No me tientes

NO ME TIENTES
*.*.*

LOS AMO.

(...)

—...Y porque soy alguien, responderás mis preguntas.

Un segundo su ronca y varonil voz perforaba mis oídos hasta volverse un eco ocultándose en alguna parte muy profunda de mi cabeza, y al siguiente, todo era absoluto silencio.

Lo único que permanecía conectado de nosotros y lo que parecía decirse algo, eran nuestras miradas. Esos orbes llenos de una catastrófica oscuridad que cada vez más aprecian atraerme con la intención de deshacerme, estaban analizándome como si deseara descubrir lo que ocultaba.

Estaba atrapada en esas sensaciones tan catastróficas que adormecieron mis sentidos como si hubiese sido hipnotizada instantáneamente por él. No entendí la forma de reaccionar de mi cuerpo, no tenía explicación ni sentido que el calor de un hombre desvaneciera por completo mi fuerza de voluntad y lo único que tintineaba en mi cabeza, era su voz pronunciando mi nombre.

Solo escucharlo llamarme así, con tanta facilidad, me congeló los nervios, me había dejado en shock y más que confundida por todas esas sensaciones desconcertante abandonando mi cuerpo poco a poco, congelada, aturdida.

— ¿Cómo sabes mi...? — me tragué la pregunta, moviendo en negación la cabeza delante de él.

Ya antes había aceptado que escuchó todo lo que dijo en el baño. Porque a pesar de que nadie me mencionará que los experimentos tenían un oído muy agudizado, era obvio que lo tendrían. Chenovy tuvo el objetivo de mejorar la especie humana a través de estos experimentos, así que era obvio que tendrían todos sus sentidos desarrollados.

Y vaya que estaban bastantes desarrollaran.

Rompí con nuestras miradas para tratar de perder la mía en su ancho cuello. Intenté no sentirme asustada solo porque él conocía mi nombre.

Solo él sabía mi verdadero nombre, nadie más. Nadie sabía con qué falsa identidad entre aquí, perdí mi gafete de genetista desde que todo esto empezó, no había ninguna documentación sobre mí yo falsa o real. Por lo tanto, eso debía relajarme un poco.

Asentí con la cabeza tras hacer ese repaso, no estaba en peligro de ser descubierta, así que no había por qué tenerle miedo a un experimento. Solo tenía que tener cuidado de no hacer ninguna estupidez.

No pensar en voz alta otra vez.

Estoy surtiendo efecto en ti. Esas palabras llegaron inesperadamente a mi cabeza y negué, confundida, ¿él sabía lo que me provocaba?

— ¿Qué tanto estás pensando como para mover la cabeza así? —me sentí asustada cuando algo caliente y demasiado mojado quiso estallar en mi entrepierna con solo escuchar la vibración de su voz mezclarse la piel de mi frente.

Su cálido aliento sumergiéndose en los poros de mi piel hizo que pestañeara y temblé cuando tras soltarme las manos, esos largos dedos con una brusca suavidad tomaron mi mentón levantándome el rostro y dejando que me encontrara con esos fúnebres orbes reptiles.

No pude entender como era yo la única que parecía perdida en toda esa montaña de sensaciones tan enigmáticas, mientras él, con su siniestra severidad se mantenía observándome frívolamente.

Él no parecía para nada afectado.

Y yo, sentía que estaba hundiéndome otra vez en esa burbuja tan exquisita.

—¿Qué crees que estás haciendo? —solté, poco faltó para que la voz me saliera angustiada—. ¿Por qué me acorralas así?

Comencé a temblar.

— Quítate — casi lo exclamé en un gruñido que ahogué entre mis apretados dientes. Sentí una gran conmoción a punto de explotarme el pecho, ese mismo que empujé con necesidad de apartarlo de mí—. Esto es ridículo, ¿tiene sentido que me acorrales así?

Y con un arranque desesperado mi cuerpo se retorció como gusano, un gusano tan delgaducho que solo consiguió irritar la piel desnuda de su espalda con la sequedad de los azulejos por los rotundos movimientos en que me removía, estirando mis brazos para romper el agarre de sus manos sobre mis muñecas, y moviendo las piernas para golpear sus muslos.

