La pequeña Jennifer
LA PEQUEÑA JENNIFER
*.*.*
Nastya.
La confusión me golpeó cual bala y el sabor amargo se extendió a lo largo de mi lengua sin poder descifrar si era porque la niña parecía conocerme o el malestar en la parte baja del estómago que me incomodó.
Llevé la mano al vientre sobándome y miré una vez más el ascensor repitiendo la escena en mi cabeza y tratando de armar un rompecabezas con lo poco adquirido. Sí esa pequeña no me conociera no habría reaccionado como lo hizo. Pero, ¿de dónde me conocía? Está era una base militar, ¿qué hacía una niña aquí? La que podría tener respuestas sería Sarah y como quise que regresara.
No entendí por qué ella me miró así, un momento era como si hubiera visto un fantasma y al siguiente estaba molesta. Cerré la puerta, no sin antes dar una segunda mirada al pasillo creyendo que ella volvería. El malestar siguió como el cumulo de dudas y me obligué a tragar saliva un par de veces antes de asegurar la puerta y apartarme.
Se me perdió la mirada en el cuarto desolado y desconocido, la sensación inquietante y ansiosa me hizo morder el labio y moví las piernas deteniéndome frente a la cama en la que hacía tan solo unos minutos me había recostado a olfatear las sabanas en las que durmió un extraño.
¿Ahora qué voy a hacer en este lugar?, ¿qué haré si no recuerdo nada?
Aunque, pensándolo bien sí que recordaba algo. Supe mi segundo nombre. También tenía la imagen clara de esos ojos verdes que provenían de una niña más pequeña de la que vi en la puerta: así como el retrato detallado de ese cuerpo varonil, de espalda ancha cuyos músculos se marcaban bajo su piel, con sus brazos extendidos y sus dedos apretando los costados de una columna de ducha, las venas que se remarcaban de forma tan enigmática hacían surgir una necesidad en mis dedos de construirlas con lentitud y saborear su textura.
Y además de eso, recordaba esa vocecilla, la tonada dulce y segura repitiéndome una y otra vez las mismas palabras «Es muy alto y tiene ojos grises, tiene quijada marcada como te gustan, aunque sus escleróticas son aterradoras...»
Quizás el hombre de espalda ancha y brazos venosos era el mismo al que pertenecían esos ojos grisáceos y quijada marcada, o tal vez todo esto fue solo un simple sueño. «No lo sé, todo es tan confuso y para colmo solo pienso en esas tres cosas que rondan mi cabeza.» Porque con eso era lo único con lo que desperté. Además, me di cuenta de que conocía y sabía cosas. Sabía lo que eran los muebles, objetos, colores, texturas, sonidos, entre otras más. Al menos esos aprendizajes se quedaron conmigo, de otra forma sería solo una hoja en blanco, sin reacciones, desconociendo absolutamente de hasta mi existencia.
Lo que me tenía inquiera era saber qué sucedería si no llegaba a recordar aquello que el dueño de esta habitación y la Coronel Ivanova, necesitaban de mí.
¿A qué loco se le ocurría clonar humanos y perfeccionarlos? Tampoco podía dejar de pensar en ello y por muy cansada que me encontrara, no podía creer que trabajara en un laboratorio bajo tierra en el que ocurrió un desastre aterrador. Criaturas deformes mataron personas, murieron muchos, pero sobrevivieron pocos y entre ellos esos humanos clonados de los que Sarah me habló.
Eso de por sí ya sonaba peligroso y si yo había visto algo para resolver o saber algo y era la clave para estas dos personas que me mantuvieron viva, quería decir que resultaba aún más peligroso si no recordaba nada. Y si no recordaba nada, entonces, sería solo una pérdida de tiempo.
Si sucesos aterradores acontecieron en aquel lugar, ¿qué persona sobreviviente, querría recordarlas?
¿Qué es lo que sé?, ¿qué es lo que vi?
Exhalé con pesadez y abracé mi cuerpo cuando el frio de la brisa adentrándose por el balcón, comenzó a encogerme, erizándome las vellosidades del cuerpo. Rodeé la amplia cama hasta llegar frente al balcón, no salí, solo tomé la manija de la puerta cristalina y la corrí hasta cerrarla, el sonido del viento cesó, dejando únicamente silencio a mi alrededor.
Me quedé frente a la puerta dejando que mis dedos rozaran la cortina rojiza, podía ver un poco del cielo nocturno y sentir claramente la soledad y le necesidad de tener algo a lo que no hallaba nombre ni forma. Observé la malla iluminada por una que otra farola y las torres a los costados de la enorme entrada, apenas podía vislumbrar las siluetas de los pocos militares que hacían guardia arriba. Llevaban las armas entre sus brazos, mirando lo que se hallaba del otro lado, parecia que estaban protegiendo este lugar de amenazas externas.
¿Y de cuáles? Cuando Sarah volviera, le preguntaría si lograron matar a todas esas criaturas deformes de las que me habló, no quería imaginar que sobreviví de una catástrofe horripilante para vivir otra donde esas monstruosidades todavía respiraban y tenían hambre.
No, de ser así este lugar no estaría tan tranquilo.
Unos retorcijones en el estómago me hicieron llevar por segunda vez la mano, haciendo presión en tanto torció los labios en una mueca, tenía hambre. Al menos Sarah me traería comida, pero todavía no volvía. ¿Cuánto más se tardaría en venir?
Miré al estrecho pasillo que daba la puerta de la habitación y sin escuchar absolutamente nada del otro lado, me decidí a recorrer el resto de la habitación en busca de entretenimiento para no tener que perderme en mis pensamientos donde nada era claro.
No había mucho que ver en realidad, eran pocos muebles los que adornaban el lugar y para ser una habitación de un hombre estaba muy bien ordenada, y vacía.
Me acerqué de nuevo a la cómoda, había revisado solo dos de sus cajoneras y faltaban cuatro más. No tenía nada mejor que hacer más que esperar a que la enfermera volviera, así que explorarla el resto de las gavetas para saber qué había dentro, no desordenada nada, solo miraría y de eso él no se daría cuenta. No sería un problema.
Pasé de largo los gabinetes con ropa interior de hombre y mujer y tomé el tercero extendiéndolo con lentitud. Unos cuantos pares de calcetines bien ordenados fue todo lo que hallé y no tuve que evaluarlos mucho para saber que eran del hombre. Abrí el siguiente y creí que, a diferencia de las otras, encontraría también alguna clase de prenda, pero no fue así. Lo único que había dentro de la cuarta madera tallada era una colonia cuadrangular que no tardé nada en tomar con cuidado.
El color negro del envase cristalino intensificaba con el dibujo de un hombre cabalgando. Con la luz de la habitación me percaté de que apenas había sido utilizado, la colonia estaba llena casi por completa llena. Lo destapé y sin pensarlo tanto, lo acerqué hasta percibir el aroma que me llenó los pulmones de él y me hizo exhalar.
Es el mismo que el de las sabanas...
Ese tal Señorito Alekseev sí que sabía elegir aromas, y estaba segura de que con este encendía el olfato de muchas. ¿Tendría novia o esposa?, ¿la Coronel será algo suyo? Apreté los labios con interés y miré uno de los primeros cajones, dejé la colonia y sin evitarlo extendí el cajón donde se hallaba la ropa interior femenina.
Alcancé el brasier con encaje negro y lo estiré delante de mí, había un moño adornando el centro de las copas de tela delgada y transparentosa, era imposible que esa mujer me dejara estas prendas para usar siendo tan sensuales. Pero me sentí un poco confundida al encontrar la etiqueta colocada detrás de la banda, tenía el precio todavía intacto y eso quería decir que eran nuevas y que ella no se las puso.
Quizás son para mí. La curiosidad pudo conmigo, acercando la prenda y recostándola por encima de mi pecho oculto bajo el buzo, imaginando como se me vería puesta, seguro que se me remarcarían los pezones.
—Señorita, traje su cena.
Hasta el último de mis huesos respingó bajo mi piel, sentí que el corazón se me saldría del pecho y junté las manos girándome de golpe solo para encontrar a la señora Sarah detenida al final del pasillo con un vaso en la mano y la gelatina en la otra en la que también apretaba la tarjeta de la habitación.
—¿Qué está haciendo? —me preguntó. Se me calentaron las mejillas de vergüenza y arrepentimiento cuando paseó su mirada en la prenda entre mis dedos para estirar sus labios en una sonrisa de gracia que me hizo bajarlas contra el abdomen—. Oh, por Dios.
