Juguemos sucio
JUGUEMOS SUCIO
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Capítulo con contenido +21, no apto para todo publico
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El corazón azotó con tanta potencia el pecho que sentí que rompería los huesos y se me saldría, huiría lejos de la aterradora presencia que desataban esos diabólicos orbes sobre mí. Negros como la oscuridad y llenos de una esencia tan espeluznante que a cualquiera destrozaría el alma.
Y a pesar del miedo que comenzaba a convulsionarme las entrañas y quebrarme los músculos, permanecí con el mismo endurecimiento en el rostro, sin arrepentimiento de lo que confesé.
Si sabía de mí, y todavía me tenía con vida y de esta forma tan confusa y a tormentosa, mejor que supiera de una maldita vez que fui yo la que soltó los gusanos después de acostarse con ese guardia. Algo que estaba segura que no solté y que él no sabría de mí. No iba a mentirle más, De una vez encarar y saber qué demonios era lo que él buscaba o quería lograr dejándome con vida. Porque ese hecho estaba torturándome y muchísimo.
—¿No responderás? — arrastré tentativamente cada palabra, apretando más el mango del arma de su cinturón a la vez que dejaba que mi otra mano se adentrara debajo de su camiseta militar, recostándose sobre esos músculos tan rígidos y rotundamente caliente—, ¿te dejé mudo?
Acompañé mi pregunta con el desliz de mis dedos sobre cada una de esas abdominales, dibujándolos bajo las yemas de mis dedos tal y como deseé hacerlo antes. ¡Y maldita sea!, estaba encantándome como se sentían, lamentablemente esta locura terminaría.
Sería la última vez que tocaría su perfección. Porque que le confesara que fui la que inició este desastre, era como para que me matara.
Su mandíbula se desencajó, esa endemoniada mirada sin la más mínima presencia de su enigmático color platinado, subió de mis nudillos vendados a mi rostro, estremeciéndome con la ferocidad de esos orbes negros.
—¿Quieres que te ayude a decidir? —lo provoqué todavía más, adentrándome a la cueva del lobo cuando mis dedos se deslizaron sobre el resto de su caliente y endurecida piel de su pectoral izquierdo, sintiéndolo respirar con tanta lentitud solo para exhalar toda esa calidez que recorrió hasta el último poro de la piel de mi rostro.
Ese aliento seguramente sería la última vez que lo sentiría humedeciendo las mejillas.
Un inesperado jadeo se me resbaló junto a un pequeño respingón de todo mi cuerpo cuando esas calientes yemas se recostaron tan inesperadamente sobre mis glúteos deslizándose con una escandalosa lentitud que no pude evitar hundir el entrecejo ante las sensaciones estremecedoras que brotaron en lo más bajo de mi vientre.
—Si tanto quieres, mujer— la maldita ronquera con la que pronunció cada palabra, recalcando esa erre tan delirante mientras esos dedos subían por el arqueo de mi espalda estuvo a punto de perderme, más aún cuando ladró su rostro dejando que ese mechón resbalaba sobre la cicatriz de su sien —, adelante.
Estuve a poco de morder mi labio ante el delirio que esos dedos volviendo sobre mi trasero empezaron a provocarme, apretándolos apenas un poco, pero lo suficiente como para hacerme temblar.
—¿Qué debería hacer contigo? — preguntó paulatinamente en un tono grava, bajo y muy peligroso.
Y no supe si sentir temor o, perderme en el toque de esos dedos regresando a mi espalda para deslizarse a la curva de mi cintura donde subió por lo alto de mis costillas: esas que repasó bajo sus yemas deteniéndose bastante cerca de mi pecho derecho.
Oh demonios. Se siente terriblemente bien. Y no debería sentirse así después de lo que confesarme más.
— ¿Dispararte con una de mis armas? — Ver su pulgar haciendo un amenazador movimiento en el que creí que acariciaría mi pezón, estuvo por alterar el ritmo de mi respiración—, ¿sacarte del área?, o...
Se me cerraron los labios cuando, al hacer un segundo movimiento esa yema tan caliente se rozó contra mi areola, ahogándome un gemido que apenas fue audible.
—¿Jugar todo lo que quiera y de las formas que desee hacerlo?
El vuelco en mi corazón, cuando sentí subir un poco más sus dedos levantando un poco ese bulto carnoso, no se comparó al destello de placer que me deshizo las piernas en agua cuando recostó ese pulgar y apretó mi areola, antes de masajearla con movimientos continuos.
Casi quedé boba con las sensaciones que produjo.
—¿Te quedaste muda, muñeca?
¿Muñeca? Y estaría estremeciéndome y quizás embobándome más ante la manera en que me llamó y apretó mi areola, sino fuera porque el tono engrosado y bestial de su voz escupiendo es pregunta, inyectó miedo en mi cuerpo.
La mano en mi pecho se apartó al instante, deslizándose en la piel de mi quijada para apretarla sin brusquedad y levantarme el rostro, estremecerse con la cercanía de ese perfecto rostro cuya enigmática belleza llena de severidad me dejó temblando. Peor aun cuando me di cuenta del peligro que desataban esos orbes depredadores, estremeciendo hasta la última partícula de mi cuerpo para hacerla pequeñita.
