Esa mujer es hermosa
ESA MUJER ES HERMOSA
*.*.*
Nastya.
Los retorcijones en el estómago fueron lo que me despertaron, extendiéndome los parpados con un atisbo de decepción.
No supe por cuantos minutos me quedé viendo esa pared sombría, dándome cuenta de que las farolas ya estaban encendida en la habitación, solo sabía que no quería levantarme y quería volver a desvanecerme en el cansancio.
Me removí sobre el colchón, girándome debajo de la sabana que cubría toda mi desnudez. Reparé en los únicos muebles que adornaban la habitación antes de empujar mi espalda y sentarme, sintiendo la brisa helada esparcirse a lo largo de mi piel para estremecerme. Acomodé mi peso sobre las rodillas y la simple acción me arrugó apenas el rostro en un gesto de dolor ante el ardor contrayéndose en el interior del vientre, no debía inquietarme que me doliera después de semejante erección con la que me embistió.
En el piso de incubación creí que no vería un miembro erecto con tamaño tan malditamente perfecto, pero en la cama, su tamaño, la dureza, la anchura y esas venas tan marcadas y ocultas debajo del material, ¡demonios!, era otro. Quizás era porque estaba todo tan oscuro, o porque había deseado tener ese momento, pero sí de algo estaba segura, era que este hombre estaba tan jodidamente dotado que el sexo esta vez se sintió como si estuviera en una montaña rusa de orgasmos y sensaciones exquisitas avasallando mi existencia.
Solté una larga y desganada exhalación, dejándome reparar en el espacio que resbala del colchón junto a mí. Dejé que una de mis manos se deslizara a lo largo de la textura del colchón, recordando su peso hundiendo el mismo lado y su espalda acomodarse contra la pared conmigo en sus brazos.
Estremecí con el recuerdo de su abrazo estrechándome contra su torso, y de su intenso calor recorriendo hasta el último centímetro de piel, emitiendo protección. Cuando uno guardaba sentimientos por alguien, hacía que las cosas más pequeñas e insignificantes como un abrazo fueran anhelados y se volvieran valiosas, pero sabía que con él no podrí tenerlas.
¿Qué demonios estaba esperando? No debí querer ninguna diferencia, menos imaginar que despertaría en sus brazos, recibiría sus besos y que la maldita brecha dejaría de ser tan angosta.
Sabía que se iría y me dejaría sola en la cama. Era consientes de quién fui yo, consiente de en qué lugar estábamos y lo mucho que nuestras vidas peligraban, consciente de que esto era solo atracción sexual y para él estaba muy en claro. Momentos fugaces que me devolverían a la realidad de la que tanto trataba de huir.
La atracción era lo único que lo ataba a mí, ¿qué tanto me costaba entenderlo? Me sentí una ilusa que despertó ante el frio de la ausencia del experimento por el que sintió algo.
Soy una tonta.
Y él un idiota.
Para colmo, dije que no me apartaría de él.
De esta toxicidad.
No sé en qué me estoy metiendo, y sé que hago mal pero tampoco quiero seguir deteniéndolo. Me gusta cómo me hacen sentir sus manos, sus besos y los orgasmos que me produce me llevan al cielo y al infierno en un sube y baja que no quiero soltar.
Con una mueca marcándose en los labios, gateé hasta el borde de la cama, ahogando entre mis labios un quejido ante la sensación incomoda palpitándome el sexo y la piel de los pliegues. Si así me dolía también esa zona, no quería ni imaginar lo enrojecida que debía estar esa parte frágil de mí, o si otras partes de mi cuerpo también estaban enrojecidas.
Ojalá no, no quería tener marcas que me recordaran a la conversación que quise tener con él, mucho menos los besos dulces que le di y en los cuales demostré algo que no debí.
Bajé del colchón, incorporándome con lentitud cuando ahora el ardor palpitó a los costados de mi cadera, y di una mirada al agua cubriéndome los tobillos, recordando que antes me llegaba menos de la mitad de las pantorrillas.
Apenas le tomé importancia y con las manos aferradas a la sabana, estiré los brazos, extendiendo cuidadosamente la sábana blanca a los costados de mi cuerpo, desnudándome. El corazón se me sacudió con rotunda fuerza cuando di una mirada a esos chupetones no solo en los pezones sino en varios rastros de la piel de mis pechos.
