La mujer del cabello negro
LA MUJER DEL CABELLO NEGRO
*.*.*
(LOS AMO, DISFRUTEN EL DRAMA)
El corazón me tamborileó en la garganta cuando aquel grito se acalló seguido de dos estruendos alargados y rotundos que reconocí como disparos. Un grotesco sonido que hizo que aquel rugido bestial se levantara y se alargara horripilantemente por el estrecho pasillo de la ducha.
Las vellosidades se me erizaron hasta ponerme la piel de gallina al darme cuenta de que aquel ruido se había escuchado dentro del área negra. Alguien había entrado y con una monstruosidad persiguiéndole.
Pero lo que me tenía tan confundida era el cómo fue posible que, con el gas venenoso en todo el laboratorio, hubiera todavía alguien con vida.
A menos que fuera un experimento...
—Quédate aquí—la espesa orden de Siete y su imponente figura volteándose frente a mí, me hicieron reaccionar con un leve estremecimiento.
Las sombras que se dibujaron a lo largo de su rígido rostro fueron incomparables al oscurecimiento que intensificó esa escalofriante mirada reptil clavándose en el umbral del cuarto, cuando extendió sus enrojecidos parpados.
Se apartó de la pared, dirigiendo sus tonificados muslos entre el agua, pasando de largo mi cuerpo y dejando que ese brazo cuya mano apretaba el arma se rozara inquietantemente con mi pecho marcado bajo el camisón: mostrando unos endurecidos pezones que su lengua en mi sexo había provocado.
Sin poder evitarlo y con esa palpitación que maldecí tener todavía en la entrepierna, seguí su desnuda espalda con la mirada, inquieta y perturbada viendo como sus omoplatos se marcaban con cada movimiento bajo su blanca piel. ¿Quedarme aquí mientras él iba y se ponía en peligro? ¿Hablaba en serio?
— También iré, así que dame un arma— exigí, escuchando como mi propia voz se amortiguaba ligeramente cuando un cuarto estruendo se escuchó en la lejanía.
Casi respingué ante el estrépito, horrorizada mirando a Siete quien se acercaba al umbral sin siquiera hacer caso a mi petición, sin siquiera una pisca de miedo e interés.
Moví mis desnudas y temblorosas piernas también, con la intención de perseguirlo. Uno de mis brazos se estiró, extendiendo mucho mis dedos hacia su cinturón para alcanzar una de sus armas. Y el tan solo toqué de las yemas de mis dedos sobre la dura textura negra que terminé rodeando con la intención de desenfundarla, hizo que uno de sus brazos se moviera con una rotunda velocidad para que esa amplia mano se estrellara contra la mía y la apretara entre sus dedos, impidiéndome sacar el arma.
—¡Te quedarás aquí! — gruñó, al instante volteándose frente al umbral.
Ese par de diabólicos orbes tan amenazadora terminaron penetrándome, haciendo que una descarga eléctrica removiera los músculos de mi cuerpo.
—¿Por qué demonios tengo que quedarme? — casi lo grité, inhalando con fuerza antes de soltar: —. Si entró un monstruo al área, no puedo quedarme sin hacer nada mientras tú...
Ese inesperado rugir levantándose detrás de dos estruendos, encogió mi cuerpo delante de esa feroz mirada cuyas cejas se tensionaron. Eso parpados enrojecidos se cerraron, torciendo su rostro hacía la misma pared.
Ver la manera en que apretó su mandíbula y esa comisura izquierda temblando en una torcida mueca llena de retenida rabia, retorció su rostro, hundiéndome el entrecejo con miedo.
—Solo quédate aquí hasta que vuelva. Es una orden, mujer— escupió entre sus apretados dientes, y la manera tan aterradora en que todo su rostro se oscureció cuando la electricidad sobre nosotros quiso fallar, me entenebreció.
Más me estremeció de miedo sentir sus dedos apretando los míos para apartarlos lejos del mando del arma, y soltarlos con brusquedad. Su desnuda espalda quedó delante de mí, con los músculos tensionándose sombreándose. Se apartó, subiendo el escalón y cruzando el umbral de la ducha hacia el corredizo.
Desapareció de mi vista, dejándome sola y cubierta de un terrible y asfixiante miedo retorciéndome los huesos cuando un quinto y sexto estruendo se levantaron al unísono, rasgando aún más el horroroso ambiente.
Mordí mi labio con fuerza, acercándome a la pared junto al umbral al que aferré mis manos y hundí las uñas. Sentí una imponencia endureciéndome las piernas, y esa ansiedad tan descontrolada de desobedecerle y perseguirle.
No quería quedarme aquí, no sabiendo que había una monstruosidad dentro del área negra y tantos disparos sin lograr matarla. ¿Qué sucedería si mordía a Siete otra vez? El simple pensamiento me apretujó los órganos. Su temperatura no era igual de caliente que cuando tuvimos sexo, esta vez él podría salir contaminado.
Un estruendo más, tan rotundo y ruidoso elevándose con mucha más fuerza que el resto de los disparos que llegué a escuchar, me hizo respingar contra la pared.
