme cerrar la boca y poder respirar o procesar lo que estaba haciéndome.
— Maldición— gemí extasiada delante de esos orbes bestiales que se mantenían atentos a cada uno de mis gestos de placer.
Volví a jadear, sintiendo como me estallaba la cabeza y cada una de mis neuronas se calentaba, iban a explotarme.
Esa carnosa boca varonil se mordió frente a mí, maravillado al ver lo que sus dedos al salir y entrar en todos esos músculos, lograban producir en mí. Perdiéndome a tal grado que ya no pude controlar los jadeos que salían acumulados de mi boca, uno tras otra llenando la oficina.
No supe en qué momento mis caderas comenzaron a menearse contra las rotundas penetraciones de sus dedos, deseándolos sentir más dentro de mí, más a fondo.
Tampoco supe en qué momento mis manos habían pasado de estar en sus hombros a rodear su cuello y hundirse en lo que pudieran de su sedoso cabello y apretarlo entre mis dedos. Ni mucho menos supe en qué momento de toda esa montaña placentera, le había apartado la mirada a esos orbes platinados que contemplaban hasta el último centímetro de mis reacciones sin pestañeos. Mi mirada se había clavado en lo que podía ver de su brazo, y la manera en que las venas se le marcaban con cada presión veloz que hacía con sus dedos en mi interior, retorciéndome de placer.
Me di cuenta, cuando comencé a temblar de manera incontrolable a causa de todas esas corrientes eléctricas sacudiéndome hasta las entrañas, que estaba a punto de venirme...
A punto de llegar al clímax, reventar esa burbuja tan placentera en la que permanecía hundida.
Cerré los parpados un instante antes de ahogando un gemido, torciendo el rostro hacia alguna parte de la oficina, apenas pude vislumbrar el sofá cuando esos otros dedos deslizándose sobre mi mentón en un agarre firme, me obligaron a enderezar el rostro y devolver mi nublada mirada a esos orbes tan arrebatadoramente atrapados en la manera en que me descontrolaba por el placer de sus penetraciones.
¡Y demonios! Tener esa mirada rasgada encima admirando cada detalle del momento en que llegaría a mi clímax, solo terminaba por enloquecerme aún más.
Mis respiraciones se volvieron huecas, los pulmones no podían recibir el oxígeno adecuadamente. Y es que había aumentado el vaivén en sus embistiéndome con tanta desquiciante profundidad que el éxtasis comenzó a deshacerme, romper mi cuerpo pedazo a pedazo y en cientos de fragmentos frente a esa mirada reptil tan sombría que hasta entonces no pestañeó.
Esa maldita burbuja en la que flotaba estaba a punto de ser reventada por ese alfiler.
Y se reventó ese dulce orgasmo que, con tan solo una acometida más de esos largos dedos penetrando mi interior, sacudió mi cuerpo para ser abandonado por un largo gemido que estalló inesperadamente contra esos carnosos labios que de un instante a otro se habían inclinado para devorar. Devorar mi delirante liberación y degustarla con tanta majestuosidad —mientras los espasmos de mi orgasmo debilitaban apenas mi cuerpo —, que no solo me hizo volver a gemir largo, sino que lo hizo a él lanzar un gruñido voraz contra mi boca, demostrando lo mucho que le había gustado lo que me hizo.
Me desinflé toda debido a la deliciosa forma en que me besaba con una enloquecedora desesperación, saboreando el interior de mi boca con su larga lengua, como si besarme fuera tan exquisito para él.
El cuerpo se sacudió en un profundo estremecimiento solo sentir como los dedos salían cuidadosamente de mi interior para acariciar mi frágil botón. Un gemido empezó a tomar forma en mi garganta a causa de ese extasiado jugueteo en mi fragilidad tensionándose otra vez. Un gemido que no pudo resbalar de mi boca debido a la forma tan abrumadora en que esos dedos se apartaron. Por otro lado. Esa otra mano que me había sostenido el mentón, se deslizó de encima de mi rostro, antes de que esa boca terminara con los desesperados besos de tal forma que nuestros labios produjeran un sonido tan esplendido al separarse.
Y pestañeé, aturdida cuando no solo fueron sus labios y sus manos lo que sentí lejos de mi cuerpo, sino el resto de su imponente figura y su sombra cubriéndome. Todavía confundida por su alejamiento, traté de enfocarme en la manera en que Siete retrocedía fuera del marco, unos pasos dentro de la oficina con esa mirada tan penetrante observándome y esas manos deslizándose sobre su cinturón, ese que no tardaron en empezar a desabrochar con lentitud de sus pantalones uniformados donde ese enorme bulto en su entrepierna se dejaba apreciar con bastante claridad.
Oh sí, sí, sí. Eso era lo que estaba esperando.
—Tendré que obligarte a decir mi clasificación ...— esas roncas y crepitantes palabras siendo soltadas con una amenazante lentitud de sus largos labios mientras le veía sacarse el cinturón, me estremecieron.
Una corriente tan excitante se deslizó por toda mi piel cuando lo vi arrojar todas esas armas al suelo produciendo un sonido hueco contra el asfalto, para levantar su brazo y llevar su enorme mano a recoger todos esos mechones de encima de su frente.
Mordí mi labio inferior cuando comenzó a apartárselos para apretarlos con el resto de su cabellera desordenada. Las neuronas se me atolondraron con la vista tan maravillosa que me dio de él, no solo eran ese par de entradas pronunciadas en todas esas facciones masculinas que construían un rostro tan diabólicamente atractivo, sino ese brazo doblado, pronunciando esos músculos y esas venas que saltaban a lo largo de su antebrazo, y todas esas abdominales, y esos pectorales con un par de areolas de las que sentí necesidad de besar y saborear en mi boca.
Y maldije sin dejar de admirarlo por ese instante.
Este hombre era una obra de arte.
Una escultura tan malditamente perfecta construida.
Y ni siquiera hacía falta que se quitara los pantalones para saberlo...
— No solo con órdenes te obligaré a gemirlo...— detuvo sus roncas palabras, para dejarme ver esos brazos a los que se le marcaban los músculos, extenderse a los costados de su cuerpo, para que sus manos tomarán la cremallera de su pantalón, me hizo tragar—, utilizaré métodos que te harán llamarme a cambio de más.
Se bajó la cremallera y se desabotonó el único botón, dándole un toque todavía más provocativo a esas palabras soltadas en tonalidades roncas y graves.
Una descarga eléctrica tan calurosa y palpitante erizó hasta el último de los músculos de mi vientre para contraerlos con palpitaciones cuando se bajó los pantalones uniformados, dejando a la vista esos flexorales marcando los costados de su vientre plano....
Y ese miembro hinchado y erecto, perfectamente levantado, con un tamaño tan malditamente cruel y perfecto como para hacerme imaginaba los chillidos que me arrancaría sin medida al ser embestida por él con la misma velocidad en la que me penetró en el piso de incubación...
En tan solo un segundo el resto de sus muslos tonificados y pantorrillas marcadas se dejó ver, tuvo que inclinarse, cubriendo de mi grandiosa y embobada vista su miembro, para quitarse las botas militares y sacárselas también.
Se me apretaron con mucha fuerza los labios cuando él se enderezó, completamente desnudo tal y como la incubadora lo trajo al mundo.
