Estreñimiento
ESTREÑIMIENTO
*.*.*
Nastya.
—¡Maldita perra!
El golpe en la mejilla me lanzó un chillido antes de sentir mi cuerpo estamparse contra el suelo—apenas cubierto de agua— del sótano al que me adentraba.
—Levántate —gruñeron por detrás.
Eso fue lo que intenté hacer antes de sentir esos dedos enterándose en mi cabello para tirar de mí y obligarme a incorporar. El dolor me lanzó un chillido de los labios y no pude soportarlo más forcejear, tratando de deshacer el nudo que apretaba mis muñecas detrás de mi espalda.
—¡Suéltame ya! — gruñí de desespero y él tiró más de mi cabello inclinándose la cabeza hacia atrás.
—¿Todavía te atreves a ordenarnos? — escupió contra mi oído, su aliento y hedor me removieron el estómago, pero nada me removió tanto como el terror y el horror de lo que me sucedería —. No mereces más que morir.
El mentón me tembló y no de miedo sino de resentimiento, sintiendo la opresión quebrándome el pecho, él tenía razón. Merecía morir, pero...
Volvió a empujarme, adentrándome más a la penumbra del amplio lugar, apenas le di una mirada a los escombros acumulados en una de las esquinas y a esas estanterías clavadas al suelo con cajas todavía intactas en las repisas antes de, inconscientemente buscar algo con qué poder defenderme.
Y es que, a pesar de que me merecía morir, al final quería seguir viviendo.
—Fred, aquí hay unos tubos de hierro— La mirada se me clavó en el hombre que se hallaba más adelante de nosotros, señalando con el cañón de su arma los tubos del drenaje que cruzaban del techo hasta la pared—, le pondremos los grilletes, así no podrá escapar cuando venga una monstruosidad a comérsela.
Un escalofrió me recorrió entera contrayéndome los músculos del miedo. «No quiero sentir como pedazos de mi cuerpo son arrancados y masticado delante de mí. ¿Por qué no solo me disparaban a la cabeza y terminaban con esto?»
—Pero antes... — Fred me detuvo apretando su agarre en mi nuca, poco faltaba para sentir que me arrancaría el cabello de raíz.
Le sentí torcer su rostro hacia las escaleras a nuestro costado, esas por las que me obligaron a bajar, y esas mismas que llevaban a la puerta al corredizo de arriba, la cual era custodiada por cuatro hombres armados.
— Brando, Damien, George, dejen la puerta y bajen, que los otros dos hagan guardia en la puerta— le escuché ordenar—. Vamos a arrancarle la ropa.
Se me extendieron los parpados con pavor, y el hombre que había señalado a los tubos se volteó con sorpresa, hundiendo su entrecejo y clavando esos orbes marrones en el hombre que me tenía presa.
—¿Hablas en serio?
Temblequeé al sentir esa mano deslizándose a lo largo de mi cuello para apretarlo de tal forma que me complica la respiración, arrugué el entrecejo de dolor cuando apretó más y me obligó se nuevo a inclinarme hacia atrás, sintiéndolo inclinarse y dejar que su larga nariz rozara con la piel de mi mejilla.
—¿Por qué no? — inquirió él, soltando su asqueroso aliento contra mis poros—. Casi morimos por su culpa.
—Tampoco somos unos santos—explicó colgándose el arma al hombro, mi mirada terminó en las esposad que colgaban de su bolsillo—, todos los que trabajamos aquí fuimos participes de los experimentos de Chenovy y lo que hacía o como los trituraba aún vivos...
—No hagas comparaciones estúpidas, Ron—exclamó callándolo y sacudiéndome delante de esa mirada marrón que con desagrado se clavó en el agua—. Además, solo vamos a desnudarla.
—¿Con desnudarme crees que me harás sufrir? — farfullé entre dientes.
—Claro que sí—Tiró más de mi cabello ahogándome un gemido de dolor —. Merecemos satisfacernos con tu sufrimiento.
—Pero no de ese modo, Fred— intervino Ron—. No tenemos que llegar a tanto.
—Maldito Marica, ¿de qué te quejas? Solo es su ropa.
—¿Crees que me lo voy a creer? — escupió él y la espina dorsal se me estrujo—. Solo atémosla al drenaje y dejemos que un monstruo la intercepte.
—Si no quieres participar cuida la puerta y envía a otro en tu lugar que si quiera divertirse.
— Jerry les ordenó atarme y abandonarme—enfaticé, engrosando la voz y lanzando una mirada a mi costado queriendo atisbar su desagradable figura.
Aquel hombre mayor y canoso les dio esas ordenes después de encontrar en mi mochila el maldito frasco que no era mío, y darse cuenta de lo que, desgarradoramente, hice. La opresión en mi pecho aumentó como el arrepentimiento de mis actos, esos mismo que provocaron todo este caos y me llevaron a esta consecuencia que, parecía ser demasiado para mí.
—Pero él no está aquí, ¿o sí, perra? — recalcó con severidad—. Esas putas ordenes no son suficientes para castigarte, y no solo te desnudaremos.
Y solo sentir esa mano soltándome el cuello para adentrarse con fuerza bajo la tela de mis jeans y estrellarse a la piel de mi vientre, me removió hasta el último de mis órganos, creando un chillido espeluznante en la garganta que me entenebreció. Me retorcí al instante queriendo zafarme de él, algo que no pude cuando me estrelló de cara contra la pared arrancándome un quejido chillón al sentir su inmenso cuerpo presionándose al mío por detrás, golpeando su cadera y presionando su entrepierna a mis glúteos.
—¡Hijo de puta, no me toques! —mascullé, retorciéndome con fuerza tratando de empujarlo y deshacer su agarre.
Adentró sus largos dedos con tanta rotundidad sobre mis labios íntimos que un escalofrió me erizó entera, apretándolos y tomando mi clítoris entre sus yemas para hacerme respingar de horror. Mis dientes crujieron, sintiendo el chillido de suplicar salir como el escozor adueñándose de mis ojos, esto no puede ocurrirme.
—¿No te gusta, perra? —se burló—. ¿No te gusta cómo te masturbo?
—¡Fred, Jerry está en contra de esto y no pienso quedarme callado!
—No voy a viol*rla, maldito Ron infeliz—escupió detrás de mi oído—. Pero la lastimaré de todas las formas hasta que suplique porque la matemos. De eso nadie me detendrá.
Restregó sus dedos en mi sexo y apachurró mi dignidad, volviéndome añicos en los que no dejé de removerme queriendo escapar.
— ¿Qué dices perra?, ¿No te gusta?
Sentí romperme en dos cuando un dedo entró en mi interior, conmociones atascándose en mi pecho y con forma de nudo a mi garganta donde un grito quiso salir: «¡Basta, por favor!» Y el desespero de no poder apartarlo un solo paso de mí y no poder lograr que esos asquerosos y desgarradores dedos abandonaran mi cuerpo, me enrojeció el rostro de coraje y pavor, punzándome las sienes de dolor.
— O, ¿prefieres algo más grueso aquí dentro...?
Con las lágrimas a punto de desbordar del desesperó y terror, seguí empujando sin detenerme, y lancé mi cabeza hacía atrás, siendo capaz de golpear su rostro de tal forma que escuchara su queja y gruñir.
Le sentí apartarse de mí y sacar sus dedos de mi interior, pero no soltarme del cabello el cual tiró de mí para voltearme. Su puño se estalló en mi mejilla, un estruendo de dolor que me atravesó y me noqueó lanzándome el agudo chillido que quedó amortiguado cuando caía contra el agua.
—Cambio de planes— escupió y de nuevo sus dedos se enterraron en mi cuero, apretando los mechones y levantando mi cabeza—. George, Brandon, atenla. Vamos a orinarla como perra que es, y luego...
Extendí los parpados horrorizada clavándome en el techo blanco sobre mí. El pecho me retumbaba y sentía el corazón en la garganta a punto de escaparse de mis labios a causa de las risas aterradoras zumbando en mis oídos con ecos desgarradores.
Los escalofríos removieron los músculos bajo la piel y negué con la cabeza, todavía sin dejar de mirar el techo.
—Una pesadilla —susurré.
Empujé la espalda fuera del colchón con las manos hundidas en el colchón, sintiendo al instante como ese líquido cálido se derramaba lentamente sobre mi mejilla Izquierda. Moví el brazo, levantando una de las manos para dejar que mis yemas se deslizaran sobre esa zona de mi rostro, y la aparté acomodándola delante de mí para reparar en mis dedos apenas mojados.
¿Estoy llorando?
¿Y cómo no hacerlo? Después de todo la pesadilla que tuve había sido horrible, aunque, ahora que me ponía a pensar, los rostros de los hombres eran borrosos, sus voces estaban distorsionadas y había escenas sin claridad.
Clavé la mirada en las sabanas que cubrían mis piernas, entenebrecida porque lo que sí recordaba con detalle era los empujones del hombre que me tenía del cabello, maltratándome y ofendiendo mientras me adentraba al sótano. Recordaba inquietantemente el miedo provocado por la fuerza de su cuerpo tosco apretándome a la pared hasta lastimarme con su peso, escupiendo palabras e insultos contra mi oído que pese a ser distorsionadas, me aterraron.
Lo que también recordaba era el dolor de su puño estampándose en mi mejilla y antes de que me ataran al drenaje.
La respiración se me aceleró y negué con la cabeza quedando perturbada. No. Eso no fue una pesadilla, ¿cierto? Ivanova mencionó que el experimento Cero Siete Negro me encontró en un sótano y, por si fuera poco, atada a un drenaje. Esta no podía tratarse de una pesadilla. Era un recuerdo, y al parecer, uno sinestro y abrumador de lo que me sucedió en ese sótano.
Un escalofrió me recorrió los huesos y me erizó las vellosidades al obligarme a reproducir las pocas escenas claras. Un cumulo de preguntas me invadió de nuevo y negué con la cabeza, detestando no poder entender muchas de las imágenes que traté de procesar.
Me hicieron daño, pero, ¿por qué?, ¿por qué esos hombres me ataron?, ¿por qué ese hombre me golpeó?
—Veo que ya despertó, señorita.
La inesperada voz de Sarah, levantándose a mi costado me tensó, torciéndome el rostro hacia el lado izquierdo de la habitación para encontrar su silueta saliendo del baño. Llevaba unos deportivos y la bata, pero sobre una sudadera grisácea que le dibujaba un gordito. La confusión pronto me golpeó al detallar la sonrisa sincera que me dedicaba en tanto se acercaba a la cama, y pestañeé sin entender qué estaba haciendo en el cuarto.
—¿Cómo entró? — terminé preguntando, recordando que anoche había cerrado la puerta y que solo había una tarjeta.
Ella se detuvo frente al colchón, deslizando la mano en uno de los bolsillos de su bata para sacar la pequeña tarjeta blanca que sacudió en el aire.
— La puerta estaba sin seguro — explicó rodeando parte de la cama hasta llegar junto a mí.
Pero si anoche la cerré. O eso creo... Hundí el entrecejo sintiéndome un poco confusa.
—Tiene que tener más cuidado y asegurarse cada noche de cerrarla—la petición de Sarah me sacó del embelesamiento.
Apreté los labios antes de torcerlos en una mueca y regañarme internamente al darme cuenta de que al final terminé recordándolo, sintiendo, para mi lamento, esa necesidad por analizarlo, esa inquietud y esa intriga abrumadora de saber por qué mi cuerpo actuó como si estuviera hechizado por él.
— Imagínese si alguien más hubiera entrado —añadió y sentí sus largos dedos deslizándose encima de mi hombro en una clase de agarre suave—. Aunque tengo que añadir que aquí no hay personas malas, gracias a Dios se trata de una base militar.
—Lo siento— solté, alzando un poco el rostro para encontrarme con el de ella, su cabello estaba sujetado en una coleta y algunos mechones caían a los costados de sus sienes—. Tendré más cuidado.
Extendió una débil sonrisa antes de soltarme y darse la vuelta recorriendo detrás del respaldo.
—No se preocupe. Imagino que estuvo distraída por Jenny, se habrán divertido ayer, ¿no es así? — le escuché preguntar en tanto también escuchaba el taconeo de sus botines.
—Sí— no tardé en responder—. Saltamos un rato en la cama y conversamos, y me contó una historia entretenida.
—¿Qué clase de historia? —quiso saber y su taconeo se detuvo detrás de la cama.
—Una de un caballero y una villana que se enamoraron en un reino destruido y tuvieron ocho neonatales— lo solté su risa ante mis palabras no tardó en escucharse en tanto apartaba las sabanas de mis piernas, desnudándolas enseguida.
—¿Ocho neonatales? —inquirió y asentí, aunque sabía que aquel movimiento de cabeza no sería visto por ella—. Mis condolencias para la espalda de la villana.
