Idiota

IDIOTA
*.*.*

(Algo aquí huele a drama, preparen sus bates, porque esta fuerte la cosa)

¿Qué fue lo que hice?

Esa pregunta retumbó en mi cabeza, recargando parte de mi espalda contra la madera blanca tras poner el seguro en de pomo.

¿Palmearme el vientre y luego preguntarle si esto era lo único que quería de mí? No tengo vergüenza ni firmeza, la dignidad se me cae al suelo cuando lo tengo de frente, mirándome con esa intensidad.

Quise abofetearme, pero solo pude restregarme una de las manos en el cabello, despeinándome tras soltar una exhalación de frustración por mi contradicción.

Hacer eso y todavía soltando esas últimas palabras fue como provocarlo otra vez a venir a mí, y no quería tener otro encuentro solo para terminar teniendo sexo salvaje que, por mucho que me gustara, teniendo este sentimiento de por medio haría que la brecha entre los dos se sintiera más grande.

¡Maldición, Nastya es como si fueras masoquista! Te decides a terminarlo, luego lo tientas otra vez y como toda una cobarde le huyes, ¿qué es lo que quieres conseguir?

Por poco me gruñí aquello, pero negué con la cabeza, sintiéndome molesta. Ni siquiera sabía lo que quería conseguir y eso me estaba estresando, mi propio comportamiento estaba fastidiándome, irritándome.

Este infierno, este maldito lugar, el hecho de no haber más una salida ni nada qué hacer y teniéndolo a él cerca con esta atracción sexual más intensa que antes, tenían mis neuronas hechas trizas.

Y sumando a eso que saber que en cualquier momento todo a nuestro alrededor podría terminar, me hacía querer seguir solo mis instintos porque entonces luchar contra lo que más estaba deseando, era una pérdida de tiempo.

¿Debía arrepentirme de mi decisión?

¿Debía dejar de detener mis ganas de besarlo porque él era un experimento y yo la que provocó la muerte de su gente?

En estas circunstancias lo correcto ya no existe, Nastya. Sabes que esto es una pérdida de tiempo.

Suspiré sintiendo ese hueco en el pecho. Me diera cuenta de que mi decisión era absurda, y mi porque lo correcto a estos niveles dejara de importar, sino porque las feromonas de Siete me afectaban a un ritmo que aturdía. Ni siquiera había pasado la mitad de un día y por este momento en que lo vi me sentí hechizada, casi sentía mis piernas bajar e ir por él, enviar al demonio mi decisión y domarlo tal y como quería hacerlo.

Si así de atolondrada me sentí en tan solo 5 horas mirándolo a unos metros, no imaginaria lo que ocurriría dentro de unas cuantas más. Entonces ni siquiera mi voluntad, ni lo que me hacía sentir la brecha entre los dos, me detendría para ir a él y hacer otra estupidez.

Pero si así me afectaban sus feromonas a tal grado de dejarme hipnotizada, a él también de la misma forma, ¿cierto?

¿O no?

No. El efecto de sus feromonas era diferente sobre los dos y, para mi lamento, a quien más parecía afectarle era a mí.

Apreté mis puños con fuerza y contra el estómago, dejando la mirada en el sofá y el cobertor tejido y colorido. Me pregunté si él sabía a lo que me estaba refiriendo cuando le pregunté si buscaba algo más.

No era del tipo de mujer que se la pasaba provocando a hombres, ¿por qué demonios estaba actuando así con él? Y todavía, después de decidir apartarme. No podía sentirme más tonta.

Respingué y por poco una exclamación se me escapó a causa de ese par de golpes huecos retumbando en la madera detrás de mi espalda.

Giré de golpe, apenas apartándome un paso y con el corazón dando latigazos en la garganta reparando en el seguro puesto en el pomo puerta.

Es él.

No, no podía ser él. A pesar de haber pasado solo minutos desde que cerré la puerta, de algún modo sabía que no era él. Después de lo que le dije, Siete no iba a venir, y menos cuando dijo que no me tocaría hasta que le rogara. Y no, no le rogaría.

Entonces, ¿por qué estaba poniéndome tan nerviosa?

Remojé los labios, llevando una de mis manos a acomodarme unos mechones detrás de la oreja antes de respirar hondo y quitar el seguro del picaporte. Giré levemente el material dorado y suave, y abrí.

