No pienso jugar a esto

NO PIENSO JUGAR A ESTO
*.*.*

(DRAMA QUEEN A LA VISTA, Ni tanto pero les va a gustar lo que se viene, las amo)

No, ese insulto no era para él, era para mí por demostrar los celos, demostrar lo mucho que me había enfurecido verlos así, rozando sus narices, palpando sus labios, contemplándose con tanta intensidad. Y escucharle ordenarle a ella que fuera y lo esperara a la ducha, así como si nada y delante de mí, fue tan insensible y tan frio que el corazón se me encogió.

Seguía encogiéndose más, y no sabía cómo detenerlo. Aunque no quisiera y no debiera, me había afectado su indiferencia cómo no imaginé que lo haría. Más ridícula no pude sentirme por eso, tener este temblor de emociones frustrantes contrayéndome el cuerpo por un experimento con quien decidí no seguir la atracción sexual.

Al final de cuentas esta había sido mi decisión, él solo estaba haciendo lo que le placía.

Lo que le daba la maldita reganada gana hacer.

¿Y por qué no te estas moviendo? No esperes a que él venga por ti y te plante un beso diciéndote que no lo hará. No siente lo mismo que tú, es solo sexo, nada más.

Una mueca de desilusión se asomó en mis labios sintiendo ese escozor cubriendo hasta el último milímetro de mis ojos, nublándome el umbral de la cocina. Apreté un poco más los alimentos al estómago donde había todo un remolineo de sensaciones produciéndome malestar. Me volteé con lentitud para quedar frente a la puerta marrón. Arrastré aire a mis pulmones, pero sentí que al final no estaba llenándolos de nada más que un vacío insoportable. Abracé los alimentos casi apachurrados con un solo brazo para dejar que una de mis manos descansara sobre el pomo.

Lo giré, abriendo con lentitud la puerta, dejando que poco a poco el interior de la habitación se fuera mostrando frente a mí.

Haré de niñera mientras ellos lo hacen en la ducha donde él y yo... ¡Maldición!

El mentón me tembló y la mandíbula se me desencajó, me obligué a desaparecer ese pensamiento y reparar en esa litera cuya primera cama en la que todavía recordaba haber sido empujada, se encontraba vacía. Abrí un poco más tratando de mantener la cordura. Pero no esperé que mi propio cuerpo me traicionara torciéndome el rostro para lanzar una mirada por encima de mi hombro hacía el umbral de la cocina.

Levanta la dignidad y deja de esperar algo. Me repetí, regresando la mirada a la habitación, Estiré el cuello revisando la cama de arriba de la litera. Se me apretó un poco la boca cuando vislumbré la espalda de la pequeña hecha un ovillo contra el barandal de la cama, quieta y con una suave y lenta respiración.

Siempre sí se quedó dormida.

Si ella estaba dormida

Me adentré bajo el sombrío techo, cerrando la puerta sin ganas de dar otra mirada a la cocina, titubeando de nuevo con ponerle el seguro al pomo o no. Al final no lo hice, dando la espalda a la puerta para reparar con esa sensación helada en la boca del estómago, cada uno de los muebles del cuarto.

Observé los alimentos en mi brazo, de lo tan conmocionada y confundida que me encontraba, había perdido el apetito, sintiéndome saciada de sentimientos negativos.

E incluso sentía que había perdido algo más, pero no sabía qué.

Que ambos se miraran así de cerca y sus orbes dilataran al mismo tiempo, ¿qué era esa clase de conexión?, ¿qué era ese sentimiento que ambos emitían?

No lo sé, pero me duele, siento que el pecho se me saldrá.

No esperé ver eso, nunca lo imaginé y no podía desaparecer su forma de mirarse. Todavía me costaba creer que él la tomara así y sus ojos la escudriñaran con tanta profundidad, contemplando su carnosa boca como si tuviera ganas de devorársela ahí mismo.

Entonces...ve a la ducha y espérame. Sus palabras repitiéndose en mi cabeza con tormento clavaron clavos en mi órgano palpitante.

Maldito bastardo pedazo de idiota.

Y yo también por ilusionarme así.

Recargué un momento la espalda en la puerta, así como la cabeza soltando una hueca exhalación. No estaba entendiendo nada, mi mente nuevamente era un caos, un maldito tobogán oscuro y sin final, y aunque sabía que no debía buscar explicación de lo ocurrido del otro lado de la puerta, empecé a buscarla.

La única que hallaba y debido a sus orbes dilatándose, era que quizás él volvió a sentirse atraído por ella, ¿porque estaba en celo?, ¿o porque sus feromonas volvieron a hacerle efecto? ¿O era por ese lazo que los unía? De cualquier forma, era claro que a ella le gustaba Siete.

Y, ¿a él? ¿Él sentía algo por ella? ¿Se podía sentir atracción por dos personas a la vez? Dijo que su atracción por aquella hembra terminó, entonces no estaba entendiendo nada.

Donde hubo fuego, cenizas quedan. Recordé esa frase que me hizo saborear lo agridulce en la boca.

Y lo que era más posible, era que su atracción por mi disminuyó después de mi absurda decisión. Ni siquiera se acercó a mí, me llamó humana y cuando le dije eso ultimo él ya me había dado la espalda para irse donde ella.

Putos celos, maldita de mi por no poder controlar lo que siento por ese experimento.