Necesitaba respirar y pensar. ¡Necesitaba que se apartara de mí! Ahogué un quejido cuando apretó con rotunda fuerza mi mentón mantenerme en la misma posición e inclinó su rostro dejando apenas unos centímetros de separación como para que hasta su aliento pudiera mezclarse con el mío en una sofocante calidez.

—Quieta, mujer — exhaló en un tono ronco remarcando amenazadoramente esa erre—. De nada te sirve retorcerte porque no pienso soltarte hasta que me respondas.

—¿Responder qué? —casi tartamudeé.

Su comisura tembló antes de caer y la severidad que se apoderó de su rostro me dejó inquieta. De pronto esa mirada oscurecida se volvió aterradora para mí.

—Si existe el objeto valioso y el hombre que se sacrificó para que su mujer— pasó remarcando esa última palabra al mismo tiempo en que su pulgar acarició mi mentó—, sobreviviera.

—Oh vaya, ¿ahora eres detective? —solté amargamente.

—Sin juegos—espetó en advertencia.

No era mentira que el hombre de quien hablaba o de quien pensé mientras le pedía que me dejara ir, existía. Lo único que Dmitry me dio y lo cual era valioso para mí colgaba en mi cuello, y tampoco era mentira cuando mencioné que él me salvó de uno de esos parásitos.

Recordaba que una vez recorríamos el centro de los túneles, antes de que varios parásitos nos atacaran, una de esas cosas me atrapó y quedé colgada frente a su asqueroso y gelatinoso cuerpo. Dmitry apareció disparándole hasta matarlo, me salvó, así que, parte de la desesperación que sentí cuando le dije a Siete que me dejara ir, fue real. No una mentira.

—¿Ves este collar? — apreté la mandíbula mirando hacía mis pechos, entre ellos se acomodaba la sortija dorada que colgaba de la cadena en mi cuello, esa que él observó con un escalofriante interés—. Es lo que Dmitry me dio, es lo que me queda de él.

Hundí el entrecejo, harta de todo esto.

— ¿Por qué vendría hasta aquí si no existiera? — le incité, saliendo de mis recuerdos abrumadores. No esperé ver como estiraba levemente la parte izquierda de sus labios en una muy inquietante mueca que me hizo saber que seguía dudando—. No tiene sentido lo que dices así que suéltame ya.

Arqueó una ceja, demostró que le divertía mi enojo y con más razón apreté el entrecejo.

— Desde que te encontré supe que ocultabas algo— remarcó, y la manera tan tensa en que movió sus labios me dejó con la mirada vagando sobre la hilera de dientes perfectamente blancos.

— ¿Y qué crees que estoy ocultando? — no me detuve a preguntar.

— Lo que sucedió en el sótano—arrastró con ronquera. Mi corazón saltó cuando su pulgar comenzó a dibujar un camino de caricias hacía mis labios, rozándome el inferior con la punta de su uña—. No por nada dejarían a una mujer en esas condiciones.

—¿Estas tan seguro? —me le burlé, era capaz de inventar lo que fuera con tal de sobrevivir—. Desde que esas cosas aparecieron todos en el laboratorio se volvieron locos. Los motivos de por qué lastimaban y mataban dejaron de existir.

—No quieras verme la cara, princesita— espetó apretando mi mentón —. Tuviste miedo cuando viste a los militares. Nadie que ha sido salvado intentaría escapar salvo que sea parte de lo que sucedió.

Una muy corta respiración se atascó en mis pulmones. Un gesto de confusión y horror tembló en mi rostro cuando me lamenté de haber subestimado a este experimento.

—Habrás manipulado a otros con tu historia, pero a mi no. Desde un principio te seguí el juego por puro entretenimiento y ahora que ha terminado...— Tiró de mi labio hasta hacerlo revotar y mis pulmones escupieron entrecortadamente todo el dióxido al contemplar la manera en que en sus ores oscurecieron—. No voy a dejar salir del subterráneo a una humana que fue cómplice.

