No te confundas, mujer

NO TE CONFUNDAS, MUJER

*.*.*

(Disfruten el drama, ternuritas)

Esas gotas de sangre se derramaron una a una sobre la blanca piel de su pectoral, y la manera tan lenta en que se deslizaron encima de esa areola y cayeron hasta manchar mi entrepierna, justo la zona en que permanecimos completamente unidos, fue memorizada.

Pero no pude preguntarme de dónde provenían, aunque era obvio que esa sangre era mía. Estaba atrapada, encerrada en las palabras que Siete soltó hacia tan solo un instante:

En el túnel, cuando terminabas con la vida del infante, escuché lo que le sollozabas. El que te acorraló y te apuntó con un arma esa vez era yo, Nastya.

Lo que su voz, en tonalidades roncas y graves, empezó a traer a lo profundo de mi cabeza, era un recuerdo. Uno que quise olvidar, y uno que se reprodujo escena por escena delante de mis ojos, como si estuviera viviéndolo en carne y hueso otra vez.

No sabía cuantos días habían pasado, pero estaba recorriendo el centro del laboratorio, buscando llegar a uno de los pequeños comedores porque el hambre empezaba a pesarme de tal forma que la debilidad me impedía estar de pie perfectamente. Nunca creí que ver un trozo de pan con hongo fuera como ver un picnic, y no me importó ni siquiera la mancha de sangre, me lo devoré. Y apenas lo hice, escuché esa respiración desbocada en el pasillo a mi derecha.

Seguí el sonido de esos pasos apresurados que me llevaron a estar frente a ese túnel en penumbras. Creí que la persona a la que escuché correr, había entrado ahí y estaba escapando de un contaminado. Y como estaba desesperada por encontrar a un sobreviviente, alguien con quien estar y con quien defenderme, entré a él.

Todavía podía sentir las sensaciones escalofriantes invadiendo la piel, todavía podía sentir ese miedo haciendo temblar mis huesos ante el inquietante sonido de algún objeto moviéndose en la lejanía dentro del túnel. Ni la linterna en la mano alumbrando todo a su paso o el largo pedazo de metal en la otra me adentré, me hicieron sentir segura.

Peor aun cuando escuché ese llanto desgarrador levantándose en ecos tan aterradores, que me llevó al más horrible recuerdo de lo que soltar unos gusanos provocó.

El momento en que la luz de mi linterna alumbró esa monstruosidad acorralado contra el suelo un pequeño cuerpo al que le había sido extirpado parte de las piernas y un brazo, y al que en ese momento se le estaba siendo arrancando la piel de todo su torso.

Ni siquiera lo pensé cuando mi cuerpo reaccionó, y me eché sobre esa maldita monstruosidad para atravesar una y otra vez su asquerosa cabeza con ese trozo metálico. Los bramidos que soltó y el dolor que esas garras encajándose en mi pierna produjeron, todavía podía reproducirlas perfectamente en mi cabeza.

Y cuando esa abominación cayó sin vida, todavía seguí perforando su cuerpo una y otra vez, bañándome en su sangre, y cuando estuve segura que no se movió, gateé con desesperación hacía la pequeña.

De su boca no dejaba de brotar sangre manchando aún más su huesuda quijada, mientras que de mi boca no dejaba de brotar sollozos. Sollozos con palabras que del dolor acalambrándome la garganta, no se entendían.

Perdóname..., esto es mi culpa.

Repetí esa frase tantas veces mientras movía los brazos para tratar de tomarla de los hombros. Estaba en stock y no sabía que más hacer, pero creí que podía levantarla y girarla para que no se ahogara con la sangre, solo entonces me di cuenta de que tenía parte del cráneo abierto.

Y no pude hacer nada para ayudarla, no pude salvarla.

Sabía lo que ocurriría cuando uno era mordido, así que lo único que pude hacer fue levantar el pedazo de metal contra su desgarrado pecho, encajarlo a su piel mientras sentía esos dedos tratando de aferrarse a mi brazo.

Maté a una niña, una pequeña que debió tener menos de 10 años, una pequeña se sufrió un martirio a causa de lo que solté.

Temblequeé.

Esos cálidos dedos deslizándose con tanta delicadeza en mi quijada para apretarla y levantarme el rostro de la entrepierna, hicieron que el aterrador recuerdo se desvaneciera como humo.

Los párpados por poco se me cayeron de pesadez, perdiéndome en la manera en que esa mandíbula levemente cuadrangular se apretaba hasta desencajarse delante de mí, y esa comisura izquierda de sus carnosos labios temblaba, amenazando con estirarse en una mueca severa.

—No deberías mostrar síntomas— Me embelesé ante su engrosada y vibrante voz siendo emitida de un movimiento rígido de sus largos labios, dejando apenas visible esa hilera de dientes blancos—, no se ha cumplido el tiempo para que empieces a tenerlos.

Jadeé con un notable temblor en el cuerpo cuando sentí luego ese largo dedo abandonando el agujero entre mis glúteos solo para deslizar el resto de sus dedos bajo mi muslo y apretar su cadera aún más a mi cuerpo, de nuevo enterrando hasta el último milímetro de su erección en mi interior.

Esa acción me abrió los labios y hundió mi entrecejo en un gesto de placer, por poco haciéndome escupir un gemido a solo centímetros de ese mentón.

Me atrapó el movimiento que su pulgar hizo estirándose sobre mis labios, solo sentir esa suave textura de su yema recostándose sobre mi labio superior para repasarlo más que en una caricia, como si estuviera retirando algo de ellos.

—¿Has tenido antes este sangrado? —arrastró entre dientes, dejando que por segunda vez su pulgar se recostara en la parte interior de mi boca para repasarla.

Le escuché respirar con lentitud y profundidad, entreabriendo esos carnosos labios por los que exhaló toda esa calidez sobre mi rostro, estremeciéndome de nuevo.

— Mujer...

Me estremecí ante la ronquera de su voz y su aliento humedeciendo las mejillas, cerré los parpados inevitablemente tomándome un instante para disfrutarlo.

Instantáneamente y con una abrumadora pesadez una de mis manos abandonó sus cabellos negros para pasar el dorso contra mis labios y la superficie de mi nariz. Con la visión un poco borrosa pude vislumbrar ese rastro de líquido rojizo pintándome la piel.

No entendía tampoco por qué estaba dándome una hemorragia nasal, y aunque no parecía ser mucha, desconcertaba. No podía ser un síntoma de los residuos, ¿cierto? Además de que todavía no pasaban las horas, no me dolía nada.

No me dolía ni una sola parte del cuerpo. Entonces, ¿por qué me sangraba la nariz

—No...—arrastré, el sabor metálico en mis labios me amargó la boca en una mueca—. No lo había tenido.

Llevé los nudillos vendados contra las fosas nasales solo para analizar las pequeñas manchas de sangre manchando la tela. La hemorragia parecía que estaba cesando, y por la sangre que hasta ahora derramé, no parecía ser nada grave.

A menos que la razón de por qué lo había tenido, lo fuera.

— Tampoco me duele nada. Quizás sea porque no he comido bien—confesé con lentitud ante el adormecimiento que sentía—. Pero...

Levanté de inmediato la mirada de mis nudillos para recorrer ese rostro varonil severo, repasando esas facciones tan perfectas que construían una masculinidad intrigante e hipnótica. Un demonio de la lujuria con belleza escalofriante, dueño de unos diabólicos orbes rasgados, frívolos e intimidantes. Eran enigmáticos y arrebatadores.

