Lo sé todo, Nastya
LO SÉ TODO, NASTYA
(Disfruten el drama)
Nastya.
Las aletas de su nariz se expandieron, la mirada endurecida y sus labios fruncido me amargaron con el sentimiento más irritante de todos, el cual me confirmaba que hasta ella sabía quién era él.
Siempre supo que era Siete. Me vieron toda la cara de tonta el día del interrogatorio y aún peor él, confié en él, le hice mis preguntas y poco le importó dejarme enredada en un cumulo de preguntas interminables.
—También recordé a la mujer de su misma área, a Jennifer y al bebé — añadí enseguida, y sin darle tiempo a decir algo seguí: —, y al hombre que llegó con ellas al área en la que nos resguardamos.
De Richard recordé muy poco. Aquella vez Siete me daba sexo oral en la ducha, hasta que los gritos de ellos entrando al área negra con una monstruosidad persiguiéndolos, nos detuvieron. Fue él quien me dio los condones, me aconsejó utilizarlos y me dijo que tuviera cuidado con Siete.
Era extraño que cuando lo vi, le tuviera miedo. Pero ahora que recordaba su rostro, sabía que lo había visto algunas veces en la base.
¿Por qué era él el único que no se acercaba a mí?
—¿Es el mismo Richard que mencionaron en el interrogatorio? —recordé que ella habló de un nombre similar, probablemente era él—, o, ¿no?
Contrajo su entrecejo y asintió como respuesta. Aunque era confuso que solo lo mencionaran a él y a Siete a excepción de Seis y la niña, esta última resultó alegrar muchos de mis días en el área negra, por lo tanto, era importante para mí y ni siquiera me preguntaron por ella.
—El mismo— aclaró, y el modo en que me analizaba era como si sospechara que le ocultaba algo—. Así que recordaste a Siete.
¿Eso es lo que más le interesa saber?
—No fue difícil hacerlo —sostuve como si no fuera gran cosa.
Eso la dejó confundida. No iba a mostrar mis sentimientos, no mostraría el interés que tuve por él. No la dejaría ver que lo sucedió en el pasillo llegó a lastimarme al punto que me carcomían los celos, pudriéndome los órganos.
—Entonces...—torció sus labios en una ladina sonrisa que no sabría describir si era de extrañeza o qué—, ¿sabes quién es él ahora mismo?, ¿puedes reconocerlo?
Fingí extender la parte derecha de mis labios en una sonrisa burlona.
—Unas lentillas y un nombre humano no podrían ocultarlo— respondí, pero lo cierto era que, aun cuando recordé esa escalofriante mirada, sus pobladas cejas, sus carnosos labios, el calor de su cuerpo, el toque de sus manos y su ancha espalda, me costó saber que eran la misma persona, hasta esta mañana cuando el velo fue arrancado de mis ojos.
—Tienes razón—Esta vez la torcedura se volvió maliciosa en tanto se llevaba la mano con la sortija a rozar su mentón. Me lo está encarando—. ¿Desde hace cuánto sabes quién?
—Desde esta mañana, pero, ¿eso importa? —pregunté en una exhalación corta—. Lo que no entiendo es el teatro que se armaron en el interrogatorio. Tú preguntándome por Siete como si fuera importante que lo recordara, y él actuando como si no fuera ese experimento, ¿con qué objetivo? ¿Por qué ocultármelo?
—Teníamos nuestras razones y todavía las tenemos— recalcó dejando en claro que no me explicaría sus motivos—. ¿Te molesta que te ocultáramos su identidad?
—Que no me ayudaran a recordar, eso es lo que me molesta—dije.
—No es nuestro trabajo brindarte esa ayuda, sino para mantener tu seguridad y estar al tanto de lo que recuerdes, ya que posiblemente lo que está en tu mense sea importante para lo que tratamos de solucionar—se acomodó un mechón detrás de su oreja.
—Imagino que tampoco es su trabajo decirme qué tratan de solucionar, ¿no?
—No— apretó los labios—. Así que dime, ¿qué más recordaste de Keith, o Siete? Da igual, es la misma persona así que respóndeme, ¿qué recordaste de él?
No me estaba dándome una sola respuesta, pero, ¿quería que yo respondiera las suyas?
—¿Es relevante? —quise saber y arqueó una ceja sin entenderme—, ¿hablar del experimento es relevante para lo que buscar saber de mí o no?
Mi pregunta logró borrarle la sonrisa de su rostro.
—Te lo pregunté porque tú lo nombraste.
—Y yo te lo estoy mencionando porque tú me preguntaste a quién más recordé— le encaré con tranquilidad—. Mencioné a varios, pero te empeñaste únicamente en preguntarme de él, así que tuve curiosidad, ¿qué tiene que ver Siete conmigo o con lo que tanto quieren que recuerde?
Sus parpados se entrecerrados y se apartó dándome la espalda para volver a la cama y sentarse.
—En realidad nada— esbozó alzando su mano y mirándose la sortija.
¿Qué tanto escandalo haría si le arrancara con todo y dedo?
— Keith no tiene que ver en nada contigo.
Una ráfaga gélida y pesada se apoderó de mi pecho cuando la acarició, se pavoneaba delante de mí como si tenerla fuera el mejor de sus premios. Esto lo hacía adrede y empezaba a dudar que el motivo por el que le ordenó al teniente que me trajera en vez de llevarme a una sala para el interrogatorio, era porque quería presumírmelo todo. Echármelo en cara, ¿sospechaba algo entre nosotros dos?
Fuera lo que fuera, no estaba soportándolo.
—Supongo que el interrogatorio terminó—lo di por sentado y retrocedí antes de verla negar.
—Supones mal porque todavía tengo preguntas que hacerte—torció su boca en una mueca y ladeó su rostro prestándome atención, no obstante, no bajó su mano reluciéndolo al aire—. ¿De Richard Mackenzy qué recordaste?
—Solo que llegó junto con Seis, la niña y el bebé— me costó hablar.
Asintió pausadamente.
—¿No has recordado nada más del desastre? — Finalmente la bajó recargándola sobre el edredón que revestía la cama—. ¿O antes del desastre? ¿Alguna conversación extraña de lo que se haría en el laboratorio con los experimentos? ¿algún rostro que no sean de los hombres de anoche ni de las personas con las que sobreviviste?
Que me hiciera estas preguntas solo me ponía más ansiosa, estuve enredada en algo que necesitaban saber, y seguramente para encontrar a más culpables. Por eso Siete ocultaba sus escleróticas, por eso se hacía pasar por uno de sus soldados.
—No—respondí, no podría ayudarles, no recordaba nada más que el sótano y el área negra, y apenas un poco de mi madre.
—Tres semanas— esfumó su queja negando con la cabeza—. Tres semanas y lo único que has recordado no puede ser solo esto.
—Lamento decepcionarte que mi recuperación este al paso de caracol—espeté alzando el rostro—, pero tú tampoco estas ayudando así que tu queja no tiene lugar.
—Si supieras cuál es tu posición en esta situación estarías rogando por recordar.
—Y si fuera importante para ti saber lo que vi o escuché, estarías haciendo lo posible por ayudarme a recuerda más —exclamé.
Una sonrisa se dibujó en sus labios y cruzó sus brazos contra su pecho, mirándome como si no supiera nada. Y eso era lo que más detestaba porque no sabía nada.
—Quizás no lo sea, no estamos seguros de qué es lo qué sabes o si posiblemente eso ya lo sabemos. Solo estamos seguros de que eres testigo de algo que tiene que ver con lo ocurrido— hizo saber, dejándome inquieta—. Ya tenemos suficiente evidente, así que, si no recuperas todos tus recuerdos, no tendremos ningún problema.
—O sea que, si recuerdo y decido no decirles nada, no habrá ningún problema, ¿no?
—Probablemente no—respondí con tranquilidad, arrugándome la mueca en los labios.
Enarqué una ceja, esto me demostraba que lo que yo sabía no era demasiado importante para ellos, después de todo. Pero, ¿realmente no lo era? Si no lo fuera, no me habrían intentado matar en la torre. Aunque, a decir verdad, desde entonces, no lo volvieron a intentar. Tal vez ya no ocupaban hacerme daño, o tal vez era porque me dieron toque de queda y aumentaron mi seguridad.
¿Siete tendría idea de qué era lo que yo sabía?
—Si dices que no es importante, ¿por qué trataron de matarme en la torre?
—Eres la única testigo del subterráneo, ¿por qué no lo intentarían? Aunque no eres la única a la que han intentado eliminar, la evidencia que tenemos también—enfatizó —. Y sea o no algo que ya recaudamos últimamente, o sea importante, aun así, seguirás estando bajo nuestra protección. Así que de ti depende si quieres callar o hablar una vez hallas recordado, podría servirte de algo darnos esa información antes de dos semanas.
—¿Antes de dos semanas? — Contraje la mirada —, ¿qué pasa si no recuerdo para esa fecha?
Su móvil vibró y lo tomó sin siquiera responderme. La vi mover el dedo sobre la pantalla antes de acercárselo como si leyera un mensaje. No pude creer mi obsesión por torturarme cuando volví a mirar su sortija.
—Esto te va a tranquilizar, ya están trasladando a los hombres a otra zona fuera de la base, así que no te los encontraras de ahora en más — espetó y echó una mirada a la puerta detrás de mí hombro —. Esto es todo, el interrogatorio terminó.
Mi cabeza se movió en negación.
—Antes quiero saber, ¿qué pasa si no recuerdo dentro de dos semanas?
Soltó una larga exhalación
—Es la fecha límite que tenemos para entregar la evidencia que hemos estado recaudando— respondió—, la fecha límite que tienes para darnos información.
Hice memoria de todo lo que hablaron en el primer interrogatorio, el ministro mencionó que estaban en busca de evidencia contra Anna Morozova y Esteban Coslov, ellos eran las personas que planearon lo del subterráneo.
—¿Lo que ya tienen es suficiente como para encerrar a los culpables?
Una inquietante sonrisa se planteó en sus labios y no entendí por qué lo hacía.
—Así es. Suficiente para encerrarlos a cadena perpetua.
Posiblemente lo que vi o escuché sobraba en su evidencia, aparentemente, y tal vez por esto era que no volvían a atacarme. Aun así, esperaba recordarlo todo también quería saber que tanto sabia sobre todo esto.
—Puedes retirarte, Nastya—Su espesa orden me amargó la boca—. Recuerda que tu toque de queda termina a las seis, si te veo fuera una vez más, no saldrás del edificio hasta nuevo aviso, ¿entendido?
Respiré hondo apretando la mandíbula, y di media vuelta y moví las piernas con intención de abandonar su cuarto, me acerqué a la puerta y tan solo lo hice, extendí el brazo sintiendo la textura helada del pomo bajo mis dedos...
—Ya que sabes quién es Keith, nos vamos a casar dentro de un par de meses.
Un pinchazo en el vientre hizo que todas las fuerzas abandonaran mi cuerpo. Algo helado y rotundamente pesado cayó desde mi pecho hasta la boca de mi estómago y abrí los labios arrastrando aire cuando sentí ahogarme con el grueso nudo en la garganta.
Apreté la mano en el pomo, ganas no me hacían falta tener para ignorarla, dejar todo y salir de una vez por todas. Pero eso dejaría en claro que me dolía.
—¿Eso que tiene que ver conmigo?
—Porque lo sé todo, Nastya. Lo sé todo.
—No te estoy entendiendo— dije tras voltearme, encontrándola todavía en la cama, con las piernas cruzadas y con una mueca en los labios.
—Ay, por favor. Seguramente no vas a saber. Sé que te acostaste con él en el área negra.
¿Cómo lo sabe? Apunto estuve extender los parpados, pero me obligué mantenerme con el mismo gesto, una sola reacción la harían saber que todo esto me afectaba y no tenía intenciones de que otra me pisoteara por tenerlo a él.
Tuve razón al pensar que quiso interrogarme aquí para encararme lo que tenía y hacia con Siete, lo que me dejaba en claro que me sentía un obstáculo para su relación. Se sentía en desventaja ya que sabía que lo tuve primero y lo disfruté de tantos modos que sería imposible olvidar. Fuera cual fuera su objetivo perdía tiempo porque no vería dolor en mi rostro ni menos saldría de mi boca que se lo quitaría, aunque en realidad, después de lo del pasillo, no hacía falta decir nada para tenerlo ya que él era el que me buscaba.