Negué con la cabeza en un repetido movimiento casi como si quisiera defenderme con eso. Quise decir algo. Pero lo único que conseguí fue abrir los labios y temblar, mi mente se había vaciado por completo. Fui descubierta.

—¿Cuál fue la razón por la que una mujer tan pequeña terminó en el sótano? — remarcó la erre en un tono tan penetrante que exploró mi cabeza.

Temblé y lancé la mirada perdidamente en sus clavículas que apenas se veían fuera del cuello uve de su camiseta uniformada. Aunque sabía que hacer esa acción podría llevarlo a pensar que estaba en lo cierto, seguí viendo esa parte de su cuerpo a causa de que mi cabeza comenzó a reproducir todos los recuerdos de lo que me ocurrió en el sótano y mucho antes del sótano.

—Si crees que tuve algo que ver con lo que sucedió, ¿por qué no me matas? —atreví a retar, levantando la mirada en esos orbes que se mantenían frívolos.

Nada parecía alterarlo.

— Hubo un hombre que juró no haber sido participe de lo sucedido —pronunció, me obligó con un apretón en el mentón a ladear el rostro debajo de la sombre del suyo—, ¿sabes lo que le hice?

—No y no me interesa—me le burlé y su comisura se remarcó, amenazadora.

—No me tientes, he matado a otros por satisfacción y matarte me complacería como no tienes idea— advirtió, remarcando con tanta lentitud lo último y de una manera tan escalofriante que palidecí—. Pero resultas tan interesante que te daré la oportunidad de aclarar mis sospechas.

Quise tragar cuando dejó un terrífico silencio en el que se dedicó a estudiarme. Algunos de sus mechones negros se removieron cuando inclinó su rostro y quede casi atrapada cuando ese movimiento reveló una larga cicatriz en su sien derecha, una cicatriz que antes no había notado y que estuvo a punto de dejarme confundida, sino fuera por lo que estaba sucediéndome.

—¿Qué te hizo terminar en el sótano? — repitió su pregunta, esta vez, el tono de su voz había sido más marcado, más engrosado, más demandante.

Me estremecí de miedo, estaba atrapada. Estaba siendo descubierta. Sentía mis esperanzas desmoronarse una a una, por esos desgarradores orbes reptiles.

Y lo que amenazó con destrozar me hueso por hueso, fue sentir su mano abandonado mi cintura para dejarme ver como él desenfundaba una de sus armas. Me paralicé cuando esa boquilla helada toco debajo de mi mentón.

—Ahora tienes una idea de lo que te haré si tu cuerpo reacciona de manera diferente a lo que muestra este rostro— advirtió con un tenso movimiento de sus carnosos labios—. Responde lo que se te preguntó.

Temblé y algo escoció mis ojos ante su advertencia nublando mi visión. Distorsionando su masculino rostro y esa mirada depredadora inquebrantable.

Dejé caer la mirada al mango del arma, aterrorizada y desesperada, sintiendo como poco a poco el horror comprimía mis músculos y un calor terrible comenzaba a invadir mi piel.

Fui una idiota, fui demasiado obvia para él. No pude contenerme y negué con la cabeza levemente. Me negaba a creer que otra vez estaba siendo acorralada, otra vez estaban sospechando de mí, otra vez iban a querer terminar con mi vida.

Anna Morózova me lo pintó todo muy bonito, como si se tratara de una buena acción que salvaría a millones. Fui una ilusa por dejarme engañar y nunca preguntarme por qué en vez de enviar a un grupo de militares en cubiertos y capacitados físicamente, enviaba a un grupo de personas como yo.

Nunca me atreví a indagar más del por qué me pedían no hacer ninguna pregunta sobre los experimentos. Muchos de los que trabajaban para Anna sabían el verdadero plan, sabían lo que eran estos experimentos y me lo ocultaron con muy malas intenciones.

Creí que soltar los gusanos para matar a los incubados salvaría a muchas personas. Creí que estaba haciendo lo correcto, algo bueno.

No sabía que los experimentos eran humanos ni mucho menos que ellos trabajaban en el tráfico de órganos y fármacos ilegales.