Demonios.
Sentí que los ojos se me caerían del rostro al darme cuenta de que no eran las únicas partes de mí que llevaban la huella de él. El monte venus estaba sonrosado con un apenas un rastro de piel impecable, y ni hablar del enrojecimiento de ese par de pliegues que todavía sentía calientes.
Y las caderas, ¡Jesús!, llevaban la marca de sus dedos.
—Despertaste.
Pegué un salto ante la vocecilla aniñada y llena de emoción levantándose del otro lado del cuarto, cubrí mi desnudes y giré el rostro encontrándome con el pequeño cuerpo de la niña saliendo del umbral del baño con un par de monitos cabezones en una mano— que antes estaban adornando el librero de la habitación—, y en la otra un paquete de galletas.
Los retorcijones en el estómago me apretaron los labios.
—El Ogro me dijo que te cuidara otra vez.
—¿Ogro? —inquirí.
Ella asintió deteniéndose frente al librero con una sonrisa, acomodando uno a uno los monitos sobre una de las repisas junto a las novelas donde uno de libro llevaba el título Sexo hasta la muerte. Quise ocultarlo en otro lugar que no estuviera a su alcance.
—Ahora le digo así al hombre malo que da miedo.
Tuve curiosidad de saber por qué le llamaba Ogro, pero también quise saber por qué le ordenaba a la niña cuidarme mientras dormía. No era la primera vez y tampoco era necesario.
—¿Llevo mucho dormida? — pregunté mirando de reojo a la puerta marrón.
—No mucho — su respuesta me tranquilizó—. Como cinco horas, o, ¿cuatro?, no lo sé, no las conté muy bien, todavía no soy tan buena concentrándome en el tiempo mientras hago otras cosas. Pero el señor Richard tocó la puerta y dijo que ya podíamos comer nuestra porción, así que tomé también unas galletas para ti.
—¿Haz estado aquí tantas horas? — Ella asintió apretando sus labios ordenando el ultimo monito cabezón—. ¿Por qué no me despertaste?
Se apartó del librero, moviendo sus delgadas piernas caminando en mi dirección, vi el fruncir en sus labios que me dejó confundida.
—Es que el Ogro me dijo que no te despertara hasta que tú lo hicieras— Se detuvo frente a mi y me estiró el paquete de galletas—. Estas son tuyas, ¿si quieres galletas? Si no las quieres, puedes cambiarlas. Es que no dejaban de gruñirte las tripas, por eso elegí unas.
—Estoy bien con ellas sostuve, apartando un brazo de las sabanas para tomar las galletas de su mano.
—Yo comí una barra de caramelo, me la tragué entera— soltó al instante y con una sonrisa —. Por cierto, ¿sabes qué son las caries?
—Son las que agujeran los dientes —terminé explicando.
—¿Agujerar? — En su rostro un gesto asustadizo se dibujó —. ¿Voy a tener los dientes agujerados? ¿También hacen que se caigan?, ¿voy a quedar chimuela?
Que adorable.
—No, pequeña—la tranquilicé, acariciando su cabello—. No te quedarás chimuela y comerlo una vez o tres veces no te afectara en nada.
—¿De veritas?
Asentí.
—Que bueno— soltó una exhalación de alivió —. Es que el señor Richard me dijo que si comía mucho caramelo me saldrían caries y le pregunté que eran, pero no quiso decirme. Quise preguntarle a Seis, pero no podía dejarte sola por la orden del Ogro, así que esperé a preguntarte.
Alargué una mueca con disgusto.
— Si el Ogro te ordena venir cuando duermo y te impide despertarme, no le obedezcan, ¿ok?
Juntó mucho sus labios negando con la cabeza.
— Es que me da mucho miedo de que me regañe— explicó—. Se porta muy mal conmigo, me ignoró cuando vine para jugar contigo.
—¿Viniste al cuarto? — la pregunta resbaló de mis labios.
—Sí, es que ya llevaban muchas horas solita, el señor Richard no quería jugar conmigo y Seis estaba en la ducha— explicó—. Vine aquí y toqué la puerta muchísimas veces, pero él me gruñó que me largara muy pero muy lejísimos.
El ceño fruncido con indignación y sus pequeños puños apretados a los costados de la playera roja que vestía me produjeron gracia y estaría dibujando una sonrisa en los labios, sino fuera por lo que dijo.