—No las estaba robando— fue lo único que resbaló de mis labios dejando la prenda sobre el cajón, y ella soltó una risilla negando con la cabeza—. Solo estaba...
—No, yo sé que no, Señorita— interrumpió, resistiéndose a no carcajear—. De hecho, esas prendas son para usted.
—¿Las que estoy usando también?
Ella asintió y se acercó con rapidez, pareció muy avergonzada cuando dejó el jugo y la gelatina sobre la cómoda y tomó la prenda de la gaveta para estirarlas frente a mí.
— ¿Le cuento algo gracioso? — Volvió a reír como si de pronto le hicieran mucha diversión ver el sujetador—. Cuando la Coronel me pidió comprar ropa interior, compre estos conjuntos pensando en que eran para ella y que los usaría con el señorito Alekseev. No creí que serían para usted.
Río una vez más y no supe cómo reaccionar, o qué decir, solo la vi dejando el brasier en el cajón y tomando el jugo que me extendió y el cual sostuve, anhelando tomármelo todo de una sola probada, y comerme esa gelatina con aroma a uva que solo intensificaba los retorcijones.
Ocho días inconsciente, obviamente tendría mucha hambre.
—Por eso me mandaron nuevamente a comprar las prendas interiores que ahora usa— Escuchar eso me relajó un poco —. No sabía de qué talla comprar, así que me basé en que usted es igual de delgada que la Coronel, aunque ya que lo noto, usted tiene un poco más de pecho, ella lo que tiene es trasero y más cadera, demasiada...
Miró a la cama tras alargar esa última frase y hundió su entrecejo cuando encontró las sabanas desordenadas que me calentaron las mejillas aún más.
—Veo que ya probó la cama del señorito Alekseev— comentó y vi como estiraba la parte derecha de sus labios—, ¿le pareció cómoda? Es bastante moderna. Si las sabanas no la cubren del frío puede traer...
—Una niña vino— cambié el tema, de pronto atrayendo su mirada de regreso con un gesto de sorpresa y extrañeza.
—¿Una niña? — Asentí y ella miró a la puerta que se mantenía cerrada—, ¿qué niña?, ¿vino aquí?, ¿hace cuánto?
—Hace como unos diez minutos— respondí, sintiendo como se me hacía agua a la boca con el olor del jugo de naranja—. Tocó la puerta varias veces, estaba buscando al hombre de la habitación. Lo llamó Ogro.
Otra risilla se le escapó llenando el cuarto tanto del sonido entre sus labios como el sonido que provino de sus manos estrellándose un par de veces.
—Era la pequeña Jennifer—soltó y la sonrisa de felicidad que extendió, me estiró los labios en una, pero llena de debilidad—. Esa niña es tan adorable, quiere mucho al Señorito. Le llama Ogro y tiene toda la santa razón porque ese hombre tiene una actitud de perros sarnosos.
El modo en que se expresaba del hombre me dejó curiosa, debía de ser todo un gruñón.
—¿Es muy enojón? — pregunté y tentada por el hambre insoportable y el delicioso aroma de la naranja exprimida en el vaso, lo acerqué, tomando un sobro grande del jugo, sintiendo la satisfacción en el estómago. «Que delicioso.»
—Amargo—recalcó, abriendo más los parpados para darle exageración a sus palabras—. En lo poco que llevo conociéndolo debo decir que jamás conocí a alguien tan frívolo y malhumorado como él y no entiendo como hay mujeres que se le insinúan. Bueno sí sé, además tiene una cara que..., ¡uff! y un cuerpo de..., ¡ulala! Y si tuviera tu edad estaría pidiéndole un hijo.
Arqueé una ceja ante el tono de su voz y el modo en que levantó la mano pegándola a su frente y actuando como si fuera a desmayarse. Su forma de hablar me resultó tan agradable y entretenida que sin darme cuenta ya estaba sonriendo con diversión.
Por otro lado, para que ella lo describiera así el hombre debía ser bastante atractivo, un enigmático encanto para que su personalidad no espantara a las personas.
—Pero no es muy accesible, es cerrado y bastante frío, y muy calculador. No le des la contrario porque con esa mirada aterradora te hace de todo— advirtió, transformando su rostro a uno severo.
Por alguna razón sus palabras trajeron a mi cabeza otra vez esa vocecilla repitiendo lo mismo: «aunque sus escleróticas son aterradoras.»
—A los que lo conocen, no les gusta verlo en ese papel, es muy intimidante y da miedo, por eso la pequeña le llama Ogro, y si me pregunta creo que, a ese hombre sexy y perverso, le hace falta una buena cogida—enfatizó, haciendo un gesto juguetón con las cejas—. Lástima porque a todas las militares bonitas las ha ignorado, aunque ahora se le ve más apegado a la Coronel.
La duda tocó mi cabeza con una pregunta que nada tenía que ver con lo último que mencionó:
—¿Jennifer es su hija? —inquirí.
—Ni dios lo mande, pobre niña—bufó llevando la mano a su pecho—. Al señorito Alekseev no me lo imagino como padre, con esa personalidad tan frívola diría que es de esos que prefieren disfrutar y vivir sin tener nada serio. Aunque tiene 26 años, a esta edad los hombres no piensan en tener familia o descendencia. Tampoco sé porque esa niña le tiene tanto aprecio, supongo que es porque estuvieron en el subterráneo.
Pestañeé, no esperé esas palabras que me dejaron desconcertada.
—¿Estuvieron en el laboratorio también? — repetí, ella disminuyó la sonrisa en sus labios y asintió —. ¿Una niña estuvo en ese lugar?
Mi pregunta la hizo morderse el labio y volver a asentir con una severidad de su rostro que me perturbó.
—Sí —afirmó más y no pude creerle—. Hubo experimentos de todas las edades el día en que ocurrió el desastre, incluso hay bebés que lograron rescatar.
—¿Bebés? — la exaltación de mis palabras le frunció los labios para asentir de nuevo.
—Los tenemos en el primer piso— avisó con calma y quedé con la mirada en el suelo cuando unos rizos castaños y unos orbes carmín adornados por largas pestañas se vislumbraron en mi cabeza, apenas fue una imagen que terminó nublándose y desapareciendo en un instante—, también tenemos a unos cuantos niños como Jennifer. Ellos son una gran minoría de los muchos que nacieron en ese lugar.
La sensación oprimente surgió en mi pecho apretujándome los huesos, sentí el vacío desconcertante y el estremecimiento removiéndome el cuerpo en una tristeza que no entendí. No pude imaginarme a esos niños corriendo para escapar de las criaturas de las que ella me contó. El terror que debieron sentir, los gritos que soltaron y el llanto que emitieron, solo pensarlo terminaba estremeciéndome otra vez. Y había bebés, eran los más inocentes e incapaces de protegerse a sí mismos, ¿cuántos hubo en el subterráneo?, ¿cuántos murieron?
—Ya es muy tarde y debe estar cansada, así que me retiraré—la suela de sus tacones produciendo hueco en el suelo me trajo de vuelta, alzando la mirada a su espalda acercándose cada vez más al pasillo—. Si no le molesta, ¿podría esperarme mañana aquí mismo? Vendré por usted para enseñarle el edificio completo e ir por el desayuno.
—¿Sabe si la niña me conoce? — solté al instante, ignorando su comentario.
Sarah se volteó con su mano deslizándose en uno de los bolsillos de su bata, pude notar sus dedos aferrándose a un aparato de pantalla plana que se iluminaba a través de la tela.
—¿Por qué lo pregunta? quiso saber y de pronto sus cejas se alzaron en apenas un atisbo de sorpresas—. ¿Le abrió la puerta?
—No dejó de tocar así que sí—encogí de hombros, quedando desconcertada al ver como su rostro palideció como si sintiera miedo de algo—. Y pensé que lloraría, parecía que estaba a punto de hacerlo por eso la abrí.
—La vio— no fue una pregunta, pero la palabra saliendo de sus labios en un susurro me dejó confundida—. ¿Le dijo algo?, ¿qué le dijo?, ¿vino con alguien más?
¿Por qué parece tan asustada?
—¿Está afirmando que ella me conoce?