Apenas abrí, esa piel morena dibujando un torso desnudo con músculos contorneados de un tamaño común me hicieron pestañear. Un atisbo de decepción me apretó los labios, así como enojo hacia mí misma solo sentirme esperanzada de algo absurdo.

— Niña, hay algo que tengo que darte.

Levanté la mirada a esos esféricos orbes azules sin ojeras que le intensificaran la mirada y con un puñado de mechones oscuros invadiéndole la amplia frente. Solo reparar en ese desacomodado cabello y ese par de pectorales de areolas marrones me hizo recordar cuando le quité por primera vez su camisa en su habitación.

Sentí un vuelco en los músculos de mi estómago.

— Léelo...— exhaló y hundí el entrecejo cuando le vi mover uno de sus brazos para estirarme un trozo de papel entre sus dedos.

Le miré confundida sin entender por qué quería que lo tomara y él hizo un movimiento con el mentón, señalándome que lo hiciera ya. Por ese instante mi mirada estuvo a poco de ponerse encima de su hombro para clavarse en el piso de incubación, pero me rogué no hacerlo.

—Bien— solté, abriendo un poco más la puerta para alcanzar el pedazo de hoja y comenzar a abrirla.

Se me entreabrieron los labios cuando encontré esas palabras un poco mal escritas talladas con pluma a lo largo del papel.

"Ven aquí, ya se me quito el suello pero el neonatal sige dormido."

Estaba segura que así no escribía Richard, había visto antes su tipografía y ortografía, esta parecía ser de un niño.

La niña. No había pasado minutos desde que la vi bajando la escalera y ya quería que volviera a estar con ella. Pero, ¿por qué me lo daba en una nota? ¿Por qué él no solo me decía que la niña quería verme?

Claro, esa mujer seguramente se lo había impedido.

Iré, así no estaría aquí sola, atormentándome con los pensamientos y esperando algo que ya no sucedería. Trataría de despejarme y apartarme de Siete y sus malditas feromonas.

Así mantendría mi ridícula decisión hasta donde pudiera mantenerla.

— También para recordarte que ya han pasaron horas para tomar tu porción de comida—le escuché informar—. Así que baja, tengo que ver lo que tomaras.

—Espérame un poco—pedí.

Y ni siquiera vi su rostro cuando me giré y comencé a caminar cruzando el centro de la oficina y pasando de largo el sofá solo para adentrarme al baño.

Emparejé la puerta y me acerque al mueble del lavamanos donde se extendía la ropa que lave.

Mis jeans, el camisón rosado y de tirantes que llevaba puesto la primera vez que desperté en el área, y el bóxer negro.

No iba a bajar con la pechuga desnuda entre las piernas.

Y con ese pensamiento llevé las manos a aferrarse al camisón azul solo para sacármelo cuidadosa de no despeinarme. Lo dejé dentro del lavamanos donde más tarde lo lavaría. Di una rápida mirada al brasier negro apretujándome los pechos antes de reparar en ese par de pliegues levemente enrojecidos y sentirme tan humillada de enseñárselos a él y hacerle esas preguntas.

Estiré el brazo y tomé el camisón rosado de tirantes para deslizarlo por encima de mi cuerpo estirándolo sobre mis muslos antes de tomar ahora, el bóxer negro y comenzar a deslizarlo por lo largo de mis piernas. Una vez lo hice, tiré del camisón rosado que, en comparación al azul, ocultaba más de la mitad de mis muslos. Luego tomé entre mis manos los jeans, repasando la tela bajo mis yemas. Estaba aún más humedecida que el camisón.

¿Debería esperar a que se seque?

Asentí, después de todo el camisón me cubría un poco más de las piernas y no se me pegaba a los glúteos. Extendí de nuevo los jeans y salí del baño hacia el umbral de la oficina donde la espalda de Richard fue lo primero que vi, recargando sus codos contra el barandal del estrecho pasillo mirando hacia algún lado del área.

Di una mirada al reloj sobre el marco de la puerta, solo para saber que hasta entonces habían pasado aproximadamente 10 minutos.

