Háblame de ti

Háblame de ti

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(Disfruten de este bello capítulo con sabor a miel)

Contenido +18

Los amo.

Siete.

Soy un monstruo. Uno que empeoraba con el morbo de su presa sin revelarle que el experimento al que tanto buscaba, era el mismo que devoraba su sexo sin detenimiento en la ducha.

Mordisqueé su clítoris embistiendo su suave coño con los dedos, sus pequeñas paredes se moldeaban al tamaño, estrechándose con las arremetidas que arquearon su espalda y le inclinaron la cabeza hacía atrás. Apretó su pelvis y selló sus temblorosos labios conteniéndose a soltar lo que deseaba escuchar y probar. Extendí una torcedura sobre sus enrojecidos pliegues, esos que había estado acometiendo con torturas más de una hora, y detallé el sonrojo que se añadía a sus mejillas.

—¿Qué sucede, mujer? —arrastré con ronquera, chupando su hinchazón y tirando de ella hasta rebotarla. ¿No te gusta cómo te consiento?

Detuve las embestidas moviendo los dedos en su pequeño canal, expandiendo sus paredes con un ondeo que la hizo temblequear. Se tensó y hundí más tocando con los dedos el punto certero que cerró sus parpados mordiendo su carnosa boca y le inclinó el rostro sobre el hombro rozando su pequeña nariz con su brazo. No había hebras de cabello que cubrieran su frente, y con las sienes expuestas exhibía el resto de su belleza.

—¿No es como querías que te consintiera? — gruñí, lamiendo su vientre y volviendo a sus pliegues, disfrutando de la cálida humedad que su piel emitía.

Envolví su clítoris con la lengua, jugueteando con el botón que le echó la cabeza hacía atrás. Ahogó un gemido en su garganta y me alimenté del morbo que su imagen desnuda me provocaba, el sudor le embellecía la piel de porcelana, recorriendo desde sus pechos erectos adornados por lunares y los enrojecimientos de lo mucho que los chupé, hasta la curva pequeña de su cintura y abdomen.

La belleza exótica que emitía esta mujer era hechizante, una adicción placentera que me agrandó el tallo del miembro, remarcándome las venas a lo largo del falo.

—Eres preciosa— apreté su botón haciéndola respingar.

Hundí un tercer dedo en su delicioso coño y embestí con rudeza en tanto masturba su clítoris con la lengua, se le sacudieron sus muñecas que se ataban al grifo con un trozo del cortinero de la tina, y se removió tratando de contenerse.

—¡Por favor...! —suplicó agitada.

Jadeó y las piernas le fallaron como su voluntad con el orgasmo que sacudió sus pechos rosados y la chorreó contra mi mano que no dejó de embestirla, tocando sus puntos débiles hasta torturarla con los espasmos que la retorcieron. Recogí con la lengua sus fluidos, tragando su sabor y aumentando mi hambre por consumirla más.

El modo en que quería ser consentida no era precisamente este. La humana tenía el mismo deseo que tuvo en el subterráneo: lo quería en la cama, con mi cuerpo sobre el suyo, con sus manos tocándome el torso y mi boca devorando la suya con cada acometida profunda en su coño.

Aquello también corría por mis venas y me envenenaba con el pasar de los días. No se lo daría, quería que me deseara hasta el punto de darse cuenta que de mí no escaparía y aceptara la atracción y el sentimiento que expresó contra mi pecho, y el cual me corroía y pesaba al rechazarlo.

Saqué los dedos con el hilo de sus fluidos y tomé sus muslos cargándola con brusquedad hasta acomodarlos sobre mis hombros.

—Vamos, preciosa—gruñí, apretando su glúteo izquierdo y chupando uno de sus pliegues —, déjame probarte más.

Clavé la boca entre sus pliegues y airado por mis deseos me devoré su pequeño y contraído sexo. Su sabor había aumentado descaradamente y chupé su piel, empujando la lengua y saboreándome su delicioso interior.

El gemido chillón amortiguándose entre sus labios temblores y su cuerpo inclinándose sobre mí me extendieron los labios.

—No te contengas y dame lo que quiero comerme—mascullé prendido de su dulzura y morbo—. Córrete en mi boca.

La tomé de la cintura alzándola para acomodarla y tener más acceso a su coño, y aumenté la ferocidad de mi lengua jugueteando con su sexo, devorándolo con descaro. Se me sombreó la mirada con los gestos de placer que no pudo contener ni los gemidos que escapaban de sus labios que se abrían en muecas de quejas.

Qué exquisita.

Temblequeó y arqueó la espalda tirando de sus brazos queriendo romper la atadura y sostenerse cuando la levanté más. Arremetí con bestialidad perforando sus paredes y
arremolinando la lengua que la enloqueció y derramó contra mi boca a chorros.

Lo consumí con descaro, tragándome sus fluidos hasta enrojecerle las mejillas de vergüenza. Besé su monte y bajé sus piernas temblorosas en las que apenas pudo mantener su peso. Se corrió numerosas veces que el cansancio era notorio hasta en el modo en que miraba.

Me incorporé frente ella, sintiendo el estremecimiento bajo la palma de la mano que deslicé sobre la curva de su cintura hasta rodearla con el brazo y estrecharla a mi cuerpo.