—Me estas provocando— Sus labios hicieron un lento movimiento para escupir esa engrosada y peligrosa voz, en los que estuve a poco de perderme.
Jadeé cuando esa mano tomándome de la cadera tiró de mí, estampándome contra su duro y caliente torso en el que sentí desbaratarme, escupiendo un quejido.
El calor que emitió todos esos músculos a través de su ropa, me volvió un montón de músculos temblorosos.
Músculos que se volvieron polvo cuando ese brazo se deslizó a alrededor de mi cintura para apretar su agarre y dejar su mano sobre mis glúteos, empujándolos de tal forma que mi vientre se presionara contra ese bulto tan endurecido y agrandado bajo la cremallera de sus pantalones, arrancándome un gemido que había estado conteniendo y el cual se ahogó contra la cima de su pectoral.
¡Maldición!
—Y si no quieres que te provoque será mejor que decidas qué debo hacer contigo— exigió con una desgarradora ronquera en la que mantuvo su mandíbula apretada, y ese par de oscuras cejas tensionadas.
Maldición, ¿cómo puede verse tan atractivo y atemorizante a la vez? Apreté los labios tras lamerlos, apenas sintiendo el tamborileo de mi corazón en la punta de mi boca. Tenerlo tan cerca era una muy mala idea, de eso me di cuenta.
— Me tocaste— me esforcé por endurecer mi rostro y mi voz cuando esos dedos se deslizaron sobre la fría piel de mi glúteo izquierdo—, me besaste y jugaste conmigo durante el sexo, y por mucho que eso me gustó, que supieras de mí y me besaras aún más me tiene trastornada.
Arrastré aire cuando me hizo falta Deslicé enseguida mi mano de su pectoral a todos esos músculos de su abdomen, acariciando todo ese rastro de piel tensa antes de sacar mi mano de su camiseta uniformada.
—Te dije que arruiné tu vida y me besaste, ¿qué significa eso, Siete? —le enfrenté, hundiendo el entrecejo ante la manera en que esa temible mirada reptil reparó severamente en mi rostro—. Me salvaste más dos veces y mantuviste con vida. Dijiste que la atracción entre nosotros no te detendría para matar a un humano como yo, pero no me matas, ¿por qué no lo haces?
Estallé como un volcán aventando lava a ese rostro de frialdad cuya mirada terminó clavada en mi boca, esa por la que arrastré aire porque todavía tenía guardado para decirle.
—¿Es porque quieres entregarme? — por poco lo exclamé, y no ver expresión en su rostro empezó a triturarme las entrañas—. Sí es así, puedo contarte todo sin una gota de filtro. Pero después tendrás que matarme porque prefiero morir aquí a que me pudran detrás de unos barrotes.
Solté aquello con tanta severidad y firmeza porque así lo quería. Prefería morir aquí porque sabía que después de mi confesión nadie me creería y aun así me encerrarían toda una vida para mantener el tema del laboratorio subterráneo y los experimentos lejos de que la civilización lo supiera.
—¿O es por qué quieres hacerme sufrir por lo que hice? ¿Quieres atormentarme?, ¿eso buscas? —aventé sin detenerme, sintiendo la garganta reseca de tanto hablar—. Porque lo estas consiguiendo desde hace horas.
Bien.
Sabía que estaba tentándolo mucho. Pero ya había perdido a Anhetta y era seguro que no miraría a mis padres nunca más. Ya había luchado mucho por salir ilesa de todas estas muertes que provoqué, me había hecho la fuerte hasta este punto, ignorando recuerdos aterradores. Intenté utilizarlo y hacer como si no hubiera pasado nada, pero al final estaba pasando todo, y por si fuera poco parecía sentir algo por él. Y él todo este tiempo supo quién era yo, y lo ocultaba por razones que sabía que podrían lastimarme.
Llegué a la punta del iceberg con todo esto. Estoy cansada para seguir sobreviviendo sabiendo que al final siempre sí moriría en este maldito laboratorio.
Y si él prefería hacerme sufrir para pagar por lo hice teniendo este maldito sentimiento y esta desgarradora atracción hacia él que me hará embobarme como estúpida, prefería que me matará.
— Sea cual sea tu razón, que me dejas viva no es de inteligentes, menos de un experimento que ha guardado rencor hacía lo que hicimos— gruñí a milímetros de su carnosa boca cuando alcé mi cuerpo con las puntas de mis pies, todavía instigándole más tras hundir mis uñas en su torso.
Sin una gota de agua en los ojos ni enrojecimiento que demostrara el dolor, escudriñé su diabólica mirada y su silencio, demostrando que hablaba en serio.
Lo último de lo que tenía ganas de hacer en este momento, era llorar. Ya estaba harta de hacerlo, harta de que el karma me diera una patada en el trasero. Si a este punto estaba Richard aquí, ese bebé y la niña, y sumando a eso él, no quería saber qué sucedería dentro de unos días más.
Ya no quería averiguarlo.
