La testigo

LA TESTIGO

*.*.*

(Preparen sus palomitas, se viene el drama y el llanto Parte I)

Siete

Arietes, derriben esa maldita puerta.

Una torcedura se apoderó de mis labios ante la orden de la humana y el movimiento de tres de las temperaturas aproximándose con materiales pesados delante de la puerta. No era mala idea, y para ser exactos era lo que les restaba hacer, con la baja proporción de electricidad en el área las pantallas en las puertas no encendían, por ende, abrirlas era imposible.

Estaban preparados para todo.

No obstante, algo llamó mi atención de ellos, el color y el tamaño de sus temperaturas eran diferentes y menores a las que mi gente poseía por naturalidad. Este escuadrón estaba conformado solo de humanos, ninguno de los militares era de los nuestros.

Que equivocado estuve al pensar que habría experimentos entre ellos, y aunque su ausencia me favorecía de algún modo con el plan, también hacía que las cosas resultaran ser aún más peligrosas.

Se me entumecieron los dedos deslizándose sin titubeo alrededor del mango de una de las armas, preparándome para desenfundar. Sin uno de los míos presentes, fácilmente me pensaría que estos humanos venían por la testigo y con intenciones de sobra.

Mi estrategia cambiaría entonces, ahora me quedaba averiguar cuántos de esos soldados conocían la verdadera identidad de Nastya.

Nadie era tan tonto para entender que, los sobrevivientes la conocían como la mujer rubia de cabellera larga, frente amplia y mirada marrón, pero los humanos con las que se involucró e hizo tratos, sabían del color auténtico de sus ojos, y los mismos, estarían repartiendo dicha información para dar con ella, y la coincidencia de hallar otra humana con la misma herencia genética en el subterráneo, era absurda.

Estruendos metálicos se levantaron desde el mismo lugar, crujidos con rotunda brusquedad que le acompañaron haciendo respingar al humano.

—¿Qué es eso? — La temperatura del humano se elevó ante la adrenalina—, ¿son ellos? ¿Llegaron?

—¡Ya están aquí! — la voz de Seis se extendió desde la escalera—. Están golpeando la puerta, puedo escucharlos, Siete.

Tarde como siempre.

Las vibraciones de los pasos de Seis cruzando con desespero el piso de incubación se perdieron al concentrarme únicamente en los militares siendo empujados de la puerta por la humana que los encabezaba. Los estruendos cesaron, dejando únicamente el sonido de unas piezas siendo desenfundas de su chaleco.

Bombas, soldados—escupió la humana alzando uno de sus brazos, mostrando el material explosivo —. Si los Arietes no funcionan, utilicen bombas.

Volarían la puerta. No era una táctica demasiado inteligente cuando con la misma se provocaban derrumbes, pero no estaba de más decir que era lo que restaba.

—¿Qué sucede?

Ignoré al hombre, atento a los movimientos que emitían las manos de la humana pegando el explosivo en la parte inferior de la puerta. No solo era audaz con su tropa, resultaba ser lista también para saber dónde colocarla y no terminar destruyendo el techo. Por lo tanto, ella estaría en la mira de ahora en más.

—Van a explotar la puerta— contestó la hembra detrás de mí.

—Eso producirá un derrumbe.

—Es lo que resta, ya no se pueden abrir —añadió y el roce de sus dedos sobre el antebrazo, apenas apretaron mi quijada recordando sus mentiras —. ¿Siete nos quedamos aquí o bajamos?

—Hasta que la estallen — arrastré dientes sin dejar de estudiar las temperaturas.

—¡Apártense! —gritó la humana, retrocediendo de la puerta junto al escuadrón.

Se me ensanchó la mueca en los labios, extendiendo los parpados con la mirada en la última puerta, cinco soldados se mostraron ansiosos, en tanto el resto permanecía firme y preparado para lo que fuera que se encontrarán detrás de la puerta.

Un tintineo acalló el silencio.

Uno.

Dos.

Tres.

El estruendo ensordecedor que se emitió desde el metal, extendió toda una oleada de tierra frente a nosotros. El chirrido de la puerta y el marco cayendo para estamparse contra el suelo no fue comparó al sonido del agua adentrándose al área y el trozo de pared cayendo de la estructura y rompiéndose sobre el metal.

Tengo miedo— el sollozo de la niña llegó a mis oídos como el retumbar detrás del pecho de Nastya—, ¿qué fue eso?, ¿son más monstruos?

—Quédate aquí.

Desde el rabillo atisbé el movimiento de la puerta en la oficina siendo abierta sigilosamente por las curvas de la humana, no perdí más tiempo y con la tierra esparciéndose en humo y el agua llenando a su paso, desenfundé dos de las armas y me encaminé a la escalera de asfalto. Bajé los peldaños con Seis y el hombre persiguiendo mi espalda y, mojándome las pantorrillas rodeé la estructura del piso con las armas empuñadas.

Soldados— la señal de la humana con la palma de su mano ordenó el caminar de los soldados al interior del área.

Levanté las armas y me hundí bajo la densa neblina de polvo, no dispararía a menos que la amenaza fuera mostrada ante mis ojos.