El sonido de nuestras pieles sudorosas fue placentero pero incomparable con la sensación satisfactoria de tenerla completamente contra mí. Sentir el débil calor de su cuerpo, el tamborileo de su órgano cardiaco golpeando sus pechos que se apretaban a mi torso y el estremecimiento de su vientre recostado sobre mi miembro, fue como recibir una descarga en el pecho.

Estallé la mano en sus suaves y húmedos glúteos y empujé más su vientre, endureciendo la quijada con el apretón en mi miembro agrandándose bajo su piel y extendiendo las venas que la hicieron temblar contra mí. Que humana más fascinante me tocó, la cual me hacía experimentar lo que una vez me era indiferente sentir.

—¿Seguirás callada? — pronuncié entre dientes, tomando con suavidad su mentón y acercando su boca a la mía —. ¿No es esto lo que querías?

Se lamió con nerviosismo sus labios y tragó grueso.

—No me consentiste como quería.

Su queja susurrada me extendió la comisura en una ladina curva que contempló y levanté aún más su rostro, restando los centímetros que faltaron para rozar su pequeña nariz.

Tales caricias la estremecieron, y aunque no eran de mi gusto, dárselas y sentir sus reacciones se volvieron parte de mí.

—No— afirmé, y disfruté de la delicia de su aliento mezclándose con el mío—, te consentí como quise y te gustó.

—Pero no lo suficiente.

Arqueé una ceja, respondona era como me gustaba más.

—¿No lo suficiente? — pronuncié con la misma pausa en la que mi mano en su glúteo subió por su suave y curvilínea espalda—. ¿Meterte la lengua y saborete el coño no fue suficiente, mujer?

Endureció la firmeza en su rostro, pero su corazón y su piel erizándose la delataban.

—No—negó, tentándome a cometer más.

Deslicé el pulgar sobre sobre la estructura carnosa de sus labios, dibujando su forma pecaminosa y rosada.

—No—repetí entre dientes, su exótica mirada bajó a mi boca y remarqué la torcedura con sus ganas de besarme—. ¿Qué debería hacer para que te guste más?

Entre abrió los labios, pero silenció selladores otra vez. Levantó la mirada a mis ojos y extendió sus parpados perdiéndose en ellos como si se cultivara con su color.

No era la primera vez que me veía así hoy, y sabía de qué se trataba. Las lentillas estaban hechas para cubrir el color de mis escleróticas y normalizar las pupilas, pero desde hace días atrás comenzaron a desintegrarse. Debido a esto el material se volvía una capa fina y, por ende, el color de mis escleróticas oscureciera a medida que pasaban los días.

Ahora no debían ser más que de un gris claro frente a ella.

—Llévame a la tina —pidió, y vi la sonrisa que quiso asomarse en sus rosados labios, pero que detuvo con un apretón—, y tal vez cambié de opinión si te metes conmigo.

Disminuí la torcedura y enderecé el rostro recibiendo la contracción de su mirada. Meterme a la ducha con ella no estaría nada mal, después de todo, este tipo de actos era lo que los humanos emparejados hacían, y si planeaba quedarme con ella experimentar más era una opción interesante. Pero pasar más horas con Nastya me costaría sospechas.

No era de los que perdía el control del modo en que lo hice en la zona D, y que gimiera mi nombre humano fue suficiente para hacerme cometer el error de abandonar el interrogatorio que se les hacía a los hombres que la lastimaron. Aun ordenando a Ivanova enviarme una copia con la evasiva de que revisaría la seguridad de la muralla y la base, no evitó que empezara a desconfiar de mi acción, porque ahora mismo no estaba volviendo tal como informé.

Rompí de un brusco tirón la atadura de sus muñecas y la tomé entre mis brazos levantándola del suelo con la misma fuerza. No pude sucumbir al deseo de tenerla más tiempo, y si el error estaba cometido, ¿por qué no habría de disfrutarlo? Ahogó un jadeo con el golpe de su pecho sobre los pectorales, recostando sus suaves dedos sobre la tensión de mis hombros.

Su pequeño y alargado rostro quedó frente al mío y su mirada confusa y temblorosa brilló de una interesante emoción.

—¿No es así como quieres que te lleve? — arrastré entre dientes.

Sus labios se extendieron a mi asperidad recibiendo la descarga en el pecho que me dejó con el miembro endurecido y preso de la belleza que emitía mi mujer.

—No creí que fueras romántico— el jugueteo en su voz acrecentó mi pecho.

—No lo soy—recalqué.

La saqué de la ducha, abriendo la llave del grifo que empezó a llenar la tina de agua tibia. En un espacio estrecho como este no tendría mucha movilidad, la bañera no era lugar para un hombre tan corpulento como yo, no era lo suficiente larga para mí.

Hundí las pantorrillas en el agua humeante y la acomodé en el espacio entre mis piernas, dejando las rodillas dobladas a los costados de su cuerpo. Su trasero se removió buscando acomodarse mejor, rozándose contra mis pelotas y el grosor del miembro que se extendía hasta el centro de su espalda. La sentí intimidarse con el tamaño y estremecerse, apartándose un poco del contacto e inclinándose bajo el agua que le recorrió cada trozo de su cuerpo.

—Está muy rica —esbozó.

Extendió sus manos a la repisa en la pared, tomando el jabón y alcanzado el lampazo con el que talló su cuello y fue lavando sus hombros.