— Así que, si fuera tú, Siete...— pausé, respirando hondo para soltar: —, tomaría una de tus armas y dispararía en el cabeza.
Esos largos labios se estiraron en una frívola, pero hipnótica mueca, apenas pareciendo una sonrisa espeluznante, como si mis palabras hubieran provocado mala gracia, pero irritación a la vez.
Salí del pequeño transé cuando esa mano abandonó mis glúteos y ese brazo se deslizó paulatinamente de mi cintura dejando una fantasmal presencial de su calor palpándome toda esa parte. Pronto sentí esos dedos rozándose con el dorso de mi mano vendada, para deslizarse sobre el arma junto a la que mis dedos se aferraban con fuerza.
Y la desenfundó a la vez que esos dedos en mi quijada se deslizaban en los mojados cabellos de mi cabeza, aferrándose a mi nuca.
Le di una mirada a esa estructura negra que era levantada junto a mi rostro, dejando que esa boquilla se acercara al costado de mi rostro. El simple roce de esa fría textura contra mi mejilla, me estremeció, más me estremeció con rotundidad cuando la fue sugiriendo a lo largo de mi pómulo.
—Si así quieres jugar, pequeña terca— escupió entre dientes, hundiendo todavía más sus dedos en mi nuca para apretarla y alzarme aún más el rostro, mientras la boquilla del arma se presionaba a mi sien—, jugaremos sucio.
El horror estuvo a poco de rasgarme el rostro delante de esos orbes mefistofélicos cuando el crujir del arma siendo cargada se estampó en el interior de mi cráneo. Casi cerré los parpados, sintiendo al instante esa opresión en el pecho a punto de quebrarse al saber que me dispararía.
Así lo sentí, así lo creí y lo acepté.
Y disparó.
Y ese estruendo bloqueándome los sentidos para rebotar contra la parte superior del estanque de agua junto a nosotros, hizo respingar hasta el último de mis huesos, extendiéndome con rotundidad los parpados delante de esa carnosa boca estirándose en una airada mueca.
Palidecí, sintiendo como la debilidad se evaporaba de mi cuerpo como el humo, haciendo temblar mis rodillas a punto de doblarse y hacerme caer sobre el agua.
—Esta no es el arma con la que pienso dispararte— gruñó en un tenso movimiento de sus labios.
Y jadeé, abriendo mucho los labios ante el roce inesperado de esa carnosa boca que se inclinó...
Cuando sentí esa fría boquilla deslizándose en la cara interna de uno de mis muslos, subiendo con tanta amenazadora lentitud por toda esa mojada piel, dirigiéndose a esa fragilidad húmeda cuya palpitación traté de olvidar todo este tiempo.
El simple roce de esa larga textura contra ese par de pliegues aun hinchados y mojados, me hizo saltar otra vez, escupiendo contra su boca un gemido de sorpresa cuando lo deslizó sobre mi sexo y lo presionó.
—La que acometeré contigo será peor que la bala de un cañón, pequeña, y esto por pedirme matarte—ronroneó, dejando que esos labios se abrieran para deshacer y devorar los míos en un beso ardoroso y hambriento de consumir toda rabia.
Apretó mi nuca, profundizando todavía más las embestidas de su boca contra la mía, abriéndose una y otra vez con un desesperos tan intensos y estremecedores que sentí que caería una vez por todas, sino fuera porque en algún instante mis manos volaron a detenerse en su ancha cadera.
Un escozor amenazó con quemarme los ojos, esos que cerré solo para sentir ese par de lágrimas derramándose. Algo volvió a romperse en mi interior, la confusión a abofetearme y el deseo a invadirme la piel, erizando hasta la vellosidad más pequeña. No entendí por qué otra vez estaba besándome así, no entendí por qué si lo había tentado a dispararme, no me mataba.
Y lo que menos pude entender fue por qué mi boca se abrió, correspondiendo a la suya con la misma desesperación, hambrienta en busca de saciar su marea en el sabor de sus labios.
El cañón del arma se presionó aún más contra mi sexo, el miedo me estremeció y endureció tanto como el placer cuando dos de sus dedos se apartaron del mango y se abrieron paso entre los mojados pliegues, acariciando ese frágil.
Se estiraron aún más sobre esa empapa estructura, moviéndose sobre los labios mayores con los que jugueteó para presionarse sobre ese delicado botón que me arrebató el aliento.
Lo masajearon con tanta maldita delicia, que todo ese cumulo de pensamientos comenzó a oscureceres aún más, los sentidos a adormecerme y embelesarme con esas descargas placenteras, alargándose en mi interior con exigencia, llenando mi cuerpo afligido y rabioso.
—Cielo santo— jadeé contra sus vehementes besos que todavía se volvieron más profundos cuando le sentí ladear su rostro, apretando aún más sus dedos en mi nuca.
Esa lengua larga colonizó mi interior con exquisitez, danzando sobre la mía que se sintió poseída con su amenazante sensualidad. Embriagada ante su calor y erotismo por el que no pude contenerme, despertando sobre ella con los mismos lentos movimientos.
Ahogó un gemido ronco en mi boca que me hizo suspirar contra la suya, encantada, fascinada, entregada a él.