Sus palabras me extendieron los labios con gracia y negué con la cabeza, recordando el resto de la historia y de la conversación que mantuvimos. Terminé soltando una larga exhalación con aire de desanimo al creer que escucharla todos estos días vendría algo a mi mente.
Quiero recordarlo todo.
—Y no me quiero ni imaginar el parto, pobre la cesaría que debió tener.
— Es muy divertida—sostuve, deslizando las piernas fuera del colchón para recostar los pies en la helada textura del suelo—, y muy dulce.
No iba a mentir, pasar tiempo con la niña me gustó mucho, a pesar de no recordarla y que eso la lastimara, me gustó sentirla en confianza, lo suficiente como para querer dormir en la misma cama que yo.
—Esas son las palabras que definen a la pequeña Jennifer, aunque también tiene una gran imaginación como todo niño a su edad—expresó—. Señorita, ¿adivine que me dieron esta mañana?
El sonido de sus pasos resonó en el suelo como el sonido de bolsas golpetearse entre sí llenando mi alrededor, alcé la mirada de mis pies y pronto encontré su silueta rodeando una parte de la cama para detenerse frente a mí, alzando cuatro bolsas de tela entre sus manos.
Las reconocí, recordando el momento exacto en que Ivanova apareció en su habitación, soltando esas mismas bolsas contra el suelo antes de sentarse sobre la cama. En su interior había ropa para mí, la cual fue comprada por él. Keith Alekseev.
Esconderme bajo su cama era algo que no debí hacer. No hice nada malo, fui al cuarto para tener respuestas, no tenía ninguna otra intención por lo tanto no debía darme miedo de que ella llegará y me encontrara ahí. Pero lo que sucedió antes de que ella tocara...
Mordí mi labio inferior solo recordar esa imponente figura con su torso desnudo y ese endurecido rostro de facciones enigmáticas acercándose a mí con tanta firmeza y tanto dominio que alteró hasta la última de mis neuronas y hormigueo cada rincón de mi piel.
Lo que sucedió en ese cuarto, seguía sin entenderlo y sabía que si pensaba en ello no le encontraría sentido y me inquietaría más de lo que el recuerdo del sótano lo estaba haciendo. Así que me rehusé a recordarlo, recordar lo que hizo y lo que dijo, más aún recordar mi cuerpo apretándose al suyo con su calor invadiéndome en todo sentido: ese calor capaz de cegar y encantar de formas que no entendía.
Me rehusé a recordad el toque de sus yemas ásperas y peligrosas deslizándose en mi quijada en un agarre firme y rudo, y sus cálidos y carnosos labios con textura y sabores perversos, adormeciendo con su solo roce los míos de sensaciones exquisitas que, por locura que sonara, seguía intacto. Y su gruñido bestial escupiéndome palabras en un idioma que no entendía contra el hueco de mi boca, «Ti scoperò così forte che non ci sarà più niente di me da ricordare.» Por poco soltaba un gemido de fascinación en tanto sentía como esos labios se movían con tensión y sus dientes se rozaban con mis labios.
Dios. ¿Qué significan esas palabras? Quiero saberlo, quiero saber lo que me farfulló con deseo e ira.
¿Sarah lo sabrá?
—Es ropa para usted— puntualizó, sacudiéndola delante de mí antes que, con una emoción brillando en su rostro, las dejara a mi lado y sobre el colchón—. La coronel las trajo anoche, dice que por la tormenta no pudo comprarle mucho pero que esto es por mientras.
Vi como abrió la primera volea sacando una sudadera grisácea con dibujos de gatitos muy curiosos, la dejó y sacó otras más de diferentes colores.
—Que generoso es el experimento que dio de sus bonos para comprarle ropa, ¿no lo cree? —me preguntó, apenas codeándome antes de tomar la siguiente bolsa y sacar más sudaderas.
¿Experimento? Me pregunté si acaso Sarah sabía quién, en realidad, fue el que me compró esta ropa y lo encubría para que no lo supiera. O, si realmente creía que fue un experimento.
Fuera cual
Fuera la verdad, no había una sola razón para que él me comprara esta ropa, y de algún modo, después de lo que ocurrió a noche, ganas de negarle el resto de las compras que le ordenó a su prometida, me sobraban.
—Lo es— alargué.
Ella asintió, revisando la siguiente sudadera.
—Estas prendas parecen ropa que de abuelita— masculló—. Nada se ajusta, tiene la misma forma, todo pasó de moda hace, por lo menos, 4 décadas. ¿A qué tienda fue la Coronel?, ¿a la de los abuelitos amante de los gastos?
Alzó la siguiente sudadera de colores llamativo y alargó una mueca, inconforme.
—También fue al de los hippies.
Au comentario me provocó gracia, extendiéndome una leve sonrisa. Sacó un suéter lila, para tomarlo de la manga descosida donde también se mostraba un agujero notorio en la tela.
—Este está roto— Hundió su entrecejo, reparando en el resto del suéter negro—. ¿Por qué está roto?
Porque viene de las super rebajas.
No me quejaba, en cierta forma a nadie le correspondía ver por mis necesidades y gastar su dinero. Y ella fue a las rebajas simplemente porque no quería que su prometido gastara todo en mí, lo cual estaba, de cierto modo, mal.
Tuve un mal sabor de boca solo recordar el cómo ella le hablaba y él simplemente la ignoraba. Su frialdad y el modo en que movió su brazo cuando ella lo acarició, recorriendo esas largas venas sobre sus músculos tensos, ¿por qué se comportó así?, ¿cuál es el motivo de rechazar su toque?
Seguramente estaban peleados.
Por otro lado, lo que ella dijo después me tenía confundida. ¿A qué se habrá referido con "que fue muy rápido"? ¿Por qué ella creyó que se quitaría el anillo?
La tensa conversación en la que fue ignorada, daba a entender que era como un compromiso forzado.
Tal vez estoy llegando a conclusiones rápidas.
—De acá atrás también está muy descocido—La mueca en sus labios me hizo pestañear y negó con la cabeza, disgustada—. Voy a llevárselo a la Coronel para que se queje y exija devolución.
—No— la detuve, apretando los labios —. No tengo problema, esto me sirve para calentarme, eso es lo que cuenta. Además, nadie debería gastar sus bonos en mí.
Ella meneó la cabeza no muy contenta.
—Pero al final quisieron gastar sus bonos en usted, señorita, y por lo tanto debieron gastarlo en al menos prendas completas—puntualizó, devolviendo el suéter a la bolsa—. Espero que solo sea una prenda, y que el resto esté en buenas condiciones.
Tomó la siguiente te bolsa de la que sacó unas botas del mismo color con peluche en la parte superior.
—Esto es lo más bonito hasta hoy.
Acarició la textura y revisando la talla, eran lo más bonito de las compras, sin duda. Me los extendió para sacar de la última bolsa un par de botellas de tinte.
— Por cierto, la Coronel me dio estos tintes del color de su raíz...— empezó y recordé lo que ella dijo antes de entrar al baño—. Pensó en que usted querría tener el cabello de un solo color.
No estaría mal, el castaño se opacada y con la raíz rubia no me hacia lucir bien.
—¿Quiere pintárselo? Puede ser en la tarde antes de mi turno, o mañana, si usted gusta.
Apreté los labios.
—Lo pensaré—decidí responder—, ¿Sarah, usted sabe hablar algunos idiomas?
—Sí, se hablar inglés y se me facilita mucho el español, también aprendí francés, ¿por qué señorita?
Me pregunté en qué idioma fue el que habló él.
—¿Sabe qué significa: Ti scoperò così forte che non?
Entrecerró los parpados asimilando la frase que solté a medias.
—Eso es italiano, señorita, ¿es algún recuerdo?—No supe que responder—. ¿Sabe quién sí sabe italiano? El teniente Gae, él vivió un tiempo en Italia, hasta donde supe. Podría preguntarle a él cuando lo vea.
Asentí.
—Bueno, pero ya vaya a cambiarse para salir a desayunar — me pidió, guardando los tintes —. Falta una hora para el medio día y el desayuno son unos deliciosos hot cakes de canela y chocolate con huevo y tocino que quiero probar.
El modo en que lo dijo con un gesto de súplica fingido me hizo sonreír y asentir. Sin levantarme todavía de colchón, asentí revisando las sudaderas a mi costado. Me decidí por una de ellas y alcancé el suéter descosido junto con las botas y me incorporé, estirando la playera negra para que cubriera más de la mitad de mis muslos.
—Le guardé la ropa lavada del del lado derecho de la cómoda, señorita. En la cajonera podrá acomodar toda esta ropa—me dijo.
Y tuve confusión, volteándome para encontrarme con su perfil y su cuerpo medio inclinado, observando de nuevo cada una de las sudaderas que se me compró.
—¿Eso quiere decir que me seguiré quedando aquí? — inquirí.
Volvió a menear la cabeza con un apretón de labios.
—La coronel dijo que esta era la única habitación disponible para usted, que ya no hay camas para amueblar los pocos cuartos que quedan y los cuales están en remodelación — me recordó —. Así que sí. Pero no me quejaría, es una de las habitaciones más grande y calientitas, señorita.
Algo no me terminaba de conversar. Sí, Ivanova dijo que este era la habitación que quedaba disponible, pero, se sentía como si no querían que durmiera en otro cuarto que no fuera en este.
—¿Todavía quiere que busquemos al experimento Cero Siete Negro? — su inesperada pregunta me mordió el labio, un gesto que fue contemplado por ella.
—Me dijeron que no está en la base— no dudé en responder, ella extendió las cejas antes de dejarlas caer como si aquello le resultara —. Que está haciendo guardia en los restos de la planta.
Dejó caer las prendas para entornarse a mí con sus manos recargadas a sus caderas, dándole la forma de un jarrón.
—¿Quién le dijo eso?
—Keith Alekseev—lo nombré y parpadeó con más sorpresa—. Ayer toqué a su puerta para preguntarle por él.
—¿Le preguntó al señorito Alekseev por el experimento Siete? ¿Ese con el que al parecer tuvo algo? — repitió como si no pudiera creerlo y asentí apenas, confundida por su reacción.
—¿Sucede algo? — quise saber.
Frunció los labios apretados negando de pronto con la cabeza antes de volver a revisar las prendas sobre la cama.
—Es que me sorprende que el señorito responda una pregunta—articuló rápidamente—. Es un tímpano de hielo al que le cuesta expresarse y responder simples preguntas. ¿Y eso es todo lo que él le dijo?
—También le pregunté sobre cuando creía él que volvería— compartí y ella dibujó un círculo con los labios, alzando la sudadera con ocho gatitos dibujados a lo largo.
La mayoría era de color azul, y solo dos gatitos eran rosas.
—¿Qué le respondió? — Dobló la sudadera.
—Que volvería cuando terminara su trabajo.
—Pues esperaremos hasta que vuelva señorita, y cuando lo haga, le diré quién es— me inquietó que ni ella misma sonara convencida de sus palabras, y me pregunté por qué —. Vaya a cambiarse o no tendremos desayuno.
Asentí con una corta exhalación. Alcancé la tarjeta de la habitación y rodeé la cama enseguida hasta detenerme en la cómoda en donde abrí el primer cajón. Tome las ultimas bragas de encaje, todavía recordando que había unas desaparecidas. Me llevé el brasier y cerré el cajón, y con toda la ropa entre los brazos moví las piernas, encaminándome al baño, no sin antes dar una mirada detrás de mi hombro a la mujer que todavía se hallaba observando las prendas con disgustó.
—Gracias, Sarah— sinceré deteniéndome en el umbral, ella levantó el rostro con una sonrisa en respuesta.
Le agradecía por ayudarme desde que desperté, estar atenta a mí y querer ayudarme a buscar al experimento. Aunque de cierto modo, sentía que le quitaba tiempo para hacer otras cosas que ella tenía que hacer.
—Ya entre al baño y póngase más bonita de lo que es.
Me guiñó el ojo y me aproximé al baño, escuchando por detrás, como Sarah removía las bolsas de tela.
Adentré al cuarto de azulejos y cerré la puerta enseguida, dejando la ropa sobre el lavamanos. Me deshice de la playera negra y de los jeans quedando en ropa interior, tuve que esforzarme por no tiritar cuando sentí el frio del ambiente colarse en mis huesos y me saqué el brasier dejándolo sobre el retrete. Tomé las tiras de las bragas negras y a poco estuve de deslizará fuera de mis muslos, sino fuera por la inflamación en mi vientre. Esa que se notaba por encima del tirante negro.
Hundí el entrecejo apartando los dedos de las bragas para deslizar la mano con sumo cuidado por encima de la parte baja de mi abdomen. La sensación de mis yemas frías con la calidez de la protuberancia me estremeció y seguí acariciando la inflamación y presionándola, sin hallar ninguna clase de dolor o malestar.
