NO PRODUCES NADA EN MÍ
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Escena levemente con contenido adulto.
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Estaba odiando que en todas partes la electricidad fallara. La escasa iluminación dibujada sombras perturbadoras a lo largo de las paredes. Sombras que, en la lejanía, parecían cuerpos deformes.
Mordí mi labio antes de lanzar una mirada al experimento frente a mí. Ese hombre artificial creado a base de ADN de trabajadores y genética reptil, que echó a perder mi plan.
Solo podía verle el perfil por la manera en que movía su rostro con lentitud a los lados. También podía ver como sus enrojecidos parpados cerrados se mantenían en movimiento a cada lado al que volteaba a revisar.
Abrumaba la manera en que se dedicaba a mirar con detenimiento cada zona, que me pregunté hasta qué distancia podía alcanzar a ver una temperatura. Por la manera en que su rostro de facciones tan bien construidas se mantenía frívola, podía saber con tranquilidad que hasta entonces estábamos a salvo.
No hacía tan solo minutos desde que abandonamos a su grupo tomando el corredizo que le señalé a Siete, y él no parecía intranquilo en lo absoluto. Ni siquiera giró a ver a Blanco 09 cuyos orbes llenos de preocupación no dejaban de mirar en nuestra dirección mientras nos apartábamos. A distancia se le vieron las ganas de acompañarnos... o, mejor dicho, de estar con él.
Era como si a él no le importara abandonarlos, como si apartarse de un grupo bien protegido y el cual saldría mucho antes que nosotros, no le costara nada.
Si él supiera lo que le hice a su gente. Si supiera que estaba junto a la mujer que inició este infierno estaría jalando el gatillo en mi cabeza.
Atisbé el vaivén de su manzana de adán un movimiento lento y marcada en el que me envolví.
— ¿No te preocupa dejar a los otros?
Esperé su respuesta demasiado atenta a
su perfil, reparando en ese puente de su nariz bien recto, y en esa quijada perfectamente marcada en la que ni siquiera podía verle un solo centímetro de papada.
Una mueca se alargó en sus labios, torciendo ese rostro diabólico bajo la poca iluminación.
—En cuanto recojas lo tuyo volveremos con ellos— espetó claro y con tanta firmeza que me sentí abrumada.
Definitivamente yo no volveré. Ese pensamiento palpitaba mi lengua con mucha intención de aclarárselo. Solo pude apretar los mis puños reteniendo la impotencia. Me sentía abrumada de que mi plan terminara afectado a causa de él.
Sabía perfectamente que ir por mi cuenta podría ser arriesgado, sin armas ni linterna, fácilmente podría ser el aperitivo de alguna monstruosidad. Pero sabiendo que mi habitación no estaba tan apartada del camino por el que se dirigía el grupo para ir al comedor, y sabiendo que habían marcado el camino al exterior, tenía la oportunidad de salir ilesa de todos mis errores.
Parecía que cada vez que encontraba una salida, algo tenía que estropearlo todo, dar un giro inesperado y complicarlo.
¿Por qué dejar a su grupo solo por un sobreviviente que se había inventado una mentira dramática? No tenía sentido. Que decidiera venir conmigo para ponerse en riesgo, no tenía sentido. Nadie se arriesgaría a dejar un montón de militares armados, para seguirá a una mujer lunática y desesperada por conseguir lo único que le quedaba del hombre que disque la amó.
Estaba segura que con decir aquella mentira, aclarándoles que no me iría de laboratorio hasta tenerlo, me dejarían a mi suerte. Ah no, pero a este experimento se le iluminó la asombrosa idea de ordenarle al militar seguir con el resto solo para acompañarme.
¿A caso le preocupaba que muriera? Negué, claro que no, eso era absurdo. No me conocía, no lo conocía. Me había puesto un arma en la cabeza después de que intenté escapar. Sumando a eso, la amenaza de que, si volvía a hacerlo, utilizaría el arma. Era obvio que yo no le agradaba.
Y el sentimiento era mutuo.
Aunque al final fue la persona que me salvó de ahogarme, y recordando lo que Blanco 09 dijo, fue él quien me encontró. Si no fuera por él, estaría muerta. Si no fuera por él, no tendría una oportunidad de salir de aquí.
—Deja de mirar al suelo y pon atención al camino—Su inesperada orden apagando el silencio, o el movimiento marcado de su manzana de Adán, no fueron lo que me sacó de mis pensamientos. Pero ver esos parpados enrojecidos abriéndose, y ese perfil girándose hacia mí, sí.
Esa mirada reptil llena de una sombría frialdad comenzó a reparar en mi silencio. Una pequeña descarga eléctrica hizo saltar ligeramente los huesos bajo mi piel cuando me di cuenta de que había sido atrapada viéndolo como una boba.