Levanté la mirada por sus largos muslos hasta ese miembro listo para provocarme orgasmos con su toque, subiendo por cada uno de los músculos que construían su torso hasta esas costillas que se le marcaban. Al final después de tanto contemplar cada pequeña parte de su desnudez y la palidez de su piel, me animé desvergonzadamente a encontrarme con esos orbes grisáceos que todo este tiempo se habían mantenido clavados en mí. Y no solo estaba observándome, sino contemplando la manera en que me lo comía con la mirada...
Y no era una mentira, deseaba comérmelo con la boca, lamer cada trozo de su piel y calificar su sabor tras degustar hasta el último centímetro de su piel, sin ingerir sus fluidos.
—Dudo que lo logres, pero puedes intentar— incité en un ronroneo.
Al instante, le tenté, dejando que mis manos viajaran al nudo del manto alrededor de cuello, desatándolo con muchísima lentitud, para deslizar pausadamente toda esa gruesa principalmente centímetro a centímetro dejando ese par de pechos cuyos pezones se mantenían endurecidos delante de esos feroces orbes que no tardaron nada en contemplarlos con intensidad.
Y tragó, haciendo un vaivén tan exquisito con su manzana de adán. Ver como esa larga lengua se lamia sus carnosos labios como si de pronto quisiera saborearme el pecho, terminó estremeciéndome.
Me gustaba como me miraba...
Satisfecha por su reacción y deseosa de más, seguí apartando la tela de mis largas piernas y esas pantorrillas, acomodando la toda encima de mi brazo. Su mirada depredadora e intimidante cayó desde mis tonillos subiendo con una rotunda sutileza solamente quedar hipnotizado en mi entrepierna.
Su mandíbula se apretó, al igual que uno de sus puños, no esperando a que esa larga lengua saliera y se saliera sus carnosos labios como si tuviera tantas ganas de saborearme.
La entrada me palpitó deseando su carnosa boca cerrándose sobre mi sexo y esa larga lengua jugueteando con mi botón.
—Haré eso y mucho más—su firmeza estaba llena del más dulce y peligroso deseo, mientras contemplaba mi abdomen, lentamente repasando las curvas de mi cintura, para luego, alzar su rostro y torcerlo hacia la puerta de la oficina.
Ese inesperado movimiento me dejó pestañeando, peor aun cuando sus esos oscurecidos parpados en las que sus venas se marcaban, se cerraron.
La manera en que movió su rostro con muchísima lentitud a lo largo de las paredes a los costados de la puerta, me hizo sentir inquietud. ¿Por qué estaba revisando repentinamente? ¿Estaba viendo temperaturas o revisando que no hubiera peligro?
—¿Hay...?
—No— su respuesta crepitó—. Seguimos a salvo, y planeo que siga siendo así.
Ese rostro perfecto y salvaje con su blanca frente libre de mechones, se enderezó entorno a mí. Sus parpados se abrieron con mucha lentitud, dejando esos demoníacos orbes hechizarme.
— Ve y recuéstate en el sofá, te lo haré bajo el manto—su engrosada orden entre dientes, tan estremecedora, me mordió el labio inferior.
Miré una vez más la blanca puerta, relajada de que no encontrara ningún peligro.
Sabía por qué lo haríamos bajo el manto y no tenía ningún problema con eso.
Levanté ligeramente una de mis piernas para dar el primer paso con lentitud fuera del umbral del baño. Caminé con tanta lentitud frente a esa depredadora mirada que se deslizó de mi monte a todo mi cuerpo, que pude ver como su mandíbula se le apretaba.
Di otro paso más dentro de la oficina, sin detenerme y con una tentativa lentitud, dando la espalda a su perfecto cuerpo, con esa mirada atrapada en mi desnudez, siguiéndome en todo momento.
Me aproxime al sofá, sintiendo esa sensación peligrosa devorándome la parte trasera de mi cuerpo.
Al llegar al sofá cama, me descolgué del brazo el manto térmico para acomodarlo en el único amplio respaldo.
Volteé con la misma sensual lentitud, descubriendo como esos orbes rasgados completamente atrapados por un inmensurable deseo de hacerme todo lo que maquinaba dentro de su cabeza, habían estado clavados en mi trasero.
Me incliné, sentándome sobre el suave colchón en el que me empujé para que más de la mitad de mis piernas estuvieran recostadas, antes de dejar que mi espalda y mi cabeza se recostaran sobre el resto del sofá. Así y subiendo una de mis piernas al respaldo, rozando mi pantorrilla con el manto, dejé una gran vista de toda mi zona intima.
Siete tensó su mandíbula por poco desencajándola de su rostro.
Pero esa no fue toda la reacción que tuvo cuando contempló mi posición en todo sentido, como si se tratara de un pastel lleno de cerezas. Sus cejas oscuras se habían hundido al mismo tiempo en que esas manos se apretaron en un par de puños blanqueados por la fuerza.
Y lo que más llamó mi atención en ese instante fue la manera en que esa parte baja de su vientre enrojeció. Muy poco pude reparar en esa piel que parecía inesperadamente irritada, antes de ver la rapidez tan peligrosa en que esos muslos se movieron, atrayendo en mi dirección ese miembro erecto cuya cabeza inflamada, también había enrojecido.
Ni siquiera se detuvo cuando al llegar frente a mí, aproximó su muslo para deslizar su rodilla debajo del respaldo donde se recostará mi pierna, rozándose ligeramente con la parte baja de mi muslo. Enseguida, cuando esos orbes me atraparon con su lujuria, su cuerpo se inclinó, una de sus manos se recargó sobre el manto térmico para que su otra pierna se subiera sobre el colchón y se acomodara bajo mi pierna izquierdo, esa que tuve que levantar para que su muslo terminara de acomodarse bien debajo del mío, algo por poco dificultoso por el estrecho colchón y por lo enorme que él resultaba ser para mí.
El poco espacio del colchón no pareció importarle a él cuando sus largos dedos apartaron el manto del respaldo y con un movimiento tan impresionante lo extendieron detrás de su espalda, alzándolo por encima de su cabeza cada los costados de su hombro, de tal forma que también terminara cubriéndome lo largo de las piernas.
Y sin extenderlo más sobre su cabeza, se inclinó sobre mí, acomodando sus antebrazos a cada lado de mi cabeza para recargar su peso, amenazadoramente acercando su pecho desnudo al mío y esa erección a mi monte, su carnosa boca atrapo mis labios para devorarlos en besos en los que su lengua participaba.
Se inclinó más, dejando que el inesperado calor de su cuerpo se recostara con una profunda electricidad sobre la mía, juntando parte de sus pectorales contra mis pechos y parte de ese torso contra mi abdomen. Ese simple contacto que nos arrebató un jadeo, no se comparó al gemido unísono que se ahogó entre nuestras bocas cuando él meneó sus caderas dejando que su endurecido miembro acariciara con maldita crueldad esos pliegues de piel tan hinchados y mojados.
Todo el cuerpo se me sacudió amenazando con destruirse con ese contacto, sintiendo como lubricada mi zona. Y la fascinante y tortuosa corriente de placer que me envolvió y nubló mi cabeza, hizo que mis piernas sin previo aviso rodearan su cadera bajo el manto para empujar esos endurecidos glúteos con la necesidad de sentir su miembro entrando en mí.
Pero, ¡demonios! Ni siquiera pude mover un solo centímetro su cuerpo a pesar de empujarlo una segunda y tercera vez, logrando que esa carnosa boca se trabara entre besos para estirar sus comisuras en una sensual sonrisa, divertida ante mi desesperación.