—Que extraño— musité. El vientre estaba más inflamado que la última vez—. ¿Y si estoy estreñida?
Grasa no podría ser, estaría colgándose la piel en forma de longa, no endureciéndose de este modo.
Seguí tocándola en tanto me acercaba al lavamanos acomodándome delante del espejo amplio y largo. Me acomodé de perfil solo para analizar su tamaño, desde el reflejo apenas se notaba, pero con bajar la mirada, era más notoria, y eso porque estaba delgada del abdomen.
—Quizás sean gases...
¿Quién demonios se creería eso? No, no esto no era eso.
Aparté la mano para sacarme las bragas que acomodé sobre el retrete. Volví a observarme la inflamación y tomé la ropa interior que empecé a ponerme sin dejar de detallarme el vientre.
Esto me inquieta, ¿y si es algo malo? ¿Debería decirle a Sarah?
— Tengo pensado presentarle a una señorita que también trabajó en el laboratorio—escuché su voz al otro lado de la puerta—. Ella también perdió la memoria por un golpe en el cráneo, aunque hasta entonces ya la recuperó.
Tuve curiosidad de saber a quién se refería, sobre todo saber si hizo algo para poder recordar.
— No es que quiera presentársela por eso, sino porque ayer me la tope y me preguntó quién era usted— siguió
y agarré los jeans para ponérselos con rapidez debido al frío haciendo temblar mis muslos—. Dijo que la miró a la puerta de los cuneros, ¿qué estaba haciendo ahí?
—Estaba buscando al bebé del que hablaba Seis— notifiqué tomando la sudadera que deslicé sobre mis pechos hasta mi abdomen—. Pero no me dejaron entrar, necesitaba su clasificación.
No la escuché decir nada, y sin calcetines, me coloqué las botas cálidas y que resultaron ser muy cómodas.
—Se tiene una seguridad muy estricta con los bebés— aclaró—. Son tan pocos y tan importantes para su futuro que los experimentos decidieron que nadie podía verlos al menos que conocieran su clasificación y área.
Me lo imaginé, siendo muy pocos bebés sobrevivientes, debían de protegerlos a toda costa. Eso estaba bien, dejaba en claro que ellos querían proteger mucho a su gente.
Y esperaba que no pasaran el resto de su vida encerrados en esta base. Si habían pasado gran parte de sus años en el subterráneo para seguir perdiendo años encerrado en este lugar, entonces, eso no era libertad.
Acerqué mi cuerpo, de nuevo al espejo para desenredar el cabello y acomodármelo.
Una mueca inconforme me cruzó los labios. La raíz oscura de mi cabello era bastante notoria aun cuando no estaba muy crecida, y con el rubio deslavado apagaba el tono de mi piel y no le daba vida al extraño corte que tenía, y el cual no me terminaba de convencer.
¿Por qué me lo corté de este modo? Era como una clase de mala versión de Dora la exploradora, pero en rubia y un poco más largo y por supuesto, con más edad. Quizás debería decirle a Sarah que me lo pintara esta tarde, o mañana, si podía.
O, ¿por qué no yo? Por sorprendente que sonara, recordaba como el tinte de cabello. Y pintarlo no era todo lo que recordaba. Había más cosas. Aprendizajes que no venían de recuerdos con imágenes, forma de personas y voces. Eran cosas que sentía que sabía y hoy deseaba hacer.
Como dibujar, sabía que dibujaba. Y tenía unas tremendas ganas de tener una hoja y un lápiz para dibujar a alguien que mis dedos se sentían tensos y ansiosos.
—Puede preguntarle a la niña del bebé—aconsejó y recordé la clasificación que la pequeña me dio—, quizás ella la lleve a los cuneros para conocerlo.
Ni había pensado en ello, y sería una grandiosa idea. Así la pequeña me contaría más del bebé y lo que hicimos.
Quizás recordaría algo.
(...)
Algo estaba mal.
Me obligué a tragar el asqueroso sabor en mi boca a causa de las náuseas que desde hacía varios minutos no desaparecía después de desayunar.
Quizás comí muy aprisa, o porque comí más de lo que no debía. Sin duda esos hot cakes estuvieron deliciosos, pero no fue buena idea pedir otra porción extra. El revoltijo en el estómago no me hacía concentrarme en lo que Sarah decía acerca de un festejo próximo en la base, abriéndome la puerta de recepción para salir al exterior.
El frio intenso de la brisa me apretujó los músculos y le di apenas una mirada al césped mojado y a los charcos de agua acumulándose a cada nada del resto del asfalto al otro lado. No había niños en el jardín, y muy pocos experimentos. Volví a tragar el mal sabor y rogué porque no fuera más que un malestar que no me hiciera correr en busca de un baño o un bote donde vomitar. Sarah siguió hablando con emoción, acercándome a una de las mesas de madera que estaba siendo ocupada por un par de mujeres jóvenes, una de ellas tenía una belleza de perfil, imposible de ignorar, nariz, respingona, piel de porcelana, cabello largo color negro. Supe desde la corta distancia que se trataba de un experimento, pero la mujer a su lado, la de estatura menor, nariz pequeña, cabello castaño y apenas rizado, no. Aun así, era bonita.
—Señorita Pym— exclamó Sarah, tirando más de mi brazo para acelerar mi paso, empeorando los vuelcos estomacales.
La de cabello negro fue la primera en voltear, dejando esos orbes de un verde olivo a la vista— Es de la misma clasificación que la pequeña. Y solo ver como la nombrada giraba, dejando el resto de su rostro ovalado y orbes azules visibles, me hizo reconocerla.
Era la mujer que vi besarse ayer, con el experimento rojo.
La mujer experimento se apartó sin decir nada, dejándola sola mientras nos acercábamos. Y la mirada se me cayó sobre el movimiento que hizo con su mano, dejándola caer sobre la playera rosa que vestía y la cual apenas formaba la parte baja del abdomen, inflamado y apenas redondeado que se notaba más con el paseo que su mano le daba sobre la tela.
¿Está embarazada?
A mi mente el experimento que se la comió a besos y en esta misma mesa volvió y no pude evitar que la sorpresa construyera mi rostro cuando Sarah me detuvo frente a ella.
¿Está embarazada de él?
—Ella es la señorita Nastya, de la que le hable ayer— me presentó, y la mujer estiró una leve sonrisa, pronunciado más las muchas pecas que se le dibujaban por encima del pequeño puente y sobre sus mejillas.
—Tenía curiosidad por conocerte, Nastya— me extendió la mano que no tardé en tomar y corresponder—. Soy Pym, mucho gusto.
Una leve sonrisa cruzó mis labios y miré de nuevo como esa otra mano se paseaba sobre la protuberancia una segunda vez.
—Estas embarazada— fue lo único que terminó saliendo de mis labios y ella pestañeó como si no esperara mi pregunta —. Me llamó mucho la atención como te acariciabas ahí.
Señalé con el mentón su mano y Sarah soltó a mi lado una risilla.
— Sí lo está, ¿no es hermoso? Lo más hermoso es el padre —Me codeó y quedé inquieta cuando procesé sus palabras, ¿acaso el padre era ese experimento con el que se besaba? —. Bueno, voy a dejarlas porque tengo algo importante que decirle al señorito Alekseev.
El apellido resonó en mi cráneo en tanto Sarah se apartaba enseguida de nosotras tras despedirse. a vi salir del jardín, torcí un poco mi cuerpo, siguiéndole la espalda. Se aproximaba el par de enormes torres que se acomodaban a cada lado de la entrada a la base, y cruzó una de las entradas de las gruesas paredes de piedra.
Eso quería decir que él estaba ahí dentro. Alcé la mirada revisando cada una de las torres, a pesar de la distancia, pude atisbar a un par de soldados recorriendo la estructura. Él era un soldado, ¿acaso sería alguno de ellos?
¿Por qué lo estoy buscando?
Después de lo de ayer lo menos que debía hacer era buscarlo y mirarlo.
—Sarah me contó que perdiste la memoria, Nastya—su voz me apartó la mirada de una de las torres entornándome a ella, observando cómo se trepaba encima de la mesa de madera para sentarse y recargas sus pies sobre la banca —. Debe ser muy frustrante no recordar nada.
Respiré con profundidad y no esperé que mi mirada terminara en una de las torres, encontrando a un soldado sin casco y de uniforme negro y remangado, recargado en una estructura que dejaba un umbral a la vista. La sombra del techo le oscurecía por completo volviéndolo como una tétrica sombra, una que por alguna razón sentía como que miraba en nuestra dirección.
Quizás me lo estoy imaginando.
—Lo es, desde que desperté traté de acordarme de algo— acompañé mis palabras con una leve negación de cabeza—. No tuve mucha suerte hasta hoy. También la perdiste, Sarah lo dijo, ¿cómo fue que sucedió?
Hubo un silencio que por poco me hizo sentir incomoda, como si la pregunta fue algo en lo que no le gustara pensar y miró de otra vez una de las torres detrás de mí.
—Alguien me golpeó— Apreté los labios solo escucharla—. Intenté recordar, ¿sabes? Era aterrador no recordar nada y tratar de sobrevivir de criaturas que solo aparecían en películas de terror.
Su respuesta me abrumó, eso quería decir que perdió la memoria dentro del laboratorio y durante el desastre. Qué horrible debió ser despertar sin recuerdos en un lugar aterrador...
—Fue difícil, pero con el tiempo volví a recordar—dijo con simplicidad, dejando que su misma mano por tercera vez se deslizara en su vientre—. Así que no te presiones, tarde o temprano la memoria volverá, lo que cuenta es que estas aquí, viva y a salvo.
Eso era lo que contaba, pero en realidad tenía ansias por acordarme de todo de una maldita vez para dejar de sentirme tan perdida.
—¿Cuánto tienes? —curioseé, acercándome a la banca para sentarme.
—Tres meses y un poco más — contestó ella y la mirada se me cayó a su abdomen. ¿Y tan rápido le creció así el vientre?
Había algo que me intrigó y fue analizar el tiempo de su embarazo, Sarah me contó en un principio que duramos más de un mes y medio en el subterráneo, lo que quería decir que ella...
—¿Estuviste embarazada desde el laboratorio? — solté y asintió para mi sorpresa, mirando un momento las torres.
—Y con la perdida de la memoria imaginarás que por mucho tiempo nunca lo supe y me descuidé—dijo, volviendo a acariciarse —. Al principio pensé que las náuseas, los vómitos y el hambre se debía a la putrefacción de los muertos y la poca comida que encontrábamos en el camino, pero después me di cuenta de que se trataba de otra cosa, o de alguien que apenas se está formando con muchas ganas de vivir.
Le dio una mirada a su vientre y extendió una sonrisa de ternura que medio imité. Una pregunta respecto al padre quiso salir de mis labios, pero temí hacerla y que al final resultara que el hombre estuviera muerto O... ¿sería el padre el experimento?
—Ayer te vi con un experimento aquí— hablé, recibiendo su mirada azul poniendo atención—, ¿estuviste con él en el laboratorio?
— Así es, y es el padre— Se me agrandaron los ojos con su respuesta y ella soltó una risilla llevando su otra mano a acomodarse un mechón que se le resbaló sobre la frente—. Imposible de creer, ¿cierto?
Eso quería decir que tuvieron sexo durante el incidente, ¿o antes?
Pero, ¿en qué estoy pensando?
—Todos dicen que no creían en la posibilidad de que una humana quedara embarazada de uno de ellos por el tipo de código genético que tienen— recalcó —, pero si somos tan iguales, ¿por qué no habría posibilidades?
La escuché y nunca le pregunté a Sarah qué tipo de genética utilizaron en ellos para crearlos, me dijeron que eran clones de antiguos trabajadores, pero para ser tan perfectos era obvio que utilizaron algo más, y Pym solo me lo confirmó.
—Aunque es un embarazo de riesgo, porque todo es completamente diferente en el desarrollo y los síntomas también—soltó aquello como si fuera una clase de queja—. Por eso crece tan rápido.
Se miró el vientre y lo entendí, todavía sintiéndome inquieta. Si heredó parte de los genes del experimento, y si estaba desarrollados rápidamente, ¿en cuánto tiempo nacería?
—Rojo y yo estábamos en un bunker cuando empecé a sospechar— exhaló—. Con demasiadas nauseas ya estaba siendo obvio. Fue un milagro no perderlo en el subterráneo con todo por lo que pasamos. Si no fuera por Rojo que estuvo ahí desde que desperté, estaría muerta.
La mirada se me cayó sobre el césped cuando algo quiso iluminarse en mi mente. Sus palabras me resultaron muy familiar, demasiado, tanto que estaba segura que antes las había escuchado, pero... con mi propia voz.
