Maldita delicia

Maldita delicia
*.*.*

(Drama, drama, preparen sus bates y no me odien. Amenme como yo las amo mucho)

Siete.

La mueca en mis labios se ensanchó, qué mujer más fascinante. Aun con su falta de memoria, seguía siendo la misma humana respondona y seductora que encontré en el subterráneo.

Me endurecía con comportamientos como este. Seguí las curvas tentadoras de su delgado cuerpo bajando la escalera en compañía de los soldados, y me hundí en el tamborileo nervioso de su órgano cardíaco, mismo que seguía alterado con mi presencia y mi toque, y el cual se alteró desde el momento en que me miró en el interrogatorio.

Era interesante como ella no me recordaba, pero su cuerpo sí lo hacía. Recordaba el toque de mis manos deslizándose en cada poro de su piel, recordaba mi calor atravesando cada zona de su cuerpo hasta hacerlo estremecer contra el mío. No negaré que mi ego creció al saber que, aunque en su memoria no estuviera Cero Siete Negro, estaba atada a mí, como yo a ella.

—Todavía se atreve a responderme después de ser herida y después de que tú te sacrificaste por ella—la queja de Ivanova me apretó la comisura.

Levanté el mentón cuando entornó y subió su alargado rostro hacia mi dejando que el azul de sus ojos reparara en la mejilla herida.

Su gesto de preocupación me aseveró, perdía su tiempo mostrandolo. Esta no era una herida grave, tan solo era superficial, nada que se comparaba a otras que tuve en el pasado.

La piel de los de mi clasificación era gruesa al igual que los músculos y la dureza de nuestros huesos, una cuchilla no sería sencilla de atravesarnos y llegar a nuestros órganos, sucedía lo mismo con las balas. La grosera disminuía su velocidad, tal como sucedió con la bala del infiltrado, la cual solo logró atravesarme la mejilla. Apenas y sentí dolor cuando me atravesó, pero minutos atrás dejó de sangrar debido a la rapidez con la que una parte del tejido interno se regeneró junto con las venas. Aunque no la regeneraría por completo, no era un experimento rojo, por lo tanto, dejaría una cicatriz.

Una que no me molestaría en tener por ella.

— Después me dirás por qué te dejaste herir— puntualizó —. Por ahora espero que ella no tenga curiosidad por saber más de ti.

—En vez de perder el tiempo, ¿por qué no me muestras dónde lo tienen? —la voz se me engrosó y ella cerró sus labios.

Estudié al soldado detrás de ella, el cual endureció el entrecejo disgustado por mi comportamiento con la humana. Alzar la voz a un Coronel e interrumpirlo delante de otros se pagaba con castigos extras o la deserción. No obstante, tanto ella como yo sabíamos que la deserción no se me daría, resultaba indispensable para su padre, más aún ahora que teníamos un infiltrado.

—Llévame con él —arrastré la orden.

Su mandíbula ovalada se apretó, entendí la advertencia que me dio con su mirada extendiendo sus parpados y no me interesó.

—¿Es usted el que tiene el mando o soy yo, soldado? —su seriedad y la voz espesa estaban siendo fingidas, sus piernas temblaban y detrás de su pecho el corazón se agitaba. La humana estaba nerviosa y poco me interesaba quien tuviera el mando.

A mí solo me interesaba una cosa y era terminar con lo que la amenazaba.

— Espero que entienda que, si me interrumpe una vez más, su castigo se verá efectuado sobre su salario, el cual no se le dará si sigue con este comportamiento — advirtió y una curva estuvo a punto de engancharme una mueca—. ¿Entendido, Soldado?

Alzó las cejas esperando una respuesta, lastima, se quedaría esperando por una.

— ¿Dónde lo tienen? — arrastré entre dientes, ladeando el rostro.

Noté el estremecimiento en su cuerpo, como su aliento escapaba de sus labios entreabiertos. Sus ojos azules cayeron sobre la tensión en mi boca y su pecho se aceleró más haciendo evidente su deseo de besarme.

—Voy a pensar en su castigo para más tarde, soldado—carraspeó —. Lo llevamos a una zona asegurada detrás de los gimnasios.

Me dio la espalda ordenando a los soldados avanzar, siendo ellos los primeros en bajar la escalera. Bajé detrás de ellos, y saliendo de la torre detuve el paso revisando el perímetro que se expandía a los alrededores. Buscar temperaturas me sería imposible temporalmente, pero los sonidos y las vibraciones que se levantaban eran suficientes para saber si uno más se escondía o tramaba otro ataque. No obstante, después del atentado era seguro que ningún otro sería tan imbécil para intentarlo otra vez y menos esta noche. Ahora que me encontraba atento y la humana llevaba soldados como guardia, por ende, sería un error para ellos intentarlo, sería otro fallido que los pondría en evidencia y los llevaría a su muerte, lo que no estaría nada mal.

Mantuve la mira en la curvilínea silueta que se adentraba a la parte trasera del edificio, con ayuda de la mano del Teniente empujando la parte baja de su espalda en tanto el segundo soldado se mantenía vigilando.

La curva de mis labios se extendió observando el desliz de esos dedos que aun dentro de la enfermería, no se apartaron de Nastya. Su herida quedó visible antes de que él cerrara la puerta, pero el olor de su sangra seguía intacto en mi olfato como el miedo en el temblor de su cuerpo contra el mío.

Se me endureció la mandíbula. Cuando intercepté al infiltrado, advertí al par de soldados que cuidaban la zona en la que estuve con Ivanova, que lo emboscaran al darles su localización. A parte, tuve la idea de que si me veía al lado de su objetivo no haría nada, y así fue. Por minutos se quedó sin actuar, maldiciendo ante mi presencia. Nos dio la espalda y se comunicó con algún artefacto cuya voz no localicé en la base,
pero me confié otra vez al creer que los soldados serían más rápidos y llegarían a tiempo para atraparlo, y que el humano no volvería a tomar el mismo lugar e intentarlo una segunda vez.

Grave error el que cometí y no era el primero. La tensión en mi cuerpo fue tanta— porque darme placer no me era suficiente—, y con la insaciable sed que poseía por ella noche tras noche, por sus labios y la miel de su sexo, no pude concentrarme en ninguna otra cosa que sucediera al otro de la torre que no fuera en el aroma de su piel y sus reacciones ante mi cercanía.

A pesar de que no esperó que interceptara la bala cuando jaló su gatillo, no fui lo suficientemente rápido como para evitar que la misma rozara su brazo. Pero si para detener su segunda bala, la cual iba en dirección al cráneo de mi mujer.

Matarlo no era una opción, vivo me serviría para sacar información y saber cuántos más intentarían lo mismo que él, por ende, agujeré otras partes de su cuerpo para evitar su escape.

—¿Qué te detuvo?, ¿encontraste a otro infiltrado? —su mano se deslizó a lo largo de mi antebrazo y el aferro de sus dedos sobre mi piel me torció el rostro del edificio encontrando el suyo de nuevo observando mi mejilla.

Moví el brazo lo suficiente para que apartara su mano y reaccionara, subiendo su rostro y dejando que esos ojos me miraran con inquietud. Fue fácil de leerla, cada vez más se perdía en mis efectos sin hacer ningún esfuerzo, y aunque eso no era un estímulo para mi ego y le demostrara lo contrario, me convenía tenerla en este estado y cerca.

Entre más atada, más fácil de manipular al enemigo. No era un santo y no lo seria con nadie, seria egoísta y si para obtener mis objetivos, tenía que utilizar a alguien, lo haría.

Ivanova era solo el anzuelo para que no se me descubrieran con la humana y se decidieran a lastimarla como mi punto débil y llevársela a otra parte lejos de mi alcance.

—¿Hay otro, soldado?

—No, no lo hay.

Hice un movimiento con el mentón que ella entendió pronto. Asistió con firmeza y mirando al edificio comenzó a caminar. La seguí por detrás.

—Una vez te lleve con él, iré a ver cómo está la testigo y qué tanto desorden se provocó —soltó.

Rodeamos la estructura rocosa y aceleró el paso atravesando el resto estacionamiento para alcanzar las espaldas de los soldados quienes subían el asfalto frente a los gimnasios.

Me quedé atrás y sin acelerar el paso recorrí lo largo de la estructura, sigiloso y atento todavía a los sonidos y vibraciones que crecían detrás de mí. Desde aquí podía percibir a los trabajadores y experimentos moviéndose entre sus habitaciones y mirando desde sus balcones. Unos hacían preguntas otros estaban atentos a cualquier otro sonido.

El eco de las balas llegó a oídos de muchos. Por suerte, ninguno de los míos alcanzó a escuchar las maldiciones escupidas del infiltrado cuando fue tomado por los soldados para ser ocultado, aun así, los disparos atraerían problemas pronto. Unos intentarían averiguar de dónde provinieron, otros seguro que no confiaría más en los que nos trajeron aquí y se quedarían resguardados en sus habitaciones.

—Por cierto, por el arma y la distancia en que les disparó, se trata de un francotirador—la oí informar sin darme una mirada.

Se detuvo delante de un alto cerco de púas con la entrada asegurada por dos de sus soldados, y movió su brazo para que los mismos abrieran las rejillas y nos dieran el paso.

Entré a la zona en la que tenían en confinamiento al infiltrado y estudié las estructuras que se alzaban a los costados, un par de almacenamientos de apenas dos metros, y a unos metros por delante, una estructura sin terminar, con el techo y las paredes cubiertas de lona metálica y de aluminio.

Bajamos una escalera de piedra que llevaba a una puerta metálica la cual fue extendida por sus soldados dejando el interior de un salón.

—Si no hubiera sido porque le agujeraste los pies y las manos, habría escapado — siguió hablando adentrándose enseguida—. Y no puedo creer tu puntería, él estaba a casi un kilómetro y para verlos a ustedes utilizaba el mirador con aumento. Tú no tenías mirador y lo detuviste. Supongo que no solo es porque tienes una muy buena visión sino porque la puntería la aprendiste del subterráneo, ¿no?

No respondí, no hacía falta hacerlo cuando ya era claro. Me aproximé dentro del lugar, concentrándome en estudiar el interior del salón poco iluminado. El lugar estaba dividido en dos partes, una y la cual se hallaba a mi costado, era en donde se acomodaban un ligero armamento colgado en la pared y una pantalla con cámaras que vigilaban fuera de la zona, y la otra parte que estaba al frente, llevaba a una habitación custodiada por uno más de sus soldados. Endurecí la quijada sintiendo apenas satisfacción al escuchar las quejas del hombre levantándose al otro lado de la puerta.