—No supe mucho pero sí, ustedes se conocieron en el subterráneo—soltó volviéndose a mí, un alivio incrementó en mi interior con ganas de reencontrarme con esa niña y hacerle preguntas de nosotras—. ¿Qué le dijo?
Me perdí en el recuerdo de esos orbes verdes cristalizándose, y ese mentón temblando en tanto sus cejas se hundían en un gesto de molestia.
—Solo que yo no era real— confesé y ella exhaló largo hasta desinflarse—, y que le diría a una tal Seis que yo estaba aquí.
El shock la dejó callada y no esperé verla sacar de golpe el aparato plano de su bolsillo en el que empezó a teclear con una rapidez intrigante.
—E-es que la niña no sabía que usted seguía viva— aclaró, hundí el entrecejo, de nuevo ese comportamiento nervioso—, por eso le dijo eso, p-porque pensó que estaba muerta.
—¿Y quién es Seis?
Mi pregunta la hizo tragar con complicación y volvió a teclear el móvil antes de guardárselo.
—Es una humana clonada, un experimento al igual que la niña —explicó rápidamente—. Ellas son las sobrevivientes con las que usted estuvo, ¿recuerda del grupo pequeño del que le hablé?
Asentí, me contó en el cuarto en el que desperté y me hizo la revisión, que estuve sobreviviendo junto con unas personas en el laboratorio y que fuimos encontrados por un grupo de soldados. Nos estaban llevando a la salida del subterráneo cuando hubo un par de explosiones que fueron lo que provocaron mi condición.
Nunca me dijo quiénes eran esas personas con las que estuve, y para ser sincera, en ese momento no presté atención, perdida en mí misma y en todo lo demás de lo que me habló.
—Pues usted estuvo con ellas y el par de hombr...es...—la lentitud con la que soltó esa última palabra fue como si se arrepintiera de decirlas, se notó más cuando mordió su labio y hundió su entrecejo—. ¿No tiene sueño, Señorita?
—No— calqué—. Dígame, ¿esos hombres también sobrevivieron?
Ella miró a la puerta y vi el tic que hizo temblar una de sus rodillas, no se esperaba esa pregunta y, además, parecía desesperada por irse.
—No lo sé, Señorita— su respuesta instantánea me abrumó—. Solo supe de la niña y la mujer. Y disculpe mi atrevimiento, pero es muy tarde y necesito descansar, así como usted también lo necesite a pesar de que no tenga sueño. Mañana vendré por usted y podrá hacerme más preguntas, ¿qué le parece?
No me dejó responder cuando, tras dejar la tarjeta blanca sobre la cómoda, dio la espalda y con rapidez se aproximó al pasillo, su insistencia era como si quisiera escapar de mis dudas y la seguí por detrás, observándola recorrer el camino hasta detenerse delante de la puerta.
— Así que dese un bañe y trate de dormir después de cenar— añadió y la seguí por detrás, observándola recorrer el camino hasta detenerse delante de la puerta—. Hay un cobertor extra en el armario por si le da frio. Buenas noches, Seño...
—Tengo una última pregunta — la frené—. No se la hice antes, pero, ¿cómo es que me conoce ese tal Señorito Alekseev?
Miré la tensión de sus dedos sobre la manija y la corta exhalación que soltó, esa era una de las preguntas que no quería que le hiciera.
—Ya que la dejó a cargo de mí, debe saberlo—proseguí—. ¿Me lo puede contar?
—¿Por qué no se lo pregunta usted? — dijo y no de mala manera sino con calma, girándose solo para dedicarme una sonrisa—. Pronto se van a conocer, estoy segura de que él podrá responder todas sus preguntas ya que yo no sé mucho y podría equivocarme con una de las respuestas que le diera, Señorita.
Por alguna razón sentía que ella sabía la respuesta pero que no quería ser la que me lo dijera, y no iba a obligarla. Tendría que esperar.
—Entiendo—susurré, mirando el jugo en mi mano—. Buenas noches, señora Sarah, gracias por todo y la cena.
—Si necesita algo más, el Teniente Gae vendrá dentro de un par de horas más, estará en la puerta de su cuarto— compartió sin disminuir la sonrisa, y solo asentí viéndola voltearse y abrir la puerta para despedirse y cerrarla Se despidió, dejando de nuevo ese silencio inquietante.
Sola otra vez en un lugar desconocido, sin nada que reconociera.
Debí preguntarle por qué un soldado tenía que cuidar del cuarto. No es como si estuviera en peligro. No tendría sentido estarlo, a menos que supiera algo que involucraba a más personas y las cuales todavía seguían vivas, «¿lo sé?, ¿tiene que ver con a las personas que provocaron el desastre en el subterráneo?»
Me acerqué a la puerta, abriéndola y lanzando enseguida una mirada al resto del pasillo y el elevador con la necesidad de alcanzar a Sarah y preguntarle lo del soldado, pero terminé encontrando el pasillo oscurecido. Las lucecillas del techo estaban apagadas y la sensación tan inquietantemente familiar y aterradora que me hizo sentir, me entenebreció deteniéndome la respiración y apretando mis dedos a la manija.
Temblé y la imagen de un pasadizo destrozado y a penumbras con una farola parpadeante, llegó a mi mente y cerré la puerta, asegurándola antes de mirar por la ventanilla polarizada como si quisiera vislumbrar algo del otro lado. Repetí la acción tantas veces que terminé sintiéndome confundida.
¿Por qué estoy sintiendo miedo?
Me aparté, no sin antes mirar que el seguro estuviera puesto y volví a la cómoda, odiando la soledad. Tomé del jugo de naranja y tan solo me lo terminé, sintiendo una insatisfacción en el estómago, agarré la gelatina y la devoré. El hambre no cesó y metí los dedos extrayendo los restos que se pegaba en el molde.
Sigo con hambre.
Ignorando los antojos me aproximé al armario decidida a darme un baño antes de intentar dormir. Extendí las puertas dejando a la vista las repisas de madera con toallas bien dobladas y cobertores acomodados, así como las playeras y camisas de hombre, y los camisones femeninos.
Sarah dijo que esta ropa me la dejó la mujer, pero no me dijo si eran nuevas. Rebusqué entre esas prendas etiquetas, pero ninguna tenía.
—¿Por qué me deja usar su ropa? — susurré, y noté que la tela de los camisones estaba desgastada y varias de ellas tenía bordes rasgados, mangas descosidas e hilos colgando.
Claro, me deja usar ropa que ya no usaría. Por lo menor tenía algo qué ponerme mientras tanto, así que quejarme estaba de más. Descolgué una de color rosada que me pondría después de bañarme y para dormir, estuve a punto de cerrar las puertas cuando la mirada se me detuvo en las prendas colgadas del lado contrario. Me acerqué a ellas dejando que mis dedos acariciaran las telas, eran suaves, sedosas y frescas. A diferencia de las de la mujer, estas parecían nuevas, recién compradas, aunque un par de ellas eran las únicas con etiqueta y con el costo total de la prenda.
Este hombre sí que tiene dinero. Dinero y buenos gustos, tomando en cuenta la forma de la cama.
Se me estiraron los labios en apenas una media sonrisa, al parecer había otras cosas que recordaba como prendas modernas y caras. Atraje una de las playeras al percibir el aroma de la colonia y hundí mi nariz en el pecho, inhalando con profundidad el amaderado olor combinado con otro aroma distinto y desconocido, el cual estaba impregnado en la tela. «Dios. No sé por qué hago esto y estoy loca por hacerlo, pero...»
—Huele igual que la cama—suspiré, sintiéndome poseída a respirarla una vez más—. Huele muy bien...
No exageraba ni mentía, olía bastante bien, pero lo que me dejó tan confundida, fue que no podía entender cómo era posible que me agarrara olfateando su prenda como si fuera perro. Con extrañez por mí acción, colgué la prenda y tomé las puertas dispuesta a cerrar el armario, pero esa mochila negra acomodada en el suelo y bajo las prendas varoniles llamó tanto mi atención que terminé doblando las rodillas. La tomé observándola, era negra y tenía algunas zonas rasgada, además de eso, tomando en cuenta el peso parecía tener algo dentro.
Si reviso lo que hay dentro él no se dará cuenta de que lo hice. Asentí, abriendo el bolsillo grande para revelar un enorme trozo de tela gruesa y oscura que no dudé en sacar para curiosear. Era bastante pesada y apestaba a humedad, tanto que arrugué la nariz. Lo dejé de lado cuando otra tela colorida acumulada en lo último de la mochila me inclinó el rostro y adentró mi mano para sacarla y extenderla. Estremecí con la vista, era una clase de cobertor con muchos colores llamativos, parecía tejido.