¿Llevábamos muchas horas aquí? Había creído que en cuanto me quedé dormida él se fue. Sí la niña no exageraba y realmente pasaron varias horas, quería decir que Siete se quedó, me tuvo durmiendo en sus brazos.
Me estremecí y sentí esa ligera agitación amenazando con apoderarse de los latidos de mi corazón. Traté de concentrarme, no iba a alterarme ni menos a ilusionarme como tonta otra vez.
—Así que el Ogro te dijo que te largaras muy lejos—repetí sus palabras y otra vez asintió haciendo un puchero adorable —, eso fue muy cruel.
—Lo fue — recalcó —. Estuve tocando y me ignoró mucho tiempo hasta que el señor Richard vino por mí. Luego el Ogro salió y me ordenó que viniera contigo, que si no venía él volvería y ya no me dejaría estar aquí.
Sonaré mala y masoquista, pero, como me hubiera gustado que él volviera y me dejará dormir entre sus brazos.
—Siempre me trata muy mal, es muy insensible — se quejó, sentándose en el borde del colchón —. No le caigo bien, ¿verdad?
Al parecer no era a la única cuya personalidad de Siete confundía o lastimaba. Me pregunté por qué era así, o si tenía que ver con su infancia. Se abrió muy poco conmigo cuando le hice esas preguntas, pero no estaba demás decir que él respondió no porque quiso, sino porque no le quedaba de otra.
—No es eso, pequeña— aclaré enseguida—. Ese experimento es así, como dijiste, un Ogro amargado.
—Un Ogro amargado, nomo feo, Grinch bruto, Shreck apestoso y malo—reveló cruzada de brazos.
Alcé las cejas con mucha impresión, nunca creí que ella o cualquier otro experimento conociera de Shreck o el Grinch, pero supongo que como la literatura era algo que se les brindaba mucho a los experimentos, ella los aprendió de ellos.
— Eso le dije a él, me hizo llorar mucho y aun llorando no me dejó entrar a jugar contigo, me ignoró muy feo.
—Pero al final él...—encogí de hombros cuando lo dije—, a pesar de ser un Ogro apestoso y que parezca que no tiene corazón, es bueno y nos mantiene a salvo.
Pestañeé cuando vi como sus labios pequeños se curvaban en una sonrisa que, para mi asombro, se inclinaba a ser de malicia.
—¿Qué sucede?
Soltó una risilla traviesa que terminó ocultando con la palma de su mano.
—Lo defiendes—La sonrisa le iluminó más el rostro—. Eso quiere decir que, si te gusta, ¿verdad?
No voy a responder eso y quedar como una tonta más de lo que ya quedé.
—También le gustas a él—escucharla y sentir ese vuelco detrás de mi pecho amargó mi boca—. Oí cuando el Ogro dijo que no había humana ni hembra más linda que tú.
Exquisita era la palabra correcta y como siempre refiriéndose a lo sexual. Fue inevitable dibujar una débil mueca, sintiendo los escalofríos incomodándome al recordar que la radio estaba encendida en el momento en que Siete dijo que no tuvo sexo con Seis.
—El señor Richard dijo que ustedes estaban jugando— contó.
Jugamos mucho y de muchas formas.
La respiración se me aceleró al perderme en el recuerdo de cuando lo monté, la textura ancha y dura de su miembro entrando con suma y delirante lentitud en mí, y el gruñido ronco y feroz escapando de entre sus dientes con mi nombre.
Dios. Llegué a imaginar su ronca voz gimiendo mi nombre, pero que lo gruñera así fue tan fascinante. No lo esperé y para mi lamento, se quedó memorizado hasta en la última fibra de mi existencia.
Una segunda risilla corta siendo soltada contra la palma de su mano me sacó de mi fantasía.
—Te pusiste roja de las mejillas— me señaló el rostro —. Si jugaron a las parejas, ¿verdad?
Sentí una clase de alerta roja cuando reparó en el cobertor que cubría por completo mi cuerpo. Sus bonitos ojos verdes se iluminaron cuando se encontraron con los mío entre preocupados y aterrados.
—El señor Richard me dijo que también estaban de melosos. No sé qué significa, pero creo que es cuando las parejas se abrazan—la seguridad con la que lo dijo me dejó aturdida —. Entonces, ¿sí son pareja?