Y le había preguntado si acaso buscaba algo más de mí que no fuera mi cuerpo. Que tonta me estaba sintiendo, y que ganas de abofetearme y golpearlo a él por preguntarme todavía, si quería que me tocara. ¿Por qué? ¿Para qué demonios me preguntó eso si descaradamente iba a tocarla así y a decirle que lo esperara en la ducha delante de mí? ¡Delante de mí!

Que la esperara en la ducha, justo donde él y yo tuvimos sexo.

Justo donde lo encontré desnudo y me acarició la mejilla.

Justo donde me dijo que yo era la culpable de que me tuviera más ganas y donde dijo que esta atracción era más fuerte, que ninguno de los dos podría escapar de lo que deseábamos del otro.

Justo donde dijo que era deliciosa, que mi piel, mi aroma y mi interior lo tenían cautivado.

Justo donde dejó en claro que no solo una vez miró mi temperatura, sino que fue el hombre que estuvo a punto de matarme en aquel túnel.

Dejé caer los parpados cuando hasta el escozor trató de invadirme los ojos. No iba a llorar, lo último que haría sería humillarme más de lo que ya lo hice al no irme antes de esa escena.

Ni siquiera debía hace un drama, ni siquiera a dejar que todo un huracán de sentimientos frustrantes se acumulara en mi interior. Lo de nosotros era solo sexo, ni siquiera tuvimos algo, hicimos algo o dijimos algo en la que se nos comprometía, no había una relación así que soltar insultos y hacer un escándalo en mi mente no servía de nada.

Además, fui yo la que decidió terminar con esto. Era toxico, no iba a hacerle bien a ninguno de los dos, yo era la mujer que cometió un terrible error y él el experimento que me salvó a pesar de saber que provoqué la muerte de muchos de los suyos.

Aun así, esto no dejaba de molestarme mucho, estaba aturdida, confundida, enfurecida, el toque de sus narices, la manera en que se miraron, sus bocas palpándose, todo eso no dejaba de atormentar hasta la última neurona, amenazando con volverme loca.

Dejándome de lado después de reencontrarnos finalmente como si fuera destino. Pero esto a ti no te importó e intimaste con una humana a mis espaldas.

Las lágrimas que ella soltó con esas palabras, regresaron a mi mente y no supe cómo sentirme más allá de la ansiedad que me producía.

Como lo hicimos en el bunker y fuera de él, ¿por qué ya no puedes ser como antes?

Esas palabras solo me confirmaban que él ya antes le habían tenido algo íntimo. Y si era virgen cuando tuvimos sexo, no quería imaginar entonces como fue que le dio placer a ella durante su celo.

Tampoco te quiero provocando al macho que elegí como mi próxima pareja porque no voy a quedarme con los brazos cruzados si vuelves a provocarlo.

Ya no tendrás que preocuparte. Con ese pensamiento saboreé esa amargura en la boca.

Se notó que él le daría lo que buscaba, así que definitivamente dejaría de provocarme discusiones tontas y absurdas.

—Viniste.

Levanté el rostro lo hacia la litera. Esa mirada de un verde tan claro como el de una hoja, se iluminó desde la segunda cama.

—Ya no pude dormir, pero el neonatal sigue bien dormido.

Gateó hasta el borde de la cama, recargando ambas manos en los barandales de la pequeña y delgada escalera metálica. Reparé en su cabello enmarañado y en sus parpados caídos, era obvio que todavía tenía sueño.

—¿Qué es eso? — Señaló a mis brazos.

—¿Te gustan las galletas de chocolate? — Hice un movimiento con los brazos y me aproximé a la litera solo para estirarle las galletas.

—Si, saben muy ricas— alargó con emoción, recibiendo los paquetes —, ¿los dos paquetes son para mí?

Asentí sin pensar, no iba a aclararle que un paquete era mío después de ver su sonrisa de emoción. Tendría que aguantarme el hambre unas 7 horas más, para mí no sería difícil, después de todo ya lo había hecho antes.

—Pero no te los comas todo de un jalón— dije, aferrando mis manos a la escalera para comenzar a subir—. Tienes que guardarlas y comer una cierta cantidad cada determinado tiempo, ¿entendido?

Ella sacudió su cabeza en un exagerado asentimiento que le revolvió todo su cabello, empeorando su aspecto.

—Pero todavía no tengo hambre, sigo llena de las frutas que me disté. Así que las guardaré para cuando me dé hambre otra vez—volvió a gatear a lo largo del colchón dirigiéndose hacia el respaldo de madera de la cama, solo para esconder las galletas debajo de una de las almohadas.

Ahí, la mirada se me perdió en la segunda almohada y la cual se pegaba contra la pared, aplastada por ese bebé bocabajo, con sus bracitos extendidos y sus piernas gorditas vistiendo únicamente un trapo que le cubría en una clase de pañal. Todo ese cabello rizado le cubría parte del perfil de su cachetón rostro y la inocencia que desprendía era tanta que quise cargarlo que acurrucarlo contra mi pecho.

—Los neonatales duermen mucho porque están en desarrollo— le escuché decir y vi como extendía uno de sus brazos y dejaba que su mano le acariciara el cabello—. Y no importa qué ruido hagas o cuanto lo toques, no se despierta. ¿Quieres tocarlo?

Apenas sonreí como un leve asentimiento, trepándome sobre el colchón para acercarme a ellos. Me senté junto a la almohada en la que dormía el bebé, recargando mi espalda contra la pared antes de mover mi mano sobre lo largo de su pequeño cuerpo y recostarla con delicadeza en su cabeza. Y con miedo a lastimarlo, dejé que mis dedos acariciaran su cabello, retirándole unos cuantos rizos de su frente como para contemplar esas espesas y rizadas pestañas negras en sus parpados.