Terminé ahogando un chillido de miedo en la garganta al escuchar ese par de rugidos extendiéndose uno tras otro, y todos esos estruendos levantándose de diferentes armas siendo disparadas al unisonó.
No era un monstruo solamente, sino dos. Dos contaminados, y estaban dentro del área negra.
Siete y esa persona no podrían solos contra ellos. Necesitaban ayuda. Definitivamente tenía que ir y ayudarlos también.
Y ese inesperado llanto demasiado agudo y chillón, elevándose al instante y en alguna parte de todo ese aterrador ruido, me arrebató el aliento.
Toda la espina dorsal se me estremeció, y hasta el ritmo de mi corazón golpeteando mi pecho se detuvo, dejándome en un abrumador shock, con la mirada perdida en el agua y en el reflejo de las farolas tintineantes.
—Un bebé—musité, llevando una de mis manos lejos de la pared para cubrirme la boca con un atisbo de sorpresa.
Por Dios, hay un bebé. Solo repetir esas palabras mentalmente, hicieron estremecerme.
Tuve una muy horrible sensación y un sabor amargo en la punta de la lengua solo saber que alguien tan inocente e incapaz de defenderse, estaba ahí afuera, peligrando.
Definitivamente tengo que salir y hacer algo. Tan siquiera hacer algo.
Y ni siquiera lo dudé, moviendo mis temblorosas piernas con gran rapidez hasta estar frente al umbral. Subí el único escalón para salir al estrecho pasillo.
Apenas reparé de soslayo los jeans y el brasier colgados en la pared blanca o en el bóxer todavía flotando en el agua, antes de voltearme y entonar la mirada al largo corredizo frente a mí: ese camino que debido a la curva que mantenía su estructura, no se podía vislumbrar la salida al área negra.
No tardé nada en caminar con apresuro, sintiendo el miedo apoderándose aún más de mi cuerpo ante ese par de nuevos estruendos alargándose por encima del llanto...
Ese mismo que cesó, dejándome exasperada porque que dejara de llorar no era nada bueno.
Crucé la curva solo para hallar finalmente la salida del corredizo, ese ancho umbral que poco dejaba ver, para mi lamento, una pequeña parte del área negra, como la escalera de asfalto del piso de incubación y parte de la escalera metálica que daba a la oficina.
Y respingué contra la pared de mi lado derecho, repentinamente encogiéndome otra vez cuando en alguna parte del área negra más estruendos acompañados de un grito agudo se escucharon.
Ese es grito de una mujer.
Sin detenerme, seguí acercándome entre la helada agua, enviando una de mis manos a aferrarse a la fría textura de la pared, instantáneamente sintiendo que estaba cometiendo un terrible error.
Uno del que era demasiado tarde para arrepentirme cuando al llegar frente al umbral— a un paso de quedar debajo del mismo—, me encontré con esas tres figuras humanas de diferente complexión y tamaño extendiéndose a lo largo del centro del área negra. Cada uno separado del otro por al menos un metro, dándome la espalda, con sus brazos levantados al frente y un arma apretada en sus manos, la cual disparaba en dirección a una de las enormes puertas metálicas que se mantenía abierta.
Esa amplia entrada dejaba a la perfecta y perturbadora vista, no solo un cuerpo deforme y sin vida hundido mayormente en el agua, sino esa segunda y grotesca monstruosidad parada del otro lado.
Horrorizada, observé en todos esos engordados tentáculos alargándose en alguna clase de escudo sobre el pecho y rostro del contaminado, impidiendo que las balas llegaran a esas partes.
Se estaba protegiendo con sus tentáculos tal y como otras monstruosidades hacían antes de atacar a su presa. O cuando estaban comiendo.
¿Y dónde está el bebé?
Quizás lo tenía una de las personas que disparaban.
¿Y dónde está Siete?
Volé la mirada de los oscuros tentáculos sobre esas tres figuras que se mantenían atentas al contaminado. Ni siquiera pude reparar en dos de ellas tras reconocer una de ellas.
Esa ancha espalda desnuda dueña de una cabellera negra y desordenada estaba acomodada a un metro de distancia de aquella silueta curvilínea con cabellera larga color negra.
Siete.
Salí disparada fuera de la ducha publica, hundiéndome en todos esos estruendos y un llanto apenas cesando. Un picor se adueñó de los dedos de mi mano y de la palma de los pies, con esa profunda necesidad gritándome que moviera las piernas y me aproximara a Siete. Acercarme al cinturón rodeando su ancha cadera para tomar una de sus armas y ayudarlos también.
Pero tan solo di los primeros pasos para cumplir con ese deseo, ese sollozo inesperadamente extendiéndose de mi lado derecho y entre el repentino rugido de la monstruosidad, me detuvo con torpeza.
Se me torció con fuerza el rostro, sintiendo ese pinchazo de dolor en el cuello debido a la brusquedad con la que me moví. Un dolor que ignoré cuando encontré esa pequeña figura, con gran parte de su cuerpo hundido en el agua ocultándose detrás del marco de la cocina.