Sentí cómo mi alrededor trataba de oscurecerse, tomando el jardín la forma de un baño sombrío y pequeño. Todo se transformó y me vi envuelta en la opresión en mi pecho y en el calor intenso y estremecedor de un torso masculino y desnudo acorralándome a la fría textura de una pared.
Mis manos perdieron fuerza a los costados de su torso, resbalando las yemas por cada uno de esos músculos hasta sus anchas caderas donde tropecé con el grueso cinturón en el que se repartían sus armas.
—Habrías estado en el exterior ahora mismo, a salvo con los demás — mi voz salió cansada y dolida —, y no encerrado en este maldito lugar pagando algo que no debes.
Me sentí abrumada por mis propios reclamos y sentí sus ásperos y calientes dedos tomándome de mi quijada para levantarme todavía más el rostro de tal forma que se me estirara el cuello.
Un sonido de dolor se me estancó en la garganta al detallar el rostro varonil que se inclinaba sobre mí con peligrosidad. Facciones salvajes, y aterradoramente atractivas que paladearon mi cráneo antes de terminar estremecida con el toque de esa puntiaguda nariz, dejando resbalar su lóbulo sobre el mío en una entrañable caricia.
Una que se convirtió en uno de mis peores castigos. Y me sentí temblequear al detallar sobre y tan cerca de mí, esos orbes platinados, destellando como la mirada de un depredador con sus aterradoras escleróticas negras. Una mirada bestial a la que debía temerle y cual se mantenía sobre mí con tanta intensidad que me estrujaba y me volvía un montón de nervios temblorosos.
—¿Estas reprochándome porque volví o porque no te dejé morir? —su voz espesa e irritada y ese aliento humedeciendo los míos, me hicieron pequeñita—. Se más clara, mujer.
Su mascullar siendo casi un gruñido me entenebreció y mi cabeza negó, sintiendo como arrugaba la nariz porque ese solo movimiento hizo que la caricia de la suya fuera entrañable.
—Te estoy agradecida de que volvieras por mí y me salvaras todo este tiempo— un nudo se creó en mi garganta y no pude apartar la mirada de esos carnosos y alargados labios a solo centímetros de mí, rígidos, cuya comisura izquierda se arrugaba con severidad—, porque si algo es cierto es que no hubiera sobrevivido en la zona verde con parásitos cerca, sino fuera por ti.
Un toqueteo sobre mi hombro me hizo pestañear desvaneciendo el calor corporal del hombre contra mí, así como la sensación de su acercamiento y la suave caricia de su puntiaguda nariz. El panorama del baño desapareció convirtiéndose en solo césped mojado. Volví a la realidad, con el trance de mis propias palabras haciendo hueco en mi cabeza alargándose en ecos escalofriantes que atravesaron mis huesos y erizaron las vellosidades.
No puede ser, estaba recordando algo más... y de él. Una parte de mí aseguró completamente que el hombre al que le decía aquello se trataba de aquel experimento. Nadie más me llevó al área verde, solo él, solo Siete, eso me dijeron.
Estremecí con el recuerdo de su cuerpo acorralándome a la pared, acariciándome con el lóbulo de su nariz de un modo tan entrañable que lleva mis dedos al puente para tocármelo.
Y esos orbes depredadores, con la pupila rasgada, con el color platinado y las escleróticas de un negro aterrador...eran tal y como aquella voz de una niña en mis recuerdos me lo retrató.
Un hombre alto, ojos grises como el plata, quijada marcada y escleróticas aterradoras. No había mirada más aterradora como esa de esclerótica negras y pupilas rasgadas.
Cero Siete Negro era el hombre del que esa niña me habló en el sueño. Sin duda lo era.
Otro toqueteo en el hombro volvió a hacerme pestañear y reaccioné, levantando el rostro para encontrarme con esos orbes azules estudiándome con extrañez y un poco de preocupación. Pym había bajado de la mesa, acomodándose frente a mí.
—¿Estas bien? — me preguntó—. Te ves un poco pálida. Hay una enfermería dentro, podemos ir.
Se me hundieron las cejas cuando ese rostro sombrío, pero lleno de masculinidad, de quijada marcada, nariz respingona, mentón casi cuadrangular y entradas apenas pronunciadas se vislumbró en mis pensamientos, dándole la razón a Sarah cuando mencionó el aspecto del experimento, ese que tomaba una sombría forma en mi recuerdo, no muy claro pero lo suficiente como para saber que...
Ellos se parecían.
— Estoy bien, es solo que...— alargué, deteniendo las palabras y mordiéndome el labio cuando la confusión llegó con más fuerza, no entiendo nada.
—¿Estabas recordando? —Me sentí inquieta —. Quizás no, pero así me perdía cuando algo volvía a mi mente.
—Pero lo poco que recordé no fue muy claro— me costó decirlo—. Aunque creo que fue del laboratorio.
Ganas de volver a recordarlo y saber el resto, no me hacían falta. Como tampoco me hacían falta ganas de saber por qué me llevaron esos hombres al sótano y recordar lo que sus voces decian o el resto de las escenas que seguían borrosas.
—Con el tiempo se aclarará —trató de tranquilizarla —. Por ahora, que tengas este tipo de recuerdos es una buena señal. ¿Recordaste algo del laboratorio?
Me tomó un segundo asentir con titubeo y a poco estuve de decir algo hasta que...
—¿Quién es la nueva, Pym?
Torcí el rostro lanzando una mirada hacia el otro lado de la mesa donde dos mujeres se acercaban, rodeando la madera. Una rubia y otra castaña, ambas delgadas y casi de la misma estatura. Las reparé todo lo que pude, pero por mucho que recorriera esas miradas de un azul, no lograba reconocerlas.
Aunque por el modo en que me escudriñaban como la extraña e interesante, era obvio que ellas no me conocían.
—Es Nastya— Pym se movió a un lado cuando ellas se detuvieron junto a mí—, vino en el último grupo de sobrevivientes.
—En el grupo de experimentos negros, sí, sí, ya la reconocí— asintió la rubia con una sonrisa que más que sincera, parecía falsa—. Soy Rouss y ella es Penny.
Entorné la mirada a la castaña quién saludo, sacudiendo la mano al aire.
—Fuimos examinadoras de experimentos, igual que Pym— añadió Rousse y hundí el entrecejo, repentinamente confundida preguntándome que era eso—. Me tocó cuidar de un rico experimento adulto del área Negra, a Penny le tocó puro infante, y a Pym pues..., le tocó con el padre de su futuro bebé.
Instantáneamente mi mirada terminó sobre la nombrada, vi sus labios apretarse, parecía repentinamente un poco incomoda por las palabras, pero sus mejillas se sonrosaron.
—¿En qué trabajaste, Nastya? —continuó Penny, no esperé verla sentarse a mi lado—. Eres bastante atractiva, ¿también fuiste examinadora?
—No es una buena pregunta—interrumpió Pym.
—¿Por qué?
—Porque no me acuerdo de nada—terminé respondiendo.
—¿En serio? —Rouss pareció sorprendida—. ¿No te acuerdas de nada del laboratorio?
Negué con la cabeza.
—Pues que bueno— espetó la chica a mi lado con un leve puchero, de bueno no le encontraba nada—. No sabes cómo quisiera tampoco recordar lo que sucedió, sigo teniendo pesadillas y no me gusta dormir con las luces apagadas porque siento que esas monstruosidades volverán y me encontrarán.
—Fue cómo si viviéramos la peor de las películas de terror, y a los pocos que sobrevivimos marcó o traumatizó—agregó Rouss con seriedad y de pronto el ambiente a mi alrededor se volvió tenso—. Por lo menos no recuerdas esas criaturas gelatinosas con tentáculos y colmillos.
¿Criaturas gelatinosas con tentáculos?, ¿no eran experimentos deformes?, ¿acaso a ellos les salió tentáculos?
—¡Oh, por Dios, Rouss mira detrás de ti! —el grito de Penny me tensó más recibí el empujón de su brazo cuando lo estiró señalando una de las torres—. El sexy soldado que te gusta está haciendo guardia en la segunda torre.
La rubia se giró de golpe, sacudiendo su cabello corto y dándome casi la espalda, abrió sus labios para inhalar aire con fuerza reteniéndolo un momento en sus pulmones, y el exagerado gesto que colocó me hizo dar una mirada en la misma dirección.
Era la misma torre que antes miré y donde encontré a ese soldado sombrío recargado en la pared junto al umbral. El mismo soldado de uniforme negro y de mangas remangadas que ahora se encontraba con sus anchos brazos extendidos sobre el barandal de piedra. Los rayos del sol lo alumbraban en todo sentido, dibujando los músculos de sus antebrazos bajo la piel, así como los que parecían marcarse bajo su camiseta negra de cuello redondo. Su cabello negro parecía caer sobre sus cejas, pero el resto de su rostro era un misterio, como todo él que por inquietante que sonara, atraía.
Es él... Y no porque atrajera, sino porque al lado de él reconocí a la mujer mayor que le acompañaba, era la señora Sarah.
¿De qué estarán hablando?
—¡Es un maldito papasito moja bragas instantáneas! —el gruñido con fascinación de la rubia saltando tan repentinamente me hizo pestañear, apartando la mirada de ellos—. ¿Sabes de quién hablo, Nastya?
Quise asentir y responder, pero ella misma lo hizo.
—De Keith Alekseev, el soldado disque de la FEM que está en esa torre con Sarah —lo señaló —. Pero esa bestia sexual no puede ser humana, ¿estamos en lo correcto?
Volteó a mirarnos de reojo esperando una respuesta, e incluso miró a Pym quién con una mueca siguió mirándola con extrañez en tanto acariciaba su vientre.
—Tan solo lo veo y ya me excito— continuó clavándose de nuevo en la torre—. Es tan guapo y atractivo como el resto de los experimentos adultos de las áreas peligrosas, nadie pude creerse que sea humano.
Estuve a poco de dar una mirada de nuevo a la torre, pero la chica a mi lado me codeó enseguida, inclinándose contra mi odio.
—Rouss piensa que es un experimento porque atrae muchísimo. Dice que ni siquiera basta con tenerlo de cerca para sentirse hechizada, que es como un imán a kilómetro—susurró, dejándome intranquila—. Aquí hay muchos hombres soldados y trabajadores que son atractivos, guapos y fornidos. Pero los experimentos que también lo son, son los que más roban nuestra atención, sobre todo los del área roja, naranja y negra, porque son los que tienen feromonas intensas, aunque los últimos son los...
—¿Feromonas? —interrumpí, desconcertada, ¿de qué demonios me estaba hablando?
—Son una clase de sustancia que segregan con la atracción, es capaz de alterar las hormonas del sexo opuesto—explicó y me sentí como si estuviera teniendo una clase universitaria aprendiendo algo que desconcertaba—. Todos las tenemos durante la excitación o algo así me dijeron, en fin. Los experimentos la segregan a todo momento de tal modo que ponen en celo a cualquiera que se sienta atraído y peor aún, que les guste mucho. Ya ves a Rouss, no deja de parecer una perra en celo.
—Es que me lo quiero coger tanto como a los otros dos experimentos Negros, Siete y 32 Negro—bufó, y solo escuchar la clasificación me apretó los labios.
Me removí con incomodidad, repentinamente teniendo ganas de decir algo en contra.
—Aunque ellos dos no está aquí ahora— escogió de hombros —. Los de clasificación negra son los que tienen feromonas más intensas y más manipuladoras. Los naranjas se les parecen un poco, pero los ExNe te ponen como sumisa lujuriosa cada que tienen acercamiento, y tienen un no sé qué que te vuelve adicta al placer que te provocan, sobre todo cuando te tocan en la oscuridad.
Más perturbada que escuchar su explicación no pude acabar, ¿sumisa lujuriosa?, ¿placer adictivo? ¿Caricias que se sienten intensas en la oscuridad? Me sentía como aguja en un pajar, ultra perdida en su conversación.
—Ella se acostó con el experimento que cuidó en el laboratorio, tuvieron una clase de relación antes de que fuera emparejado—masculló Penny, desconcertándome ¿Dejaban que los trabajadores se acostaran con experimentos?, ¿era permitido? —. Por eso sabe tanto de ellos y sus feromonas.
Me pregunté qué sucedió con ese experimento.
—Y por eso soy como un detector de experimentos, y él debe ser uno.
—Ay, ajá.
—Hablo en serió—exclamó sin dejar de mirar la torre, de pronto la conversación nos había dejado a Pym y a mí fuera —. La Coronel dice que Keith Alekseev trabajó con ella desde hace años, pero su grupo de soldaditos especiales llegó aquí hace tres semanas, y hace apenas una semana llegó él, justo apareció saliendo con el último grupo de sobrevivientes donde estuvo la hembra del área negra, ¿no es extraño?