Recargué la espalda y los brazos encima de la porcelana, y la contemplé bañándose ante mis ojos. Podría mirarla toda la noche y no me cansaría de disfrutar de la belleza de mi mujer. Una humana exótica de curvas pecaminosas, labios venenosos y una terquedad impulsiva a la que estaba atado.

Se volteó sobre sus muslos, retirándose con ambas manos el flequillo y el resto de cabello. Gotas de jabón recorrían su delgado cuello y las areolas rosadas de sus senos voluptuosos, resaltado la erección de sus pezones enrojecidos. Qué delicia.

—¿Le gusta lo que ve, soldado? — se mordió el labio y gateo hasta mí.

Contraje la quijada cuando se trepó sobre mi regazo, frotando sus pliegues sobre la cabeza endurecida del miembro que deseaba embestirla, y la tomé de su cintura atrayendo su abdomen al torso y disfrutando del calor concentrándose a lo largo de esa zona.

—No puede gustarme más—escupí entre dientes.

Su piel se erizó y recargó sin titubeos sus manos en mis hombros antes de inclinarse acercando su bonito rostro al mío hasta rozarme sus suaves labios. Los abrió moldeándolos a los míos en un beso lento que me desencajó la mandíbula.

Su beso habló por sí solo, y tal como en el área negra, dejó en claro su interés sentimental.

—Quiero que me hables de ti—rodeó mi cuello y deslizó sus dedos en la raíz de mi nuca—. ¿O te portaras como el ogro que dicen que eres y me dirás no?

—Contigo haré una excepción —pronuncié y apreté su abdomen, sintiendo el calor que emitía y la humedad de su sexo envolviéndome el glande—. ¿Qué quieres saber de mí, mujer?

El pecho se me agitó con la sonrisa de triunfo que trató de contener con un mordisco en sus labios.

— Empecemos con algo sencillo—enredó un mechón en su anular—. Tú color favorito.

¿Color favorito? ¿Eso es lo que más quiere saber de mi? Incliné unos centímetros la cabeza hacia atrás, su mirada me observó, curiosa y caprichosa.

—Negro.

—Negro—repitió con cuidado, el modo en que recorrió cada estructura de mi rostro fue interesante —. El mío es el rojo.

No dejó de perder en mi, reparándome la boca en tanto jugeteaba en silencio con los cabellos de mi nuca, como si los mismos fueran entretenidos.

—¿Por qué dicen que eres un soldado desde hace años? —preguntó —. Eres un hombre alterado genéticamente y sé que los primeros sobrevivientes salieron del laboratorio poco más de dos meses. Pero, ¿por qué dicen que no eres un experimento?

La comisura me tembló con su curiosidad, y el suave desliz de sus tibios dedos sobre mi pectoral y su pulgar dibujando el músculo, me endureció.

— ¿Acaso estas en una clase de misión secreta? —curioseó en un tono juguetón —. ¿O es solo un rumor que dicen por ahí?

No había rumores sobre mí que no fueran mentira, la historia que Ivanova contó a los humanos que preguntaba de mí, era parte de una estrategia para mantener el disfraz intacto, lo cual hasta entonces me sirvió. Algunos sabían quién era debido a lo que hice y se mantenían callados con la orden que se les dada, pero otros no, creyéndose tal mentira.

—Busco a los que pueden estar involucrados con lo del laboratorio— respondí con asperidad—, la manera de hacerlo sin que intenten escapar, es encubrir lo que soy.

Entreabrió sus labios deteniendo al mismo tiempo la caricia de sus dedos en mi pectoral.

—¿Buscas involucrados entre... los sobrevivientes? —la lentitud con la que preguntó me intrigó y estudié el gesto en su rostro—. Parece un trabajo arriesgado. Debe ser complicado, aunque con tus habilidades quizás no tanto.

Estaba confundida, pero también había sorpresas y una interesante inquietud.

— ¿Has encontrado alguno? —buscó en mi mirada una respuesta —. ¿Qué hacen con ellos?, ¿los encierran?

—Siguiente pregunta —espeté entre dientes.

La severidad le cerró sus labios, y miró a sus dedos moviendo ligeramente su pulgar sobre la caliente piel. Había temas que con ella no podía tratar, y que tuviera curiosidad sobre los involucrados no era mera coincidencia, se hacía ideas con lo que sucedió en el camión y lo que recordó del sótano.

Los hombres hablaron de más en el camión y ella escuchó el audio en su dispositivo repitiéndolo una segunda vez. No era tonto como para saber que albergaba dudas del por qué la llevaron al sótano. Gran parte de los sobrevivientes aquí estuvieron en el mismo grupo que ella, hablaron de lo que hicieron con la última involucrada: la llevaron a un sótano y la ataron. Por ende, responder estas preguntas haría que su curiosidad creciera, así como su temor cuando averiguara más en bocas de otros.

—Entonces es algo de lo que no puedes hablar— soltó encogiéndose de hombro.

—Pero hay otras cosas que puedo responder— meneé su trasero, apretando su pequeño vientre contra mi abdomen.

Se estremeció soltando su exhalación sobre mis labios, bajó de nuevo la mirada a sus dedos que deslizó sobre mi ancho cuello, repasó con suavidad la dureza de la manzana de adán, misma que acarició con entretenimiento.