Es hermoso.

—A 06 Negro le gusta mucho acariciar su cabello y a mí también—hizo saber, arrogando un poco sus labios—. Pero ahora está más pegajoso, como el mío.

Verla llevar su mano para hundir sus dedos en su cabello y tratar de desenredarlo, me dibujó una muy débil sonrisa.

—Y no solo eso, el bebé también apesta, 06 le lavó la tela porque se hizo del dos, pero aun así sigue apestando.

Y esa sonrías en mi rostro se extendió con un poco de gracia.

—Puedo darles un baño en el lavam...

—Sí— soltó sobre el colchón y la mirada se me clavó en el cuerpo del bebé que a pesar del salto que le sacudió su cuerpecito, ni siquiera hizo ruido o extendió sus parpados—, ¿ahora mismo?, ¿en la ducha nos bañaras?

La emoción de su voz me apretó un nudo entre los músculos de mi garganta. Peor aun cuando el recuerdo de Siete sosteniéndole la quijada y ordenándole ir a la ducho se vislumbró en mis pensamientos, así como esa maldita y descarada sonrías de orgullo en ella.

Como si hubiese ganado el premio más gordo a la perra del año.

Volqué los ojos por insultar a un experimento que quise matar.

—No—Negué, fingiendo una sonría—. Ahora está...Dentro de una hora, ¿qué te parece?

—Pero 06 Negro no nos va a dejar—Frunció sus labios llevando una de sus manos a tallarse sus ojos —. Por eso le dije al hombre llamado Richard que te enviará mi carta, porque ella me dijo que no me quería conmigo. No va a dejar que nos bañes y si se da cuenta de que estas aquí, se va a enojar.

—No te preocupes, de ahora en adelante estaré con ustedes—mentí.

—¿En serio?

Asentí, mirando a la puerta marrón, sintiendo ese pinchazo de decepción que no fuera abierta por nadie.

—Podremos jugar a las escondidas y a saltar sobre las camas cuantas veces quieras—hice saber, fingiendo una sonrisa que ni siquiera llegó a mis ojos—, incluso, voy a quedarme a dormir aquí con ustedes.

Fue como si le diera una gran noticia, extendiendo una de las más sinceras sonrisas de alegrías que, pese a poca iluminación de la habitación le resplandeció su mirada.

—¿Me cantaras para dormir? —quiso saber y ella negó gateando para sentarse junto a mí

—Quiero que me cuentes una historia—me pidió—. Pero no un cuento de hadas porque ya me los sé todos, el de las princesas y hasta los cuentos infantiles, ¿te sabes uno diferente?

Lamí los labios dejando que la mirada vagara en alguna dirección de la cama. Me sabía muchos cuentos de hadas, pero sí ella conocía todos y no quería uno igual, ¿cuál podría contarle?

—¿Te sabes el de la villana y el caballero? — le pregunté, y ella estuvo a punto de asentir, pero se quedó trabada, con la mirada perdida en mis descalzos pies.

—¿No es el de los tres mosqueteros?

Solté una risilla corta y baja que no pude contener, no me esperaba esa comparación.

—Esta es otra, es muy diferente a lo que has leído o escuchado antes, lo inventé yo.

—Entonces sí—Se pegó a mi hombro estirando sus piernas junto a las mías—. ¿De qué trata?

Abrí la boca para respirar con fuerza, sin poder evitarlo nuevamente, mirando esa maldita puerta.

—De un reino que se ocultaba en un bosque porque era habitado por personas con dones maravillosos— empecé—, y una villana que quiso destruirlo todo y conoció a un caballero.

—¿Y se enamoró? — sus parpados se extendieron como si se asombrará—. Me gustan las historias de amor, mi examinadora me las contaba mucho, ¿él también se enamoró de ella?

— ¿Quieres saber?

Ella volvió a sacudir su cabeza en un exagerado asentimiento, emocionada por escuchar, y yo no tardé nada en removerme sobre el colchón, acomodarme un poco más y contarle la historia desde el comienzo.

Los minutos fueron aconteciendo cuando abrí los labios, y no iba a mentir, lo que salía de mi boca, tenía muchas verdades que cometí en el laboratorio de Chenvoy pero acomodadas de dientes formas.

Una villana que junto con sus compañeros que entró en un reino porque les dijeron que planeaban revelarse contra la humanidad y que ellos debían matar a todos esos habitantes super dotados.

Sí, quizás un poco más exagerado y dramático, con otros escenarios, otros nombres, personajes, sin monstruos y mucha menos sangre, pero al final de cuenta la misma villana que fue engañada por una bruja malvada que la tuvo todo el tiempo vigilada.

La misma villana con un pasado diferente pero que había sido amarrada y envenenada, y la cual fue salvada por un caballero que volvió al reino para rescatar a los últimos sobrevivientes.

Eran errores diferentes pero los mismos sentimientos. Las mismas acciones entre los personajes principales, obviamente evitando mencionar escenas explicitas que fueran más allá de un beso o una caricia en la mejilla.

Y con un final demasiado trágico.

—Y ella se miró en ese espejo empañado—Mis dedos juguetearon con la tela del camisón rosado—. Contempló una última vez su aspecto pálido y ojeroso, todas esas cicatrices que deformaban su bonito rostro...

"Se dijo que así era como debía suceder, era como ella tenía que terminar. Así debía rendirse a su destino después de tanto luchar contra él y tratar de sobrevivir ilesa de lo que hizo.