Esos enormes orbes verdes y con escleróticas enrojecidas de tanto llorar, no estaban clavados en nadie más que en mí.
Una niña.
Una niña del área verde.
Aterrorizada y temblorosa, tal y como aquella pequeña que recordaba haber ocultado debajo de los escombros para poder desviar a los monstruos.
Y ver todas esas lágrimas derramándose a lo largo de sus mejillas rosadas en las cuales uno que otro mechón castaño de su corta cabellera se pegaba, me estremeció con brusquedad.
Ella miró atemorizada a la monstruosidad del otro lado de la entrada, antes de observarme otra vez. Se apartó del marco y se echó a correr fuera de la cocina y en mi dirección.
No solo el resto de su delgado y pequeño cuerpo vistiendo una bata blanca se dejó a la vista. Sino sus brazos pálidos que aferraban un segundo cuerpo mucho menor contra el suyo.
El corazón se me detuvo y cayó hasta mis pies cuando contemplé toda esa cabellera negra y rizada de esa cabeza que se acurrucaba sobre el hombro de la niña. Mantenía toda su espalda desnuda en la que se marcaba esa pequeña columna, gimoteando y temblando, con solo un pedazo de tela rodeando en un nudo mal hecho la parte de su trasero en una clase de pañal.
Es bebé que escuché llorar en la ducha.
El cuerpo se me volteó y las piernas se movieron en su dirección, estirando uno de mis brazos para recibir parte del cuerpo de la niña golpeándose contra lo largo de mi pierna. Apartó un brazo del cuerpo del bebé para aferrarse al camisón que mi cadera cubierta del camisón, y juntar parte del costado de su cabeza contra mi estómago, dejando únicamente su mirada cristalina observando atemorizada todo lo que ocurría en el centro del área negra.
Se me oprimió el pecho cuando sentí el temblor de su pequeño cuerpo.
—El monstruo no nos quiere dejar en paz—sollozó, su brazo apretando más el cuerpo del bebé, hizo que esos engordados brazos y piernas se removieron—, nos quiere comer...
Mis labios temblaron ante sus palabras, sintiendo el nudo enterrarse ente los músculos de mi garganta.
—T-tranquila— susurré, sin saber qué más decirle. Al igual que ella estaba asustada y sumando a eso me sentía todavía en shock—. No sucederá...
Y tras decirlo, solo pude dejar que una de mis manos se recargara sobre su cabello pegajoso en una caricia suave y delicada antes de deslizarla hacia su espalda en una clase de abrazo.
No esperé que, con ese toque, esa pequeña cabeza dueña de rizos negros se levantara de su hombro y se sacudiera solo para girarse entorno a los sollozos de la niña. Ese rostro tan pequeño y cachetón, con un puchero creándose en sus delegados labios, subió con fuerza dejando que esa mirada carmín de escleróticas negras adornada por largas pestañas, se encontrara con la mía.
Era una bebé, y no sabría decir qué edad tenía con exactitud, pero estaba segura de que no tenía solo unos meses.
Y encontrar esos pequeños brazos levantándose tan inesperadamente en mi dirección, y ese puchero en sus labios pronunciándose, me dejó pestañeando.
¿Estaba pidiéndome los brazos?
—¿Qué estás haciendo?
Aquella exclamación femenina levantándose inmediatamente desde el centro del área negra, me subió con rotundidad el rostro lejos de la bebé.
La mirada se me quedó anclada en esa curvilínea figura femenina vistiendo unos shorts negros que marcaban sus largas y tonificadas piernas de piel pálida, y una camiseta de tirantes color roja pegada a la curva de su pequeña cintura. Ella se mantenía moviéndose con inquietud de un lado a otro, con sus brazos estirados y manchados de líquido negro, sosteniendo un arma, y con su rostro tenso— cuya mirada no pude hallarle forma o color— clavada en alguna parte de enfrente.
Solo seguir hacia donde su rostro se mantenía fijamente clavado, me encontré con esa ancha espalda y esos muslos tonificados bajo la tela uniformada de sus pantalones, moviéndose entre el agua.
Era Siete. Y saber que estaba acercándose a la monstruosidad que mantenía sus tentáculos levantados del otro lado de la puerta, acercándose también al cadáver que se extendía junto a la misma entrada, me dejó aterrorizada.
Paso a paso entre el sofocante silencio, él eliminaba la distancia con una imponencia y firmeza tan espantosa que mis labios se abrieron con la intención de llamarlo y detenerlo.
—¡Es muy peligroso! — el gruñido tan inesperado de la mujer, me cerró de golpe los labios.
Vi sus largas piernas moviéndose también entre el agua, apartando su delgado cuerpo del centro del área negra, dejando únicamente esa figura varonil tensa y endurecida, con el arma empujada en la monstruosidad.
No te arriesgues más—exclamó ella.
Y no pude reparé ni un poco en la vestimenta que utilizaba el hombre cuando me obligué a apartarle la mirada para buscar a Siete de nuevo. Él se estaba deteniendo a tan solo un par de metros de la puerta abierta, desenfundando una segunda arma de su cinturón para levantarla a la misma distancia que la otra arma, pero sin disparar.