Sus yemas se bañaron en mi lubricación, jugueteando una y otra vez con ese botón que estaba siendo mi más grande tortura, lo tomó entre sus dedos y apretó su hinchazón arrebatarme un gemido de placer:
— ¡Maldición...!
El gruñido que desbordó de su boca contra la mía, hundido en una clase de ronquera e ira, fue como si aquello le fascinara más de lo que no debió.
—¿Te está gustando, pequeña? — la ronquera con la que pronunció aquellas palabras entre besos, no fue lo que me perdió, sino esa lengua dibujando la estructura de mi boca—. ¿Quieres más?
Mi asentimiento de cabeza repetitivo y sin titubeos me tomó por sorpresa.
Esas comisuras estirándose en una delirante sonrisa llena de sensualidad, encendieron mis mejillas y me arrebataron un estremecimiento de placer.
—Tengo otros mimos con los que planeo devorarte — ronroneó, estrujando esa hinchazón entre sus yemas para arrebatarme un gemido que se tragó esa larga lengua volviendo al interior de mi boca.
Lo masajeó con movimiento circulares y pronunciados para aventar entrecortando mis gemidos y jadeos. Me atormentó el placer que desató, masturbándome hasta descomponerme la respiración.
—¿Esta todo bien?
Y ese grito varonil extendiéndose a lo largo del estrecho pasillo del cuarto de ducha, me hizo saltar, abriendo con fuerza los parpados y por poco tratando de torcer el rostro hacía el umbral cuando esos dedos extendiéndose contra el pequeño agujero se empujaron, penetrando todo ese estrecho espacio de músculos aturdidos y acalambrados con tanta miserable pausa, que el gemido salió mudo de mi boca, rompiéndome el rostro en un gesto de placer cuando empezaron a embestirme con lentitud, saliendo y entrando profundamente.
Maldición. Se siente malditamente bien.
—Escuché un disparo.
Arrastré aire entre dientes cuando los sentí hundiéndose todavía más, solo para gemir un chillido contra su carnosa boca cuando aumentó sus penetraciones rotundas y rapidez, una y otra vez, excavando en esa pila de músculos mojados.
Ese esquicito sonido lleno de erotismo comenzó a levantarse entre nosotros, y pareció fascinarle tanto cuando aumentó un poco más esa velocidad, hundiéndome las uñas en los costados de su torso.
—¿Todo está en orden?, ¿qué fue ese dispa...?
—¡Lárgate! — gruñó con bestialidad contra la cima de mi labio superior, que respingué ante su furia, sin dejar de ser embestida con esos largos dedos, haciéndome añicos con las olas eléctricas que desataba una tras otras, llevándome a lo más alto del clímax.
Las neuronas se me volvieron humo cuando pronunció sus embestidas, dibujándome estrellas en la cabeza. Sentí la piel quemarse y el placer comenzar a inflarme el cuerpo.
—Oh mi...—el resto de mi gemido fue tragado por su boca volviendo a devorarme—...Dios.
Mis propias manos me traicionaron viajando a su cinturón para intentar desajustarlo con el deseo de ser mimada con algo más.
Otro chillido se me escapó cuando sentí sus dedos hundirse todavía más y a una velocidad tan desconcertante entre el pequeño espacio, que me volví torpe con los dedos y con sus vehementes besos, dejando la boca abierta por la que todo tipo de jadeos y gemidos desbordaron incontrolablemente contra la suya, que se alargó en una mueca que disfrutó de mí delirio.
Siete no solo estaba llevándome a ese anhelado orgasmo lleno de la más dulce adicción, se estaba llevando toda esa rabia y toda esa culpa con la que cargaba desde hace mucho, los estaba desapareciendo, haciendo trizas, como si nunca hubiera sido yo la responsable de muertes de inocente y él no lo supiera.
No, Nastya, dijiste que no caerías por él otra vez, dijiste que querías saber sus razones por eso le confesaste lo de Richard y los gusanos. ¡Reacciona!
Con el estruendo de esa voz perforándome la cabeza en aterradores ecos y la imagen de esos cadáveres de niños muertos y destrozados por los que llegué a caminar, una de mis manos reaccionó, se movió lejos de su torso y sobre su grueso cinturón
Mis dedos se aferraron al mango de una de sus armas para desenfundarla y pegar la boquilla contra el costado de su cuerpo.
Esa boca detuvo sus hambrientos besos sobre mis labios, tensándose en una ligera mueca cuando todavía pronuncié más la boquilla del arma en su cuerpo, por otro lado, esos dedos ni siquiera dejaron de penetrante, disminuyendo solo un poco la velocidad con la que se movían dentro de mí.
—Mujer...
La forma tan inesperadamente pausada y bestial en la que me llamó, me sacudió el corazón, desbocándolo a la vez que me hacia un manojo pequeño de nervios.
No. No sería capaz de dispararle, no a él y por eso mi dedo no se acomodó nunca en el gatillo del arma, ni siquiera para cargarla. Pero esperaba que al menos esta amenaza le hiciera responder mis dudas de una maldita vez, en vez de envolverme en una ráfaga placentera tan adictiva para olvidarme de todo lo que cometí.