Vislumbré las oscuras siluetas adentrándose una tras otra y a los costados del agujero creado, sus armas alzadas y preparadas se dibujaron a metros de mí señalando en dirección con su infrarrojo, tratando de ver a través de la tierra.

Detuve el paso señalando a dos de ellos y los cuales eran los más cercanos. El color se fue añadiendo a los trajes que les vestían, uniformes negros y engordados, chalecos antibalas cargadas de bombas, cinturón de armamento y cascos del mismo color.

No eran los militares, al menos no los que llevaban mí mismo uniforme en el exterior. Sus rostros tomaron forma con distinción de facciones, mujeres y hombres de todos los tamaños y edades se mantenían firmes. Entre ellos, dos, de quienes sospeché.

Sus ojos pronto se encontraron con mi presencia cuando el polvo se aclaró, y sin la mínima señal de miedo y extrañez permitieron que sus cañones me apuntaron tal y como mis armas lo hacían también.

—Bajen sus armas soldados.

La comisura se me arrugó y no por la orden que fue obedecía instantáneamente por los militares, sino porque la dueña de la voz que tomó también forma, atravesando el agujero rocoso, pisando los escombros sin tambalearse con la fuerza del agua adentrándose detrás de ella.

Bajé las armas, atento.

Alta y con curvas delineadas, llevaba el mismo uniforme, pero con emblema de alas colgando sobre la parte izquierda de su pecho y una pantalla de registro sostenida entre sus manos de piel pálida.

Con el rostro levantado y contorneado por el casco, dejó que su endurecida mirada celeste se encontrara con la mía, evaluándome el uniformé con desinterés, atendió al resto de humanos que se acomodaban por detrás y se detuvo a solo metro de distancia.

—Soy el coronel Ivanova de la fuerza de operaciones especiales— Sus labios delgados y largos se movieron con seguridad, el órgano detrás de su pecho no le desmintió—. De ahora en más están bajo mi protección.

—¿Hay más contaminados? —Richard hizo su pregunta.

—Nos dedicamos a exterminar la plaga, caballero—respondió y su pronunciación me dio a saber que no era rusa—. Ahora...

—¿Y apenas vinieron por nosotros por el localizador? — interrumpió Seis.

—El localizador que tiene uno de ustedes funcionó siempre— afirmó —. Pero hubo impedimentos por los que no pudimos bajar antes.

—¿El derrumbe o cuáles?, ¿por dónde lograron entrar?,

—¿Entraron por el derrumbe en el comedor? — esta vez fue Richard quien se apresuró a hablar.

—Ahórrense sus preguntas —sostuvo tensionando su cuello—. Ahora, ¿quién es el dueño del rastreador?

Cabizbaja miró la pantalla de registro, permitiendo que ese mechón rizado y castaño se le escapara del casco y la luz de la misma le sombreara las pecas que se dibujaban a lo largo de sus mejillas.

—Lo tienes enfrente—arrastré con asperidad.

Sin ningún gesto de sorpresa, levantó su rostro y me miró, el endurecimiento en sus ojos se ablandó en tanto un par de sus delgados dedos se acomodó el mechón.

— ¿Eres tú? —señaló apenas apartando un dedo del material, mismo que miró una vez más—. Negro Cero Siete, ¿es así?

—Así es.

Enderezó más su rostro de mentón alargado y se descolgó la mochila, guardando la pantalla a la vez que curvaba sus labios en una ladina mueca.

—¿Speak english?, ¿você fala português?, ¿parli l'italiano?, ¿Tu parles français? —preguntó sin detenimiento.

Arqueé con lentitud una ceja, la intriga de sus preguntas me ladeó el rostro observándola colgarse su mochila y mover sus esbeltas piernas frente a mí. El sonido del agua se levantó entre los dos y las miradas atentas a nosotros.

—Sé que los experimentos adultos tienen una amplia variedad de lenguas aprendidas. Me dieron los idiomas que se les enseñó aquí— se detuvo a tan solo pasos de mí, dejando los centímetros notarse entre nuestra altura—, por los menos, debiste entender una de las cuatro. Será con el que tú y yo hablemos de ahora en más.

La comisura izquierda se me extendió, entendí el por qué hablar en otro idioma, la humana tenía un mensaje para mí que no debía ser escuchado por el resto y eso todavía la hacía más intrigante.

No me pregunté con cual idioma hablaría, los entendía todos, pero solo utilizaría dos con ella evitando que otros siguieran la conversación porque no estaba de más decir, que uno de ellos podría entender el idioma.

—Capisci—articulé.

Asintió, lamiendo sus labios.

—¿Dov'è il testimone?

«¿Dónde está el testigo?» La humana ni siquiera dudó en ir al grano, y se equivocaba si se creía que le respondería sin antes convencerme.

No obstante, con su cuestión pude percibir a esos dos soldados mirándose entre sí.

No solo serían sospechosos junto con ella, sino que entenderían el idioma y, por lo tanto, estarían atentos a lo que se dijera.