Aparté los labios no sabiendo que creer y alcé la mirada de nuevo a la torre, de nuevo a esa imponen figura que permanecía en la misma posición, con sus manos apretadas a la barda. Sarah se giró de medio lado apartándose de la barda y lanzando una mirada al umbral que era atravesado por una silueta curvilínea a la que presté atención y reconocí. Era Ivanova, y llevaba el mismo uniforme negro que él, pero con una chamarra más gruesa.
Se acercó a la parte de la barra en la que él se recargaba y se acomodó a solo centímetros recargando sus codos sobre la dureza casi tocando el antebrazo de su prometido. Ella le dio una mirada a su perfil, y él levantó su rostro, oscureciendo aún más esas facciones que, debido a mi distancia, no pude detallar.
—Podría ser que estuvo en el campamento militar— Pym habló y ahora fui yo la que me sentí incapaz de encajar en la conversación —. Recuerden que hay uno cerca de la planta eléctrica.
¿Un campamento militar cerca de los restos? Imaginé que ahí tendrían a los experimentos, que ahí tendrían a Siete tomando turnos para hacer guardia y descansar.
—Es verdad, ahí también hay soldaditos como él —puntualizó Penny y seguí observándolos, viendo como Sarah se apartaba de ambos y desaparecía de mi vista, dejándolos solos, como pareja que eran—. Rouss, pero si viste sus dedos, ¿verdad?
La rubia se volteó con el entrecejo fruncido y los parpados contraídos hacía la chica junto a mi.
—¿Por qué miraría sus dedos? —le cuestionó y vi la sonrisa juguetona que se extendió en los labios de la chica a mi lado.
—Porque son tan largos y gruesos que debe masturbar malditamente bien.
El modo en que lo dijo debió incomodidad, pero hizo todo lo contrario, atragantándome con el recuerdo de aquellos dedos penetrando mi sexo con una velocidad tan exquisita y una delicia tan fascinante que el placer que me llenaba y destrozaba cada rincón de mí.
Quizás ese recuerdo sea del mismo experimento: de Siete masturbándome en un baño...
—Y por eso sigo diciendo que tiene que ser un experimento. Es según humano, pero es igual de atractivo que el resto de experimentos y atrae mucho como los naranjas y negros.
—Ya en serio Rouss, él tiene un anillo en el dedo anular—recalcó su amiga y atisbé el movimiento que Pym hizo con su mentón—, está claro que está comprometido, o tal vez casado.
—¿Comprometido?, ¿casado? — La chica a mi lado asintió—. ¿Casado con quién?
—¿Pues con quién más ha estado? — De nuevo me sentí empujar debido al mismo brazo extendiéndose para señalar la torre—. Con la Coronel que se le pega como el chicle más masticado de todos.
Alcé las cejas ante su forma de referirse a Ivanova, ¿qué más esperaba? Después de todo ella era su prometida, así eran todas las parejas.
Mordí mi labio sintiéndome repentinamente incomoda al recordar lo que sucedió en aquel cuarto, ella ni siquiera se haría una idea de que estuve escondida bajo la cama viendo como su caricia era rechazada fríamente por él en tanto recordaba como sus labios se recostaron contra los míos gruñéndome en italiano.
—Estás demente, nunca los he visto besarse o abrazarse, o decirse palabras dulces— Se cruzó de brazos —. Nunca los miré tomarse de la mano.
Una exhalación de fastidio fue soltada a mi lado y Penny se levantó acercándose a su amiga.
—Porque no están permitidos esos gestos de cariño entre soldados y militares— explicó, tomándola del brazo. Una de mis cejas se alzó cuando las vi apartarse de nosotras—. Están trabajando, los sancionan si se ponen de melosos delante de otros.
—Pues comprometido o no, conmigo sí que los va a demostrar—La seguridad de la rubia me inquietó tanto como ver el modo en que se olvidaban de nosotras—. Ya verás como terminó teniendo sexo con él y con los otros dos experimentos Negros.
Se me endureció el entrecejo solo escucharla, me apenaba su seguridad y que le diera igual si alguno de los tres tuviera o no pareja o... alguna clase de intimidad con alguien.
—Me gustan tus sueños Rouss. Son de esos que no se cumplen pero que al menos mojan.
Se apartaron, paso a paso cada vez más lejos de nosotras. Mi mirada se encontró con esos orbes azules que compartieron un gesto de extrañez y una media sonrisa que mostraba lo mismo.
—Ellas son así, de repente se olvidan de los demás, pero son agradables — se acercó, sentándose a mi lado con la mano todavía en su vientre.
Creí que las escucharía hablar de la base, los militares, lo sucedido y el cómo fue que aconteció lo de los contaminados. Sobre todo, creí que hablarían acerca de cuánto tiempo estarían aquí o si dejarían libres a los experimentos para que hicieran sus vidas. Cosas importantes como estas. Pero no, terminaron hablando de experimentos, feromonas y de Keith Alekseev y el misterio que se respiraba a su alrededor tratando de averiguar de dónde demonios había venido.
Aunque debía admitir que lo que dijo Rouss me intrigó, Keith resultaba tan enigmático con su desconcertante belleza bestial, atraía al igual que los experimentos. Pero, si fuera uno de ellos, ¿por qué se disfrazaría como un soldado?, ¿por qué Ivanova se tomaría el tiempo de mentir diciendo que trabajó con él por años?
No tendría sentido hacerlo, menos cuando todavía estaban comprometidos. Así que, quizás ese tal misterio de su atractivo fuera solo misterio sin sentido.
—Espero que no te hayan incomodado con sus hormonas alteradas.
Moví la cabeza en negación. No eran las únicas cuyas hormonas se alteraban por ese tal Keith Aleksev.
—No sabía lo de sus feromonas, ¿es verdad?
—Aunque se escuche como ficción, sí. Es algo natural en ellos —encogió de hombros —, es por el ADN reptil que utilizaron.
—¿Tiene ADN reptil? — la pregunta salió desbordada de mis labios con mucha sorpresa.
Ella río por mi reacción, asintiendo enseguida.
—¿Por qué crees que tienen todas esas habilidades?
A punto estuve de preguntarle sobre sus habilidades, pero tuve que recordarme de lo que Sarah me contó acerca de ellos ayer. Dijo que podían sentir vibraciones, tenían oídos agudos, un sentido del olfato desarrollado, tacto sensible, visión nocturna y termodinámica.
Tenían tantas habilidades y contando su sistema inmunológico a prueba de enfermedades, sangre que curaba y una belleza envidiable, literalmente eran perfectos.
—¿Todos pueden sentirse atraídos por ellos? — quise saber.
—No todos, la acción de las feromonas depende de los gustos de cada uno —aclaró con una exhalación y solo me sentí perder más —. Todavía no logro entender muy bien las feromonas y las acciones que provocan, pero sí algo sé es que crecen a medida que ambas personas se gustan más. Es como pasó con Alek y yo.
Alek, imaginé que era el nombre del experimento del área roja. El padre de su futuro bebé.
¿Como se sentiría él con el embarazo?, ¿qué tanto sabrían los experimentos sobre ser padre o sobre bebés? No, ¿qué tanto sabían acerca de todo?, ¿qué tanto les enseñaron en el subterráneo?
— ¿Cómo se sabe que uno se siente atraído? ¿Se puede sentir atracción por dos experimentos a la vez?,— sentí intriga—. O, si te gusta una persona, ¿puedes sentirse atraído por un experimento?
Me sentí patética, como niña de primaria haciendo sus preguntas sin detenimiento y sin saber si estaban bien formuladas cuando ella extendió una sonrisa como si le produjera gracia.
Quizás ya lo sabía antes perder la memoria...
—Uno sabe que se siente atraído cuando no deja de mirarlo o pensar en él —comenzó—. Y no estoy segura si se pueda sentir atracción por dos experimentos, pero supongo que, si te gusta o amas a uno de ellos, no sucederá. Es como sucede entre dos personas que se aman, de pronto el resto de las personas dejan de interesarte porque solo piensas en una.
Explicó mientras se miraba el vientre, y el modo en que esa sonrisa en sus labios se volvió tierna y sincera me hizo imitarla. Imaginé que con lo último que dijo se refería a ella y Alek.
Ella estaba enamorada, se le notaba. Y también estaba bastante feliz de lo que crecía en su vientre. Esa sensación me conmovió.
Qué bonito.
El resto de la tarde transcurrió, y Pym me habló de ella y de quién fue antes de aceptar el trabajo en el laboratorio y conocer al experimento Rojo Cero Nueve. Me contó de cómo fue qué despertó en el área roja y no lo recordaba a él. Su historia fue bastante interesante que no pude dejar pasar los detalles, imaginando el horror y las monstruosidades de las que hablaba.
Pasamos de estar en el jardín a la cafetería y de la cafetería a la pequeña biblioteca donde me dio un recorrido con los libros que podía pedir prestados, hasta que empezó a caer la noche y ella se despidió cuando el experimento de orbes reptiles nos interrumpió.
Los días transcurrieron en la base desde que desperté, y con una mente tan vacía se hicieron eternos y repetitivos. Desayunaba, salía al jardín y cenaba antes de regresar de nuevo a la habitación, algunos días la pasaba en compañía de Sarah, de Jenny o Pym, Rouss y Penny, pero la mayoría de las noches, terminaba sola.
Tal como estaba hoy, sentada en una de las mesas en tanto veía desde mi lugar, como Rojo 09 rodeaba la cintura de Pym y la apretaba a su costado en una clase de abrazo en tanto se adentraban al edificio de habilidades.
Pym me estuvo contando que reemplazó temporalmente a la examinadora de Nueve Rojo, fue así como conoció al experimento y desde ese momento empezó a enamorarse de él. Después del desastre y de recibir un golpe, mencionó que despertó en el área roja y él estaba atrapado en una de las incubadoras, cuando lo dijo no pude evitar imaginármelo, ella sin recuerdos con una herida en la nuca y él contaminado protegiéndola aun con el hambre, era increíble, era aterrador, era... era como sí el destino hubiera escrito sus vidas para estar juntos pese a las circunstancias.
Y me pregunté cuántas parejas como ellos dos había aquí.
Y me pregunté también si acaso sentí algo por Siete y él sintió lo mismo por mí. Con eso de que Ivanova mencionó que él me protegió de una lluvia de disparos y que tuvimos sexo y la pequeña dijo que jugamos a las parejitas empalagosas.
Como deseo recordarlo todo. Con una larga exhalación desanimada, di una mordida al muffin que pedí en cafetería y saboreé las chispas de chocolate dando una mirada a los cuatro niños que jugaban a mi alrededor. Uno de ellos era más grande que el resto, y supe que pertenecía al área roja pero los otros tres tenían el mismo color de orbes verdes y la pequeña de todos parecía ser la más cercana al niño del área roja.
Estaban jugando a las atrapadas, y a esa niña— que era unos años más pequeña que Jennifer—, no dejaba de observarla, verla correr tras los otros, tratando de alcanzarlos. Y no sabía si era por sus ojos de largas pestañas espesas, y el cabello castaño del mismo color que Jennifer, pero extrañamente me era familiar.
Mordí una vez más el muffin observando el juego de los niños, quizás era porque se parecía a la niña y por eso me resultaba tan conocida. No obstante, había creído que me encontraría con Jennifer, pero durante las horas que estuve en el jardín no la vi.
Anoche fue a mi cuarto a contarme sus historias y sobre los nuevos amigos que hizo en la base, se tardó mucho para volver a la habitación con Seis y no era la primera vez que desobedecía aun cuando le mencioné que debía irse temprano. Esperaba que no recibiera un regaño ni la castigaron por ello.
Unas inquietantes ganas de levantar la mirada y buscar a ese hombre, sobre todo en la segunda torre detrás de mí, surgieron y con tanta fuerza que apreté los labios queriendo contenerme. No era la primera vez a lo largo de los días que sentí tal deseo de encontrármelo otra vez, desde que supe que él y la coronel se quedarían un tiempo en la base, los nervios no dejaban de apresarme al saber que tal vez volvería a encontrármelo en algún otro lado.
Sin embargo, desde lo de la habitación no volví a verlo a excepción de su prometida, era a la única que veía salir o entrar en ese cuarto y quien no dejaba de preguntarme a diario si recordé algo más.
Más que en los pocos recuerdos que tuve— uno que otro sin claridad—, no dejaba de pensar en lo ocurrido en su cuarto. No dejaba de pensar en el modo en que él se me acercó, me acorraló, me tocó, me estrujó a su cuerpo y me besó. Y todavía no sabía lo que significaba esas palabras en italiano que porque tampoco me había vuelto a encontrar cara a cara con el teniente.
Llevaba tiempo pensando e intentando comprender lo que hizo. No había sentido en sus acciones, no había razón para besarme e insinuarse así conmigo, ¿por qué?, ¿por qué de todos, él tenía que comprarme ropa y darme su habitación?