Si hubiera sabido que eran humanos... Si hubiera sabido que él era humano, jamás habría soltado los gusanos.

Mis labios se torcieron sintiendo pánico y rabia. Era demasiado tarde para arrepentirme. Mi ingenuidad arruinó mi vida y nadie iba a creer en mi si les contaba lo que hice y por qué lo hice. Nadie creería que una mujer como yo fue engañada y utilizada para encubrir a los otros que tuvieron que ver en esto, si el plan salía mal.

Estaba sola. Vulnerable y muerta de miedo.

Apreté los labios cuando un chillido de impotencia quiso salir de ellos en forma de sollozo. El pecho se me oprimió, si no me creyó Jerry y ni ninguno de ellos, nadie lo haría, ¿por qué iba a creerme él si se lo contaba? Solo terminaría matándome.

La verdadera historia sonaba bastante estúpida, Jerry se río cuando lo conté. Esos desgraciados que trabajaban para Anna también se rieron sabiendo desde ese momento en que Jerry no me creyó, que toda la culpa caería solo sobre mí y ellos saldrían libres de aquí.

—Es injusto —mi voz repentinamente mostró la ira que sentí por los recuerdos —. Todo esto es injusto—aclaré, todavía perdida en el arma donde ese dedo se acomodaba sobre el gatillo—. ¿En serio quieres saber por qué terminé atada, desnuda, golpeada, y casi ...?

Me detuve en seco cuando sentí como la voz quiso rasgarse con todas esas desagradables emociones floreciendo. Respiré profundamente y sentí que no arrastré nada cuando la boquilla se pronunció con brusquedad bajo mi quijada, levantándome más el rostro de miedo.

Y me rompí, cada parte de mi cuerpo se quebró. Las lágrimas comenzaron a derramarse de mis ojos contra mi voluntad, estaba acabada.

— No me hagas perder la paciencia y habla de una vez— Su voz fría me torturó.

Un sollozo inevitable escapó de mis labios porque supe que no iba a dejarme ir. Quería que esto fuera una pesadilla, que una parte de mi cabeza estuviera imaginándoselo, pero era real, estaba sucediendo.

—Bien, te lo diré — ya no pude contenerme más. Con un arma apretándose a mi quijada, y un experimento que supo que mentía así de rápido, ¿quién no estaría hablando? —. Metieron un frasco en mi mochila.

Levanté más el rostro tras decir aquello, sintiéndome vencida, derrotada ante esos orbes platinados que me analizaron con profundidad, con una inquietante lentitud que me hizo creer que averiguaba si estaba mintiendo o no.

Su rostro se nubló debido al escozor de las lágrimas invadiendo de nuevo mis ojos. La boca se me cerró otra vez cuando un sonido agudo y lamentable quiso traicionarme y volví a respirar, sintiendo ese ardor convulsionado los músculos de mi garganta, apretujándolos de tal forma que me doliera.

— ¿Sa-abes lo que tenía dentro? — mi pregunta apenas se entendió a causa de mi adolorida voz, pero no esperé su respuesta—. Sangre de experimento... sangre de rojos, sangre de naranjas y sangre de ne-negros—se sentía horrible todavía tener que recordar lo que había dentro—. El hom... El hombre que dije que amé lo encontró y creyó que era mío, así sin siquiera escucharme me entregó a los otros.

No estaba mintiendo, esto no era una mentira. Mucho menos estaba fingiendo mi voz, sentía lo que sentía. Mi desesperación, la desilusión de no haber escuchada por Dmitry y la rabia de ser engañada perforaba mi pecho de dolor solo imaginarme de nuevo la decepción de Dmitry.

Estuve a poco de salir al exterior, ilesa del engaño en el que me metieron. Ilesa del error que cometió y del que estaba verdaderamente arrepentida.

Ellos me dijeron que tampoco sabían del verdadero plan de Anna, Robert y Esteban Coslov. Juraron que no sabían cuál era el verdadero físico de los experimentos, y todavía dijeron que se habían desecho de los frascos. Pero fue una mentira y lo peor de todo es que volví a creerles. Y al final me traicionaron.