—¿Come faccio a sapere che ci si deve fidare, Ivanova? — escupí entre dientes, viendo el apretón en sus labios.

«¿Cómo sé que eres de confiar, Ivanova?»

— Sono qui per conto dell'uomo che ha fatto un patto con te, ministro Materano, ¿ti ricordi? — explicó.

«Estoy aquí por parte del hombre que hizo trato contigo, ministro Materano, ¿lo recuerdas?»

Alcé el rostro evaluando sus ojos celestes y la severidad con la que me encaraba también. No había ninguna reacción en ella, su órgano cardíaco latía sin alteración, la humana no estaba nerviosa y no parecía mentir.

Pero no era tan tonto como para pensar que eso la haría ser de confianza. Había quienes mentían con un gesto seguro y sereno, pero internamente el corazón se les desbocaba, y había quienes mentían y su interior no se inmutable con la más mínima contracción, y esta humana podría ser la segunda opción al igual que muchos de los soldados que le acompañaban.

Los dedos de mi mano cosquillearon, no estaría mal tomarla del brazo, atraerla a mí y provocarla. La simple cercanía y haciendo la pregunta correcta, bastaría para sentir la más pequeña reacción que se desataba dentro de ella y saber qué tan mentirosa resultaba. Seria tal y como lo hice con Nastya, aunque con ella no tenía por qué acorralarla, sabia mentir perfectamente tanto con el rostro como internamente pero cuando se traba de mí, lo que latía tras su pecho siempre la traicionaba, así que acorralarla era solo por gusto y deseo.

Con esta humana no lo haría, no solo porque era una pérdida de tiempo sino porque había otras formas de saberlo.

—Così è.

«Así es» Sus ojos prestaron atención al movimiento rígido de mis labios antes de asentir.

—¿Il testimone è vivo? —repitió sin chistar, alargándome la boca.

—¿Testigo vivo? — la voz de la hembra endureció mi quijada.

Rozó su brazo con el mío y los dedos de sus manos se deslizaron apenas por el antebrazo, acariciando las venas. Marcaba su territorio con una humana desconocida, su acción no podía ser más absurda. De nada servía.

— ¿Quién es el hombre?, ¿cuál trato? — Su voz estaba envuelta en confusión —. ¿No íbamos a irnos ya?

—Nos iremos cuando yo diga— aseveró Ivanova—. Y este tema está fuera de tu alcance, así que mantente aparte.

La exigencia de la humana le crujió los dientes a Seis. Sus dedos se apartaron de mi brazo y pude atisbar sus puños apretarse.

—Pero también sé italiano, humana— apresuró a decir con sequedad, y una mueca alargando sus labios—, puedo entenderte perfectamente.

— En esto no te entrometas — enfaticé con asperidad mirando a su rostro, sus ojos buscaron una explicación en los míos, una que no daría—. Ve con el infante que no deja de retener a la humana en la oficina, y bájalas.

No dijo nada y se apartó de mi lado. No estaba de más decir que si se quedaba a mi lado, prestaría atención a lo que dijera la militar y haría sus preguntas, preguntas que no respondería. Preferia tenerla desconociendo del trato que hice con el hombre, y solo mantenerla con el mínimo de información.

— Ribattere, Cero Negro Siete— la voz de la militar, enderezó mi rostro, la encontré dando un paso más cerca de mi—. ¿Il testimone è vivo?

Seguí estudiándola en el silencio que me tenté a dejar, tenía la respuesta a su pregunta palpándome los labios, pero con una mala jugada, perdería el plan.

— L'homme m'a donné un code, ¿n'estce pas? —sostuve el acento francés con ápice espeso.

«El hombre dio un código, ¿no vas a nombrarlo?»

Reconociendo lo peligroso que resultaba volver al subterráneo por evidencia y por una testigo, el hombre nos dio un código con el cuál podríamos confiar en todo aquel que lo diera.

—Te hice una pregunta, humana— la asperidad de mi voz apretó sus labios.

Miró mi puño apretando el arma con severidad, como a mis muslos acortar el único paso entre los dos, unos pocos centímetros eran todo lo que restaba entre nuestros cuerpos para palparse y tal espacio no restaría. Alzó su rostro, encarándome con firmeza, el casco se le resbaló apenas de sus cejas, mostrándome el entrecejo endurecido.

Tembló.

— De no responderme me reservaré dicha información—advertí.

Sus labios se alargaron en una mueca, arrugó ligeramente su nariz mirándome como si de pronto mi desconfianza le frustrara.

—Vous vous méfiez de moi, je n'ai aucun problème avec ça mais je le fais avec le temps— escupió cada palabra con la mandíbula tensionada—. Code, le faucon vole, l'aigle tombe, il y a un poisson dans l'eau, un, cinq, zéro, ¿prêt?

«Desconfías de mí, no tengo problema con ello, pero sí con el tiempo. Código, El halcón vuela, el águila cae, hay un pez en el agua, uno, cinco, cero, ¿listo?

Interesante. La humana conocía las palabras, aun así, que las supiera no me aseguraba que era
de confiar.