Así que dejó que las lágrimas de sus errores fluyeran de sus cansados y enrojecidos ojos, dejando que las mismas lavaran la suciedad y las heridas que le ardían en sus mejillas sonrosadas.

Se desahogó de su dolor una vez más, pero tragándose los sollozos. Con esa opresión en el pecho dejó que sus heridas manos tocaran el vientre, sintiendo la calidez de esa piel inflamada donde crecía esa pequeña herencia del caballero que llegó a amar.

Cerró sus parpados y vio a su familia, esa que tanto deseó volver a ver tan solo una vez. Los abrazó en su memoria y dejó de sentir dolor.

Entonces los pilares sobre ella se derrumbaron, todo se oscureció a su alrededor y silenció. "

—Y la carga de su mayor pecado cobró finalmente su vida— susurré con el nudo en la garganta, hundiendo las uñas en la tela—. Fin.

Mi voz se amortiguó a causa de un alargado, pero bajo quejido de la niña golpeando sus piernas con sus manos.

—No me gustó —Frunció sus labios y vi como sus ojos permanecían cristalizado como si quisiera llorar—. ¿Por qué tenía que morir?, ¿por qué el caballero se fue con los otros y no volvió por ella?

—Porque todos sabían quién era ella, y el caballero miraba en sus ojos a la mujer que mató a los suyos— respondí con los labios apretados.

La negación que hizo con su cabeza, volvió a sacudirle sus cabellos.

—No, no, no, no, pero la besó. Si la besó así de tierno y la cuidó es porque no ve nada en sus ojos—aclaró torciendo sus labios inconformes —. Y si le hubiera dicho que esperaba un neonatal seguro que vuelve por ella, ¿por qué no le dijo?

—¿Recuerdas la parte de la sustancia que le inyectaron esos hombres?

Ella asintió con temor.

—Fue horrible que la envenenaran y la lastimaran así— comentó con ápice de tristeza—. Pero, aun así, el caballero dijo que conocía un antídoto para su enfermedad.

Aprete los labios cuando estuve a punto de decirle que la villana sabía que ese bebe en su vientre no estaba vivo. Decirle eso a la niña, después de tan terrible final que me inventé, la haría llorar.

—En realidad no había antídoto, él solo lo dijo para que ella dejara de atormentarse—confesé encogiéndome de hombros y, para mi lamento dando otra mirada a esa puerta marrón que desde hacía muchos minutos atrás no había sido abierta.

—Pero no entiendo—se quejó recargando parte de su cabeza contra mi brazo —, el caballero la cuidaba mucho y hasta la besó, ¿por qué la dejó?

—¿Recuerdas la decisión que ella tomó? —inquirí.

Exhaló con tanta fuerza que las aletas de su nariz se levantaron. Parecía enojada, disgustada por la historia sin final feliz.

—Me cae mal por eso—soltó en un gesto de enojo —. No debió decirle que no quería estar con él porque si lo quería y él también la quería, por eso debió volver por ella—alargó, y su mentón tembló.

—Él no la quería.

Pataleó con molestia a causa de mis palabras y yo sonreí divertida ante su comportamiento.

—No, no, no, la cuidó mucho, muchísimo. Se puso en peligro y regresó más de dos veces a salvarla.

Una lagrima se le derramó, una que limpió con sus nudillos rápidamente, enrojeciéndose la mejilla.

—Por eso no entiendo por qué se fue sin ella—Negó—, ¿por qué la abandonó en ese cuarto sin saber que tenía un neonatal? Se fue con los otros y con esa otra mujer, ¿por qué?

Aspiró por la nariz un par de veces los mocos que se le resbalaban, llevándose el dorso de su mano para limpiárselos. No creí que un cuento la hiciera derramar lágrimas, si supiera que hice algo bastante similar a lo de la villana, no estaría llorando por mí.

Haría todo lo contario.

—Es solo un cuento, pequeña— reafirme con cuidado, encontrándome con ese par de orbes verdes todavía disgustados—. No tienes por qué llorar.

—Pero es que no quería que el caballero la abandonara así, fue malo, muy malo, a ella le mintieron, ya sufrió mucho, ¿por qué tuvo que volver a sufrir? —Hizo puchero y no espere que patalear sobre el colchón —. No me gustó tu cuento, yo quería un final feliz. Ambos se merecían estar juntos, ¿le puedo cambiar el final?

Eso me sorprendió, pero asentí, estirando una leve sonrisa en mis labios.

—Primero, el caballero no le da la espalda a la villana cuando ella decide dejarlos — comenzó.

Hice una mueca, atrayendo mis piernas contra mí eso mago para apaciguar los retorcijones de mi hambre, mientras la escuchaba.

— Él sabía lo que hizo y sabía que le mintieron, sabía que ella se sentía muy triste por lo que hizo, por eso no la dejó apartarse —continuó imitando mi posición, acomodando su cuerpo sobre sus rodillas dobladas—. Y la protegió, la cuidó mucho, la besó mucho, la acarició mucho, ignoró a la otra mujer y se la llevó al exterior, se quedó con ella y el neonatal que crecía en su estómago, y tuvieron más neonatales y vivieron felices para siempre, ¡fin! Voy al baño a hacer pis.

Eso último me dejó estiró una sonrisa con una risilla que tuve que contener por la manera tan apresurada en que terminó y gateó por todo el colchón para llegar a la escalera y comenzar a bajarla con urgencia.

Mordí mi labio cuando la risa quiso aumentarme, siguiendo su pequeño cuerpo casi trotando hacia el baño donde se encerró.