¿Esto no es mío? La pregunta rebotando en mi cabeza solo me dejó más aturdida porque de algún modo y extrañamente reconocía el tejido colorido. Antes la había visto, o eso creía. No estaba muy segura, tal vez solo me confundía. La guardé y tras devolver la mochila a su lugar, me incorporé cerrando el armario.
Me saqué el buzo quedando con el sujetador apretando mucho mi pecho, y me adentré al baño sin cerrar la puerta, decidida a darme una ducha de una vez para ir a dormir. Dejé las prendas sobre el retrete y me saqué el resto de la ropa hasta desnudarme.
Lo primero que llamó la atención de mi cuerpo fueron esas costillas marcándose bajo la piel, después fue mi entrepierna sin un solo pelo a la vista, sus labios rozándose y el monte perlado.
Paseé los dedos por ese par de pechos redondeados en los que se acomodaban pequeñas manchas, y me acaricié las areolas rosadas antes de recorrer el abdomen y ese vientre que parecía inflamado.
No reconozco mi propio cuerpo. Entré a la tina, girando una de las perillas de la columna de la ducha y perdiéndome en el sonido del agua golpeando mi cuerpo y hundiéndolo en la calidez.
Tomé el tallador que se colgaba en la repisa junto a mí y también el jabón, y me tallé el cuerpo sin poder dejar de mirar la columna. Volví a estremecer con la imagen de esa ancha espalda y esos hombros endurecidos tensionando los omoplatos que sombreaban su piel y remarcando los músculos bajo sus brazos estirados, estaba tan intacto el recuerdo de las venas largas y saltarinas que le añadían una vista sensación a la estructura de sus antebrazos, que los minutos acontecieron y tallé el cabello con el shampoo al que no presté atención.
Esa escena no me abandonaba, y era inquietante que, de todo, fuera lo que ahora más recordara. Un hombre desnudo y mojado, dándome la espalda, «¿quién era él?, ¿por qué me sé de memoria su parte trasera?» Debía ser uno de los hombres con los que estuve sobreviviendo en el subterráneo al lado de esa tal Seis y la niña. Pero, que recordara tanto su estructura y esos brazos...
Respigué horrorizada contra la columna, saliendo fuera del recuerdo cuando unos golpes constantes y lejanos se levantaron detrás de mí. «Alguien toca la puerta.» Cerré la llave deteniendo el paso del agua, y me volteé encarando el resto del baño y la entrada el cual dejé sin cerrar. Creí que los sonidos cesarían, pero siguieron, alargándose como eco frente a mí, y me pregunté quién seria.
Tal vez sea ese Teniente del que habló Sarah. Aunque estaba segura que todavía no pasaba ni una hora.
Exprimí el cabello y salí de la tina mojando el suelo, me di cuenta de que, de todo lo que hice, lo que no saqué del armario fue una toalla para secarme, así que con rapidez traté de puntitas hasta salir a la habitación.
Miré el estrecho pasillo del que provenían los golpes sin ser desesperados y troté al armario. O eso intenté, porque tan solo aceleré el paso, terminé resbalando y cayendo de costado contra el suelo de mármol. Reboté y un quejido de dolor se escupió de mis labios cuando el ardor se extendió por todo mi muslo.
—Maldito sea—gruñí, debí ponerme las sandalias antes.
Traté de levantarme rápidamente cuando los golpes siguieron, sosteniéndome de la pared rápidamente agradecida de estar sola y abrí el armario, sacando una toalla en la que me envolví lo más rápido posible antes de encaminarme hasta la puerta. Lancé una mirada por la ventanilla polarizada y ese rostro alargado dueño de unos orbes grisáceos adornados por una hilera de pestañas largas y oscuras, volcó mi corazón. Un pinchazo de adrenalina que disminuyó casi cuando reparé en el resto de su estructura y esa piel bronceada que destacaba de su rostro.
Es el Teniente Gae.
Me arreglé el cabello empapado pasándolo tras las orejas y reacomodé la toalla cubriéndome más el pecho provocando que la toalla dejara un poco más de mi vista los muslos. Quité el seguro, ladeando la manija hasta abrir la puerta. El olor a pomelo invadió mis fosas nasales y alcé el rostro, sin poder impedirme construir esa quijada marcada y esos labios delgados torciéndose de la parte izquierda y brindándole a ese rostro varonil, una torcedura que no dejé de mirar.
Tenía puesto el mismo uniforme y no llevaba el casco encima, su cabello negro y desordenado dejaba caer uno que otro mechón sobre su frente de entradas marcadas.
Su mirada se dejó caer sobre el brazo que apretaba la toalla al pecho y sobre los muslos apretujados y temblorosos.
—¿No tienes frio? — su voz grave y apenas ronca me apretó los labios.
Dejé de ver su boca y me enfoqué en esos orbes grises que con diversión y extrañez reparaban en mi rostro.
—Si, pero no tuve tiempo de cambiarme, tocabas sin detenerte— expliqué esta vez, mirando las armas que colgaban en el cinturón de su cadera.
Mirarlas atrajo la imagen de un hombre con cinturón de cuero rodeando su uniforme. Un uniforme diferente al de él, verdoso oscuro y opaco, como el de los militares que cuidaban las torres.
—Disculpa mi intromisión—soltó y pestañeé cuando la imagen se deshizo dejándome inquieta, «¿quién es ese hombre?»—. Solo lo hice para avisarte que estaré haciendo guardia, si necesitas algo acude a mí.
—¿Por qué debes cuidar el cuarto? — terminé preguntando y encogiendo más el cuerpo por el frio—. ¿Pasa algo malo o qué?
Mordió un labio inferior dejándome confundida en esa sola acción.
—Es una orden que se me dio—sus labios se movieron con tanta lentitud que por poco me sentí atrapada—. Cuidaré 4 horas, luego haré rotación con el soldado Lewi.
—¿Ese tal Alekseev se los ordenó? — Levanté la mirada esta vez construyendo su respingona nariz—. ¿Es para protegerme?
—No necesariamente, mujer— Entorné la mirada, clavándola en sus ojos. Esa palabra me resultaba tan familiar y con esa voz...—, pero debido a tu condición es recomendable que alguien tenga que cuidarte.
—No estoy enferma.
Estiró las comisuras de sus labios y la sonrisa que le deslumbró por poco iluminó algo en mi mente, una imagen que ni siquiera tomó forma pero terminó el órgano tras mi pecho.
—Pero lo estarás si no te secas y cambias rápido— Miró a la toalla a la que me aferraba con ambas manos y ladeó apenas el rostro dejando que uno de sus mechones le recorriera la frente—. Podrías coger un resfriado.
—¿Puedes traerme algo de comida?
Alzó sus cejas como si no esperara mi pregunta, estirando más la comisura izquierda que insertó en mi una sensación inquietante y abrumadora.
—Tengo entendido que Sarah te trajo cena— comentó y asentí de inmediato.
—Pero todavía tengo hambre.
Contrajo sus parpados y más perdida me sentí cuando alzó su brazo y dejó que sus dedos recorrieran sus cabellos, apartándolos de la frente para acumularlos encima del resto de sus mechones desordenados.
La imagen de esos dedos hundiéndose en sus raíces quiso atraer una escena nueva a mi cabeza.
—No estarás haciendo esto para escapar...—pausó mordiendo su labio y reparando en la estructura de mi rostro—, ¿o sí?
No pude quitarle la mirada de encima queriendo recordar aquello que palpitaba débilmente en mi cráneo.
—¿A dónde escaparía? —insinué—. Hay una muralla y soldados por todos lados.
Chasqueó la lengua y se dejó el cabello, permitiendo que esos mechones cayeran nuevamente sobre su frente.
—La cocina cerró, pero tengo esto— Enfundé su mano en uno de los bolsillos de su chaleco y sacó un paquete de galletas de avena con chispas de chocolate.
Agua se me hizo en la boca cuando me las extendió y mi mano tuvo vida propia estirándose fuera de la toalla para arrebatárselas. Tal acto hundió su entrecejo y le extendió una ladina sonrisa que contemplé.