— Eres tan...— se detuvo de golpe, ahogando un gemido contra mi jadeante boca, y es que ni siquiera pude evitarlo cuando al no lograr mi cometido, estiré uno de mis brazos para tratar de alcanzar su miembro, ese al que apenas pude acariciar su endurecida cabeza con las yemas de mis dedos antes de que esa enorme mano me atrapara en el acto—. Pequeña...
Amé la manera en que su engrosada y crepitante voz me llamó, y la manera tan sensual en que esos labios se movieron antes de apartarse de mi boca, para dejarme apreciar esos orbes de escleróticas negras tan enigmáticos extendiendo sus parpados enrojecidos dueños de largas y numerosas pestañas.
Muchas más largas que las mías.
— Primero voy a saborear tu cuerpo antes de hacerte mía— recalcó en una pausa tan cautivadora, que hasta suspiré largo.
Y estuve a punto de asentir como una boba, hacerle saber que sí, definitivamente quería que me hiciera suya, pero detuve mi cabeza en el primer movimiento antes de negar enseguida, lamiendo inconscientemente mis labios.
Aquel movimiento de negación que lo dejó tan atrapado, le hizo morder el labio.
— Te equivocas— solté con lentitud, en un tono ronco y juguetón—, no soy tuya.
Una de sus comisuras tembló, pero no se estiró, por otro lado, su ceja izquierda estuvo a punto de arquearse también. Sentí como su mano apartaba la mía de su miembro y la llevaba hasta sus labios donde el delicado roce de su aliento, exploró la piel de mis nudillos hasta estremecerla.
Pero no la besó tal como lo hizo en la puerta, solo dejó que su boca rozará.
— No, no lo eres— determinó y su voz tan desconcertantemente ronca y aseverada me cortó el aliento.
Algo en mi interior se congeló otra vez. Por un instante había creído que diría otra cosa, sin embargo, no pude creer que palabras tan crudas y ciertas como esas pudieran hacerlo lucir tan atractivo y tan frívolo a la vez.
Y no esperé verle soltar mi mano enseguida, levantar su cuerpo caliente del mío para tomar los pliegues del manto y estirarlos un poco más a los costados de mi cuerpo antes de encontrarlo inclinar su rostro sobre uno de mis pechos.
—Al menos por ahora, Nastya...— mi nombre siendo ronroneado contra la caliente piel de mi pecho izquierdo, abrió mucho mi boca, más lo hizo cuando sentí el roce de sus sobre el inicio de mi areola endurecida.
El gemido que se escupió cuando esa caliente lengua se recostó sobre mi pezón al mismo tiempo en que esa mano me tomó de las costillas con suaves y eléctricas caricias, rebotó en el techo de la oficina donde mi mirada se clavó tanto de temor como de placer.
Apreté los labios ahogando un gemido ante el delirante placer de su boca cerrándose en la cima de mi pecho y esa lengua saboreando mi pezón con tantas ganas. Mis manos volaron desesperadamente a tomar parte del manto para arrastrarlo el resto de la tela encima de mi rostro, de tal forma que terminara cubriendo por completo nuestros cuerpos hundiendo nuestro estrecho alrededor de oscuridad y delirios.
Gemí otra vez y contra el manto. Dejando que mis dedos se hundieran en todos esos mechones de su cabello oscuro. La espalda se me arqueó mientras cerraba los dientes debido al roce de los suyos contra esa parte de mi antes de chupar y juguetear.
Su boca abandonó mi pecho, dibujando entre la sofocante oscuridad, un camino de besos en el centro de mi tórax para besar mi otro pezón, ese al que le dedicó unas caricias tan lujuriosas con su pulgar antes de saborearlo con su lengua y chuparlo.
Los sonidos que su boca y lengua hacían contra mi piel, fueron memorizados.
Ese delirio en el que me perdí un instante disfrutando la manera en que su lengua se paseaba por cada trozo de piel que conformaba mi pecho, continuó, de repente dejando que su larga lengua se paseara al centro de mis costillas con lentitud, saboreando cada trozo de piel chupando y besando, exprimiendo el sabor de mi cuerpo, marcándome con sensaciones tan fascinantes.
No era una mentira cuando dijo que saborearía cada parte de mí. Él estaba cumpliendo sus palabras.
Le sentí recorrerse más encima de mi cuerpo, sintiendo sus piernas abandonar una a una y cuidadosamente el colchón del sofá.
La mirada se me paseó de la tela negra sobre mi rostro a ese repentino atisbo de luz adentrándose bajo el manto térmico debido al movimiento que hacía ese monumental cuerpo saliendo del sofá, acomodando sus rodillas contra el suelo y dejando su torso desnudo frente a mis extendidas piernas. Apenas pude percibir su mirada poseída por el deseo, cuando esas manos tomando mis pantorrillas con fuerza, tiraron de mi cuerpo, recorriendo parte del colchón, acercándome peligrosamente a ese torso.
Jadeé de la inesperada sorpresa, observando encantada la manera en que acomodaba mis piernas sobre sus anchos hombros. Observando hechizada, como esa larga lengua se lamia sus labios y esa mirada diabólica no se apartaba de mi sexo.
Inclinó de nuevo su rostro, pero sobre mi abdomen para saborearlo. Todo volvió a oscurecerse y mi espalda arquearse ante esa lengua chupando mi ombligo, ese que desde nacimiento tuve de fuera.
Respigué ante las descargas placenteras que cada uno de sus besos construyó, volviendo a dejar mis manos enterrarse en su cabellera, esa que por instantes se rozaba contra mi piel por el movimiento de su rostro y esa boca hundiéndose en mi estómago.
Y empezó a bajar, centímetro a centímetro a la parte baja de mi abdomen: mi vientre.
El corazón saltó desbocado bajo mi pecho, y no por la manera en que esa lengua saboreándome el vientre, sino al sentir sus manos tras deslizarse en la curva de mi cintura, acariciaron mis glúteos levantando un poco mis caderas del sofá.
Una de esas enormes manos, se paseó por toda la cara interna de mi muslo para aferrase sus dedos sobre la ingle, logrando que un cosquilleo se intensificara en esa zona, donde el ardor de una potente palpitación comenzaba ahumarme la cabeza.
Lamí mis labios al sentirme tan ansiosa y temerosa. Cada fibra de mi cuerpo lo supo y gritó solo saber la dirección que esa larga y caliente lengua de este experimento estaba tomando.
Saborearía esa parte de mí, esa entrada empapada palpitando con exigencia de ser atendida y consolidar. Nunca me habían hecho sexo oral, esta seria mi primera vez y no iba a mentir quería saber qué demonios me haría sentir su carnosa boca y chupando esos pliegues y jugueteando con mi...
Se me secaron los pensamientos cuando senti esa lengua saborear un trozo de piel de mi monte, las inseguridades me bañaron entera y movi las piernas de encima de sus hombros intentando cerrarlas. Tal acción fue detenida por esas grandes manos estampadose en mis muslos y abriéndome las piernas, dejándome aun más expuesta que antes a él.
Padre, santimo.
—No tienes que hacerlo—jadeé con nerviosismo—. No tienes que probarme.
El corazón y hasta la respiración se me detuvieron al sentir ese vehemente calor de su aliento acariciando mis pliegues y contrayendo mi sexo, dejandome con la mirada perdida en toda esa oscuridad extendiéndose delante de mi cuerpo, sintiendo como esa cabeza en la que mis dedos se hundían se inclinaba más.
—Créeme mujer— su ronquera y el vapor de su aliento erizandone las pequeñas vellosidades de mi vientre, me embriagaron—, vas a pedirme que siga probandote después de esto.