— Y ahora que lo recuerdas y sabes que nos comprometimos...
—Escucha Anya—la detuve, no iba a permitirle seguir con esto ni menos permitirme oír más de esta tontería, estaba hastiada y solo quería respirar—. No sé qué intentas hacer, pero no es asunto mío lo que hagan ustedes dos.
—¿Ah no? — inclinó su rostro sobre su hombro—. ¿No te molesta que Siete haya sentado cabeza? Sus feromonas te afectaron en el área negra y sé que ustedes tuvieron algo. No me gustaría que, ahora que lo recuerdas, llegues a malinterpretar las veces que te salvó creyendo que sigue interesado en ti. Su misión en la base no es solo proteger a su gente, también es mantenerte segura al igual que es trabajo del teniente y de Sarah.
¿Le pagan a Sarah para estar conmigo? Una vez me pregunté por qué siempre me hacia compañía, por qué era tan atenta e iba todas las mañanas a mi habitación, creía que era porque le agradaba, pero no pensé que hacer todo eso era su trabajo...
—No sé de dónde sacaste esa conclusión, pero no tuvimos nada más que una atracción sexual—sostuve, absteniéndome de dar más explicaciones, ignorando los bombardeos de la cruda realidad.
Él y yo no tuvimos nada en el área ni en el exterior. Lo único que teníamos era lo que crecía en mi vientre, y de esto... ni si quisiera él lo sabía.
—¿No significó nada para ti? —volvió a preguntarme—, ¿estás segura?
No, porque sí significó algo para mí, eso era lo que más me enfurecía. Respiré hondo tratando de llenar de oxígeno mis pulmones lista para responder, pero cada vez más sentía que estaba ahogándome.
— Lo que ocurrió en el subterráneo no tiene importancia— Me mordí la lengua con mi propia mentira—, y hasta donde sé no debería importarte, mucho menos deberías preocuparte que mi existencia sea un problema para que su relación avance.
—No creo que seas un problema para nuestra relación.
—Entonces deja de demostrar lo contrario.
Di la espalda dispuesta a marcharme y giré la perilla abriendo la puerta con necesidad de escapar. Tan solo la cerré, la máscara que forcé a construirme para ocultar mis sentimientos se me cayó, rompiéndome en cientos de fragmentos.
Comencé a temblar de impotencia, el ardor apoderándose de mis ojos me nubló el suelo y mis dientes crujieron de rabia y celos.
Como odio quererlo. Quise gritarlo, pero solo pude sellar los labios dejando que las palabras me consumieran y las lágrimas fluyeran empapándome el rostro.
El suelo se me movió con el primer paso que di y no pude controlar los vuelcos en el estómago y entré a mi habitación, azotando la puerta y corriendo hasta atravesar la habitación y adentrarme al baño.
Me dejé caer frente al inodoro, extendiendo la tapa y vomitando el almuerzo. Tosi y volví a regurgitar, tuve que sostenerme algunos mechones de cabello que escaparon de la coleta debido para que no se mancharan.
Los vuelcos apenas disminuyeron y solté una larga y entrecortada exhalación manteniéndome en la misma posición en tanto me limpiaba los labios con el dorso de la mano.
—Ni siquiera tu soportas tantas emociones —susurré recostando la mano sobre el vientre, acariciando ligeramente sobre la tela—. Siento que tengas que pasar por esto, mi pequeño estreñimiento.
¿Cómo lidiaría con el resto de mis días cargando una vida que nos ataría uno al otro?
Ahora estaba más segura de no quererle decir. No quería que, por causa de mi embarazo, dependiera de Siete si él estaría al lado de esa mujer haciéndole lo mismo que me hizo a mi. Y si poco le importó que estuviera buscándolo todo este tiempo, poco le importaría su heredero así que en esto estaba sola.
Me sentía absurda porque en algún punto llegué a creer que quizás su compromiso sería solo una mentira. Una farsa. Un engaño. Pero seguí siendo ilusa al guardar falsas esperanza después de sus mentiras. Incluso todo lo que llegó a decirme anoche, también lo fue. Todo lo que alguna vez salió de sus labios, lo era.
Me desinfló la opresión en el pecho a causa de la película que se reprodujo en mi cabeza. Esa que me llevó a los momentos por los que pasamos. En el sótano cuando me sacó del agua, cuando volvió por mí al túnel, cuando en vez de dejarme morir hizo lo posible por llevarme a la zona verde, cuando en vez de abandonarme, ignoró su única oportunidad de salir del laboratorio antes que se activarán las bombas de gas venenoso y me llevó al área negra. Me cuidó, estuvo al tanto de mi recuperación, me dio sus comidas, se desveló manteniendo la seguridad del lugar, se abstuvo de ponerme en riesgo con el gas venenoso y me inyectó sangre del bebé con tal de curarme de una vez por todas. Con todo eso y más, dejé que mis ilusiones siguieran a flote, y creí que, si su atracción no terminaba y él se oponía a ponerle un final, era porque sentía algo por mí.
Creí que por ser un experimento del área más peligrosa, no sabría lo que se sentiría ser querido y mucho menos que era querer a alguien ni cómo expresarlos, por eso intenté tener algo con él el subterráneo. Y me rechazó, lo dejó en claro sobre esa cama cuando respondió mis preguntas forzadamente y lo dejó claro cuando Anya abrió esa puerta.
Tantas veces perdí mi dignidad por causa de sus feromonas y tantas veces seguí entregándome a él pese a eso, y aun con la pérdida de memoria volví a caer en sus garras. Seguí dándole lo único que le gustaba de mí.
El picor se apoderó de mi garganta y la aclaré antes de bajar la tapa y comenzar a incorporarme. Me acerqué al espejo, limpiándome las lágrimas que se me escaparon en su momento, y después, lavándose los dientes.
La pesada opresión siguió en mi pecho y el ardor no abandonaba mis ojos. Salí del baño clavando la mirada en la cama matrimonial. Mis piernas quisieron moverse y llevarme hasta ella. Quería ocultarme bajo las sábanas y desahogarme contra la almohada, pero tampoco quería hacer eso. No quería llorar ni mucho menos darle importancia a todos esos momentos en el subterráneo cuando a él nunca le interesó.
Ya no quería ser la misma chica que en el área negra, esa ilusa e ingenua mujer que creyó que sus actos contradictorios significaban algo, que creyó que podía calentar su frio corazón y que podía hacerlo sentir. Tenía que hallar la manera de terminar con el efecto de sus feromonas, más ahora que no estaría en la base para tentarme y hacerme caer.
Llevé la mano a mi mejilla dejando que mis nudillos acariciaran la humedecida piel, recogiendo las lágrimas y moví las piernas dirigiéndome a la cama, inclinando parte de mi cuerpo para sacar debajo de la cama su camiseta negra, esa que usé el día del interrogatorio, la misma que usé para masturbarme anoche antes de que me dijera que no me hacía falta esto cuando lo tenía todo para mí. Repasé la textura suave entre mis dedos recordando el primer momento en que él atravesó esa puerta cuando la dichosa coronel lo presentó como suyo.
En cuanto vi a ese hombre, supe que había algo en él que no era normal, una fuerza inquietante me atraía a él y no podía quitarle la mirada de encima ni mucho menos dejar de comérmelo, recorriendo una y otra vez su ancho y musculoso cuerpo. Me enfurecia que, desde ese instante Siete seguramente supo que sus efectos seguían sobre mi. Que sus feromonas me afectaban tanto como lo hicieron en el área negra.
No podía entender por qué razón jugó así conmigo, no tenía sentido que actuara como un hombre frívolo preguntándome por él mismo, incluso nombró todos los insultos que le dije, ¿con qué objetivo? ¿Qué tenía que ver eso con el motivo del interrogatorio sino iba a decirme que era él?
¿Acaso si quería que lo recordara por eso me preguntó tanto sobre él? Una mecha cálida trató de encenderse en mi pecho y apreté aún más su playera acercándola a mi pecho, ¿acaso le impedían decirme quién era en realidad?, ¿con qué objetivo? Pero si realmente le importaba no estaría con ella, no estaría en su habitación, y también hubiera intentado ayudarme a recordarlo...
No supe por cuanto tiempo quedé debatiendo en mis pensamientos y tratarlo de hallarle sentido a todo, pero me aparté de la cama acercándome a la cómoda, junto a ella se hallaba acomodado el cesto de basura cuya tapa abrí para tirar su prenda de ropa.
Qué sencillo sería deshacerme de todos y cada uno de los momentos que pasamos en el subterráneo si los tirara a la basura, pero nada en esta vida era fácil. Todo tenia un costo y yo buscaría ese costo para olvidarlo.
Los golpes en la puerta me hicieron respingar. Levanté de golpe el rostro mirando al umbral del corto pasillo cuando la voz de Sarah apenas se escuchó.
Rodeé la cómoda y recorrí el resto de la habitación. Abrí la puerta y no esperé ver a Sarah cargando una enorme caja de cartón entre sus manos.
—Al fin la encuentro, la señorita Pym y yo creímos que seguiría en el comedor y como tampoco estaba en el jardín pensé que estaría aquí. No me equivoqué. Miré nada más lo que traigo —alzó frente a mí la caja sacudiéndola como pudo—. Los de paquetería acaban de darme esta caja que llegó para usted.
Canturreó emocionada y se adentró al cuarto cruzando el corto a la habitación. Cerré la puerta antes de seguirla por detrás.
—¿Es para mí?
—Sí, ¿no es eso fantástico? — alargó dejando la caja encima de la cómoda y sacando un bolígrafo del bolsillo para comenzar a romper la excesiva cinta adhesiva.
—P-pero, ¿qué es? —tuve curiosidad—, y, ¿de quién?
Me acerqué más observando como extendía los pliegues de cartón dejando a la vista los muchos paquetes de prendas.
—Es su nueva ropa—dijo, sacó un abrigo y un par de prendas interiores embolsadas—. El señorito la ordenó para usted.
El aliento se me escapó con la sensación invadiendo el pecho y agitándome el corazón, ¿por qué hace este tipo de cosas? Solo me confunde más.
—¿No es él muy bueno con usted? —Me dedicó una sonrisa que no supe responder.
La sensación helada volvió a la boca de mi estómago al recordarla a ella saliendo en un camisón, sin sujetador y con los labios enrojecidos. Extendí una mueca no entendiendo de qué trataba esto y solo recordar también la noche en la que me escondí debajo de su cama, cuando ella se acercó a él mencionando la ropa de rebajas que compró para mí con sus bonos, solo me daba un sabor agridulce en la punta de mi lengua.
Me compra ropa, me mima, pero me mientes y se compromete con ella.
—Esta vez es ropa de buena calidad— abrió una de las bolsas y sacó un par de camisones gruesos, sacó también una bufanda blanca la cual acomodó alrededor de mi cuello —. Es bellísima, ¿apoco no?
—No.
Mis palabras la hicieron mirarme en un gesto de sorpresa y confusión.
—No necesito que él me compre ropa— me arranqué la bufanda.
—Pero, ¿de qué habla? —pareció confundida y siguió sacando, esta vez mostrándome un par de pantalones de mi talla—. No tiene casi nada de ropa y el frío irá en aumento, se acercan las fuertes nevadas, puede pescar un resfriado en su condi...
—No la quiero, Sarah—aclaré tratando de no lucir molesta, pero fue imposible. Mi dignidad herida y la ira me carcomieron cada neurona, nublándome con el impulso que me hizo meter los paquetes de ropa a la caja—. No quiero nada de él.
—¿Qué es lo que va a hacer?
—Lo voy a devolver, Sarah.
Quedó desconcertada cuando tomé la caja de la cómoda y le di la espalda devolviéndome al corto pasillo que no tardé en recorrer hasta llegar a la puerta.
—Pero son abrigos calientitos, gorros, pantuflas peludas, botas, pantalones, vestidos largos, playeras, ropa interior, accesorios de cabello, cepillo y más de lo que necesita.