— So che non ci si può fidare delle mie truppe ecco perché ti parlo in questa lingua, e se il testimone è vivo, il pericolo per noi sarà maggiore— añadió, sin desvanecer la mueca, que le dibujaba un hoyuelo—. ¿Lei è viva?

«Sé que mis soldados no son de confiar por eso te hablo en este idioma, y si la testigo está viva, el peligro para nosotros será mayor. ¿Está viva?»

Su rostro se ladeó, sus ojos se entornaron hacía alguna dirección detrás de mí, no me hizo falta torcer parte del cuerpo y echar una mirada para saber a quienes observaba cuando presté atención a las tres vibraciones acercándose a Richard.

Era Seis el infante y Nastya deteniéndose a solo metro de mí, y la mujer no fue la única que prestó atención a ese par de nuevas figuras. De los soldados que se acomodaban detrás de ella, varios también lo hicieron.

No perdí el tiempo estudiando sus rostros y sus alteraciones, el desinterés, la apatía, y uno de ellos con barba descuidada y mirada marrón cabizbajo contrajo los parpados, dibujando una curva de satisfacción en los labios que lo traicionó.

Encontré a uno.

Faltan los otros.

—¿Sono tutti sopravvissuti? —preguntó Ivanova, devolviendo su atención en mí—. Materano ha detto che la giovane donna aveva gli occhi marroni.

«¿Son todos los sobrevivientes? Materano me dijo que la joven tiene ojos marrones»

Se me retorcieron los labios en una sonrisa ladina e irritada, la humana ni siquiera dudaba de la mujer de mirada exótica, pero en su grupo ya había un soldado que la reconoció.

El tamborileo detrás de su pecho y el aumento en el calor corporal de su piel, me desvaneció la torcedura. Mis feromonas estaban afectando con ella y mal momento para hacerlo.

No se te ocurra humana.

—Il testimone è morto. È morta da sei giorni. Devono essere venuti prima—respondí con pausa y entre dientes, dando otra mirada al soldado de barba descuidada —. Ma che questo morto non complica nulla, ha le informazioni che stavano cercando.

«El testigo murió. Lleva muerta seis días, debieron venir antes. Pero que este muerto no complica nada, tienen la información que buscaban.»

La mujer respiró, su pecho se agrandó y negó ligeramente con la cabeza, alargando una mueca en su boca.

—Te sorprenderá saber lo que sucedió con ella.

La mandíbula se me endureció.

— ¿A qué te refieres, humana? — arrastré.

No pudieron haber perdido tanta información a la que nos arriesgamos, por lo menos, no al estar resguardada en tres USBs que el militar se llevó con el resto del grupo.

— Se nos acaba el tiempo, así que esta conversación la tendremos afuera— espetó dando un paso atrás y prestando atención a los humanos—. Estaremos reuniéndonos con tres grupos más y uno más en el comedor, quiero que ustedes estén entre los soldados.

—¿Qué hay con el gas? No han dicho nada al respecto, ¿sigue afectando?

Las olas eléctricas que se dispararon en la voz de la pequeña humana, recorriendo la piel de mi cuerpo endureciéndome los músculos y concentrando el calor en mi miembro. No era el momento para tener una erección

—¿De cuál gas habla, señorita? — Ivanova dio un paso a mi lado.

—El primer grupo que vino al subterráneo soltó bombas de gas venenoso— respondió, levantando la mirada de muchos soldados, entre ellos, ese hombre que no dudó en recorrerla entera.

—Si nosotros estamos vivos quiere decir que no afecta tal gas— aclaró volviendo atrás—. Dejen sus preguntas para el exterior, aquí abajo solo recibirán órdenes que deberán acatar. No se aparten de nosotros y no toquen las paredes.

Su exclamación no fue lo que me tensó, los espasmos detrás del pecho de Nastya estaban zumbando en mis oídos y desconcentrándome de los soldados. Su órgano latía, pero no de miedo, era de dolor y ansiedad, y que sus contracciones siguieran sin detenimiento apretaron mis dientes.

Dolor era lo que no debía sentir, y no me explicaba que lío tendría en la cabeza para sentirse herida y no aterrada de lo que podría ocurrirle durante el camino y en el exterior. Los motivos podían ser muchos, la culpa o mis acciones, pero la conversación que tuve con la humana no era una de ellas.

A menos que Seis se le ocurriera mencionar lo poco que escuchó.

Si tuvo el impulso de soltar la boca, no lo pasaría por alto y sería diferente a lo que sucedió en la ducha. No obstante, lo que escuchó no era suficiente para que Nastya tuviera una idea de lo que trataba.

—Marchemos— exigió Ivanova desenfundando un arma y dando media vuelta—. El camino es largo, señores, si uno se pierde se queda y no hay vuelta atrás.

Hizo una señal con la palma de su mano y el grupo de soldados levantó sus armas, se volteándose detrás de ella. Uno a uno fue atravesando el agujero y Richard no tardó en seguirles.

Me forcé a desbridarme de las contracciones en Nastya y memoricé la temperatura y silueta del hombre al que estaría atento cada minuto, el mismo se acomodó al final de los soldados ajustándose el chaleco y echando una mirada detrás de su hombro.