El pecho se me desequilibró con su advertencia aumentando el deseo en mí de darle rienda suelta. Lo que sentiría con esa lengua no podría compararse, no obstante, había oído rumores del sabor y experimentos como él tenían un paladar muy...
Un jadeo estuvo a punto de escapar de mi boca solo sentir esos carnosos labios rozarse sobre mi monte, pero no en un beso, sino una caricia tan estremecedora y arrebatadora que me tensó.
— No hay duda de que el sabor dulce que desprende la piel humana, es incomparable al de una hembra — ronroneó aquello contra mi vientre, dejando que el roce tan extraordinario de sus labios contra mi erizada piel, acelerara mi respiración otra vez.
Eso solo me hizo saber que efectivamente, probó la piel del experimento femenino con el que estuvo y con el que fui mordido. Quizás estuvo a punto de tener sexo con ella, y solo pudo llegar a estos niveles sin embestirla...
Depositó un beso profundo en la cima de mi monte donde su lengua chupó con toda intensión de ser brusco y reventarme los pensamientos.
—Tu piel es más deliciosa, más frágil, más suave...— Las neuronas se me descompusieron ante la vibración de su voz sobre esa parte de mí—. Pero se estremece fácilmente para mi gusto.
Un cosquilleo calorífico se estampó en mi palpitante entrada cuando sentí sus carnosos labios recorriendo la cara interna de mi muslo izquierdo — esa que era sostenida por una de sus manos —para saborearlo con besos lentos y húmedos en los que sus dientes se rozaban por la manera en que hundía su boca.
Se me cerraron un momento los parpados maravillada ante su tacto, esa larga lengua extendiéndose hasta mi rodilla solo para regresar con besos húmedos, volviendo hasta la cima de mi monte donde otro beso más fue depositado.
Y ese intenso aliento chocando por tan solo un par de milímetros contra ese par de palpitantes pliegues de piel mojada y tensa, abrieron con fuerza mis parpados ante la potente oscuridad y esa emoción llenando ansiosamente todo mi cuerpo.
Un gemido se apretujó entre mis labios cuando ese roce puntiagudo de lo que supe y era su nariz se palpó contra mis mojados labios íntimos, haciéndome respingar.
—Huele delicioso— fue impresionante las descargas eléctricas sacudiéndome los músculos bajo la piel solo sentir su ronca, crepitando encima de mis labios. Una fantasía que quise volver realidad de una maldita vez por todas—. El olor se concentra más en esta zona.
Me sentí atolondrada cuando hubo solo silencio levantándose alrededor, sintiéndome tan expuesta y pequeñita cuando sentí su bestial mirada clavada únicamente en mi sexo, contemplándola con tanta vehemencia y lujuria.
Un acalambrado estremecimiento contrajo mi cuerpo cuando inesperadamente esos dedos que habían estado sobre mi ingle, se deslizaron más abajo para rozarse sobre mi monte, bastante cerca de caricia esos labios tan expuestos frente a su boca.
— Pero me pregunto...— Su cálido aliento penetró mi entrada con una exquisitez tan diabólica que solté toda una exhalación en forma de gemido—, si esta parte de ti sabrá igual de delicioso, o mucho mejor.
— Averígualo— tenté al instante, mis labios rozándose contra la pesada tela del manto—. Saborea todo lo que quieras y cuanto quieras de mí, no voy a ponerte límites esta última vez.
Al instante levanté una de mis piernas para acomodarla sobre el brasero del sofá cama solo abriendo espació frente a él, algo que quizás no hacía falta.
Como deseé mover mis brazos lejos de su cabello para sacar el manto encima de nosotros y así saber qué tipo de mirada tendría él. Pero solo pude imaginarla, esos orbes platinados de tan enigmática escalofriante belleza, adquirieron un oscurecimiento tan turbio y desconcertante que por poco y el color grisáceo de sus iris desaparecía enteramente.
Así fue como lo imaginé a él, además de esa larga lengua remojando sus carnosos labios, secos y hambrientos de probarme, comerme, beber de mí...
Y esa carnosa boca, se hundió.
El destello placentero que arqueó instantáneamente mi espalda y sacudió no solo mis pechos sino hasta la última fibra de mi composición, al sentir esa boca abriéndose sobre mi sexo y esa lengua saboreando mi dolorosa entrada, fue tan jodidamente majestuosa que no pude evitar chillar contra la tela:
— ¡Santo Cie...oh!
Las estrellas que miré en la oscuridad, no se compararon con las corrientes tan eléctricas que retorcieron de éxtasis cada pequeño músculo de mi cuerpo, poseyéndolo con tanta fascinación ante la manera en que esa lengua sin titubeos, chupaba mi entrada y esa boca se movía contra los pliegues.
Me devoraba con tanto miserable antojo como si al final resultara más delicioso que el resto de mi piel, y como si repentinamente tuviera un hambre tan insaciable. Succionó y presionó con tanta maravillosa rotundidad, que los quejidos y gemidos desbordando de mi boca recorrieron todo lo largo del manto térmico.
Agradecí tenerlo cubriéndonos por completo, porque estos sonidos eran incontrolables.
El corazón estaba golpeándome con tan rotundo el pecho que se sentía que me explotaría y se me rompería en un montón de piezas, pedazos de músculos exprimidos hasta la última gota perforándome el pecho.
Volví a gemir. Estaba enloqueciéndome la manera tan deliciosa en que Siete me saboreaba que definitivamente supe que esta no era su primera vez probando esos lugares.
Su boca no tenía intenciones de soltar mi sexo hasta hacerme estallar...
Estallar en mi segundo orgasmo era lo que estaba a punto de pasarme si no se detenía.
Hundí mi rostro en cientos de expresiones tan placenteras, mientras cada poro de mi piel se quemaba bajo las corrientes tan calurosas tensionado y llenando mis músculos.
Sentí hasta la última neurona se evaporizándose en mi cabeza, como mi cuerpo se llenaba de un temblor tan incontrolable mientras mis dedos presionaban su cabeza apretándola contra mi sexo con la necesidad de que esa lengua me penetrara de una maldita vez por todas... Y en la que, con un miseria tan tortuosa y dolorosa se ahogó uno de sus gruñidos explorando mis retorcidos músculos y hasta la última de mis entrañas.
Y entonces, esa larga e inhumana lengua se empujó contra mi entrada de una forma tan rotunda y tan despiadada, que entró de un solo golpe en mi interior.
—Sie... —mordí mi lengua cuando estuve a punto de chillar inesperadamente su clasificación en lo alto.
Todo mi cuerpo saltó y se me retorció en el más desquiciante placer provocado por la manera en que esa lengua saboreaba mi interior con movimientos tan tortuosos e infernales que los gemidos que desataba en mi interior, atravesaban mi boca como balas que azotaban aun y otra y otra vez la tela del manto, alargándose por todo el estrecho espacio entre nosotros hasta zumbarme en los oídos.
Quise acallarlas por lo exageradas que estaban siendo, pero mi boca no hallaba como cerrarse, había perdido la movilidad incluso de mi cuerpo. Y es que, ¡maldición! sentía tan malditamente sensacional lo que Siete me hacía que hasta las manos jalonearon sus mechones, encontrándome tan noqueada por los movimientos de su lengua dentro de mí, entrando, saliendo, entrando otra vez.
Estaba haciéndome añicos, destruyendo todo de mí, hasta la última morusa de mi alma se desvanecía con esa lengua enterrándose con fiereza, poseyéndome, absorbiendo mi existencia.