¿Por qué estaba tan cerca? Esos tentáculos eran tan largos que, si uno de ellos se apartaba de la monstruosidad con la intención de estirarse en el interior del área negra, podría alcanzar el cuerpo de Siete.
Temblequeé al darme cuenta de que esa era la intención por la que Siete se había acercado tanto.
Estaba esperando a que la monstruosidad bajara la guardia y estirara uno de esos tentáculos, así él tendría la oportunidad de dispararle a la cabeza o al pecho: ya que esos eran los únicos lugares donde los experimentos contaminados con sangre regenerativa, morían sin poder reconstruir.
Todos sabían que lo único que la sangre de los experimentos enfermeros no podían regenerar, era su cerebro y corazón.
Sentí palidecerme al atisbar el siguiente paso que Siete dio con la misma perturbadora firmeza para eliminar un poco más de distancia cuando ninguno de esos tentáculos se movió del otro lado de umbral.
No te acerques más. Supliqué en mi interior. Viendo como detrás de él, la mujer delgada se acomodaba temerosa y dudosa, pero con el arma estirada en dirección a los tentáculos.
Y entonces, él dio un paso más, y los nervios de mi cuerpo se acalambraron con una horrible desesperación.
—Detente...— le pedí, esperando que me escuchara—, estas demasiado cerca, Siete.
Esa cabeza de cabellera negra y desordenada, apenas se torció hacia el lado derecho, dejándome ver parte de su sombrío perfil nada más. Sin lanzar su rasgada mirada por encima de su hombro y en mi dirección.
El ambiente se llenó de una tensa y desgarradora sensación cuando de un instante a otro, él enderezó la cabeza y dio un par de pasos más, bajando sus armas para disparar una vez a las engordadas piernas del contaminado.
Ese grotesco gruñido levantándose a lo largo del área negra y retumbando en las paredes, no se comparó a los estruendos que emanaban del arma de la mujer disparando un par de veces tanto a sus piernas como a ese agujerado vientre cuya piel necrosa colgaba cubriendo sus partes íntimas.
De ese vientre rasgado, provenían todos esos desagradables tentáculos negros.
Dos pasos más entre toda esa agua, y él quedó a menos de medio metro de distancia tanto con el cadáver como con la monstruosidad ocultándose detrás de los tentáculos.
¿Qué demonios le sucede? ¡Está poniendo su vida en riesgo, ¿acaso quiere morir?!
El corazón me subió a la garganta cuando él volvió a disparar al vientre reventado, y junto a él acomodándose para disparar también.
Y todos esos tentáculos retirándose de aquel rostro huesudo y repleto de largos y deformados colmillos, para estirarse amenazadoramente dentro del área y en dirección a ellos.
El alma entera abandonó por completo mi cuerpo, no sin antes rasgar mis entrañas y mi garganta en un grito que lo nombró a él:
—¡Siete!
Aquel grito tan aterrorizado no solo logró que el llanto del bebé explotara, sino que ese bramido bestial explorara el área cuando los musculosos brazos de Siete se levantaron con una voraz velocidad para disparar tanto al pecho de la monstruosidad como a lo alto de su cabeza.
Mientras una bala penetró la parte baja del tórax de la monstruosidad, la otra bala se enterró en su cráneo. Esa desgarradora cabeza se sacudió ante el estruendo, y su deforme cuerpo desnudo flaqueó sobre el agua para caer de un fuerte chapoteo.
Murió, pero el parásito en su interior, dueño de todos esos tentáculos no. De eso me di cuenta por la manera en que todavía esos tentáculos se estiraron más.
Las piernas me flaquearon, a punto de hacerme caer sobre el agua también ante el grito chillón que la mujer aventó cuando varios de esos tentáculos alcanzaron una de sus piernas y tiraron de ella haciéndola caer de espaldas contra el agua.
Apenas pude escuchar el gruñido de Siete escupirse cuando los brazos de ella se engancharon alrededor de su muslo para impedir que fuera arrastrada por el parásito.
—¡No! el inesperado chillido de la niña contra una parte de mi estomago me hizo respingar—. ¡Se quiere comer a 06 negro!
El miedo me retorció los huesos, con la mirada incapaz de pestañear volando en dirección al rostro de la niña. Ver el miedo tan impregnado en ella y el llanto enrojeciendo el rostro de la bebé cuyos brazos seguían estirados entorno a mí, solo me aterró más.
La tomé para acurrucarla contra mí hombro con un brazo y con el otro aferrarme a la espalda de la niña, cuyos brazos terminaron rodeando mi cintura para aferrarse.
Devolví enseguida la mirada a Siete. Él mantenía sus armas disparando al vientre y estómago de la monstruosidad. Ese estomago putrefacto y agusanado que comenzaba a agrandarse y a reventarse fibra por fibra, debido al parásito en su interior buscando como salir, me hizo retroceder con la niña sollozando la misma clasificación.