—Pudo escalar el muro para entrar, pero no llevaba material para hacerlo— siguió hablando—, y el que haya llegado a esa torre, nos lleva a que ocultó el material en alguna parte o alguien nos está traicionando. Tendremos que poner sensores como nos aconsejarte semanas atrás.

No estaba impresionado.

Desde lo del subterráneo supe que las traiciones serían más estando en el exterior. El peligro se duplicaría, no solo para eliminar el resto de la evidencia que todavía poseíamos, sino para deshacerse de Nastya por lo que ella sabía.

Fue por ello que preferí ocultarla en un almacén con cámaras sensorias cuando estuvo inconsciente, con una enfermera que no saliera del lugar hasta que despertará o yo regresara, y dos soldados que se torneaban por tiempos. Siendo uno el que cuidara la entrada, no levantaría sospechas debido a que en los almacenes de la base era parte de labor que un soldado hiciera guardia.

Nos limitamos para que ningún humano mirara demasiado el almacén, era por eso que las maquinas medicas que la trataron fueron insuficientes, traer más levantaría las miradas y entonces aun inconsciente y con mi ausencia, tratarían de matarla.

—Ábrela— exigí al soldado cuando me detuve a medio metro de la puerta.

Hizo un asentimiento titubeante mirando antes a su Coronel quien se acomodó junto a mí.

—Ábrala, Soldado Ray— reforzó mi orden.

El humano se apartó de la puerta metálica y la abrió frente a nosotros. Una habitación vacía se extendía al otro lado del umbral, con únicamente una mesa clavada al suelo y dos sillas: una vacía y la otra siendo ocupada por un hombre cabizbajo, con sus antebrazos atados por grilletes sobre los braceros del asiento.

Curvé los labios al mirarle las manos, la piel de sus palmas estaba rasgada, reventada y agujereada a causa de mis balas, y goteaba el suelo de sangre, sangre que también sobresalía bajo la suela de su calzado. No disparé solo a sus manos, también a sus pies para impedir su escape.

Me adentré con pasos pesados y marcados, el sonido del taconeo le levantó el rostro con la mandíbula endurecida e invadida de bello, su mirada rabiosa se ciñó sobre la mía y temblequeó cuando reparó en la herida en mi mejilla.

—¡Joder! Tú sí que das miedo— bufó inclinándose sobre la mesa—. Mira nada más ese asqueroso agujero en tu mejilla y toda esa sangre negra, seguro que deja marca y pierdes fans.

Extendió sus labios en una ladina sonrisa que a poco estuvo de convertirse en una mueca de dolor. Trataba de ocultar el ardor de sus heridas soltando tonterías.

—Ahora entiendo cómo te diste cuenta. Sí, sí que la entiendo —masculló—. Eres uno de esos pobres cabrones clonados de trabajadores, uno que seguro fue triturado y vuelto a clonar hasta perfeccionar.

Ante mi silencio se enderezó recargándose en el respaldo con una exhalación alargada.

—¿No hablas porque te dejé sin dientes?, o, ¿corté tu lengua? ¿Acaso también eso pueden regenerar? — se burló y miró sus manos —. Sin dientes o lengua, pero todavía no estamos a mano.

—Silencio— escupió la mujer a mi lado—. Atado no puedes hacer nada para estar a mano, de esta no vas a salir, ¿no le temes a lo que te sucederá?

Apretó los labios recorriendo el cuerpo de la mujer con perversión.

—¿Y tú que tipo de soldado eres, preciosa?

—Uno que no te importa—escupió. La sentí inclinarse, alzando su rostro a mi perfil para susurrarme: —. ¿Qué piensas hacer, soldado?, ¿crees poder sacarle información? Para esto eras muy bueno.

Chasqueé los dientes sin dejar de analizar al humano que lamia sus labios sin apartarnos la mirada y sonreír como si esto lo divirtiera y diera risa.

Con tal emoción no mentía. No percibía miedo en él, no había nerviosismo ni temblores musculares y tuve interés en averiguar qué tanto le duraría esa seguridad.

Se la rompería hasta hacerlo temerme.

—Te lo dejo—aclaró, sus dedos rozaron mi cinturón en apenas un agarre—. Aumentaré la guardia en la base e iré a ver cómo está todo en el edificio.

—Ve— aseveré—, voy a entretenerme con él.

Sus dedos se aferraron más al cinturón y sentí el tirón.

—Pero no lo mates como a los del subterráneo— ordenó—, lo quiero ver vivo cuando regrese.

Abandonó mi cinturón y sin mirar al hombre se volteó para atravesar la puerta y dejarme solo con él.

—¿Y bien?, ¿qué prosigue? — se burló.

La comisura se me estiró, pero no lo suficiente como para crear una mueca. En silencio recorrí el resto del cuarto, rodeando su silla hasta detenerme frente a su chaleco de municiones, este se colgaba en uno de los ganchos de la pared, al lado del largo fusil con el que se atrevió a disparar a Nastya.

—Pierden su tiempo si creen que les daré buena información —dijo a mi espalda—. O que tus feromonas podrían hacerme hablar, adoro las mujeres, sobre todo las rubias y morenas fieras como esta soldadita.

—¿Quien dice que estoy aquí para sacarte información? — arrastré entre dientes.

Revisé cada uno de los bolsillos del chaleco, en sus interiores había
un arma blanca, un revolver, gas pimienta y un par de granadas de humo. No estaba el intercomunicador, el objeto que sacó cuando llegué a la torre para informar a un hombre de mi presencia.

Su objetivo en un principio fue matar a Nastya de un tiro, sin testigos que presenciaron el disparo y el asesinato, y mi presencia le arruinó el momento y sus planes, aunque momentáneamente.

—Entonces, ¿qué pretendes? —preguntó, su fingido interés me torció los labios—. ¿Quieres que cuente chistes?, ¿te canto canciones? Todavía me queda tiempo, pero eso sí, no soy un buen cantante. Antes de dedicarme a las armas, cantaba mucho en el...

—El objeto con el que te comunicaste con el hombre...— solté con asperidad—, ¿dónde está?

Percibí el leve nerviosismo detrás de su pecho y dejé el gas pimienta en el bolsillo.

—¿Dónde está? —repetí entre dientes.

Su silencio me giró con lentitud, entornándome al payaso que me observaba con la misma sonrisa, la cual mostraba sus amarillentos dientes.

—En serio que das miedo —Alcé el mentón y negó con la cabeza —. No lo sé, quizá lo aventé o lo hice explotar antes de que me trajeran aquí.

Arqueé la ceja, atento a sus mentiras y bajé la mirada a sus pantalones negros, varios bolsillos se acomodaban a lo largo de sus piernas, algunos de ellos estaban siendo ocupados. Me acerqué a él, y tomándolo del cuello hasta apretar los dedos en su piel, lo obligué a inclinar su cabeza sobre el respaldo en tanto revisaba el primer bolsillo en sus muslos.

—Ey, vas muy rápido, ¿no me vas a pedir antes una cita? — susurró y su tono me apretó más los dedos a su garganta.

Enfundé la mano en el siguiente bolsillo sobre la cara interna de su muslo, encontrando la larga dureza en la que mis dedos se envolvieron.

—Joder — jadeó nervioso—, perdón por eso, es que tocas muy rico. Retiro lo dicho, quizás tus feromonas estén afectándome.

Un quejido se le estancó en el cuello cuando puse más fuerza en el agarre complicándole respirar, perdería la paciencia y entonces le reventada el cuello.

—Cierra la maldita boca— ordene.

Saqué el grosor con rotunda fuerza rasgando el bolsillo y lo observé entre los dados, enderezándome sin soltar su cuello. Era un bolígrafo.

—Dime, ¿qué se siente ser la copia de la copia de la otra copia que viene de una copia con copias más deformes y asquerosas?

Arqueé la ceja dando una mirada de rabillo a la sonrisa fingida.

—Sí sabes que todos fueron basados de las primeras deformidades que Chenovy utilizaba para producir órganos, ¿verdad? — Mi silencio lo hizo continuar—. Obviamente a base de genética de trabajadores, pero también de esas criaturas que abastecían el mercado negro.

Aunque lo que decía no era una mentira, tal información ya antes la conocí, sabía de mis raíces, de dónde, de qué y de cuantos reptiles y ancianos que trabajaron en el subterráneo fui, en parte, clonado y completado. Incluso de qué bestia ardieron y cuántas veces fui triturado y vuelto a crear, esto no era nada nuevo para mí, no obstante, éste humano trataba de distraerme con tonterías.

—No sé con qué objetivo el loco de Chenovy los creó tan humanos, pero eso fue lo que...

Su voz comenzó a irritarme y puse más fuerza en el agarré encoreciéndole el rostro y apretando sus dientes. Sus quejidos y su cuerpo removiéndose de dolor sobre el lugar apenas me satisfacía y estudié el objeto en mis dedos, la superficie metálica y el botón oprimido color rojo en la parte superior. Vi muchos bolígrafos antes, ninguno con una bocina integrada en el centro.

Interesante. No era un tonto para entender que se había estado gravando todo este tiempo, y lo que me extendió la mueca hasta retorcerse el rostro fue pensar que tal vez alguien nos estaba escuchando a través de este objeto.

Disminuí la dureza dejándolo respirar, escuchando como arrastraba el aire entre quejidos, y empuñé el bolígrafo, destrozándolo en la palma de mi mano y dejando caer los restos en la mesa.

—Diablos, no mentían cuando me dijeron que ustedes eran duros, rudos y fornidos.

Ignorando su comentario, revisé el resto de los bolsillos.

—¿Por qué la protegen?—su voz se escuchó agitada y revisé un siguiente bolsillo —. Esa muñeca mató a muchos, provocó un infierno con los tuyos, no le veo el caso que la mantengas viva ya que destruyó tu dulce y bonito hogar.

Se me desencajo la quijada con su canturreo burlón inyectándome la ira que me oscureció. Pise su pie agujerado, estrujándole los dedos que le hicieron chillar de dolor.

—¿Hogar? — la voz se me engrosó, tensionándome las venas del cuello—. Crecí dentro de un tubo con aspas y viví en un cuarto durante años.

Pisé con más fuerza escuchando el crujir de sus huesos, y detuve su queja con la fuerza de mis dedos hundiéndose en su cuello hasta empezar a asfixiarlo. Lo estiré para que me encarara, sus ojos enrojecidos y su piel amoratada ante el impedimento de aire.

— Vi a los míos ser triturados vivos— escupí airado. Su corazón estallaba en su pecho, su miedo fue lo que me dibujo una sonrisa perversa—. El maldito infierno lo viví desde que abrí los ojos, no hubo diferencia con lo que sucedió por medio de la humana que intentaron e intentarán matar.