Sentí un desorden en la cabeza, muchas preguntas acumulándose y una agitación detrás del pecho que me hizo reparar en él una y otra vez sin poder creer que estuviera en ese túnel, también.

Y que apenas me lo hiciera saber.

— ¿En serio eras el hombre que me acorraló? —terminé musitando, todavía sintiendo duda.

Me sentí pequeña y llena de fragilidad, atrapada tanto en esa oscuridad que desataba su mirada rasgada, como en esos labios varoniles separándose con pausada lentitud.

—Eso es lo que dije, ¿no quedó claro? —calcó, pronunciando cada palabra en una crepitar ronquera, endureciendo esa quijada.

Esa quijada que hasta ese instante no había encontrado ninguna similitud con la que llegué a mirar en aquel recuerdo.

Después de terminar con la vida de esa pequeña, me quedé en esa posición. Rota y rabiosa, sollozando sobre su rostro: ese que no dejaba de acariciar con mis manos.

Si hubiera sabido que eran humanos... Hijos de puta, malditos malnacidos, ¿por qué me mintieron con su aspecto?

No creí que lo que solté con el dolor y la rubia que en ese momento me dominaban, estuviera siendo escuchado por alguien. Incluso después de matar a esa monstruosidad alumbré los lados del túnel para estar segura de que no corría peligro.

Y no había nadie cerca ni lejos, o eso creí.

Hasta que escuché ese crujir a tan solo metros de mi costado, y perturbadoramente claro erizando hasta la última de mis vellosidades. Me levanté con el corazón en la boca apretando el pedazo de metal, estirando mi brazo para moverlo a todas partes, alumbrando al mismo tiempo con linterna alumbrara todo el cadáver del contaminado...

Y esos jeans oscuros dibujando un par de muslos tonificados, y esa camiseta gris que marcaba los músculos de un torso masculino, y que, debido a una parte de la tela rasgada, mostraba esa piel de su pectoral inflándose en un movimiento tan enigmático a tan solo medio metro de mí.

Apenas pude reaccionar retrocediendo un solo paso cuando atisbé la velocidad con la que ese brazo venoso se estiró estampando su amplia mano en mi antebrazo, tirando de él con rotundidad y, por ende, el resto de mi cuerpo lejos de los cadáveres y a tropezones.

En tan solo un instante había sido acorralada. Con toda mi espalda estampándose contra la rocosa pared, y el pecho oprimiéndose por el endurecimiento de aquel torso del que todavía recordaba su intenso calor invadiéndome hasta el último trozo de piel.

Había creído que se trataba de una persona contaminada sufriendo sus primeros síntomas, pero entonces la linterna que había dejado caer en el suelo terminó alumbrando una pequeña parte de nosotros, una pequeña parte de ese aterrador y sombrío rostro masculino, como esa sombreada mandíbula marcada ligeramente cuadrangular e impecable de vellosidades, apretándose con rotunda fuerza como si faltara poco para romperse, y esos carnosos labios estirados en una mueca airada. Una mueca retorciendo su alargado y varonil rostro.

Era impresionante que todavía pudiera recordar lo poco que miré de aquel hombre. Así como esa cálida exhalación soltándose sobre mí, invadiendo hasta la última pulgada de mi rostro, y ese largo silencio creciendo entre los dos.

Todavía podía sentir el miedo que me hizo temblar contra su cuerpo, y recordar perfectamente lo que le pregunté con mucho temor. Como también podía recordar la manera en que mis manos se aferraron a los costados de su torso, o el modo en que nuestras respiraciones se mesclaron, o esa inclinación tan inesperada de su rostro y ese lóbulo de su nariz inquietantemente palpando el mío...

Y entonces esa mano deslizándose a lo largo de mi cuello se cerró en un agarré tan brusco que me costó la respiración. Lo peor fue la boquilla del arma que se enterró con brusquedad en mi cabeza, escupiéndome un quejido de dolor. Escupiéndome también un quejido de terror cuando escuché cargarla con lentitud.

Creí que moriría. Creí que me dispararía durante todos esos minutos en que me apretó tanto con su cuerpo como con su mano en mi cuello disminuyendo y aumentando la fuerza.

Pero no lo hizo. No me mató, tampoco me lastimó.

Y cuando apartó el arma y me soltó, todo ese calor se evaporó de mi cuerpo. Traté de pedirle que no se fuera a pesar de que intentó ahorcarme, era la primera persona con la que había hecho contacto desde lo del almacén. Pero para cuando alcancé la linterna, me levanté y revisé los costados del túnel, no encontré ninguna figura humana.

Él ya se había ido.

Siete ya se había ido.

Negué con la cabeza en un movimiento que se me dificultó, fuera del recuerdo. Parpadeé delante de esos orbes depredadores que reparaban con seriedad en mí shock.

El shock que él me provocó.

Me costaba creer que fuera él ese hombre, el mismo que me sacó del sótano y el que regreso por mí en el túnel. El mismo que estaba aquí conmigo teniendo sexo en vez de matarme por lo que hice.

¿Cómo se suponía que tenía que reaccionar? ¿Qué se suponía que tenía que pensar de esto? Saber que nos habíamos tenido cara a cara antes, y que escuchó lo que sollocé, se sentía como si fuera una broma.

—¿Es...? — cerré los labios cuando las palabras, debido al shock, desaparecieron de mi lengua.

Seguí construyendo su rostro, todavía incapaz de creer. Pero de alguna forma tenía sentido, que él me escuchara en el túnel explicaba por qué no me mató, por qué me dejó viva y me mantuvo a salvo todo este tiempo. Era porque creyó en mis palabras, ¿cierto? Supo que no conocía su aspecto, que no sabía que eran humanos, y me creyó.

Creyó en mí, ¿verdad?

Eso solo me estremeció el corazón, lo encogió de sensaciones cálidas y llenas de emoción. Algo que quizás no debía sentir ahora mismo, porque talvez estaba malinterpretándolo. Pero era demasiado tarde para recordármelo.

—¿Es por eso que no me ma-mataste? — la voz se me cortó y no porque sintiera un nudo en la garganta debido al recuerdo, sino por esa debilidad adueñándose desconcertantemente de cada músculo de mi cuerpo.

Aun así, pese al adormecimiento de mis extremidades, levanté mi mano con el dorso manchado de sangre, y la llevé a su rostro.

Mis dedos titubearon un instante cuando solo hizo falta un milímetro para tocarlo. Y el solo roce de mis yemas frías contra esa cálida quijada que instantáneamente endureció, fue como un destello de maravillas, cosquilleando tanto en mi pecho como en mi estómago.

Dejé deslizar el resto de mis dedos por esa suave y cálida piel de su mejilla, con una lentitud tan pausada como si quisiera memorizar hasta el último centímetro de ella hasta ahuecarla, notando como su mandíbula se apretaba aún más. Era la primera vez que tocaba su rostro y podía decir que sentir su perfecta estructura y textura bajo la palma de mi mano, fue la mejor experiencia de todas.

Obligué al instante a despegar mi espalda del estanque solo para recargar mi pecho desnudo y sudoroso contra el suyo que se endureció, sintiendo como la piel de mis pezones se me pegaba a la tela de su camisa uniformada.

Él retuvo una respiración, apretando esos carnosos labios antes de soltar mi mentón y dejar que su amplia mano se deslizará en a lo largo de mi espalda.