—A veces siento que te pareces un poco a alguien que conocí.

Estuve por enarcar la ceja, esto era interesante.

—¿A quién me parezco? —aseveré la pregunta.

Apretó sus labios y meneó la cabeza con inseguridad.

—En realidad no estoy muy segura— pareció abrumada—. Mi cabeza es un revoltijo sin claridad, y te sonara a una tontería, pero tu espalda...— se mordió el labio dejando notar su duda y jugueteo—, tu espalda se parece a la del experimento que me encontró en el sótano.

Mi espalda... Esto tenía que ser una maldita broma.

—¿Qué has recordado de ese experimento? —arrastré, mi asperidad hizo temblar sus labios.

— Detalles, pero aun así no son nada claros—Su respuesta me irritó y me miró a los ojos estremeciéndose con la intimidación de mi severidad—. Sarah dijo que había experimentos que se parecían físicamente, y vi por mí misma que unos cuantos rasgos físicos se repetían en algunos experimentos de la base. El color de sus ojos, el de su piel, la forma de su mentón o mandíbula, su nariz respingona... sí, es una tontería.

Volvió a mi cuello con nerviosismo y quedó callada, perdida en sus pensamientos. El silencio en ella me mantuvo atento y observé la mueca que quería formarse en sus labios.

—¿Desde cuándo Jenny te llama Ogro? — susurró y miró a mis ojos con el temor de que rechazara la pregunta también—. He visto que te busca mucho y habla mucho de ti como si llevara tiempo conociéndote...

Se removió encima de mí, apartando sus tibios pliegues de la cabeza engrosada de mi pene.

— Estuviste en el grupo de soldados que nos encontró, y la pequeña estuvo sobreviviendo con nosotros así que ustedes se conocen desde hace unas semanas— contó, hundiendo sus dedos en la raíz de mi cabellera—. ¿Te llamó ogro desde ese entonces?

Dudaba de mi identidad y era lo que buscaba que hiciera. Que juntara las piezas y empezara a recordar por ella misma sin necesidad de que otros lo hicieran. Mis planes estaban en marcha, por ende, que recordara de una vez era lo más conveniente antes de que el tiempo se terminara.

—O, ¿ya se conocían de antes? — inquirió —. Quiero decir que antes de todo lo que sucedió.

—¿Tu qué crees, mujer? — acaricié su espalda, curvándola bajo la fuerza de mis palmas.

La asperidad de mis dedos y la sensible suavidad de su piel trazando cada delgado hueso, era una sensación a la que comenzaba a hacerme adicto.

—No sé en qué creer— susurró, rozándome la nariz con la punta de la suya al tiempo en que dejó que sus dedos acariciaran con temor las puntadas en la mejilla—. Eres muy misterioso y peligroso. Sin duda el tipo de hombre con el que no debo meterme, pero con el que ya me he emitido dos veces y en la misma cama.

Enarqué aún más la comisura, retorciéndome el rostro con la torcedura que la dejó extasiada.

—... y aun sabiendo lo que soy — mascullé con el tentó movimiento de los labios, acariciando la curva de su cintura hasta tomar el carnoso seno y repasar bajo el pulgar su rojizo pezón—. Has dejado que te pruebe entera.

Jugueteé con la dureza y la pellizqué, haciéndola estremecerse.

— Te corriste en la boca de esta bestia hambrienta e insaciable— presioné su ancha cadera—. Una vez la tientas, será para siempre.

Empujé su cuerpo enterrándome en su estrecho coño dando paso al deseo que le tenía.

Dios—gimió, enterrándome las uñas en los hombros—. Me vas a hacer pedazos...

La descarga placentera me endureció la mandíbula y tomé su quijada obligándome a rozar su carnosa boca.

—La realidad es, preciosa, que eres tú la que me hace pedazos—gruñí por lo bajo rozándole los dientes a la vez que meneé sus caderas sintiendo sus paredes apretándome el grosos del falo. No importaba cuanto entrara en ella seguía siendo pequeña para mí. Deliciosa—, eres tú la que construye a este monstruo y lo mueve a su antojo.

Apreté sus glúteos, estrechándola a mis testículos, hundiendo el resto de los centímetros que la hicieron gemir.

— Involucrarte conmigo fue tu mejor error— dije entre dientes, su pequeño órgano se agitó —, uno del que no podrás deshacerte.

Mordió su pequeño labio y me rodeó el cuello hundió una delgada mano en la cabellera a la que se aferró.

—¿Y si quiero escapar? —ronroneó, y el lento movimiento de sus labios suaves me extendió la comisura —. ¿Qué sucede si quiero escapar de ti, Keith?

Impulsó su cadera y saltó sobre mi miembro, poniéndome rígida la mandíbula con el gemido que arrojó sobre mi boca y la corriente eléctrica que alargó con el ondeo de su cadera enterrándose todo el grosor.

Danzó sobre mí y apreté la curva de su cintura, acariciando lo largo de su pequeña estructura, hechizado con el sensual movimiento de su cadera tomando dominio de mí, cabalgándome como lo hizo sobre el piso de incubación. Sin titubeos, sin timidez ni lentitud.

—Le hice una pregunta, soldado—jadeó en mi boca y apretó la raíz del cabello profundizando su contoneo.