Tras mi gruñido solté su cuello de golpe, enderezándome delante de él, arrancando el objeto que se ocultaba en el bolsillo de su pantorrilla. Abrió sus labios arrastrando aire ruidosamente y tosió con quejidos y jadeos que llenaron la habitación.

Levanté el comunicador redondeado, la ligera antena resaltaba en la superficie como la bocina aterciopelada.

—Si... sabes que intentarán matarla, ¿por qué gastar energías cuidándole la espalda? Y-ya te agujeré la mejilla, pero todos sabemos que una bala en tu corazón terminaría con tu vida—su voz desgastada me irritó —. ¿Por qué proteger a una asesina? A pesar de que el infierno fuera el mismo para ti, igual y la mujer fue parte para que más de los tuyos murieran.

Este conocía sobre nuestras limitaciones, el único modo en que se podía terminar con nuestra vida, por ende, el hombre que lo lideraba sabía suficiente de nosotros.

—Dame la localización del hombre con el que te comunicaste en la torre —exigí, encajando la mirada en su rostro.

—¿En serio crees que voy a decirlo?

Recargué mi puño sobre una de sus manos agujeradas, y apreté la piel rasgada bajo los nudillos. La sangre goteó del respaldo sobre mi bota y él se contuvo para no soltar un quejido, pero sus cejas pobladas se fruncieron de dolor.

—Si quieres tener el resto de tus manos, lo harás.

Una risa fue soltada de sus labios, se burlaba y dejé que lo hiciera, estudiando el tono fingido y forzado que trataba de ocultar el miedo que se detonaba en los latidos de su corazón.

—Hazlo, de todas formas, voy a morir pronto, sino es por tus propias manos será por los métodos de ellos—Su bufido me endureció los músculos y volví a mirarlo—. Tengo un microchip de descarga en el pecho que en pocos minutos se activara. Entonces me verán bailando el harlem Shake en la silla.

Ladeé el rostro entretenido por lo que resultaba no ser del todo una mentira. Si realmente tenía dicho artefacto no estaría nada mal hacerlo sufrir antes de verlo morir por la descarga. Después de todo, el humano no me serviría de nada, no soltaría información que me fuera útil.

— Así son estas cosas, hombre. Cuando uno se mete en lo malo, no sale nada bueno— escupió saliva en el suelo —. Yo elegí este trabajo, sabía las consecuencias y fallé el tiro.

Sus dientes crujieron cuando estrelló el comunicador en su herida y lo apreté contra el agujero en su hueso.

—¡Maldición! —gruñó.

—¿No temes morir? — inquirí en un tono espeso, sin dejar de torturarlo con el ardor —. ¿No temes que te destroce pieza por pieza?

Cerró sus labios y los apretó haciendo temblar su mentón con el vano esfuerzo de demostrarme que podía soportar el dolor que le provocaba. Apreté más haciéndolo saltar en su lugar, su queja entre dientes me recordó al maldito de Don en tanto rompía los huesos de su pecho para sacarle el corazón.

—I-igual.... s-si no tuviera el microchip ellos me matarían — se quejó cuando no disminuí la fuerza sintiendo el desespero de su dolor estirándole la mandíbula—. M-m-me llevarían a la cárcel y luego enviarían a alguien a matarme y harían parecer mi muerte como un suicidio, dejarnos vivos sería peligroso... Por eso la mataran a ella también, de cualquier forma, lo harán y si vuelves a meterte en el camino te mataran a ti también.

—Eres el primero en fallar—la comisura me tembló, aseverando mi rostro—, y no serás el último

—No nos subestimes— forzó una sonrisa que destrocé al empuñar de nuevo el objeto en la herida. Estiró el cuello tensando su mandíbula para no soltar el quejido y formarse a soltar: —. T-tenemos a muchos de nuestra parte en la milicia.

Se me estiró una mueca ante la información— una que no me era interesante —y él extendió sus parpados como si lo dicho lo aterrara, y en efecto, su órgano cardíaco se aceleró y dio una mirada al suelo.

Estudié su temor y el horror palideciendo su expresión, no tenía sentido tenerlo estando en estas circunstancias y a poco de morir por lo que supuestamente tenía en el pecho.

A menos que el aparato se activara siempre y cuando él soltara información valida, lo que confirmaba que había otro aparato gravando la conversación.

Observé el comunicador en mi puño manchado de su sangre, el objeto no daba inicios de estar encendido y los bolsillos estaban vacíos. Estaría buscando el aparato, pero no lo haría. Mejor que su dolor fuera escuchado por ellos, así sabrían que, si intentaban algo, los capturaría y torturaría también.

Aparté el aparato dejando que la antena entrara en su herida haciéndolo respingar y ahogar el chillido entre sus labios.

—¿Crees que eso no se sabía? — arrastré dibujando la malicia retorcida en mis labios que fue construida por él —. ¿Qué te da tanto miedo, humano? Nada de lo que digas debería asustarte si al final vas a morir, o, ¿no?

Tragó con complicación y mostró por primera vez rabia en su mirada.

—¿P-por qué un experimento salva a esa mujer? —escupió —. Si te hubieras contaminado no estarías aquí, por suerte sobreviviste, pero muchos niños no lo lograron hacer, estaban vivos mientras un contaminado se los comía. ¿Por qué no la matas como venganza a tu gente? Solo ella tiene que morir, no nos interesa nadie más ustedes pueden hacer sus vidas y ya. ¿Qué tan importante es ella para dejarte atravesar por mi bala?

Más de lo que nadie imagina.

—¿Es porque te importa esa rubia?

La sonrisa perversa se ensanchó en mis labios en una mueca irritada, este trababa de hacerme caer.

—¿Importarme? — arrastré engrosando la ira en mi voz—. Protejo su insignificante vida porque hacerlo me dará lo que busco y deseo, no me importa qué le suceda después pero mientras esté trabajando por lo que quiero, nadie tocará a esa mujer.

—Se nota que le guardas rencor— Sacudió el rostro.

No estaba del todo equivocado.

La rabia y el rencor que me detonaban, corrían como veneno en mis venas. La ingenuidad de la humana la llevo hasta este riesgo, fueron sus manos las que destruyeron el lugar al que me encadenaron desde nacimiento, pero todos los que fueron responsables o no del incidente, dejaron su peso sobre sus delgados hombros.

Nastya era el chivo expiatorio de todos estos humanos que hasta entonces callaban con la culpa que les correspondía cargar. Se les olvidaba que desde décadas atrás los nuestros, aun estando vivos, morían en las incubadoras cuando ellos encendían las aspas. No había trabajador que no lo supiera, ni experimento que no mirara la muerte de su compañero siendo destrozado frente a sus ojos.

Muertes hubo y mucho antes de que la humana llegara al subterráneo creyendo que nuestra imagen era la de una deformidad come carne, el infierno era nuestro hogar.

La hipocresía entre estos humanos era tanta que me carcomía con rabias interminables. Los hombres que la lastimaron pedían bonos y justicia por las heridas y traumas que obtuvieron, querían volver con su familia como si pudieran desligarse de lo que hicieron, de lo que fueron participes con su silencio.

De aquí no saldría ninguno hasta que recibieran lo que merecían, hasta que me sintiera satisfecho con las torturas que emplearon en mi mujer.

—Pero, ¿vale tanto la pena guardarte el rencor mientras la salvas?

La curva maliciosa se estiró en mis labios.

—Por lo que recibiré a cambio de su vida, sí que lo vale— respondí hastiado, que me creyeran tonto y rencoroso no estaría nada mal.

—¿Y qué es lo que te prometieron por protegerla?

Mi puño apretó el comunicador del que provino la vibración y la nueva voz robótica. Él clavó la mirada en el aparato y lo levanté observando como la sangre de su herida resbalaba del material negro al dorso de mi mano.

—¿Dinero?, ¿tierras?, ¿libertad? — preguntó la voz atravesando la bocina—. Nosotros podríamos darte más si la matas ahora mismo.

Acerqué el comunicador a los labios y aun sabiendo que no había necesidad de utilizarlo para comunicarme con él, presioné el botón.

—No lo creo—solté con asperidad.

Evalué al humano en el asiento, revisando desde mi lugar sus orejas creyendo que encontraría el dispositivo del que nos escuchaba.

—Como quieras— pronunció con simpleza desde la bocina.

—¿Resulta tan peligrosa aun sin memoria? — escupí la pregunta.

Recorrí con lentitud su camiseta negra y el cinturón rodeando su cadera. Apreté la comisura, había un auricular integrado en el interior de la trabilla. No sería notorio a los ojos de humanos, pero era sencillo encontrarlo para nosotros teniendo nuestra vista.

—¿Perdió la memoria? Qué conveniente...Pero, ¿qué nos asegura que no va a recordar? Su cabeza tiene un precio.

—Y uno muy alto— añadió el humano frente a mi—. La iban a matar de todas formas cuando terminara su trabajo. A ella y a todo su grupo, pero los otros ya están muertos y solo queda ella por morir.

—Escucha—la vibración de la voz distorsionada se volvió marcada en mi mano—. Si realmente perdió la memoria seguro que la noticia nos gustara pero de lo contrario, si empieza a hablar... Sabemos que si los clones saben quién es la matarían por nosotros sin necesidad de poner un dedo. Pero queremos el dinero, así que preferimos matarla nosotros.

Endurecí la quijada y no me detuve presionando el botón que reventó bajo mi dedo.

—Inténtenlo, y morirán por mis manos—advertí.

—Lo que le sucederá a él es un débil ejemplo de lo que le haremos a ella si llega a abrir la boca.

La voz cesó y el comunicador se apagó. Una ceja se me arqueó cuando el quejido abandonó los labios del infiltrado. Sus parpados se le extendieron con horror y alcé el mentón observando sin ningún interés sus músculos contraerse hasta endurecerlo en el asiento.

Comenzó a convulsionarse ahogando chillidos que no pudo soltar, y no me pregunté qué le sucedía, lo sabía.

Estudié con atención, sentándome en el borde de la mesa y ladeando el rostro para no perderme de su dolor. Escuché los vuelcos de su corazón estallando contra su tórax, las venas de su cuello se tensionaron y enrojeció la piel de su rostro en tanto la espuma se derramaba de sus labios y manchaba la raíz de su barba. El enrojecimiento aumentó amoratarlo más hasta que su órgano cardíaco se detuvo, dejando caer su cuerpo sin vida en el asiento, con la cabeza inclinada sobre el respaldo y su mirada vacía mirando la nada.

Esta era mi advertencia, y aunque la tomaba, no me atormentaba.

No era una mentira, este humano no sería el último en fallar con sus intentos. La única manera en que podrían cumplir con su muerte seria quitándome la vida, lo que tampoco resultaría sencillo porque a esta también estaba atado.