— Nadie me creyó— dejé caer la mirada a la cima de su pecho—. Jerry se río, Dmitry ni siquiera me escuchó y ahora tú estás apuntándome con un arma porque crees que era mío... T-tal como lo hicieron ellos.

Un horrible silencio me mantuvo la mirada en su pecho incapaz de subirla.

Estaba arrepentida de confesárselo a pesar de que no revelé que fui cómplice de lo que sucedió. Que fui la persona que soltó los gusanos e infectó a su gente, que fui la persona que destruyó su burbuja de vida esclavizada. Pero bastaba con decir lo del frasco con la sangre de experimento para que seguramente no me creyera, tal y como los otros no lo hicieron.

De todas formas, si me traicionaban o no, no cambiaba el hecho de que había sido causante de este infierno. La principal, porque si no hubiese soltado los gusanos nada de esto habría sucedido.

Tragué con complicación, sintiendo todavía esas gotas de agua resbalando por mis mejillas mientras hundía el entrecejo, atemorizada de que él hiciera lo que tanto temía.

Y entonces, la boquilla del arma se apartó. Aquello me sorprendió tanto que alcé la mirada golpeándome con la frialdad de la suya, esos gélidos orbes observándome sin un solo gesto aceleraron mi respiración.

Me sentí perdida cuando no hizo nada más que mirarme con esa intensidad tan atemorizante, pero sentir su pulgar moviéndose sobre un trozo de piel húmeda, amortiguando una de las lágrimas que sentí resbalar cerca de mis labios, me dejó aún más confundida.

Me acaba de secar una lagrima.

Sí algo había aprendido en todo este tiempo, era que el llanto no me salvaría de nada por muy sincero que fuera. Llorar fue lo que hice delante de esas personas que me apuntaban con un arma cuando les supliqué que me creyeran. Llorar fue lo que hice delante de los hombres que me torturaron en el sótano y no se detuvieron. Parecía una broma. ¿A caso estaba creyéndome? O, ¿jugaba conmigo?

—Jerry les ordenó a sus hombres desaparecerme—expliqué—. Me llevaron al sótano, me ataron y me torturaron.

Su pulgar se detuvo presionando mi mentón, la oscuridad tan insensible en sus ojos me hizo dudar.

—Por un frasco que no era tuyo — arrastró con espesa lentitud.

Asentí y me desconcertó tanto pensar que me estaba creyendo, que una clase de esperanza me hizo respirar de sopetón. Una respiración que duró muy poco cuando vi su entrecejo endurecerse y su rostro levantarse rotundamente hacia la pared en la que me mantenía presionada.

Las venas saltaron de la piel de su ancho cuello y ladeó el rostro cerrando los parpados y mostrando la ira en el apretón de su mandíbula.

Me petrifiqué al verlo analizar lo que eso significaba. Estaba viendo una temperatura.

— ¿Qué es? —La voz me salió tan musitada que ni yo misma entendí mi pregunta—. ¿Qué estás viendo?

¿Estaba viendo un monstruo?, ¿un parásito? No, los parásitos no tenían temperaturas a menos que estuvieran dentro de un huésped. Quise volver a preguntar, pero mordí el labio sabiendo que los ruidos en situaciones así eran peligrosos. Ojalá no sea ningún contaminado cerca, o al menos ninguno que se halla dado cuenta de nosotros.

—¿Dónde dejaste el edredón? — su gruñida pregunta me estremeció.

Palidecí, eso quería decir que un contaminado venía en nuestra dirección.

—Encima del retrete—susurré a la vez que señalé el manto térmico sobre la tapa.

Sus dedos abandonaron de golpe mi mentón y se apartó de mi cuerpo desvaneciendo el intenso calor, el cual había mantenido erizada todavía mis vellosidades, dejando a cambio esa extraña ausencia enfriándome los músculos.

—¿Viene hacía nosotros? — me atreví a susurrar—. ¿Cuántos...?

—Cúbrete y quédate aquí — su áspera orden rasgó mi rostro al mismo tiempo en que sentí como mí el corazón se me callera hasta la boca del estómago.