—¿Cuál es el bloque? —arrastró entre dientes y pestañeé, golpeada por su engrosada voz.
Apreté la quijada apartándole la mirada solo para ver adelante. Me di cuenta también, de que habíamos llegado a una división de pasillos que se extendían delante de nosotros; el primero a nuestra izquierda; el segundo al derecho; y el último estaba enfrente, exactamente a un metro de nosotros.
Exhalé. Cada corredizo llevaba en la sima de su umbral un letrero todavía intacto, nombrando cada corredizo como:
Bloque de habitaciones F.
Bloque de habitaciones G.
Bloque de habitaciones H.
—Es por este— Señalé al pasillo F a nuestra derecha, en ese corredizo, a unas puertas más adelante estaba mi habitación. Tan solo la señalé, evité mirar a Siete y aceleré el movimiento de mis piernas para acercarme a la curva y adentrarme al pasillo. Solo entonces, cuando di los primeros pasos en su interior, las piernas me titularon.
Me detuve y Siete también lo hizo. Una mueca se torció en el lado izquierdo de mis labios cuando reparé en lo que se extendía en el pasillo F.
Una pila de piedras y tierra que pertenecía a una considerable parte del techo agujereado, cubría gran parte de nuestro camino. Pero ese no era el problema, sino ver que el techo no era lo único que se había derrumbado, dejando apreciar un—Muy— profundo agujero echo por quién sabía qué monstruosidad. Las paredes, gran parte de las paredes del lado derecho, estaban derrumbadas también, desechas.
Y una de todas ellas, cubierta por una pila de escombros, era la habitación donde estaban los tintes de cabello oscuro.
No quería imaginar qué demonios había ocurrido en este lugar. Pero era casi un milagro que el corredizo de habitaciones F, y gran parte de la pared izquierda. siguiera, en parte, firme.
—Santo cielo—la voz se me cortó. Mi mirada se agrandó horrorizada tras alzar un poco más la mirada de toda esa montaña de escombros para ver lo que extendía al final del bloque.
Comprendí lo que ese militar dijo en el laboratorio canino, mencionando que el camino que habían elegido era el más seguro, y tuvo razón. Gran parte de los corredizo que llevaban hacia el comedor estaban derrumbados.
Un derrumbe. Eso era lo que había al final del corredizo de habitaciones F. Todo estaba derrumbado, formando una grotesca pila de escombro y materia que apenas dejaba un hueco en el que se podía ver un poco del otro lado.
De algunas partes de aquella enorme pared de materia, salía agua hacia el corredizo F, y lo que empezó a alterarme un poco, fue el chillido de roedores recorriendo los escombros.
—Ratas—susurré—. Hay ratas...
Sí, y eran muchas ratas, y les tenía pavor.
Me obligué a apartar la mirada de esa montaña para colocarla en la única pared del corredizo intacta. Recorrí esas puertas perfectamente intactas lamentándose de que ninguna de ellas perteneciera a mi habitación.
Así que no me acerqué a esa parte del corredizo, encaminándome únicamente al lado izquierdo en el que media parte de la pared estaba derrumba, dejando a la vista el interior de algunas de las habitaciones.
Maldije en mi interior, una de ellas era la mía, y fue fácil de reconocerla en la lejanía, me había bastado con revisar los cobertores que vestían las camas individuales para encontrarla.
Nadie aquí tenía un cobertor con esos colores que había sido tejido a mano por su hermana menor fallecida.
Intenté cuidarla todo lo que pude, en serio que sí. Hice todo lo posible para que pudiera estar en la primera lista y recibir el trasplante de médula ósea. Aún si eso ameritaba tener que hacer algunas cosas indebidas como aceptar venir a asesinar experimentos que creí que eran monstruos.
Puse como condición a Anna Morózova que, si aceptaba venir al subterráneo para soltar los gusanos, ella debía poner en el primer lugar de la lista a Anhetta. Pero entonces, el día mismo día en que llegué aquí recibí la última llamada de mi padre llorando que ella murió.
Murió y ni siquiera pude despedirme.
Ni siquiera pude decirle cuanto la amaba ni cuanto intenté luchar para mantenerla más tiempo.
Tampoco pude regresar a casa, romper el contrato con Anna era imposible cuando gran parte del dinero que se me daría al finalizar el trabajo, se les dio a mis padres para pagar los gastos del hospital, medicamentos y la hipoteca de la casa.
Me vi obligada a quedarme con las amenazas, aunque en ese entonces seguía sin saber que los experimentos eran humanos.
Si mi hermana estuviera viva, valdría la pena tanto sufrimiento...
—¿No hay algo cerca de nosotros? — inquirí en un tono bajo con la voz rasgada debido al recuerdo. Salí de mis pensamientos para para reparar en todos esos muebles que se extendían a los costados de la cama individual. Agradecí porque ninguno de ellos estuviera destruido.