Sus ojos se centraron en la mujer de curvas exóticas que pasó junto a mí, la manga de su camisón se rozó con mi brazo y el aroma de su piel fue inhalado por mis pulmones como bestia hambrienta. Nastya se acercaba a los escombros en compañía del infante sosteniéndole la mano, llevaba puesto los jeans apenas moldeando sus piernas, y un arma que se enfundaba en el bolsillo trasero, una que no contenía más que dos balas.

Los nudillos se me blanquearon al ver al soldado deteniendo a otros para abrirle paso a la hermosa mujer. Le extendió una media sonrisa de interés y si realmente lo estuviera detrás de su pecho el órgano daría al menos una mínima alteración.

Nada.

El hombre fingía.

—Sera mejor que se queden entre nosotros y no atrás— fueron sus palabras y sus ojos no dejaron de escudriñar el rostro de Nastya.

—Eso haremos—confirmó ella.

No estaba embobado como Richard cada que la tenía enfrente. Pero fingía hacerlo.

La suposición de que este bastardo la reconocía pese al cabello corto, cada vez era más acertada. Antes le habían hablado del color de sus ojos, porque encontrar una humana con la misma herencia en el subterráneo, era absurdo.

—Así podemos mantener a salvo a dos señoritas bellas— Miró al infante junto a ella, extendiendo su falsa sonrisa—, ¿entendieron?

—Sí señor soldado— el infante le sonrió, que rápido confiaba en los humanos.

—Llámame Ryan— Extendió las cejas—. Soldado Ryan.

Ese no era su nombre.

—Estaré manteniéndolas a salvo de ahora en adelante—agregó, reforzado la máscara que trataba de construir con ellas.

A punto estuve de sentir en los labios explorarme una burlona e irritada sonrisa, el humano resultaba un imbécil, era malo para mentir sin controlar su interior, pero bueno para encararlo.

—Me cae bien, Nas, ¿y a ti?

—También— y otra mentirosa—. Vamos, pequeña, hay que salir.

Mis puños sintieron el deseo de levantar el arma y plantarle las balas al cráneo cuando siguió la silueta de la mujer atravesando el agujero a la vez que dejó que sus dedos se movieran ansiosos en el arma y la sonrisa en sus labios dibujara malicia.

Más evidente no podía ser el maldito hijo de perra, y aquí mismo lo mataría sin titubeos. Uno menos de qué preocuparme, pero entonces, cometería el error y las preguntas desbordarían. Debía ser precavido y encontrar al resto de bastardos que tenían el mismo objetivo.

Hasta entonces, este hombre no la lastimaría, teniendo a los soldados presentes matarla a sus ojos seria matarse a sí mismo. Pero intentaría, tomar su oportunidad como el resto de corruptos.

—¿Se quedan o qué? — preguntó el imbécil, arrugándome la comisura.

—¿Qué sucede, Siete?

No respondí a Seis y acerqué el paso a los soldados que permanecían en nuestra espera. Subí los restos y detuve el paso frente al humano a quien le imaginé el rostro repleto de agujeros proviniendo de las armas en mis puños.

Alzó su rostro y amargó sus labios con una mueca, hundiendo sus cejas y haciéndose el confundido.

La torcedura se me ensanchó, imaginando las numerosas muertes que tendría el humano entre mis manos si se atrevía a ponerle un dedo a la humana.

Conmigo vivo, matarla o lastimarla les sería imposible.

—¿Qué pasa, hombre? — preguntó y la severidad en su rostro era fingida—. ¿Sucede algo?

—¿Siete?

—¿Por qué se están tardando tanto? Soldados salga ahora — la exclamación de Ivanova se alargó en el pasadizo—. Formen filas.

Desvanecí la torcedura y sin dar una sola advertencia al humano, e ignorando el rostro desconcertado de Seis como el resto de soldados que todavía se acomodaban dentro del área y detrás de mí, atravesé el agujero hasta el corredizo estrecho.

La humana que lideraba al grupo discutía con uno de los soldados al frente, tiempo suficiente para echar una mirada a la estrategia del pasillo. El techo era una mina de grietas y hoyos con los cables eléctricos colgando las farolas parpadeantes, pero las paredes todavía se sostenían con luces solares.

Conté las bombas temporalizadoras debajo de cada foco y a lo largo del pasillo, volarían hasta el último centímetro del laboratorio en el que nací. Aguardaba el momento de verlo estallar y sentir satisfacción.

—¿Por qué Seis y el Ogro no viene con nosotras? El infante señaló en mi dirección, tirando de la mano de la humana para que girara a mirar—. ¿Te peleaste con el Ogro?

La contracción tras el pecho de Nastya apretaron los labios.

—No, pequeña.

—Entonces, ¿por qué están allá? — siguió inquiriendo, tirando de su camisón y mirando hacia nosotros—, ¿no es peligroso? ¿O nos protegerán como los militares y el soldado Ryan? Quiero a Seis con nosotras, ¿se va a quedar allá con el neonatal?

—Ve con ellos Seis—ordene a la hembra a mi lado.