Diez minutos y al único que había aparecido ante la puerta era Richard. ¿Y qué esperaba? Una sonrisa burlona estiró mis labios y que tonta me sentí esperando que viniera ese hombre.

—Listo—suspiré, manteniendo mi mirada únicamente clavada en el perfil de Richard cuando salí al pasillo.

Esos ojos azules se apartaron de la pared en la que se acomodaban las enormes puetas metálicas solo para dar una mirada a mi camisón rosado.

—Te cambiaste solo para ir por tu porción de comida— Alzó las cejas cuando lo dijo.

—¿Tiene algo de malo? —Arqueé una ceja, aunque tenía razón, no había motivo para haberme cambiado, pude solo ponerme el bóxer y ya.

—No—encogió de hombros—. Andando.

Me rodeó, sintiendo como parte de su brazo se rozaba al mío solo para aproximarse a la escalera y bajarla.

Solté una larga exhalación antes de seguirlo por detrás, manteniendo la mirada clavada únicamente en los escalones, ignorando el tamborileo de mi corazón resonando con mucha brusquedad debido la inquietante necesidad de subir el rostro para saber sí él seguía en esa parte del piso, recargado sobre el barandal, mirándome, mirándonos.

No voy a revisar.

Mordí mi labio inferior para detener esas malditas ganas en tanto bajaba el resto de los escalones metálicos.

—¿Estabas durmiendo?

—No—respondí al instante viendo su espalda morena delante de mí.

Verlo sin la camisa puesta, traía ese recuerdo de cuando me acosté con él para soltar los gusanos. Era incómodo.

— Pero supongo que tú lo hiciste, te vez más despierto.

—Hasta que el infante me despertó— comentó, negando apenas con la cabeza, dejando que algunos de sus mechones negros se le sacudieran—. Por cierto, me comentó que Seis no te deja acercarte a ellos y que te lo impide desde que llegamos.

Se me amargó la boca solo recordar su rostro y sus discusiones sin sentido, solo llevaba días aquí y empezaba a fastidiarme su comportamiento. Todavía no podía creer que fuera capaz de despertar a la niña para llevársela a dormir a otro lado solo porque le caía mal.

—Así es— esbocé con cautela.

—¿Y sabes por qué te lo impide? — Lanzó una mirada sobre su hombro apenas reparándome con su mirada curiosa.

—Le desagrado—Encogí de hombros—, y mucho, al parecer.

—Sí, pero también es por otra cosa—repuso.

Di una mirada a las máquinas expendedoras vacías que se acomodaban del otro lado de la escalera, más que pensar a qué se refería Richard, para evitar mirar la enorme estructura poco a a poco agrandando su sombra delante de nosotros.

—¿Porque es el comportamiento de su clasificación? —le recordé un poco dudosa ya que antes él había dicho que ese era el comportamiento de ella.

Negó con la cabeza y entonces no entendí a qué se estaba refiriendo.

—Es cierto que el comportamiento de un Negro es fuerte e impulsivo. Pero ella está comportándose un poco más... —alargó meneando la cabeza como si no encontrara la palabra correcta —, insoportable, y eso porque está en celo.

Los pies me fallaron en el siguiente escalón ante esas palabras, ladeando el rostro debido a lo aturdida que me dejaron.

—¿En celo?

— Las hembras toman un comportamiento agresivo y a mi parecer inmaduro, marcan territorio de todo aquello que creen que es suyo cuando se sienten amenazadas— sostuvo bajando el último escalón.

Rodeó la escalera, y yo le seguí por detrás dándome cuenta de que el agua me llegaba a menos de la mitad de las pantorrillas. Por eso estaba comportándose tan exagerado conmigo, por eso llevaba esa sonrisa en sus labios llena de seguridad al decir que de ahora en más me quedaría sola en la oficina. Pero, estar en celo no era solo marcar territorio, sino también...

—Y buscan un macho con quién copular.

Una piedra de hielo y del tamaño de un puño golpeó la boca del estómago, por poco deteniéndome cuando a mi cabeza la imagen de Siete y ella acomodándose a su lado se vislumbró.

—Por eso marca territorio con ese experimento—explicó mirando la ducha publica—, lo seduce con su aroma hasta ser tomada.

¿Qué?