Chasqueé los dientes mirando al comunicador en la palma de mi mano.
Lo empuñé, blanqueado mis nudillos con la fuerza que emprendí escuchando tronar la materia hasta hacerlo pedazos. Dejé caer los restos sobre el suelo y me incliné arrancando de su cinturón negro el auricular de tan solo milímetros, lo destruí entre mis dedos, prestando atención a los sonidos y vibraciones que producían dentro y fuera de la zona, concentrándome únicamente en los soldados y individuo fuera del edificio.

Los soldados a los que Ivanova ordenó hacer revisión en cada parte de la base, hacían su trabajo recorriendo de lado a lado la muralla. De ellos no sospechaba hasta entonces, antes les hice un interrogatorio, los hice hablar, además de que en sus trajes, calzado y armamentos coloqué un rastreador auditivo, fueran a dónde fueran estarían registrados en mi móvil, además de que escucharía sus conversaciones en el mismo.

Ningún de ellos sabia de los rastreadores, tampoco los soldados que puse al tanto de Nastya, mismos en los que confiaba más.

Ambos estuvieron en el subterráneo, presenciaron la explosión, y en vez de buscar matar a Nastya o intentar hacer algo más, buscaron salvar al resto de sus compañeros y sobrevivientes entre los derrumbes. Era por ello que se les dio la orden de vigilarla, un trabajo que no le apetecía hacer a uno, pero al otro sí.

Atendí de nuevo los sonidos externos en busca de lo único que me interesaba escuchar. Sus latidos llegaron a mis oídos agitándome el pecho, apreté la mandíbula llenándome de la tranquilidad que emitían, del hormigueo que consumía mis músculos hasta relajarnos.

Escuchar su corazón comenzó a ser una adicción incontrolable y era intrigante como esa humana tan exótica y respondona tenía tal efecto en mí. Pero no mentiré que prefería ese órgano latiendo nervioso, esa melodía que solo yo era capaz de provocar en ella.

Seguí atento a sus latidos y por las vibraciones que se emitían en su dirección, Nastya caminaba fuera de la enfermería en compañía de uno de los soldados. Obedecería las ordenes que Ivanova dio.

Seria tonto si no prestara un poco de atención a mucho de lo que la humana hacia y decía. No pasaba por alto sus movimientos, la tenía en la mira, pero no porque sospechara de ella. Anya Ivanova era buena estudiando a otros. Me estudiaba con sigilo, y con un error que me atreviera a cometer para darle evidencia física, podría cambiar mi lugar como un soldado en cubierto que tenía derecho y permiso de meterse donde fuera y acercarse a la testigo cuanto quisiera, a ser solo un experimento que no sabría más de lo que ocurriría con ella y no tendría derecho a nada.

—¿Iras a la cafetería?

Una ladina mueca apenas se me extendió. Debí imaginar que el que la acompañaría seria él, el soldado al que no le molestaba ser el guardia que la vigilará en su habitación, y al que se le ablandaron los latidos con su presencia.

Desde mi lugar podía sentir su nerviosismo. El soldado debía estar disfrutando de su cercanía, de su belleza y el encanto que exhibía su rostro y la perversión e inocencia que emitía sus ojos.

Lástima, esa humana era mía.

—No, está bien. Iré directo al cuarto.

El pecho se me tensionó y apreté los dientes con la descarga estremecedora atravesándome, escucharla era un martirio que amenazaba con despertar mis instintos y volverme su más grande peligro.

Si había algo que detenía al monstruo que deseaba poseerla, era su pérdida de memoria. No faltaba mucho para que eso dejará de importarme, porque lo que había usado desde que volví a la base para disminuir mi apetito por ella, no me satisfacía del todo, y cada vez era menos satisfactorio oler una prenda que con las horas perdidas su aroma.

Se me clavó la mirada en el metal de la puerta al escuchar el leve retumbar en el pecho de la humana. El nerviosismo me dejó atento, ambos estaban en el elevador y su órgano cardíaco no era el único agitado.

El Teniente era el que más nervioso estaba.

—Tranquila. Mis dedos no muerden, y yo tampoco.

Me tembló la ceja y la comisura izquierda se me estiró con irritada malicia. Existían machos que no mordían porque tenían instinto de supervivencia, eran los que reconocían inconscientemente que la hembra ya estaba marcada por una bestia más grande y peligrosa que ellos.

Él percibía mi mordida en ella y mejor que lo hiciera. Aunque mi mordida se expresaba más embistiéndole el coño y devorándome el sabor de sus gemidos y orgasmos.

La puerta metálica fue abierta frente a mí, dejé de perderme en sus latidos con la presencia de Ivanova adentrándose al cuarto con la mirada sobre el cuerpo sin vida.

—¿Qué sucedió? — su exclamación y el chirrido provocado al momento de cerrar la puerta me apretó la quijada—. ¿Qué le hiciste, soldado?

Se acercó a zancadas y su cuerpo se detuvo junto a mí y delante del infiltrado. Respiré el aroma cítrico de su perfume y giró buscando mi mirada para una explicación que no le convenía.

—¿No te dije que lo quería vivo? — Lo movió con ambas manos—. Esto es un delito, soldado Alekseev. Ya no estás en el subterráneo para matar a tu gusto, en el exterior existen reglas que debes acatar para poder mezclarte en la sociedad, a menos que quieres ser encerrado por asesinato en primer grado.

—No lo asesiné—pronuncié con áspera pausa.

No iba a negar que no estaría nada mal que fueran mis manos las que le quitarán la vida, lamentablemente otros tuvieron la misma intención.

La humana hundió su entrecejo sin entender y se volteó hasta quedar frente a mi cruzándose sus brazos bajo su pecho.

—Entonces, ¿quién?

—Abre su pecho y averígualo— espeté—. Tiene un dispositivo.

—¿Eso lo mató? ¿Lo mataron? — hizo una pregunta que ya tenía respuesta —. Claro que lo hicieron, para evitar que nos dieran información. Genial.

Alzó sus brazos y golpeó sus muslos, apartándose de mí. Que estuviera muerto no era ningún impedimento, el humano fue inservible desde que abrió la boca y soltó la primera palabra.

—¿Al menos lograste sacarle algo de información? ¿El nombre de la persona que lo envió? Prefiero que me lo digas tú antes de ver las cámaras, ¿qué te dijo?

—Hay infiltrados entre los militares—arrastré dándole el bolígrafo que de inmediato estudió—. Es un comunicador, el que esta al mando ofrece una recompensa a cambio de la vida de la humana.

—Cómo imaginé, por eso no podemos confiar en nadie. Además de Anna Morozova y Esteban Coslov, hay otro al que tenemos que buscar, pero no hay absolutamente ninguna hueya de él así que sigue siendo un fantasma—exhaló—. Si quiere matarla es porque sabe quién es él, que pesimo que haya perdido la memoria. Voy a informar para que vengan y trasladen el cuerpo para hacerle una autopsia.

Negó con la cabeza insatisfecha y desenfundó de su chaleco el móvil tecleando en la pantalla. No atendí a su llamada, no tenía interés en escuchar su conversación y busqué de nuevo esos latidos que en segundo me perforaron.

—Estaré haciendo guardia—la voz del Teniente llegó a mis oídos como el sonido de su órgano acelerado por la humana—. Descansa niña bonita.

La curva volvió ciñéndose sobre mis labios, al parecer me equivoqué, el soldado no tenía mucho instinto de supervivencia y estaría fastidiándome las intenciones que percibí en su frase, pero su alago resultaba infantil, sin provocar reacciones en ella.

—Vendrán por el cuerpo mañana— avisó la mujer frente a mí —, así que por ahora no hay más. Mandaré a un soldado a cubrirlo con una manta y listo. Veré las grabaciones y se las enviaré al ministro para convocar una junta para indagar en los archivos y contactos de Esteban, quizás encontremos algún sospechoso y demás con el tercero.

Me incorporé fuera de la mesa, si no había nada más que hacer en este lugar, no perdería mi tiempo. Pisé lo restos del comunicador y rodeé el cadáver atendiendo a las vibraciones que emitían desde uno de mis bolsillos, lo que me aseguraba que la pequeña y exquisita humana estaba en mí habitación.

—¿A dónde vas? — su voz quedó amortiguada con el sonido de su calzado—. ¿Iras a la habitación?

—Haré una revisión de perímetro —aseguré.

Acerqué el paso a la puerta, tomando la perilla de inmediato bajo el dominio de las vibraciones que aumentaban en el móvil.

Sus dedos se deslizaron sobre mi ancha muñeca en un débil agarre que me detuvo, recorrí el pedazo metálico en su dedo anular y con la mueca ladina ladeé el rostro encontrando a la humana que se acomodaba junto a mí.

—Aunque me parece bien que quieras asegurar la base, deberías limpiar y curar antes tu herida — señaló mi mejilla con el movimiento de su mentón —. Hay soldados y trabajadores que todavía piensan que eres solo un soldado, un humano, y si ellos lo piensan, los enemigos también lo harán. Entonces, si quieres seguir en cubierto y encontrarlos no puedes llamar la atención.

Se creía que no lo sabía, cuando tenía planeado limpiarme la herida más tarde después de rectificar que no había peligro, no habría otro ataque. Sabía las consecuencias y complicaciones que revelar lo que era, podía provocar.

—Y esa herida sí que lo hace—agregó, sacando de su chaleco una bolsa de emergencia, en su interior contenía vendas y toallas húmedas desinfectantes—. Siempre llevo estás conmigo.

Tomó una de las toallas y extendió su brazo dejando que los dedos de su mano deslizaran la húmeda y delgada tela sobre mi quijada. Una intención que detuve alzando el mentón hasta que sus dedos dejaran de palparme y se me sombreara el rostro.

Se estremeció y sentí la opresión en su pecho y la desilusión en su mirada recorriéndome.

—¿Qué pasa, soldado? — curioseó, una débil y nerviosa sonrisa se extendió en sus labios rosados—. Solo voy a curarte, ¿es que tampoco eso me va a dejar hacer mi falso prometido?

Una torcedura se estiró en mis labios, retorciéndome aún más el rostro y tomé sus delgados dedos. El contacto entre nuestras pieles le aceleró el corazón, un vaivén de estremecimiento que creció cuando observé la sortija en su dedo.

No era más que un compromiso hecho con el objetivo de saber si la humana mentía con respecto a su pérdida de memoria, además este simple material me servía para encubrir mi identidad para aquellos que todavía no sabían de mi existencia y aquellos que seguían dudando de que era un humano.

— Estas en lo cierto, no me apetece que estas manos me curen.