Enviarla haría que el humano se sintiera intimidado, en tanto me quedaba por detrás, estudiando al resto de soldados hasta hallar a más sospechosos. Este sería trabajo que me tomaría hasta salir al exterior y estar cerca de Nastya podría hacer que el resto de los corruptos se escondieran más ante mí y fuera dificultoso encontrarlos entre todos ellos.

—Sí, iré, Verde 56 está teniendo miedo— Seis dio un paso al frente, volteándose a mí con el neonatal todavía durmiendo sobre su hombro.

Aun con la explosión no despertó. No era de extrañar, los sentidos de los neonatales estaban en desarrollo, a esa edad eran incontrolables y por momentos los dejaban sordos, por lo tanto, la explosión pudo escucharlo como un simple crujir.

— ¿Tú vendrás con nosotros? — me preguntó.

—Me quedo.

Con una mueca confusa, asintió y siguió el paso junto a ellas.

Recibí el golpe en el brazo proveniente de mismo soldado, trotando entre el agua para acomodarse a medio metro de Nastya. Crujieron mis dientes, la intención se le notaba y no la hacía ocultar. En ese caso, mi intención de matarlo cuando se me diera la maldita oportunidad, tampoco lo ocultaría.

No obstante, le permitiría quedarse junto a su víctima. Tal vez la arriesgaría, pero mejor era tener al enemigo cerca y bajo la mira, que lejos sin afirmarse más sus intenciones.

Ahora me quedaba estudiar al resto de los soldados, saber quién más estaba liado con él.

—Listos, soldados — gritó Ivanova alzando su brazo y haciendo la señal—. Andando.

Los militares se acomodaron en tres filas, una a cada costado, y la última detrás de los sobrevivientes. A esta me alineé moviéndome al compás de los soldados recorriendo lo largo del pasillo, sin darme un solo momento de apartar la mira en al soldado que le asintió a Nastya.

(...)

Éramos más.

El número de militares se duplicó a nuestro al rededor. Minutos atrás llegamos con el segundo escuadrón que evaporizó todo un nido de parásitos, el túnel en el que encontré a Nastya con su nueva identidad— y el cual también fue incendiado— no era el único con huevecillos, no obstante, sí el único cuyos parásitos mayormente llegaron a nacer.

Tal información fue dicha por uno de los soldados del segundo escuadrón, pero la cuestión era saber a dónde habían ido las crías o si estaban muertas por el gas, el cual parecía no ser más un problema para nosotros.

De ser así, y tal como lo mencionó Ivanova estaríamos sintiendo el efecto.

Ivanova nos lideraba al frente y junto al militar que encabezaba al segundo grupo y el cual se encargaba de dar órdenes. La velocidad que manteníamos nunca disminuyó aun si encontrábamos en el camino escombros y cadáveres putrefactos acumulándose, no corríamos, no trotábamos, pero el paso era suficiente para recorrerlo todo en tan solo horas.

Los corredizos y salones que dejábamos atrás, estaban desolados, no había presencia de vibraciones extras, temperaturas ni sonidos que torcieran mi rostro y empuñaran mis armas para disparar. El camino estaba libre para nosotros, lejos de amenazas deformes, por ahora.

No estuve atento solo a sonidos externos, también a las conversaciones que por momentos eran mantenidas por los soldados, atendía a sus susurros y comentarios como a sus miradas que no terminaban puestas en Nastya.

Hasta entonces el único sospechoso era el soldado que se hacía llamar Ryan que en ningún momento abandonó el lugar al lado de Nastya.

—Eres del área negra, ¿no es así?

Exhalé largo, ignorando al hombre sin casco.

— Soy Doncan, me llaman Don—se presentó—. Vengo de Alemania, recién transferido a la unidad especial después de mi exilio.

—Ya cállate Don— uno de los soldados a su lado le golpeó el casco—. Al humano clonado no le importa tu triste historia.

Me tembló la ceja, no tuve que ladear el rostro para atender al humano crítico, con el rabillo de ojo vi su perfil, nariz aguileña y mandíbula agrandada. Un labio más grande que el otro y ojos pequeños.

Un humano clonado que adquirió la perfección que a éste le hizo falta.

—Hijo de perra, contigo no estoy hablando — musitó el otro volviéndose a mi —. Tuvieron mucha suerte de permanecer vivos. En total son dos meses los que han estado aquí, debió ser un infierno.

—¿Esa es tu idea de hacerte amigo de un experimento? — otro soldado se interpuso—. Don, ya pídele su autógrafo y cierra el pico.

La risa baja que brotó entre los soldados lo hicieron ahogar un gruñido.

—Putos metiches—se quejó.

—Soldados, a la derecha —exclamó Ivanova.

Adentramos a un bloque de habitaciones extenso, el lado izquierdo estaba destruido y los cadáveres putrefactos se arrinconaban contra el resto de las paredes.

No tuve que perder el tiempo cerrando los parpados y prestar los sentidos para evaluar cada uno de los cuerpos, a simple vista estaban vacíos de parásitos y no era único que lo sabía. Antes también fueran revisados por estos soldados. Conocían de lo que los parásitos podían hacer, utilizar el cuerpo de un humano, aun muerto, para desarrollarse hasta sobrevivir a nuestro entorno.