Se me entiesaron las piernas con ese remolino de fuego creciendo en el vacío de mi estómago, revolviendo los jugos gástricos hasta dejarme con un mal sabor de boca que me arrugó el rostro en un gesto de asco.

—Las hembras Negras destilan un aroma dulce, agradable a las feromonas de los machos de su misma clasificación, por eso Chenovy ordenó que los experimentos del área negra fueran emparejados entre ellos mismos.

Ya cállate. Quise escupirle eso, no podía creer lo que escuchaba, ni lo mucho que esto estaba afectándome.

—Lo sé, es exagerado y absurdo. Aun encontrándonos en esta situación en la que nuestra vida pende de un hilo, la naturaleza de los experimentos no se puede evitar— se quejó adentrándose a la cocina con pausa—, está en sus hormonas y feromonas, pero de eso ya te habrás dado cuenta con él.

Los dedos de mis manos se aferraron a la tela que cubría mi estomago sintiendo un hueco en el centro de mi pecho y hasta la respiración pesarme solo imaginar lo que seguramente ella intentaría hacer con él.

—¿Por qué me cuentas esto? —quise saber, sintiéndome confundida mientras, tras detenerme bajo el umbral.

Una cosa sería que mencionara lo del celo únicamente y su comportamiento agresivo, pero no había por qué agregarle más y mencionar lo del macho y el aroma que desprendían para ellos.

Dio una mirada a la puerta marrón antes de detenerse, voltearse y encararme.

—¿Por qué? — preguntó, alzando un brazo para dejar que sus dedos recogieran de un solo golpe todos los mechones de su frente—. ¿Crees que lo dije con una intención?

Me sentí extraña ante el tono de su voz.

—Disté la información más especificaciones que estuvieron de más—añadí reparando un instante en la manera en que su rostro cambiaba sin tanto mechón encima de sus cejas—, así que sí.

—Lo dije para que supieras por qué te aparta de los experimentos —aclaró.

Me di cuenta de que, con experimentos, incluía a Siete también. Por eso se le pegaba o lo acariciaba. Por eso se metía en lo que sucedía entre nosotros.

—El infante me dijo que hasta a ella le ordenó no acercarse a ti— Me dio la espalda, cruzando lo largo de la cocina hacia la barra—. Te ve como una amenaza y seguirá marcando territorio hasta que su etapa pase.

Que tontería. Casi tuve ganas de escupirlo.

Y es que lo era, estábamos atrapados sin salida, y que tratara de marcar territorio y hacer una discusión conmigo solo porque me veía como una amenaza. ¡Dios mío! Menuda tontería.

Una mueca se alargó en mis labios cuando me di cuenta que yo también estaba actuando como una tonta. O al menos actué como tonta, decidiendo algo que no estaba logrando cumplir y que en esta circunstancia era bobo pensar así. Sumando a eso, algo de lo que empezaba a arrepentirme.

— ¿Vas a elegir algo del almacén o de la barra?

Pestañeé, levantando la mirada del agua en la que me había perdido en mis pensamientos, solo para encontrarme con esos ojos azules escudriñándome junto a la barra en la que descansaban los alimentos.

—De la barra.

—También toma la porción del infante—añadió—. El neonatal tiene un jugo que 06 Negro dejó en el librero, así que solo si se lo termina, toma la otra porción para él.

Di una mirada más a la puerta marrón antes de mover con más rapidez las piernas para detenerme frente a la barra y reparar en todos esos alimentos. Se me hizo agua a la boca cuando la mirada se me detuvo sobre unas galletas de chocolate, sintiendo esos retorcijones en el estómago que hasta entonces había estado evadiendo prestar atención.

Lo único que había comido en estas 5 horas fueron los últimos trozos de galletas del paquete en la oficina, ya que la lata de fruta mixta se la había dado a la pequeña para que comiera antes de recostarse y pedirme cantarle.

¿Siete ya habrá comido? Desde que llegamos al área negra nunca lo vi comer nada, sumando a eso, tampoco dormir ni un poco. Solo supe que 06 Negro descansó, pero él siguió haciendo guardia.

¿Qué le sucedería si seguía sin descansar ni comer? Además, tenía una afección cardiaca, la falta de descanso y el hambre, ¿no podrían empeorarlo?

Me sentí tonta, porque en todo este tiempo nunca le pregunté por qué no descansaba.