Por poco estiré una mueca, la opresión en el pecho comenzó a molestarme. No quería hablar más sobre él ni recordar todo lo que hablamos en el baño o lo sucedido en la cama, solo me aturdiría más y por el momento ya no quería concentrarme en él.
— No somos pareja, pequeña — respondí con poca importancia. No esperé ver la confusión ladearle el rostro—. Hablamos un poco y me quedé dormida, eso fue lo que ocurrió.
Hundió su entrecejo como si no me creyera, ni yo mismo lo haría, pero no quería que siguiera haciendo las mismas preguntas.
—¿Eso quiere decir que serás pareja del señor Richard?
Los labios se me torcieron, ¿por qué tanto empeño en emparejarme con alguien?
Emparejarme en el subterráneo cuando no había salida y cuando cualquier cosa podría ocurrirnos, sonaba absurdo. Aunque no tanto como el que me gustara un experimento.
—¿Qué te parece si jugamos a algo? — cambié el tema, inclinándome un poco hacia adelante y dibujando una fingida sonrisa—. Ya estoy despierta, podemos jugar a todo lo que tú quieras.
Me sorprendió ver cómo le brillaban sus ojos.
—Sí, pero, ¿puedo bañarme primero? — la inocencia de su pregunta me causó un poco de gracia—. Ya no soporto mi olor, me apestan muy feo las axilas.
Más gracia me causó verla levantar su brazo izquierdo e inclinar su rostro hacia su hombro. Inhaló y arrugó mucho su nariz lanzando un quejido de entre sus labios.
—Es como si me echará un gas debajo de los brazos, en serio.
Una risa se me escapó haciéndola reír también, la pequeña era muy divertida, alegraba muchos de mis momentos.
—Entonces vamos a ducharte y a quitarme el mal aroma, ¿sí? — Dejé que una de mis manos le acariciara su pegajoso cabello y ella asintió—. Pero antes debo ir al baño, ¿está bien si me esperas?
—Sí, mientras le voy a decirle al Ogro que ya despertaste— avisó, lanzándose a correr hacia la puerta —, y le preguntaré a Seis si también el neonatal puede bañarse porque también apesta, pero a popo.
Cerró la puerta detrás de ella, dejando un silencio adueñándose de la habitación. El mismo silencio que se sintió cuando desperté sola entre la oscuridad sin el calor de él.
En fin. Estaba segura que Seis no permitiría que el bebé estuviera conmigo. Suficiente enfurecida y celosa debía estar sabiendo que a la niña le gustaba mi compañía y a Siete el sabor de mi sexo, tanto le fascinaba que, de todo, esa era la parte más marcada por él.
Alargué una curva en los labios antes de mirar el paquete de galletas en mi mano.
Lamí los labios sintiendo la saliva más liquida. Tenía tanta hambre que no dude en romper el paquete, y sin reprocharme nada me devoré la primera galleta con chispas de chocolate, masticándola con rapidez, sintiendo el suspiro abandonar mi cuerpo ante su sabor.
Sentí una satisfacción al tragar que creí que un paquete de galletas no me bastaría para saciar el hambre que tenía.
Metí otra galleta a la boca y me giré, dirigirme al baño con lentitud, arrastrando la sabana mojada por el agua. Adentré mi cuerpo a esas cuatro paredes apenas iluminadas por la única farola en el techo y con escasos muebles adornándole. Cerré la puerta con cautela y tras devorarme la tercera galleta, me acerqué al mueble de lavamanos tomando el sostén negro junto al camisón rosado sobre la madera, la camiseta militar de Siete ya no estaba y pude imaginar que se la puso.
Aparté la sabana acumulándola toda sobre el retrete y dejando las galletas sobre la misma, sin dar una mirada a todas esas zonas enrojecidas, alcancé el brasier y lo coloqué, apretando mis pechos cuando lo abroché. Estuve a poco de buscar mi bóxer bajo el camisón rosado hasta que recordé lo que Siete hizo.
Torcí el rostro y lancé una mirada al agua, desde mi lugar apenas podía alcanzar a vislumbrar los trozos de tela negra hundidos contra el suelo.
En su momento me sentí extasiada de la fuerza voraz y bruta que utilizó en sus amplias y calientes manos para rasgarme el bóxer y hacerlo pedazos, pero ahora la realidad me destellaba con molestia el rostro.