Y todo silenció a mi alrededor.

Y entonces esa sonrisa desapareció instantáneamente de mi rostro, haciéndome suspiras con desgano en tanto me dejaba ver una vez más la puerta marrón con el pomo dorado. No sabía cuantos minutos pasaron, pero creí que pasar tiempo con la niña, contándole una historia bastante parecida a mi realidad haría que la mente se me despejara y me olvidará de esos retorcijones en el estómago produciendo sonido. Pero no fue así.

Lo peor de todo era que tuve el maldito pensamiento de que esa mujer entraría con lágrimas en los ojos.

Cómo me hubiera gustado verla así, pero al parecer la estúpida aquí seguiría siendo yo, la tonta que se había tomado en serio todas esas acciones de él, que regresará por mi al túnel, que pusiera su vida en peligro para llevarme a la zona verde, su aparente preocupación por los residuos de envenenamiento, el sangrado nasal que tuve, su frase ¨voy a sacarte de aquí¨, su incapacidad para lastimarme, sus caricias, sus roces con la nariz, esos besos lentos, la porción de comida que me dio y que me mantuviera viva a pesar de lo que hice.

Una risilla de burla brotó inesperadamente de mis labios, y no pude detenerla mientras negaba con la cabeza. De ahora en adelante demostraría que no me importaba lo que sucediera entre ellos dos.

No sabía cómo demonios lo haría teniendo las malditas feromonas de Siete afectándome. Hasta Richard sabía que las feromonas de los Negros eran las más peligrosas por su efecto, pero de algún modo tenía que hacerlo, ya demasiado patética me sentía por no poder olvidarme de ellos.

Un balbuceo de mi lado me hizo pestañear, apartar la mirada de la puerta solo para torcerla hacía el costado derecho, justo donde se hallaba esa almohada siendo abandonada por ese pequeño cuerpo gateando sobre la cama.

El corazón se me ablandó al perderme en toda esa cabellera negra y rizada que adornaba un rostro de piel blanca dueño de unos adorables cachetes enrojecidos, una delgada boca que no paraba de moverse y producir balbuceos sonoros y llenos de emoción, y unos orbes carmín que me miraban como si de pronto estuvieran viendo algo que hubiesen ansiado encontrar.

Gateó con rapidez estampando sus manitas contra la almohada, dibujándome una sonrisa de ternura que apaciguó todo ese tormento y caos en mi mente.

—Despertaste pequeña bola de ternura—susurré con dulzura, y sin poder evitarlo estiré mis brazos para tomar su cuerpo y cargarlo frente a mi rostro—. Al fin puedo cargarte otra vez.

Esos pequeños brazos y esas manitas no tardaron nada en estirarse hacía mí.

Sentir sus tibios dedos tocándome las mejillas, palmeándolas mientras me escupía su saliva por los innumerables sonidos que soltaba, extendió aún más mis labios sintiendo como esa nueva clase de opresión se adueñaba de mi pecho. Desprendía tanta inocencia que dolía verlo.

—Voy a protegerte a ti y a la pequeña— Lo acomodé contra mi pecho sintiendo como inesperadamente su cabeza se recostaba contra mi hombro y esas manitas pequeñas tomaban los mechones de mi cabello para juguetear—. Al menos ese será el motivo por el que siga viva de ahora en adelante.

—El hombre malo no se ha puesto su camiseta militar.

El rostro se me torció hacía el resto de la habitación, atisbando pronto ese pequeño cuerpo saliendo bajo el umbral del baño.

—06 Negro se la lavó para quitarle el aroma asqueroso que tenía—contó, hundiendo sus cejas todavía confundida mientras salía del baño con pasos ligeros—. Olía bien feo como si hubiera vomitado.

La mirada se me perdió en el colchón cuando recordé que fui yo la que había vomitado sobre esa camiseta después de que me aclarara que entre nosotros no había sentimiento más grande que la rabia que guardaba por mis actos y por los humanos con los que estuve involucrada.

Y aun teniendo esa ira hacía mí, quería seguir con esta atracción.

—¿Por qué estás triste?

Pestañeé ante esa inesperada pregunta, viéndola detenerse a mitad del camino y de pronto ladeando el rostro.

—No estoy triste— aclaré alargando una sonrisa falsa—, ¿por qué lo estaría?

—Es que hace un momento mirabas como si...— se detuvo y juntó sus labios como si no me creyera y miró a la puerta. Vi como sus orbes verdes destellaban como si de pronto tuviera una idea.

—Quiero contarte un ultra secreto, pero en la cama de abajo— Alzó su mano sacudiéndola en señal de que bajara—. Ven, ven...

Mordí mi labio inferior ante su petición observando su pequeña figura desapareciendo de mi vista.

¿Un ultra secreto?

—Ven aquí —volvió a pedirme, su voz escuchándose justo debajo de mí.

—Voy—alargué.

Me moví enseguida sobre el colchón, acercándome a la escalera. Y con cuidado sosteniendo al bebé contra mi pecho, comencé a bajarla, una a una hasta hundir mis tobillos en la frialdad del agua.

No más fría que la maldita indiferencia de ese experimento.

Te sigues quejando, pero tu decidiste apartarte de él.

Me incorporé y di una revisada a la puerta de madera detrás de mí, observando un instante el pomo dorado antes de sentir esa gélida presencia invadir el centro de mi estómago.

—¿Qué quieres contarme? — pregunté, volviendo la mirada a la cama en la que el recuerdo de Siete sobre mí, seguía intacta.