¿Por qué me sentí tal y como Rouss mencionó días atrás? ¿Como si estuviera hechizada por él?
¿Acaso tuvimos roces cuando nos encontraron en el subterráneo? La curva de mis labios se torció en una burlona sonrisa.
Suena absurdo como el tamaño de esa erección estirando su cremallera.
Ese agrandado bulto que se apretó a mi entrepierna no podía ser real. Y tuve que abofetearme mentalmente por el deseo inconsciente que sentí al querer descubrirlo y saber si, así como se recalcaba el tallo bajo la tela, tendría el mismo tamaño al despojarlo de los vaqueros.
—Que sin vergüenza soy—susurré para mí misma recordando el cosquilleo en mis manos al tocar su desnudo torso y sentir esos músculos tensionarse con fascinación.
No pude creer que le acaricié de ese modo tan deliberado y menos que él se pusiera erecto invitándome a meter mis manos y descubrir su miembro duro, erecto y entallado....
Las mejillas se me calentaron con el recuerdo y me removí sobre el banco atragantándome con el muffin cuando mi boca recordó el calor y la extrema sensualidad de los suyos. ¿Por qué no puedo dejar de pensarlo?
Lo que más me tenía tan inquieta, ya no era solo el modo en que reaccioné con su acercamiento, sino su rostro varonil e intimidante, ¿cómo podían dos personas parecerse? Quizás estaba exagerando, tal vez solo estaba tan confundida por lo mucho que su toque y su acercamiento me afectaron que cuando recordé me imaginé parte de su rostro. No lo sé, pero esto de recordar a medias empezaba a molestarme e impacientarme.
Me removí sobre la banca, traicionándome a mí misma cuando al voltear, alcé la mirada a las torres creyendo que lo encontraría en una de ellas. Ambas estaban apenas alumbradas por pequeñas bombillas colgadas en el techo de la estructura, la primera torre estaba custodiada por un soldado y en la segunda estaba otro más haciendo guardia. Fácilmente me di cuenta de que ninguno era él.
Recorrí con la mirada lo largo de la muralla, las farolas de las paredes dibujando sombras aterradoras a lo largo de su estructura. De la nada la respiración se me agitó cuando todas parpadearon a lo largo de las paredes, oscureciendo todo por un instante.
Aquella escena me dejó perturbada cuando todo al rededor se transformó en un enorme salón sombrío, con el suelo inundado, un piso de incubadora en el centro, y yo mirando desde lo alto de una escalera metálica a un hombre recorriendo el primer piso, su tosca e intimidante silueta y su amplia mano apretando el mango de un arma... y ese cabello negro desordenado.
Sentí una clase de impotencia cuando el recuerdo se desvaneció, pero a pesar de que duró un solo segundo, estaba segura que el hombre que recorría el área era Siete, el mismo que rozó su nariz a la mía, el dueño de un par de escleróticas negras y orbes platinados, el mismo hombre que me masturbó en un baño.
Era él el que nos mantenía a salvo para que nada nos encontrara, era él el que me protegía.
Quería verlo. No, quería recordarlo, recordar su rostro, cada facción que lo construía, su voz... cada momento entre nosotros. ¿Cuándo lo haría?, ¿Cuánto más tendría que soportar esta amnesia?
Salí de mis pensamientos al atisbar una silueta curvilínea recorriendo la parte externa de la muralla, era Anya y llevaba unas hojas en manos, la seguí bajo las sombras de las farolas viendo cómo cada vez más su figura se oscurecía conforme se apartaba y se perdía en el estacionamiento. Seguramente iría a una de esas zonas dónde hacían sus juntas, Sarah me habló de dichas zonas días atrás, eran cuatro y mientras una se hallaba junto a la entrada de la muralla, tres de ellas estaban repartidas al otro lado del gimnasio, separadas por una alargada malla debido a que eran los lugares a los que no teníamos acceso.
Seguro ella iría a una de esas dos y no pude evitar preguntarme si ahí estaría él también...
—Escúchame bien, maldita humana.
Unas amplias pero delgadas manos estallaron contra la madera junto a mí, haciéndome respingar. Entorné de golpe la mirada encontrándome con esos orbes aterradores y el rostro sombrío y enfurecido de Seis.
—Vuelves a quedarte con la niña más horas de las que te permití, y te juro que no volverás a hablarle—casi lo gruñó alzando su dedo para señalarme al mismo tiempo en que alzó la mirada, revisando alguna parte detrás de mí.
—Lo siento— esbocé con sinceridad, aunque perpleja por su aparición y por las aterradoras sombras que se alargaban en su rostro —. Se que debía volver contigo anochecer...
— Y lo ignoraste como siempre— escupió—. No es nuevo viniendo de ti.
¿No es nuevo viniendo de mí? Hablaba del subterráneo, y quise recordar esos momentos en los que la hice enojarse tanto, como para que demostrara aun en el exterior su desagrado hacia mí.
—No quise preocuparte, te no volverá a pasar, te lo aseguro — alargué con seriedad.
Negó con la cabeza mirando una vez más detrás de mí y alrededor.
—Ella ahora es como mi hija— enfatizó, alzando una ceja—. Así que tienes que respetar mis reglas desde ya, ¿entendiste?
Su exclamada pregunta llamó la atención del niño más grande, entornado sus orbes carmín hacia nosotras y contraje el rostro, sin duda no hacía falta levantar la voz para hacerme entender.
—Lo tengo demasiado claro— aseveré saliendo de la banca.
Sus largos labios se estiraron en una mueca inconforme como si esperara algo más de mi o como si quisiera decirme más. Me reparó entera con un gesto de desagrado y tal acción me arqueó la ceja.
—Debes sentirte segura ahora que no tienes recuerdos, ¿no es así? — escupió y se enderezó un paso lejos de la mesa.
—¿Qué tipo de seguridad tendría al perder la memoria? — le pregunté con la mirada endurecida.
—En serio que eres un fastidio.
Más me desconcertó lo que hizo enseguida. Alzó la mirada y dejó caer sus parpados ocultando sus orbes rasgados, y verla mover el rostro con lentitud detrás de mí y alrededor del edificio de habitaciones con sus ojos cerrados me dejó inquieta, ¿qué está haciendo?, ¿está mirando algo?
No. Lo que no tenía sentido eran sus parpados cerrados y que, de pronto su rostro se mantuviera firmemente clavados en alguna parte detrás de mí, como si mirar algo o a alguien. Eso solo me lanzó una rápida mirada sobre mi hombro al estacionamiento al otro lado del edificio el cual era el lugar en el que su rostro se mantenía.
—No sé cómo él fue capaz de mirar algo en ti, si siempre supo lo que escondías — sus palabras llenas de rencor endurecieron mi entrecejo y volví la mirada a ella, encontrándola igual.
—¿Lo qué escondía? — repetí—. ¿A qué te refieres?
Sin mover un solo milímetro su rostro mirando el mismo lugar, estiró una sonrisa amarga.
—Seguro solo fue por sexo.
Una mueca cruzó mis labios, no pude creerle su comentario, no tenía sentido.
—Has de coger demasiado bien para tenerlo como perro con la cola entre las patas haciendo todo por ti, ¿no, humana?
—¿Haciendo qué?, ¿qué hace él por mí?
Estiró una mueca. Está mujer me estaba poniendo de los nervios.
—Es absurdo que sueltes eso sabiendo que no recuerdo nada, ¿con qué objetivo?—aventé levantándome de la banca, las comisuras me temblaron con ganas de estirarse en una extraña mueca—. ¿Que fue lo que hice? No es solo porque te desagraden los humanos, esta claro que no te caigo bien, desde el gimnasio lo mostraste.
Mi reacción pareció gustarle y entornó con una velocidad abrumadora el rostro en mi dirección abriendo sus parpados, así como sus labios con toda intención de soltar algo que empeoraría la situación...
Pero esas palabras que esperé no llegaron, enmudeciendo cuando dejó caer de nuevo esos parpados, dejando caer también su rostro clavándose en alguna parte de mis piernas.
Más confundida no pude quedar y me sentí frustrada con su comportamiento y su silencio, dando una mirada a mis piernas solo para saber que lo que ella estaba mirando, era mi estómago.
—¿Qué estás haciendo? — pregunté con asperidad y la comisura derecha le tembló.
—No lo puedo... creer. Tú si que eres una sinvergüenza.
Su quijada se endureció y extendió sus parpados, y sin levantar su rostro, elevó sus orbes clavándose en mí rostro, sentí la rabia oscureciéndole el grisáceo de sus iris y un temor me invadió ante su suspenso.
—Lo planeaste para estar más segura, ¿verdad? — arrastró y su voz engrosó, levantó su rostro y de pronto me miraba como la peor de las escorias—. Lo utilizaste. Solo lo utilizaste para llegar a esto.
Pestañeé hundiendo con fuerza las cejas. Si al principio no le encontré mucho sentido, ahora mucho menos.
—No te creí tan maldita desquiciada—espetó, cerrando sus parpados para mirar la misma zona y dejarme peor que antes—, una humana desesperada por librarse de lo que hizo. Pero veo que al final lo eres, y de las peores.
—¿De qué estás hablando? — la inquietud se notó en mi voz y salí de la banca apartándome apenas de la mesa—. Ya dilo sin pelos en la lengua porque no te estoy entiendo nada, Seis.
Mi voz sonó más fuerte apretando los puños. Las zancadas que dio para terminar delante de mí, me detuvieron la respiración, alcé el rostro sin saber cómo reaccionar a la rabia que le desencajaba la mandíbula. Así de cerca era mucho más alta, más imponente e intimidante.
—Más te vale que no sea de él — masculló con ira levantando el dedo para señalarme abajo, el lugar donde también miró de mí: mi vientre—. Espero que lo pierdas, por tu bien que así sea.
¿Qué?, ¿perder qué? El shock de sus palabras me golpeó dejándome muda y completamente perdida, y lejos de entender el motivo de su amenaza dejé caer la mirada al vientre.
—Vienes aquí a decirme todo a medias, ¿y crees que te voy a entender? — casi lo exclamé, alzando con esfuerzo la mirada a la suya que me construía como la escoria más repugnante de todas—. Dímelo de una vez, ¿perder qué?, ¿a qué te refieres?, ¿que te hice o que fue lo que hice?
—Mejor averígualo de una vez porque no te lo voy a explicar solo te lo voy a advertir— farfulló tensionando su cuello—. Y no se lo hagas saber a nadie, porque soy capaz de demostrar cuanto te odio.
Se apartó dándome la espalda para irse, y solo verla atravesar esa puerta dentro del edificio, me hizo exhalar entrecortadamente, pestañeando tantas veces como pude para volver a mirarme el vientre, justo la zona dónde ella había cerrado sus parpados, una acción que no tenía sentido y me confundía, pero al final, fue esa parte en la que se clavó y la que señaló con su dedo cuando dijo aquello.
Una idea de lo que significa todo, golpeó mi cabeza haciendo demasiado ruido.
¿Estoy embarazada?
Se estremecieron los huesos sintiendo hasta el último musculos temblequearme bajo la piel. Mis manos se deslizaron lentamente bajo la sudadera larga y sobre la tela de los jeans, la cual cubría esa inflamación que apreté bajo la palma sintiendo su dureza.
¿Esto no es estreñimiento?, ¿es un bebé?
Quedé aturdida y negué hasta con la cabeza sacudiendo algunos mechones rubios, había muchas cosas que no fueron claras y, en primer lugar, ¿cómo pudo saberlo? ¿Como estaba tan segura? Tenía los parpados cerrados...
Era imposible. Seguramente lo malinterpreté.
No. Tengo que asegurarme.
Con desespero las piernas temblequearon cuando las moví atravesando el resto del jardín, entré a recepción buscándola entre las personas, la detendría y la obligaría a responderme. Tropecé golpeando el hombro de un hombre moreno, y el azul de sus ojos y la inesperada sonrisa extendida por poco me dejaron aturdida ante la leve familiaridad que emitió.
—¿Todo en orden? — Más confundida no pude quedar con su voz—, te ves perdida.
—Lo siento—me disculpé y me aparté de él no sin antes darle otra mirada con extrañeza.
Rápidamente paseé la mirada a los dos enormes pasillos buscando a Seis, pero no la hallé. Entré al comedor buscando sobre los pocos presentes y no encontrarla me giró hacia el elevador. Las puertas estaban cerradas, ¿habría subido por él? Seguro regresó a su habitación y lo peor era que no sabía en qué habitación dormían ella y la niña.
¿Y si le preguntó a la mujer de recepción? Rápidamente me negué a ese pensamiento. Era la misma mujer que había creído que estaba acusando a Siete, por ende, no me daría información.