—¿Ellos ya tomaron su porción? — no pude evitar preguntar, y más que importarme ella, me importaba él.

Me importaba, pero hasta entonces no lo demostraba como debía de ser.

—No, iré una vez que tú lo hagas.

Apenas con un leve moviente de la cabeza, le asentí.

—¿Cómo supiste lo de ella? —me atreví a preguntar, dejando que una de mis manos tomara dos paquetes las galletas—. Sé que lo habrás leído o escuchado antes de esto, pero, ¿cómo te diste cuenta?

—Hay cosas que es mejor no responder, niña.

El tono espero de su voz me hizo saber que entonces no le gustó el cómo lo supo.

—¿Por qué me llamas niña? —curioseé, ladeando una sonrisa—. Posiblemente tengamos la misma edad, Richard.

Me mordí la lengua, ¿qué estoy haciendo?, ¿por qué estoy sacando conversación con él?

No era que me interesara ni mucho menos que ya no me sintiera incomoda cada que escuchaba su voz, miraba sus ojos y ese par de pectorales que recordaba perfectamente haber acariciado aquella vez. La incomodidad era tan terrible que me costaba mantenerle mucho la mirada, pero había una intención de por qué seguía hablando con él.

Quieres provocarle celos, Nastya.

Que tonta.

—Estoy acostumbrado a llamar niñas a las mujeres que se ven jóvenes—recalcó mirando al umbral de la cocina antes de reparar en mi rostro—, y tú pareces de 22 años, pero es imposible que tengas esa edad para ser genetista.

—Nada es imposible.

—Dímelo a mí que pasé de ser un chef a ser guardia.

Él sonrió, mostrando esos hoyuelos que me recordaron a la primera vez que comimos en el comedor, dibujó la misma sonrisa cuando me contó lo de su antiguo trabajo en el exterior.

— ¿Qué edad tienes, Nastya? —me preguntó.

La mirada se me perdió repentinamente en los caramelos de la mesa, y es que mi mente hizo un conteo, recordando mi verdadera edad. Nunca podría decírsela, si lo hacía me preguntaría cómo adquirí un trabajo en el laboratorio, pues con esos años ninguna persona era aceptada en este lugar.

—25 años—respondí, dejando que una de mis manos acariciara una de las barras de caramelo—, creo que casi 26.

Él hizo una mueca.

—Pero te vez menor— repuso—. Quizás por el flequillo mal hecho.

Arqueé una ceja ante su manera de querer mejorar la conversación, y él alargó una curva en sus labios. Un hueco en el estómago me apretó los labios solo recordar que lo utilicé para todo esto y, aun así, mantenía una conversación apenas normal con él.

Una que me hubiera encantado tener con Siete.

—Esta área será todo lo que nos queda, fuera ya no hay más para nosotros. Nuestras oportunidades de salir no existen— le escuché decir—, ¿cómo te sientes con eso?

—¿Qué cómo me siento?, ¿en serio me lo preguntas? — el ápice de mi voz demostró como si su pregunta fuera una mala broma. Y él asintió con seriedad—. Trato de sobrellevarlo.

Trato de aceptar mi desastre y vivir con toda esta carga hasta donde pueda, pero hasta este punto es muy pesada.

Me pregunté como estaría sobrellevando todo esto Siete. Él que ya sabía quién era yo y a pesar de todo me salvó, volver por mí al túnel y saber que no volvería a ver el exterior debía enfurecerlo mucho. Una rabia que no demostraba, y la cual se contenía.

—Es difícil para todos, hasta para estos experimentos— Dejó caer la mirada a los alimentos—. A diario me repito que quizás seamos los únicos sobrevivientes y que nadie vendrá a rescatarnos, moriremos aquí, no tendremos la vida que tuvimos en el exterior...

El peso que sus palabras estamparon contra mi pecho, me oprimió, más lo hizo ver como ese par de escleróticas blancas parecieron cristalizar un poco.

—Es un milagro que llevemos casi cuatro días y no haya pasado nada —contestó con una corta exhalación mirando hacia mis manos—. Pero soy consciente, al igual que ellos, que esto se terminará.

Mi mentón se apretó solo escucharlo, también era consciente de que esta calma acabaría, se terminaría, pero tenía mucho miedo de que lo hiciera.