Me siguió por detrás y trató de hacerme cambiar de parecer con que me quedara con algunas prendas, pero mi decisión era clara. No quería nada que viniera de Siete. Abrí la puerta y salí al extenso pasillo dando saneadas hasta la puerta frente a mí.
Alcé el puño y no tuve cuidado con la fuerza con la que estrellé los nudillos.
—Señorita, piénselo bien, la ropa es para su bien— Se acomodó suplicando con la mirada —, sabe que la necesita y la necesitara.
Apreté los labios y volví a tocar. Prefería utilizar la ropa en oferta y hasta un edredón durante el invierno a recibir las sobras de un hombre que solo me trataba como segunda opción. Demasiado me dejé humillar, no dejaría que pasara otra vez. Que ella me tuviera lastima por la escasa ropa que me consiguió, y que él me hiciera sentir como la amante.
Por tercera vez toqué con más fuerza e irritación. Si no abría, era capaz de dejar la caja en el suelo y estuve por hacerlo, hasta que la puerta fue abierta. Anya se asomó bajo el umbral. Llevaba labial rojizo, unos jeans y botines, y un largo abrigo rojo que intensificaba el tono de su piel.
—¿Qué se te ofrece? — soltó al instante.
—Su única misión es mantener mi seguridad, ¿no es eso lo que dejaste en claro? — le recordé dándole enseguida la caja de ropa que recibió cuando la misma golpeó su pecho—. No necesito que me mantengan.
No esperé a que dijera nada y di la espalda sin devolverme a mi habitación, me aproximé al elevador con Sarah persiguiéndome detrás. Presioné el botón varias veces y en cuanto las puertas metálicas se abrieron, me adentré sosteniéndome de la baranda en la pared y apretando los puños.
Hice bien. Me repetí, ella no tardó en acomodarse a mi lado, inclinando su rostro para repararme con preocupación.
—¿Está bien? —tocó mi brazo, analizándome con el mismo gesto—. ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Como va a pasar las nevadas usando sudaderas?
No negaré que tenía razón, que la necesitaba, que el frío cada vez era más y no lo soportaría nada más con un par de playeras manga larga y dos bragas —debido a que la tercera desapareció. Pero tampoco cometí el error de regresarle la ropa, él no era nadie para mantener mis necesidades más que asegurarse de que estuviera a salvo.
—¿Por qué la devolvió? —siguió preguntándome—, ¿pasó algo?
—¿Y usted por qué me mintió? —casi lo exclamé, pero traté de controlarme con ella, sin embargo, no pude con tantos sentimientos y tantas emociones que hice erupción —. Me dijo que Siete estaba en el campamento, dijo que no sabía cuándo volvería a la base. Todo este tiempo supo que estaba aquí y quién era.
Mis labios temblaron con ganas de seguir escupiendo mis emociones, tuve que morderme el inferior, ni siquiera sabía si decirle aquello era lo correcto después de saber que se le pagaba por hacerme compañía.
—¿Lo...? — cortó sus palabras, estaba en shock—, ¿lo recordó?
—Sí—no titubeé y ella pareció asombrada—. Todo este tiempo creí en lo que me dijo, creí en todas sus historias, pero al igual que ellos me vio como a una tonta la cual podría tragarse cualquier cosa que se le contara.
La voz me tembló y ella extendió aún más sus parpados, pude notar como palidecía su rostro, nunca pensó que llegaría a recordar, que llegaría a darme cuenta de que me mintieron.
—No piense así, por favor—pidió y su voz tembló—, no lo vea de ese modo.
—¿Cómo debo verlo? ¿Qué me mintieron por una buena causa? —quise que me diera una explicación—. ¿Qué ganaban con ocultármelo? ¿tan fácil le fue inventarme esa historia y no decirme quién era? Habló de él como si fuera dos personas completamente distintas y me lo creí.
Negó y separó sus labios trabándose al querer darme una respuesta.
—Siempre ha estado conmigo, Sarah—seguí, un nudo se atascó en mi garganta recordar lo que Anya dijo—. Desde el día que desperté estuvo a mi lado, se preocupó por mí, me trató muy bien, pero quiero saber, ¿fue por qué ellos se lo ordenarán siempre? Le pagaban por estar conmigo, tratarme bien y preocuparse por mí, ¿no es así?
—Señorita...
— ¿Acaso su amabilidad también es una mentira?
Frunció sus cejas, la tristeza resaltó de su rostro y el elevador se detuvo abriéndonos la puerta al primer piso brindándole a dos trabajadores. Me di cuenta de que le estaba dando mucha importancia y aún más, de que le demostré algo que no debía.
—No tiene que responderme, Sarah—bajé el tono de mi voz—. Tampoco tiene por qué estar conmigo hoy si no quiere.
Sali al recibidor. Frente a la guardería estaban dos mujeres del área roja cargando al par de bebés de su misma área, me dije que podría ir por Tayler en un momento más ya que todavía no pasaba el tiempo que Molly pidió y seguí caminando. Miré a los ventanales al otro lado del recibidor, apenas se veía el jardín y las puertas de la muralla completamente cerradas, seguro ya se fue de la base. Era irónico que ahora sí estaría en el campamento, tal como me mintió.
Era mejor tenerlo lejos de mí. De otro modo seguiría afectándome y me sentiría con estas ganas de abofetearlo hasta romperme la mano, al final nunca fuimos nada, así que exigirle una respuesta era más que absurdo.
No detuve mi paso con dirección al comedor, más que buscar con qué despejarme, haría todo lo contrario. Buscaría algunas repuestas con la única persona que me quedaba, Richard. Después de él no había nadie más y nadie más quería ayudarme a recordar. Ya no toleraba sentirme tan confundida, no me gustaba este vacío. No me gustaba la amargura que últimamente era lo que más saboreaba con verdades a medias y cientos de preguntas. Necesitaba respuesta, necesitaba saber quién era, qué hice, que sabía y qué vi.
Con la ansiedad amenazado con descomponer mi respiración, me acomodé debajo del enorme umbral, revisé a las personas que ocupaban cada una de las mesas, Rouss seguía en otra mesa conversando con un par de mujeres que no reconocí. No me detuve y seguí buscando a Richard entre todos ellos, él y la pequeña eran mis únicas opciones para al menos saber lo que vivimos en el área y por qué, de todos fue el único que no se acercó a mí, y ahora que recordar su rostro no sería difícil encontrarlo.
Pero no precia estar en el comedor, de hecho, días después de que desperté recordaba haberlo visto, pero desde entonces no lo vi a mirar, y no hacerlo todavía más me confundida. ¿A dónde se fue?, ¿o estaría en el jardín?
El tibio contacto de esa mano deslizándose sobre la mía— la cual se aferró aún más al marco de la entrada—, me hizo pestañear.
—Mi señorita...
La voz temblorosa de Sarah me apartó la mirada de las mesas solo para encontrármela acomodándose delante de mí, mirándome con la misma tristeza que en el elevador.
—Mi amabilidad nunca fue falsa— la escuché decir, el calor de su mano pasó sobre mi mejilla en una caricia suave—. Me pagan para acompañarla y tenerla segura la mayor parte del día hasta que llegue mi turno en la enfermería. De hecho, me pagan muy bien y no me quejo. Pero por favor no piense que por recibir dinero la trato bien.
Me tomó de la mano cubriéndola con las suyas.
—Es verdad que me preocupo por usted, le tomé cariño. Me gusta acompañarla— expresó con lentitud —. En tan poco tiempo la he apreciado mucho, no dude de mi cariño, por favor.
El corazón se me ablandó y me sentí tan sentible con su sinceridad que extendí los labios en una sonrisa. Me tranquilizaba que Sarah no fuera una mentira, para mi ella era lo más cercano a una amiga.
—Respecto a lo que dijo, no podía decirle nada— negó sin cortar con mi mirada —. Fue una orden estricta del señorito Alekseev no decirle quién era.
Algo se encendió dentro de mí y apreté la mandíbula tratando de contenerme. Así que fue él quien se lo ordenó, ¿también a la niña y a Seis?
—¿Por qué?
¿Acaso no quería que lo recordara? O, ¿qué? Sarah apretó aún más sus labios formando una línea recta en tanto me miraba como si buscara una respuesta para su propia pregunta.
—No lo sé— dijo en una exhalación—, hay tantas cosas que no entiendo también. Solo sé que mi trabajo es estar con usted y no decirle quién es el señorito Alekseev al menos que usted misma lo recuerde.
No podía entender por qué él le impidiera decirme su identidad. O, ¿tuve razón en pensar que alguien más se lo impidió a él?
—¿Anya es la que le paga? —inquirí con lentitud.
—El señorito es el que lo hace—palmeó mi mano—. Me puso a cargo de usted para comunicarle qué era lo que necesitaba.
Más confundida no pude quedar, me dio su habitación para mantenerme segura, y le pagaba a Sarah para que también me cuidara, en parte sabía por qué lo hacía, pero, ¿por qué tenía que ser él?, ¿por qué era solo él el que me diera su cuarto y usara sus bonos?, ¿por qué no otra persona la que pagara por mis necesidades? El ministro o la coronel, o alguien más que le diera sentido a todo esto, pero ¿por qué Siete? ¿Por qué el hombre con el que estuve sobreviviendo?
Gae me dijo que estaba a cargo de mí, ¿cómo llegó él a tener ese puesto? Tantas malditas preguntas...
—Fui yo la que le dijo al señorito que le hacía falta ropa de invierno—reveló me sacó de mis pensamientos —. Estaba preocupada de que pasara frio. Perdón que la haya hecho sentir mal por mi entrometimiento, debí preguntarle antes a usted.
Negué enseguida, ya no tenía importancia y tampoco la culpa, solo se preocupó por mí.
¿Sarah sabría cómo fue que Siete llegó a estar a cargo de mi seguridad?, ¿acaso por qué sobrevivió conmigo en el área?
—¿Puedo preguntarle algo respecto a él? —mordí mi labio temiendo que estuviera haciendo una pregunta equivocada donde quizá ella tampoco sabía la respuesta.
—¿Qué quiere saber?
Miré una vez más el comedor, quizás el teniente era el que tenía estas respuestas.
—¿Qué es lo que quiere saber del señorito? —me pidió continuar, la curiosidad resaltó en su mirada y estuve a punto de abrir los labios para hacer la pregunta cuando...
—Sarah.
La voz de Anya me cerró de golpe la boca. La nombrada levantó al instante la mirada sobre mi hombro de pronto preocupada. El taconeo aumentó a mi costado y se detuvo en tan solo un segundo. El aroma a cítricos inundó mis fosas nasales y apreté los labios cuando Anya me evaluó con seriedad antes de volver sobre Sarah.
No tenía la caja en sus manos.
—Su compañera de enfermería será removida dentro de dos días, estará en el campamento.
—¿Sola al campamento atendiendo a todos esos hombres? Pero si es solo una jovencita, me la van a intimidar.
—Que aprenda del trabajo duro, para eso quiso trabajar aquí como enfermera. Mientras tanto, usted estará a cargo de ahora en más. Pero debido a que la enfermería aquí no se necesita, abrirá solo cuando se le pida—le informó con seriedad—, y otra cosa. Vaya a la sala 2, necesito hablar con usted sobre unos asuntos pendientes en privado.
Me pregunté de qué asuntos hablarían. Sarah asintió dándome una sonrisa que no esperé.
—Debería ir con la señorita Pym— me dijo y miró hacia el jardín —, está en el jardín.
Se marchó luego de eso, recorriendo el largo pasillo al otro lado de recepción. No obstante, Anya en vez de seguirla, se volteó frente a mí, encarándome con una evidente molestia.
—Dejé la caja de ropa frente a tu puerta—arrojó dándome de inmediato la espalda —. Recógela cuando vuelvas.
—Si te la devolví es porque no la quiero—la detuve con severidad.
Ella volvió a mirarme con el entrecejo endurecido.
—Regálala o tírala a la basura— su voz se escuchó irritada —, haz lo que quieras con la ropa, pero a mí no me la des. Mejor devuélvesela a él cuando regrese.
—Eso haré, gracias por el consejo.