Y ocurrió, de un solo tirón toda esa piel se reventó, salpicando sangre al agua mientras ese bulto negro y gelatinoso salía con todos sus tentáculos aferrándose a los extremos del cadáver, con el órgano estomacal de la monstruosidad colgando de una parte de su gelatinoso cuerpo.
Soltó la pierna de la mujer dejándola caer de golpe al agua. Y sin más, saltó con una aterradora velocidad trepándose a lo alto de la entrada con la ayuda de la mitad de sus tentáculos, mientras que con el resto trataba de defenderse de las balas de Siete.
La manera tan escalofriante en que la criatura trató de trepar hasta llegar a encimarse en el techo del área, me detuvo la respiración.
Los peores miedos se estallaron en mi piel, carcomiéndome, cuando su grotesca figura siguió moviéndose con gran rapidez a lo largo del área, metro a metro, estallando sus tentáculos en cada farola tintineante que se le interpusiera en su camino, oscureciendo un poco más el lugar, dibujando aterradoras sombras a lo largo de las paredes.
Y me estremecí, sintiendo como los músculos se me apretujaban con fuerza al darme cuenta de que, conforme el parasito se movía con agilidad por todo el techo, esos tres ojos espeluznantemente negros, se mantenía únicamente clavados en una sola dirección.
—¡Mujer!
—¡Viene hacía aquí! —el alarido de la niña aturdiéndome los oídos, me construyó también un grito en la garganta—. ¡Viene por mí!
Retrocedí rápidamente bajo el umbral de la cocina, y a tropezones debido a la manera en que la niña corrió detrás de mi espalda para ocultarse todavía aferrando sus manos alrededor de mi cintura, soltando chillidos de miedo uno tras otros.
Con el corazón en la boca y la mirada incapaz de apartarla en la criatura aproximándose cada vez más, volví a retroceder llevando una mano a aferrarse al antebrazo de la niña mientras con la otra apretujaba el cuerpo de la bebé.
—Escúchame niña, tienes que soltarme y llevarte a la bebé de inmediato a la habitación que está dentro de la cocina— me obligué a gritarle a la niña—. Ahí estarán seguras.
—No voy a soltarte—soltó enseguida.
Tuve que apretar mis dedos a su antebrazo para tirar de ella cuando no se apartó de mí, sino que todavía me abrazó con más fuerza dando un significado a sus palabras, sintiendo como su rostro se ocultaba en la parte baja de mi espalda.
—Tienes que soltarme, yo guiaré al monstruo lejos de ustedes— supliqué, y no pude entender cómo alguien tan pequeña podía tener una fuerza tan inquietante como para impedirme romper con su abrazo.
¿O acaso yo era tan débil?
—¡No permitiré que te coma, así que suéltame! — exclamé, desesperada por no lograr romper con su agarre.
—¡No!
Su sollozo ahogado en mi espalda no se comparó al gruñido tan grotesco que me alzó aterrorizada la mirada solo para observar cómo ese gusano evolucionado con una gran velocidad se soltaba del techo solo para treparse con sus largos tentáculos al barandal y deslizarse al segundo techo sobre nosotras.
Si tan solo Siete me hubiera dado la maldita arma.
Mi mirada se clavó repentina en la escoba que flotaba en el agua frente a mi, fue un impulso instintivo en el que me forcé a movernos para tomarla entre las manos arrancandole la cerdas y alzando la parte picuda con la que nos defendería.
Los parpados se me extendieron horrorizados al ver al parasito acomodándose sobre el techo a metros de mi posición, con sus esféricos ojos escandalosamente negros mirándome como su presa.
Esa alargada boca, en su gelatinoso cuerpo, se extendió, mostrando todos esos colmillos amarillentos que arrojaron un segundo gruñido.
Un segundo gruñido que instantáneamente fue acallado por esas balas atravesando no solo el interior de su garganta, sino sus ojos.
El cuerpo se me sacudió ante el chillido que emitió todo su abominable cuerpo, alargándose escalofriantemente por toda el área, estremeciendo el ambiente con horror.
Y entonces, sus tentáculos empezaron a despegarse del techo, uno a uno y en compañía de aquel chillido que con lentitud empezaba a cesar.
Ese cuerpo gelatinoso también terminó por despegarse del techo, estampándose contra el agua de tal manera que el sonido que produjo, hizo que el cuerpo de la niña respingara detrás de mí, ahogando también un chillido horrorizada por el estruendo.
Por otro lado, quedé en suspenso y horrorizada, mirando la manera en que todos los tentáculos del parasito flotaban en el agua y como esa estructura gelatinosa terminaba hundiéndose en gran parte a metros de mí, sin hacer el más mínimo ruido o el más inquietante movimiento.
Murió.
¿De verdad está muerto? Esa pregunta retumbó con fuerza en mi cabeza. Dudé mucho, así que, reteniendo todo el oxígeno en mis pulmones, reparé hasta en la última pulgada de lo único que se veía de su cuerpo deforme.
Atenta a cualquier extraño movimiento que hiciera y cualquier sonido inquietante que emitiera también, en tanto la niña detrás de mí inquietantemente se removía y se apretujaba todavía más a mi espalda y trasero.