¿Qué nos ocurriría cuando el área dejara de ser segura?, ¿qué sucedería si comenzaba a derrumbarse e inundarse?, ¿y si quedaban monstruos todavía?, ¿y si el gas todavía nos afectaba?

El escozor se adueñó de mis ojos al igual que el miedo y la impotencia de no poder hacer nada para impedir nuestras muertes.

— ¿Tomaras las galletas? —su pregunta me hizo respirar con fuerza—. Las de chocolate parecen gustarle a la niña.

—Sí— exhalé aclarando la garganta.

— Hazlo rápido—aconsejó, mirando hacía entrada de la cocina otra vez—, y ve al cuarto antes de que esa mujer se dé cuenta y marque territorio otra vez.

Sus palabras soltadas con un poco de burla alargaron mis labios en una clase sonrisa irritada, una que fue contemplada por ese rostro varonil y moreno que repentinamente se transformó en un gesto confuso.

—No me importa si ella se da cuenta— hice saber, apretando un poco más las galletas en la palma de mi mano—. Es mejor que la niña tenga a alguien con quién jugar que estar sola en una habitación.

No tenía nada de malo que estuviera con ella, además sentía que hacerla sonreír y estar jugando con ella o protegerla, era mi responsabilidad. Les arruiné sus vidas, y sabía que divirtiéndola por un rato no cambiaría nada, pero al menos se olvidaría de los monstruos. O eso esperaba.

—Lamentablemente eso es lo que ella no entenderá hasta que se la bajen— suspiró y una mueca se estiró en mis labios—. Ve con la niña.

No dije nada y me aparté de la barra, y apenas clavé la mirada en esa puerta de madera marrón, moví las piernas dirigiendo mi paso hacía ella con la intención de entrar e ir con la niña.

—No, no vas a ir con ella.

Y esa voz levantándose detrás de mí, me detuvo, atendiéndome sus parpados. Me giré dándole la espalda a la puerta marrón, encontrando esa figura curvilínea acercándose hacia Richard con una cara arrugada y llena de enojo.

Pero lo que no esperé fue ver sus delgados brazos estirarse y empujar a la espalda de Richard contra la pared junto a la puerta.

—Veo que también te gusta burlarte de nosotros y nuestra naturaleza— escupió, lanzando una mirada de desaprobación al hombre —. Humano estúpido, ¿crees que nos es fácil cargar con estas feromonas y la etapa en celo? ¿Te piensas que eso en lo único en lo que queremos enfocamos?

La rabia que expresó en su gruñido voraz me encogió los músculos del cuerpo. Estaba furiosa.

—¿Copulación y emparejamiento? ¿Cómo se atreven a burlarse de nosotros? —gruñó.

—Te estas yendo por las ramas, Seis —aventó con severidad Richard, apartándose de la pared—. ¿Cuándo me burlé?

—¿Hablas en serio?

—Por eso te pregunté.

Sus labios carnosos se le torcieron con molestia y una lagrima le recorrió lo largo de su mejilla.

—Insoportable, exagerada y absurda, así te expresaste de mí y de mi celo, enano estúpido— enfatizó.

Su insulto me dejó pestañeando y a él le dibujó una sonrisa de gracia.

—Que hablen sobre nosotros a nuestras espaldas cuando saben que podemos escuchar, y todavía que digas que aun en estas condiciones nuestra naturaleza tiene más fuerza como si fuera ridículo que, aunque lo es, no podemos evitar la manera en que nos controla.

—No dije que fuera ridículo, Seis.

— El tono en tu voz lo demostró—exclamó, su rostro enrojeció.

—¿El tono de mi voz?

—Sí — masculló, y una segunda lagrima volvió a derramársele—. No entiendes lo que se siente cuando las hormonas son tan fuertes que te abruma no poder pensar en que podrías morir porque solo piensas en copular y eso gracias al humano que nos creó como animales, así que no te burles como si lo supieras todo.

—¿Burlarme?, ¿de verdad crees que me burlaba?

—Ah ya, no soy estúpida, Richard— grazno aturdiéndome—. Quizás no sepamos muchas cosas que ustedes, pero sabemos lo que cada expresión y tonalidad de voz significa, y estabas hablando de mi como si mi condición fuera ridícula.