Mi sarcasmo le torció la boca.
—Pero qué inmadura eres, ahora entiendo por qué tanto comportamiento aniñado— escupió y arqueé una ceja—. Deberías estar agradecida de que al menos se te brinde esta ayuda, Keith no compra la ropa porque quiera, así como está a cargo de tu seguridad, también lo está de tus necesidades, es una orden del ministro que él te preste sus servicios.
Y vaya servicios que me ha prestado.
—Así que...—hizo una pausa recorriéndome el rostro como si quisiera hallar la más mínima reacción en mi—. De ti depende si vas a desperdiciar la ayuda que se te da o la tomaras en cuenta.
—Eres tú la que esta malinterpretado las cosas por aquí— sostuve antes de respirar hondo y exhalar—. Devolví la ropa porque puedo mantenerme por mí misma.
Una burlona sonrisa se asomó en sus labios.
—Qué inocente, y, ¿cómo piensas mantenerte? —bufó—, ¿con ayuda de qué o quién?
De repente pestañeé, esa era la cuestión, ¿de quién más obtendría ayuda? No quería pedírselo a nadie más que nada tuviera que ver conmigo.
Di una mirada de soslayo a los trabajadores que ocupaban el comedor, ¿de dónde conseguían ellos su ropa? Con el paso de los días veía a Rouss y a Pym utilizar vestimentas distintas y hasta donde sabía el gobierno solo sustentaba las necesidades de los experimentos.
—¿Cómo es que los trabajadores consiguen su ropa?
—Obtienen la ayuda de su familia—respondió de golpe y mi entrecejo tembló.
No esperé es respuesta ¿los dejaban ver a sus familias? Si había una razón por la que nunca hable de este tema en el interrogatorio de su habitación fue porque Siete me dijo que a ningún trabajador se le permitía ver a su familia y no era parte de su trabajo investigarlos, ¿acaso me mintió?
—¿Dejan que los visiten? —mi voz tembló de lo ansiosa que empecé a sentirme solo recordar a mi madre.
—Claro que no—recalcó con severidad—. Los dejamos que contactaran a su familia el día después de que salieron del laboratorio, un permiso que por el momento tú no tienes.
—¿Por qué yo no? —aventé enseguida—. ¿Es porque no los he recordado? Y, ¿Si los recuerdo, podré contactarlos?
—Si fueras una simple trabajadora podrías hacerlo—tensionó el movimiento de su quijada —, pero eres una testigo que está bajo nuestra protección.
—O sea que ellos pueden avisarle a su familia que están bien y que están a salvo— señalé a los del comedor antes de hacerlo conmigo—, pero yo no puedo decirles lo mismo a los míos solo porque soy una testigo.
—Eso es lo que dije.
— Ya no es por la ropa, quiero que sepan que estoy viva— protesté—. Seguramente piensan que estoy perdida, o muerta. Quiero llamarlos, si no me das tú ese permiso, quiero hablar con el ministro que estuvo en el interrogatorio.
Una media mueca se apretó en sus labios y negó.
—Puedo consultarlo con él, pero mientras no recuerdes nada de ellos, ¿cómo vamos a poder contactarlos? —espetó.
—¿No pueden buscarlos? — casi lo susurré y antes de dijera la respuesta que ya sabía, agregué —. Sé que no es parte de su trabajo, pero saben mi apellido, pídeselo al ministro que lo haga, no creo que sea difícil encontrarlo.
—El ministro ya tiene trabajo suficiente con qué lidiar para pedirle buscar a tú familia—informó.
—¿No pueden pedírselo a alguien más? — el desesperó se notó en mi voz.
—No es nuestro trabajo— aclaró con medias sonrisa—. ¿Ahora entiendes por qué te estamos dando esa ayuda?
La decepción me soltó el aliento y el enojo brotó apretándome los puños, más confirmado no podía estar, a ella y a todos los suyos no les importaba nada de cómo me sintiera dejándome con la memoria llenando huecos, sola y confundida respecto a lo que ocurría. Esto estaba rompiéndome más, ¿por qué no querían ayudarme tan solo una vez con algo tan importante como buscar a mis padres?
—Y aun así no la quiero—me mantuve firme—. No quiero nada que venga de gente que me haga sentir inferior a ellos.
La pasé de largo, atravesado el umbral de la cafetería con un nudo caliente en el estómago, estaba furiosa con ella, con él, con todos, conmigo más que nadie porque era tan difícil poder recordarlo todo y sentía que nada me estaba ayudando y nada ni nadie me ayudaría.
Siete no lo hizo cuando pudo hacerlo y llenarme de tranquilidad, y eso era lo que más me ardía. Quería gritar, quería desahogarme con algo, pero solo me desquité tomando una charola del bufete y cuatro rebanadas de pan con mermelada. Di el primer mordiste y busqué cualquier cosa que tuviera chocolate, pero las fresas con chocolate y los dónuts ya se habían terminado y eso me enfureció más.
Me volteé devorándome la primera rebanada, Anya ya no estaba frente al comedor y cientos de preguntas pronto comenzaron a oscurecerme dejándome afligida. ¿Así es como estaría siempre?, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuanto iba a recordar? No les importaba, y si le importara a él se preocuparía por calmar un poco lo que me provocaba tanta ansiedad, pero solo hizo el huracán más grande.
Di otro mordisco y arranqué un ramo de uvas metiéndomelas a la boca antes de tomar los arándanos y mirar de nuevo las mesas. Volví a reparar en cada trabajador en el comedor, buscando a Richard. Pero ver como convivían todos y como algunos se levantaban de su mesa para sentarse a la mesa del otro, me dejó un poco inquieta.
Hasta ahora nunca me pregunté por qué muchos parecían conocerse menos conocerme a mí. Sabía que el laboratorio tuvo un gran número de trabajadores y debido a esto y a lo grande que fue el subterráneo, no todos llegaron a conocerse, pero, aun así, debía haber alguien de ellos que me conociera. Alguno tuvo que mirarme alguna vez en el laboratorio, al menor con uno debí hablar antes del incidente. Sin embargo, hasta este día nadie se aproximó diciendo conocerme.
—Ay Dios, creo que tenemos a una glotona por aquí...
Casi respingué con la inesperada aparición de Rouss acercándose a mí costado, llevaba una sonrisa de oreja a oreja observando los arándanos y los trozos de mango que había acomodado sobre el pan tostado y no pude evitar sonreír avergonzada.
—¿Es que no te llenaste con toda la comida que Sarah te sirvió?
Es porque lo vomité todo.
—Solo es un poco de antojo.
No dijo nada y me pasó por un lado dejando su tazón vacío junto al resto de charolas sucias y se entornó a mí, volviendo a mirarme en tanto se acercaba con un atisbo de interés.
— Te vi con la coronel Iguanova, ¿qué pasó? — entrecerró sus parpados.
Vio mi expresión confusa y soltó una carcajada.
—Es un sobrenombre que las chicas con las que estuve le pusieron, dicen que tiene una lengua un poco odiosa y presumida—aclaró—. La verdad no lo sé, no he hablado mucho con ella, pero por lo que vi paceré que también piensas lo mismo, ¿te molestó con algo? ¿Tiene que ver con el soldadito que según es su disque prometido? ¿Ese mismo que te tocó la espalda y puso en su lugar a la niñera Molly?
Más que sentirme incomoda, el corazón se me contrajo solo recordar su inesperada aparición y el modo en que mi cuerpo actuó cuando su grave y ronca voz se levantó detrás de mí, ordenando a la chica que me dejara tener a Tayler. Y todavía cumplió más de lo que pedí anoche, permitiéndome no solo verlo sino cargarlo y sacarlo al jardín. Aun pese a mi irresponsabilidad, me dio otra oportunidad para cuidar del bebé.
Él sabía desde el subterráneo cuanto cariño le tomé a Jenny y al bebé, ahora era tutor de él y todavía me permitía visitarlo sin ninguna restricción. Para rematar, cumplió lo de encerrarlos a ellos para mantenerme a salvo...
Dios. Ese hombre era un martirio. Y lo peor era que yo misma me torturaba también, y es que todo aquí me hablaba de él. Rouss era un claro ejemplo, así como Sarah, Jenny, Seis, Anya y la habitación en la que me hospedaba.
Olvidarlo y superarlo, sería difícil estando aquí y sabiendo que regresaría.
—No—respondí enseguida —. Era otra cosa que no tiene importancia.
— La verdad no me creo lo de su compromiso, ni siquiera se nota que a él le atraiga.
Quizás estarías pensando diferente si hubieses presenciado lo mismo que yo en su habitación.
—¿Por qué piensas que es mentira? —quise saber.
Alzó sus cejas en un incómodo jugueteo y miró alrededor antes de acercarse un poco más.
—Anoche ya no te lo dije, pero, el día en que Penny y yo fuimos a decirle que descubrimos que se disfrazaba de humano, ella nos calló—No entendí cómo eso tenía que ver con que su compromiso era una mentira—, nos advirtió que no estuviéramos hablando de él con otros, y entonces también le preguntamos si su compromiso tenía que ver con su falsa identidad y ella no supo que responder, solo repitió lo mismo. Por eso lo dudo.
Pero eso no explicaba que lo fuera ni mucho menos lo que hicieron en su habitación, no explicaba el aspecto de Ivanova, ni mucho menos la ropa en el suelo, la cama destendida y las pastillas anticonceptivas... No tenía sentido que su compromiso fuera parte de un disfraz, ¿para qué? Si se suponía que se hacía pasar por un humano para encontrar a más involucrados, no hacía falta agregar una relación.
— ¿Has pensado en lo que te dije sobre qué hacer con tu atracción por él? — se recargó en la barra frente a mí—. Si te hace sentir culpable su compromiso, solo pregúntale a él, ya que parece interesado en ti seguro que te responde...
—Él no me atrae, Rouss —mentí—, ¿por qué crees eso?
—Porque te pusiste tan tensa cuando te tocó la espalda y subió aun más —Su mirada sospechosa me puso nerviosa—, tengo buen ojo para notarlo.
—Eso fue porque me sorprendió.
—Aun así, me hiciste muchas preguntas sobre las feromonas anoche, y me preguntaste como se eliminaba su efecto sin necesidad de acostarte con él.
—Porque tenía curiosidad por eso te lo pregunté— expliqué rápidamente —, y eso no quiere decir que esté interesada en ese hombre.
Me di cuenta que con esas palabras me contradije con lo que le dije aquella vez. Pero ya no quería aceptar delante de otros que me atraía un hombre prometido, me ponía de mal genio pensar en todas las veces que estuvimos juntos y que, al final, no era yo la dueña de su corazón.
—Qué curioso Nastya, eres una de las pocas que le llama hombre a un experimento.
—Pero es un hombre—dije, no entendiendo.
—Lo es, pero aquí la mayoría los llama animales y no sé si ya te lo dijeron antes pero su genética está basada en ADN de reptiles—mencionó.
Tenían aspecto de un humano, hablaban, se movían, pensaban y actuaban como un ser humano, y, ¿los llamaban animales? ¿Por qué no me sorprendían? Después de saber que los trituraban, no había nada peor que eso.
Todavía me costaba creer que existieran personas que pensaran que era mejor triturar niños con menos probabilidad de sobrevivir que cuidarlos y tratar de encontrar una manera para que mejoraran. Estaban enfermos... Y estaba segura que su silencio terminaría mal.
—Por otra parte, la genética de los de las áreas peligrosas también está basada de reptiles, pero contiene un extra de ADN de algunas bestias carnívoras—contó.
Y eso me dejó petrificada.
—¿Animales... carnívoros?
Saltó una corta risa y por un instante creí que me estaba tomando el pelo, pero entonces asintió.
—Los rojos tienen una muy pequeña cantidad, pero los naranjas y los negros contienen más, aunque estos últimos aún más— recalcó y no le creí —. Por eso estos dos son tan fuertes y su piel tan caliente, y por eso les mide más de lo que comúnmente conocemos de una persona normal...
De repente algo hizo corto circuito en mí y me perdí, y no supe si escuché mal o realmente lo escuché bien hasta que extendió con malicia la curva de sus labios.