Y no escucharlo responder me apartó la mirada de los escombros, levantándola en busca de aquel perfil masculino que no tardé en encontrar a mi derecha, a medio metro de distancia. Su postura temeraria parecía tensa mientras sus manos apretaban el arma y sus parpados cerrados en movimiento al igual que su rostro que se mantenía en dirección a los escombros.
Abrió sus parpados, un instante volvió a recorrer todo el corredizo antes de bajar su rostro y girar hacía mí. Un calor demasiado inexplicable brotó desde la coronilla de mi cabeza y viajó hasta la planta de mis pies cuando me clavó esa feroz mirada.
Debería de estar acostumbrada a ver esas escleróticas negras después de estar en un grupo repleto de experimentos. Pero no podía, eran inquietantes... aterradores y enigmáticos.
—No— respondió con ápice áspero—, por ahora.
No supe porque tan inoportunamente me estaba perdiendo en sus ojos, en el profundo misterio que desataba ese intenso gris que vibraba de tan arrebatadora y, de alguna forma, hipnotizante manera.
Un segundo me tomó darme cuenta de que otra vez estaba mirándolo, este experimento sin duda era un imán. Retiré de golpe la mirada de la suya, dejándola caer al agua cuando al fin me di cuenta de que estaba haciendo una tontería de la que no quería cuestionarme.
E ignorando el hecho de que había algo en él que estaba afectándose involuntariamente, comencé a mover las piernas, subiendo cuidadosamente por el primer montículo de escombros. Me tambaleé debido a la manera en que la materia que pisaba se hundía en el agua.
Recorrí al menos unos tres metros del camino sin saber si aquel experimento me seguía por detrás. En realidad, no me importaba, solo quería llegar de una vez y tomar uno de mis bolsos, guardar todo lo que necesitaría y escapar de él.
Ja, que fácil suena.
Seguí tambaleándome conforme avanzaba, rogando en mis entrañas que las ratas no se atravesaran en mi camino, llevé una mano a cubrirme la nariz y la boca debido a una desagradable peste proveniente de alguna parte que no intenté buscar, solo seguí reparando en la poca distancia que quedaba de los restos de mi recamara.
Subí por otros escombros, pisando algo blando y terriblemente pegajoso que terminó reventándose bajo uno de mis pies.
Instantáneamente me detuve y bajé el rostro para reparar en ese pedazo de cráneo abierto, y ese putrefacto cerebro hundiendo por completo mi pie en sus restos agusanados.
El horror me rasgó el rostro y hasta el más pequeño de mis órganos. Salté pisando la parte trasera de una rata, el chillido y la dureza me volvieron a hacerme respingar con toda la piel de gallina. Tropecé y me balanceé hacia el resto de escombros, creí que caería sobre trozos de huesos.
Hasta que ese brazo rodeó de inesperada manera mi cintura y a una velocidad tan desconcertante para jalarme y estampar toda mi espalda contra algo tosco y rotundamente caliente que me estremeció.
Arrastré aire sonoramente ese toque abrumador de sus dedos cálidos aferrándose a la curva en la que se me marcaban las costillas me tomó por sorpresa como su intenso calor atravesando el manto y penetrando por completo toda la piel de mi espalda. «Esta tan caliente.» Mis manos volaron sobre su ancha muñeca para aferrarse a ella, juntando todavía más mi espalda contra su torso tras reparar en todos esos restos humanos extendiéndose en el resto del camino.
Restos que parecían pertenecer a un par de personas que habían sido cruelmente mutilados. Despedazados...despellejados. La monstruosidad que había hecho esta atrocidad, seguramente lo había disfrutado mucho.
Aunque esta no era la primera vez que miraba este tipo de escenas, recordando las cabezas que colgaban en cada rincón de la plaza junto a las salas de entrenamiento donde solían dormir los experimentos jóvenes. O recordando que en varias paredes del laboratorio se colgaban, en vez de cuadros o retratos, pedazos de manos y pies agusanados.
Uno de los síntomas de las personas contaminadas con el parasito, sufría de cambios en el apetito, guiándolos al canibalismo. Se suponía que perdían la conciencia y se basaban solo por el instinto salvaje, animal. Como los zombis, solo que con un parasito que crecía en su interior el cual podía evolucionar fuera del huésped. Pero era inquietante que los contaminados se dedicaran a colgar las sobras de su comida en rincones del laboratorio como si fueran adornos. Eso solo quería decir que tenían cierto grado de conciencia, ¿cierto?
Sabían lo que hacían y seguramente sabían que estaban contaminados, de ser así no estarían colgando cabezas ni desmembrando a tal grado los cuerpos de sus víctimas. La cuestión era saber por qué seguían atacando a los sobrevivientes, despellejando los cuerpos como si...como si tuvieran ira.