Lo siento si te ofendí, no lo hice con esa intención—soltó él con seriedad.

—Sí como no— Negó con la cabeza—. No te estoy tocando, pero sé que no eres sincero. Así que abstente de hablar mal de mi otra vez, y si decido que esta humana no este con mis niños, no es solo porque este en celo es porque no quiero verla con ellos.

—No puedes estar hablando en serio—escupí, y no pude pestañear cuando la vi dar grandes zancadas hasta quedar delante de mí.

—Claro que sí— recalcó —. Y aun si no estoy en celo me caes mal, y cada vez que te veo te tolero menos, ¿quieres saber por qué?

—No, no quiero saber por qué.

—Pues igual lo vas a saber—farfulló con sus labios retorcidos de molestia —. No dejas de arrastrarte por él provocá....

—¿Vas a empezar con lo mismo?

—Sí. No te quiero con mi infante ni mi neonatal. Tampoco te quiero provocando al macho que elegí como mi próxima pareja porque no voy a quedarme con los brazos cruz...

Ahogó sus palabras en lo profundo de su boca cuando esa amplia mano venosa rodeándole del antebrazo tiró de ella apartándola de mí en tan solo un instante, girándola hacía un costado de tal forma que quedara de perfil.

El corazón se me volcó para latir con desenfreno y nerviosismo al reparar en ese ancho cuerpo con el torso desnudo, moviendo su otro brazo para tomar esa suave y picuda quijada y apretarla. Levantó su rostro de facciones suaves y de una forma tan brusca solo para disminuir la distancia entre sus miradas, dejando un solo milímetro para que el lóbulo de sus narices puntiagudas se rozara.

Entonces ese órgano se me congelo y cayó en alguna parte de mi cuerpo.

Y un vacío extraño me invadió al notar como ese par de miradas rasgadas y casi del mismo color, tras encontrarse una a la otra, se dilataban hasta oscurecerse de una forma tan desconcertante e inquietante que no pude apartarles ni un solo instante la mirada de encima.

—Tu comportamiento empieza a irritarme—escupió cada palabra con esa crepitar en su voz, que me estremecí.

—Y tú no sabes cuánto empiezas a irritarme con tu indiferencia—le encaró ella arrugando su nariz, una acción que él contempló—. Dejándome de lado después de reencontrarnos finalmente como si fuera destino. Pero esto a ti no te importó e intimaste con una humana a mis espaldas.

Lagrimas empañan su rostro, mojándole las mejillas.

— Este celo me saca lo peor ya sabes cómo me pongo y también sabes lo que necesito para tranquilizarme—gruñó entre dientes, alzando una mano para dejar descansar sus largos dedos sobre el torso de él.

—¿Quieres que te lo de?

—Pues sí—exige entre lágrimas, y un nudo se atasca en la garganta—. Como lo hicimos en el bunker y fuera de él, ¿por qué ya no puedes ser como antes?

Una helada brisa me invadió recorriéndome los huesos cuando esos feroces orbes recorrieron hasta en el último milímetro de su rostro, como si la construyera y con tanta lentitud como nunca más volvió a hacerlo conmigo...

— Sube al piso y termina tu guardia— ordenó entre dientes, engrosando su voz, todavía levantándole un poco más su rostro de tal forma que provocó que apenas sus narices se palparan.

—¿Qué si no quiero subir? —tentó alzando sus cejas, retándolo—. ¿Qué si sigo gritando?, ¿qué pasa si sigo comportándome de este modo, Siete? ¿Qué harás?, ¿eh? Respóndeme.

No pude dejar de mirarlos y analizarlos como tonta, de repente sintiéndome como si fuera un personaje secundario dentro de una novela romántica.

—Si sigues así, no te gustara lo que haré—demandó él, y la asperidad de su voz hizo que una curva se estirara en los labios de ella dibujándole una sonrisa maliciosa que llegó hasta el brillo de sus diabólicos ojos.

Algo comenzó a hervirme en el estómago verla todavía ladear su rostro dando un leve frote a esa nariz varonil.

No.