Bajo la penetrante atención de sus orbes dilatándose hasta oscurecerse peligrosamente, disminuí la distancia entre nuestros rostros, dejando que el lóbulo de nuestras narices se palpara con delicadeza tal y como sucedió en el recuerdo.

El eléctrico estremecimiento que produjo el profundo contacto, por poco me hizo jadear, y a él separar esos carnosos labios, apretando esos dientes tan perfectos como si retuviera algo.

Nuestras respiraciones se mezclaron, y aquel instante tan entrañable me hizo suspirar.

—¿Por eso me tienes contigo, Siete? —solté en un hilo de voz, mi pulgar viajó a sus carnosos y largos labios, acariciando esa textura tensa y tentativa, retirando esa diminuta mancha de sangre que dejé.

Esa caricia tan significativa para mí, fue contemplada por él con una amenazante intensidad.

— ¿Me p-protegiste todo este tiempo porque creíste en lo que dije? —apenas se entendió mi pregunta debido a la pesadez que se adueñó de mis labios.

Fue inquietante que a pesar de sentirme débil y saber que él era ese hombre en del túnel que casi me mató, me sintiera embriagada al tenerlo tan cerca, tenerlo solo para mí, para ser admirado por mis ojos que por poco terminaba ladeando el rostro, inclinando un poco más mi rostro y rozando mi boca contra la suya.

Esa que no dejaba de ser dibujaba por mi pulgar, embobándome en su forma, en su textura, en la sensualidad que desatada delante de mí.

No pude resistirme, y olvidando la poca sangre que todavía manchaba mis labios, ladeé ligeramente mi rostro, apartando mi pulgar de su boca e inclinando un poco más mi rostro hasta que el roce tan sensible de nuestras bocas me cerrara los parpados.

Acaricié esa suave y húmeda textura entre mis labios, de arriba abajo y a los lados con lentitud, escupiendo delirantes maldiciones en mi interior ante el deseo de poseerlos.

Junté más nuestras bocas hasta moldearlas, sintiendo la perfección misma, como si nuestros labios hubieran sido creados para estar de esa forma.

Y lo besé, lento y profundo, tomándome todo el tiempo que quise, segundo a segundo saboreando su carnosa textura hasta romper el encaje de nuestras bocas en una melodía que se guardaría siempre en mi memoria.

—¿Creíste en mis palabras? — alargué, observando como la parte izquierda de sus labios, tras distorsionarse, se estiraba en una retorcida mueca—. ¿Esa es tu razón, Siete?

El corazón se me volcó, desbocándose en latidos nerviosos cuando esos orbes negros se levantaron de mi boca para clavarse con ferocidad en mí. Reparé en ellos tanto como pude por ese instante de silencio, solo para sentirme inquieta y confundida ante su inexpresión.

— ¿No la...? —me detuve, y tuve que cerrar mis parpados cuando por segunda vez, su rostro se nubló.

—No la es.

El crepitar de su voz y esa corta exhalación remojándome los labios, me hundió el entrecejo, a duras penas pude extender los parpados y mirarle en un gesto confuso, sin comprender nada.

—No entiendo — logré articular, deslizando mi pulgar una vez más sobre su labio inferior—. ¿Por qué trajiste ese recuerdo?

Sentí bajo la yema de mi dedo, como el lado izquierdo de sus labios se estiraba lentamente en una torcida mueca. Y a pesar de sentir como ese órgano se aceleraba ante la belleza de su rostro retorcida en escalofriante malicia y sensualidad, azotando mi pecho con fuerza, en el interior de mi estómago algo se congelaba.

—Estaba decidido a matarte en ese túnel— arrastró con la misma desconcertante ronquera, sintiendo la vibración de su pecho contra el mío—, aún si no conocías nuestro aspecto no te hacia inocente de lo que provocaron.

—Lo sé— susurré al instante en un hilo de voz, sintiendo ese nudo tratando de apretujarme la garganta—. La ignorancia también se paga muy caro. Y siento que estoy pagándola, cargando con la muerte de esa pequeña niña y esos niños, así como la de todos los demás.

Me rogué no llorar cuando el escozor comenzó a adueñarse de mis ojos ante el recuerdo de los desgarradores llantos de ese par de niños cuyas extremidades fueron arrancadas por los colmillos de una monstruosidad. Negué con la cabeza, una acción que él observó al igual que mis labios apretándose para disminuir el temblor.

—Por eso no sé por qué no me entregaste a los militares— agregué, en un gesto que demostraba lo mucho que me confundía —, si todo este tiempo lo supiste, ¿por qué no me entregaste?

Ver como se mordía su labio inferior, dejando que parte de sus dientes se rozara con la yema de mi dedo, me estremeció.

—Si te entregaba, de nada serviría la información que les darías. Ellos ya encontraron lo que buscaban — articuló con marcada gravedad.

Y un jadeo se me escapó delante de él tras sentir sus cálidos dedos deslizándose en la piel de mi espalda, repasando su textura de una forma tan delicada que por poco la arqueó.

Más la arqueó, cuando esas yemas bajaron peligrosamente sobre mis glúteos, sentir como su palma se extendía sobre el izquierdo para repasarlo a detalle, bloqueó mis sentidos.

Me encanta como me toca, pero si sigue así no podré concentrarme.

—Y si hacerte pagar fuera mi razón...—ronroneó, y solo sentir uno de sus dedos adentrándose entre mi trasero para rozar con ese agujero, me endureció—. Desde cuando te habría torturado con otros métodos lejos de brindarnos placer.

Ante la asperidad de esas palabras soltadas en un movimiento y ese dedo rozándose peligrosamente en ese agujero, mis labios se estiraron en una temblorosa mueca.

—Eres tan confuso, Siete—me quejé en un susurré, negando con la cabeza, dejando que mi frente se recargará contra la suya cuando con ese movimiento sentí marearme.

Sentir el calor de su cercanía y como mi nariz se rozaba al puente de la suya fue la mejor sensación de todas.

—Prefieres dejarme viva y tener sexo conmigo en vez de vengarte de formas que muchas desearían por el infierno que les hicimos pasar— solté en una débil exhalación—. No te entiendo, ¿qué clase de experimento hace eso?

Esas contracciones aumentándose en el interior de mi estómago, me ahogaron un débil quejido en los labios.

No me estoy sintiendo nada bien.

— Y si crees que esto es una venganza—pausé, solo para eliminar un centímetro más entre nuestros rostros y sentir como nuestras respiraciones se mezclaban, sentir como nuestros labios apenas se palpaba, se tentaban, se acariciaban para endurecer nuestros cuerpos—, déjame decirte que los orgasmos que me das son como estar en el maldito cielo.

Acompañé aquella confesión soltada entre dientes y a tan solo un par de centímetros de sus labios, con un movimiento de mis pantorrillas apretándose contra su endurecido trasero que se moldeaba perfectamente bajo sus pantalones.

—¿Qué te hizo no matarme en el túnel?, ¿qué te hace no matarme ahora? —pronuncié la pregunta con debilidad, acariciando una vez más su carnoso labio, grabándome su estructura en tanto cerraba solo por un instante los parpados—. No me digas que sientes algo y por eso me mantienes viva.

Solté aquello en un tono burlón, no esperando sentir esos carnosos labios estirándose una vez más, solo para que esa corta, pero escalofriante risa ronca y llena de un sentimiento retenido, resbalara de ellos y espolvoreara contra los míos esa caliente exhalación.