No importaba cuantas veces lo pensará y procesará, no podía encontrar una explicación para su comportamiento ni menos una explicación respecto a la extraña evolución que los parásitos estaban teniendo con el tiempo.
— Estamos caminando sobre restos...—solté, mi voz temblaba debido a lo acelerado de mi respiración, y a esos latidos azotando mi pecho de escandalosa manera.
No supe por qué solté aquel comentario, no hacía falta decirlo y menos cuando seguramente él ya lo sabía. Era evidente por el aroma, que en este lugar algo estaba pudriéndose. Pero también, visualmente era obvio de que había partes humanas por todos lados del corredizo. Así que mi comentario había surgido solo para evitar perderme en el escandaloso y profundo acercamiento de mi trasero presionándose contra sus armas...
—Cualquier mínimo ruido que hagas puede ponernos en riesgo — Me estremeció la manera en que su pecho vibró contra mi espalda. Pero lo que apagó mi acelerada respiración y me hizo desinflarse fue su crepitante voz sobre mi cabeza—. Se más cuidadosa.
—Lo seré — susurré, y mientras miraba esos desagradables restos humanos agusanados, una parte de mi disfrutaba de la manera en que esos dedos en mis costillas se deslizaban centímetro a centímetro fuera de mi cuerpo hasta soltarme.
Volví a pestañear cuando aquel calor extrañamente tranquilizador desapareció de mi espalda, dejando algo inquietante como la ausencia. Otra vez me confundí, me perdí con la mirada vagando en los escombros tratando de rayar una explicación por la que me sentía así.
—¿Dónde está lo que buscas?
—En una de esas habitaciones— señalé por segunda vez a las recámaras cuyo interior podría verse.
—Ve— ordenó en un movimiento tenso de su mandíbula—, no perdamos más tiempo.
Empecé a caminar, no sin antes dar una rápida revisada a mi pie para asegurarme de no tener gusanos. Escalé un trozo de pared recostado sobre una pequeña montaña de escombros para deslizarme dentro de lo que era mi recamara, hundiendo las pantorrillas en un montón de agua. Di una mirada a lo que restaba del cuarto, gran parte de su interior estaba intacto a excepción de la principal pared que había colapsado sobre parte de mi pequeña cocina: esa en la que reparé de sus restos de alacena para darme cuenta que, había sido asaltada por alguien.
—Se llevaron las sopas instantáneas — susurré, viendo cada repisa vacía—. Todos mis snacks...
No estaría molestándome tanto ese hecho si no fuera porque tenía muchísima hambre. Desde que dejamos el laboratorio canino mi estómago no había dejado de retorcerse. Pensé en tomar los enlatados y las sopas de la cocinita integrada en mi cuarto, pero alguien había tenido la misma idea y se me adelantó.
Quizás, ese alguien era los restos putrefactos repartidos por el corredizo.
Apreté mis labios y bajo una corta inhalación, me dirigí principalmente a la cama, tomando con un solo brazo el delgado cobertor para—Casi— trotar hacia el otro extremo de la habitación donde se acomodaba un enorme armario integrado a la pared junto al baño y, dos cajoneras de pequeño tamaño.
En lo profundo del armario, bajo mi ropa, tenía una guardada, además de un par de maletas, algunas mochilas que utilizaría para guardar. Me acerqué rápidamente y lo abrí dejando a mi vista todas esas piezas de ropa colgando de sus ganchos.
Me incliné un poco para alcanzar una de las mochilas más grandes. La saqué y sin pensarlo dos veces metí el cobertor en su interior, descolgando enseguida una camiseta y los jeans que me pondría para salir al exterior. Los guardé apresuradamente en el interior antes de apartarme y apresurar mis pasos a una de las cajoneras.
El collar con una sortija fue lo primero que vislumbré y lo tomé colgándolo en el cuello: tuvo un valor sentimental para mí así que me serviría para demostrar que vine por algo del hombre que amé. Observé todos esos frascos metálicos que contenían tintes artificiales que utilizaba para pintarme la raíz del cabello. Estaban intactos y bien ordenados, pero no sabía si me serviría de algo tomar uno de ellos, pues no cambiaría de nada mi aspecto. Mis dedos titubearon un instante antes de deslizarse sobre el primer frasco de tinte castaño. Algo que no sucedió cuando recordé que ese experimento estaba acompañándome.
Si veía los frascos, estaría cuestionándome sobre la historia que le conté. Tragué saliva antes de animarme a mover el rostro sobre mi hombro izquierdo para lanzar una mirada en busca de él.
No tardé nada en encontrarlo, estaba a varios metros de mí, al pie de los escombros del corredizo. Estaba dándome la espalda, revisando el lugar bajo sus parpados enrojecidos.