Ni siquiera tardé nada en obedecerlo, apartándome de la pared antes de alcanzar el enorme y pesado manto y cubrir toda la parte trasera y delantera de mi cuerpo desde la coronilla de mi cabeza, dejando solo un espacio libre para ver. Volteé sintiendo temor al no hallarlo en el baño y di los primeros pasos hacia el umbral con intenciones de buscarlo en la habitación. No tardé nada en encontrar su ancha espalda y reparar en la manera en que esos músculos se remarcaban a lo largo de sus brazos en compañía de la grosura de sus venas adornando su blanca piel. Cargaba mi tocador, ese mismo cuyo peso no parecía molestarle. Lo acomodó en la entrada del baño cubriendo por completo el umbral, bloqueando la entrada al baño.

Cerró la puerta y por ese segundo tan inquietante y perturbador, se quedó ahí. Por la manera en que comenzó a mover su rostro lenta y amenazadoramente, supe que seguía la temperatura.

Y se giró moviendo sus piernas, esos muslos tonificados que se marcaban bajo sus pantalones militares. Acortaba cada centímetro de nuestra distancia nuevamente y no hacía falta saber lo que haría a continuación, pude verlo en sus orbes rasgados que no mostraban una sola gota de miedo.

Levanté los brazos para alzar gran parte del manto térmico de encima de mi cabeza, casi estirándoselo a él. Creí que lo tomaría para cubrirse también pero entonces sus manos me tomaron de la cadera y en un apretón inesperado me alzaron del suelo. Así como si fuera una muñeca de tramo me movió en el aire hasta sentarme encima del lavamanos apartando con un movimiento de su brazo la mochila para hacerme lugar.

Quede muda y endurecida cuando acomodó su tosco cuerpo entre el espacio de mis piernas, rozando la boquilla de sus armas en mi sexo. Tomó el mando de mis manos y jaló la pesada tela hasta cubrirse con ella y hundir todo a nuestro alrededor en una escalofriante oscuridad.

Mi respiración se aceleró y seguí sin moverme tensionándome entera, y es que podía sentir sus pectorales a milímetros de mis labios, su aliento rozándome la coronilla y su intenso calor invadiendo cada fibra de mi piel.

No te pierdas, no te pierdas. Apreté los parpados y me rogué mantener mi mente en la situación en la que nos encontrábamos, no en la posición en que estábamos.

—¿Q-qué está pasando? —pregunté con la respiración acelerada ante el abrumador y horripilante suspenso que tomaba posesión cada segundo más.

No estaríamos escondiéndonos si fuera solamente un monstruo. Éramos dos contra uno y con tantas armas en su posesión podríamos ganarle así que debía ser más de uno. Por eso nos estábamos escondiendo, por eso bloqueó la puerta.

—¿Cuántos son?

El roce de sus dedos sobre mi muslo izquierdo me estremeció, todo me dio vueltas cuando los presionó y tiró de mi cuerpo arrastrándome sobre el lavabo hasta rozarme los pechos en la dureza de su torso musculoso. Jesucristo.

—Silencio— ordenó, su aliento se emitió contra mi coronilla erizándome las vellosidades.

Apreté los labios, la manta térmica absorbía el sonido interno, por lo que ellos no podían escucharnos, mucho menos si hablamos en voz baja.

—Solo dime—pedí en susurro—, ¿vienen hac...?

La voz se me cortó tensionando los músculos cuando los rugidos se levantaron con lentitud al otro lado de la habitación. Ya están aquí.

Lo supe, podía reconocer esos gruñidos donde fuera. Aquellas eran bestias y por los rugidos que se desataban uno tras otro, debía tratarse de una manada, ¿estaban contaminados? Claro que sí, todo en el laboratorio ya estaba contaminado.

Temblequeé con los crujidos de objetos siendo rotos y dejé caer la mirada horrorizada con los estruendos. Estaban destruyendo mi habitación, eso solo quería decir que nos buscaban. Algunas bestias tenían las mismas habilidades que los experimentos, sentían vibraciones, miraban temperaturas y olfateando todo rastro, el manto térmico podía suprimir los sonidos y esconder las temperaturas y eso podría ayudarnos a menos que encontrarán nuestro rastro hasta el baño.