Y esos largos dedos tomándome de la quijada con una brusquedad tan desconcertante para torcer mi rostro y levantarlo lejos del parasito, creó un quejido en mi garganta.
Un pinchazo de miedo se instaló en mi cuerpo, al mismo tiempo en que lo hizo un torrente de calor deslizándose a través de mi piel cuando me encontré con esos diabólicos orbes manteniendo su escalofriante intensidad en mí.
Se me desinflaron los pulmones, sintiendo como mi existencia adquiría un tamaño diminuto y tembloroso frente a su imponente y tan intimidante cuerpo emitiendo un potente calor que, a pesar de no rozarse con el mío, podía sentir como penetraba hasta la última fibra de piel.
—E-estoy bien...—tartamudeé.
No pude creer que me perdiera en cada parte de su rostro, como en la manera en que toda su cabellera negra y desordenada se acumulaba encima de su cabeza sin mechón que descansara en su frente, o la manera en que esas gotas de sudor resbalaban a los costados de su respingona nariz, recorriendo hasta la severidad que predominaba en su quijada apretaba.
Estaba molesto, quizás enfurecido. Pero, ¡demonios!, ¿por qué se veía tan desgarradoramente atractivo?
La sensualidad que ese endurecido gesto en él le brindaba, hizo que el cosquilleo en el estómago se integrara a montón, eliminando las contracciones que minutos atrás sentí.
—No me pasó nada—clarifiqué, como si eso fuera a resolver algo, porque, aunque salí de la ducha con la intención de ayudar, terminé ayudando en nada.
Esa comisura izquierda de sus carnosos labios se arrugó, temblando un instante antes de estirarse en una alargada y pronunciada mueca que retorció amenazadoramente su perfecto rostro, recalcando inquietantemente su perturbadora belleza.
Las mejillas se me calentaron con esa torcedura en sus alargados labios, sintiendo la saliva aligerarse en mi boca.
Demonios. ¿Por qué estoy teniendo tantas ganas de lanzarme y devorar esa mueca? Saborearla con la lengua, estrujarla entre mis dientes hasta desvanecerla en él.
— Ve la oficina y no salgas hasta que suba — escupió cada palabra entre sus dientes que ese crujido metálico alargándose en alguna parte lejana del área negra, como de una puerta mecánica cerrándose, ni si quiera llamó mi atención.
Pestañeé, desvaneciendo la imagen de mi yo besándolo a él.
—¿Por qué? — la pregunta desbordó de mis labios en un hilo de aliento.
Me inquietó mucho ver como sus orbes de un rasgado color platinado se clavaban desconcertante en el bebé que se acurrucaba contra mi pecho y el cual mantenía su cabeza removiéndose encima de mi hombro, con su pequeña mano inesperadamente aferrada a un mechón de mi cabello.
La mueca en sus labios se remarcó, se intensificó con tanta cruda severidad, que ese hoyuelo se le dibujó.
Otro revoloteó se sintió detrás de mi pecho odiándome por sentir esas ganas de olvidarme de lo sucedido y entregarme al deseo de romper la torcedura con mis besos.
Por otro lado, me sentí confundida por la manera en que analizaba a la bebé sin desvanecer esa irritada mueca.
—¿Por qué? —repitió mi pregunta con una tonalidad tan grave y peligrosamente ronca, y lenta, que me estremeció—. Porque te lo estoy ordenando, mujer.
La tonada crepitante en que su voz recalcó esa última erre casi como un ronroneo, agitó el órgano detrás de mi pecho, acelerándolo contra mi voluntad.
Más se me agitó ante la manera tan intensa en que, sin pestañear, volvió a clavarme su mirada, esos rasgados orbes bestiales que se dilataron que una forma tan alarmante.
Las cejas bajo mi flequillo estuvieron a punto de levantarse en una clase de gesto ante la caricia tan estremecedora de su cálido aliento explorando en caricias la piel de mi rostro, remojándome también los labios: esos que se abrieron y temblaron tras sentirse secos, sedientos.
—¿Porque me lo estás ordenando? — repetí inquieta, volteando apenas parte de mi cuerpo frente a él, sintiendo como el cuerpo de la niña se apretaba detrás de mí—. ¿Y crees que con eso voy a hacerte caso?
El leve ladeo de su, todavía, aseverado rostro, y esa torcedura en sus labios disminuyendo bajo sus diabólicos orbes y todas esas aterradoras sombras, por poco me hizo estremecer.
—No puedes ordenarme quedarme con los brazos cruzados— expliqué enseguida—. Por muy peligroso que sea, voy a salir a defender también, Siete.
Un jadeo inquietante estuvo a punto de escaparse de mi cuando sus dedos soltaron de golpe mi quijada solo para deslizarse con tanta velocidad a lo largo de mi mejilla, ahuecándola en una caricia tan estremecedora que la inquietud que sentí casi se desvaneció.
Casi, porque no esperé que ese toque se volviera una clase de agarre que levantó todavía más mi rostro. La distancia entre nuestras miradas se acortó más cuando él, sin esperarlo, dio un paso más cerca de mí, pero sin rozarse a mi cuerpo todavía.