—Imagínate como han de ser esos últimos en el sexo, seguro fallan como bestias.
Cerré los labios cuando me di cuenta de que mantenía la boca abierta y no supe cómo reaccionar, de lo único que estaba segura era que a Rouss le encantaba hablar de estos temas.
—Y por eso la piel de nosotras les sabe deliciosa, más que la piel de una de los suyos— expresó divertida—, pero tranquila que tener ADN de bestia no los hace caníbales.
—¿No?
Extensión una sonrisa como si mi duda le pareciera un chiste.
— Claro que no— me palmeó el hombro—. Tranquila, que si lo haces con uno no te van a comer, al menos no en el ámbito de comerte para llenar su estómago—dijo y seguí sin entender—. Te explico con esto, al experimento con el estuve le encantaba probarme los pechos y la entrepierna, creo que esta última era excesiva. Con eso ya te das una idea del tipo de apetito que tienen ellos. Ahora imagínate el apetito que tendrá ese hombre disfrazado de humano..., por ti.
Golpeó su dedo en mi pecho y el corazón se me aceleró con la inesperada palpitación en mi entrepierna y no a causa de sus palabras, si no por el recuerdo de anoche cuando me ató a la ducha, con mis piernas abiertas sobre sus anchos brazos y su carnosa boca devorándome el sexo con tanta vehemencia y bestialidad haciéndome eyacular de un modo tan vergonzoso que nunca podría explicar.
—Porque estoy segurísima que un hombre del área blanca no puede ser, solo hay uno hasta donde sé y sus efectos son totalmente menores, los de este hombre es excesivo, atrae desde lejos—exhaló y salí del recuerdo prestando atención a ese par de orbes azules que no dejaban de analizarme con curiosidad —. Te acabas de imaginar siendo tocada por él, ¿verdad?
Su pregunta y la forma tan profunda en que siguió analizándome me hizo pestañear con nerviosismo y no tardé nada en negar con la cabeza, sintiendo como el flequillo se me removía encima de la frente.
—No, no lo hice— respondí enseguida—. Estaba pensando en qué tipo de bestia utilizaron en su genética.
¿En serio acababa de decir eso? Me sentí tonta y peor aun cuando ella enarcó una ceja.
—Tener sexo con un experimento sobrepasa cualquier experiencia sexual— soltó de repente—, es sin duda como tocar el séptimo cielo y quemarte en las llamas del infierno al mismo tiempo, así que, si fuera tú, no me la pensaría tanto por un anillo tan simple y corriente como el que lleva en el dedo y aprovecharía la atracción de ese bombón.
—Pero te dije que no me atrae.
—No te va a servir de nada negarme tu atracción. Sé lo que vi anoche y por pequeña que sea, crecerá si sigues absteniéndote y te quedas únicamente imaginando que él te toca.
—¿Por qué estas empeñada en creer que me atrae? —arrojé.
No entendía su afán que, a pesar de ser rotundamente cierto y que ese hombre me atraía de formas sin igual, no iba a confirmarle nunca. ¿De qué serviría hacerlo? Solo me haría sentir más absurda.
— Mira no soy nadie para obligarte a aceptarlo y no debería meterme en los asuntos de otros, pero pasé por lo mismo que tú— recalcó la palabra cruzando sus brazos bajo su pecho —. Entre más lo veas, tengan más encuentros y te imagines cientos de cosas con él, más difícil será controlarte y créeme, no te gustara perder el control. Quizás con una sola vez que lo hagan, se te quite.
Si supiera cuantas veces he probado sus labios, he saltado sobre el grosor de su miembro y me he rodeado del calor de sus brazos..., y, aun así, sigo deseando tenerlo todo y solo para mí...
Aprete la charola en mis manos cuando quisieron brotarme los celos, odiaba desearlo tanto, odiaba que en el exterior a pesar de que todavía no recordaba mucho de él, esta atracción se sintiera aún más intensa que la que recordaba tener en el área negra.
— Y si no quieres aprovecharlo y terminar con esa atracción, has lo que te recomendé la otra noche, acostarte con otro hombre...
Se me amargó la boca la cual torcí en una mueca de disgusto.
—O acuéstate con el teniente— siguió, disminuyendo la sonrisa —. Vi cómo se sentó a tu lado, ambos parecían llevarse muy bien y él no dejaba de hacerte reír. Es muy guapo así que...
—No—la interrumpí, no quería seguir escuchándola, no cuando sentía que sus consejos me perseguirían después de lo que vi entre ellos—. No tengo porque acostarme con alguien más cuando ni siquiera me atrae ese supuesto experimento.
Mi asperidad la dejó en silencio y no me importaba si se notaba mi mentira, no iba a aceptarlo ni mucho menos a cometer un error estando tan desesperada por desligarme de sus feromonas.
—Entiendo— asintió tomando de mi charola otra uva—. No mencionaré el tema a menos que lo quieras, y si tienes más dudas o te empieza a preocupar algo, puedes buscarme, se cómo se siente.
—Gracias — no supe qué más decir, tomando un trozo de pan y metiéndoselo a la boca.
—Qué mal— se quejó—. Creí que podría interesarle a ese teniente, en serio se me hizo tan guapo..., pero después de que lo vi coquetearte.
—No estaba coqueteándome.
—No puedes ser tan ingenua— bufó echando una mirada a algunas de las mesas —. Literal, se sentó cercas de ti, y la sonrisa ladina, esa era de coqueteo... Por eso no regresé, me iba a sentir como la chaperona que siempre acompañaba a su hermana a las citas para cuidarla de que no hiciera nada con el novio. Creo que tendré que buscarme otro futuro esposo...
—¡Señorita bonita!
Un grito infantil y levantándose en alguna parte detrás de Rouss, me subió el rostro de la charola lanzando la morada sobre las mesas que se acomodaban al otro lado, vislumbré la pequeña silueta de Sophia atravesando el centro del comedor con apresuro, su mirada de preocupación no dejaba de buscarme y tan solo llegó al bufete se acercó lo suficiente para tomarme del camisón y tirar de mí al instante.
—Tienes que venir, pero ya— me pidió, volviendo a tirar del camisón.
—¿Por qué?, ¿qué sucede? — pregunté, no entendiendo lo que sucedía.
— Jenny no ha dejado de llorar.
Eso me confundió.
—¿Llorar? —solté y ella así tío, por tercera vez insistiéndome en caminar con un jalón en el camisón —, ¿Por qué?, ¿qué sucedió?
—Le pasó algo muy, pero muy feo y lleva llorando muchísimo tiempo y no deja de decir que te quiere ver—insistió.
—Seguramente se habrá caído —explicó Rouss—. Como todo niño su primer instinto es buscar a su madre... o lo más cercano a ella.
—Rápido.
Tiró de mí y no tardé nada en empezar a moverme dejando la charola sobre la barra y sin siquiera despedirme o mirar a Rouss, atravesando cada una de las mesas hasta salir del comedor. La pequeña dejó de tironear mi ropa y se echó a correr atravesando toda la recepción hasta salir al jardín, antes de hacerme una señal de que la siguiera. La perseguí preguntándome qué tanto le pasó a Jenny que hasta ella se veía preocupada.
Abrí la puerta, maldiciendo en mis entrañas cuando recibí la helada brisa invadiendo cada parte de mi cuerpo hasta encogerme. Estaba más helado que el día de ayer, no obstante, me obligué a moverme y revolotear la mirada a los alrededores en busca de Jenny, no esperando encontrarme a Pym en una de las mesas de madera con una sonrisa tímida y esos largos dedos varoniles acariciando su mejilla. Reparé inevitablemente en el hombre al que le pertenecía la mano y el cual se acomodaba de pie frente a ella, su perfecto rostro y esos orbes carmín tan profundamente sobre ella, era Rojo 09, o Alek, como se hacía llamar. Él le acariciaba con tanta delicadeza su rostro, que pude notar como los parpados de ella caían, disfrutando el contacto.
El grito de Sophia me apartó la mirada de la pareja. Me enfoqué en la niña quien atravesó un grupo de experimentos que terminé rodeando antes de vislumbrarla llegando bajo la sombra del último árbol en el jardín. Unos cuantos niños se acomodaban en el césped observando a una niña que se mantenía de espaldas al tronco, con sus piernas contra el pecho y su rostro oculto sobre sus rodillas.
La reconocí de inmediato, era Jenny, y tan solo aceleré el paso y vi a Sophia arrodillando junto a ella y a Gael, mi mirada se dejó caer sobre sus piernas. Sus jeans estaban rasgados desde sus rodillas, la tela colgando a los costados con manchas de sangre que me perturbaron. Lo que más me abrumó fue ver toda esa sangre manchando la piel de sus pantorrillas.
—¿Qué sucedió? — me dejé caer frente a ella, reparando en sus piernas, no hallé una sola herida ni piel rasgada ni moreteada, solo sangre y suciedad—. ¿Cómo te hiciste esto?
La pequeña levantó su rostro de encima de sus rodillas, sus mejillas estaban húmedas y manchadas de suciedad, las lágrimas no dejaban de derramarse de sus orbes verdes y frunció sus labios para sollozar de nuevo.
No esperé verla empujar su cuerpo contra el mío, extendiendo sus brazos para rodeándome en un abrazo que me ablandó el corazón.
—El Ogro se fue—Sollozó contra mi cuerpo—. Se fue, nos abandonó.
El pecho se me oprimió con sus palabras compartiendo el mismo sentimiento. Levanté mis brazos rodeados su gruesa chamarra con uno mientras que con el otro dejaba que mis dedos se hundieran en su cabellera negra, acariciando su coronilla.
—Pero va a volver—susurré con calma tratando de tranquilizarla.
La sentí negar con la cabeza y temblequear.
—Hubiera visto lo que le pasó hace rato, se lastimó muy, pero muy feo—indicó Sophía con el entrecejo hundido—, sus heridas ya se regeneraron, pero estaban horribles y no dejaba de llorar.
—Ella se lo buscó—Gael no tardó en explicarme —. Hace rato estaba corriendo detrás de una camioneta militar que salió de la base.
¿Camioneta militar? Instantáneamente entorné la mirada a las puertas de la muralla, esas mismas donde se encontraban un par de militares haciendo guardia. Imaginé el escenario estremeciéndome el pecho al entender que, quien estaba dentro de esa camioneta era Siete.
— Le dijimos que se detuviera, que nadie tenía permitido salir de la muralla, pero se agarró de la manija de una de las puertas y la camioneta se la llevó arrastrándola afuera de la muralla— siguió contando, haciendo incluso movimientos con sus manos—. Tuvieron que detenerse para que un par de soldados la metieran a la fuerza, pero se escapó y corrió a la carretera tratando de alcanzarla.
La presión en mi pecho me apretó los labios, ¿por qué quería detenerlo?, ¿tanto lo quería?, ¿en qué momento? Las mayorías de las veces que me habló de él en el área negra, eran quejas de lo malo que se portaba porque la ignoraba.
—Estuvo haciendo drama— añadió el niño del área roja—, lloraba a gritos en las puertas y luego su tutora la trajo aquí y la regañó.
—Es mi culpa...—El corazón se me contrajo con su sollozo—, yo no quería que se fuera... y rompí una regla.
Tembló soltando más lágrimas.
—Es que siempre que se va suceden cosas feas.
Su llanto aumentó y se aferró más a mí, me sentí repentinamente inquieta preguntándome qué otras veces se fue y qué ocurrió, según ella, para que fuera algo feo.
Alcé el rostro de su coronilla mirando a Sophia y a Gael, y al resto de los pocos niños que permanecían formando un medio circulo, expectantes a nosotros. Eran de todas las edades y solo con ver sus orbes supe que la mayoría pertenecían a la misma área que Gael.
—Vayan a jugar —les pedí —, me quedaré con ella, ¿está bien?
Gael asintió mirando a Jenny antes de ordenarle a Sophia levantarse e ir con los demás niños. Ella se puso en pie apretó sus labios en un fruncir de preocupación.
—¿Va a estar bien? —me preguntó preocupada llevándose las manos atrás —. Es que la regañaron muy feo, hasta a mí me dolió.
—Va a estar bien, no te preocupes— sonreí apenas—. Ve a jugar.