— Tranquila, no vayas a arrancarme la mano— bufo por lo bajo —. Si quieres más puedo ir a la máquina expendedora, pero debo dejar en claro que no soy mayordomo, sino un Teniente al que se le dio la orden de mantenerte vigilada.
—Con esto estaré bien, gracias — puntualicé tomando la puerta que a punto estuve de cerrar sino fuera por esa amplia mano deteniéndola.
—Espera—dijo, abriendo más la puerta para dar una mirada al interior de la habitación, revisando la cómoda y la cama desarreglos, así como el balcón.
—¿Qué sucede? — inquirí.
—¿Sabes de quién es esta habitación?
Su pregunta y la severidad que construyó en su rostro me dejó inquieta.
—De un hombre llamado Alekseev.
Hundió su entrecejo mirándome con extrañez antes de negar apenas con la cabeza, dejando que uno de sus mechones resbalara sobre su frente.
—Ese no es su nombre.
—¿Y cuál es?
Las comisuras de sus labios se estiraron, dibujándole una sonrisa ladina que llegó a sus orbes grisáceos.
—Ese es el misterio, niña bonita— guiñó el ojo y comenzó a acerrar la puerta—. Pasa buenas noches.
(...)
Mis manos estallaron sobre esos anchos hombres hundiendo las uñas ante el incremento de las olas placenteras llenándome el cuerpo. ¡Demonios! Meneé las caderas deseando más de esos dedos embistiéndome con brutalidad, sentirlos salir y entrar era tan exquisito, pero no tanto como deseaba sentir miembro llenándome hasta arrebatarme la existencia.
—Maldi...ción— gemí cerrando los parpados ante sus embestidas—. Haces magia con esos dedos.
Su lengua jugueteo con mi pezón y se apartó, entre la oscuridad le sentí enderezarse y como anhelé que la luz del baño estuviera encendida para ver esos orbes diabólicos que eran mi éxtasis.
Sentí su amplia y caliente mano deslizándose a lo largo de mi cuello para acariciarme la quijada con su pulgar y apretarme la piel. Le sentí inclinar y el roce magnético y cálido de sus carnosos labios sobre los míos, me abrió más míos, boca sedienta de sus besos.
—Te gusta que te contemple mientras te masturbo— farfulló entre dientes. Su voz bestial me fascinaba y asentí.
—Y a ti te encanta ver cómo me vengo—jadeé acercándome a su boca con deseo de besarlo.
Él se apartó, rechazándome.
—Como no tienes una maldita idea—escupió y me arrebató una exclamación ante el aumento de sus penetraciones, jugueteando con mi hinchada clítoris que me lanzó la cabeza hacia atrás.
Su mano apretando mi cuello me obligó a enderezar el rostro sintiendo el choque de su boca contra la mía, pero sin besarme.
—En mi boca—arrastró entre dientes—. Quiero devorarme tus orgasmos.
Temblé soltando gemidos incontrolables y las uñas escarbaron su piel cuando estallé en un chillido que quedó ahogado en su boca devorando la mía con ferocidad. Me estremecieron sus vehementes besos en los que su lengua saboreó la mía, y jadeé con el interminable jugueteo de su pulgar en mi botón.
Me gusta tanto tenerlo así, me encanta besarlo con este desespero como si nuestras vidas dependieran de ello.
Gruñó con bestialidad haciéndome respingar y de un momento a otro tomándome de la quijada y rompiendo con el beso insaciable que me dejó a medias.
— Dime que no decidirás apartarte de mí, Nastya—sus granadas palabras hicieron saltar los huesos bajo la piel, sacó sus dedos de mi interior empapados de mía jugos y apretó mi clítoris—. Si te haré el amor será porque de este deseo y de mí no vas a huir.
Estrujó mi botón ensanchándome los labios en una mueca, el masajeo de sus dedos en la hinchazón me estremeció erizándome las vellosidades.
— Dilo—exigió—. Quiero escucharlo de tu boca, no de tu cuerpo.
Aumentó el ritmo de su masturbación con movimientos circulares que me dejaron embobada.
Más, quiero más.
—Mujer.
Me mordí el labio al acelerado estimulo de sus dedos. Que deliciosa tortura me estaba dando este hombre.
—No lo haré —exhalé, desinflándome contra sus labios tensionados —. No me apartaré.
Extendí los parpados con fuerza siendo el techo alumbrado por los rayos de luz lo primero que encontrará. Me senté de golpe con los oídos zumbando por los latidos acelerados del corazón, el cuerpo me temblaba y el sudor me pegaba el camisón a la espalda, pero lo me dejó con la mirada clavada al cobertor rojizo fueron esas palpitaciones en la entrepierna donde sentía la tela de la braga empapada y pegada a la piel.
¿Fue un recuerdo?, o, ¿un sueño? No, esa era yo, él dijo mi nombre, y yo lo estaba disfrutando.
Lleve la mano a desordenarme el cabello, en shock e inquieta. Miré al balcón que nunca cubrí con la rutina para revisar el paquete de galletas vacío a mi costado y sobre la almohada del espacio en la cama. Definitivamente no podía ser un sueño, no cuando me dejó tan temblorosa y sudorosa y con sensaciones incomprensibles e indescifrables recorriéndome el centro del pecho, el abdomen y....
Aparté la cobija, observándome las piernas desnudas y me aferré a la tela del camisón rosado, alzándola por encima del abdomen solo para revelar esas bragas negras cuya tela se pegada con exceso hasta dibujar a perfección el par de labios íntimos.
Estoy mojada y excitada.
—¡Señorita!
Salté sobre el colchón con el grito a mis espaldas, y torcí parte del cuerpo lanzando la mirada al estrecho pasillo del que provenían los golpes en la madera.
—¡Señorita soy yo! ¿Está todo bien? ¡Ábrame por favor!
Sali de la cama ante su petición y despegándome la tela de la entrepierna me alisé el camisón para mover las piernas y atravesar la habitación. Me detuve delante de la puerta sacando el seguro y tan solo la abrí las manos de la señora Sarah se estamparon en mis brazos.
—Dios de mi vida, ¿está bien, señorita? — preguntó y me revisó una y otra vez adentrándose al cuarto—. Vengo tocando desde hace tres horas, al principio creí que seguía durmiendo y me fui, pero volví dos veces más y con la cuarta vez ya era extraño, casi le pido al soldado Lewi que venga y me tire la puerta porque no respondía. ¿Está bien?, ¿le duele algo?
Su preocupación me dejó inquieta.
—Estoy bien— respondí enseguida y ella exhaló.
—Eso me relaja— sostuvo, cerrando la puerta cuando me soltó —. Debió gustarle mucho el sueño que tuvo para no querer despertar porque en serio que toqué con fuerza.
Un leve calor se apoderó de mi rostro y mordí mi labio porque sí, era desconcertante pero sí que me gustó el sueño o recuerdo, fuera lo que fuera todavía me tenía con esa humedad excesiva en la entrepierna, lo cual me incomodaba. Y seguía inquieta y confundida, queriendo saber qué acontecía después de esa escena.
¿Por qué lo sentí tan bien?,y, ¿por qué ese hombre no quería que me apartara de él? ¿En donde ocurrió?
—El rosa le da más color a su bonita piel.
Sali de mis pensamientos con las palabras de la enfermera y esos ojos recorriendo el camisón rosado que llevaba puesto y el cual llegada a la mitad de mis muslos. Volvió a mi rostro y estiró su brazo dejando que los dedos de su mano tomarán un mechón de mi cabello y lo acomodara detrás de la oreja.
—Incluso hacen lucir sus ojazos, es hermosa señorita— alagó y la sonrisa que estiró me hizo imitarla con sinceridad—. Ahora, vaya a arreglarse rápido, la necesito cambiada cuanto antes.
—¿Por qué? — inquirí.
—Porque la llevare a desayunar— me recordó—. O, mejor dicho, a comer porque ya pasa del medio día. Hoy sirven club sándwich con papas fritas, le encantará.
Se apartó, comenzando a recorrer el cuarto, dando una mirada a la distendida cama antes de alcanzar los jeans que dejé doblados sobre la cómoda. La seguí por detrás hasta que se detuvo frente al armario el cual abrió.
— Tengo una noticia extra, el señorito Alekseev y la Coronel ya vienen en camino, eso me dijeron hace cuatro horas—Mis pasos se volvieron lentos sintiendo esa chispa de nervios invadiéndome repentinamente —. Quieren hacerle un interrogatorio, le harán preguntas que tendrá que responder, pero nada de qué preocuparse.