Solo verlo apartado y cuidando el lugar, me relajó. Aunque por un momento había creído que estaría recorriendo la habitación, curioso e intrigado por los muebles y colores. No sabía qué tanto conocían los experimentos. Solo sabía que eran bastante buenos para aprender, y que sus habilidades eran sorprendentes, Pero eran malos para expresarse y demasiado intensos para actuar, sobre todo los de las áreas peligrosas ya que eran a los que les impedían más, eso me contaron.
Sumando a eso el hecho de que Chenovy los emparejaba seguramente para que procrearan, y los llevaba a uno de los bunkers para que tuvieran una supuesta vida normal. Estar atrapado en un bunker dentro de una habitación amueblada, no era vida ni libertad.
Aunque estaba segura que para él estar al lado de una pareja que le fue elegida, era vivir.
Me pregunté qué pensaba Siete de todo esto, del laboratorio, del parásito, de nosotros... de que había más que solo un subterráneo en el que fue creado con órdenes que acatar. Seguramente esta parte de su vida nunca se la imaginó.
¿Y no estaba asustado? Si yo que conocía mucho más que él, estaba aterrada... él que no conocía mucho, debía estarlo también. Pero reparar en su figura firme y segura, sin ningún tipo de tensión, miedo o ansiedad, me daba a entender que no parecía temerle a nada.
Quisiera tener esa seguridad tan imponente y frívola.
Dejé de pensar y volví la mirada al interior del cajón antes de tomar un tinte y guardarlo en la mochila. Abrí el siguiente solo para tomar el par de tijeras y los anteojos que se acomodaban sobre un libro. Con la misma rapidez, me aproximé al siguiente mueble pequeño, abriendo el primer cajón solo para mirar toda esa ropa interior bien ordenada.
Di una mirada a mi cuerpo que apenas se mantenía oculto con el manto térmico que había acomodado sobre mis hombros, observando el brasier que llevaba puesto y las bragas que estaban un poco rasgadas en la parte del vientre.
Quise cambiarla y....y ya que estaba aquí, podía ponerme algo encima que no fuera la ropa que guardé en la mochila. Pero quizás no era una buena idea, cualquier cosa podía suceder mientras estuviera cambiándome.
Lo pensé. Ya tenía un tinte que posiblemente no utilizaría, las tijeras y la ropa, me hacía falta ir por las lentillas que guardaba sobre un estante junto al espejo del baño y, todavía, tomar el cobertor de la cama. Primero iría por las lentillas y si no ocurría nada hasta ese momento, me cambiaría.
Asentí con firmeza y tomé un par de prendas interiores antes de volver al armario y descargar unos shorts y otra playera de tirantes para encaminarme al baño. Abrí la puerta y me adentré dejando apresuradamente la mochila y las prendas sobre el lavabo para acercarme al espejo y a la repisa colgada junto a este en el que se acomodaban esos pequeños recipientes con lentillas del mismo color, y esas botellas con la que las lavaba.
Las tomé todas, guardándolas una a una cuidadosamente en las bolsas de enfrente de la mochila, y dejando un recipiente fuera para cambiarme las lentillas. Solo si no sucedía nada en los siguientes minutos.
Una vez terminé de guardar todo, cerré la cremallera. Comencé a desatar el nudo del manto térmico que había hecho alrededor de mi cuello, para quitármelo y levantarlo. Era enorme. Lo dejé amontonado sobre lo alto del retrete. Dando una mirada a la entrada del baño, revisando que aquella imponente figura no apareciera de la nada, volé las manos a las bragas para comenzar a quitármelas. Las deslicé con tanta desesperación fuera de mis piernas, que terminé rompiéndolas más de lo que ya estaba. Las dejé caer al agua.
Tomé la prenda interior de encima del lavamanos— que era un bóxer negro— y comencé a subirlo hasta cubrir mi vientre donde había una larga cicatriz de quemadura. Sin esperar un solo segundo, doble mis brazos hacia mi espalda para desatar el brasier, deslizando los tirantes fuera de mis brazos, y en un dos por tres también lo dejé caer al agua.
Los lunares se asomaban en distintas partes de mis pechos, y uno que otro, adornando los botones rosados. De todo mi cuerpo, mi espalda baja y mis pechos eran los únicos lugares en los que se podía encontrar este tipo de manchas.
Y por supuesto el lunar de mi labio inferior.
Una desagradable mueca torció mis labios cuando me di la oportunidad de revisarme el estómago y las piernas para encontrar, además de moretones y rasguños, varias manchas de suciedad. Ganas no me hacían falta para tomar una toalla y empezar a limpiarme.
Pero no había tiempo y sentía un profundo temor de que si no me apresuraba en cualquier momento ese experimento vendría a buscarme. Dejé de pensar, tomando el nuevo brasier del mismo color que el bóxer, para comenzar a ponérmelo.
—Veo que te tomas el tiempo para cambiarte.
Y esa escalofriante voz varonil, dueña de tonalidades roncas y crepitantemente graves, se levantó peligrosamente detrás de mí.