Sentí frustración y me acomodé frente a la escalera de asfalto, incliné parte de mi cuerpo lanzando una mirada creyendo que escucharía sus pasos haciendo hueco sobre los escalones, pero el silencio era tanto que era obvio que nadie estaba en la escalera.
Tengo que ir con Sarah.
A estas horas ella debía estar tomando su turno en la enfermería. Rápidamente me moví, encaminándome al pasillo a mi costado. Revisé cada una de las puertas, desde el cunero hasta las siguientes puertas enumeradas hasta detenerme delante de una que se hallaba abierta, mostrando una amplia habitación con un par de camillas que apenas podían verse por los cortineros y barras blancas colgadas a lo largo de la pared, con materiales y recipientes médicos. Además de un pequeño armario al otro lado del cuarto en el que se hallaba una mujer mayor de espalda que reconocí, había un escritorio con un computador donde una joven de cabellera negra y rizada se hallaba transcribiendo en una libreta lo que leía en el computador.
La enfermería estaba mejor equipada y acomodada que el cuarto en el almacén en el que desperté, pero sin las máquinas.
Ahora que lo recordaba, todavía no sabía por qué no desperté aquí.
Moví el brazo levantando la mano para dejar que mis nudillos rozarán la madera y toqué un par de veces, logrando que el sonido rebotara y que ambas mujeres girarán en torno a mí.
La chica del escritorio movió la silla y estuvo a punto de levantarse y abrir sus labios hasta que Sarah exclamó:
—¡Señorita!
Una débil sonrisa cruzó mis labios cuando la vi apartarse del armario y acercarse a mí.
—¿Sucede algo? — me preguntó deteniéndose a solo un par de pasos y mirando detrás de mí—. ¿Perdió la tarjeta de su cuarto?
—No— respondí enseguida, desenfundé la tarjeta del bolsillo para enseñársela—. Vine porque tengo una duda y quizás usted pueda...
—¿Responderla?
Asentí repetitivamente.
—¿Cuál es su duda, señorita?
¿Tienen pruebas de embarazo? ¿Me da una? Mis labios quisieron soltar enseguida esas preguntas, pero recordar las palabras de Seis me hicieron morder el labio inferior.
Sarah ladeó un poco su rostro, hundiendo sus cejas, de pronto curiosa.
—¿Es sobre el señorito Alekseev? — alargó con diversión—. ¿Lo está buscando? Debe estar en otra junta en la zona A, ese señorito está lleno de trabajo al igual que la coronel.
Negué, ¿por qué querría buscarlo a él? Por otro lado, tuve la intención de preguntarle sobre el cuarto de Maggie, prefería enfrentar a esa mujer y obligarla a decirme todo de frente sin inmutarse, pero la ansiedad y la duda era tanta que ahora que estaba delante de Sarah, no pude contenerme.
—Sobre los experimentos— aclaré con lentitud —. ¿Sabe por qué cierran los parpados y se quedan así mucho tiempo cómo si estuvieran mira...? — detuve mi pregunta porque de algún modo me sentí tonta, ni siquiera yo me entendí.
Pero ella asintió para mi asombro, dando un paso más para lanzar una mirada al pasillo que se extendía a mi costado.
—Como si estuvieran miraran, sí. Le dije que miraban temperaturas, ¿cierto? — me recordó y asentí queriendo entender —. Pues el modo en que lo logran hacer es un poco perturbador porque cierran sus párpados. La tela delgada y rojiza de sus parpados es la que les permite ver temperaturas.
Recordé el modo en que Seis cerró sus parpados y levantó el rostro mirando detrás de mí, y lo entendí, pero, lo que no entendí fue: ¿qué tenía que ver la temperatura en un embarazó?
La respuesta llegó instantánea a mí, dejándome petrificada. ¿Acaso ella miró una temperatura dentro de mí...vientre? Las manos se me deslizaron en el abdomen, a punto de dejarse caer sobre mi vientre, pero me detuve en el movimiento cuando Sarah atisbó la media acción.
¿Cómo podría ser capaces de mirar su temperatura? Si estaba embarazada— lo cual no afirmaba—, ni siquiera debía tener el mes, lo que tuviera en el vientre no podría ser visto por ellos, o, ¿sí?
Tanta confusión empezó a zumbar mis sienes y mis dientes crujieron sintiéndome frustrada porque esto era una locura.
—¿Qué ocurre señorita? — la pregunta de Sarah me atrajo fuera de mis pensamientos encontrándola observando mi gesto con preocupación.
Tal vez estaba malinterpretándolo y al final Seis se refería a otra cosa y yo aquí haciendo preguntas tontas.
No puedo ser tan terca y mula para no entender que a eso era a lo que se refería.
—Si alguien está embarazada...— volví a detener las palabras solo para relamer los labios, Sarah asintió pidiéndome continúa. No estaba muy segura si debía hacerlo —, ¿ellos podrían ver la temperatura del bebé?, ¿se-serían capaz de ver su temperatura dentro de la madre?
—Sí — la respuesta instantánea no salió de sus labios, sino de los de la mujer en el escritorio, quien se acomodó los anteojos —. No lo han estudiado todavía, pero sabemos que son capaces de ver la temperatura del bebé dentro de la temperatura de la madre. Un ejemplo es el señorito Alek, el novio de la señorita Pym, él puede ver a su bebito.
Cielos. Mejor respuesta no podía tener.
Entonces Seis miró... Ni siquiera pude terminar el pensamiento, creyéndolo imposible.
—Los de las áreas naranjas y negras, son los que mejor captan temperatura—continuó ella—, también sentir las vibraciones sus movimientos y escuchar sus latidos.
Las vellosidades de mi cuerpo se erizaron y combatí contra unas terribles ganas de llevar mis manos de nuevo sobre la inflamación debajo de la sudadera.
Cientos de emociones me invadieron y por algún motivo quise salir corriendo y ocultarme para procesarlo todo.
—¿Por qué lo pregunta, señorita?
Mis pensamientos se acallaron y devolví la mirada a Sarah, sus ojos azules seguían escudriñándome con interés y sentí impaciencia.
Porque creo que estoy embarazada. Creo que estoy esperando un bebé cuyo padre no recuerdo, ¿puede haber algo más horrible que eso?
Relamí los labios queriendo pedirle pruebas de embarazo, solo así sabría si lo estaba. Pero...
—S-solo tuve algo de duda, es todo —odié titubear y más odié la sonrisa temblorosa que fingí —. De casualidad, ¿sabe en qué habitación duermen Jennifer y Maggie?
Sus labios repentinamente se apretaron y miró a su compañera con inquietud.
—Quisiera decirle, señorita, pero tampoco lo sé —respondió—, ¿por qué no le pregunta a Jenny?
—Eso haré cuando la vea, gracias por responderme Sarah.
—Descuide señorita — Me palmeó el hombro—. Ahora vuelva al cuarto o vaya a cenar, pero ya no salga a estas horas al jardín, hace un frio tan terrible que podría coger un resfriado.
Volví a asentir, y mis labios se sellaron cuando la misma pregunta que antes quiso salir, me palmó otra vez: ¿tienen pruebas de embarazo?
—¿Ocupa algo más, mi señorita?
—Sí —mi voz por poco tembló y me enderecé ante la plena atención de Sarah—. Si alguien cree que esta embarazada...
—¿Quién está embarazada?— Extendió sus parpados en una clase de sorpresa—. ¿Hay alguien más en cinta que la señorita Pym?
—N-no, no hay nadie— tartamudeé, estaba nerviosa—, es solo que, quería saber si aquí tenían... tenían...
—¿Tenemos qué?
Respiré hondo queriendo terminar la frase y no pude. ¿Por qué me sentía tan asustada?
—Nada —mentí y una sonrisa nerviosa se creó en mi labios —. Lo siento, es una tontería.
Me despedí y salí al pasillo sintiéndome una tonta por ponerme tan nerviosa. Me detuve frente al elevador y estuve a punto de palpar el panel, pero preferí no volver a la habitación todavía, dirigiéndome de nuevo al comedor creyendo que tal vez, ahora sí, encontraría a Seis.
Apreté los labios cuando ninguna de las pocas siluetas era ella y giré sintiéndome atragantada con tantas emociones.
Quería preguntarle a cualquier experimento si miraba algo en mi vientre, todo con tal de aclarar mis dudas, esas que estaban llenas de incredulidad. Pero no lo hice, más que una tontería no me moví del umbral de la cafetería.
Sus palabras, su amenaza, su odio, los recuerdos, el sótano, la abofeteada del hombre, y ellos dos. Todo eso era demasiado para procesar, nada era claro y mi cabeza era un revoltijo de pensamientos para saber que al final, no solo no recordaba nada, sino que también estaba embarazada.
Necesito aire fresco. Salí al exterior, la brisa nocturna me contrajo los músculos y en vez de sentarme en la misma mesilla— la cual ya estaba ocupada por un hombre joven que parecía observar a los niños que jugaban— preferí rodear el edificio de habitaciones y dar un paseo.
El amplio estacionamiento comenzó a quedar delante de mí, y di una mirada a todos esos autos deportivos alumbrados apenas por anchas y largas farolas antes de observar en la lejanía del gimnasio, una alargada malla que separaba el resto de base de nosotros. Con un par de guardias custodiando lo que parecía ser una entrada.
Después de lo que Sarah mencionó y de ver a Anya venir hasta aquí. probablemente estaban del otro lado, tuve curiosidad de saber cómo serian esas zonas. No obstante, no era el único lugar con una alambrada de púas, una parte del estacionamiento también estaba rodeada por la misma, aunque la malla era más corta que las otras, dejaba vislumbrar la parte alta de camiones militares.
Torcí el rostro y elevé aún más la mirada a la enorme estructura de la torre que crecía cada vez más a mi lado, recordé que Sarah dijo que podía subir a ella, ningún soldado venia aquí a hacer guardia y la vista de la base desde arriba se veía hermosa.
Eso dijo y eso quería averiguar, un lugar tranquilo y con buena vista quizás me ayudaría un poco a relajar esta ansiedad, esta cabeza hecha un revoltijo.
Revisé el umbral rocoso y sin puerta que se hallaba en una de las paredes, mostrando apenas el tenebroso interior y me acerqué, no sin antes dar una mirada detrás de mi hombro para saber cuántos metros más me apartaba de las habitaciones y la zona en la que estaba él. No era mucha la distancia.
Reparé en el resto del estacionamiento, estaba solo y tan silencioso que brindaba una sensación inquietante que me hizo revisar una vez más el camino que dejaba atrás.
Era esa misma sensación que te ponía la piel de gallina al sentir que alguien te observaba desde algún punto.
Atravesé la entrada, el lugar era estrecho con paredes de concreto, había una sola farola en forma de antorcha que colgaba en una de las paredes, apenas alumbrando la larga escalera de piedra que llevaba arriba con un barandal como soporte.
Di una mirada más profunda solo para percatarme de esas telarañas que colgaban bajo la farola y en las esquinas del techo, este lugar, a pesar de estar en el centro del estacionamiento principal, parecía desolado.
—Hace mucho frío aquí —mi voz hizo eco y temblequeé, dejando que mis brazos me abrazaran.
Me moví frente a la escalera y subí los peldaños, uno a uno, hasta el leve tacón de las botas hacía eco. Se notaba que este lugar no era muy utilizado, el barandal estaba bañado en polvo y bajo los barrotes también había telarañas.
El entorno y con la poca iluminación, daba un poco de temor. ¿Los experimentos ya habrán venido aquí?
Llegué frente a una entrada rocosa que me dejó ver el enorme balcón exterior. Recibí la brisa levantándome mechones de cabello cuando salí, recorriendo el resto del suelo que dibujaba un camino alrededor de la estructura.
Parecía una de esas torres de castillos donde se tenía a la princesa en cautiverio, antes de ser rescatada por su príncipe. Por un momento me sentí como en las historias que contó Jenny, sobre la villana subiendo a la cima de la torre para encontrarse con el caballero.
Me encaminé a los barandales de concreto y me detuve, quedé asombrada con el panorama que se mostraba frente a mí. Aunque esta torre no aparentaba ser tan alta como las otras, y estaba bastante apartada de las murallas como para poder mirar del otro lado, al menos los escenarios cambiaban, y uno de ellos era la vista al estacionamiento y las otras zonas divididas con mallas, pero lo más hermoso seguía siendo el cielo nocturno, donde todas esas estrellas se pintaban, acompañadas por varias nubes.
—Es hermoso.
Respiré profundamente y exhalé largo, sin sentir la más mínima calma. Mi mente seguía siendo un nido de preguntas y solo pude morder mi labio recordando lo que Seis dijo.
Más te vale que eso no sea de él. Contra mi voluntad, las manos volvieron a adentrarse bajo la sudadera, deslizándose dentro de mis jeans y sobre mi vientre. Los dedos no tardaron en palmear el bulto cálido, acariciando de horilla a horilla la inflamación, revisándola, estudiándola. No era muy grande como para incomodar con los botones de los jeans, y no se notaría con las prendas apretadas, pero...