¡Demonios, este placer es imposible!
No podía dejar de temblar como si mis huesos estuvieran a punto de romperse.
Estuve al borde del orgasmo solo escucharlo gruñir contra esa parte de mi cuerpo, al borde de reventarme y liberarme en un gemido tan desgarrador que amenazaba con, quizás, recorrer fuera del manto térmico y todo el resto de la oficina...
Sino fuera porque esa lengua salió de mí, y esa boca se apartó de golpe con una maldita y brusca rotundidad, que todas esas sensaciones tan maravillosas y extasiadas estallaron con una sensación de rabia.
—¡Maldición! — me quejé en un hilo de aliento.
Sentí como los espasmos retorcían mis huesos a causa de un orgasmo a la mitad, deseando liberación. Mis dedos, por otro lado, apretujaron su cabellera y empujaron su cabeza una y otra vez deseando devolver esa boca a mi sexo chillando de euforia y dolencia.
Y esa ronca y corta risa llena de masculinidad, crepitando como las llamas de fuego, exploró a milímetros la sensible piel de mi entrada.
Me estremecí con un jadeo, quedando derretida y en shock, con la mente en blanco produciendo una y otra vez esa ronquera tan sensual y diabólica, hechizada y embobada, sin saber si lo que acababa de escuchar realmente había sido su risa o parte de mi imaginación.
— ¿Quieres más, Nastya? — gruñó con ronquera mi nombre contra el roce de mi palpitante sexo, haciéndome gemir en un chillido:
—Sí — me escuché desesperada—. Con esa lengua, ¿cómo no voy querer más?
Y no iba a mentir. Se había sentido malditamente sensacional tener esa lengua moviéndose con exquisitez dentro de mí, saboreándome, chupando mi sexo con tanta rotundidad y tanta lujuria, que las corrientes tan placenteras arrebataron por completo mis sentidos, mi razón enviándola al vacío. Quería eso, quería sentir ese placer otra vez, ¡y ya!
Mis dientes se apretaron ahogando un gemido ante la presencia de esa larga lengua saliendo de sus carnosos labios para extenderse sobre ese par de pliegues tan palpitantes de calor, y lamerlos como si de paleta se trataran.
¡Santo cielo! El aliento se me cortó y hasta mi corazón se detuvo cuando lamió una vez más, antes de chupar el pliegue izquierdo y dejar que sus dientes se rozaran.
—Sabes cómo obtenerlo—ronroneó contra mi sexo, y al instante, dejando que su lengua volviera a lamer, presionándose contra mi pequeño agujero que se contraía con deseo de ser perforado.
Jugueteó con él tanto como quiso, torturándome, dejándome desatornillada y atolondrada con la manera en que esa lengua se movía con una maldita lentitud, acariciando, palpando mi agujero y ese botón tan tenso e inflamado que me hizo quejar de deseo otra vez.
—Maldición—jadeé, y sentir como succiona mi sexo estiró con mucha fuerza mi cuello —. Maldito hijo... de incuba...dora.
Estaba torturándome, y tanto que hasta la última parte de mi cuerpo arqueado y desesperado por que me penetrara, chillaba con que gimiera de una maldita vez por todas, su clasificación. Gritando que le diera lo que quería para que dejara de martirizarme.
Hasta las extremidades se me estiraban con el suplicio de esa lengua haciéndome pedazos, pieza por pieza. Un gemido ahogado y alargado se escupió con dolor de mi boca cuando nuevamente esa lengua se presionó contra mi agujero, volviendo a jugar con él. ¿Cómo demonios se le ocurría jugar así conmigo?
Lo peor de todo era que estaba logrando su cometido, porque en mi garganta, cada letra que formaba su clasificación numérica, se marcaba a punto de ser escupida ante el delirio.
Volvió a chupar con una mortal lentitud que se me abrieron los labios con fuerza, ahogando un chillido de tortura que me hizo temblar.
—¡Siete! — mi alma entera terminó gimiéndolo cuando no pude más al sentir de nuevo esa lengua presionándose en mi entrada para solo chupar—. Ya está, ahora regresa tu lengua dentro de mí, y termina con esto.
Eso ultimo por poco lo gruñí, estaba deseosa de que terminara con este maldito placer y esta atracción de una vez por todas
Su larga y filosa lengua volvió a apartarse de mis labios íntimos solo para rozar la húmeda calidad de su boca, esa que se torció, alargándose en una sonrisa tan sensual trazándose en el interior de mi cabeza de tal modo que volví a quedar en suspenso.
—Sigue llamándome— soltó ese ronroneó solo para darle una lamida a los pliegues—, entonces no me detendré, muñeca.
Un chillido de alivio y emoción escapó cuando volví a sentir su boca abriéndose y hundiéndose al instante, dejando que esa lengua volviera a chupar con rotunda fuerza mi entrada, saborearla con demencia, dejando que hasta sus dientes se rozaran contra cada uno de los pliegues de piel.
¡Sí!
—Oh santo cielo, ¡sí! — mordí mi labio inferior, sin poder evitarlo meneando mis caderas contra su boca, sintiendo como esas corrientes volvían a trazar de punta a punta mi cuerpo—. Más, Siete, quiero más.
Y sin una pizca de amabilidad, esa afilada lengua empotró mi interior, alargándose entre esos húmedos músculos tan tensionados que un gemido exasperado se escupió contra la oscuridad.
Quise reprimir el resto de gemidos que su lengua movimientos en mi interior comenzó a acumular en la cima de mi garganta. Me retorció de formas tan inigualables el cuerpo sobre el colchón que no pude controlar, ahogándome en ese placer que sus embestidas descargaban en mi cuerpo, llenándome hasta los huesos.
Chillé cuando hundió todavía más su lengua y empezó a saborear mi interior con intenciones de destruirme y volverme nada más que polvo.
Estampé mi mano a su cabellera, jaloneando y empujando una y otra vez.
La espalda se me empinó fuera del colchón, con un brazo recargándose en el sofá tratando de sentarme, algo que no logré ante la intensidad de todo ese montón de olas eléctricas poseyendo mi cuerpo a tan grado de azotar mi espalda de nuevo sobre el sofá y aquerarme con fuerza.
Comencé a temblar, estirando mi cuello y dejando que de mi boca otro gemido llamándole saliera sobre esa tela en la que empecé a sofocarme.
Me perdí.
Perdí mi nombre, mi familia y todo lo que conocía de mi pasado se desvaneció de mi cabeza. El hecho de haber sido yo la culpable de este infierno, de la muerte de muchos experimentos como él, de que él estuviera ahora atrapado en esta área, y de que un parasito lo mordiera... todo eso desapareció cuando la punta del org*smo estalló en un chillido entrecortado, sacudiendo hasta la última franja de piel de mi cuerpo.
La debilidad me sacudió los músculos en espasmos, deshaciéndome sobre el colchón, con los pulmones contrayéndose en desbocadas respiraciones.
Maldiciones se escupieron en mi interior ante lo descompuesta que me sentí. Me habían hecho orales antes, había tenido org*smos antes, pero ninguno se comparaba a este, ni a la sensación tan adictiva pronunciándose en mi cuerpo, deseosa de repetir pese a la debilidad en mis músculos.
Sentí una de sus manos bajando la única pierna que había quedado sobre su ancho hombro, antes de sentir como el manto comenzaba a levantarse de mi rostro cuando esos calientes y húmedos muslos, uno a uno, comenzaron de nuevo a subir sobre el colchón, acomodándose debajo de mis muslos. Pronto, sentí ese intenso calor cubrirme por encima, pero sin rozarse contra mi sudorosa piel.