— Entonces hazlo, porque no voy a subir —incitó, y la ronquera en el tono de su voz y ese leve empujón que le dio a su rostro que por poco palpó sus labios contra los de él, me desencajó la mandíbula—. Ahora soy yo la que te provoca y te provocará más, Siete.

Insinuó una caricia tan desgraciada sobre lo largo de su torso hacía el cinturón de sus armas, dejando que esos largos dedos apenas se adentraran en sus pantalones uniformados.

Maldita estúpida.

— Si así de sucio te gusta ser provocado como lo hace esa maldita humana...

Y entonces eliminó ese solo centímetro entre sus bocas, rozando la suya contra esos carnosos labios que se tensionaron.

Y comencé a temblar, sintiendo que hasta el último trozo de mi cuerpo se haría pedazos. Todo el calor restante de mi cuerpo se desvaneció recogiéndome no solo los huesos sino hasta el órgano más pequeño del cuerpo, sintiendo ese bajón debilitarme y dejarme desvanecida.

—Seré sucia—ronroneó.

Él creó una distancia de milímetros nuevamente entre sus bocas, enderezando un poco su cabeza en el que logró que un par de mechones negros se le resbalaron sobre su sien izquierda. Dejó por ese instante en que no dejó de contemplarla, que esa comisura izquierda torciera sus labios, retorciendo su sombría belleza.

—En ese caso, hembra...— pausó, dejándose reparar en la carnosa y tentativa sonrisa de la mujer cerca de él—, ve a la ducha y espérame.

Le soltó la quijada de manera golpeada, y ella con una sonrisa orgullosa transformándole el rostro me miró. Las galletas tronaron en mis manos.

Me dio la espalda y no supe qué tipo de rostro tenía ya, solo podía sentir como mis cejas se tensionaban de lo mucho que las apretaba mientras la veía cruzar el umbral y salir de la cocina.

—Haz guardia hasta que termine con ella.

Hasta que termine con ella. Su orden hacía Richard repentinamente espesa me retorcieron la boca, en tanto escuchaba el agua moverse imaginando al hombre moreno abandonando la cocina.

El más pequeño poro de mi existencia se agitó, cuando el tiempo se detuvo y él torció con peligros amenazada su rostro, cuya frialdad invadía no solo hasta la última de sus más perfectas y atractivas facciones, sino esos esféricos orbes negros que picharon mi pecho de más decepción.

A mí me miras con esa gelidez que me revienta, y a ella te atreves a contemplarla con maldita lentitud delante de mí.

—¿Qué? —me atreví a escupir, no pudiendo controlar más los celos y menos teniendo esos orbes tan enigmáticos sobre mí, observando el endurecimiento en el gesto de mi rostro.

Su comisura izquierda se arrugó ante mi espesa desesperación, pero no se estiró, aun así, esa pequeña acción fue suficiente para calentarme las malditas mejillas. Me sentí estúpida por verlo tan perfecto y sentirme embobada por eso orbes a pesar de su frialdad, y eso solo me apretó más la mandíbula.

—Ve con el infante, humana— El tenso movimiento de sus labios y esa voz en tonalidades roncas y graves, penetrando mis oídos en una clase de orden, hizo temblar mi mentón.

El mentón me tembló y sentí como me costaba parpadear solo escuchar el tono frio y crudo de su orden. No más pequeña, no más humana terca, no más muñeca ni preciosa, no más mujer ni Nastya. Solo humana, como debió llamarme desde un solo principio.

—Eso es algo que voy a hacer porque quiero—le clarifiqué entre dientes sin alzar la voz.

Y me arrepentí mucho de escupírselo cuando él sin una pisca de sensibilidad, se movió dándome la espalda. La mirada se me perdió en el modo en que los músculos de su ancha espalda se alargaban y movían conforme se apartaba de mí, bajo el tintineo de la farola.

El sonido del agua silenciando poco a poco me hundió el tórax. Y solo verlo cruzar el umbral sin siquiera darme una sola mirada, me desinfló entrecortadamente y con rotunda fuerza.

—Idiota...— musité, apretando aún más mi paquete de galletas entre los dedos.

(...)

BUM!!! Que drama, que drama, que dramaaaaa!! 

Ahora, a esperar el capítulo de mañana con más drama.  LOS AMO MUCHOOOOO, espero que este capítulo lleno de adrenalina, les haya gustado mucho.

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