El corazón se me detuvo solo para dar una voltereta y estallar con latidos acelerados contra mi pecho a punto de romperlo.

—¿Sentir algo por una humana? —la frialdad con la que arrastró esa pregunta, lenta y en un tono grave y crepitante, removió mis huesos.

Peor aún. Cuando al extender mis parpados y apartarme un poco de su rostro, contemplé esa comisura izquierda que se mantenía retorciendo su rostro, el cual ladeó con una escalofriante severidad, alzando un poco su mentón para reparar hasta en el último centímetro de mi rostro confuso a causa de su pregunta.

—¿Qué te hace creer que siento algo por ti, Nastya? — el tono áspero de su voz y esos carnosos labios estirándose con rigidez me desarmó—. ¿Crees que me gustas?

—¿Y me lo preguntas después de masturbarme porque te tenté a matarme?

Y esa mueca en sus labios desapareció, volviendo ese rostro de piedra, sin ninguna expresión más que el temor que esos orbes depredadores emitían.

—No te confundas, mujer—recalcó la erre de esa última palabra, mirando mis labios un instante—. Me gustas, me gusta todo de ti, pero en esta atracción no hay más que sexo, lujuria y deseo. Ambos lo sabemos.

No debería herirme porque después de todo una gran parte de mi lo sabía y que lo confirmara más, solo me hizo sentir ridícula por esperar en el fondo otra cosa más sentimental, ¿en qué momento esperé eso?

—Solo... Solo respóndeme algo—arrastré con debilidad, apenas logrando enfocar mi mirada en su rostro cuando se distorsionó—. ¿Por qué no me mataste en el túnel?, ¿qué te detuvo, Siete?

Hice un gesto desagradable ante el grotesco sabor que se esparcía a lo largo de mi lengua, subiendo por todo mi esófago. Terminé tragándolo, tiritando ante los espasmos que me produjo.

—¿Tienes curiosidad? —arrastró.

Asentí con la cabeza, sintiéndola pesada y sacudiendo algunos mechones, estiré una extraña sonrisa en mis labios que él observó con atención.

—Si no fuera así no te habría preguntado, ¿no lo crees? —La arruga en su comisura izquierda se extendió, retorciendo sus carnosos y largos labios en una mueca diabólica y sensual que espolvoreó calor a mis mejillas.

—Te dejé viva porque la culpa que cargabas era tan grande que te quitarías la vida tu misma— aseveró entre dientes.

Y el calor me abandonó, así como la sonrisa en mis labios cayendo con fuerza. Una estaca en el pecho hubiera sido mejor que escucharle decir lo mismo que esos malnacidos escupieron en el sótano después de cortarme los tobillos.

¿Quieres que te demos una cuchilla para que te cortes las muñecas? Suicidarte es lo único que te queda, perra, y podemos concedértelo así sabrás que no somos tan malos. Sus bufidos golpearon con estruendo mis oídos estremeciéndome rotundamente, el mentón me tembló y apreté los labios conteniendo el nudo.

—Ellos...— alargué y mi cabeza hizo un extraño movimiento sintiéndola pesada, sus carnosos labios tensionándose a mis palabras se distorsionados —. Esos imbéciles querían que me suicidara.

El ardor aumentó en los ojos y temí cerrarlos, clavando la mirada en las venas que saltaban en su ancho cuello, rogando porque las lágrimas no se me derramaran.

—Y ahora tú... —mi voz tembló atascándose a causa del nudo apretujando la garganta cuando subí la mirada y me encontré con la suya, con lo que me aprisionada y para mí lamento, con lo que me ilusione —. Y ahora tú también quieres que me suicide.

Ya no sabía qué era lo que me dolía más, si la boca del estómago o la dignidad pisoteada y destrozada, pero la ira e indignación me incendiaron la piel y cosquillearon la palma de mi mano que voló sobre su mejilla, estampándose.

El estruendo se levantó hundiendo la ducha y un chillido se ahogó entre mis dientes al sentir el ardor apoderándose con palpitaciones en toda mi mano, me sentí enfurecida y decepcionada cuando mi impulso no dejó una sola marca en su blanca y perfecta piel, ni siquiera moví un milímetro ese rostro varonil, pero lo que terminó entenebreciéndome e intimidándome hasta encoger fue esa mandíbula apenas cuadrangular desencajándose, y esos feroces orbes oscureciéndose con intensidad.

Odié con toda el alma hallarlo aun así atractivo y sentirme masoquista con el deseo de besar sus labios.

—¿Tiene eso sentido después de cómo te enojaste por tentarte a matarme? — aventé sintiendo ese líquido amenazó con subir a mi esófago.

Y esa ceja poblada y perfectamente formada, arqueándose con severidad.

— ¿Por eso me dejas viva? — casi lo exclamé—, ¿quieres que me suicide? ¿Eso es lo que buscas de...?

La boca se me cerró de golpe cuando sentí ese líquido, de un instante a otro, subiendo por lo largo de mi esófago.

Quise contenerlo llevando una de mis manos a estamparse contra mis labios, pero no pude hacerlo, sintiendo las arqueadas inclinándome con rotundidad sobre su hombro para vomitar todo ese líquido apenas con migajas que se absorbió en la tela de su camisa uniformada.

Me di cuenta, cuando sentí mi frente recargarse contra su cuello y ese estremecimiento haciendo temblar el cuerpo por última vez contra el suyo, que algo malo estaba sucediéndome.

Algo estaba pasándome.

Y así fue, cuando no pude abrir más los parpados.

(...)

El grito desgarrador de esa pequeña niña, levantándose en ecos aterradores contra mis oídos, sacudió mis sentidos lo suficiente como para extenderme los parpados con fuerza.

El respaldo del sofá rojo fue lo primero que vislumbre, en tanto sentía esa descarga estremecedora recorriendo hasta el centímetro más pequeño de mi cuerpo: ese mismo que sentía recostado sobre un largo y cómodo colchón.

¿Qué estoy haciendo en el sofá? No recuerdo haber venido a la oficina. Esas palabras rebotaron en mi cabeza mientras dejaba que los dedos de mi mano repasaran la textura suave del respaldo.

Lo último que recordaba era la ducha y a Siete apareciendo bajo el umbral. Así como también recordaba el impulso que tuve de tentarlo a matarme y la masturbación que me dio, o sus manos tomándome de los muslos para levantarme y empotrarme contra el tanque de agua haciéndome suya a su manera.

Y lo peor de todo, recordaba perfectamente lo que sucedió después de tener sexo.

Te dejé viva porque la culpa que cargabas era tan grande que te quitarías la vida tu misma. Una mueca de amargura se me estiró en los labios cuando el tono engrosado de su voz se reprodujo en mi cabeza como si minutos atrás hubiera acontecido.

¿En serio me dejó viva en el túnel solo porque pensó que en algún punto me quitaría la vida por la culpa? No sabía con exactitud como sentirme con eso. De todas las razones, jamás me hubiera imaginado que pudiera pensar que el peor castigo para mí era ese...

Y vaya que sí lo fue. La única razón por la que no llegué a quitarme la vida y resistir todo este infierno fue porque creí que podía volver a ver a mi familia.

Me sentía tan confundida y perdida que no importaba cuanto procesará lo que hicimos en la ducha, nada parecía tener sentido.

Pero no iba a pensar en ello por ahora. Me removí sobre el colchón, moviendo la mirada lejos del respaldo solo para clavarla en el brasero del sofá donde descansaba el camisón azul, mis jeans y mi ropa interior. Ni siquiera me pregunté qué hacia mi ropa aquí, estaba seguro que él la había traído y no me interesaba.