Y pronto, esa mano, hundiéndose en el colchón junto a mi cabeza, aferrándose a la textura con rotunda fuerza como si quisiera estrujarla y arrancarla.
Y después, la mezcla de nuestras exhalaciones; la mía entrecortada y agitada; la suya llena de fuerza y ronquera.
— Eres una delicia, mujer — los parpados se me cerraron solo sentir su abrumador aliento humedeciéndome los parpados, y esa voz con una tontada tan exótica, invadir hasta el último trozo de mi piel—, pero aún tengo hambre...
Pude sentir la intensidad de su mirada, reparando a pulgada de mi rostro, mientras sus muslos se pronunciaban más debajo de mis piernas y esa mano tomándome de la cadera me movía de tal forma que sentí el roce de esa punta caliente e hinchada contra mi entrada mojada y quemada por su boca.
— Y todavía te falta probar de mi— le recordé con un ronroneo en mi voz.
Ni siquiera aguardó un instante cuando su mano abandonó mi cadera, deslizándose en la cima de mi monte hasta su hinchado miembro para presionarlo con tortura contra ese agujero palpitando tan dolorosamente, que sentí mi corazón hundirse en mi pecho listo para volcarse cuando lo tuviera dentro.
Le sentí inclinarse más sobre mí, y aunque su torso y pecho no tocaron mi piel, esa boca en tan solo un segundo me alcanzó los labios para devorarme con besos tan apasionados en los que su lengua perforó mi boca, danzando contra la mía.
Me di cuenta, conforme el ritmo de nuestros besos aumentaba con despecho, de ese fortuito sabor que tenía impregnado no solo su larga lengua, sino esos labios en los que se envolvían los míos que, si no fuera por la frenética manera en que poseía mi boca, estaría inquietándome...
Y esa cadera se empujó...
Y lo hizo con una fuerza tan bruta y desgarradora, que todo mi cuerpo tembló y se sacudió, y el golpe de nuestras pieles al hacer fricción no se comparó con el gemido golpeado y casi gruñido que escapó de nuestros labios, esos que tuvieron que detener sus movimientos a causa del pinchazo de placer que su miembro descubrió, enterrándose con fiereza entre mis apretados músculos.
Hasta las uñas de mis manos que habían volado a sus hombros, se apretaron contra su caliente piel, mi espalda se arqueó mucho con esa sola acometida en la que nuestros cuerpos se unieron, rozando mis pezones contra su endurecido pecho, ese que se infló de manera desproporcionada cuando le sentí respirar con fuerza desde su nariz.
Siete suspiró, y el gemido que le acompañó largo y ahogado, perforándome la boca antes de devorarme con besos lentos, hundió mi entrecejo con fascinación antes de jadear.
Apenas había quedado encantada por la manera en que mi interior se abrazaba a su miembro, cuando él se apartó de mis labios. Nuevamente rompiendo con nuestros hambrientos besos, sintiéndole enderezar toda su espalda delante de mí, con el estiramiento del manto.
— Sigue gimiendo mi clasificación— arrastró con ronquera sobre mí. Sus manos tomaron mis pantorrillas para levantarme las piernas y recargarlas contra sus hombros—, es una orden.
No sabría explicar lo que sus palabras roncas producían siempre que terminaba ordenándome algo como si fuera dueño de mis decisiones. Pero a una parte de mí le gustaba, y no porque me gustara que me mandaran, sino porque me tentaba a juguetear con él.
— ¿Y si no quiero hacerlo? — aventé en un hilo de aliento—. No soy tuya para que me órdenes.
Pero mis palabras parecieron quedar en el olvido cuando retiró su miembro de mi interior de una manera tan aturdida y dolorosamente lenta que mis labios se torcieron, guardando una exclamación cuando solo sentí la cabeza de su erección a punto de resbalar de mi entrada.
— Escucharte gemir mi clasificación, saciará mi apetito —soltó, sus manos se deslizaron sobre mi cadera para repasar mi abdomen y subir hasta el centro de mis costillas en una sensual caricia en la que se deslizó sobre uno de mis pechos—. Mis ganas por intimar contigo se terminarán si satisfaces lo que me mantiene deseoso a ti.
Estuve a poco de estremecerme y jadear al sentir su pulgar acariciando mi pezón. Pero esas palabras pincharon mi cuerpo con una sensación desagradable que esa caricia tan profunda levemente desapareció.
Una apena y helada opresión en mi pecho me dejó un poco aturdida, sin ser completamente consiente de esas manos tomándome de la cadera y ese miembro saliendo casi entero de mi vientre.
¿Por qué otra vez estaba sintiéndome así? No era como si me gustara. No lo conocía y él no me conocía así que no había motivo para sentirme un poco desilusionada.
Comencé a sentir un leve y extraño miedo invadirme debido a mi propia confusión, sintiendo que algo estaba mal conmigo, que este apenas visible sentimiento era como si hubiese guardado una ilusión hacia él.
Los pensamientos se me desvanecieron de la cabeza cuando él se empujó, embistiendo con tanta rotundidad su hinchado miembro en el estrecho espacio de mis músculos, que el chillido de placer que se expulsó de mi boca no solo perforó la oficina o el área, sino mi cabeza, haciéndola añicos.
—Depende de ti— eso ultimo lo ahogó en un gruñido ronco—. No tientes a detenerme.
Y volví a gemir con fuerza cuando tras sus amenazadoras palabras, me embistió otra vez y con tanta crueldad, haciendo un meneo circular de su cadera que me hizo sentir hasta la última pulgada de su miembro escribiendo su clasificación dentro de mí.
No se detuvo, penetrándome una y otra vez con acometidas tan marcadas y rotundas en las que el sonido entre nuestras pelvis chocaba a causa de la fuerza que él ejercía, eran amortiguados por nuestros gemidos y sonoros jadeos que resbalaban de mi boca.
Sonidos tan exquisitos que llenaron de éxtasis todo el manto en tan solo segundos.
Esas manos en mi cadera, pronunciaron su fuerza para levantarlas de tal forma que sus acometidas se pronunciaron con más profundidad, enterrando por completo su miembro de una desgarradora y placentera manera que las nubes que se dibujaron en toda la oscuridad delante de mí, me dejaron extasiada, encantada, eufórica ante las ráfagas de placer que acalambraban mi cuerpo.
—Sí— gemí fascinada.
Tuve que enviar mis manos a aferrarse al chocón cuando no encontré nada con que sostenerme al sentir como mi cuerpo con cada uno de sus placenteros golpes, recorría un poco más del respaldo del colchón del sofá.
—¿Sí qué, mujer? —Siete gruñó sobre mí.
A mi alma entera le gustó el sonido ronco y placentero siendo escupido sobre mí. Mi cabeza dibujó su rostro bajo toda tiniebla. Esa mandíbula varonil desencajada; esos dientes blancos apretándose entre esos largos y enrojecidos labios estirados en una mueca de placer; esas venas saltándole bajo la piel de su cuello; gotas de sudor resbalando de su frente en la que uno que otro mechón se le pegaba.
Quedé embobada ante mi imaginación. Ante la manera en que seguramente él también se perdía en este delirio tan doloroso y delicioso, imaginando esos orbes reptiles oscurecidos contemplando hasta el último gesto de placer en mí, en la manera en que estaba tomándome, haciéndome suya.
— ¡Oh mi Dios! — vociferé, saliendo de mi cabeza cuando las reacciones tan desquiciantemente placenteras de sus embestidas, empezaban a destruirme.