Aumentó la danza contra mi polla, saltando una y otra vez sobre el grosor hasta desencajarme la mandíbula. Maldita humana. Me montaba como una fiera hambrienta de sexo y era una maldita delicia.

Contuve entre los dientes un ronco gruñido con el brinco que envió las descargas a mi miembro, y apreté los testículos, si la humana seguía así, eyacularía en menos de nada.

—¿Por qué tan callado?, ¿te dejé mudo? — gimió con provocación, acariciando la tención de mis labios—. Podría tomar tu silencio como un sí, y después de esto, huir de ti.

Extendí una ladina curva de malicia que calentó la piel de su rostro y envolví la piel de su ancha cadera deteniendo sus movimientos con un apretón que pegó su vientre a mi abdomen.

—¿Dejarte huir? —gruñí. Tomé dominio de ella meneando su cadera y obligándola a cabalgarme con más fuerza—. No te hice mía para dejarte ir tan fácilmente, preciosa.

Una contracción en su pecho la empujó moldeando su carnosa boca a la mía en un hambriento beso que remarcó mi torcedura. Hundí una mano en su cabellera apretando su nuca y estrechándola a mi boca para devorarla con despecho arrebatando su suspiro.

Jugueteé con su pequeña lengua, chupando la estructura que se intimido con el tamaño de la mía y seguí contoneando su cadera, provocándola hasta que siguió el ritmo con el que quería que me montara, saltando contra mis testículos como hembra en celo. Los dientes me crujieron con el entierro profundo del miembro que contrajo sus estrechas paredes musculares y se encajó en sus zonas más apretadas.

—¡Joder, mujer! —gruñí con dientes apretados, desencajando la mandíbula con el glande inflamándose, listo para derramarse en su canal.

— Creí que querías que lo hiciera así—ronroneó en mi boca y no se detuvo, colisionando nuestras caderas en una danza exquisita que le sacudió sus pechos—. Te estoy montando como la bestia que eres, ¿eso no te gusta?

—No me gusta— farfullé prendiéndome de su pecaminosa boca y tragándome su jadeó—. Mi affascina, preciosa, tanto como me fascinas tú.

Apreté su trasero y la empujé insinuándola contonearse más en busca de su orgasmo. Me cabalgó con saltos en los que su cadera danzó con ondeos que me embriagaron de ella. El agua chapoteó con los embates que pronuncié devorándome de su boca las quejas placenteras y sintiendo sus besos trabarse con la rudeza en que la tomaba. Está a punto de correrse.

Apreté su cadera y empujé la pelvis arremetiendo con ferocidad, sacudiendo sus pechos que saltaron del agua, cortándole el aliento con la bestialidad de las embestidas. Me alimente de los gemidos escapando de su boca a la mía, y apretó su coño, rasguñándome los hombros con la llegada de su orgasmo.

Recargó su frente a la mía y los espasmos la deshicieron contra mi cuerpo, erizando su piel de su cintura bajo mis manos. Disfruté apretándola aún más a mi calor, admirando el enrojecimiento en sus mejillas, la debilidad en ella era notoria y no había nada más satisfactorio que sentirla así, mía, completamente mía.

La comisura de mis labios tembló con la contracción en su pecho, se apartó de mi frente, extendiendo sus parpados y evadiendo mirarme a los ojos. Recorrió en silencio los arañazos de mi hombro y frunció sus labios. Este cambio de comportamiento en ella lo conocía, era el mismo que mostró sobre aquella cama cuando hizo sus preguntas queriendo saber de mí.

—¿Qué sucede? —arrastré con espesa lentitud.

Deslizó sus delgados dedos de mi cabellera, acariciando con cuidado los densos enrojecimientos que provocó con sus uñas.

—Nunca creí que podría marcarte la piel— trazó uno de los rasguños—. Te rasguñé muy fuerte, se nota mucho...

Arqueé la ceja sintiéndome irritado, esta mujer trataba de desviarse y cuanto me costaba entenderla. ¿Qué tanto se guardaba de mí?

—¿No te duelen? —preguntó.

—No.

Solté su cintura acomodando los brazos encima de la porcelana, no levantó la mirada tratando de mantenerse entretenida como si sus caricias fueran a desaparecer los rasguños, pero la falta del calor de mis manos la incomodó. Buscaba más de mí.

—No lo notara si mantienes el uniforme puesto—Se removió, levantándose sobre sus rodillas y sacándose el miembro.

Aseveré la mandíbula cuando se incorporó temblorosa de mi regazo y apreté la cima de sus muslos deteniendo con brusquedad su intención de escapar de mí.

—¿A dónde crees que vas? —el groso de mi voz y mi mirada sombreándose la pusieron rígida.

—A cambiarme para ir a la cama, ¿no es obvio? —con la seriedad que trataba de mantener en su rostro, pero su cuerpo temblaba—. Esta noche ya terminó, puedes irte de la habitación.

Curvé los labios y jadeó cuando atraje su monte de venus a mi boca, rozándola la estremecida piel que se erizó bajo mi aliento.

—¿Quieres ir a la cama? —arrastré el farfullado besando su vientre, el calor que emitía era interesante y tiré de sus muslos obligándola a estallar su trasero en mis testículos e intimidándola bajo la sombra de mi rostro—. Iremos a la cama.