—¿Por qué me mantienes viva? —jadeé, obligándome a apretar más la boquilla, esa que tembló cuando sus dedos siguieron el ritmo, explotando mi interior.
—Porque viva es como te quiero tener —ronroneó, besando mis labios de una forma deliciosa y lenta en la que sentí su lengua saboreándome.
—Esa no es una respuesta—gemí, hundiéndome el entrecejo.
—Para mí lo es—gruñó, tirando de mi labio inferior.
—¡Eres una maldita tortura, Siete! —farfullé.
Y ante mi desespero por aclarar esas tormentosas dudas, me empuje hacia un costado queriendo apartarme de él.
Un quejido se me escapó cuando de un instante a otro mi cuerpo fue empujado por el suyo, sintiendo como mi espalda desnuda se estampaba contra el estanque del agua, produciendo un sonido hueco que llenó el cuarto y recorrió poco más del corredizo.
Estuve a punto de retorcerme sin apartar el arma de su costado, pero esa mano en mi nuca resbaló fuera de mis mojados cabellos para tomarme de la cadera y presionarme contra el material al instante en que ese muslo se arrinconó contra la cara interna de mi pierna izquierda para separarla más de mi entrepierna, dando más espacio a ese cañón presionándose contra mi ingle y esos dedos que aumentando sus embestidas que volví a gemir sin poder evitarlo.
Las piernas me flaquearon volviéndose agua caliente cuando, tras sentir la mano en mi cadera volando para tomar el arma de mi muslo y apretarla a mi cintura, ese pulgar jugueteó con mi botón.
—Demonios—El vaivén de sus dedos enterrándose aún más, y ese exquisito sonido que producían por la velocidad en la que me penetraban, estaba volviéndome trizas.
Las caderas me traicionaron entregándose al éxtasis estallando en cada pieza de mi existencia, meneándose contra sus movimientos.
Comencé a temblar, deshaciéndome en pedazos por todas esas olas eléctricas acalambrándome el cuerpo de sensaciones tan exquisitas, mientras esa lengua saboreaba mi boca un instante antes de perforar mi interior para juguetear también con mi lengua, esa que no comprendí por qué por mucho que anhelara respuestas, le correspondía, pero con torpeza.
Y reventé. El orgasmo estalló de mi boca con forma de chillido pronunciando la delicia del cielo al que fui llevada, y explorando luego el infierno de esa boca carnosa donde un gruñido ronco se escupió.
Se me deshicieron los músculos bajo la piel, encantados y llenos de debilidad. Temblando aún más ante la contracción de sus dedos saliendo de mi interior para deslizarse sobre lo alto de mi monte y esa boca que por ningún motivo abandonó la mía con besos lentos y profundos que no pude evitar corresponder, todavía con torpeza.
— ¿Cuál es tu razón para quererme viva? — solté en un hilo de aliento y por poco no me entendí debido a mi descompuesta respiración, sintiendo como mi pecho se sacudía con cada desequilibrado movimiento de mis pulmones—, ¿planeas...torturarme?, ¿entregarme? Dime.
Bajé el arma de su costado, dejándola apretar contra su cadera, sin amenazarlo esta vez, inclinando mi rostro hacía atrás apretando mi nuca a la estructura del estanque, apenas creando un centímetro de espacio entre nuestros labios, uno suficiente para extender mis parpados y subir la mirada.
La intensidad que esa rasgada mirada, llena de un enigmático deseo desprendió, me agitó todavía más ese órgano palpitante detrás de mi pecho.
Más me lo agitó ese repentino sonido de la pretina de su pantalón, resonó en mis oídos.
—Las razones que te has creado no son las mías, mujer — esa cálida exhalación y el roce tan excitante de sus labios soltando la ronquera de su voz, me cerraron los parpados.
De alguna forma, escucharle responderme llenó de paz una parte de mi tormento, pero la otra todavía seguía llenándome la cabeza.
Si no me mantenía viva para entregarme, y tampoco para torturarme con la culpa, ¿cuál era su razón para quererme viva y todavía darme un orgasmo? Dijo que guardaba ira hacía humanos como yo y que la atracción no lo detendría para matarme, entonces no entendía nada.
—Dímelas—susurré—. Quiero que me las digas, maldita sea, Siete, dímelas ya.
Esas manos se movieron con una veloz agilidad tomándome de la parte trasera de mis desnudos muslos —bajo mis glúteos —para levantarme del suelo, logrando que mis piernas rodearan su cadera al mismo tiempo en que mis manos volaran a aferrarse encima de sus hombros, sintiendo como el arma entre mis dedos golpeaba parte de su cuello.
Y gemí: un sonido arrancado de mi garganta y ahogado en esa boca que al instante se estampó sobre la mía para besarme, cuando me apretó contra la estructura del tanque, dejando que esa férrea erección tan palpitante de calor se estrellara contra mi monte mojado, apretando su glande hinchada y húmeda a lo largo de mi vientre.
En mi mente, mis neuronas me traicionaron dibujando ese enorme tamaño por el que chillaron extasiadas.