—No, mujer —volvió a gruñir sobre mí—, esa no es la palabra correcta.
Al mismo tiempo levantó mis caderas un poco más— centímetros del colchón—, deteniendo sus embestidas con su pelvis pegada que la mía. La exclamación exigente y dolorosa que salió de mi boca quedó a medias cuando sentí sus caderas haciendo una secuencia circular, moviendo su miembro dentro de mí, entre todo ese estrecho espacio con músculos acalambrado.
Me dejó tan atolondrada sentir su seductor y tortuoso movimiento con su miembro enterrado, que sentí como la baba comenzaba a acumularse en mi boca: esa que lamentablemente no podía cerrar.
Demonios.
Esta tortura se siente maldita bien. Se siente muy bien.
Tan bien que hasta los brazos se comenzaron a mover junto a mi cabeza, con la espalda arqueada y la cabeza estirada, perdida en cada uno de sus movimientos circulares.
Si su miembro no tuviera ese tamaño tan perfecto para arrancar se cualquier forma chillidos de placer, quizás ese movimiento rompería la burbuja que construía para mí y me haría gruñir que continuara.
Pero no..., ¡maldita sea! Y es que, tenerlo por completo dentro, sintiendo como ni interior saboreaba hasta el último milímetro de ese caliente y ancho grosor, estaba llevándome a mi segundo org*smo.
—Si piensas que esto...—jadeé cuando hizo un movimiento más marcado apretando su pelvis contra la mía—, q-que esto me hará decir tu clasificación..., ¡oh, diablos!
Gemí eso mismo cuando repitió el marcado movimiento con una embestida pronunciada que exprimió todos mis sentidos y dibujó nuevamente esas nubes frente a mí.
—E-estas muy equivocado — la voz apenas me salió audible cuando volvió a menearse con el mismo circular movimiento—. Con ese miembro me estás dando un buen sexo a pesar de moverte lento.
Y chillé de dolor y arrepentimiento cuando de golpe, él contrajo sus caderas sacando casi por completo su miembro de mi interior.
La tortura comenzó cuando su cadera siguió moviéndose en reiterados círculos, dejando que la palpitante cabeza de su miembro fuera lo único moviéndose entre mi entrada y mi interior.
Casi sentí que se me saldrían los ojos del rostro y hasta las neuronas cuando ahora, hizo embestidas paulatinas en las que apenas pocos centímetros de su miembro entraban y salían.
—¡Hijo de...!
—Si quieres que siga— me interrumpió en una tonada ronca siendo arrastrada—, di mi clasificación.
Mordí mis labios sintiendo la tortura aniquilándome en todo sentido, negué con la cabeza.
—No—gemí, esto estaba siendo demasiado para mí.
Se me achicharró el cerebro cuando ante mi firme determinación, se enterró con tanta vehemencia que el chillido de fascinación que se escupió de mi boca no se comparó al quejido gruñón que fue ahogado sobre mí:
—¡Mujer!
Su gruñido voz sacudió frenéticamente mi corazón.
—¡No! — gemí más alto.
Las manos en mi cadera me levantaron más de tal forma que sentí mis muslos caer sobre mi estómago al sentir como sus piernas se levantaban y como su pelvis se presionaba.
¿Y esta posición? Apenas pude sentir un atisbo de duda cuando esos movimientos circulares volvieron contra mi entrada, su miembro acariciando hasta el último centímetro más pequeño de mi interior, envió olas tan placenteras por mi estremecida piel que estuvo a punto de dibujar una mueca de la más deliciosa y lujuriosa tortura que este hombre artificial estaba dándome.
Algo que definitivamente no iba a olvidar jamás.
—Sigue— jadeé mi desesperación, hundiendo mis manos en mi propia cabellera ante el enloquecedor deseo que tuve de ser embestida en esta misma posición—. Más rápido.
Una de sus manos se apretó contra la curva de mi cintura mientras la otra la sentí estirarse sobre mi cabeza, anclarse contra el respaldo del sofá para pronunciar más el delicioso suplicio.
— Mas rápido, te lo pido— volví a pedir, alargando con urgencia esa última palabra, deseando que me embistiera de una vez por todas.
Esos largos dedos deslizándose inesperadamente en mi mejilla, me estremecieron, no esperé sentir ese pulgar acariciando mi labio inferior para tirar de él, sin dejar de mover su cadera.
—Si me lo pides con esa expresión...—sus palabras estaban ahogadas en una ronquera engrosada —, no podré contentarme, mujer.
Sonó más a una advertencia engrosada y crepitante que deseé romper. Apartó sus dedos, devolviéndolos al respaldo junto a mi cabeza. Lo supe por el sonido del colchón siendo apretujado con fuerza.
Siguió haciendo esos mismos movimientos, haciendo que mis entrañas chillaran con desespero y martirio, y mis dedos se cerraran sobre mis mechones para casi tirar de ellos.
—Más rápido...— el hilo de voz salió entrecortado, sintiendo la baba acumularse en mi boca abierta—..., ¡por favor!
—¡Maldición! — su inesperado gruñido sacudió con rotundo estremecimiento mi cuerpo.
Los pechos se me sacudieron y de mi boca se emitió la melodía de un gemido casi chillón cuando él de un solo movimiento, comenzó a embestirme, aumentando instantánea y desmedidamente la velocidad de sus acometidas.
Sentí el alma salirse de mi cuerpo. Los oídos apoderados por el sonido de la piel de nuestras húmedas pelvis golpeándose.
La manera tan inhumana en que enterraba con tanta fiereza y exquisitez su miembro en mi interior., hizo que hasta mi espalda formara toda una montaña con su arquear.
Sus bruscas y crueles embestidas me había arrebatado la cordura, llenándome con tanto placer desmedido que sentí volverme pedazos.
Casi sentí mi corazón tan desbocado escapando de mis labios cuando las cuerdas se me tensaron en un chillido de placer:
—¡Siete...! — le llamé en un chillido lleno se fascinación, enterrando mis uñas en el colchón al sentir mi org*smo a punto de desgarrarme toda la garganta.
¡Oh sí! Oh maldita sea, ¡Más, más, quiero más de esto!
Eso quise gritarle a él, pero de repente los siguientes sonidos que salieron de mi boca fueron inentendibles, murmullos bobos y atolondrado, acompañado de ese montón de sonoras y entrecortadas respiraciones por las que también mis desmedidos gemidos salían casi como cortados chillidos.
Siete estaba llevándome a lo más alto del cielo, para arrojarle a lo más bajo del infierno.
Mi columna no dejaba de retorcerse al igual que el resto de mis huesos enloquecidos por todas esas corrientes tan extasiadas explorándome las entrañas. Las patas del sofá cama no dejaban de rechinar contra el suelo, sacudiéndose y arrastrándose también por la fuerza que Siete ejercía con sus acometidas, apartándose de la pared cada vez más.
Nuestras pieles era lo que más ruido hacía como nuestras entradas empapadas que se golpeaban con exquisitez, rebotando mi cuerpo contra el colchón, sacudiendo.
Siete estaba poseyéndome de una forma tan desmedida e inexplicable — anti natural— que no podía cerrar la boca para tragar o acallar mis murmullos h gemidos tan audibles y chillones ahogándose bajo el manto.
Mis expresiones eran un libro abierto en los que seguramente él estaba perdiéndose, demostrándole lo mucho que me torturaba sus embestidas, pero también lo mucho que estaban siendo el mejor de mis delirios.