La emoción no tardó en mostrarse detrás de su pecho y tomé sus caderas pegándola a mí antes de levantarme y salir de la bañera. Este tipo de acciones eran lo que me provocaba hace, y pese a no ser del modo en que ella lo quería, era todo lo que sabía dar.

Al menos por ahora.

—¿Desnudos? —su voz tembló y se sostuvo de mis hombros—. P-pero mojaremos las sábanas.

Extendió con rapidez uno de sus brazos arrancando la toalla junto a la puerta.

Remarqué la torcedura cuando se la pasó por su delgado rostro y algunas zonas de su cuerpo antes de acomldarla sobre mi cabeza y comenzar a secarme el cabello. Detuve el paso al pie de la cama al sentirla recargarse contra mi pecho y extender más sus brazos para seguir restregando el material en mi cabeza.

Titubeó y se mordió el labio tratando de ocultar la sonrisa tímida al encontrarme observar su acción con severidad. Me secaba el cabello como si fuera un infante, y de un modo, eso me encendía. Se intimidó y disminuyó el movimiento de sus manos, perdiéndose en mis ojos, perdiéndose en mí.

—¿Te molesta que te seque el cabe...? — impedí que terminara sus palabras, devorándome su boca con sabores exquisitos, su corazón se estremeció y rodeó mi cuello buscando poseerme en su beso lento y sentimental.

Esta humana me exigía más, y aunque era desconocedor en estas áreas, llevaba la intención de darle todo en cada una de mis experiencias.

Trepé sobre el colchón recargando la espalda sobre las almohadas acumuladas y parte del respaldo con ella sobre mi regazo. Maldita belleza de humana a la que me ate, encima de mí era una obra exquisita que contemplaría sin cesar y me deleité con los nervios que se le notaron ante el titubeo de sus pequeñas manos recargándose sobre la cima de mis abdominales. Tensioné los pectorales con su suave tacto y sus mejillas enrojecieron estremeciéndose con la posición en la que se hallaba.

—Dannato prezioso umano, me tienes como quieres—aseveré, trazando el tallo de su cintura, sintiéndola empequeñecer —. ¿Qué es lo que harás, mujer?

Su pecho se agitó y mordió su labio removiéndose sobre mi abdomen, provocándome con esa acción en la que sus glúteos se rozaron con la cabeza de mi miembro.

—Es una pregunta complicada, quiero hacerte tantas cosas...—la mirada juguetona me mantuvo atento—. Pero creo que ya tomé una decisión.

Salió de encima de mí y extendió sus piernas a lo largo de la cama, recargando parte de su pecho sobre mi torso y acomodando su cabeza sobre mi pecho.

—Sí— suspiró—. Esto es lo que quiero hacer por ahora.

Su tibio calor me tensó la mandíbula y el tórax se me agitó con la descarga de adrenalina que su imagen envío. Qué interesante era esto, un momento la tenía a punto de alejarse y al siguiente la tenía justo como la tuve en el área negra y sobre esa cama en la que me pidió hacerle el amor.

Tenerla ahora aferrándose al calor de mi cuerpo, se sentía mejor que la primera vez.

—Tu pecho es muy cálido—acomodó más su rostro rozando su coronilla a mi mandíbula—. Pero muy tosco, al parecer es cierto lo que oí sobre ustedes, que sus huesos y músculos son demasiado duros.

Las sustancias con las que alimentaban nuestros cuerpos durante cada incubación, era el motivo de nuestra dureza.

Arqueé una ceja con la presión repetitiva que empezó a hacer con sus dedos sobre mis costillas.

—¿No te da cosquillas?— inquirió. Subió su pequeño rostro mirandome a los ojos cuando no hubo una reacción en mi—. ¿No sientes nada cuando te toco así?

Bajó sus dedos antes de seguir presionandolos en la última de mis costillas.

—¿Nada todavía?— aumentó el movimiento, extendiendome la comisura izquierda.

—No, mujer.

Frunció sus labios en una deliciosa de berrinche.

— Entonces es verdad que son tan resistentes que no les da cosquillas...— terminó con su toqueteo aferrándose a mi torso y mirando a la habitación —. Eso explicaría porque la bala no te rompió los dientes.

La descarga eléctrica recorrió la columna con la risa baja y risueña que trató de amortiguar entre sus labios.

—Lo siento— de nuevo negó, recostando con irritante lentitud sus fríos dedos sobre la cima del pectoral izquierdo, los extendió y moldeó el resto de su pequeña mano acariciando el músculo que creció bajo su palma—. No fue mi intención reírme así, pero hubiese preferido que la bala nunca te atravesara. ¿No les pasó nada?

Su inocente pregunta no fue hecha con atisbo de ser una broma, pero el hecho de que la hiciera lo era. Sacudió la cabeza provocando que hebras de cuello se le pegaban a la mejilla y estrelló sus dedos en la frente.

—Olvida la pregunta—pidió enseguida—. Estoy tan cansada que hasta las neuronas se me duermen y no me dan para pensar. Aunque también es tú culpa.

Extendí una torcedura.

—Así que es mi culpa.

Asintió suspirando contra la cima de mi pectoral.

—Culpa de tus feromonas. Cuando te tengo cerca digo tonterías —bostezó—, pero cuando no estás pienso muchísimo antes de hablar...