Mi único bóxer era ese, ¿qué me pondría de ahora en adelante? Moví las piernas y me incliné sobre las rodillas, estirando los brazos y mojándome las manos para alcanzar trozo por trozo.
Tendré que hacer un taparrabo con ellos. Por lo menos, lo que me salvaría de no tener la entrepierna desnuda todo el tiempo eran los jeans que dejé en la oficina.
Me incorporé y dejando los trozos sobre el mueble tomé el papel higiénico de la repisa y abrí una de las llaves, mojándolo un poco. Lo llevé a la entrepierna, y el solo contacto de la textura frívola con la caliente y enrojecida piel me estremeció.
Sabía que necesitaba ducharme, y estaría pensando en bañarme con la niña sino tuviera el testamento de Siete en todo el cuerpo.
Con toda la piel tan marcada, bañarme sería un grave error, ella terminaría preguntando. Así que me ducharía más tarde.
Froté y limpié un poco la piel pegajosa, retirando fluidos y sintiendo el ardor incomodándome. Lancé el resto del higiénico y los trozos de mi bóxer al pequeño bote de basura donde reparé en los preservativos que Siete utilizó. La inquietud se apoderó de mí, sabía que conocía de los preservativos, pero nunca creí que supiera usar un condón, ¿dónde aprendió a ponérselo?
¿A caso les enseñaban a los experimentos usar condón? Pero se suponía que las hembras eran estériles.
No voy a pensar en eso, demasiado tengo con lo confuso que es.
Tiré de la tela cubriendo un poco más de la mitad de mis muslos y me lavé la cara, desenredando también el cabello, acomodando los mechones detrás de las orejas y tratando de lucir por lo menos un poco mejor.
Alcancé las galletas y tras comer más, abrí la puerta creyendo que me encontraría a la niña en alguna parte de la habitación, pero no hacerlo me acercó hacia el librero del que sujeté la novela erótica.
Volteé hacía el mueble de cajonera y abrí el primer cajón encontrando todas esas toallas bien acomodadas, escondí el libro erótico debajo de las mismas y saqué una, acomodándola sobre el hombro. Se la daría a la niña para que la utilizará una vez se bañara. Nunca se me ocurrió usar una toalla las veces que me bañé, vaya tonta y olvidadiza que fui, aunque tampoco estaba de más decir que cuando me duché el cuarto estaba siendo usado por ellos.
¿Por qué no estaba regresando la niña? Eché una mirada al umbral del cuarto, revisando lo poco que se veía de la cocina, la niña no aparecía. Solo faltaba que Seis le impidiera venir conmigo, marcando otra vez su maldito territorio.
¿Debo ir por ella? Si salía de aquí y la niña se encontraba en el piso de incubación, lo miraría a él.
La guerra interna hizo que cerrara el cajón de golpe produciendo ese crujir en la madera que apenas se levantó frente a mí. Tampoco quería ser una cobarde que se ocultaba de lo que temía enfrentar.
Apresuré mis pasos saliendo hacía la cocina a la vez que le di una mordida a la siguiente galleta, iría en busca de ella sin importar lo que ella dijera.
Di una corta mirada a la barra de alimentos chatarra antes de encaminarme a la salida hacía el área negra, sentí como los pies se me pusieron lentos a medida que atravesé el umbral con la mirada clavada en la escalera de asfalto, donde esas figuras humanas se acomodaban al pie del primer escalón.
Reconocí a la más pequeña de todas, saltando con emoción frente a Seis que sostenía al bebé durmiente, en tanto Richard, encorvado y sentado sobre uno de los escalones, se mantenía con una media sonrisa que apenas le brillaba en los ojos.
Me sentí inquieta por la tranquilidad en el moreno y la que se reflejaba en el perfil de la mujer pelinegra admirando la risa de la niña.
¿Y dónde estaba Siete?
Mi subconsciente me traicionó y sentí mi mirada tener vida propia, subiendo instantáneamente hacía el estrecho piso de incubación como si supiera exactamente la respuesta.
Un cosquilleo se apoderó del interior de mi estómago y los nervios que se desataron comenzaron a sudarme las manos al encontrarlo de frente, con sus brazos venosos sobre los barrotes junto a la escalera. Sus feroces orbes platinados y rasgados estaban clavados con una intensidad intimidante en mí que las rodillas me flaquearon y me volví torpe con los pasos.