Rebuscó entre las prendas femeninas.
—No puedo creer que la Coronel le dejara ropa gastada, se trasparentan todo. Ésta está rasgada de las mangas y esta otra por detrás. Parece ropa de vagabundo— la oí quedarse, sacando una playera que no pertenecía a las prendas de mujer—. No creo que el señorito se moleste si usa algo de él, además, está no la ha lavado, así que la lavaré cuando se la quite.
—Dudan de que haya perdido la memoria—me atreví a soltar—. Creen que miento, por eso me harán un interrogaron.
No era una pregunta, sino afirmación. La señora Sarah descolgó una playera negra volteándose para encararme y negó con lentitud.
—Pero solo porque es parte del protocolo, señorita. Si alguien más hubiera perdido la memoria también tendrían que hacerlo para descartar dudas— trató de aligerar, y seguí inquieta—. No hay de qué preocuparse ni temer, usted tranquila yo nerviosa.
—¿Por qué estaría nerviosa?
—Cuando vea al señor Alekseev lo sabrá y me entenderá. Créame cuando le digo que ese hombre es toda una perversión, irradia deseo y lujuria, pero tiene otro nombre del que no me acuerdo— bufó y quise saber de qué estaba hablando, pero se acercó a mi para extenderme la playera negra y los jeans—. Póngase esta con el pantalón de ayer y vaya al baño, estaré tendiendo la cama mientras tanto.
La tomé repasando entre los dedos la textura suave y cálida de la que desprendía el aroma amaderado, y me pasó de largo para acercarse al colchón y alcanzar el empaque de galletas tras inclinarse.
—Ya veo que comió sólidos. Y, ¿de dónde sacó estas? —las alzó en el aire.
—El Teniente Gae me las dio— expliqué—. Se las pedí porque seguí con hambre.
—El Teniente Gae— repitió en un tono de sospecha, enfundándolas en el bolsillo para sacudir después el cobertor rojizo—. Ese hombre se está volviendo amable, a mí ni me dio su barrita cuando se la pedí. Aunque sin duda es muy caballeroso, una buena partida, además es atractivo.
Apreté los labios y sin decir nada, me acerqué a la cómoda, abriendo el primer cajón para tomar el conjunto interior, recibiendo la mirada de reojo de la enfermera.
—¿Se los pondrá? Son demasiado sexys.
—Es lo que me queda.
Ella asintió sacudiendo una de las almohadas.
—Seguramente se verá sensual— articuló—. Vaya a cambiarse, no queremos tardarnos tanto y estar a prisa para cuando ellos llegues.
Cuando ellos lleguen y me hagan preguntas para saber si miento o no. Le di la espalda bajo una exhalación corta y me adentré al baño cerrándolo por detrás. Acomodé la ropa sobre un espacio en el lavamanos y me miré al espejo, tenía migajas de galleta todavía en la mejilla y ni hablar de la baba pegada en el mentón.
Me deshice del camisón rosado quedando en ropa interior y desajusté el sostén sacándomelo de inmediato. Hice lo mismo con las bragas despegándolas de la piel, estaba empapada todavía. Me puse el conjunto afirmando como los pezones endurecidos por el frio, se remarcaban bajo la delgada y transparentosa tela.
Tomé la playera negra que deslicé pronto, la calidez adueñándose de mi piel y el aroma impregnado, me hicieron suspirar. La prenda me quedaba grande de los hombros, llegando un poco más por encima de la mitad de mis muslos, y ni hablar de las mangas que ocultaban por demás mis manos. Las doblé y tomé los jeans para deslizármelos, fajándome la playera. Tan solo lo hice, acomodé la ropa usada a un costado del retrete y lavé la cara y enjaboné los dientes.
No iba a arreglarme el cabello, pero terminé desenredándomelo con los dedos. La raíz castaña y oscura hacía lucir el color rubio de un tono opaco, y con ese flequillo mal cortado parecía una niñita. Traté de acomodarlo distinto queriendo lucir madura, apartando los mechones a los costados para dejar el par de cejas pobladas marcando la intensidad de mis ojos.
¿Por qué trato de lucir bien? Me coloqué las sandalias y salí del baño, la señora Sarah me esperaba al pie del pasillo con el aparato plano en la mano, la cama estaba tendida, y la vista al balcón oculta por la cortina rojiza sobre toda la puerta cristalina.
—Qué lamentable, no se tardó, pero siempre sí tendremos que desayunar un poco más rápido— hizo una mueca con los labios guardándose el móvil—. El señorito Alekseev está a punto de llegar con el resto del equipo.
Tienen prisa por hacerme el interrogatorio. Me pregunté qué tipo de preguntas me harían, seguramente preguntaría algo respecto al laboratorio.
—No podré darle el paseo para que conozca toda la base— Me hizo una señal con el brazo de seguirla, lo cual hice, saliendo con ella de la habitación enseguida—, pero se la daré una vez terminen con su interrogatorio, ¿qué le parece?
—Puedo conocer el lugar por mí misma.
—Estoy segura que terminará perdiéndose—bufó, cerrando el cuarto—. Déjemelo a mí, no tengo nada más que hacer aquí, soy una enfermera, pero en el tiempo que he estado aquí nadie se ha enfermado. Nadie me necesita. Por eso también trabajo para la Coronel y el señorito Alekseev, como ya vio, limpio sus habitaciones y me encargo de lo que me ordenen con usted. Miré, esa es la habitación de la Coronel.
Seguí el movimiento que hizo su brazo, estirándose a mi costado para apuntar a la siguiente puerta. La habitación de esa mujer estaba frente a una habitación de la del hombre.
—Es igual de grande que la del señorito, pero sus camas son distintas. Una vez la encontré... —Cerró sus labios enderezándose más como si de pronto estuviera a punto de decir algo y sacó su móvil desbloqueándolo—. Tendremos que apurarnos, les falta poco por llegar.
Terminé persiguiéndola por detrás cuando comenzó a caminar por el corredizo. Una sensación revoltosa invadió el interior de mi estómago, y me sentí inquieta cuando caí en cuenta de que si él vendría aquí, entonces dormiría en su cuarto. El problema no era saber dónde dormiría yo, sino que dejé la ropa interior en su baño.
—Acabo de recordar que dejé la ropa sucia en el retrete—pronuncié con lentitud—. Si me da la tarjeta, la traeré rápidamente.
Sacudió la cabeza en negación, punzando uno de los botones al lado del elevador cuyas puertas siguieron cerradas.
—La recogeré mientras le hacen el interrogatorio, no se preocupe.
— ¿Y en dónde voy a dormir? — inquirí, adentrándome al ascensor junto con ella.
Hizo un sonido con la garganta mientras picaba uno de los dígitos en el panel, las puertas metálicas se cerraron y ese movimiento tan inesperado volvió a marearme, aferrando las manos al barandal detrás de mí.
—La servidumbre todavía no trabaja—encogió de hombros—. Lo más probable es que sigas en su habitación y él duerma con la Coronel o en otra parte. No lo sé, pero supongo que ellos lo van a decir una vez lleguen.
—¿Y no puedo dormir en la habitación donde están la niña y la mujer? — decidí preguntar.
Sacó el móvil del bolsillo tecleando algo en la pantalla que quise leer.
—Ellas duermen en un solo cuarto, y sí podría, pero las habitaciones tienen una sola cama— Se guardó el aparato—, y el espacio es muy pequeño, es mejor tener su propio cuarto.
Prefiero estar acompañada de alguien que me conozca a estar sola.
—Puede dormir en mi habitación si gusta, le ofrezco mi humilde cama.
Las puertas metálicas se abrieron y ella no tardó en ser la primera en salir. Apresuré mis pasos con intención de salir, pero tuve que detenerme en seco cuando esas risas aniñadas proviniendo de un par de cuerpos pequeños aparecieron corriendo delante de mí.
Niños. Me sentí hipnotizada por sus risillas y los seguí con la mirada. Uno era más alto que el otro y no debían tener más de los 7 años, corrían por el amplio pasillo y entre las personas presentes que anoche no vi.
—¿No son un encanto? —Sonrió y sentí sus dedos tomándome del brazo para tirar ligeramente y hacerme caminar—. Los primeros días en que los tuvimos aquí, no hubo este tipo de ruido, era todo silencio. Nadie salía de sus habitaciones. Los sobrevivientes tenían miedo y desconfiaban de este lugar y de nosotros, pero con el paso de los días los primeros en tomarnos confianza fueron los niños.