Unas terribles ganas me invadieron de rodear todavía más mis piernas en su ancha cadera cuando esa mano acomodó su hinchada glande entre los pliegues tensionados, empujándolo un poco en mi sexo.
Esa mano se aferró a mi trasero y esa boca se ahuecó en mi cuello saboreando la piel con su lengua, la mirada entonces se me perdió en los azulejos de una de las paredes, temblando de excitación ante lo que sucedería.
Y empujó su cadera cortándome el hilo de las palabras en un quejido de placer que se devoró él.
Me torturó el modo tan lento y doloroso en que entró en mi interior, que las sensaciones tan tormentosas que surgieron cuando su miembro se fue adentrando cada centímetro más entre el estrecho espacio en mis músculos, torció mi rostro con cruel lentitud, escupiendo un gemido en la cima de esa cabellera negra y desordenada.
Y en mi cuello ese ronco gemido dejó huella.
—La única manera en que me harás decirlas, será si me apuntas con el arma en la cabeza— escupió palabra por palabra en un tono brusco y ronco contra ese rastro de piel, humedeciéndola tanto con su aliento como con esa lengua que la chupó—. Pero si lo haces, jugaré más sucio contigo.
Salió de mí, y de una forma tan brusca e inesperada abandonando mis músculos para que, con una decisiva fuerza y tan rotunda firmeza, se empujara otra vez.
Y lo hizo con tanta brutalidad, que no solo sentí mi trasero golpearse contra el tanque sintiendo ese leve dolor adueñarse de mi piel, sino mi alma entera siendo golpeada por ese explosivo placer de su miembro enterrándose cruelmente en el pequeño espacio en mi interior, entre todos esos músculos tensándose de fascinación.
Me arrancó un chillido de locura que golpeó por completo las cuatro paredes, escapando por ese umbral hacía el corredizo en ecos largos.
No fue el único chillido de placer que me arrancó contra el movimiento de su boca devorándome el cuello cuando él volvió a salir de mi interior para enterrarse con fiereza y embestirme una y otra vez y con tanta maldita exquisitez que sentí como toda mi alma se gozaba con sus acometidas.
El alma se me despedazó con delirios, conmocionada por esas penetraciones que me estampaban contra el estanque produciendo sonidos huecos, uno tras otro. Las uñas se me encajaron en la tela que cubría sus hombros, enterrándose ante el dolor que sentí en cada una de sus crudas y dulces embestidas, pero ese dolor no se comparaba en nada al éxtasis quemándome los huesos y volviéndolos polvo.
Acabó con mi razonamiento. Sin amabilidad, ni pudor, haciéndome suya con bestialidad hasta despedazarme la culpa y la rabia que sentí antes.
Me perdí en el sonido de nuestras pelvis chochando y en el que nuestras mojadas y calientes pieles producían con cada golpe.
También me perdí en el arma que todavía podía apretaba contra su hombro y en esos carnosos labios que dibujaron un camino de besos hacía uno de mis pechos.
Una de mis manos se hundió en su cabellera sedosa para apretar esos mechones cuando sus labios se abrieron y esa lengua lamió esa dureza con morbo, la lamió una vez haciendo movimientos sobre ella que me hicieron morder los labios.
Hincó sus labios para envolver toda esa la piel, chuparla y saborearla, degustarla sin brusquedad y como si le fascinara el sabor, cerrándome los parpados para disfrutar de esos deslices.
Me encantaba lo que me hacía, no era una mentira, y tampoco era una mentira para él saber que terminaría cayendo.
Indiscutiblemente mi cuerpo y alma le demostraban lo mucho que me encanta la bestialidad con la que me tomaba. Y estaría levantando mi bandera en alto, prefiriendo el orgasmo que me construía con su salvajismo, pero no pude hacerlo.
Quería saber sus razones, estaba tentada por muy sucio que fuera su juego detrás de ellas.
Así que dejé que mis dedos tiraran de su cabellera, levantando enseguida el arma de su hombro sin acomodar el dedo en el gatillo ni cargarla.
—Di... Cielos— un gemí se me salió contra sus cabellos cuando esa larga extremidad lamiéndome el pezón antes de chuparla, tuve que obligarme a concentrarme en lo que buscaba y pegar el arma en la boquilla de su sien—. Dime tus razones.
Ni siquiera hubo un segundo de silencio...
Cuando esa ronca y escalofriante risa que solo duró un instante, brotó contra la frágil piel de mi pecho, espolvoreando todo ese aliento rotundamente caliento contra mi pezón endurecido.
Una descarga eléctrica sacudió mis músculos notablemente, arrugándome el entrecejo en un gesto de excitación al encontrarme encantada ante la maravillosa tonada de esa risa que, apenas sonó diferente a las otras.
Divertida, pero maliciosa, y malditamente llena de sensualidad.
Y detuvo sus embestidas, pegando mucho su cadera a mi cuerpo como para sentir su erección enterrada hasta el último milímetro en todos esos músculos.