Respingué sintiendo los huesos saltarme hasta debajo de la piel con la intención de atravesarla. Algo que sucedió cuando mi mirada subió con fuerza de mis pechos desnudos— Esos que instantáneamente cubrí con uno de mis brazos— hasta el espejo frente a mí, donde una monstruosa sombra se dibujaba justo bajo el umbral del baño detrás de mí. Hasta el oxígeno que estuvo a poco de salir con la forma de un grito chillón, sino fuera porque reconocí esa endemoniada mirada.
—Solo me estoy cambiando de ropa interior — expliqué agradeciendo no tartamudear cuando lo vi en el espejo alzando la quijada.
La frialdad en su rostro y su mirada oscurecida terminaron por inquietarme.
—Estaban rotos y viendo que estabas revisando y que todo parecía un poco tranquilo, no me pareció que fuera una mala la oportunidad — expliqué dejando de verlo para colocarme el brasier lo más rápido que pude—. Solo me estoy tomando unos segundos, terminaré rápido.
Abroché el sujetador sintiendo mis pechos apretujarse en las copas.
— ¿O pasó algo? ¿Viste una criatura? — pregunté, sintiéndome perturbada cuando en esos segundos que permanecí quietecita acomodándome los tirantes, él no respondió—. ¿Viste algo?
—No— respondió con asperidad—. ¿Has terminado?
— No—avisé—. Tampoco quiero salir en ropa interior, y ya que tengo unos jeans aquí voy a aprovechar la oportunidad. Pero será rápido, lo prometo.
Tras decir aquello me giré para encarar su imponente figura a un par de metros de mí, y me arrepentí, porque tan solo lo hice, esos orbes diabólicos cayeron sobre mis pechos. Esa acción me tensionó peor aun cuando su comisura izquierda tembló y mi corazón aleteó cuando enarcó una ceja sin apartarse de mis pechos, observándolos como si resultaran interesantes.
Me está poniendo muy nerviosa.
—N-necesito que salgas para terminar de cambiarme—pedí. El calor se ciñó en mis mejillas, invadiéndolas de fuego cuando esa comisura se arrugó con severidad. Si tuviera solo las escleróticas blancas, sería como ver a un hombre normal y rotundamente atractivo—. Lo haré rápido, en serio.
Miró las prendas sucias que flotaban en el agua, mismas que rozaron sus gruesas pantorrillas y sin desvanecer la arruga de sus labios, ladeó su rostro un par de centímetros logrando que algunos de sus mechones negros se deslizaron sobre su frente, y deslizó su mirada a lo largo de mis piernas hasta detenerse en la entrepierna.
Los nervios me invadieron y di una mirada también, atisbando como mi parte intima se marcaba ligeramente bajo la tela. Un cosquilleo de calor abrazó mi rostro además de una incomodidad que me hizo contraer las piernas de tal forma que pudiera ocultar esa parte de su vista.
— No sé si sepas lo que significa privacidad, pero... — lamí los labios antes de seguir—, pero un ejemplo es darse la vuelta y salir del baño, y eso es lo que necesito ahora mismo de ti si quieres que termine rápido.
Y esa comisura se estiró, y el tiempo se detuvo para ver la lentitud con la que retorcía de perturbadora sensualidad su rostro. La arruga al costado de sus carnosos labios apareció y el calor estalló en toda mi piel cuando alzó esos orbes oscurecidos para recorrerme el rostro.
— Tomaste más de lo que buscabas— añadió entre dientes. Un tono áspero, bajo y peligroso que me hizo tragar nervios en la garganta—. ¿Qué tanto tienes en la mochila?
Sentí como todo el calor amenazaba con abandonar mi cuerpo.
—¿Por qué debo decirte? —no pude creer que estuviera preguntándome.
— Porque guardaste un número de cosas, pero ninguna que fuera valiosa— afirmó, dando una corta mirada de soslayo a la mochila sobre el lavabo detrás de mí.
Mi mirada se balanceó nerviosamente de su rostro hacia alguna parte del baño tratando de pensar en algo. Pero solo pude negar con la cabeza, hundiendo mi entrecejo, porque eso era lo único que me quedaba. Hacerme la ofendida.
—¿Estás seguro que ninguna de esas cosas era valiosa para mí? —cuestioné, ladeando el rostro tras devolverle la mirada.
—Un edredón, ropa y botellas de baño— nombró casi todo lo que guardé en la mochila—, eso no es nada que una persona a la que dices amar te dejé como objeto valioso.
Más sorpresa golpeó mi rostro, había creído que todo este tiempo permaneció revisando el corredizo en busca de temperaturas. Apreté mis labios tratando de no hacer ningún gesto que demostrara lo mucho que su cuestión estaba poniéndome nerviosa.