Tras una corta respiración, empecé a inclinar parte de mi cuerpo hacia adelante para sentarme a la vez que sentía como esa suave tela comenzaba a resbalar desde mi pecho. Uno de mis brazos se levantó y movió para detenerla contra mis pezones.

Di una mirada a esa parte de mi para reparar en esa larga tela tejida a mano que apenas cubría parte de mi pecho apretujado. Era el cobertor de mi hermana, y cobijaba gran parte de mi desnudez, dejando únicamente a la vista parte de mis descalzos pies.

Hubo otra cosa que terminó confundiéndome y fue darme cuenta de que los nudillos de la mano que me herí estampándola contra el espejo estaban sin vendaje y, por si fuera poco, impecables de herida y sangre.

Él me curó.

—Despertaste.

Respingué sobre el colchón y fuera de mis tormentosos pensamientos. Se me levantó el rostro del cobertor tejido, torciéndolo hacia los archiveros, justo en el escritorio en donde descansaban las armas y los dardos adormecedores donde se hallaba ese pequeño cuerpo vistiendo una playera roja que le llegaba hasta las pantorrillas.

El shock me dejó con los parpados extendidos y el corazón explotándome en el pecho cuando mi mirada se encontró con ese rostro pequeño de mejillas sonrosadas, cuya mirada verdosa se había intercambiado por un par de orbes azules y una sonrisa de felicidad tan familiar y encantadora.

Anhetta...

No, no puede ser ella.

—El hombre adulto que da miedo me ordenó que me quedara a cuidar de ti.

El reflejo de esa mirada azul y esa sonrisa encantadora se desvaneció de su rostro cuando la tuve a tan solo unos pasos del sofá. Pestañeé saliendo del trance, reparando en esa mirada verdosa intensificada por sus largas y onduladas pestañas y esa pequeña sonrisa extendiéndose en sus delgados labios, titubeando con disminuir cuando se detuvo delante de mí.

Me sentí un poco confundida de verla aquí cuando esa mujer dijo que no la quería cerca de mí. ¿Había cambiado de parecer?

No, más confundida quedé solo repetir sus palabras y darme cuenta de que por hombre que da miedo, se refería a Siete. ¿Por qué le pidió a ella cuidarme?

—¿Estás bien? — preguntó de pronto, ladeando su rostro de un lado a otro como si tratara de averiguar algo en el mío—, ¿te sientes mal?

Pestañeé, todavía sorprendida por su aparición, antes de apresurar a negar con la cabeza, tirando del cobertor para cubrirme más los pechos.

—Estoy bien, no te preocupes— solté, y tuve que aclarar la garganta ante la sensación de un nudo atascándose en la garganta—. ¿Sabes cuánto tiempo dormí?

Apretó sus labios haciendo un pequeño mohín.

—No— encogió de hombros—. Hace poco que 06 Negro y yo despertamos, y el hombre que da miedo me ordenó que viniera contigo hasta que despertaras.

Esa repentina risilla aniñada brotando con una inesperada diversión de sus labios, me sacó de mis pensamientos. Pestañeé, enfocándome en ese pequeño rostro de mejillas sonrosadas y una sonrisa que estaba siendo ocultada detrás de su mano.

—¿Qué sucede? —pregunté con cuidado.

Ella torció ligeramente su cuerpo, lanzando una mirada a la puerta como si esperaba a que nadie la abriera.

—Es que hablaste mientas dormida.

Hundí el entrecejo ante sus palabras susurradas.

—¿Hablé? — curioseé. Ella asintió exageradamente con la cabeza—. ¿Y qué fue lo que dije?

Volvió a mirar la puerta, y dio un paso más al sofá, inclinando parte de su cuerpo para estar más cerca de mi rostro.

—Dijiste la clasificación de él —agregó, ocultando sus labios de nuevo tras la palma de su mano como si decir aquello le provocara gracia, y se apartó—. Estabas soñando con él, ¿verdad?

Me sentí desconcertada, apartando al instante una mano del colchón solo para dejar que mis dedos rozaran contra mis labios. ¿En serio dije la clasificación de Siete mientras dormía?

—Aunque parecías más que estabas teniendo una pesadilla porque hacías caras como si fueras a llorar— Y esas otras palabras soltadas con lentitud arrugaron un poco mi entrecejo.

¿Caras como si fuera a llorar? En realidad, no recordaba si había soñado con algo, solo el llanto de esos niños.

— Pero no te preocupes— esbozó, dejando que su pequeña mano tocara mi hombro—. Sé guardar un secreto así que no le diré nada a él.

Una sonrisa apenas se me asomó en los labios solo ver como algunos mechones de su cabellera castaña se sacudía con el movimiento.

—¿Sabes dónde está él? — me animé a preguntar, dando una mirada de rabillo a la puerta blanca.

Aunque imaginaba que estaría abajo, haciendo guardia en el piso de incubación.

Después de lo de la ducha, se sentía esa brecha entre los dos, más grande de lo que fue.

—Está haciendo guardia, 06 Negro le está dando comida al neonatal y Richard esta con los objetos negros que tienen antenas, dice que los usa para saber si hay más sobrevivientes—expresó, mirando de nuevo la puerta—. ¿Y qué te pasó?, ¿te dolía algo?, ¿estabas enferma? Es que él vino y te revisó la temperatura.

Negué un instante con la cabeza.

—No, estoy bien—sostuve en un tono dulce—, no me dolía ni me duele nada.

Al instante di una mirada a la mesilla cristalina junto al sofá, encontrando la caja blanca en la que se guardaban los frascos de sangre de experimento verde, y esa inyección acomodada al lado.

¿Siete me inyectó la sangre?, ¿y ni siquiera me desperté con la inyección? Sentí inquietud de apartar un poco el cobertor de mi cuerpo solo para revisar mi abdomen y buscar esa pequeña mancha amoratada que recordaba haber visto cando los síntomas de envenenamiento aparecieron.

—Es que mi examinadora decía que los humanos se enfermaban más rápido, y como él me ordenó cuidarte creí que lo estabas. Pero qué bueno que no lo estés.

Apenas estiré una sonrisa en mis labios, y estuve a punto de decir algo, pero terminé hallando en un borde de la mesilla, ese paquete de galletas saladas y una lata de frutas mixtas debajo de ella.

La saliva se me volvió más liquida, aumentando en la boca al tener unas enormes ganas de estirar uno de mis brazos, alcanzar las galletas, abrirlas y tragarlas. ¿Y esa comida de dónde salió? Richard se llevó el cajón con todos los alimentos, no recordaba haber dejado latas o galletas aquí.

—¿Tienes hambre? —inquirió ella. Esa comida es para ti. El hombre que da miedo me dijo que te trajera su porción y la tuya.

El vuelco que sentí detrás de mi pecho, me arqueó una ceja en confusión. ¿Me dio su posición de comida?, ¿por qué? ¿Tenía eso sentido después de lo que dijo en la ducha?

No. No lo tiene.

—¿Sabes por qué me dio su porción?

Observé ese pequeño rostro apretando sus labios como si buscara la respuesta en tanto miraba la mesilla.

—Creo que porque te quiere engordar.

Su respuesta me provocó gracia por poco haciéndome reír, y ella lo notó, ensanchando una sonrisa de diversión, soltando apenas una risilla.