Solté su mano y la severidad en mi voz le apretó sus labios y endureció su rostro.

—Eres un Ogro muy difícil —Se quejó —. Entonces ve con Sarah a que te de puntadas y te cubra la herida. Si alguien pregunta diles que la bala te rozó. No podremos curarte con sangre de los rojos, porque algunos ya sospechan que fuiste tú el que estaba con la mujer a la que atacaron. Tenemos que tener una historia para contar y es esta.

No tenía problema en tener una cicatriz cuando otras más ocupaban partes de mi cuerpo. Dando por finalizado esto, crucé el marco dejándola sola en el cuarto. Sus pasos no tardaron en hacerse oír, estrellando la puerta en la pared.

— Soldado Ray— exclamó detrás de mí, haciendo que el humano uniformado girara desde la segunda división para prestarle atención —. Vaya por una manta y cubra el cadáver, ya.

—Sí, mi coronel.

El soldado se movió rápidamente frente a mi atravesando la salida y subiendo la escalerilla al exterior. Salí también, y abandonando la instalación, recorrí la parte trasera del gimnasio dejando que mis dedos reclamarán por la endurecida quijada retirándome mi propia sangre.

La restregué entre los dedos, sintiendo la textura espesa y fría. De todas las creaciones de Chenovy, los de clasificación negra éramos los que menos podríamos parecernos a un humano.

Con el físico tal vez, pero cientos de balas podrían atravesarnos el cuerpo, y aun así seguiríamos de pie, a menos claro que atravesarán el corazón, de otro modo seguiríamos vivos, expulsando balas y deteniendo la pérdida de sangre.

No éramos capaces de regenerar heridas graves, tan solo una capa mínima de piel crecía para renovar las arterias y venas y cubrirlas, pero con el tiempo estas mismas tenían la capacidad de cicatrizar y disminuir de tamaño o profundidad, por ello, la herida en mi mejilla no era ni sería un problema.

Si permití que la bala me atravesara fue para tentarla a curiosear sobre mí.

Debí imaginar que se pensaría que pertenecía a los blancos, que humana más interesante que tenía embelesado con la malicia de su belleza a esta bestia impaciente por devorarla entera.

La deseaba mirando la verdadera forma de mis ojos, gimiendo mi clasificación contra mi boca en el mismo tono de necesidad y sentimiento con el que lo hizo cuando la tomé en esa cama.

Decirle quien era no la haría recordarme, y aunque en un principio tuve la intención de hacerlo, no me convenia hacerlo con Ivanova presente.

El infante le mencionó sobre la habitación en la que estuvimos nosotros dos y Seis cometí el error de agitarla al mencionar que tuvimos sexo. La humana estaba intriga por encontrarme pidiendo la ayuda de Sarah sin sopesar que me tuvo frente a ella, acorralándola, incitándola a desearme tanto como la deseaba.

La apreté contra el calor de mi cuerpo y fue incapaz de reconocerme a pesar de la bala que expulsé de la boca.

Su inocencia y su modo de perderse en mis efectos, la hacían ser toda una delicia tentadora en todas sus formas. Me tentaba aun más de lo que lo hizo en el subterráneo.

No. Su pérdida de memoria ni Ivanova me detendrían. Nastya seria mía, mi mujer, mi hogar, y yo sería suyo aun si Cero Siete Negro no volviera por completo a sus recuerdos.

Me detuve frente a uno de los muros que rodeaba la base y extendí el brazo, apoyando la palma de la mano en la áspera materia. Aun sabiendo que por esta noche no se atacaría, estuve atento a uno solo de mis sentidos, sintiendo las ondas de movimiento a través de la mano.

Los temblores se extendieron y atravesaron mis yemas, dos soldados recorrían este mismo muro y en los siguientes, dos más hacían la misma guardia.

No había movimientos de qué sospecha y pase a concentrarme en las de mis pies, esas mismas ondas que se extendían detrás y fuera de los muros.

Tres de las vibraciones pertenecían a animales de cuatro patas que corría el otro lado de la pared y olfateando la tierra, eran guiados por soldados del grupo de Ivanova.

Su recorrido era simple, con la orden de inspeccionar y recorrer los alrededores en busca de rastros.

Una torcedura amenazó con estirar los labios por las detenidas vibraciones emergiendo del bolsillo. Metí la mano y tomé el móvil sacándolo ante la llamada entrante vislumbrándose en la pantalla.

La acepté al reconocer el número y llevé la bocina al oído.

—¡Señorito Alekseev! — su grito chillón me irritó —. ¡La señorita Anya me contó todo, por favor venga para curarlo enseguida!

Aparté el móvil cuando no dejó de gritar su suplica.

—¡Tengo que revisar que la herida no sea grave porque usted no se regenerar y sus dientes estén bien! ¡Por favor venga ahora que no está Alicia, o yo iré por usted para cur...!

Corté la llamada guardando el móvil para ignorar su siguiente intento. Me aparté del muro y pasé de largo la ancha estructura del gimnasio hasta atravesar el estacionamiento. Las vibraciones siguieron en el bolsillo y son prestarles atención me dirigí al edificio.

No tomé la entrada principal, sintiendo las vibraciones de un par de humanos en el recibidor no me convenía, y me detuve en la puerta trasera de la enfermería tocando con el puño que hundió apenas una parte de la materia.

Escuché pronto las pisadas de Sarah tropezando y corriendo al otro lado. La puerta se abrió y la ancha silueta de la anciana se mostró con un rostro consternado al recorrerme el rostro.

—Jesucristo, le han dañado su belleza — exhaló en un gesto de horror —. Venga, entre por favor.

Me moví entrando al lugar, el aroma de Nastya apenas podía respirarla.

— Siéntese en la camilla— pidió señalándome uno de los colchones —. Lo limpiaré y desinfectaré, la Coronel me pidió que lo cociera y cubriera para evitar rumores, así que veré cuanto debo cocer.

—No—espeté revisando la enfermería, los envases etiquetados y acomodados a lo largo de las paredes—. Lo único que hará será limpiarlo y cubrirlo.

—Pero si le agujeró por completo la mejilla hará falta cocerlo de un lado—dijo, acercándose a uno de los muebles—. No solo le quedara la cicatriz sino un agujero si no lo coso.

Ignorando todavía las vibraciones en el bolsillo me acerqué y tomé asiento, la base metálica rechinó con mi peso, hundiendo el colchón.

—Solo no me rompa la cama—la escuché bromear, acercándose con una charola metálica que acomodó en colchón—. Es muy difícil conseguir camillas con ese mismo estilo.

Se incorporó, acomodándose delante mí, las arrugas se pronunciaron en su frente cuando al acomodar sus anteojos observó la sangre y la herida.

—Recibió la peor de las heridas, pero doy gracias porque no sea del todo humano y no le haya atravesado la bala por completo— dijo, una débil sonrisa cruzó sus labios—. Pero dígame, ¿se rompieron sus dientes? Si la bala atravesó esa parte debe tener toda la dentadura rota. No me lo imagino chimuelo.

La severidad con la que la miré le cerró la boca con disgusto.

—La señorita lleva tiempo que se fue, ella está bien, su herida no fue grave, necesitó de unas puntadas — notificó, mojando la gasa con antiséptico —. Si le soy franca, ella se veía realmente muy asustada. No se me paga por preguntar, pero, ¿quisieron matarla?

Me miró con temor y se inclinó levemente recostando la tela en la mejilla y retirando la sangre.

—¿Ella está en peligro? —susurró y arqueé una ceja, no había motivo para bajar la voz—. Porque si es así, déjeme decirle que no debería dejar a otro hombre cuidar de ella. Aunque el Teniente sea muy bueno y toda la cosa, pero usted debería vigilarla con eso de que siente y escucha, ¿no?

—¿No es eso lo que estoy haciendo? — la pregunta salió entre dientes y ella frunció sus labios, terminando la limpieza que la enderezó.

—Lo siento si lo ofendí, es que no entiendo lo que sucede, es la primera vez que se escuchan disparos aquí — expresó, tomando una nueva gasa para limpiar el resto de la herida—. La señorita se ve tan tierna y dulce, ¿por qué querrían herirla? Pobrecilla vivió un infierno en el subterráneo para que ahora sea parte de...

—Deje las preguntas y siga con su trabajo— la interrumpí, este tema era algo que no le concernía.

Frunció el entrecejo, nuevamente disgustada.

—Con usted no se puede tener una conversación —se quejó y no me interesó, no estaba aquí para hablar—. Si sigue así, va a terminar solo toda su vida. Y a cómo va no me sorprendería verlo como un viejo amargado y gruñón.

Estuve solo dos décadas y seis años, y estarlo no me importó. No tuve necesidad ni interés en tener compañía, no dependía de ningún humano y experimento, me acostumbré a estar solo toda hacer todo solo.

Pero desde que la tuve sobre esa cama, desnuda, durmiendo contra el calor de mi cuerpo, dejé de querer estarlo. Sentí interés en experimentar lo desconocido con esa humana, inquietud en lo que sentiría si me dejaba involucrarme con ella en todos los sentidos.

—La herida no es muy grande— Se inclinó revisando la mejilla—, pero sí necesitara puntadas, también necesitaré revisar como es la herida interna en boca también.

—No — aseveré—. Cóseme desde fuera.

No necesitaba tomar las mismas medidas de precaución conmigo para tratar una maldita herida.

—¿Tampoco quiere que adormezca la piel? — inquirió —. Esto para que al cocerlo no le duela más. Aunque no le va a doler mucho porque serán pocas puntadas.

Negué ligeramente, desde que abandoné la torre la herida dejó de dolerme.

Tomó el material de la charola, hilo y aguja. Las vibraciones en el bolsillo se cesaron y sentí el filo del material trozarse contra mi piel.

—Dios bendito, me rompió la aguja—sostuvo con sorpresa, alzando el delgado material sin la punta —. Se me olvidaba que usted es un experimento. Ahora entiendo por qué la bala no le atravesó la otra mejilla, tiene la piel gruesa como la de un rinoceronte.

Una ladina sonrisa irónica por poco se me ensanchó. No solo mi piel es gruesa.

Se apartó de la camilla, volviendo de nuevo frente a los cajones.

—Seguramente sus músculos también son gruesos por eso se le marcan tanto.

Sacó un paquete y lo abrió devolviéndose con más agujas en la mano que dejó sobre la charola.

—Utilizaré una más gruesa— me enseñó la aguja, acomodando el hilo para empuñarla contra la piel rasgada.

Empezó su trabajo, pude sentir como el hilo atravesaba y recorría la piel, saliendo y hundiendo una parte.

—Debe ser un héroe para la señorita, ¿no lo cree? — inquirió —. Salvándola en una torre como el príncipe a rapunzel.