—¿Qué te hace pensar que eso fue lo único que metí en la mochila? — aventé la pregunta tal y como llegó a mi boca, sin procesarla antes—. Y, ¿por qué crees que ninguna de las cosas que guardé, era lo que él me dejó?
No era una mentira que todo era valioso para mí, desde las lentillas, el tinte de cabello y los anteojos, hasta las tijeras y el cobertor de mi hermana. Respiré hondo, llenando necesitadamente mis pulmones por la manera en que él enderezó su rostro y apretó severamente el arma en sus manos, casi como una amenaza. Una advertencia que me hizo tragar.
—No me hagas perder el tiempo y demuéstrame que apartarme de mi gente no fue en vano— espetó la orden y con tanta lentitud, que terminé pestañeando— por una humana que vino solo a cambiarse de ropa.
—No te rogué que me ayudaras, tú quisiste venir— le recalqué en un tono marcado antes de negar con un ligero movimiento de la cabeza—, así que es tu culpa el haber perdido tiempo al acompañarme hasta aquí.
Apretó la torcedura en sus labios y arqueó una ceja, el aspecto severo e importante era para hacerme temblar.
—¿Esa será tu respuesta? —advirtió con la mandíbula apretada.
—Primero, no estamos en un lugar en el que debamos entretenernos con tonterías como esta. Espero que tu cerebro pueda entender eso. Y segundo... —me detuve para respirar, atisbando esa comisura izquierda estirándose en un gesto irritado—, serás superior en fuerza y habilidades, pero, aun así, no eres nadie para obligarme a enseñarte lo que vine a recuperar del hombre que amo, así que parale a tu mala actuación de detective y sal del baño que necesito...
La voz se me atragantó cuando él abandonó el umbral y no precisamente para salir del baño. Una bola de nervios se inyectó en mi cuerpo al ver su monstruosa masculinidad creciendo cada vez más frente a mí.
¡Santo Dios, viene por mí! Y solo saber eso, hizo que una abrumadora sensación gélida floreciera desde la cima de mi cabeza y se deslizara hasta por el trozo de piel más oculto de mi cuerpo para estremecerme de terrible forma. Me empequeñecí y retrocedí tropezando con el lavamanos.
El gesto en mi rostro rogó que se detuviera de una vez por todas, pero no lo hizo y las piernas amenazaron con romperse al darme cuenta de que quedaría acorralada por él, por la inmensidad de su depredadora mirada y ese tosco y enorme cuerpo.
Me aparté de la porcelana y de la mochila, estirando uno de mis brazos con la intención de cruzar y alcanzar la pared frente a mi para salir del baño. Se sentía como si en este momento fuera él el peor peligro a mi alrededor y con mucha razón lo era.
Y no supe cómo fue que sucedió cuando en una franja de segundo sentí esos largos dedos atrapando mi antebrazo para tirar de mí con brusquedad.
Todo a mi alrededor dio un giro tan drástico en el que me perdí, antes de sentir mi espalda ser estampada contra los helados azulejos de la pared por su mano apretándose en mi cadera y esa otra tomando de un solo movimiento mis muñecas para colocarlas encima de mi cabeza al tiempo en que esa ancha cadera se presionaba contra la mía de tal forma que una de sus armas también se apretara en mi entrepierna.
Y gemí.
Un gemido largo y tembloroso fue arrancado de mi garganta en el momento en que mi pecho fue presionado por la parte baja de sus pectorales cuando él se inclinó al instante, para recostar su cuerpo sobre el mío de una forma en la que no sentí su peso.
Desorientada. Así fue como me sentí. Cada uno de mis músculos y hasta el más pequeño estremeciéndose con la sensación de ese potente calor penetrando su uniforme y estremeciéndome la piel apretujada de mis pechos.
Hasta el último de mis pensamientos se hizo añicos, nublando mis sentidos cuando al subir mucho la mirada de nuestros pechos sintiéndose en casi todo sentido—sino fuera por la prenda interior—, descubrí esos escalofriantes orbes de escleróticas negras sobre mí, reparando a pulgada de mi rostro.
Ahí me deshice de una forma sin igual; de una manera que nunca antes me había sucedido cuando deslizó su mirada por cada pequeña parte de mí volviéndome del tamaño de un insecto.
Observó desde lo alto de mi frente hasta la forma de mis cejas; desde lo largo del puente de mi nariz, hasta mis pómulos y mejillas; y desde la curva de mis labios apretándose con nerviosismo, hasta el mentón ovalado y herido.
Temblé, y me estremecí con tanta fuerza cuando inesperadamente inclinó su rostro de tal forma que solo fuera un pequeñísimo centímetro para que nuestras narices se rozaran. Una gran tensión se añadió en mis músculos al ver la manera tan intensa en que esos orbes grisáceos, tras reparar en mi rostro por segunda vez, quedaron clavados únicamente en mis labios, oscureciéndose.