Traté de no alterarme cuando los rugidos siguieron acercándose más, Siete bloqueó la entrada y, aun así, si se trataban de bestias teníamos más probabilidad de sobrevivir que si se tratara de un experimento contaminado o un parásito sin huésped capaz de romper paredes y abrir puertas.

El problema sería todo el ruido que hacían, y el cual podía llamar la atención de otros contaminados y uno de ellos podría llegar a ser un parásito o experimento.

—¿Crees que se vayan pronto? —el miedo era notorio en mi voz, recé en lo profundo que el ruido no atrajera nada más.

—No — los músculos se me aflojaron con la potente vibración que su pecho emitió y la espesa bestialidad de su voz sobre mi cabeza—. Es probable que nuestras voces los guiarán aquí, y con tu aroma en toda la habitación se mantendrán entretenidos.

Mi aroma, claro, la piel de ellos no apestaba a excepción de la nuestra.

Eso significaba que estaríamos aquí un buen tiempo. Aferré las manos a la porcelana del lavabo hundiéndome en los crujidos de la habitación, no era una buena idea ocultarnos tanto tiempo en un solo lugar como este, era peligroso. Antes de Jerry, me oculté varias veces creyendo que así los contaminados nunca me encontrarían, qué equivocada estuve cuando tardé o temprano me encontraron en un almacén, y por poco no sobrevivía.

Mordí el labio inferior y me encogí contra su pecho a causa de un grotesco gruñido que se escuchó demasiado cerca, el miedo me invadió y los dedos instantáneamente volaron del lavabo a aferrarse a su torso como si repentinamente buscara protección en su penetrante calor.

—¿Estaremos...? —detuve mi susurro sintiendo los músculos respingar a causa de un estrepito —. ¿Estaremos en esta posición hasta que se vayan?

—No —su cálido aliento acarició apenas la piel de mi sien y sentí embriagarme con esa simple caricia.

Una sensación que duró poco cuando sus brazos, de un instante a otro, me tomaron: uno de ellos rodeándome las piernas, y el otro tomando mis hombros. Fui arrebatada de los gruñidos bestiales sintiéndome alzada del lavabo en un brusco movimiento en el que exhalé con sorpresa. Mis manos volaron enseguida para aferrarse a sus hombros antes de sentir como mi costado se golpeaba contra su caliente y duro pecho.

El impacto hizo que mis labios rozaran con la dureza de su pectoral y gemí contra mi voluntad cuando me apretó más a su cuerpo, sintiéndome empequeñecer con su intenso calor.

Quedé atrapada mirando a la nada a causa de esa montaña de sensaciones en las que él me hundí conforme se movía entre agua conmigo en sus brazos.

Se sentó en el retrete, separando sus musculosos muslos para acomodarme sobre su duro regazo, sintiendo como mi trasero se presionaba contra una de sus gruesas armas.

Un extraño sonido quiso perforarme los labios sintiendo como el hormigueo invadía el interior de mi estómago, queriendo deslizarse más abajo cuando comencé a procesarlo.

Un estruendo horripilante bastante cerca de la puerta, me hizo respingar sobre sus muslos que se hallaban separados. Parte de mi trasero golpeando contra ese bulto que, inesperadamente estrelló en mis pensamientos que no se trataba de una de sus armas...

—Lo siento—me sentí tonta por disculparme y peor cuando mis mejillas se calentaron.

Quise removerme...

Y un segundo crujido volvió a hacerme respingar sobre su regazo. La mano bajo mis piernas se apretó bruscamente contra mi muslo hundiendo sus dedos en mi tibia piel en una clase de agarre que no esperé. Como tampoco esperé escucharlo arrastrar una respiración entre dientes y endurecer de forma arrebatadora su pecho.

—Abstente de movimientos innecesarios—advirtió en una ronquera retenida, desinflándome entrecortadamente por la manera tan perturbadora en que su pecho había vibrado contra mi hombro—. Estaremos en esta posición hasta que abandonen la habitación.


(...)

Los amoooo!!

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