Era inevitable que no reaccionara de tales modos. Despues de todo, mis feromonas resultaban ser más intensas que las del resto de experimentos, manipulaban de distintas formas el comportamiento de quienes se sintieran atraídos.

No poseía el control de las mismas, ni siquiera sobre mí.

—Cuanta tranquilidad—volvió a suspirar.

Entrelazó su pierna a la mía y miró al cortinero carmín.

—¿Sabes por qué la cama esta acomodada aquí? —Inclinó su cabeza hacía atrás, escudriñándome con esa preciosa mirada —, porque no podía dormir frente a las ventanillas pensando que alguien más me apuntaría con el arma al otro lado del balcón. Creí que si la movía dejaría de sentir miedo.

—Esta habitación tiene su propio sistema de seguridad— rodeé su cintura estrechándola más a mi torso, su tibio calor era una voraz adicción—. La puerta y el balcón contienen sensores de movimiento que se registran en mi dispositivo.

Pestañeó con un atisbo de sorpresa.

—Si alguien intenta entrar a la habitación, ¿tú lo sabrías?

—Aun antes de que lo intenten lo sabría.

Mordió su dedo anular reteniendo la sonrisa que quiso formarse en sus labios.

—¿Por eso estoy en esta habitación? — Recostó sus dedos en mi mandíbula, y que entallará la dureza con tanta delicadeza me tensionó —. Sabías que podría peligrar y para mantenerme a salvo...

—Te di el cuarto— completé—. De este modo mantendría más tú seguridad.

La agitación en su pecho me remarcó la comisura, este tipo de sonido se volvía mi preferido.

—¿Por eso no había ninguna otra habitación disponible para mí? — inquirió, deslizando sus dedos a lo largo de mi cuello.

Fue parte de mi orden qué no se le permitirá otra recamará que no fuera la mía.

—Me querías aquí—susurró con lentitud, y bajó su rostro siguiendo a su pequeño pie deslizándose a lo largo de mi pantorrilla. Su suave y tentadora caricia envió me corriente de calor a la entrepierna. Se oscureció la mirada, perdido en el toque.

Eran estos detalles los que la hacían tan provocadora de mis perversidades.

—Supongo que es parte de tu trabajo mantenerme segura.

—Te protejo porque así lo quiero—arrastré tensionando la mandíbula.

Permaneció en silencio, alimentándome con el tamborileo en su pecho, si tobillo se aferró al mío y dejó pasear sus dedos sobre los pectorales, trazándome la gruesa fiereza de la piel.

— Hay algo que quiero preguntarte sobre el bebé...

Arrastró las palabras con un débil movimiento de sus labios. Su cansancio era notorio, y empezaba a costarle mantener sus parpados abiertos. Con tantos orgasmos era claro que terminaría exhausta.

—No te quedes callada, ¿cuál es tu pregunta?

Se estremeció con la vibración en mi pecho.

— ¿Podré mirarlo después de lo que hoy? — el modo en que preguntó mostró temor a que la rechazara—. No pido que me dejes cargarlo o sacarlo de guardería, solo me gustaría ir a verlo de vez en cuando. Siento que, si lo veo más seguido, podré recordarlo más rápido.

Me tembló la comisura, si se creía que con ver constantemente al neonatal recordaría, estaba equivocada. Heme aquí, fallándola toda una noche y aun sintiendo el tamaño de mi polla y el de mi lengua chupando su sexo con el mismo morbo que en el área negra, no me recordaba.

El efecto de las feromonas del neonatal era lo que la hacía pensar de este modo, desear tenerlo en brazos como si fuera esta una necesidad y consiguiera mucho por hacerlo no era más que una prueba de lo fácilmente que era manipulada por los efectos de neonatales e infantes.

—¿Tu silencio es un "no"? — preguntó en susurro.

Seguí el recorrido de sus dedos tallando con lentitud el tamaño y la forma del pectoral.

— Podrás verlo—aseveré, acariciando su espalda—, tenerlo y sacarlo cuando así lo quieras.

Cerró sus rosados labios y los extendió en una sonrisa que intentó detener mordiéndose el labio inferior y ocultándola contra mi pectoral.

Jodida mujer. Tensé la respiración agrandando el pecho con el órgano que calentó la sangre bombeándola a las venas del miembro que se ensanchó y remarcó la dureza.

Qué insaciable me vuelve esta humana. Antes fue su risa, ahora una maldita sonrisa que ocultaba en mi pecho el motivo simple por el que me endurecía.

—¿Esta vez no hay condiciones de por medio? —susurró trazando la aureola con dos de sus uñas.

—La hay— aseveré.

Aferré los dedos a su quijada y la obligué con un movimiento a que inclinara su rostro hacía atrás sombreándose bajo mi rostro. Se estremeció con el escaso espacio entre nuestros labios y respiró mi aliento, perdiéndose en la seriedad de mi mirada.

— No vuelvas a cometer tonterías—entenebreció con el grosor de la voz, disminuyendo la sonrisa de sus labios.

—Se lo dices a una mujer que ha olvidado cómo es ella misma— musitó—. Creo que será un poco difícil.

—En ese caso tendré que mantenerte vigilada—pronuncié con espesa pausa.

Solté su quijada, sintiéndola removerse sobre mi pecho.