Seguí perdida en el eco de sus risas, observando como sus figuras desaparecían de mi vista cuando rodearon los sillones para salir del edificio.
—Quizás se encuentre a la niña—Su voz me hizo pestañear y alcé la mirada reparando en los pocos cuerpos adultos que se hallaban manteniendo una conversación frente a nosotras—. Podría estar en el comedor o afuera, jugando con el resto.
Estudié en cada rostro conforme avanzábamos, no me eran familiar, mucho menos las caras de los que se hallaban presentes en el recibidor, no había nada que reconociera en ellos y parecía que ninguno me conocía a mí.
¿Quiénes de ellos serían los humanos clonados? Tampoco sabría diferenciar porque sin duda todos parecían humanos comunes, aunque uno que otro con una belleza inquietante que me hacían contemplarlos más de dos veces. Sobre todo, esa mujer que se hallaba sentada en el primer sofá frente a la recepción, vestía un overol y estaba leyendo un libro. Su cabello negro llegaba por encima de sus hombros, contorneaba perfectamente con el tono blanco de su piel que parecía de porcelana. Las facciones de su rostro parecían talladas con perfección y tanta suavidad que se sentía como si estuviera viendo una muñeca demasiado frágil.
Dejé de mirarla cuando algo más llamó mi atención, levantando la mirada a las puertas cristalizada que brindaban el panorama exterior. El césped verde tomaba más color con los rayos de sol, sombreando a las personas sentadas en las barras y a esos niños jugando en el pasto. Levanté la mirada de ellos hacía la muralla, atisbando ese par de enormes puertas metálicas que permanecían abiertas para ser atravesadas por un cumulo de vehículos militares y otros de colores oscuros con más modernidad.
¿Quiénes vendrán en esos vehículos?, ¿serán esas personas que me harán el interrogatorio?
La señora Sarah tiró más de mi brazo, acelerando el paso de tal forma que me obligué a no mirarlos más. Cruzamos bajo el umbral del comedor y mi mirada revoloteó a lo largo del salón que se dividía en dos partes, en una se hallaba la cocina con su barra en la que atendía, y otra en la que se repartían numerosas mesas de cuatro a cinco campos, algunas de ellas estaban siendo utilizadas y por los susurros y las risas entre ellos todos parecían conocerse.
Yo era la desconocida aquí.
—Hay una gran diferencia que notara entre los mismos experimentos—soltó por lo bajo, guiándome a la barra—. Hay experimentos con escleróticas blancas y otros con escleróticas negras.
—¿Escaróticas negras? — ni siquiera dude nada en preguntar, creyendo que había escuchado mal, pero ella asintió echando una mirada a las mesas ocupadas—. ¿Habla en serio?
La imité al instante, revisando a cada uno de los cuerpos ocupando las mesas. Unos llevaban puesto el uniforme militar y otros vestían diferentes. Esos eran sobrevivientes, pero ninguno tenía lo que ella mencionó. Rápidamente y como si tuviera un sensor, se me clavó la mirada en una de las mesas en las que se hallaban sentados unos cuantos soldados carcajeándose. Reconocí la piel bronceada de uno de los uniformados, era el Teniente Gae, llevaba el casco puesto y la sonrisa que se extendía en sus labios rojizos, llegaba hasta sus ojos grisáceos, le iluminaba el rostro.
Pues sí es atractivo.
—Si sumamos a los sobrevivientes y los dividimos de trabajadores a clonados, en realidad, serían pocos los que tuvieran escleróticas negras. Pero la gran mayoría no están aquí, les dieron un trabajo en el que se les paga muy bien—sostuvo—. Y según me explicaron, los de escleróticas negras pueden ver temperaturas.
—¿Temperaturas? —escupí hundiendo mucho el entrecejo sin poder imaginarme a una sola persona con escleróticas negras—. ¿Habla de que pueden ver el calor corporal?
Su asentimiento me dejó más abrumada, ¿en serio miraban temperatura?, ¿cómo podían ser capaz de hacer eso?, ¿qué humano...? Detuve mi pregunta recordando lo que ella me contó ayer sobre los humanos que clonaron en ese laboratorio. También mencionó que ellos tenían habilidades, ¿qué otras tendrían?
—Estamos en una época en la que la tecnología se ha vuelto un dios— Me empujó acomodándome en la corta fila a la barra en la que atendía una mujer mayor—. Se puede crear todo con ella, literalmente. Fui de las que creía que no hasta que conocí a los experimentos. Humanos completamente perfeccionados, sin ser capaces de enfermarse, con habilidades y una belleza envidiable.
A la mente, la imagen de la mujer pelinegra en el sofá volvió y me pregunté si acaso ella era uno de ellos. Por otro lado, lo que la mujer decía era perturbador, ¿por qué esa persona creó estos experimentos?, ¿cómo? ¿Y cómo Vivian todos ellos en el subterráneo? Esas eran preguntas que quise hacerle a la enfermera y las cuales acallé, sabiendo que al igual que yo, ella no sabía nada sobre el tema, o eso me dio a entender.
La fila terminó y la mujer detrás del mostrador me tendió una charola, sirviéndome el club sándwich con un envase lleno de papas fritas y una botella de agua. La boca me salivó con el aroma de la pechuga emparrillada y el tocino frito abriéndome el apetito, y fue como si tuviera un cumulo de bichos despertando en la barriga, aclamando tragarme todo sin dejar un solo trozo.
Tomamos una de las mesas y no pasó un solo segundo cuando mastiqué las primeras papas, tragándolas para mordisquear los pedazos de sándwiches durante minutos de silencio. «Sabe delicioso.»
—No coma tan aprisa, señorita, no era tan literal lo del tiempo y no quiero que se me ahogué— río, mordiendo una papa—. Cualquiera diría que pasó días sin comer o que come por dos.
—Es que esta delicioso.
—Tenemos chef con tres estrellitas, hace platillos comunes pero el sabor es lo que lo hace una delicia— contó, tomando una de las servilletas de tela que no tardé en alcanzar—. Límpiese, su boca esta toda manchada de cátsup.
Obedecí su petición, pasando la servilleta sobre los labios. No pude evitar sentir vergüenza avergonzada al hallar varias manchas rojizas en la tela, sintiéndome como una niña que no sabía cómo comer. Alcé la mirada para averiguar que nadie me veía y sentí las mejillas enrojecerme al encontrar esos orbes grisáceos mirándome con atisbo de diversión desde su mesa.
Levantó la mano en una clase de saludo y sonreí en respuesta, logrando que ese detalle le torciera el rostro a la señora Sarah para mirarlo.
—Ajá—esfumó, volviéndose a mí—. Parece que el Teniente quiere ganar terreno. Es una mujer muy hermosa, podría llamar la atención hasta de un experimento.
Quise negar con la cabeza, pero solo desvié la mirada a la charola, tragando con fuerza antes de tomar la botella de agua y darle sorbos.
—¿Sabe si hay uno aquí? — Di una mordida, masticando con lentitud.
Miró a los costados y se detuvo en un solo lugar, estirando una sonrisa antes de asentir en mi dirección.
—Los de la mesa a nuestra izquierda, sin duda lo son.
Su respuesta me torció el rostro rápidamente clavándome en la mesa redondeada a metros del umbral, que estaba siendo ocupada por un par de hombres altos. Me entretuve con sus perfiles, cada uno tenía lo suyo, pero sin duda esas narices tan respingonas y eso mentones perfectamente estructurados me dejaron sorprendida. Por si fuera poco, las facciones de sus rostros parecían ser talladas a mano por un dios, a penas distinguí el color de sus orbes verdes, intensificados por sus largas pestañas y un par de cejas pobladas que brindaban una mirada a la que no podías dejar de observar.
Quien los creó, debió estar obsesionado con la belleza.
—Te darás cuenta de que son experimentos por su indudable y destacable atractivo— apresuró a decir—. Son hermosos desde incubación, pero hay quienes tienen una hermosura a la que perciben como aterradora porque te estremece mucho y ni hablar de lo intimidantes que son, te provocan temor. Como esta son muy pocos. Hasta ahora conozco a cuatro, dos de ellos son solteros y el hombre es el que más llama la atención porque fue el que ayudó a los suyos aquí, y la mujer...