La manera tan conminatoria en que esos orbes dilatados y oscurecidos comenzaron construir mi rostro centímetro a centímetro, ensañándose en mis labios que instintivamente se mordisquearon reteniendo un impulso, me dejó cautiva, apartada de lo que acababa de ocurrir en el área.
Odio que me gusté la forma en que me mira.
—Eres demasiado terca— calcó con asperidad y ese pulgar dibujando caricias a lo largo de mi pómulo me debilitó los parpados—. ¿Cuánto más debo recordar que mantienes residuos en tu cuerpo?
—No se necesitas recordarme porque yo misma lo sé— apresuré a decir—. Además, no hace mucho que me inyecté sangré...
—No estas entendiendo, mujer— me interrumpió. Esa comisura izquierda volvió a temblar, amenazando con estirarse en otra terrible mueca—. Si el gas que logró entrar al área negra es suficientemente fuerte, tu cuerpo se dañará más de lo que ya está. Que la culpa recaía en ti si empeoras por desobedecerme.
—Con lo poco que entró, no afectará. Desde que el gas apareció hasta entonces, su efecto ha estado disminuyendo.
Y esa voz aguda y femenina, no solo hizo Siete retrocediera un paso y volteara con lentitud hacía la dueña de la voz al mismo tiempo en que su mano abandonó con fría lentitud mi mejilla. Sino hizo que el cuerpo que todo este tiempo se había mantenido oculto detrás de mí, me soltara y se apartara con rapidez.
Pasé de mirar el perfil de Siete y su quijada apenas apretada, a ese pequeño cuerpo de la niña mayormente hundido en el agua estampándose contra esa figura curvilínea acomodada a solo unos pasos de nosotros.
Vi la manera en que los brazos de la pequeña se levantaban para rodear esa cintura marcada bajo una camiseta roja completamente mojada.
Sin poder evitarlo mi mirada subió de ese pecho tan perfectamente construido dibujando sus areolas bajo la delgada tela, a esas clavículas y ese delgado cuello que guiaba a un rostro alargado y en forma de diamante, con un mentón picudo y unos labios en forma de corazón.
Pestañeé, la perfección que esas pocas partes que apenas describí de ella, no terminaba ahí.
Su perturbadora belleza solo se intensificaban en compañía de esa nariz pequeña y puntiaguda, respingona tal y como la de Siete, con un par de aletas simétricas.
Por si fuera poco, su larga cabellera que, a pesar de estar mojada, le daba un vislumbre enigmático a su perturbadora belleza, larga y acomodada detrás de sus orejas, con una frente perlada de entradas suaves donde, un par de oscuras y pobladas cejas se contorneaban encima de sus grandes ojos con pestañas espesas y rizadas que adornaban un par de esferas grisáceas dueña de esclerotizas escalofriantemente negras.
Ella era del área negra, también.
Y si mal no recordaba la niña la llamó por 06 Negro. Un número antes de 07 Negro, la clasificación de Siete.
Eso quería decir que se conocían, ¿cierto?
—Es por eso que todavía hay algunos contaminados del área roja que siguen con vida al igual que sus parásitos—informó con cuidado, dejándome aturdida.
—¿Cuántos más has visto? — la asperidad con la que Siete preguntó, y la frialdad de su bestial mirada manteniendo todavía esa conexión con la de ella terminó inquietándome tanto como ver ese ovalado mentón tan delgado y suave, temblando en una clase de sentimiento siendo retenido.
—Hace más de un día que no nos encontrábamos con ninguno, estos fueron los primeros después del gas—respondió, dejando caer un instante su mirada en los labios de Siete—. ¿Cuánto tiempo has estado en esta área, Siete?
Lo llamó Siete. Pestañeé ante la propia voz en mi interior sorprendida por lo que acababa de escuchar. Eso solo quería decir que lo conocía. No, que ambos se conocían.
—Cuatro días.
—Entonces no tienes idea de lo que ha sucedido... — su repentina voz baja, y la manera en que mordisqueó su labio inferior como si retuviera algo, me confundió.
Más me confundió ver como esos orbes reptiles tan enigmáticos y escalofriantes se dejaban caer sobre esos carnosos labios en forma de corazón.
Una sensación inexplicablemente hueca, se insertó en la boca de mi estómago.
—¿Qué sucedió? — esbozó él, en un ápice áspero.
Ella dejó de morder su labio inferior, enviando al instante su brazo a recargarse sobre la cabellera castaña de la niña para acariciarla, sin dejar de mirar a Siete tan fijamente y sin pestañear, que por esa franja de segundo sentí que solo eran ellos dos.
—Parece ya no haber salida— pronunció, y un escalofrió me sacudió toda la espina dorsal—. Trepamos una escalera que está en el comedor, pero la única salida del segundo piso fue bloqueada por un derrumbe en el techo.