—No me molestaría.

Dejó caer sus dedos del pectoral, delineó con lentitud bajo sus yemas el grosor de cada musculo a lo largo de mi torso. El modo en que me tocaba relajó mi tensión y recargué la nuca en respaldo dejándola entretenerse con mi cuerpo y envolverse en mi calor.

Me hundí en lo que muchos humanos llamaban calma y cerré los parpados dejándome llevar por la tibieza de sus caricias construyendo mi torso. Bastaron minutos para que el movimiento de sus dedos comenzara a disminuir como el latir de su corazón.

La humana se estaba quedando dormida y extendí la mirada siguiendo el movimiento de sus dedos que se trabaron antes de detenerse y caer sobre mi abdomen. Retiré las hebras rubias de su mejilla para contemplar cómo me adornaba el cuerpo con su pequeñez, su frágil y hechizante belleza.

No me habría imaginado atado a una humana tan impulsiva y terca. Me volvía una bestia airada con sus acciones, y un depredador para cometer con ella actos satisfactorios como éstos.

Lástima que tenga que terminar.

Aseveré el rostro con la vibración del móvil extendiéndose desde el baño donde dejé el uniforme. No era esta la única vez que vibraba a lo largo de la noche y no me pregunté quién hacía el intento por comunicarse conmigo desde entonces. Horas atrás el interrogatorio comenzó sin mi presencia, y aun cuando no concluía Ivanova seguía buscándome para que volviera. Se me dio la orden de estar al tanto de todo lo que sucediera con la mujer que pusieron bajo mi protección, y no estar presente en la zona D traería problemas.

Rodeé su espalda tomándola de la cintura, suspiró contra mi torso y la aparté recostándola a mi lado. Se removió con un débil gemido, acomodándose boca bajo con un brazo debajo de la almohada y el otro cerca de su rostro. Las hebras de cabello cubrían su perfil y me pesó la respiración con las curvas de su espalda entallándose debido a la posición que mantenía y su suave trasero redondeado y enrojecido por los apretones de mis manos.

No había nada más tentador que la mujer que dormía desnuda en mi cama, y la cual últimamente estaba siendo mi más grande distracción.

Con la quijada apretada salí de la cama y saqué el cobertor del armario con el que la cubrí. Volví al baño para vestirme y revisé el móvil ignorando las llamadas perdidas y los mensajes en el buzón, faltaba menos de una hora para que pasara de la media noche, suficientes para prepararme y volver al interrogatorio antes de que a la humana se le ocurriera cometer un error.

Tomé el cinturón de armamento ajustándolo a la cadera y aproximé el paso al corredizo. Con las cámaras de seguridad rodeando el edificio y algunas zonas delante de la estructura, saltar del balcón no era una opción, por ende, atravesé la puerta sin importarme la presencia de Gae recargado junto a la puerta, mirándose las uñas de su mano.

Su presencia no era un riesgo para mí.

—Cuidado— dijo sin levantar la voz—. Secretos así pueden salir a la luz sin necesidad de que alguien más abra la boca.

—Sería interesante una vez obtenga lo que quiero—insinué, enarcando la parte izquierda de los labios en tanto aseguraba la puerta y enfundaba la tarjeta.

—No voy a preguntar qué quieres conseguir, pero lo sospeché desde el subterráneo. No por ti, sino por ella, era obvia en el subterráneo.

Actuaba como si no le interesara, pero la decepción era evidente y que presenciara tal escenario le recordaría que esta mujer ya tenía un hombre que la mantendría.

— La coronel y los detenidos siguen en la zona D, ella está revisando los resultados del polígrafo antes de concluirlo, me pidió que te enviara lo que se grabó antes de venir aquí—agregó rascándose el puente—. Y el ministro ya dejó la base, mañana nos informará de los policías que trataron de acceder al campamento. Si sus padres están dando todo por encontrarla enviando a estos hombres, deberíamos decirles que sigue con vida, de otro modo averiguaran sobre todo lo que ocurrió tal como estuvieron a punto de hacerlo esta noche.

No dije nada y recorrí el corredizo hasta la escalera. Hacía meses que sus progenitores no dejaban de buscarla, y hasta el día de hoy, seguían queriendo conocer su paradero, publicando el rostro de su hija en las redes y pantallas de la ciudad, dando una recompensa por cualquier tipo de información.

Eso no fue todo lo que sus hicieron, también habían hecho una demanda contra la detenida Anna Morozova. Lo que sabían era que Nastya trabajó para ella y desapareció sin dejar rastro.

La noticia no quedó ahí, se agrandó cuando más humanos hicieron la misma demanda por desaparición de sus familiares que trabajaron para ella y por esto, la búsqueda pasó a manos de detectives policiacos que encontraron la ubicación del móvil de Nastya ubicado dentro de la planta eléctrica.

Antes del incidente anoche, fue ese el informé el que se nos notificó con el general en la Zona B.

Sus padres y su hermana menor, estaban detenidos en el campamento.

(...)

¡BUM! Finalmente hay actualización, y el viernes tendrán más.

Espero que este capítulo les haya gustado, tuve que dividirlo en dos pero la segunda parte todavía me falta terminarla.

Este capitulo esta dedicado para las bellas cumpleañeras:

LuphitaMendoza826

LOS AMOOO!!

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