—¿06 Negro no te regaña si estás conmigo? — Ni siquiera tardé un instante en preguntar y ella negó con la cabeza exageradamente, sacudiendo todos esos mechones hasta despeinarlos.

—El hombre que da miedo le dijo que me dejara.

—¿Por qué le llamas hombre que da miedo? —inquirí enseguida y sin poder soportar más el hambre retorciéndose el estómago, estiré un brazo alcanzando el paquete de galletas—. Puedes llamarlo por su clasificación.

Rompí el empaque para echarme una galleta a la boca y masticarla con desespero en tanto ella negaba con la cabeza otra vez. No esperé que diera un paso más y se sentara en el colchón junto a mí.

—Mi examinadora me enseñó que no debo confiar rápidamente en los demás. Así que por eso no le llamo por su clasificación.

—¿Y confías en mí? —terminé preguntando, recordando lo que 06 Negro había dicho.

Esa mirada verde reparó en mi durante ese par de segundos de silencio que se levantó. Apretó sus labios y asintió ligeramente.

—Sí, porque nos protegiste al neonatal y a mí.

Un estremecimiento me invadió el cuerpo. Escucharla decir aquello me recordó a esa pequeña niña que también era del área verde. Antes de que la dejara oculta en los escombros le pregunté si confiaba en mí, porque no quería dejar mis brazos.

Ella asintió y me soltó. Y aunque cuando regresé por ella en compañía del grupo de Jerry ya no estaba, encontrármelo en el bunker días más tarde, sana y salva, me alivió.

—Él también nos protegió— comenté—, mató a ese monstruo antes de que nos atacara, así que deberías confiar en él.

Me atreví a levantar mi mano y acomodar un mechón de su cabello pegajoso detrás de su oreja.

—Es muy fuerte y astuto— añadí sin siquiera hacer falta.

Y el hombre más descaradamente atractivo y confuso de todos.

—¿Te gusta?

Esa pregunta que por un instante detuvo mi respiración, calentó mis mejillas, me llenó de mucha confusión.

—No.

Sí. Pero este gusto o esta emoción no iba a crecer, las raíces de las que nació eran todas falsas, no había más que sexo, odio y confusión. Lujuria y sentimientos negativos.

Entre Siete y yo no había nada bueno. Y si en este lugar parecía el resto de mis días, no perdería el tiempo buscando una relación como esa.

Aunque, lo más probable era que ya no sucedería nada, después de su confesión estaba segura que ni él me buscaría. Y mejor que no lo hiciera. Prefería solo sobrevivir hasta donde pudiera, sin acercarme a él o a Richard.

—¿De verdad no te gusta la galleta salada?

Hundí el entrecejo repentinamente perdí cuando la vi señalar a la galleta mordisqueada en mi mano.

Oh. A eso se estaba refiriendo.

— También comí de esas galletas abajo, y saben muy ricas—repuso con inocencia—. Cuando nos toque comer otra vez, voy a elegir galletas de chocolate, no las he probado nunca, ¿tu sí?

— Estoy segura que te van a encantar—Sonreí, recibiendo también una sonrisa suya que llegó a iluminar su mirada.

—¿Crees que podamos jugar o hacer a algo juntas? — preguntó en un tono tímido, levantando sus piernas del suelo y mirando a la puerta —. 06 Negro no quiere jugar, dice que es una pérdida de tiempo, pero no sé qué más hacer, así que pensé que podríamos hacer algo, si quieres o, ¿no quieres?

¿Qué clase pregunta era esa? Moví la cabeza en asentimiento, sin titubeos. Y, a decir verdad, ¿qué más podría estar haciendo? Estaba igual que ella, sin saber qué más hacer, dónde ir, con quién estar.

—¿Qué tipo de juego te gustaría? — inquirí, volviendo a mirar esos orbes verdes.

Hacer aquella pregunta le transformó el rostro por completo a uno de emoción en el que sus labios se estimaron en una sonrisa abierta mostrando su blanca hilera de diantres blancos. Me recordó a Anhetta cada que le decía que le traería su helado preferido al hospital.

—Estaba pensando a las atrapadas, pero se hace mucho ruido y todavía estamos en peligro— sostuvo, levantándose del sofá y girando frente a mi—, luego pensé en que podríamos jugar a los guardias abajo, pero nos van a dejar. Y al final pensé en las escondidas. Lo jugaba mucho con los niños de mi sala, ¿quieres jugarlo?

Mordí mi labio, ¿jugar a las escondidas en el área? Eso también producía ruido, además, casi no había lugares donde esconderse.

No creo que sea una buena idea.

— Pero yo cuento y tú te escondes sin hacer ruido, ¿sí? —Hice un meneo con la cabeza.

— ¿De verdad vas a jugar conmigo? — Los brincos que su cuerpo dio, despegando sus descalzos pies del suelo, me tomaron por sorpresa.

Se veía muy emocionada.

—Sí, pero sin hacer ruido—aclaré, sin tener una remota idea de cómo terminaría esto

No estaba segura, sentía que una mala idea.

— Ve a esconderte en lugares seguros. No subas al piso de incubación— pedí, metiendo otra galleta a mi boca —. Te daré 5 minutos en lo que me cambio, ¿qué te parece?

Y ni siquiera aguardó un segundo cuando me dio la espalda y se echó a correr hacia la puerta blanca abriéndola para salir y empezar a cerrarla detrás de ella.

El crujir de la puerta cerrándose me hizo exhalar largo.

Bien. Solo sería un juego y un par de veces la encontraría. No era nada de malo que jugara con ella, después de todo estaría atrapada en el área negra, con algo debía hacerla olvidar que estaba atrapada en este infierno.

Fuera de mis pensamientos, metí un par de galletas más a la boca, tratándolo tras masticarla con desespero. Y decidí retirar el cobertor de mi cuerpo, acumulándolo sobre el colchón solo para dejar a la vista mi completa desnudez.

—Cielos...

Mordí mi labio inferior en tanto observaba la cara interna de mis muslos, irritados de los roces rotundos y azotes de la cadera de Siete embistiéndome con bestialidad contra el tanque. Pero esa piel irritada no se comparaba al enrojecimiento de mi pelvis y mucho menos al de ese par de labios íntimos donde sentía esa palpitante incomodidad que no pude ignorar.

Tras darle una revisada a la entrada de la oficina y al pasillo, levanté apenas uno de mis brazos para dejar que mía dedos resbalaran encima de mi monte, siguiendo un camino suave hacia los pliegues solo para rozar el calor que emitían y el ardor que se palpitaba entre ellos.

Subí la mirada de mi sexo a mis pechos, concentrarme únicamente en el bulto derecho, porque de los dos, en el que más se concentró Siete, fue ese. Elevé mis dedos para repasar bajo las yemas toda esa piel rojiza y rosada envolviendo la areola y el pezón, ese que para mi sorpresa seguía endurecido, apenas ardiendo.

La húmeda boca de Siete todavía podía sentirla devorándolo, chupándolo y jugueteando con él, con el roce de sus dientes.

Me estremecí ante el recuerdo, y seguí acariciando la areola de mi pecho, atrapada en sus palabras otra vez. La crudeza y la frialdad con la que soltó eso todavía martillaba mi pecho, ridículamente me había lastimado saber su razón, su odio y su aclaración sobre nosotros.

No debo caer otra vez. Métetelo en la cabeza hasta que lo entiendas, Nastya.