Y esa mano apartándose de mi muslo para estamparse contra mi muñeca y torcerla hacia arriba de una forma que me obligó a subir el arma apuntando al techo, no fue lo que me volcó el corazón y lo subió a mi garganta, sino esos enrojecidos parpados extendiéndose, dejando que esas esferas negras y diabólicas clavándose en mí, me dejaran inmovilizada.
Un escalofrió me removió los nervios.
Esos labios se abrieron soltando mi pecho, dejando a la vista todo ese trozo de piel enrojecida solo para enderezarse con imponencia y peligro.
La sombra que construyó ese magnífico y atractivo rostro siendo acariciando por una que otra gota de sudor sudoroso, no se comparó al temor y la fascinación que desató en mi interior la rigidez que se adueñó de su mandíbula apretada y esos orbes feroces cuyas pestañas espesas se rozaban con los largos mechones negros que se le pegaban a la frente.
Un cosquilleo en el estómago se pronunció.
Que maldita maravilla eres, Siete.
Temblequeé al verlo inclinar su rostro, encogiéndome de hombros y removiéndome los huesos en estremecimientos cuando esa puntiaguda y perfecta nariz rozó su lóbulo contra la mía.
Las caricias que esos frotes repetitivos me provocaron, me desarmaron hasta desinflarme con brusquedad. Me sentí confundida e inmensamente atrapada en esa caricia tan significativa.
—Te advertí que si me apuntabas a la cabeza jugaría más sucio, pequeña—su cálido aliento humedeciéndome la boca y esas palabras tan arrastradas en tonalidades roncas y vibrantes, me dejaron arrebatada.
Más arrebatada quedé cuando siguió frotando con lentitud su nariz.
—También dijiste que dirías tus razones—le recordé en un hilo de aliento, embobada a esos esféricos orbes rasgados llenos de una oscuridad tan enigmática como peligrosa que cayeron sobre mis labios—. Tienes que decirlas.
—Y lo haré — arrastró con ese crepitar tan marcado y feroz—, mientras satisfacemos lo que deseamos del otro.
Y se inclinó aún más, pero con una pausa tan marcada ladeando apenas su rostro, para eliminar centímetro a centímetro, restando distancia entre nuestras bocas.
Ni siquiera me di cuenta de en qué momento, su mano se deslizó para arrebatarme el arma dejándola encima del estanque. Solo pude ver como esos carnosos se separaron para chuparse dos de sus largos dedos.
La sensualidad con la que repitió ese movimiento antes de sacarlos, me dejó hechizada.
Peor quedé cuando eliminó ese último par de centímetros para rozar sus mojados labios con delicia sobre los labios y cerrarse en un beso profundo en el que nuestras bocas tronaron.
—Sabes delicioso, mujer— esbozó, abriendo más su boca para devorarme en un beso más hambriento—. Tu piel, tu aroma y tu interior tienen cautivo a ésta bestia..
Ladeó un poco más su rostro para empujar su boca más contra la mí, de tal forma que sentí mi cabeza golpearse al material ante la profundidad de un beso desesperante donde no pude evitar gemir.
— Pero el cautiverio en el que me tienes no es mi razón— ahogó ese gruñido entre dientes—. No te dejo viva por el sexo.
Mi boca le correspondió con más deseo. Hundiéndome en el sabor de sus labios y la perfección con la que nuestras bocas se unían aumentando su ritmo.
Y mientras mis manos se deslizaban por lo ancho de sus hombros envolviendo su cuello, enterrando mis dedos en esa cabellera negra y sedosa en la que me aferré, esa mano amplia se recostaba sobre mis glúteos. Deslizándose y acariciando toda esa humedad y fría estructura de piel redondeada, hasta adentrar ese par de largos dedos completamente mojados entre los pliegues.
Sentir esas yemas frotándose contra aquel agujero, embarrando su saliva para lubricarme, me hizo jadear.
Dios, santo, Jesús. ¿Él me va a...?
Mordí el labio cuando sentí uno de sus dedos empujarse y masajear esa zona, dejándome con el corazón desbocado en adrenalina y nerviosismo, y una tensión que fue disminuyendo cuando esos labios volvieron a besarme, desatando en mi boca un hambre por corresponderle.
Y arrastré aire por la boca en tanto sentí su dedo anular enterrándose con bastante lentitud en ese músculo tan apretujado.
—Siete— jadeé rozando la cima de su boca cuando respingué al sentirlo enterrarse más y moverse cuidadosamente en mi interior, en ese pequeño espacio.
Los labios se me extendieron más exhalando un quejido de dolor, al sentir salir su dedo anular para enterrándose de nuevo en mi con la misma cautela, tomándose su tiempo para invadirme.
Me sentí confusa y arrebatada en las sensaciones y el leve dolor ante el repetitivo movimiento de ese dedo saliendo apenas y entrando, una y otra vez con la misma pausa.
Nunca me habían hecho lo que él me hacía. Y aunque de algún modo estaba sintiéndome atraída y encantada por saber lo que se ocurriría hasta el final, el hecho de que Siete supiera de esto me tenía desconcertada.
Un gemido tembló entre los músculos de mi garganta cuando ahora comenzó moverse diminutamente a los costados, aumentando un poco más las embestidas hasta que el espacio se amoldara a su tamaño y se acostumbrara a él.