—¿Cómo fue que sobrevivieron tanto tiempo aquí?

Entorné la mirada al frente con la tensión a punto de estírame los labios, el soldado se decidió hacer su primera pregunta.

—El Ogro la protegió mucho a ella— señaló a Nastya —, y a mi Seis y el señor Richard que son ellos, luego nos encontramos y nos protegimos todos juntos.

Ryan extendió una falsa sonrisa, prestando atención a Nastya y no al infante.

—¿A quién le llama Ogro?

—A un hombre—Encogió de hombro.

Pero el infante a su lado giró en el camino, estirando su brazo para señalándome.

—A ese hombre malo que da miedo.

Esa mirada marrón se alzó encima de su hombro y se encontró con la mía, bajo el casco las sombras que se le dibujaban se enmarcaron con la seriedad que tomó al evaluarme como si de repente, fuera un peligro.

—El hombre termodinámico Cero Negro Siete—Dio la espalda y de perfil fingió una sonrisa—. Sí que da miedo, pero, ¿malo?

—Lo es soldado Ryan. Se le declaró a Nas pero ya no quiere estar con él porque se porta muy malo. Una vez entré al cuarto y él estaba sobre ella dicie...

—Pequeña, no.

—No la calles, humana— Seis tomó del hombro al infante inclinándola de su lado—. Si Verde 56 quiere decir algo que lo diga. Si para eso la estoy dejando a tu lado, te la voy a quitar.

— Hay cosas que no se pueden decir a otros— explicó la humana con asperidad —. Tú que eres más adulta deberías saberlo.

—Estoy con ella— apoyó el Richard—. Tampoco es que este regañando a la niña, Seis, solo es no soltarle cosas intimas a extraños.

—Pero el soldado Ryan no es extraño y me cae bien.

El susodicho cabeceó y tuve intriga de sus movimientos cuando dio un paso al costado y levantó su mano sobre el cinturón acomodándose una navaja.

Coincide, es ella—una voz robótica brotó dentro de tres cascos—. Prosigan con la orden, encuentren su momento, mátenla y salgan.

Adrenalina fue lo que se me prendió tras el pecho endureciéndolo como piedra y la ira mezclándose en la sangre de mi mano crujió el mango de una de mis armas cuando evalué el físico de los tres infiltrados.

Dos estaban en la fila izquierda y uno en la derecha, pero en el casco del imbécil al lado de Nastya no se emitió dicha voz. No tenía un auricular oculto.  ¿A qué demonios se debieron sus mentiras? Tanto interés de la nada, tanta preocupación falsa y confianza para acercarse a ella no se lo creía ni un tonto.

Estos bastaron eran inteligentes para no mostrar sus intenciones, apartados del objetivo sin dirigir una sola mirada en su dirección. Lo que tampoco me creería, era que resultaran ser solo tres los infiltrados. Demasiado absurdo para ser cierto arriesgando sus vidas en un grupo grande de militares que fácilmente los matarían. Apagaron sus auriculares para evitar evidenciarse ante mí sabiendo de mis habilidades y de mi trato, o estaban integrados en los otros escuadrones.

Ahogue entre mis dientes un gruñido cuando mis sentidos percibieron la vibración que se emitía de uno de los lados del corredizo.

Mínima, pero sutil, lenta y sigilosa recorriendo la pared de una de las habitaciones.

Un parasito.

Atrapé el movimiento de los tentáculos negros acumulándose detrás del marco, presté atención a las garras largas y picudas trepando a la madera y levanté el arma, disparando tres balas en el momento exacto en que se empujó, saltando fuera y con los tentáculos engarrotados y extendidos sobre la humana castaña.

El chillido que se le escapó no se comparó al bramido ahogado del parásito, la humana se inclinó adelante con el arma sobre la cabeza cuando la sangre le salpicó y dos de los tentáculos le golpearon el hombro.

Detuvieron el paso, girando con sus armas y apuntando al cuerpo sin vida que cayó sobre los escombros. Conté las garras en cada uno de sus tentáculos y los colmillos que le saturaban gran parte del cuerpo deforme y gelatinoso.

Este parasito no era como los otros.

Woju, qué reflejos— aventó él soldado, más interesado en mí que en el parasito y la probabilidad de que hayan más de ellos—. Aseguramos esta zona de plagas, ¿cómo supiste que esa cosa estaba ahí?, ¿tienes super poderes?

—Cambia las baterías de tu cabeza, Don, que ya no te sirven ni para pensar— se burló uno—. Ellos tienen sentidos más agudizados, ¿no te lo dijeron?

—Me hablaron de sus escleróticas negras y sus parpados para ver temperaturas, nada de sus super sentidos.

—Super sentidos y super ego, mira nada más como nos ignora, wey.

—Buena puntería, soldado— exclamó Ivanova.

Enderecé el rostro del parasito y atendí a los latidos que se desbocaban detrás de su pecho como la sonrisa de orgullo que se pronunciaba en sus delgados labios.