El grupo de niños se alejó juntándose en un rincón del jardín. Seguí acariciando su cabellera en silencio, sintiéndola gimotear y disminuir sus sollozos en tanto veía como iniciaban un nuevo juego correteándose unos a otros.
—¿Por qué dices que cuando el Ogro se va suceden cosas feas?
Mi pregunta se desvaneció en el aire y ante su silencio dejé caer la mirada sobre aquella mesa de madera a varios metros de nosotras. Pym y Alek seguían ocupándola, y aunque se encontraban apartados del árbol, pude escuchar sus risas y vislumbrar esa mano varonil paseándose sobre su vientre.
Mi mente me traicionó imaginándome con Siete, sintiendo el recorrido de sus viriles dedos acariciando cada poro de piel que componían mi vientre, detallando su tamaño, estremeciéndome con su intenso calor en tanto me deshacía debajo de ese plata depredador, esa intensa mirada que retumbaba mi mundo y recreaba mi existencia.
Una sensación helada me exploró el pecho y tembló mi mentón, era lamentable que anhelara tanto un momento así. Lo único que me quedaría seria mi fantasía y de ella, también tenía que deshacerme para dejar de pensarlo.
Seguí recibiendo las punzadas cuando unió su mano a la de ella, llevándose sus nudillos a sus labios para besarlos y decir con eso, que como ellos nadie.
Eran la primera pareja entre dos especies, la primera unión que demostraba que podía existir paz y un futuro mucho mejor del que se prometió. Sin duda un amor envidiable, un amor que consume y no se detiene a preguntar el qué dirán, y que son capaz de darlo todo por el otro.
Volví a escuchar sus risas y las miradas no tardaron en levantarse enfocándose en los dos, esas miradas que tampoco tardé en reparar una a una de las personas que se hallaban en el jardín.
Me di cuenta de que eran todos experimentos y hasta este punto también caí en cuenta de todos los del comedor eran solo trabajadores. No era la primera vez que veía esta clase de inquietante división, en los últimos días también noté que la gran mayoría de ellos evitaban tocar los mismos lugares dónde se acumulaban los trabajadores.
No sabía todo lo que les hicieron en el laboratorio, tan solo lo poco que se me dijo, aunque en realidad con que me mencionaran que eran maltratados y que Verde 16— la mujer que estuvo con el comedor con Pym, Rouss y Penny—, dijera que apenas eran tratados como personas, era suficiente para entender que quieran evitarnos. No obstante, no dejaba de preguntarme qué tanto los maltrataban o si acaso había algo peor, pues, solo con ver la seriedad tan cruda que emitían las miradas sobre Pym y Rojo 09, me daba cuenta de que el hecho de verlos juntos, les desagradaba mucho.
—Es que...— alargó su vocecilla aspirando por la nariz—, sí suceden cosas feas, la primera vez que se fue, Seis comenzó a decirme cosas muy feas y que me dieron miedo...
Hundí el entrecejo apartando la mirada del jardín solo para enfocarme en su pequeño perfil.
—¿Qué cosas? Cuéntame, te escucharé.
Se removió acomodándose mejor contra mí y miró a los niños jugar.
—Cuando me dijo que moriste y que ya dejara de llorar por ti porque eras una mujer muy mala y peligrosa y no merecías que llorara por ti...
Pestañeé sintiéndome aturdida con eso, ¿una mujer mala y peligrosa?, ¿por qué le dijo eso? Hice un repaso mental de lo que recordaba de ella y aunque no la recordaba por completo sabía que desde que llegó al área nunca le caí bien, y fue peor cuando intuyó que Siete y yo nos acostamos, aun así, que le dijera a la niña que era morí y que era peligrosa no tenía sentido. Pero era fácil percibir que lo decía porque tampoco le gustaba que la niña me quisiera.
¿Siente que se la estoy quitando? Lo más probable, desde el área negra siempre trató de apartarla de mí.
Lo cierto era que eso no podría ocurrir, Jenny la tuvo a ella primero y si no fuera por Seis, esta pequeña habría muerto, así que no. Nunca podría quitársela.
—Por eso cuando te vi en el cuarto del señor Ogro creí que eras un fantasma. Me alegré mucho de verte.
Me apretó más con sus brazos viendo como se le dibujaba una sonrisa débil y apenas de felicidad.
—Seis esta furiosa conmigo p-porque desobedecí— susurró—. El señor Ogro también se enojó mucho conmigo...
Su voz se rasgó.
—¿Cómo sabes que está enojado?
— Salió del auto y le apunto con el arma al hombre que no me quería soltar, me cargó y me devolvió a los soldados, pero no me dijo nada y se fue... Se fue, estaba muy enojado podía sentirlo...
Imaginé que ese hombre se trataba de un militar.
—Pero no creo que este enojado contigo, si no con el soldado—me atreví a susurrar sin dejar de acariciarla —. Así que no llores más, él va a volver a la base y seguramente que será mañana, así que no creo que pasen cosas feas.
Seguí tratando de consolarla.
—Son una pareja muy bonita— sus inesperadas palabras e hicieron prestar atención al movimiento de su brazo extendiéndose y a su dedo, señalando en alguna parte del jardín—. Ellos, son una pareja muy bonita, ¿no lo crees?
Levanté la mirada hacía donde apuntaba, era la misma mesa en donde estaba Pym y el padre de su bebé, ambos seguían conversando tomados de la mano, parecía que el resto de personas a su alrededor no existían, solo ellos dos.
—Ella se sintió mal hace rato y él dejó su guardia en la torre para venir a ayudarla— la escuché suspirar—, siempre aparece cuando se siente mal, la cuida mucho, la quiere mucho, ¿no es bonito?
—Sí, sí que lo es—solté por lo bajo.
—Me gusta mucho la base— Una pequeña sonrisa extendió sus labios—, puedo jugar mucho con los niños y también convivir con los adultos o comer yo quiera. Ya no hay entrenamientos ni me pongo asustada cuando me toca el turno de estar en la incubadora.
El temor en su voz me hizo recordar lo que Verde 16 comentó en el comedor. ¿Acaso la pequeña también vio algo tan aterrador como aquella chica?, ¿vio cómo trituraban a un niño?
—Ahora eres libres— Suspiré—, puedes jugar cuando quieras e ir a donde quieras.
Era inevitable no sentirme preocupada, sabía que las incubadoras se utilizaban para ayudarlos a desarrollar su organismo, segundo lo poco que recordé, ¿le afectaría a ella no ser incubada? Mas aún, porque era solo niña, le faltaba mucho por crecer.
—El Ogro...—susurró de repente —, aunque apenas se fue, ya quiero que regrese, ¿tú no?
Levantó su rostro mirándome desde abajo con un atisbo de esperanza. Todo este tiempo Jenny siempre mostró su entusiasmo porque recordara a Siete, e inconscientemente también estuvo mostrándome desde el día en que nos reencontramos que Keith era ese mismo hombre, pero no entendía porque nunca me dijo nada. ¿Por qué si estaba tan ilusionada con que llegara a recordarlo, no me dijo que él Siete ni mucho menos que estaba en la base?, ¿acaso también se le impidió que me lo dijera?
Había tantas cosas que quería contarle a la niña, tantas preguntas que hacerle para poder entender al menos un poco de toda mi confusión, así como también tenía preguntas para Richard, quien inquietantemente no había aparecido en todo el día.
—¿Por qué querría que Keith Alekseev regresara a la base? — me animé a preguntarle.
No esperé que extendiera las cejas y sellara los labios encogiéndose en sus hombros.
—Bueno, porque.... porque él... porque te dio su habitación— su explicación me dio gracia—. ¡Ah! Y porque te deja tener a Tayler, se ha portado bien contigo por eso creí que querías que él volviera.
Ahora que recordaba, seguramente estaba por pasar el tiempo que Molly me pidió para que fuera por el bebé.
—Pero al parecer no quieres que vuelva pronto...—su inesperada desilusión me apretó los labios en una a mueca.
Apenas lo conozco, y a pesar de que me permite tener al bebé, es un completo extraño para mí.
Eso ni siquiera yo me lo creía. Jenny frunció sus labios clavando la mirada en el césped.
—¿Te entristeció lo que dije? —quise saber, apartando un mechón de su mejilla—, ¿hay algo que me quieras decir, pequeña?
Devolvió la mirada a los niños y pestañeó, un momento se quedó así, como si quisiera soltarlo todo.
—Sí—asintió repetitivamente—. ¿No has recordado más de mi o del hombre malo que da miedo?
Los labios se me extendieron inesperadamente, no podía creer cuanto quería ella que lo recordara.
—¿Tan siquiera has recordado un poquito? —insistió con un puchero, no pude quedarme más tiempo callada.
—Recordé algo más— decidí soltar. Con lentitud asomó su mirada en un atisbo de esperanza que me extendió más los labios—. Recordé cuando te conté la historia de la villana y el caballero.
Rompió el abrazo sentándose frente a mí, sus ojos volvieron a cristalizarse derramando las lágrimas que recorrieron su pequeño rostro.
—¿En serio lo recordaste? — dudó de mis palabras—, no me estas mintiendo, ¿verdad?
Sin desvanecer la sonrisa negué ligeramente, aunque no tenía idea de cómo fue que se me ocurrió esa historia. Una villana que soltó un gas toxico en un reino como parte del trabajo que otros le dieron, y un caballero del que se enamoró y del que quedó embarazada, ¿en serio?, ¿de dónde me vino tanta imaginación?
—¿Recordaste también al señor malo que da miedo? O, ¿todavía no? — su voz se rompió—¿Lo recordaste? Dime que sí lo recordaste.
Estaba ansiosa por tener una respuesta, y debía admitir que su ansiedad me contagiaba porque quería decirle que sí, pero antes había otras cosas que debía preguntarle.
—Recordé un poco más del área negra— empecé y ella no dejó de mirarme, atenta e inquieta—, recordé cuando te encontré escondiéndote con el bebé en la cocina, recordé a Seis y a Richard también...
—¡Recordaste al señor Richard! —extendió una sonrisa de felicidad —. Se pondrá feliz cuando lo sepa.
—¿Sabes por qué nunca se acercó a mí? —No tardé nada en preguntar.
Cerró sus labios mirando a los niños antes de encogerse de hombros y volverse a mí.
—La semana pasada se lo llevaron al campamento — dijo y casi chasqueé los dientes sintiendo apenas decepción, no conseguiría las respuestas que buscaba de él —. Pero cuando estaba aquí no se acercó a ti porque sabe que perdiste la memoria y porque la coronel nos dijo que no te estresáramos mucho para que pudieras recordar.
No pude creer que fuera por eso, la razón por la que no se acercará a mí.
—¿Sabías que perdió una mano?
—¿Mano? — eso me sorprendió—. ¿Perdio una mano?
Más me sorprendió verla asentir con ganas, estaba segura que las veces que me lo encontré tenía ambas manos, ¿cuándo?, ¿cómo es que ahora la tenía?
—Lo llamaban Manco en el campamento hasta que una mujer muy bonita del área roja le prestó de su sangre para regenerarlo a cambio de un beso— contó, parecía entusiasmada—, hubieras visto que bonito se besaron... pero luego nos trajeron aquí y ella se quedó allá.
Extendí las cejas, impresionada por la historia, un beso a cambio de sangre regenerativa, ¿quién haría eso? No, peor aún solo procesar bien sus palabras, ¿la sangre de los rojos era capaz de regenerar hasta los mismos huesos? Creí que solo regeneraban las heridas graves, según lo que Sarah me contó y con eso quedé más que aturdida.
Aunque solo sabía sobre lo que era capaz de hacer la sangre de los experimentos de las áreas blanca, verde y roja, ¿qué tenía de especial los del área naranja y negra? Pertenecían a las áreas peligrosas, sus habilidades eran aún más desarrolladas, pero ¿qué los hacía realmente peligrosos?, ¿la fuerza que mencionó, Rouss? O, ¿era la genética de bestia con la que se basaba su ADN?, ¿qué capacidad tenía la sangre de Siete?, ¿o no tenía ninguna?, ¿qué lo hacía diferentes a los otros?