Cielos. Las olas de calor fueron en aumento como las acometidas de su dedo.
—No sabes cuantas veces quise matarte y cuantas tuve que contenerme por una maldita pared que nos separaba—, dejando que su lengua chapara mi labio —. Pero cuando te tuve de frente no pude hacerlo.
La manera en que esa boca me embistió con vehemencia, un hambre insaciable y enloquecedora que buscaba ser llenada por mí, volvió a hacerme fémur. Hundiendo mis manos todavía más en su cabellera para corresponder con la misma pasión, perdiéndome también en las embestidas de su dedo, las cuales comenzaron a aumentar, produciendo exquisitas sensaciones lejos de ser dolorosas.
Y entonces él se movió contra mi cuerpo, contrayendo su ancha cadera para retirar su miembro de mi interior y embestirme con tanta ferocidad que me arrebató un mudo gemido.
Un gemido que se amortiguó por ese gruñido varonil ahogándose en mi garganta. El rostro se me descompuso cuando volvió a retirarse y esta vez para penetrarme con un movimiento circular que me atolondró.
Chillé extasiada cuando no se detuvo y me embistió de la misma forma, profundo y rotundo moviendo esa cadera para hacer maravillas en mi interior.
—Oh demonios— gemí perturbada ante sus fascinantes movimientos en los que podía sentir hasta el último milímetro de su hinchada erección en ese pequeño espacio.
—Demonios no, mujer— gruñó ronco. Tiró de mi labio inferior solo para inclinar esa cabeza y amortiguar su boca sobre mi pezón derecho—, es este experimento el que te está haciendo suya.
Perdí las fuerzas y me volví tonta, cuando al enterrar su boca sobre ese bulto sensible saboreando su estructura como un trozo de carne, marco todavía más esos movimientos circulares, hundiendo el cuarto en todo tipo de sonidos exquisitos.
Un gemido más desbordó rasgado y con locura de mi boca. El cuello se me estiró con la mirada nublada en el techo ante el más aturdidor e inexistente placer descomponiéndome el cuerpo.
¡Santo cielo! Quise gritar extasiada y embelesada porque se sentía como si mi alma fuera llevada a la locura, pero la voz se me destrozo solo para soltar gemidos que mostraban la mucha deliciosa tortura a la que estaba siendo expuesta por Siete.
Mi orgasmo exploró todo rincón del pequeño cuarto en un chillido amortiguado por ese gruñido bestial explorando mi pecho, cuando esa cadera se embistió con rotunda crudeza azotando mi mojada piel, derramando esa cálida liberación.
Temblé y volví a temblar cuando se meneó una vez más, repartiendo besos a lo largo de mi pecho hasta ahorcarse en mi cuello.
La debilidad me pesé tanto que mis manos cayeron sobre sus hombros sintiendo como hasta los parpados amenazaron con cerrarse y a mi desplomarse sobre su cuerpo.
Si entiendo, además, esas inquietantes contracciones aumentando en los músculos de mi estómago. Me sentí confundida ante las náuseas que me invadieron, ¿qué era esto?
—En el túnel —Su cálida lengua dejando marca en mi cuello, me estremeció—, cuando terminabas con la vida del infante, escuché lo que le sollozabas. El que te tomó del cuello y contra la pared, fui yo.
Y en tanto me perdía en la distorsión de su voz explorando mis oídos en ecos aterradores que no entendí bien, la mirada se me cayó sobre su hombro cuando esas gotas de sangre se derramaron.
Sentí sus carnosos labios tensionándose y alargando una clase de gruñido. Abandonó mi cuello para enderezar su rostro y construir una sombra sobre mí.
Levantar la mirada fue algo que no pude hacer al quedar atrapada en ese líquido de sangre derramándose sobre la cima de su pectoral.
Y otro más en la entrepierna.
(...)
BUM!!
-Se talla las manos con malicia- ¿No se esperaban eso?
A este punto de la historia espero que se hayan dado cuenta de las intenciones de Nastya, si suelta algo es porque no le importa las consecuencias. Esta harta, cansada y furiosa. Sentimientos que repartí capítulos atrás.
Estamos tratando con un personaje que, a pesar de no saber sobre el físico de los experimentos y estar constantemente bajo control y vigilancia de otros involucrados, carga con la muerte de su hermana y más de 100 personas, entre muchos de ellos, experimentos. Al final es culpable y ella lo sabe. Y que sienta algo por Siete solo empeora mas sus emociones a tal grado de hacerla tener estos impulsos.
Esta historia es muy diferente a Rojo y Pym. Ellos dos eran un amor y se conocían desde mucho antes y de maneras diferentes, pero aquí es otra trama, otros problemas, y estamos tratando con personajes que odiaran y amaran por todo lo que guardan y ocultan. No olviden estos detalles, ternuritas, porque la historia estará subiendo a niveles peores y mejores.
Espero que este corto capítulo les halla gustado, si me sorprenden con votos y comentarios, les actualizare rápidamente también la siguiente parte.
LOS AMOOOO.
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