Deslicé mis piernas fuera del colchón para comenzar a levantarme, había creído que lo primero que me dolería, sería el trasero que recibió los golpes contra el estanque y el cual, todavía recordaba el tamaño de su largo dedo explorando su oscuro interior. Pero tan solo me incorporé, esa palpitación en mi sexo fue lo primero que me hizo arrastrar aire en un leve quejido.

—Maldición— aventé en una larga exhalación, dando una mirada a la entrepierna antes de volver a revisar el umbral de la oficina.

Rodeé el sofá solo para acomodarme junto a la ropa que descansaba sobre el brasero. Tomé primeramente la ropa interior, deslizándome los tirantes del brasier para apretujar los pechos tras abrochármelo, luego tomé el bóxer y ahogando un quejido en la garganta, lo subí en lo alto de mis muslos. Tan rápido como lo hice, me vestí con el camisón azul estirándolo por encima de mis muslos antes de alcanzar los jeans.

Solo con deslizar cada una de las piernas en su interior y subirlo hasta encima de la cadera, me di cuenta de lo grande que me quedaban ahora, y que abotonarlos no ayudaba mucho a detenerlo, se me resbalaban de tal forma que los pliegues mostraban un poco del bóxer.

Perdí peso. Aunque era algo obvio que sucedería. Con todo este desastre y muy poco alimento al alcance, cualquiera perdería peso, pero no tanto. Lo que me quedaría por hacer, sería ocultarlos con el camisón azul, y a cada momento subirlos. O podría detenerlos con la liga en mi muñeca.

Hice eso último, atando la tela que sobraba en un nudo para ocultarlo bajo el camisón. Y en cuanto terminé, me aproximé al baño, acomodándome delante del mueble de lavamanos y frente a lo que restaba del espejo roto.

Apenas pude ver la mitad de mi reflejo, revisando la piel de mis labios y mentón, incluso la de las aletas de mi nariz. Creí que tendría esas partes del rostro manchadas de sangre o de mi propio vomito, pero por mucho que reparara en esa piel, me di cuenta de que estaba impecable.

¿Siete me limpió?

Respiré hondo, aunque mi rostro estuviera impecable de suciedad, era un desastre debido a mi cabello desordenado y enredado. Llevé mis manos a desenredarlo y acomodarlo detrás de mis orejas.

Eso sería lo único que haría para darle forma a mi rostro. Pronto dejé que una de mis manos descansara sobre la llave del lavabo para girarla y empezar a lavarme la boca, recordando que había vomitado sobre el hombro de Siete. Seguramente se había quitado su camisa uniformada, teniendo él un sentido del olfato muy desarrollado, era imposible que soportara algo tan grotesco.

Escupí el agua tras enjaguarme, y sin darme una mirada al resto del espejo, me aparté del mueble y decidí salir hacía la oficina, acercándome al sofá para tomar las galletas y echarme una rebanada más a la boca.

Listo, ya pasó el tiempo, es hora de buscar a la pequeña.

Moví las piernas en dirección a la puerta blanca, no sin antes ver el reloj del umbral y memorizar la hora. y al detenerme y limpiarme las migajas, tomé el pomo de la puerta y lo giré.

Odié la manera en que los nervios comenzaron a invadirme la piel, erizándola cuando el sombrío panorama del otro lado crecía conforme extendía la puerta, mostrando tanto el corredizo de la oficina como el amplio piso de incubación...

Donde esa ancha silueta masculina, alta y llena de imponencia, fue vislumbrada instantáneamente para mí.

Se me revoloteó el corazón bombeando sangre caliente tanto a mi pecho como el interior de mi estómago. Salí de la oficina para recargar mi estómago contra el barandal del pasillo, sintiéndome como adolescente con su crush observando hasta el último detalle de su existencia desde la lejanía.

Él se encontraba contra los barandales que se extendían frente a la pared agrietada, con toda esa ancha espalda desnuda a la vista y ambos brazos venoso extendidos a los costados, apretando sus manos con fuerza en el metal donde se recargaba.

Santo cielo.

Detesté quedarme embelesada con las sombras que se extendían a lo largo de toda esa piel blanca que formaba su espalda, dibujando a detalle esos anchos hombros y cada uno de los músculos que se extendían a lo largo de sus brazos.

¿Cuántas veces lo había visto en esa posición? No importaba el número, era como si fuera la primera vez que lo miraba así. Siempre provocando la misma maldita agitación en mí, y el mismo temor. La misma ansiedad y confusión.

Aunque ahora mismo sentía más confusión de la que sentí por él en un principio.

¿Cómo serían las cosas de ahora en adelante? No quería averiguarlo, y por mucho que sintiera unas terribles ganas de escupirle en la cara que acariciarme en la nariz estaba lejos de una acción de odio, no lo haría. No me involucraría más con él.

¿Qué tenía que estar haciendo yo involucrándome con un experimento después de soltar los gusanos? Nada. No tenía que estar haciendo nada con alguien a quien le hice pasar todo un infierno.

Y aunque sabía que tampoco o debí involucrarme en lo sexual, lamentablemente de eso no me arrepentía.

En fin. A estas alturas, ya no tenía que estar tratando de hallar una explicación a sus acciones tan confusas. Solo alejarme, solo vivir hasta donde me lo permitiera él.

Él ya sabía todo de mí, y si no le estaba diciendo a nadie quién era yo, era porque me estaba dando una oportunidad de seguir viviendo, y por muy mala que fuera su razón para dejarme viva y en el área negra, no la desaprovecharía.

A poco estuve de retirarle la mirada...

Cuando el apretón tan notorio de sus manos contra el barandal y esos mechones negros resbalando de la cima de su cabellera negra a causa del movimiento de su cabeza enderezándose peligrosamente, detuvieron mi corazón.

Este hombre destilaba hechizos desde la lejanía y yo tenía que combatir a como diera lugar contra ellos para no caer. Le retiré la mirada y me acerqué inmediatamente a la escalera metálica, y tras repetirme una y otra vez ignorar su figura tan enigmática, bajé los peldaños.

Traté de enfocarme en otra cosa, y reparar en el resto del área negra, en todas esas aterradoras sombras que se extendían a lo largo de las paredes debido a las luces solares.

Me pregunté en qué parte estaría escondida la niña.

Seguramente en la cocina, la habitación o en la ducha, porque en el enorme salón no había muebles o un lugar donde esconderse que no fuera detrás de la escalera o de la estructura del piso de incubación. Pero estaba seguro que ella no se ocultaría ahí atrás. Además, era un poco peligroso porque estaba la pared agrietada, y todos esos restos de casillero sobre el lavamanos.

O, ¿sí?

Salí de mis pensamientos cuando al bajar el último escalón, me di cuenta de que el agua únicamente cubría la mitad de mis pantorrillas.

¿Cuántas horas dormí? Para que el agua disminuyera tanto su volumen, debieron ser muchas...

— Así que era cierto, ¿jugaras con ella a las escondidas?

Esa voz aguda y áspera en compañía de unos muy bajos balbuceos, levantó mi rostro del agua, torciéndolo a un costado de la escalera solo para encontrar a 06 Negro saliendo de la cocina, con el bebé sosteniéndolo en brazos. Esos orbes grises, más opacos que el color platinado de Siete, repararon en mi ropa, sobre todo en mis jeans que ni siquiera marcaban mis piernas.

—¿Tiene eso algo de malo? — quise saber, arqueando una ceja cuando se detuvo delante de mí, con solo un barandal que nos separara.