De nuevo estoy teniendo curiosidad por él.
—Quizás fue por ella que volvió al campamento— la oí decir de repente soltando una risilla y llevándose una mano a cubrirse los labios—, porque la extrañaba y le gustó besarla y quiere besarla más. O quizás porque cocina muy rico, la vez que cocinó allá después de que ella regeneró su mano, todos lo alagaron...
Sí, en el área negra me dijo que era cocinero, perdió el empleo y le ofrecieron un puesto en el laboratorio, nada que ver con lo que hacía antes.
Todavía había algo a lo que no le encontraba sentido, ¿por qué no hablarme? Aun si no me decía quién era, ¿por qué no se acercaba durante el tiempo que estuvo en la base? No hacía falta que me dijera quién era y aun si me lo dijera, en realidad más que estresarme, me hubiera ayudado.
—¿Qué más recordaste, Nas? —preguntó con un aire entristecido y acomodó sus manos contra sus piernas—. Si recordaste toda el área, a Seis, al bebé apestoso, al señor Richard y a mí, debiste recordar al señor Malo que da miedo, ¿no?
—¿Tanto quieres que lo recuerde a él? —Vi su asentimiento—. ¿Puedes decirme por qué, de entre Richard y él, quieres que lo recuerde más a él?
— Es que ustedes tenían algo en el área...— soltó subiendo mucho su rostro para mirar las ramas del arbol—, ya vez que te conté que jugaron a las parejitas empalagosas y durmieron juntitos. Él jugo a las escondidas solo para encontrarte a ti, un hombre grandote y serio que ni siquiera sonríe jugó por ti, por eso sé que eran algo y los dos se daban miraditas cuando estaban lejos uno del otro. También sé que lo querías, por eso quiero que lo recuerdes.
Me perdí en cada uno de los recuerdos que hasta entonces tenía de él. Las escondidas, por otra parte, era lo único de lo que mencionó que hasta entonces no había recordado y desde el punto de vista de ella se escuchaba esplendido.
¿Realmente lo fue?
—¿Jugó a las escondidas por mí? — no pude evitar sentir curiosidad.
Ella sacudió la cabeza en asentimiento.
—Yo estaba contando en la ducha mientras tú te escondidas y él llegó diciéndome que sería el que te encontraría. Y te encontró en el baño y se encerró contigo.
¿Y se encerró conmigo?, ¿a eso le llamaba jugar a las escondidas? Como quise recordar ese momento, aún más, recordar todo y cada uno de los momentos que pasé con él, quería que las lagunas desaparecieran y todas mis preguntas se respondieran... Esto cada vez más me estresaba.
—¿Enserio es al único que no has recordado? —bajó el tono de su voz, mirándose las manos. No pude hacer más que guardar silencio analizando el gesto en su rostro, nuevamente parecía entristecida—. No lo recordaste..., ¿verdad?
Sus escleróticas cristalizaron y soltó una larga exhalación.
—Sí...—mordí mi labio cuando al instante subió mucho su rostro, esperanzada de lo que diría —, recordé un poco de él.
No esperé su grito de emoción extendiéndose sobre todo el jardín, y respingué sobre el césped viendo como varios de los niños se detenía lanzándonos una mirada, incluso Pym y Rojo 09 habían hecho lo mismo. Jennifer no dejó de gritar, levantándose y saltando con emoción sobre sus rodillas manchadas de sangre, alzando también los brazos en señal de triunfo.
No creí que se pondría tan feliz.
—¡Lo recordaste! — gritó haciendo un baile que me hizo reír—. Lo recordaste, lo recordaste, lo recordaste, ¡al fin, sí!
—No creí que te pondría tan feliz, si solo recordé algunas cosas de él, no todo...
No le mentí, lo único apenas claro era encontrarlo en la ducha desnudo, cuando lo monté en el piso de incubación arrebatando su primera vez y cuando lo dejé poseerme sobre el sofá rojo con la necesidad de deshacer nuestra atracción lo cual no sirvió porque lo hicimos sobre esa cama y todavía tuvimos sexo en esta habitación. Pero el cómo llegamos al área negra, cuanto tiempo pasamos ahí, qué fue lo que hicimos después de montarlo en el piso de incubación, de qué hablábamos o que hacíamos antes de que llegarán los demás, todo eso era lo que todavía recordaba, así como lo que pasó después de despertar sola en ese colchón. Eran muy pocas cosas.
—Con que recuerdes un poco de a tu futuro esposo me basta, eso quiere decir que lo recordara cada vez más.
Su exclamación me oprimió el pecho y no esperé el sabor amargo subiendo hasta la punta de mi lengua, si tan solo supieras, pequeña...
—Bueno, sé que no se van a casar y eso, pero en mi historia ya tienen hasta bebés, solo espero que se haga realidad— canturreó—, y vivan en una casa enorme y muy hermosa.
Y de repente su baile y gritos de emoción silenciaron, entornándose a mí con un rostro de asombro.
—Sí lo recordaste un poco, ¿recordaste su rostro también? — Dudé en asentir, pero lo hice esperando algo más—. Entonces quiere decir que sabes que El hombre malo es...
—El Ogro—terminé por ella.
De nuevo extendió una sonrisa de felicidad, me preocupaba su emoción, porque la realidad entre los dos era otra.
—¿El señor Ogro lo sabe? — se arrojó sobre sus rodillas y con tanta brusquedad que me preocupó solo recordar la sangre que manchaba la piel, sin embargo, no había dolor en su rostro solo una inquietante felicidad —. ¿Ya sabe qué lo recordaste?, ¿se lo dijiste?
—¿Puedes responderme algo con sinceridad? — le respondí con otra pregunta.
Vi como su sonrisa disminuyó, repentinamente asustada.
—¿Pasó algo feo? —su voz mostró un poco de temor.
Una débil sonrisa se creó en mis labios y negué, tranquilizando su gesto.
— ¿Sabes si él quiere que lo recuerde? —hice la pregunta, esa que desde que desperté hacía eco en mis entrañas—, ¿te lo ha dicho?
Frunció sus labios y me confundió tanto verla tan repentinamente perdida como si de pronto hubiera algo que no entendiera.
—No me lo ha dicho— soltó por lo bajo—. Siempre que lo veo le pregunto si quiere que te recuerde, hoy cuando estabas con el teniente galleta, le dije que si quería que tú lo recordaras se acercara a ti, pero solo me ignoró y subió a su cuarto...
Apreté el mentón que amenazó con temblarme al sentirme tan sensible y molesta con esa respuesta, peor aún, cuando la imagen de Anya semidesnuda se vislumbró en mi mente comprendiendo que ese suceso ocurrió minutos antes de que Gae me dijera que ella quería verme.
A él no le carcomían los celos al verme con otro hombre, estaba segura que ni siquiera le importaría si me acostaba con otro, pero a mí me enfurecía que lo hiciera con otra que no fuera yo, me airaba no ser su centro después de todo... No, me obligué a no seguir con esos pensamientos
—También me impedía decirte quién era él— la escuché decir y no alcé la mirada manteniéndola repentinamente en Pym y en el hombre que tras darle un beso en la frente se apartó cruzando todo el jardín de regresó a la muralla—. La noche en que te miré en su cuarto, le pregunté si podía contarte todo y no me dejó, no sé por qué, la coronel también me dijo que no dijera nada, así que nunca pude decirte que El Ogro era el Hombre malo del área negro.
—¿La coronel te dijo algo más sobre mí? —me animé a preguntar, ya que Richard no estaba y nadie quería decirme nada más hasta que recordara, quizás la niña sabia algo que podría ayudarme, al menos a responder algunas cuantas preguntas —, ¿algo que te impidiera decirme?
Al no tener una respuesta inmediata, aparté la mirada de la muralla, dirigiendo la mirada a Jenny quien inesperadamente sostenía un dispositivo plano entre sus manos moviendo sus pulgares sobre la pantalla con rapidez.
Eso era un móvil, ¿por qué tenía uno? No tenía idea que le permitieran a un niño tener esos dispositivos, menos aún una niña como ella que mantenían bajo protección en la base.
—¿Desde cuando tienes un móvil? —terminé preguntando—, ¿es tuyo?
Ella sacudió la cabeza en negación, algunos mechones se removieron de su cabello y no apartó la mirada del aparato para contestarme:
—Es de Seis, me lo presta porque tiene muchos juegos divertidos, también me lo presta para hablar con algunos poquitos contactos que tiene.
Me sentí inquieta cuando ni siquiera alzó la mirada para verme y siguió tecleando. Estaba escribiéndole a alguien, de eso estuve segura y volví a enderezarme un poco más, alzando el cuello con tal de alcanzar a leer algo, pero ella se movió al instante ladrando el dispositivo.
Eso me inquietó.
—¿Y a quién le escribes?
Se guardó el móvil en el bolsillo de su cazadora, extendiéndome una sonrisa de oreja a oreja.
—Es un secreto.
Contraje la mirada, ese secreto no me gustaba y más inquieta no pudo dejarme porque con eso me decía probable a quién le escribió. ¿Él tenía un dispositivo también? Sí, seguro que sí y eso solo me ponía más nerviosa.
—¿Le enviaste un mensaje a él?
—No— su respuesta instantánea y con un tono apenas juguetón manteniendo la sonrisilla me preocupó —. Tengo ganas de ir a jugar con los niños a las escondidas, cuando termine, ¿puedes contarme qué fue lo que recordaste del señor Ogro?
Sentí que este era su modo de escape para que no hiciera más preguntas con respecto al mensaje que envió, de ser así, entonces se lo dijo. Y ese pensamiento comenzó a ponerme ansiosa, sí se lo dijo a él, volvería las cosas más complicadas cuando volviera a la base.
—Cuando termines de jugar te contaré lo poco—afirmé, pero en realidad le contaría mucho menos de lo que recordé de él, si resultaba que le envió un mensaje, estaba segura que le contaría más cosas con detalle y no quería eso, no después de lo que vi—. Aunque podría contártelo en el cuarto ya que está haciendo mucho frio, ¿qué te parece? También llevaré a Rojo 32.
—Y me cuentas el cuento de la Villada y el Caballero también, pero con un final bonito—me pidió—. No quiero que terminen separados, no quiero que terminen muertos, quiero que terminen juntitos, casados y con el bebé que ella esperaba, ¿sí?
Asentí repetitivamente.
—Ve a jugar—hice un leve movimiento con el rostro y ella ensanchó más la sonrisa antes de darme la espalda y salir corriendo.
La seguí, viendo cómo se acercaba a Gael y en tan solo segundos comenzó a jugar con ellos, mordí el labio al darme cuenta de que no le pedí que se limpiara antes las rodillas, cualquiera que la mirara pensaría que todavía seguía herida.
No iba a dejar de pensar en el mensaje que envío, no podría dejar de imaginar que él sabía que lo recordé. De algún modo, sí eso era cierto, tendría que evitar contar los momentos comprometedores que recordaba de nosotros, tendría que contar solamente los simples y hacerle creer a Jenny que no sentía nada por él, que no me interesaba, porque entonces eso sería lo que le contaría a él y me pondría en desventaja cuando regresara.
Quería protegerme cuando él volviera a la base, y guardarme los sentimientos serían la única manera de hacerlo. Que no supiera que lo quise, y que el fruto de este sentimiento estaba sembrado en mi vientre, poco a poco floreciendo.
Revoloteé la mirada siguiendo repentinamente aquella silueta varonil que recorría lo largo del edificio y en dirección a la entrada. No tuve que verlo mucho tiempo para reconocer quién era, se trataba de Dmitry.
Y no estaba solo, la misma chica de larga cabellera rubia que lo acompañaba anoche en el estacionamiento, apreció acelerando el paso para colgarse de nuevo de su brazo y recostar su cabeza sobre el hombro. Angela, ese era el nombre con el que fue llamada por Dmitry en el estacionaria, y hasta este punto me resultó familiar, antes también la había visto en el laboratorio, pero seguía sin recordarla.