—Sigue atrás y atento, es una orden— guiñó el ojo y dio la espalda—. Todos los demás estén atentos también, muévanse, no tenemos tiempo que perder.

Los soldados obedecieron, memorizando al parasito y revisando las habitaciones a lo largo. Mejor que lo hicieran, si apareció, no faltaría mucho para que otro también lo hiciera.

—¿Creen que haya más de estas plagas?

—Con los que exterminamos en el comedor y sumando los nidos, no creo que encontremos muchos, Don. ¿Por qué?, ¿tienes miedo?, ¿te cagaste en los calzones otra vez?

Ja, por eso me traje los calzoncillos de tu madre— escupió.

—Yo los de tu hermana, wey.

—Pendejo, tiene 10 años.

—Y mi madre 64 años.

—Déjense de estupideces los dos—graznó uno de los soldados al frente, con tres estrellas adornando su uniforme—, serán los primeros en morir si sigue con ese comportamiento.

—Sí, teniente Gae.

—El señor Ogro es muy fuerte e inteligente—El infante tiró de la manga de la humana, su intención de hacerla voltear entorno a mí, no le funcionó—, ¿verdad, Nas?

—Todos aquí lo son—la seriedad en su voz me ladeó el rostro—. Fuertes y astutos, nadie es mejor que el otro.

Te equivocas, pequeña, nadie es lo suficiente bueno como yo.

—Gracias, señorita.

Elevé el rostro, alargando las sombras en la piel en tanto la severidad tensionaba la mandíbula al encontrar el perfil de Nastya enseñándole al hombre una sonrisa sincera.

Irónico. Le sonreía a un extraño al que acababa de conocer y todavía mentiroso, pero conmigo se contenía sus sonrisas.

—No lo dije por ti, solo mencioné lo que es cierto—sostuvo.

— Aun así, gracias. Pero sé que estos humanos clonados son mejores que nosotros, ojalá tuviera ADN reptil— alardeó él.

A ella y a todos, pero a mí no me vería la cara, éste humana ocultaba algo.

—¿Puedo llamarte por tu nombre? —pidió —. ¿Nas?, ¿así es como se llama esta bella mujer?, ¿o es un definitivo?

Nervios fue lo emitieron esas curvas que se dibujaban bajo el camisón cuando el humano le ensanchó la sonrisa. Me pensaría que era por su coqueteo y que la misma se sintió interesada por el alago, pero las feromonas que la retenían presa de mí, le impedirían sentirse atraída por otro.

Su órgano no latería por ningún humano que no fuera yo.

—Sí, llámame Nas.

Me tuve que recordar que la humana era astuta también, el motivo por el que respondía únicamente como Nas se debía a que evitaba ponerse en evidencia. Dar su nombre completo sería un error, aunque no estaba de más decir que no le serviría de mucho, ya que otros reconocían su identidad por su mirada exótica.

—Bueno bella Nas— El mango de la segunda arma crujió—, ¿sabes que irán a una base militar?

—El clon rompió el arma— musitó uno.

Woju, ¿y esa super fuerza? — sentí el codazo en el brazo—. ¿Qué otras habilidades tienes?

—Cierra la maldita boca— arrastré engrosado, sin detenerme a repasar el órgano latiente de mi mujer.

Tal vez debía dar por sentado lo que me propuse. Acercarme de una maldita vez y marcar mi territorio, pero no era estúpido para echar a perder mi plan solo porque a la humana terca y testaruda se le ocurría sentirse nerviosa con el hombre que tal vez quería matarla.

—Y con super mal carácter—bufó el aguileño.

Las risas volvieron a mi costado, y no presté atención, no perdería el tiempo con humanos que cargaban armas, pero no cerebro.

—¿Tendrá super fuerza para coger también?

—Super polla— susurró otro.

—100 a que no se cogió a la grandota, se le nota lo amargada y seca a kilómetros.

—Confirmo.

—Reconfirmo.

Las carcajadas volvieron, retenidas por lo bajo.

—500 a que se cogió a la rubia exótica.

Los disparos brotaron del cañón, goteando el agua y estallando al suelo a milímetros de sus botas, el impacto les atragantó las risas con las armas apretadas a sus pechos.

—¿Qué demonios...? — se quejó el aguileño, alargando una sonrisa nerviosa—. ¿Super oído también?

—Recojan sus cerebros y sigan caminando— ordené entre dientes—. No estamos en un maldito circo de imbéciles.

(...)

Siete se nos soltó, Ja, me encanta como este personaje poco a poco empieza a desarrollarse. 

Espero que este capítulo les haya gustado ternuras, esperen al de mañana que va a estar bastante bueno.

ESTE CAPITULO ESTA DESICADO A LAS BELLAS:

: YoanaGarcia481 FELIZ CUMPLEAÑOOOS. DESEO DE TODO CORAZÓN QUE TENGO UN HERMOSO AÑO LLENL DE MOMENTOS ESPLENDIDOS Y EXPERIENCIAS ❤

: MerceRodriguez394 Te quiero hermosa❤

LOS AMOOOO!!

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