—Pues sí — espetó, haciendo un leve movimiento cuando inesperadamente la mano del bebé tiró con fuerza de uno de sus mechones largos—. ¿A quién se le ocurre jugar en estas condiciones? No estamos a salvo todavía y ustedes se ponen a hacer planes para jugar como si nada sucediera.

No iba a negarle que tenía razón, ni siquiera sabíamos qué acontecería de ahora en adelante para nosotros. Lo último que debíamos hacer con el gas venenoso, los derrumbes, la inundación y las monstruosidades que todavía seguían vivas, era ponernos a jugar y hacer como si nada sucediera a nuestro alrededor.

Pero esa niña...

—Es solo una niña— articulé, apretando la mandíbula con disgusto—. Si tiene la oportunidad de olvidarse de este infierno por unos minutos, que lo haga jugando un poco y en silencio.

—Y luego le romperás la fantasía cuando aparezca un contaminado tratando de comérsela—aseveró, con una impresionante molestia reflejada en su bonito rostro—, ahí si te quiero ver tratando de tranquilizar su llanto porque creyó que los monstruos habían desaparecido.

Torcí media mueca en mis labios, una expresión de extrañez mientras negaba con la cabeza ante sus extremas palabras.

—Estas exagerado, es solo un juego, relájate —recalqué, áspera.

—¿Hablas en serio? — escupió en un gesto asqueado—. Relajarse es lo ultimo que deberíamos hacer sabiendo que moriremos aquí.

—No seas tan borde Seis.

Richard apareció en el radal, deteniéndose junto a ella, mostrando los centímetros que le hacían falta para tener la misma estatura que la mujer.

— No importa si el infante juega o no, creerá que está a salvo en este lugar, y después llorará porque no lo está—acompañó sus palabras cruzando sus brazos bajo su pecho, ese que se marcó detrás de la tela de su camisa. Algo que atisbó ella sin expresión—. Ninguno de nosotros lo está, pero al menos tenemos la oportunidad de relajarnos un poco y es lo que deberías hacer.

La torcedura que esos carnosos labios de corazón hicieron, mostrando el enojo que se le provocó, fue atisbado por Richard, quien alzó sus cejas, como si esa reacción en ella fuera exagerada para él. Y para ser franca, lo era. Estábamos debatiendo un juego de las escondidas que se jugaría cuidadosamente, o eso quería pensar.

—Bajan la guardia en todo momento restando importancia a lo que sucede como si nuestras vidas fueran un juego— La mirada que le da a Richard y a mí, muestra desdén—. Que estúpidos e inservibles. Si no fuera por Siete y por mí, estarían muertos ustedes dos.

Y otra vez ese sabor volvió a mi boca, observando como su figura alta y curvilínea se apartaba de la escalera metálica. Fue inevitable no seguirla en tomo momento, dándome cuenta de a dónde se dirigía cuando cruzó el centro del área negra. Iba al piso de incubación, donde estaba Siete.

—Ese es el carácter de un experimento negro— la asperidad en la voz de Richard me devolvió la mirada a esos ojos azules llenos de cansancio y ojeras pintando sus parpados—. Por eso no me sorprendería si un día llegarán a marcharse dejándonos a nosotros dos aquí.

No me agradaron sus palabras y traté de ignorarlas.

—No has dormido—comenté.

—No puedo dormir, niña— esfumó, alzando uno de sus brazos para desordenarse el cabello—. A mi mente le cuesta creer que tengo oportunidad para reponer mis energías y me da pesadillas para mantenerme alerta.

—También las tengo exhalé, soportando las intentas ganas de girar el rostro y mirar en esa dirección cuando mi rabillo atisbó esa silueta femenina subiendo la escalera de asfalto—, aun así, me sorprende que pueda dormir.

—¿No tienes qué buscar al infante, Nastya? —escrutó ásperamente, vi como esos ojos azules pasaban de mí a mirar sobre mí, como si también mirara al piso de incubación—. No se te hará difícil encontrarla ya que no hay muchos escondites.

Meneó su cabeza, y ese mentón cuadrangular en dirección a la cocina, dándome una pista.

—Claro.

Rodeé la escalera, y tan solo pasé de largo su cuerpo, esos dedos ásperos se aferraron inesperadamente a mi muñeca, deteniéndome enseguida para girarme y encontrarme con su varonil cuerpo a solo un paso de mí. La sombra que apenas creó, por poco me cubrió enteramente el cuerpo.

Hubo algo en esa mirada azul

—Antes de que vayas...— alargó, y hubo algo en esa mirada azul que me inquietó. La seriedad que emitía no era cómo la primera vez que lo vi en la oficina—, hay algo que quiero darte.

Sus dedos soltaron mi muñeca, metiendo su mano en uno de los bolsillos de su pantalón. La incomodidad me pisó entera cuando al sacar su mano y extender su palma, evalué con el peor de los gestos esas piezas de condones que me estiraba, y, para mi sorpresa, esa navaja doblada.

Pestañeé, levantando la mirada a esos orbes azules y ese mentón haciendo una señal a su mano, sin entender por qué estaba dándome, más que los condones, la navaja.

—No digas nada y tómalos.

Por Dios, ¿es en serio? Una idea de por qué estaba dándomela se iluminó en mi cabeza. Era por qué escuchó el disparo en la ducha, ¿cierto?

—No necesito eso—agregué, y vi como ese par de cejas se hundían ante mi aclaración, como si no esperara a que se lo dijera.

—Claro que sí, toma los condones— hizo un movimiento con la palma de su mano, no sin antes tomar la navaja y guardársela en el bolsillo del pantalón—. Si se te terminan, hay más en la cajonera de la habitación.

—No es fértil — sostuve severa, negándome a tomarlos.

Una torcida sonrisa de extrañeza se estiró en sus labios, y el brillo que tomó su mirada me dejó por poco atrapada.

—¿Quién te dijo esa tontería? —indagó, hundió todavía más sus cejas, de pronto en un gesto inquiero.

Sus palabras me aturdieron, y no supe cómo reaccionar, ¿estaba queriéndome decir que eran fértiles? No, no, de ninguna manera.

—Una mujer que trabajó como enfermera infantil dijo que ellos no son fértiles—me atreví a contar, aunque con inseguridad por la firmeza que él desataba.

En el grupo de Jerry, mientras trataba de apartarme de los involucrados que trataban de verme la cara de tonta todavía, me acerqué a una mujer de cabellera rubia y mirada marrón. Llevaba una bata puesta, rasgada y sucia, y creí que ella podría responder a todas las dudas que mantenía guardadas en mi cabeza sobre los experimentos de Chenovy.

Era tarde para saber de ellos, pero al menos tendría respuestas.

Y en una de las pocas que pude hacerle, ella comentó:

Pero debido a sus alteraciones genéticas son estériles, si fueran fértiles Chenovy detendría la creación de embriones de cada clasificación. Es lamentable, ¿no lo crees? Ellos nunca podrán tener la experiencia de ser padres.

— Las hembras no son fértiles, pero a los machos, por su parte, les sobra la fertilidad—Sus ásperas palabras me sacaron del recuerdo, volviendo la mirada a los condones que volvía a extenderme—. Así que te recomiendo tomarlas, que quedes preñada de un experimento negro en estas condiciones, podría complicarte la vida.

(...)


Pum!!!

No confien en todo lo que dicen los personajes, podría llegar a sorprenderlos.

LOS AMOO MUCHOOOO!!

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