Me dio una mirada de reojo como si esperara a que dijera algo, y no lo haría.

—Sé que no le gusta que haga preguntas al respecto porque no es algo en lo que deba entrometerme, pero...—detuvo sus palabras penetrando la mejilla y tirando del hilo hasta juntar la piel—, la Señorita me ha pedido ayuda para buscar a Cero Siete Negro.

Me tembló la comisura y Sarah giró su rostro mirándome una vez más con seriedad.

—Buscarlo a usted—marcó la última palabra —. No está buscando al Señorito Richard ni a nadie más, lo busca a usted.

Eso es lo que quiero que haga.

—No sé qué va a suceder cuando vuelvan todos los que hacen guardia en la planta eléctrica, pero, de algún modo me va a pedir que le señale quien es Cero Siete Negro y no sabría qué hacer cuando eso suceda.

—Su trabajo es hacerle compañía, no buscarme a mí— arrastré—. No le mencione del experimento, si ella pregunta, responda que no lo sabe o no lo ha visto.

—¿Y qué le va a decir cuando ella lo recuerde? — tomó las tijeras y cortó el hilo—. No espero que me responda es solo para que piense las cosas. No es que quiera que le diga todo, porque le aconsejé que ella sufrió un golpe y forzarla a recordar o estresarla retrasaría la oportunidad de hacerla recodar todo. No estaría mal que dijera quién es usted. Así no sentir que se le ha mentido.

Decirle quien era tampoco me sería conveniente. Conocía a la humana, haría sus preguntas y entre más respuestas tuviera, llegaría al punto de saber lo que hizo sin recordarlo. No me convenía ni con la radiografía que le hicieran cuando la llevaron al campamento militar—el lugar donde murió —, por ende, decirle quién era yo no sucedería al menos que empezará a recordarme.

Por ahora me limitaría a pensar en lo que ocurriría día a día, en tanto ella no recordara lo suficiente no habría problema con lo que planeaba. De ser así y empezará a recordarme cambiarían mis objetivos y entonces no me detendría.

—Olvide lo que dije— se arrepintió—. No voy a decir nada, mi orden es no hablar de quien es ese experimento y así lo he mantenido, señorito.

Se creía que no sabía sobre los errores que estuvo a punto de cometer en las conversaciones que mantuvo con Nastya desde que terminó su interrogatorio. Estuvo a punto de mencionar lo de las escleróticas y hablaba inconscientemente de mis feromonas. Pero no estaba del todo mal, hablarle de mi la mantendría curiosa y quizás el interés sería un modo de hacerla recordar sin forcejeos.

—Listo.

Tomó el vendaje despegando las horillas y cubrió las puntadas palpando mi mejilla.

—He terminado con usted— Se enderezó—, y déjeme decirle que su belleza sigue intacta.

Alcanzó de la charola un espejo redondeado que acomodó delante de mí rostro. La comisura se me arrugó al reparar en mi reflejo, las escleróticas blancas y las pupilas redondeadas, y con ese pedazo de tela en la mejilla aparentando que llevaba una herida, por poco podría decir que era completamente humano.

— Ve, sigue siendo guapo y temible— dijo, apartando el objeto para sostener la charola—. Como verá, no puede quitarse las puntadas ni la venda, para eso tiene que venir a mí.

Me dio indicaciones y me incorporé de la cama cuando se apartó, alzando el rostro ante las vibraciones volviendo en el bolsillo de mi uniforme.

Una curva se extendió en mis labios con el aumento de las mismas. Coloqué sensores que con el más débil movimiento se activaban en conjunto y aumentaba la vibración a medida que los mismos se multiplicaban, y por las vibraciones emitidas del móvil, varios de los sensores en la habitación estaban activos.

Mujer, ¿qué tanto estás haciendo en el cuarto?

Rodeé la camilla caminando en el corto pasillo a la salida de la enfermería, impaciente por averigua que tenía a la humana tan energética para provocar tantas vibraciones.

—¿Ni siquiera un gracias Sarah por cocerme el disfraz? —insinuó detrás.

—Para esto te pago.

— ¡Pero qué hombre más maluco y grosero!

Su queja acompañada de una risilla me apretó los labios y rodeé la manija quitando el seguro que ella colocó para que ningún humano entrara y me viera.

—Mañana cumple años la señorita, ¿no le va a regalar nada? — aventó la pregunta—. Le hace falta ropa interior, se le desapareció unas bragas. De casualidad, ¿sabe quién las tendría?

—¿Crees que lo sé? — Tiré de la manija, abriendo la puerta.

—No hay nadie más que tenga acceso a su habitación que usted y la señorita. A menos que un malandro pervertido entrara por el balcón, aunque siento que siempre si las perdió la señorita. De cualquier forma, ya no importa, la señorita necesita ropa interior, cómprele unas nuevas.

Con la curva retorciéndome los labios salí, cerrando la puerta sin mirarla. Estudié el pasillo, estaba desolado y el par de humanos que sentí en el recibidor ya no estaban, volvieron a sus habitaciones.

Mis pasos hicieron eco en el silencio y subí la escalera que se hallaba junto al cunero de neonatales. El estrecho pasillo del segundo piso se alzó frente a mí, extendiéndose cuando crucé la entrada. Las vibraciones acrecentado en el bolsillo y endureciendo la quijada ante mi impaciencia, revisé cada una de las puertas, las habitaciones no estaban siendo ocupadas por ningún soldado, todos hacían guardia obligatoria esta noche, también el militar quien en la noche anterior prestó atención a la escasa conversación que mantuve con Nastya cuando vino a mi puerta.

No pasaría por alto su presencia, aún más que lo sentí merodear en el pasillo después de que la humana volviera a su habitación. No percibí sus intenciones en ese momento y hasta entonces lo mantenía vigilado, prestando atención a cada uno de sus movimientos y a todo lo que decía. Con una sospecha más que desatara en mí, sería suficiente para encerrarlo y hacerlo hablar.

Dejé de revisar las puertas concentrándome el único soldado presente en el pasillo. El Teniente se hallaba firme al pie de la última habitación, con el arma enfundada en su cinturón y la mirada cabizbaja y contraída observando el suelo, pero perdido en los sonidos que se emitía al otro lado de la puerta que vigilaba y los cuales eran provocados por Nastya.

Una media sonrisa se estiró en sus labios y arqueé la ceja ante su negación de cabeza y la risa corta que soltó. Su interés por lo que la humana hacia era notoria, podía percibir en el puño de su mano que quería tocar la puerta y averiguarlo.

Pero habría algo que lo detendría, que pasaría sus intenciones y su curiosidad por ella, y esa sería mi presencia. El hueco de mis pasos aproximándose levantó su rostro y extendió las cejas moviendo el mentón en una clase de saludo.

—Veo que terminó el interrogatorio con el culpable, no duró mucho por lo visto— Me miró la mejilla—. También te arreglaron un poco la máscara, ¿te cocieron o solo solo te cubrieron?

—Fueron puntadas.

—Eres el primero de tu clase que las recibe—sostuvo —. ¿Qué se siente trabajar como soldado?, ¿es muy complicado?

—No es diferente a lo que hice en él subterráneo—respondí con severidad.

Los ruidos aumentaron y alzó la mano apuntando a la puerta a su espalda.

— ¿Escuchas? Aunque es obvio que sí — bufó—. Al parecer la niña la bonita está haciendo remodelación en tu cuarto.

Arqueé la ceja con su referencia a ella y la sonrisa de bobo que extendió, los ruidos lo divertían, pero a mí no.

—Hace una hora estaba tranquila, y se desató.

Detuve el paso junto a la puerta y sin desvanecer su sonrisa negó con la cabeza.

—Las mujeres nunca están conformes y acomodan y desacomoda hasta estarlo— soltó y no me interesaba saber—. No me sorprendería que un día de estos hallaras toda tu habitación con colores pastel.

—Tu guardia termina en cinco horas— informé y él asintió.

—Lewi me va a relevar y después volveré a tomar su lugar.

—Tomaré tu turno dentro de tres horas.

—Según sé tú trabajo es en las torres y en la muralla con la Coronel, ¿por qué hacer guardia en su habitación?

—Eso a ti no te incumbe— contesté tranquilo —. Abandona esta puerta cuando salga.

Se burló en una sonrisa que mostró sus dientes.

—Soy un Teniente y tu un simple soldadito, ¿se te olvida la pirámide de cargos? Porque puedo recordártelo con llamadas de atención —se señaló —. No puede hablarme así ni darme ordenes un soldado, por lo tanto, mi turno aquí se conserva.

Sonreí a medias y con irritación. Este humano estaba ignorando algo.

—Quizás no te lo hayan dicho, pero estoy a cargo de la humana, parte de mi trabajo es protegerla— recalqué con asperidad —. Tomas mi turno porque así lo decido y puedo retirarlo cuando lo quiera. No necesito un cargo mayor para ordenarte dejar mi trabajo cuando lo requiera porque tengo el acceso del Ministro.

Su mandíbula se apretó, la molestia le hizo detener una respiración y verlo tan callado me levanto el mentón.

—No era difícil que mencionaras lo del Ministro—apuntó rascándose la frente —. Sí, escuché algo de que ese era tu trabajo, en fin, ahora entiendo por qué estoy aquí. ¿Tomaras mi turno hoy o de ahora en adelante?

—Esta noche hasta que salga de la puerta—puntualicé dando la espalda.

—¿Por qué no tomarlo de ahora en más? — su voz se alzó—. Esta guardia se hará durante unos días, ¿acaso solo por hoy quieres cuidar su puerta?, o, ¿hay alguna intención oculta?

—Espera hasta que salga—sostuve sacando el par de tarjetas blancas. Utilicé una guardando la otra y abriendo la habitación de Ivanova.

El pasillo tintineo y se alumbró por la bombilla amarillenta en el techo con mi presencia, adentré y cerré la puerta, recorriendo el cuarto. La mujer aun no llegaba, su ausencia me daría tiempo para lo que planeaba hacer antes de tomar la guardia.

Acerqué el paso al balcón, apartando la cortina y extendiendo las ventanillas para que la brisa me recibiera. El exterior era diferente al subterráneo, conforme avanzaban los días entendía más de todo, pero los problemas no terminaban, iban en aumento, más con Nastya.

Recargué la espalda en el marco y pasando la mano por el cabello, envolviendo con la otra el aparato que desde minuto atrás no dejó en ningún momento de vibrar. Lo saqué del bolsillo desbloqueando la pantalla y entrando a la aplicación que me permitía acceder a las cámaras de su habitación.