—¿P-por qué...? — gruñí bajo sin poder terminar la pregunta.
Tuve que tragar una, dos y hasta tres veces. Lamerme los labios frente a esa mirada depredadora, y abrir la boca, pero tal como sucedió en el laboratorio, la voz no me salió.
¿Qué está sucediéndome esta vez? Fue lo único que tocó a mi cabeza, vigilando en todo momento esos orbes tan atentos a mi boca, esa que no pude evitar mordisquear a causa de su comportamiento. No estaba entendiendo por qué de la nada se había acercado a mí y me había dejado en esta posición después de lo que dijo.
No lo entendía. Solo sabía que su inesperada manera de acercarse y acorralarme, estaba haciéndome sentir vulnerable y expuesta. Y lo peor de todo fue que ni siquiera estaba haciendo nada para apartarlo.
Ah sí... mis manos estaban acorralada sobre mi cabeza.
Pero todavía me quedaba la oportunidad de retorcerme como gusano para romper su agarre y escapar. Sabía que debía intentarlo, a pesar de saber que los huesos de los experimentos pesaban el doble que nosotros, y sumando a sus músculos, era casi el cuádruple de nuestro peso.
Dejé de pensar cuando un destello eléctrico trató de nublarme los pensamientos solo sentirle presionarse más contra mi cuerpo sintiendo el suyo endurecerse al instante.
Lo que no esperé, fue esa exhalación ronca, abandonando sus carnosos y largos labios para explorar hasta el último poro de mi rostro, estremecerme con tanta profundidad que una descarga cálida se sumergió en mi vientre, humedeciendo mi entrada contra aquel bulto duro de su arma...
—No pensé que mis feromonas actuaran tan rápido en un humano.
Tragué un jadeó cuando habló, dejando que su cálido aliento remojara mis labios, secos y sedientos. Dejó de ver mi boca, para clavarme su endemoniada mirada repentinamente resplandeciendo con malicia.
—Estoy surtiendo efecto en ti...
—¿De qué...? —las palabras se quedaron en lo profundo de mi boca cuando esos dedos se deslizaron de mi cadera para subir por toda la curva de mi cintura y con una lentitud tan demente que cada centímetro de piel que sus dedos recorrían, se retorcía, se comprimía, de deshacía.
Hasta el último de mis músculos tembló bajo su toque, bajo esa mirada tan voraz y peligrosa, contemplando cada una de mis reacciones de una forma que parecía satisfacerle.
Este hombre era perverso.
Me desinflé contra su infernal calor, inclinando la cabeza contra la pared y disfrutando de aquella caricia que cada vez más subía, sintiendo sus dedos reparando en mis costillas.
Me estaba excitando, y no estaba bien. Estaba torturándome, estaba deshaciéndome, ¿por qué? ¿Por qué seguía sin poder hacer nada para detenerle? Algo tenía él que era rotundamente peligroso. Algo tenían sus manos, su calor y esa voz que adormecía por completo mi conciencia, mis sentidos. Me robaba la voluntad, me hacía temblar... Me volvía nada. Me hipnotizaba de una manera que no deseaba.
— Lástima que no produces nada en mí—su voz sonó amenazadora, y algo trató de iluminarse en mi cabeza, una advertencia gritándome que me apartara—. Aun así, eso basta para contradecirte.
Extendí solo parpados solo para verle apartar su rostro del mío, pero no lo suficiente como para dejarme procesar sus palabras. Menos pude procesarlas cuando esos dedos se deslizaron por segunda vez en la curva de mi cintura, desde lo alto de mis costillas hasta lo bajo de mi cadera, casi rozando mi muslo por encima de la tela del bóxer. Era un camino de caricias tan desagradablemente lento que un inquietante calor subió hasta mi cabeza, apreté mis labios cuando otro gemido quiso escapar de mi boca.
—Dices que no soy nadie—pronunció con lentitud y sentí que iba a explotar, no tenía control de mí, no podía pensar, no podía reaccionar—. Fui el único capaz de percibir tu temperatura en el sótano, atravesé el laboratorio solo para salvarte, por ende, soy alguien para ti, Nastya.
(...)
*CHA- CHA-CHAN* No pienso hacer que esta historia tome el mismo ritmo que Naranja o Rojo, esta tiene muchos giros impresionantes y muchos momentos que odiaran.
Quienes no entiendan por qué Nastya no puede reaccionar, es debido a las feromonas de los negros. Las feromonas de los experimentos negros es mucho peor que la de los Naranjas, y esto es debido a que Nastya en el primer momento en que tuvo contacto visual y contacto físico con Siete, se sintió atraída. Por otro lado, él no.
Pero imaginense cuál vendria siendo la reacción si Siete sintiera atracción por ella. Uff...
No me maten.
LOS AMOOO!!
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