Señor Jesús, volví a caer.
Se me sacudió el corazón y sentí embobarme como típicamente hacía cada que lo veía, maldije a las incubadoras y los resplandores que emitían los focos de luz solar colgando del barrote en el que se recargaban, porque le irradiaban una belleza angelical y macabra, una maldita y desquiciante perfección hipnótica y sombría que a cualquiera dejarían sin aliento.
—¡Nas! — La exclamación de la niña respingó mis huesos, dejé de mirarlo solo para encontrarla corriendo en mi dirección con una sonrisa de felicidad y las escleróticas enrojecidas—. Vendrán por nosotros.
Quedé aturdida cuando extendió sus brazos y se estampó contra mi cuerpo, rodeándome en tanto saltaba, por muy confundida que me sentí quise decirle que se detuviera cuando la tela del camisón rosado empezó a levantarse, desnudándome un poco el trasero.
—¿De qué hablas, pequeña? —mis manos la tomaron de los hombros.
Ella detuvo sus brincos alzando su rostro y dejándome aprecian esos orbes cristalinos y en esos labios que se fruncían temblorosamente.
— Humanos van a venir a salvarnos—sollozó, y las lágrimas le empaparon las mejillas sonrosadas—. Ya no vamos a ver más monstruos, vamos a estar a salvo y en otra parte más bonita que esta, ¿puedes creerlo?
Peor no pude haber quedado al escucharla sintiendo ese falso contacto entre las neuronas que me hizo soltar lo único que fui capaz de entender:
—¿Venir a salvarnos?
—Pues sí, ¿tienes cera en los oídos, o qué? — las airadas palabras de Seis me levantaron el rostro hacía la escalera de asfalto, esos orbes de un gris opaco me miraban como si fuera un bicho insignificante—. Siete tiene un localizador que está siendo ubicado por soldados humanos.
El shock me abofeteó, y recordé al grupo de militares con el que estuvo Siete, sobre todo el rastreador que llevaba en el cinturón y el cual mencionó que estaba estropeado por el agua.
—¿Funciona el rastreador? — fue lo único que resbaló de mis labios en un susurro dudoso.
—Tanto como no tienes idea—aventó Richard y el corazón me retumbó con emoción—. Yo también tuve la misma cara que estas poniendo, no pude creerlo, pero saldremos finalmente de aquí.
La mirada se me nubló de lo que comenzaba a envolverme, ¿en serio venían por nosotros?, ¿saldríamos finalmente de este maldito infierno?
Sentí como si me devolvieran una parte de la vida que perdí.
Esperanza.
Una oportunidad de ver a mis padres.
¿Qué pasara entre Siete y yo?
La emoción se me cayó sobre la boca del estómago como una helada sensación invadiéndome de ansiedad y temor. Quise levantar el rostro y buscarlo necesitada de una respuesta, él sabía quién era yo y no estaba de más decir que guardaba rabia hacía los que mataron a su gente. En el exterior, si es que lograba salir, las cosas serían diferentes.
Tal vez deba entregarme por lo que les hice.
— Es una larga historia, humana—la asperidad de la mujer pelinegra me hizo pestañear —. Siete estuvo antes en el exterior y volvió al subterráneo porque le dieron un...
—No tienes por qué hablar de lo que esta mujer ya sabe.
Una escalofrió recorrió cada uno de mis huesos ante las tonalidades graves y crepitantes de su voz masculina cayendo en ondas enigmáticas sobre mi piel, se me erizaron las vellosidades.
Esta mujer. No sabría descifrar el tono en su voz, estaba lejos de ser indiferente y frívola, aun así, la sensación que produjo me desagradó.
—Esta mujer tiene nombre—espeté, alzando el rostro para encarar esa mirada diabólica e inquebrantable dueña de mis sentidos y, por si fuera poco, mis alteraciones—, ya va siendo hora de que te refieras a mí de ese modo si no quieres que me niegue a tus acercamientos.
La curva retorcida y ladina alargándose en sus carnosos labios me tomó inadvertida, sintiendo el bombeo de mi corazón calentar frenéticamente la sangre de mis mejillas.
—¿Esa es una advertencia, mujer?
—Por supuesto que lo es, hombre—me mantuve firme.