Esto se había vuelto una costumbre desde que despertó, observarla a todas y cerciorarme de que estuviera bien, aunque prefería tenerla de frente y contra mi cuerpo sintiéndola estremecer. No había nada más interesante que tenerla piel a piel.

Cuatro imágenes se acomodaban a lo largo y ancho de la pantalla, agrandé una sola de ellas la cual me mostraba gran parte del cuarto aparte de la cima del balcón, la cómoda no estaba donde debía, pero los muebles reacomodados no eran lo que atraparon mi atención.

La humana vestida con una sudadera gastada que cubría la parte superior de sus muslos esbeltos y desnudos era la que más sobresalía en la cámara, arrastrando la base de la cama al costado del cuarto.

Aumenté el volumen del aparato, escuchando la madera blanca rechinar con el suelo y los quejidos de la mujer con cada empujón que hacía sobre el mueble. Sus mejillas sonrosadas y su cabello sostenido en apenas un moño con mechones largos que resbalaban a los costados de su pequeño y delgado rostro, llevaban tiempo empujando la cama sin poder cumplir con su objetivo.

Una mujer tan delgada como ella no podría contra una cama que pesaba un poco más. No me interesaba saber dónde quería acomodarla, no obstante, esta humana era tan intrigante que seguí observándola por minutos.

Siguió empujando hasta que el mueble del colchón se atascó en un bache en el suelo que la hizo tropezar contra el colchón.

¡Cama del demonio!

Su queja torció mis labios. Se incorporó con molestia, secándose el sudor de la frente con el dorso de su mano. Se remangó las mangas encima de los codos y palpando su vientre rodeó el respaldo inclinando la mitad de su cuerpo sobre el sostén de la cama. Estiró los brazos para empujar y la acción le levantó la prenda sobre sus muslos, revelando ese par de glúteos redondeado y rosados adornados por el delgado listón de las bragas negras.

La tensión llegó a mis músculos como una descarga de calor y crujieron mis dientes con la erección que se hizo notar saltando contra la cremallera.

—Maldita mujer—la voz se me engrosó entre dientes—. Me lo estás haciendo difícil.

Metí la mano dentro del siguientes bolsillos empuñando la delgada prenda interior que saqué y hundí contra mis fosas nasales. La respiré como una bestia hambrienta y sedienta, desencajando la mandíbula con los rastros de la miel de su sexo intactos. Inhalé una vez más, gruñido entre dientes de la rabia al no tenerla para mi.

No me llena, no se compara a oler su piel frágil y empapada.

Su existencia aun con la distancia, fue toda una maldita tentación para mi cuando estuve fuera de la base. Días con la acumulación de mis feromonas, sin poder disminuí el deseo de tenerla contra mi cuerpo y lo único que me calmaba apenas el apetito fue masturbarme hasta enrojecerme el falo y la palma de la mano.

Teniéndola ahora a mi alcance seduciéndome con esa ancha cadera y esas piernas esbeltas marcando sus curvas traseras, podía poseerla de todas las formas inimaginables sobre ese colchón, atar sus manos a los ganchos del respaldo, arrancarle las bragas, hundirme en la delicia de su coño y embestirla hasta retorcerla de placer. Sentir el morbo de nuestras pelvis haciendo ruido y mis pelotas estallando en su piel con cada acometida, grabarme sus gestos de placer y devorar cada uno de sus orgasmos en mi boca hasta hastiarme y que su interior estuviera lleno de mí y sus derrames se impregnarse en mí.

Su pérdida de memoria no me era un impedimento, su cuerpo me recordaba, mis feromonas surtían efecto en ella y empezaba a interesarse en quién era yo. Sería un error actuar en estos momentos después del ataque y con Ivanova deambulando y en alerta.

No obstante, si seguía en esta condición observándola desde la oscuridad y acumulando el deseo por ella, llegaría el momento en que nada me sería suficiente para satisfacerme y controlarme, mis impulsos estallarían echándome sobre ella como la bestia en la que me convertía su existencia. Estaría fallándola día y noche sin limitaciones hasta hacerla desfallecer.

No estaría nada mal. Con lo mucho que estuve conteniéndome, hacerla mía toda una noche entera y sobre esa cama no estaría nada mal.

Volví a inhalar sintiendo el falo expandirse y las venas remarcarse a lo largo de la palpitación imaginándome fallarle esos glúteos.

Me endurecí más embelesado en las curvas que agotaron mi pecho. Nastya movió sus piernas con el siguiente empujón que pegó el respaldo a la pared junto al armario y la delgada prenda se le perdió en la apertura entre sus glúteos. Se enderezó despegándose las bragas que me extendieron una ladina sonrisa.

Eres toda una maldita delicia, mujer.

Bajó la sudadera sobre sus muslos cubriéndome la tentación que no cedió en mi entrepierna, y se quitó la liga del moño dejando que todo su cabello callera sobre sus delgados hombros. La habilidad oscureció cuando apagó la luz e inhalé una vez más la prenda empuñada contemplándola trepar sobre la cama hasta cubrir su cuerpo con las sabanas y abrazar mi almohada.

—Riposa, muñeca—mascullé—. Attento alla bestia che ti inseguirà mentre dormi.

Iré a visitarla más tarde, tal como hice cada noche.

Guardé el móvil, desajustando la correa de armamento y bajando la pretina hasta tomar la endurecida piel de mi miembro quemándome el puño con su tamaño. Sentí el pulso a través de las venas marcadas a lo largo del falo y el calor intensificado en el glande al masajearme. Me masturbé sin calma, con el deseo desatado y la furia que me consumía al tener que satisfacerme por mí mismo y no con su cuerpo, no con ella, con su boca buscando la mía y nuestras pieles sudorosas haciendo fricción.

Cerré los parpado y degustando la miel de sus bragas, aumenté el desenfreno del movimiento brusco enrojeciéndome el tallo el cual endureció por la excitación. La imaginé desnuda sobre mí, moviendo sus caderas con lenta seducción como la primera vez que la tuve en el piso de incubación, sintiéndome salir y entrar en su estrecho coño y con sus pechos agitándome con cada acometida.

El placer era incomparable a esto, y el clímax no produjo gruñido en mí sintiéndome insatisfecho, airado ante el deseo que esa exótica humana me provocaba sin tocarme. Crujieron mis dientes y me derramé contra la palma de la mano que no dejó de frotarme con la misma fuerza y brutalidad, derramándome una y otra vez con la imagen de su sexo hundido en mi boca y mi lengua embistiendo su dulce y delicioso coño, extrayendo su deliciosa miel.

El morbo que me provocó el recuerdo de su cuerpo agitándose sobre el colchón, retorciéndose por las embestidas de mi lengua consumiendo su interior me hizo gruñir y volví a derramarme, masturbándome de nuevo, insatisfecho.

Estoy enfermo de ella y eso no me importa.

Ahogué un jadeó contra la prenda humedad con el recuerdo del sofá donde me aseguré que perdería la atracción por esa exquisita humana.

Tonto que fui, ahora mi atracción era tanta que no importa cuantas veces manché mis manos, no
me era suficiente para bajar la erección.

Aceleré la acción con la mandíbula desencaba, con ella desnuda en mis pensamientos, recostándose sobre la tela roja, abriendo sus esbeltas piernas e incitándome a comerla. Mi miembro estallando en su interior con cada acometida feroz, apretando y elevando sus caderas. Sus gemidos incontrolables escupiendo mi clasificación contra el manto térmico, su espalda arqueada ante la fuerza con la que la perdía en el éxtasis y finalmente, el orgasmo que me llenó el ego y me hizo adicto a ella, a su calor, a su existencia.

Extendí los parpados clavándome en la puerta del corto corredizo, atento al taconeo de la humana que salía del elevador. Detuve el movimiento empuñando la erección que no me abandonaba, dura y con el glande empapado de mi semen palpitando con deseo de escurrirme dentro de ella.

Dejé su recuerdo en el bolsillo y guardándome la erección que se remarcó bajo la pretina, me dirigí al baño limpiando los jugos en mis manos.

En segundos la puerta se abrió y el taconeo aumentó hasta detenerse en la cama, pero tal como pensé, se movió y su taconeo tomó una dirección al baño. La curva me tembló irritada, y apartándome los mechones que se pegaban en la frente me saqué la camiseta uniformada dejando el reflejo del torso tenso y sudoroso en el espejo.

La silueta de Ivanova se vislumbró detrás de mí, recargándose en el umbral y separando sus labios al recorrerme la espalda sin evitarlo.

—¿Vas a bañarte o...?— hizo una pausa mordiendo su labio—. O, ¿ya lo hiciste?

—Me ducharé, así que sal de aquí.

La asperidad de mi voz no detuvo la agitación tras su pecho y dio un paso adentrándose al baño.

—Antes de que lo hagas— Dio un paso más detrás de mí—. Encontramos la identidad del infiltrado, Mickey Volcov, un ex convicto y asesino. El ministro se encargara de buscar en las cámaras de la ciudad, podríamos obtener información de los últimos lugares o las últimas personas con las que estuvo antes de este hecho. Quizás nos de una pista del tercero, así que solo nos queda esperar hasta la convocatoria de mañana, que será en la zona A a las 11 am.

Tomé la correa y la saqué haciéndola temblar de nervios con el sonido de las armas cayendo al suelo.

—Vi las cámaras del interrogatorio, que no enviara a matarla a menos que recuerde, parece que el tercero espera que bajemos la guardia. Me pregunto que tanto sabrá ella, no nos esta sirviendo y aun así esta siendo un gran trabajo para nosotros.

Se acercó hasta acomodarse a mi lado con brazos cruzados y su rostro alzado a mi perfil.

—Solo esperemos que su amnesia no duré hasta la fecha limite. Sería una perdida de tiempo, pasaría de ser una testigo a convertirte en una culpable más. Lo que me preocupa es que ahora sabe que eres un experimento, ¿a ti no?

Torcí el rostro encontrándome con el azul de sus ojos perdiéndose en la tensión de mi boca y mandíbula. El efecto cada vez le afectaba más rápido, y tenerla cerca con la erección en la entrepierna, me empeoraría.

—¿Por qué lo haría?— pronuncié con asperidad y trago con complicación.

—Porque seguro querra saber más de ti— exhaló—. Te pusiste en evidencia. Querra indagar sobre ti, sobre quién eres y por qué un experimento la mantiene vigilada.

—Eso no es problema para mi — enfaticé y se perdió en la comisura que apreté.

—Pues debería serlo, que sepa que eres un experimento arruinará nuestros planes— detuvo su voz arrastrando aire —. Se supone que no le decimos que eres el que la sacó del sótano para saber si nos está mintiendo y para saber si recordó, pero se mantiene callada por miedo y no nos quiere decir nada. Además, vi como te miró en la torre, y en el interrogatorio cuando apareciste, no te quitaba la mirada de encima, creo que tus feromonas le están afectando también.