Detuvo sus palabras meneando la cabeza con una mueca en los labios.
—De ella no le puedo decir mucho y de hecho sobrevivió en el mismo grupo que usted en el subterráneo— Eso me devolvió la mirada a ella, sabiendo que se refería a la mujer que esa niña nombró—. Pero no habla con nadie que no sea de los suyos. Y los otros dos que también son de sexo opuesto, son pareja. Tienen escleróticas negras y se parecen tanto en color de piel como en cabello que se pensaría que son hermanos.
—¿No lo son?
Ella negó y meneó la cabeza lanzando una mirada detrás de mi hombro donde recordé que estaba la entrada al comedor.
—Bueno, se les hicieron análisis, pero no estoy a cargo de la enfermería aquí, así que no lo sé — pareció dudar—, aunque hay quienes dicen que uno...
Verla estirar su cuello con fuerza y alzar su rostro mirando otra vez detrás de mí, me dejó desconcertada, y más me dejó escuchar esas voces alzándose en la lejanía. La imité, torciendo el rostro y mirando sobre mi hombro al umbral del comedor, encontrándome con todas esas figuras humanas que se adentraban al recibidor, recorriendo el pasadizo contrario. Sus espaldas era lo único que podía ver, cada vez más apartándose. La gran mayoría estaban uniformados, y algunos de ellos llevaban atuendos distintos.
Seguí observándolos, queriendo saber quiénes eran o, si acaso entre ellos estarían los que me había un interrogatorio. Pero cada vez estaban más lejos.
—¿Creen que ellos sean...?
—No lo sé, señorita—su respuesta interrumpiéndome me devolvió la mirada a ella quien desenfundar el móvil —. Aunque de ser así me habrían enviado un mensaje y no lo han hecho.
Asentí viéndola tomar el plato hondo con papas fritas de su charola y me lo extendió.
—¿Las quiere? — me sonrió, dando una tercera mirada detrás de mí—. Ya me llené, y quizás usted siga teniendo hambre.
Sostuve el tazón con un atisbo de vergüenza en el que terminé agradeciéndole. Y no entendí por qué, por ese instante en que me llevé una papa a la boca, una gran parte de mí quiso girar y mirarlos una vez más, pero me obligué a perder la mirada en la charola, con esa sensación inquietante agitándome el pecho.
—¿Se encuentra bien? — preguntó —. ¿Acaso está nerviosa por el interrogatorio?
Estoy inquieta. Era lo que quise responder, pero solo negué de inmediato mirando de nuevo hacía las sombras de los soldados antes de tomar la botella de agua.
—¿Qué otras habilidades tienen ellos aparte de ver temperaturas? —pregunté pronto, queriendo cambiar de conversación.
—Según me contó un pajarito— Se inclinó acomodando sus codos sobre la mesa con una sonrisa estirada y llena de malicia—. Les mide arriba de 21 centímetros.
La sola respuesta me atragantó, derramando un poco del agua contra la palma de mi mano, tosí y la risa que desbordó de la señora Sarah atrajo la mirada de algunos a nuestro alrededor, incluyendo la de esos dos.
—Usted perdone a esta anciana de mentalidad sucia, también reaccioné igual cuando me lo contaron. Aunque creí que no recordaría este tipo de cosas, señorita. Veo que no olvidó algunos temas— Me guiñó el ojo, y para ser franca, tenía razón. El sexo no era lo único de lo que sabía—. O, ¿acaso recordó algo?, ¿algún recuerdo?, ¿recordó lo del laboratorio?
La mirada cayó sobre los restos de pan y el tazón de papas fritas vacío, me perdí en la escena de esa ancha espalda desnuda y el perturbador sueño húmedo que tuve, el cual terminó estremeciéndome solo recordar las embestidas de sus dedos y esos carnosos labios rozándose a mi boca, devorando mi orgasmo.
—No— mentí—. Todavía no recuerdo nada y menos lo que sucedió.
—Si no recordara nada tampoco sabría temas de sexo, partes íntimas o como ponerle cátsup a su papa frita —apunto a los restos de comida—. Por lo menos recuerda los aprendizajes básicos, y quizás también este empezando a recordar lugares y personas, sucesos, pero inconscientemente.
No lugares ni sucesos, mucho menos personas, solo escenas de sexo de yo siendo masturbada por alguien de dedos largos y calientes. Frunció sus cejas repentinamente en un gesto de preocupación y deslizó sus dedos sobre los míos en una cálida caricia que logró tranquilizarme.
—No se preocupe, con el tiempo empezará a recordar, solo no se esfuerce demasiado porque esforzarse termina haciendo todo lo contrario.
—¿Qué me sucederá si no recuerdo? —quise saber—. ¿Creen que ellos me hagan algo si no recuerdo lo que necesitan de mí?
—No creo en esa posibilidad—aclaró, tomando de su jugo—. No son malas personas, solo buscan terminar con algo que usted sabe, pero no le harán nada si no recuerda.
Comí una papa tras untarla de cátsup, quise sentirme segura con sus palabras, pero por alguna razón sentí temor de ellas.
—¡Coronel Ivanova!
Su exclamación y la reacción tan brusca de su cuerpo levantándola de su asiento y miró detrás de mí, me dejó tan confundida como el aroma a cítricos inundando mis fosas nasales y ese taconeo deteniéndose a mi lado.
—Señorita Nastya Alisha Romanova.
Esa voz aguda y fina me hizo parpadear, subiendo el rostro y ladeándolo para encontrarme con esas curvas tan marcadas de la mujer que hacía tan solo minutos miré en aquel pasillo. Me levanté con lentitud, al mismo tiempo en que repasé su atuendo, llevaba un par de tacones negros y la falda entubada le marcaba sus piernas marfileñas y sus anchas caderas, la blusa blanca abotonada y fajada, le dibujaba la curva de su cintura, remarcándole el busto con un leve escote.
Me incorporé delante de ella, construyendo ese rostro alargado y de mentón delgado que tomaban más forma por el cabello lacio acomodado tras sus orejas. Su nariz apenas pequeña llevaba lunares y sus labios carnosos y alargados tenían un color rojizo.
Con que ella era la que me dejó sus camisones rasgados y desgastados, la mujer que le pidió a la señora Sarah comprar ropa interior sí que era bonita.
La mujer que me haría un interrogatorio junto con otros.
—¿Sí? —fue lo único que solté, recibiendo sus orbes de un azul llamativo recorriendo la playera negra que llevaba puesta.
Miró a la señora Sarah y carraspeó, volviendo a mi rostro y no entendí porque una sensación tan inquietante me removió en mi lugar.
—Soy la Coronel Ivanova— se presentó estirando su mano que pronto tomé para sacudir ligeramente, sus labios apenas se estiraron en una débil—. Dejé a Sarah a cargo de ti durante nuestra ausencia. ¿Fue cómoda su estadía en la habitación de Alekseev?
¿Por qué se sentía tan incómoda esta conversación?
—Lo fue— respondí y ella volvió a mirar la playera negra que utilizaba.
—Sarah creí que mi orden fue clara y le daría la ropa que deje en el armario— Sus palabras solo me dieron la razón—. ¿Por qué utilizar ropa de Alekseev?
¿Le molesta que use la playera de él? Nunca le pregunte a la enfermera si ellos eran algo, y por la severidad en ella, quizás sí.
—Usted perdone Coronel, pero le dejó ropa de vagabundo y se trasparentaba, y como hace un frío...— alargó desde su lugar—, no quería que se resfriara así que le di ropa del señorito, espero que no se moleste.
—Está bien, no hay problema— aseveró, volviéndose a mi —. Supongo que ya sabe por qué estoy aquí.
—Me harán un interrogatorio— no fue una pregunta, sino una afirmación que apretó sus labios.
—Así es— clasificó con un asentimiento —. Y de la manera más atenta le pediré que me acompañe al salón 3, mi equipo la espera.
(...)
¡BUUUUM! Si este es la primera parte, ya sabrán cual es la segunda y lo que se vendrá.
10mil palabras, y ¡Dios! que estos dos capítulos me tienen super inspirada. Espero que les haya gustado bellezas. LOS AMOOO!!
ESTE CAPÍTULO ESTA DEDICADO PARA NUESTRA RECIEN CASADA:
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ellenmassielaragonm
Hermosa, felicidades por tu boda. Les deseo mucha felicidad y nuevas experiencia juntos❤
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