Me trepé al colchón, gateando con complicación y en dirección a la niña. Ella se había acomodado en el centro de la cama, cruzándose de piernas con una sonrisa de emoción apretándole los labios y su mano sacudiéndose, pidiéndome acercarme más.

Lo hice, y tan solo llegué frente a ella, acomodándome sobre mis rodillas, levantó ambas manos y cubrió gran parte de su boca, inclinándose hacía mí.

—Es que nadie puede escuchar este secreto, así que no se lo cuentes a nadie, ¿sí? — soltó en un tono demasiado bajo antes de negar con la cabeza —. No le digas al hombre malo que te lo dije porque si no se va a enojar y me va a regañar.

No pude evitar sentirme curiosa de lo que decía y cómo lo decía como si fuera algo bastante inesperado.

—Tú no te preocupes, soy bastante buena guardando secretos— guiñé un ojo y ella no tardó en estirar aún más su sonrisa.

—¿Recuerdas cuando te conté que el hombre que da miedo me ordenó cuidarte mientras dormías?

No había pasado más que horas desde que desperté, así que claro que lo recordaba.

—Sí.

—Pues es sobre algo que pasó con el neonatal...—susurró, señalando con sus ojos al pequeño entre mis brazos, ese mismo que había sentado sobre mis muslos.

Eso me extrañó apretándome los labios.

—¿Qué pasó con el bebé? —quise saber, sintiéndome confundida, mirando al bebé quien empezó a golpear sus pequeñas manos contra mi rodilla, balbuceando como si se divirtiera.

—06 Negro se enojó con él porque lo tomó de donde dormía —volvió a susurrar con sus manos cubriendo los costados de su boca.

—¿Para qué? — no pude evitar preguntar, sintiéndome perdida, de pronto dando una rápida revisada al bebé.

Ella lanzó una mirada a la puerta antes de ponerse sobre sus rodillas y acercarse a mí para inclinarse contra mi oído y susurrar:

— Le sacó sangre del talón y dos veces.

Se me extendieron los parpados con rotunda sorpresa solo escucharla, vagando la mirada sin pestañear sobre el colchón cuando la sentí susurrar más todavía:

—Aunque fue poca, y el neonatal no lloró y su herida cerró en tan solo dos segundos. Yo lo vi —expresó —. Él se llevó la sangre en una cosa de cristal y subió a donde estabas tú dormida, me dijo que subiera también con él, y 06 Negro le pidió que le explicara por qué, pero nos fuimos de la habitación.

El corazón se me volcó, esa agitación comenzó a estrellarme los huesos del pecho en tanto mi oído prestaba atención a la más mínima palabra que la niña soltaba.

— Te cuento el ultra secreto porque al igual que el caballero de la historia él también se arrodilló donde dormías— su confesión sonó a emoción—, y así como el caballero le inyectó algo a la villana para calmar sus síntomas, el hombre que da miedo te inyectó en el vientre y también en el estómago dos veces.

Me inyectó sangre de un rojo. Un escozor se adueñó de mis ojos nublándome la vista del colchón solo imaginar esa escena, dibujándolo a él arrodillándose frente al sofá donde me hallaba recostada, tomando esa jeringa que miré en la mesilla cristalizada, y levantándome el cobertor para curarme de los residuos que habían quedado de la sangre de experimento negro.

Eso quería decir que, ya no necesitaría de la sangre de un verde, ¿cierto? ¿Estaba curada completamente?

Por eso no había tenido ningún síntoma ni dolor hasta entonces.

—Yo no sabía qué estaba haciéndote y le pregunté, pero no me contestó.

Soltó una risilla como si de pronto le pareciera vergonzoso.

— Y te acarició la mejilla cuando te removías por el dolor—confesó y volvió a soltar la misma risilla que se ocultó con una mano—. Te acarició como el caballero le acarició la mejilla a la villana cuando tuvo fiebre en el pasillo.

Se apartó solo para mirar a la puerta marrón y volver a colocar sus manos a los costados de su boca.

—No le digas que te conté, ¿sí? — susurró alzando sus cejas.

Retuve ese par de lágrimas que se me querían escapar, asintiendo con una débil sonrisa. No podía entender por qué llegó a lastimar a un bebé solo por mí, por la mujer que cometió un imperdonable error.

¿Por qué lo hizo? No era que no quisiera que me curara, había deseado eso muchísimo, pero, ¿por qué lastimar a un bebé? ¿Por qué acariciarme la maldita mejilla? ¿Por qué?

Solo me confundida y me emocionaba con sus actos para al final dejarme alborotada y herida con el recuerdo de que se fue con ella a la ducha.

—¿Y te gusta?

¿Qué? La quijada por poco se me apretó, sin poder creer lo que me preguntaba.

—No—mentí.

A ver cómo demonios te desharás de lo que sientes por él, Nastya.

—Yo creo que a él sí le gustas—Eso me levantó la mirada del colchón, observando esa sonrisa de oreja a oreja.

Me pregunté qué niña conocía sobre los sentimientos y gustos. No parecía tener más de 9 años, aun así, siento ella una pequeña que se la pasaba encerrada en un cuarto y en una incubadora, conocer se estas cosas eran pronto.

—¿Como sabes que una persona puede gustar de la otra? — tuve curiosidad.

Ella miró al bebé sobre mis piernas antes de volver a revisar la puerta.

—Mi examinadora me enseñó mucho, me enseñaba muchas cosas que dijo que sentiría en mi etapa adolescente— respondió sin disminuir la sonrisa —. Cuando se miran o se tocan, cuando se hablan o están atentas uno al otro es porque se gustan. Y él te acarició, y no solo te acaricio la mejilla...