¿Esto es un bebé?
Tuve sexo con Siete, Seis lo recalcó y el recuerdo de él masturbándome lo confirmaba. Así que existía la probabilidad de que esperara un bebé suyo... y el único modo en que se despejarían mis dudas sería haciéndome una prueba
de embarazo, de otra forma seguiría dudando de esto al menos que me creciera más o, el periodo me llegara pero ni siquiera recordaba si me había llegado en el subterráneo.
¿Y qué pasará sí estoy esperando un hijo de Siete?
Seis dijo que más me valiera que no fuera de él y que por mi bien, sería mejor que lo perdiera. No. Que ella esperaba que lo perdiera, que por mi bien que así fuera. Esas fueron sus palabras, una clara amenaza, una advertencia que si no se cumplía sucedería algo más.
Esa rabia tan palpable
no debía pasarla por alto. Ni mucho menos que mencionara que planeé este embarazo para estar segura, ¿de qué?, ¿para qué?
No entendía por qué estaría tan desesperada como para embarazarme, ni tampoco si sería capaz de hacer algo como eso. No, lo que tampoco entendía era el por qué en un lugar como ese me di tiempo para tener sexo con Siete.
Me alcé la sudadera, desabrochándome los jeans solo para poder vislumbrar la inflamación, aunque con tan poca luz, se sombreaba. Volví a tocarla, sintiéndome contraer por la frialdad de mis dedos, repasé otra vez el bulto, sin saber qué sentir, sin poder creer en algo.
Tantas preguntas, tantas dudas y nada, no había nada que se vislumbrara en mi mente que al menos me diera una respuesta para poder entender algo. Y para colmo, lo que soñé o lo que recordé del sótano tampoco era claro.
Tratar de recordar estaba siendo estresante, y recibir advertencias y el odio de esa mujer, solo me frustrada más.
—¿Qué estás haciendo aquí, mujer?
Respingué, sintiendo hasta el corazón saltarme tras el pecho a punto de atravesarme ante la ronquera y gravedad de esa voz varonil rentándose detrás de mí. ¡Oh, demonios es él! Saqué mis manos apresuradamente del vientre y volteé con brusquedad.
No estaba tan alumbrado y aun así fue capaz de vislumbrar la fuerza sombría de su masculinidad ocupando todo el espacio bajo el umbral rocoso, recibiendo una clase de calor impactando a cada partícula de mi cuerpo.
¡Y bendita sea mi vista! Con ese uniforme se veía tan exquisito que lo construí indudablemente, prestando atención a lo mucho que esa camiseta de cuello redondeado se le pegaba a su torso marcando con hilo de tela esos músculos. Y esos brazos cuyas mangas remangadas solo intensificaba la imagen de sus músculos y lo mucho que esas venas se le saltaban bajo la piel.
De nuevo deseé tocarlas, trazarlas, acariciar su textura, y solo encontrarme con esos orbes de un plata feroz e inhumano oscurecidos bajo la sombra de todos esos mechones cubriendo su frente, me dejó sin aliento.
Otra vez estoy reaccionando extraña.
—¿C-cómo supiste que estaba aquí? —tartamudeé y por poco no encontraba mi voz.
Y no pude retenerle la mirada por más del minuto, dejándola sobre esos largos labios que se separaron con tanta lentitud para pasar su lengua sobre su carnosa piel. Se me sacó la boca con el deseo de tenerla dentro.
—Te vi subir— arrastró apenas moviendo sus labios tensos —, y te seguí.
Recalcó tanto esa última palabra que quedé hechizada por el crepitar de su voz.
— ¿Qué haces aquí, Nastya? —repitió entre dientes alzando su rostro y oscureciendo sus orbes.
Su severidad me hizo pensar que este lugar estaba prohibido.
—No sabía que subir a la torre estaba prohibida, solo quería ver el anochecer —respondí y torcí parte del cuello mirando al cielo y como la luna se asomaba entre las nubes—. Es muy hermosa, ¿no lo crees?
Tras mi pregunta le devolví la mirada y no esperé encontrar la intensidad de ese plata clavado en mi rostro en tanto estiraba parte de la comisura derecha de sus labios, remarcando una arruga que lo hizo lucir...
—No hay duda de que lo es.
El aliento se me escapó y no esperé sentir el hormigueo en mi estomago así como el calor esparciendo en mis mejillas cuando espetó aquello sin apartarme la mirada.
Y el tamborileo detrás de mi pecho aumentó al verlo apartarse del umbral, y solo escuchar el sonido de sus botas militares golpeando el suelo hizo que ese calor invadiera zonas que no debía, hormigueándome no solo el centro del abdomen sino la parte baja del vientre.
Se estaba acercando a mí otra vez, y de nuevo no me moví, atrapada en como su cuerpo crecía cada vez más, y atenta en como esa mirada me acechaba como la de un depredador.
—¿No se te dijo que pasear de noche es peligroso?
Las tonalidades roncas y graves extendiéndose sobre la brisa, trataron de hacer corto circuito en mis neuronas. Me enderecé tratando de no hacer notar el nerviosismo que su sola presencia me provocaba, ese que intensificó cuando su enorme masculinidad se detuvo amenazadoramente a un paso de mí. Un paso de que nuestros pechos se rozaran, se palparan y tentaran con profundidad tal y como sucedió en ese cuarto.
Y por Dios. Era tan alto que me sentí diminuta, temblorosa e insignificante, del tamaño de un cordero bebé a punto de ser devorado por la bestia más enorme, aterradora y peligrosa de todas.
Él.
Tuve que obligarme a reaccionar cuando una parte de mí estuvo a punto de contemplarlo, negando con la cabeza y sacudiendo algunos mechones.
—¿P-por qué sería peligroso para... mi? —alargué la pregunta cuando inesperadamente dejó caer sus feroces orbes en mi entrepierna.
Apenas sentí un atisbo de confusión, antes de quedar estremecida en el modo en que su mandíbula se desencajó y ese plata de sus ojos oscurecía transformándolo a la mirada de una bestia hambrienta y lujuriosa.
Demonios. El aliento se me escapó de los labios, y es que el hombre se veía tan sexy que tuve que darme un golpe mental bajando el rostro para averiguar qué me miraba ahí.
Las mejillas se me incendiaron sintiendo también los parpados extenderse al encontrar no solo parte de la sudadera doblada, sino los bordes de los jeans separados de tal forma que dejaban la vista de las bragas con encaje trasparente. Qué vergüenza. Se me había olvidado que me abrí los jeans y mis manos volaron de inmediato, abrochándome los botones y subiendo la cremallera. Aquella acción hizo que la curva izquierda de sus labios se estirara, retorciendo su atractivo escalofriante.
—Porque a estas horas salen las bestias buscando carne fresca—arrastró y con tanta bestialidad que tuve que sellar los labios cuando un sonido quiso resbalar de ellos—, y su hambre es tanta que te comerían toda la noche.
Jesús. El estremecimiento que me atravesó cuando sus orbes oscurecidos se elevaron con voracidad encajándose en mí, removió hasta el musculo más pequeño haciéndome sentir con las piernas de gelatina. Una parte de mi lo malinterpretó y no supe que decir como tampoco pude apartar la mirada de la intensidad de la suya, reparando en mi rostro con tanta severidad que, incluso, me dejaba sin aliento.
—Lamento decir que no soy tan fresca— encogí de hombro soltando una corta risilla contra mi voluntad antes de sentirme golpeteada por mis propias palabras y caer en cuenta de lo que dije llevando mi mano a los labios.
¿Por qué demonios solté eso?, ¿qué quise decir? ¿Que ya tuve sexo y que estoy probablemente embarazada?
Esos orbes se oscurecieron, para mi asombro, todavía más, dejándome estremecida. Más me estremeció y volvió mis piernas de gelatina cuando la curva en su carnosa boca se desvaneció y eliminó el último paso entre los dos, tuve que pegar mi espalda mucho a la barda para no sentir el roce de su torso y perderme en el toque. Algo que sucedió al sentir su intenso calor emitiéndose de su tosco y enorme cuerpo, colándose entre mi ropa y atravesándome la piel para evaporizar el frio que alguna vez sentí.
Y ahogué un gemido, contrayéndome y haciéndome pequeñita cuando se inclinó inesperadamente sobre mí, su calor me endureció y su rostro sombrío a centímetros del mío me dejó sin respiración, y con el corazón detenido en la boca ante esos orbes oscurecidos reparando en los míos con intensidad. Extendió sus brazos a cada lado de mi cuerpo para dejar que sus largos dedos se deslizaran en la asperidad de la barda y el tan solo roce de sus pulgares cálidos sobre los míos helados, hizo los huesos de mis rodillas temblequearan amenazando con doblarse y hacerme caer al suelo.
Cielos.
—Qué interesante...—Me sentí flotar en la brisa con la calidad de su aliento acariciándome los labios, hormigueándome la lengua que no tardé en sacar para lamerme la boca, una acción que sus orbes feroces no tardaron en observar—. ¿Quién habrá sido la bestia que te probó en el subterráneo?
Me deshice en un largo suspiro cuando esos largos dedos treparon sobre mis dedos, estremeciéndolos con su calor, ese que se extendió con una suave caricia sobre mi muñeca. Y no pude decir nada, quedando inmensamente atrapada en ese rostro que se ladeó apenas, tensionando más su mandíbula sin dejar de mirarme la boca.
—¿Será el experimento que deseas ver? — arrastró entre dientes, su voz engrosada, casi gruñida, me hizo temblar—. Ese al que dices no recordar.
Temblequeé cuando de pronto el tacto de sus dedos sobre mi muñeca desapareció, sintiendo esa calidez tan estremecedora deslizándose a lo largo de mi quijada, apretándola para dejar que ese pulgar alargará una caricia sobre mi labio inferior. El contacto me abrió la boca y pestañeé al ver repentina irritación en su rostro tenebroso.
—¿Crees que si lo ves a los ojos podrás recordarlo? — la bestialidad con la que soltó la pregunta mostrando el apretón de sus dientes me dejó inquieta y más inquieta me sentí al asentir sintiendo como la yema de su pulgar tiraba levemente de mí labio—. ¿Estas tan segura?
—Sí—Volví a asentir—, y siento que si lo tengo de frente al menos recordaré más.
Mi mirada cayó a su mandíbula apretujándose más, poco faltaba para que se le zafara de la fuerza que retenía.
—Podrías equivocarte—farfulló —. No reconoces al infante, menos a la hembra con la que estuviste, ¿qué te hace creer que recordaras al experimento que te hizo suya al tenerlo de frente?
Batallé para entender que con hembra se refería a Seis y más que desconcertada por oírla llamarlas así, me sentí confundida por lo que dijo, ¿cómo sabia él eso?, ¿Seis le contó?, ¿la niña le dijo lo mismo que a mí? Lo más probable, después ella lo buscaba mucho.
Por otro lado, no me agradaron sus palabras, esas que hundieron mis cejas y arrugaron apenas mi nariz.
—¿Que me hace creer que lo recordaré a él? — aventé enseguida y él arqueó una ceja con seriedad—. Porque es al que más busco y por absurdo que suene siento que si lo veo al menos podré recordarlo a él y...
Las palabras se atascaron en mi garganta cuando, en el instante en que esa mandíbula desencajó, su brazo se levantó frente a mí y esos largos dedos rodearon mi muñeca y a una velocidad tan indescriptible para tirar de mí con brutalidad.
Todo se distorsionó a mi alrededor y me sentí arrebatada con la rapidez en la que fui apartada de mi lugar, sintiendo un pinchazo de ardor atravesarme el costado de mi brazo, escupiéndome un quejido que quedó amortiguado cuando mis labios se estrellaron contra esos pectorales y mi pecho se apretó a su torso tosco y musculoso.
—Contigo los problemas no terminan.
Su gruñido escupido con irritación entre dientes y sobre mi coronilla me hizo respingar contra su cuerpo y ni siquiera pude procesar ni el dolor, sintiendo su brazo rodeando mi cintura para apretarme a su torso antes de sentir su cuerpo torcerse y a él desenfundar una de sus armas para extender su brazo y disparar en alguna dirección.
El sonido me ensordeció y alcé la mirada atascando entre mis labios un quejido que no pudo salir cuando el rostro se me rasgó de horro al ver, como en cámara lenta, una bala le atravesaba la mejilla.
(...)
Hola bellezas, ay ya extrañaba actualizarles y este capítulo sí que me salió muy largo. Últimamente me ha costado un poco poder actualizarles cada semana, pero espero ya pronto darles el mini maratón que les debó.
Espero que les haya gustado.
LOS AMOOO MUCHOOOO!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top