Y esas palabras soltadas con suma lentitud golpearon mi rostro con rotundidad. Me sentí noqueada y aturdida, con ese vuelco en el interior de mi estómago volviendo de nuevo, al igual que la imagen del piso que se encontraba arriba del comedor, ese que guiaba a un número de habitaciones bien protegidas a las que solo se podía entrar por medio de códigos y por las que se tenía que cruzar para llegar a la planta eléctrica y salir al exterior.
—¿De qué hablas? —quise saber, mi voz salió temblorosa debido a esos espasmos zarandeándome los músculos.
Recibí enseguida la mirada grisácea de la mujer, esa cuya preocupación se desvaneció de golpe, transformándose en una inexplicable mirada seria que me consternó demasiado.
—¿C-cómo que está bloqueada? — pregunté, su rostro inquietantemente terminó distorsionándose—. El segundo piso esta sostenido por pilares y barrotes metálicos, no puede haber un derrumbe, el material es inpenetra...
—Lo hay.
Y esa otra voz
Los parpados se me extendieron con rotunda fuerza, poco faltaba sentir que se me caerían los ojos del rostro cuando encontraron esa figura masculina, no tan alta como la de Siete, abandonaba el barandal en el que ese musculoso brazo herido se había mantenido aferrado. Sus muslos envueltos en unos jeans oscuros, produciendo un suave sonido en el agua ante el silencio que se creó alrededor.
Poco a poco con el movimiento de sus piernas, dejó que cada pequeña parte del resto de su cuerpo varonil fuera cada vez más claro frente a nosotros.
Mi mirada atisbó hasta el más mínimo detalle de él, subiendo por esa ancha cadera en la que se acomodaba un cinturón con una que otra arma enfundada, antes de reparar en ese torso en el que se le marcaban las abdominales debido a la manera en que esa camiseta manchada de sangre se le pegaba.
Subí por ese par de pectorales inflándose debido a una de sus respiraciones, hasta esos hombros donde descansaban las asas de una mochila que colgaba en su espalda. Solo para terminar clavada en ese moreno rostro alargado, apenas cuadrangular, pero con un mentón un poco ovalado, dueño de una respingona nariz chata de enfrente y un par de carnosos labios manchados de sangre, con una que otra gota manchando también su mentón.
Varios de los mechones negros de su cabello estaban pegados a su frente, y el tono oscuro solo intensificaba esa mirada de un azul estremecedor, que estaban entornados en mí.
Y el horror rasgó hasta la última de mis entrañas, cuando tras reconstruir su rostro una y otra vez conforme él se acomodaba junto a la mujer de cabellera negra, me di cuenta de quién era él.
Casi negué con la cabeza, sino fuera porque me sentí descompuesta, conmocionada por lo que estaba viendo.
Esto no podía ser verdad, debía ser una maldita broma. Una maldita broma del destino.
De todos los sobrevivientes que restaban, ¿por qué debía ser él?, ¿Por qué debía ser ese guardia?
El guardia con el que tuve que acostarme para robar el código y acceder a la matriz de los incubados.
—Esos parásitos lograron agujerar el techo del segundo piso, así que es claro que salieron a la superficie— repuso, y su voz penetró mi cabeza con recuerdos desagradables, solo aumentó las contracciones musculares en el estómago—. Hay una parte en el derrumbe a la que se puede acceder para llegar a la puerta todavía...
Soltó aquello con una mueca en sus labios, una mueca que aventó un quejido de dolor. Él llevó enseguida su brazo sano para presionar su mano sobre su carnosa boca y toser con escandalosa fuerza como si de pronto tuviera algo atascado en la garganta.
Algo llamó mi atención de su brazo en cuya piel mi mirada no tardó en deslizarse para revisar. Una acción de la que me lamenté cuando encontré ese tatuaje de un ancla apenas sobresaliendo de un par de manchas de sangre.
Ese mismo tatuaje que recordé haber acariciado cuando coqueteé con él una semana antes de acostarme, incluso después de darle un orgasmo, lo acaricié.
Esos espasmos sacudieron desagradablemente mi cuerpo ante el recuerdo, y al verlo que, tras retirar su mano de su boca para dejar a la vista esas ligeras manchas de sangre, esos ojos azules me miraron un instante antes de observar a Siete.
—Pero para poder pasar al otro lado...—pausó, para aclarar la garganta —, se tiene que ser demasiado delgado y pequeño.
Y no pude mantener la mirada más en su rostro, retirando mi rostro y perdiéndome en el agua.
Esas convulsiones torturando mi estómago lograron su cometido, inclinando parte de mi cuerpo contra mi voluntad cuando ese caliente liquido subió a lo largo de mi esfogado.
Y vomité.
Vomité las galletas que había comido horas atrás.
(...)
OH POR DIOS.
Hola mis pequeños experimentitos, ¿qué les ha parecido el capítulo? Un poco de todo, ¿no?
Este capitulo está dedicado a la hermosa cumpleañera Leth_Grr ¡Feliz cumpleaños! Te envío un enorme abrazo. Espero que tengo un nuevo o de vida lleno de hermosas experiencias. ¡Te envió un abrazo!
LOS AMO MUCHOOO!!
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