Mia cejas temblaron y mis parpados pestañearon tras escucharla, dejándome aturdida cuando volvió a reírse contra la palma de su mano.

—También te acarició los labios.

Casi no pude entenderlo por el tono tan bajo de su voz, aun así, las palabras: acarició y labios, estaban claras para mí. Y no me gustó lo que empecé a sentir.

Empezando por ese hueco en el pecho desinflándome con lentitud y esa helada y pesada presencia sobre la boca de mi estómago.

—Por eso creí que ambos iban a hacer pareja cuando él dijo que te encontraría—esbozó con dulzura —. ¿No te gustaría ser su pareja? Serían la primera pareja de experimento y humano que se haga, sería muy bonito.

Tragué el agridulce sabor que se mezclaba con mi saliva y negué, acomodándome un mechón detrás de la oreja.

—No—solté aparentando calma—. ¿Por qué querría ser la pareja de un hombre que da miedo y es malo?

Ella soltó otra risilla y yo también.

—Es cierto, da mucho miedo—confesó con una sonrisa de diversión—. Entonces, ¿te gusta el hombre que se llama Richard?

—¿Crees que me gusta?

No puede creer que le estuviera preguntando eso a una niña, tampoco que parte de mi todavía se atreviera a soltarlo como si tratara de lograr algo. Patético.

—Sí. Él me cae muy bien, el hombre malo no— confesó y sonreí sin poder evitarlo—. Él salvó al neonatal y ayudó a 06 Negro antes de que los encontráramos. Pero 06 Negro no le gusta.

Y ese malestar contrayendo los músculos de mi estomago me apretó los labios, llevé una mano al abdomen, sintiéndome repentinamente aturdida.

¿Por qué estoy teniendo nauseas otra vez?

—Él tiene un color de ojos muy suave, y su piel es muy bonita, y con el color de tus ojos harían bonitos neonatales—Dejé de prestarle atención cuando las convulsiones aumentaron—. Sí, también sé cómo se hacen los neonatales, mi examinadora dijo que con un beso la hembra queda embar...

—Quédate aquí...

Dejé al bebé sobre el colchón para moverme con una rápida desesperación, bajando de la cama para correr inmediatamente al baño.

Planteé la mirada en el retrete con la tapa levantada, y me dejé caer de rodillas sintiendo esas contracciones inclinándome el cuerpo y haciéndome vomitar.

No pude creer que aún me quedarán restos de galletas, pero me sentí agradecida de que los mechones que se me resbalaron a los costados no se mancharan con lo poco que vomité.

—¿Te sientes mal?, ¿te duele algo? — el grito de la pequeña se extendió en la lejanía—. ¿Voy por el hombre llamado Richard para que te revise?

—No, estoy bien, pequeña—respondí enseguida—. No te preocupes.

Escupí los restos y recargué el peso de mi cuerpo sobre un brazo mientras que con el dorso limpiaba los labios. Los espasmos pronto me invadieron estremeciéndome y ese malestar estomacal apenas disminuyendo.

Respiré hondo y exhalé largo.

—¿Por qué volví a vomitar? — me pregunté en un susurro, era la segunda vez y ni siquiera había pasado la mitad de un día.

Si Siete me inyectó sangre de un bebé rojo, quería decir que estaba curada, ¿no? Entonces estas nauseas no tenía por qué tenerlas, menos vomitar. Y es que, tampoco se sentían como si estuviera enferma, habían venido tan repentinamente que ni siquiera me dieron tiempo de pensar en nada, solo salir corriendo.

Me aparté de la tasa solo para incorporarme, apresurándome a levantar el camisón rosado para, tal y como hice en el baño de la oficina, desnudar toda la piel de mi abdomen. Aparté un poco la tela de la camiseta militar de Siente y analicé mi estómago, incluso dejando que mis dedos se deslizaran por todo ese rastro de piel, palpándola y apretándose a ella, atenta a cualquier dolor leve que sintiera.

No solo no había manchas, tampoco me dolía nada. Entonces no sabía por qué eran los vómitos. Quizás el estrés, lo que esta área y el laboratorio me hacían sentir y las emociones que ellos dos me provocaron, no lo sé, en tan solo horas me sentí como si estuviera en una montaña rusa, y una que no tenía final.

Esa era la única explicación que podía darle a mis nauseas.

Bajé el camisón cubriendo un poco más de la mitad de mis muslos y me acerqué al lavabo. Tomé la pasta de dientes de uno de las repisas, me lavé la boca utilizando mis dedos ya que los cepillos de dientes no quería utilizarlos, no sabía si esa mujer llegó utilizar alguno, o incluso Richard.

Abrí una de las llaves y enjuague profundo, haciendo gárgaras antes de inclinar mi cuerpo sobre el lavamanos y escupir el agua antes de enderezarme.

Y temblequeé.

El sonido del pestillo me perforó los sentidos, y un terrible vuelco detrás de mi pecho me sacudió ese órgano, acelerándolos con latidos rotundos escarbándome los huesos.

No.

No pude enderezarme correctamente, cuando tras tenebrosa lentitud subí la mirada de la pasta dental manchando algunas partes de la porcelana hacía el espejo frente a mí donde esa aterradora figura ancha e imponente, sombreándose con escalofriantemente, se reflejaba justo detrás de mí.

—Demonios...—musité, y un grito interno me estremeció.

—¿Demonios?