Todavía habían recuerdos que no recuperaba de Dmitry, tan solo sabía que fuimos amantes, que alguna vez me gustó, porque de otro modo no me hubiera dolido que no creyera lo del frasco y me entregara a Jerry, así sin más. Sabía que se llevaron al resto de los compañeros de Frederick, pero a él lo dejaron aquí. Esperaba que no fuera un problema, pero comenzaba a dudar después de lo de anoche. Estaba segura que seguía pensando que el frasco era mío y si así era, quizás se lo contaría a otros, o, ¿ya lo hizo?
No. Ya estaría siendo rodeada y encerrada.
No era mío, de eso estaba segura, ¿y si trataba de resolver el malentendido con él? Apreté las manos a mi camisón con precaución, quizás debí comentarle a Anya lo del frasco y mencionar que fue Dmitry quién lo encontró, pero había algo más que no entendía, si les hicieron un interrogatorio, ¿no se les ocurrió mencionar en ningún momento que encontraron en mi mochila un frasco con sangre de experimento?
Estaba tan airados que era imposible creer que ninguno habló de mí y de que supuestamente estaba involucrada en lo que sucedió. Me costaba creerlo que Anya ni siquiera lo mencionara, ¿en serio nadie dijo nada?
Pero esas no eran las únicas dudas que tenía, todavía no podía explicar por qué me llamaron Agata ni mucho menos que dijeran que mi aspecto cambió.
Se referían a mi cabello teñido de castaño y mal cortado, pero, ¿por qué me lo corté así?
Me están doliendo las sienes.
Me obligué a salir de mis pensamientos viendo como él lanzaba el cigarrillo al suelo antes de echar una mirada al jardín y entrar al recibidor en compañía de ella. Esperé unos minutos antes de ponerme de pie, no quería encontrármelos dentro una vez fuera por el bebé.
El golpe de la brisa me encogió los músculos y me abracé a mí misma antes de salir bajo de la sombra del árbol y recorrer el jardín. Instantáneamente clavé la mirada en esa misma mesa de madera, Pym ya no estaba en el asiento ni mucho menos estaba en el jardín, me pregunté a donde habría ido, o si acaso regresó a su habitación. Jenny dijo que se sintió mal y tal vez seguía sintiéndose igual después de que Rojo 09 regresara al muro.
Solo esperaba que se recuperara. Aunque más esperaba que los síntomas del embarazo no me afectaran tanto como a ella. Pero sería difícil, ¿no? Ella estaba embarazada de un experimento rojo y yo de uno del área negra... la carga de la genética era más pesada, así que habrian más complicaciones, ¿no?
No, espero que no. ¿Y por qué me estoy tardando tanto en contárselo a Sarah?
Porque temo que se lo diga a Anya, peor aún, a Keith...
No podría soportar mirarlo a los ojos cuando tenía ese anillo en su dedo. Y ahora que sabía que Sarah trabajaba para él, me dejaba muchas dudas. ¿Si le pedía que no dijera nada, no lo haría?
Necesitaba su ayuda, así que tenía que decidirme pronto.
Entré a recepción atragantándome casi con la saliva cuando encontré a Dmitry y a su amante sentados en el sofá principal del recibidor. Mismo que se acomodaba delante de las puertas. La incomodidad me trabó el paso y fue peor cuando ambos dejaron de reír y él levantó su rostro hacia mí, sus orbes azules me recorrieron con disgusto y tan solo llegó a mis ojos, apretó la mandíbula, por otro lado la mujer a su lado se removió inclinándose sobre las rodillas de Dmitry.
—Tenías que arruinar tan hermoso día —escupió con molestia—. Vete, no quiero que mi novio se meta en problemas por tu culpa.
Tragué sin soportar la ira que destelladas en sus ojos y no le di una mirada a Dmitry rodeando pronto el sofá con la pesadez en el pecho. Me acerqué a la guardería cuya puerta se mantenía cerrada y, antes de tocar la madera, eché una mirada sobre el hombro a los dos.
Su ira me inquietaba, ganas tenía de regresar y recalcarles que el frasco no era mío, pero me mantuve ahí y estrellé los nudillos en la puerta hasta que fue abierta.
Molly se asomó bajo el umbral con una pañalera en su hombro y con Tayler entre sus brazos. El pequeño usaba un grueso mameluco de oso panda con orejones rosados, y tan solo sus orbes carmín me encontraron, una risa encantadora salió de su boca y me extendió los labios, ahogándome un quejido de dolor debido al golpe.
—Creí que vendrías más tarde—aseveró descolgándose la pañalera que pronto me extendió y tomé colgándolo en mi hombro —. En fin, terminé con Tayler antes, ya está seco y bien cubierto así que puedes sacarlo al jardín.
Tayler sacudió sus piernas y brazos extendiéndolos hacía mí como si supiera que me lo darían. Ella se lo apartó y lo sostuve con ambas manos antes de acercármelo y sentirme contagiada con su adorable sonrisa de hoyuelos remarcados.
—Esta vez espero que lo regreses antes de las 8 pm, sino es que quieras dármelo mucho antes—aclaró—. La pañalera tiene su biberón y su leche que le toca dentro de dos horas. Hay pañales y toallitas, así como juguetes que solo le pertenecen a él. No los pierdas.
—No lo haré, no te preocupes.
Pareció dudar de mis palabras y asintió apenas para despedirse con un beso que dio en la frente del bebé y cerrar la puerta frente a nosotros.
Contemplé a Tayler recordando su llanto de anoche y dejé que los nudillos de mi mano acariciaran apenas su suave mejilla en tanto lo sentía saltar en mis brazos.
—Perdóname por dejarte anoche—sentí mis propias palabras, y no esperé que ese pequeño rostro de mejillas sonrosadas se levantara, extendiendo una ternura de sonrisa y agrandando sus mejillas que no tardé en tomar—, no volveré a hacerlo, es una promesa.
Balbuceo como si me respondiera remarcándome la sonrisa. Lo acuné en mi pecho antes de moverme y aproximarme al elevador, tan solo entre viendo como sus pequeñas manitas se aferraban a los botones del camisón tejido que llevaba puesto, presioné en la pantalla la segunda planta.
Me sostuve de la baranda luego de eso, viendo como las puertas metálicas empezaban a cerrarse hasta que, de un momento a otro, Dmitry se adentró de costado y de un modo instantáneo que apenas pude vislumbrar la silueta de Angela tratando de alcanzarlo, desapareciendo detrás del metal.
Sus orbes azules se clavaron en mí y una pesadez incomoda comenzó a adueñarse de mi cuerpo cuando dio el primer paso, endureciendo su mirada cuando reparé al bebé en mis brazos.
—Mírate, con un bebé en los brazos, tú sí que eres hipócrita—espetó.
— ¿Por qué estás aquí? —Me aferré aún más a la pared.
—Tranquila— alzó ambas manos y sin moverse de su lugar torció sus delgados labios en una mueca—. No pienso hacerte nada. No soy como esos idiotas, que, por cierto, lograste tan fácilmente que fueran transferidos de la base, y aunque se lo merecían tú tampoco era una blanca palomita, así que deja de comportarte como si estuvieras limpia, Agata.
Ese no era mi nombre.
—Ese frasco no era mío, ¿cuánto más debo repetirlo?
— Me cuesta creer que perdiste la memoria después de lo que hiciste anoche —enfatizó, hundiéndome el entrecejo.
—Porque recordé lo que me hicieron—arrastré con severidad.
—¿Y no lo merecías? —su espesa pregunta me apretó los labios, no iba a responderle—. Que olvidarás todo así tan sencillamente es aún más injusto, tienes la conciencia limpia y eso me repugna.
Tan solo sentí como el elevador se detuvo y las puertas se abrieron, no perdí mi tiempo moviéndome enseguida y rodeándolo con tal de salir al pasillo, pero esos largos dedos rodeándome el brazo y deteniéndome al instante en que su rostro se inclinó y rozó sus labios en mi oído.
—No te voy a desenmascarar ni te haré sentir la basura que eres, pero espero que pagues— escupió, su aliento me endureció el cuerpo y forceje, tirando de mi brazo y rompiendo su agarre.
Salí al corredizo girando con temor de que me siguiera, no obstante, Dmitry se quedó dentro del elevado, acercándose a la pantalla antes de presionar uno de los botones y mirarme con la misma rabia que encendía el azul de sus orbes en tanto las puertas comenzaban a cerrarse.
—Todo lo que hiciste, ¿cómo fuiste capaz de olvidarlo?
El aliento se me escapó con la ira que sentí tan palpable en cada una de sus palabras, dejándome aturdida. Las puertas metálicas se cerraron y el silencio me dejó en la misma posición repitiendo su voz una y otra vez. ¿Qué fue lo que hice? ¿Por qué no lo decia de una vez?
Extendí los labios en una irritable mueca, odiaba esta sensación, la empezaba a detestar con toda el alma, se exparcia en mi cuando más eran las dudas y no había nada en mi mente para aclararlas. Nada venia a mi, no podía recordar nada para defenderme y tranquilizarme. Pero, si fuera cierto lo que él dijo, me lo estaría aventando todo a la cara y no se quedaría callado, ¿por qué hacerlo?, ¿por qué no decírmelo de una vez? Eso era lo extraño, que entrará al elevador para soltar todo a medias y luego irse como si nada no tenía sentido.
Tal vez solo quería asustarme, solo quería molestarte porque creía que mentia con lo del frasco y porque le molestó que los enviaran al campamento.
Un tirón en mi camisón apenas me hizo reaccionar, me mantuve atenta en las pequeñas manitas del bebé jugueteando de los botones de la prenda, se veía tan entretenido que la mueca en mis labios se transformó en una debil sonrisa.
—Ya no voy a pensar en cosas feas y solo me dedicaré a ti—besé su coronilla y decidida comencé a recorrer el pasadizo.
La caja de ropa estaba delante de mi puerta y tan solo me detuve, abrí la habitación y entré, dejándola afuera. Acomodé la pañalera encima de la cama y alcancé las almohadas colocandolas en el suelo antes de dejar a Tayler sobre una de ellas.
Tan solo lo vi colocarse sobre su rodillas y entretenerse con las fundas, volví al pasillo vislumbrando la caja. Cuanto me tentaba a dejarla ahí para que, cuando él volviera, mirada mi rechazo, pero incliné parte de mi cuerpo y con ambas manos la cargué sintiendo el peso de las numerosas prendas. Lancé una ligera queja cerrando la puerta con un movimiento de mi pierna y volviendo a la cómoda donde dejé la caja junto a los arbustos ficticios.
La observé recordando el abrigo y los jeans que Sarah me mostró, ¿cuanta ropa me compró? ¿Cuánto habría gastado en todo esto?
Lo que me molestaba era pensar que quien eligió las prendas fue Anya.
—Qué pena que toda esa ropa se desperdicie, ¿o tu qué piensas pequeño? — como si mi entendiera dejó de golpear las almohadas alzando su rostro hacia mi —, ¿debería entregársela a tu tutor o dejarla simplemente aquí para que el polvo la cubra?
Eran dos formas de rechazarlo, una encarándolo y la otra hacerlo en silencio hasta que encontrara la caja abandonada y llena de polvo, ¿y qué mejor que encontrarla de ese modo?
Apreté las manos conteniendo el cosquilleo en mis dedos inquietos por tomarla y abrirla. Y es que me sentía con unas inquietantes ganas de buscar entre todos los paquetes un par de conjuntos de ropa interior.
Me apenaba en cierto punto porque en serio las necesitaba, no me gustaba la idea de tener que usar siempre las mismas bragas. Si tomaba una o dos prendas de la caja nadie lo sabría, él nunca se daría cuenta de cuantas faltaban, y las devolvería a la caja una vez las lavara.
—Mejor la voy a mover de aquí— susurré, llevando mis manos a cada lado parar cargarla una vez más y llevarla hasta el armario para dejarla caer junto a esa mochila desgastada—. No quiero sentirme tentada.
(...)
¡ Jenny envio un mensaje!
¿Ya vieron que Nas tiró la playera de Siete? ¿Se imaginan qué reacción tendrá él?
¿Se imaginan la reacción que tendrá si esta viendo las cámaras?
Si es que lo esta viendo...
Espero que les haya gustado mucho el capitulo bellas. 16mil palabras y pasó de todo.
LOS AMO MUCHISIMO.
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