—Si no tienes información útil...—con la tensión endureciéndome los músculos, volteé apartándome apenas del lavabo y sombreando su existencia—, sal de aquí.

Su mirada cayó a mis pectorales y se lamió los labios, una acción que quedó a medias cuando miró a la entrepierna soltando entrecortadamente una exhalación que la estremeció.

—Largo —repetí la ordenó y por segunda vez estremeció—, ahora.

Cerró sus labios y asintió trabándose con la acción, hice un movimiento con el mentón que la apartó de mi saliendo del baño y cerrando la puerta detrás de ella. Sus pasos se dirigieron a la cama y apreté la porcelana del lavabo con deseo de romperlo y deshacerme de la tensión.

Nastya me tenía en una fase que empezaba hastiarme. Respiré con profundidad sintiendo como las costillas se expandían marchándose en mi torso y exhalé con fuerza mirándome el bulto en la entrepierna.

Si no me deshacía de esto pronto, terminaría perdiendo la cordura.

Desabotoné los pantalones, mi miembro saltó hinchado y endurecido, con la piel enrojecida y las venas palpitando. Me acerqué a la ancha columna de la ducha cuando despegué la venda de la mejilla, y tomé la llave que rechinó cuando apreté. El agua me cubrió la piel, recorriéndome cada rastro cuando me acomodé debajo del grifo esperando que la frescura apagara mi calor y relajara los músculos endurecidos, pero la erección que empuñé no disminuyó su tamaño.

Masajeé la dureza entre los dedos y con la misma brusquedad recargando el brazo en los azulejos y observando el enrojecimiento en la piel del falo extenderse por encima del glande. Volví a derramarme y seguí con el frote teniendo el mismo clímax insatisfactorio que me hizo golpear la pared cuarteando uno de los azulejos.

El olor a miel invadió mis fosas nasales sintiendo las costillas expandirse bajo la piel, empuñé el azulejo y desencajando la mandíbula con el crujir de los dientes torcí rostro encima mi hombro guiando por el aroma dulce de la mujer que interrumpía en el baño.

Respiré su excitación sintiendo la dilatación y la tensión en el cuello. Ivanova no llevaba puesto el uniforme, sus pies estaban desnudas y su cabello rizado caía a lo largo de su espalda. Una bata de tela delgada era lo único que la cubría, remarcando sus pezones endurecidos con su ansiosa respiración.

—Te ordené largarte— escupí entre dientes.

Sus carnosos labios se levantaron en una sonrisa sensual y segura que empuñó mi mano con más fuerza en el azulejo roto.

—Le dije que lo castigaría por alzarle la voz a su coronel, soldado— la ronquera en su voz me apretó los labios en una mueca—, y eso es lo que haré.

Arqueé una ceja cuando extendió una sonrisa en sus labios rosados y levantó sus brazos tomando los tirantes de la bata a la que deshizo el nudo y dejó caer a lo largo de su cuerpo hasta el suelo.

Tensioné la quijada con la desnudes de sus pechos rozados y erectos, y bajé por su cintura la cual trazaba una curva hasta sus anchas caderas donde el vientre plano y el monte estaban limpios de vellosidades.

Extendí una ladina burla, esta quiere que la folle. Aun si la miel que exhalaba su húmedo sexo tenía apenas parecido al aroma de Nastya como para satisfacerme, no me apetecía entrar en el coño de otra humana.

Cerré la llave rota hundiendo el cuarto en silencio.

—¿Verte desnuda es mi castigo? — arrastré sin disminuir la torcedura.

—No le doy este permiso a muchos, de hecho, a casi nadie — su seguridad remarcó mi torcedura—. Voltéate y mírame con más claridad.

Me aparté de la columna volteándome debajo del fregadero y alzando el rostro hasta sombrearme la mirada cuando la sentí estremeciendo al contemplar mi miembro el miembro cuyas venas seguían remarcadas a lo largo del falo.

—Vaya—jadeó, mordiendo su labio—, así que lo que dijo la testigo de los experimentos adultos era todo cierto.

Movió sus largas piernas en mi dirección y la lentitud del movimiento le marcó las caderas con una clase de sensualidad.
Su piel tenía muy pocas manchas y no había lunar que manchara su cintura, no había una cicatriz en su ingle, tampoco lunares que adornaran sus pechos y pezones, nada en ella llamaba mi atención.

—Les mide más de 21 centímetros—pronunció con pausa y entró a la ducha, el agua la cubrió entera, recorriendo su piel y acariciando cada zona de su cuerpo—. Pero creo que tú sobrepasas un poco más de los 23 centímetros, ¿por qué no lo averiguamos?

Ladeé el rostro cuando se detuvo delante de mí, alzando su rostro con seguridad y reparando en mis labios con el deseo que le dilato sus pupilas.

—¿Cómo se sentirá tenerlo dentro, soldado Keith?

Su pregunta ronroneada me extendió más la burla y verla alzar sus manos con la intención de tocarme los pectorales me levantó las mías. Atrapé sus muñecas apretándolas en mi puño con brusquedad y tiré de su cuerpo hasta estampar su espalda a la columna y acorralarla tensionándome la mandíbula con el roce de mi torso contra sus pezones suaves. Se agitó en un jadeo sonoro cuando miró los centímetros para que mi miembro rozara su vientre, y me tembló la curva en los labios con irritación ante el aroma de su sexo siendo respirado por mis pulmones.

Fácilmente podría hacerla mía, enterrarme en ella y derramarme en su interior para disminuir esta tensión, pero el deseo de intimar con Nastya era tanto que no me apetecía tocar otro cuerpo que no fuera el suyo, aun si utiliza a Ivanova sirviera para satisfacerme y no tener que lidiar con esta atracción dándome una erección cada que la escuchaba.

—¿Por qué no lo averiguas? — alargué inclinándome sobre su rostro, a pulgada de aje mi lóbulo rozara el suyo. Me tomé el segundo observando su mirada ansiosa y esperanzada en que eliminará la distancia entre nuestras bocas—. Pero con otro al que le mida lo mismo.

La asperidad la encogió y le arrebaté un quejido de sus labios cuando apreté sus muñecas en mi puño estirando más sus delgados brazos. Sus senos resaltaron con el agua rozándose con mis pectorales y cómo deseé que la sensación de su suavidad fuera como la de la humana.

— Demonios, ¿hablas en serio? — exhaló abrumada, mordiendo de nuevo el labio y clavándose en mí pese —. ¿No quieres esto, soldado?

Meneó sus caderas y levantó la pelvis, sentir sus pliegues húmedos rozarse en mi falo, dejando su excitación en mis venas me acrecentó el pecho.

—Te gusta—ronroneó.

La torcedura de ironía que me produjo la excitó aumentando su olor. Estallé la mano en su cadera presionándola a los azulejos, y enterrando los dedos en su piel la hizo hundir su entrecejo en un gesto de apenas dolor.

—Solo aumentas mi deseo por tener a otra de este mismo modo—pronuncié con el apretón de dientes.

—Tú sí que eres difícil de domar, soldado Keith.

Estiré aún más la comisura en una torcedura que contempló embobada. Difícil de domar. La única humana que lo hizo era la misma que deseaba domar también y de todas las formas que imaginé sobre esa cama.

—Acabo de desnudarme y ofrecerme como una puta prostituta y, ¿tu solo dices que pruebe con otro?

—Si no te gusta el consejo utiliza sus dedos.

Solté sus muñecas y enderezándome con severidad bajo el agua y esa mirada que me recorrió con lujuria, le di la espalda y salí de la ducha.

—No puedo creer que me dejes así — exclamó cerrando la llave—. ¿Te vas con la erección que te provoqué?

—Ahí es donde te equivocas, humana—Tomé los pantalones con los que me vestí guardando la polla erecta de la que me desharía más tarde y ajusté la correa del cinturón con las armas puestas y cargadas—, está erección no fue provocada por ti.

Su órgano cardíaco se contrajo y la escuché maldecir en un susurro.

—Sal de aquí — gruñó—. Esto es efecto de tus feromonas y no las quiero cerca, y como no duermes aquí, no te afectara en nada no tener dónde quedarte hoy, ¿cierto?

—No tengo problema con eso— arrastré con calma.

Tengo otra parte donde puedo quedarme. Esto solo era un motivo para alimentar el deseo que me corroía. Deslicé la camiseta negra por el torso a la vez que decidí abandonar el baño. La tela negra se moldeó a mis muslos mojados y la acomodé atravesando el resto de la habitación.

— ¡Mañana recibirás tu castigo por alzarme la voz delante de los otros! — exclamó—. ¡Y haz algo para que tus feromonas dejen de hacerme una zorra!

La curva volvió a mis labios cuando llegué al corredizo, el efecto de nuestras feromonas era incontrolables, ni aun nosotros podríamos elegir a quien afectar. De ser así desde cuando habría perdido la atracción por Nastya, pero no era así, ahora más que nunca la deseaba y no iba a detenerme con lo que haría.

Apreté la manija y tiré de ella para abrir la puerta recibiendo la mirada del soldado al otro lado del pasillo, el cual contrajo sus parpados al recorrer mi apariencia.

—¿Te bañaste? — inquirió hundiendo su entrecejo—. Porque existen las toallas para secarse. Estas todo mojado.

—Termino tu turno, déjame la guardia—aseveré cerrando la puerta.

Alzó sus cejas como si mis palabras le sorprendieron y sacó su móvil revisando la pantalla.

— Creí que dentro de dos horas más tomarías mi lugar— soltó e hice un movimiento con la quijada que lo hizo encogerse de hombros y apartándose de la puerta—. Esto me da tiempo para terminar unos asuntos pendientes.

Seguí sus pasos recorriendo el pasillo hasta el elevador, atendí cada uno de sus movimientos ocupando el interior hasta que las puertas metálicas cerraron. También presté atención a las vibraciones de la mujer que dejé en la ducha y la cual todavía me maldecía y al estar seguro de que nadie más vendría, desenfundé una de las tarjetas blancas en el bolsillo y quité el seguro de la puerta, entrando a mi habitación como la Bestia en busca de su Bella.

(...)

Hola hermosas.
Esperen un especial de este capítulo aquí mismo y muy pronto.

Espero que les haya gustado muchisimo.

Este capitulo está dedicado para: EaraneAlcarin8 y a su hermano Luis Hernández que en paz descanse. Bella te envio un enorme abrazo que sé que no ayudará en nada, pero aquí estoy deseándote fuerza a ti y a tu familia❤

Los amoooo❤

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top