Sentí que un valde de agua caliente fue soltado sobre mí cuando esa ancha espalda, comenzó a girarse tras asegurar la puerta. Revelando con tanta lentitud cada parte de ese rostro que mi parte masoquista detalló hasta el último centímetro de ese rostro que era mi más grande tortura.

Maldiciones se escupieron en mi interior al encontrar todo ese empapado cabello negro desordeno, con uno que otro mechón sombreando únicamente una de sus sienes, derramando gotas de agua que le recorrían su blanca frente y hasta el último centímetro de su desgarradoramente sensual rostro.

Era la más perfecta creación del diablo, un miserable bestia que empezaba a destrozarme solo saber que esas gotas de agua seguían un largo camino sobre sus pectorales remarcándose con una lenta respiración, deslizándose con tanta pausa a lo largo de la piel de su torso, acariciando cada uno de esos músculos abdominales antes de desaparecer contra la tela de sus pantalones militares, completamente mojados.

Algo se rompió en mi pecho, haciéndose pedazos sorbe la boca de mi estómago.

Sí lo hizo.

Y todavía se bañó con ella.

Mis dientes crujieron, sintiendo como la quijada amenazaba con desencajarse en tanto ese órgano tan frágil detrás de mi pecho se desprendía y se agitaba para mi desgracia.

— ¿Por qué cierras la puerta? — me obligué a soltar tratando de aparentar calma, pero en realidad mi interior estaba desmoronándose con nerviosismo.

—¿Por qué crees que la cerré? —pronunció cada palabra con un crepitar tan marcado y bestial, que espolvoreó fuego no solo en mis mejillas, sino en el centro de mi estómago.

¿Por qué demonios tiene que venir a alterarme cuando tengo estos malditos celos?

Estiré mis labios en una torcida sonrisa amarga antes de voltearme y encarar esa desquiciante y aterradora masculinidad.

— Si es por la provocación de la escalera pierdes tu tiempo además dije que lo olvidaras— recalqué su clasificación casi con el endurecimiento de mi mandíbula—. Así que vete, Siete.

Ese par de orbes platinados, llenos de una intensidad tan escalofriante que deshacía, se oscurecieron tan aterradoramente que sentí como el cuerpo se me desvanecía en temblores.

— ¿En serio crees que me iré? — Un estremecimiento se adueñó de la última franja de mi piel a causa de la bestialidad con la que escupió esa pregunta entre dientes.

El corazón se me sacudió todavía más, traicionándome al sentirme nerviosa y tonta por perderme en la perfección de su masculinidad y lo atractivo que se veía apretando sus dientes con tensión, más que sentirme molesta por la seguridad que emitía.

—¿Por qué haces esto? —aventé, torciendo más la mueca y alzando más el rostro hasta tensionarme el cuello—. Te dije que decidí terminar con esta atracción, ¿por qué vienes aquí después de...?

Apreté la mandíbula deteniendo mis palabras y me obligué a apartarme del mueble. Paso a paso y con un temblor en los muslos que amenazaba con dejarme caer, fui disminuyendo la distancia entre los dos, bajo la mira de esos orbes diabólicos que siguieron con tanta atención hasta el movimiento más diminuto de mi cuerpo, poco a poco subiendo más el rostro y cubriéndose de su salvaje sombra.

Poco a poco, fui sintiendo como ese temblor de apoderaba en el resto de mi cuerpo a poco de desbaratarme y volverme un montón de pedazos.

Me detuve cuando hubo un solo paso entre los dos para que nuestros cuerpos se tentaran en todo sentido y hasta con una simple respiración. Esta vez, sin romper el endurecimiento de mi mirada y la firmeza que trataba de mantener, no levanté ninguna de mis manos para recostarlas sobre sus pectorales como antes había hecho.

¿Tocarlo después de haber sido tocado por ella? Nunca. Perdí las ganas de besarlo tanto como deseé hacerlo anteriormente.

—No pienso jugar a esto—Me obligué a no escupir lo que no debía y solo apretar más la mandíbula—. ¿En serio piensas que te voy a rogar que me toques? ¿Qué tan tonta me crees?

Esa mandíbula se le tensionó, creando una arruga en su oscura comisura izquierda, pero sin estirarla. Una opresión se apoderó de mi pecho cuando bajo esa hilera de largas y espesas pestañas negras, esos orbes negros y desgarradoramente enigmáticos, repararon en cada milímetro de mi rostro, construyéndome de punta a punta y hasta los rincones que eran sombreados por mis mechones.

No me contemples así solo me pones más nerviosa.

—Que vengas aquí, cierres la maldita puerta y me alteres para desear ser tocada por ti...— detuve mis palabras solo para ponerme de puntitas, disminuyendo los centímetros entre nuestros rostros como para que mis labios estuvieran a solo un milímetro de rozarse con su rígido mentón, mostrando delante de esa mirada reptil, mi recelo—. Solo harás que me sienta hastiada de tus feromonas.

Me di cuenta de que tenía que irme cuando sentí como una de mis manos quiso levantarse para tocar su pectoral al ver como se le marcaban con una profunda y lenta respiración. Pero terminé estampándola en la perilla dorada que sobresalía junto a su torso desnudo, dejando que mis dedos temblaran sobre la textura conteniéndose ante el deseo.

— Así que mueve tu asqueroso trasero artificial porque voy a salir.

(...)

¡BUM!

¿Qué tal les pareció este mini maratón? Espero que las haya consolado con un tsunami de emociones. 

LOS AMOOOOOO!!

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