— ¡Mujer! — su feroz gruñido escupido sobre mí me hizo gemir como respuesta, deslumbrada casi con una sonrisa en mis labios—. ¡Eres tan...!
Le sentí otra vez apartar su mano del respaldo solo para tomar una de mis piernas y apartarla sobre mi estómago. Inesperadamente todo su torso rotundamente caliente se adentró al espacio entre mis piernas, y sin siquiera detener sus penetraciones esa carnosa boca se estampó contra la mía.
Me besó con una vehemencia tan deliciosa en las que arrojó un gemido largo y ronco contra la profundidad de mi cueva bucal.
Nos saboreamos entre embestidas, ahogando gemidos en la boca del otro mientras tratábamos de seguir un mismo ritmo, algo que estaba siendo imposible por la manera en que estábamos llegando al final del más inexistente éxtasis.
Y sucedió. Esa carnosa boca detuvo nuestros torpes besos solo para torcerse en una deliciosa mueca sobre mi boca en la que gruñó su org*smo al mismo tiempo en
que esa cadera se empujó con una muy marcada y brusca embestida en la que se mantuvo presionada contra mi pelvis.
Y gemí también contra su carnosa boca, reventándome a causa de esa última acometida tan marcada y su extraordinario org*smo penetrándome lo profundo garganta.
Se me sacudió el corazón, así como todo el cuerpo volviéndose un montón de temblorosos músculos ante mi orgasmo, ante su liberación tan cálida y entrañable.
Ese que no debió ser escupido en mi boca.
Ese que no debió alimentarme el alma.
Ese que se sintió como si fuera el infierno más encantador de todos. Como una pesadilla tan exquisita y deliciosa que deseaba tener todas las noches al dormir.
Y el cual se terminó cuando con lentitud se apartó, rompiendo con esa mezcla de nuestras salivas, dejando una marca tan inquietante en la mía.
Sentí levantar todo su torso desnudo apartando su frenético calor de mi piel para dejar esa brisa helada invadiéndome. Se enderezó, sintiéndole mover sus brazos como si los estirara hacía arriba para que, de un solo movimiento, toda la tela del manto fuera removida encima de nosotros, dejándolos caer al suelo.
El corazón se me desbocó más de lo que ya estaba detrás de mi pecho. Un instante esos latidos habían sido de emoción y nerviosismo al tener toda esa monumental desnudez sobre mí, con cada uno de esos endurecidos músculos brillando ante el sudor y ese pecho inflándose desequilibradamente.
Pero al siguiente esa emoción fue intercambiada por un sentimiento ansioso y confuso al darme cuenta de que efectivamente nada había cambiado.
Al menos para mí. De eso me mí cuenta, solo reparar en aquel rostro tan perfectamente estructurado hasta en la última de sus atractivas facciones con mejillas sonrojadas y mechones negros pegados a sus sudorosa frente, y esa mirada rasgada y platinada sombreándose con una intimidante frialdad en la que ni siquiera pude pestañear.
Se me temblaron las cejas, ante esa depredadora mirada tan escalofriante recorriendo cada centímetro de mi cuerpo desnudo y empapado en sudor, desde la zona en que nos manteníamos profúndame hundidos— que demostraba la irritada piel de mis íntimos labios—, hasta mis pechos enrojecidos debido a su boca y lengua, solo para volver con la misma inexpresión a mis ojos y reparará finalmente en cada pulgada de mi rostro.
Me estremecí en un largo jadeo cuando uno de sus brazos se estiró y se aproximó sobre mi rostro, esos largos y cálidos dedos tomaron mi mentón en una suave e inquietante caricia en la que sentí como su pulgar sin titubeos trepaba sobre mi boca, deslizándose a lo largo de la curva de mis labios hinchados y babeados, esos que él pronto contempló por un par de segundos.
El ritmo de mi corazón azotándome el pecho, disminuyó, solo ver su comisura izquierda temblar y estirarse, más que una mueca, en una retorcida sonrisa extrañamente irritada, antes de sentir como su pulgar repasaba mis labios una vez más con profundidad, como si los dibujara, antes de soltar con brusquedad mi mentón y apartar su calidez. Dejando la ausencia de su toque y calor palpitando cada milímetro de la boca.
Sin decir ni una sola palabra, saliendo de mi interior para retirar sus piernas fuera del sofá. Mis piernas cayeron una a una sobre el colchón, sintiendo ese ardor en mi entrepierna apenas marcando una leve incomodidad.
Seguí en todo momento la manera en que él incorporaba su importancia y aturdida belleza, recorriendo mi cuerpo pieza por pieza ante el endurecimiento de su mandíbula.
Y se giró con lentitud, dejándome únicamente la trasera de su cuerpo: esa ancha espalda en la que llevaba la marca de mis uñas irritando su piel, y esos glúteos marcándose con cada movimiento lento de sus tonificados muslos.
Se detuvo delante de donde se encontraba su pantalón uniformado, ese par de botas militares y ese largo cinturón repleto de armas. Se inclinó para tomarlos y, tras incorporarse acercarse al escritorio donde dejó sus botas y el cinturón para empezar a ponerse el pantalón.
Durante ese inquietante silencio que creció con un ambiente tan inexplicable, no me dedicó ni una sola mirada, y yo, ni siquiera pude decir nada. No tenía palabras que cruzaran por mi boca, o se escribieran en mi cabeza. Lo único que pude hacer fue mirarle desde mi lugar, todavía recostada sobre el colchón, mordiendo mi labio inferior abrumadoramente.
La cremallera siendo subida, produjo un único sonido que apenas recorrió la oficina sombría, como también el de su cinturón repleto de armas, rodeando su ancha cadera para sujetarse. Tomó sus botas y empezó, una a una, ponérselas, anudando las agujetas.
Así y sin más, con una imponencia tan calmada volvió a enderezarse y a acercarse a la puerta blanca.
—Quédate aquí— espetó cada una de sus palabras, tomando el pomo de la puerta para abrirla—. Hasta que averigüe que el gas que entró no sea dañino para ti, volveré y te avisaré.
No pude responderle. O, mejor dicho, no quise hacerlo, sintiendo esa tensión apretujando los puños de mis manos, esa confusión aturdirme mucho cuando él no agregó nada más y se movió bajo el umbral.
Cerró la puerta detrás de él, dejándome sola y confundida sin aclarar si su atracción había terminado o al igual que yo, seguía intacta.
Aunque, la frialdad con la que me miró parecía ser una respuesta.
—Entonces...— susurré, enderezando el rostro para perderme en las farolas del techo, todavía apagadas—, se terminó.
Ese sabor amargo subió desde mi estomago hasta la punta de mi boca para ser saboreado como un sí.
Sí. Esto se terminó.
(...)
Hola mis hermosuras.
Tengo que aclararles algo, recuerden que las feromonas de los negros son bastante fuertes, el triple o cuadruple que las de un experimento naranja. Por eso es imposible que Nastya no reaccioné cada que Siete la mira o se le acerque o toque. Estoy como ustedes que quiero que mi protagonista se haga la difícil, sin embargo debido a su fuerte atracción hacía él, perdería sentido con las feromonas de un negro, así que hago solo lo que es posible y coherente.
¿Y no se han preguntado de donde aprendió Siete esas posiciones o movimientos si nunca los practicó intimamente? OTS...
Y una cosa son las posiciones, otra muy diferente, es la firmeza con la que utilizó su lengua y esos dedos...
Los amo mucho. Espero que esta escena les haya encantado.
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