—¿Se están peleando? —la voz de la pequeña llenó el corto silencio entre nosotros—. Porque si es así que manera rara de pelearse.
Y escuchar su comentario inocente extendió una sonrisa en mis labios.
—No, pequeña. No es una pelea—aclaré con lentitud, mirándola con dulzura—. Entonces Siete, ¿no vas a decirme que es lo que, según tú, ya sé?
Tras mi pregunta, levanté con firmeza el rostro, y él, sin desvanecer esa torcedura en la que me rogué no perderme, estiró sus brazos venosos a los costados del barandal, elevando su rostro y sombreando las facciones que lo nombraban como el demonio más atractivo y perverso de todos.
—Desde que dejé la habitación, Nastya— la tensión en sus labios me dejó por poco atrapada como la pronunciación tan marcada y ronca con la que de pronto me llamó.
Llevaba horas sabiendo la noticia y ni siquiera me despertó.
—Pero el localizador se mojó varias veces— Di un par de pasos más cerca de la escalera. Lo que menos quería era ilusionarme con que saldríamos y al final resultara no haber salida—. Puede ser un error, ¿o no?
—No lo es, mujer— alargó con pausa—. Esto no es un error.
—¿Como estas tan seguros?—continué, sintiendo como si fuéramos solo él y yo—. ¿Como sabes que vienen?
— Que tonterías.
Seis rompió con el contacto entre nuestras miradas, logrando que esos orbes feroces se movieran amenazadoramente de mi para clavarse en la hembra que subía los escalones de asfalto.
— Siete y yo podemos escuchar a los humanos desde hace más de dos horas —informó dejándome saborear la sorpresa, y la amargura cuando se acomodó junto a él, su mano deslizándose en el barrote y rozándose con esos nudillos varoniles, me dejó lejos de sus palabras.
¿Todavía sigue marcando territorio?
—Incluso podemos ver sus temperaturas, y son bastantes personas las que vienen— añadió.
El calor brotó en el centro de mi pecho, atascándose como una bomba al atisbar el movimiento de sus largos y delgados trepándose sobre los suyos y subieron desde su muñeca hasta lo largo de su antebrazo venoso. Subió y subió y lo sujetó de la parte alta de su brazo.
Que maldita y yo también que así de rápido me dan celos.
— Ahora mismo están recorriendo los pasillos que rodean el área, ¿no es así, Siete?
La sonrisa que le dedicó me dejó aturdida, pero esa mirada de un frívolo gris se encajó en ella, haciéndola titubear.
—No pidas confirmación de lo que es evidente y deja los rodeos — recalcó—. Alargar un tema que puede terminar en tan solo una frase, es perdida de tiempo.
Y estaría sonriendo para mis adentros, pero verlo apartarse de la barra con una insensibilidad tan propia de él, me lo impidió. Se giró, dejando su ancha espalda como única vista apartándose conforme se aproximaba al centro del piso de incubación.
¿Por qué se apartaba?, ¿revisaría a los militares? Tenía tantas dudas y todas quería hacérselas a él, pero las piernas se me endurecieron.
— Pues sí—exhaló Seis respirando hondo y cerrando su mano en un puño al aire—. Sabemos que vienen aquí porque hablaron de este lugar y de cuantos somos, lo que quiere decir que tienen a gente como nosotros con ellos.
Imaginé por qué tendrían a experimentos con ellos, miraban temperatura, sentían vibraciones y un oído agudizado, eran perfectos para interceptar peligros o derrumbes.
Vendrán por nosotros. Me estremecí con la voz de mi conciencia, pero esa opresión seguía plasmada en el pecho, llena de temor.
—Entonces tardarían unas horas más en llegar—comenté.
— Siete y yo calculamos que llegarán en menos de un par de horas—añadió ella—, sino es que menos, humana.
—¡Si!
El abrazo de Verde 56 se volvió más fuerte en mi cuerpo, y una sonrisa estuvo a punto de extenderse en mis labios casi invadida por la felicidad que emitía la pequeña, pero ni siquiera se asomó en mis comisuras.
—Vamos a la ducha— tiró de mi brazo, tratando de moverme, a duras penas pude hacerlo presa de mis pensamientos y de una sensación extraña invadiéndome—. Quiero bañarme antes de que lleguen, no quiero estar apestosa.
Moví las piernas sin dejar de ser guiada por la niña adentrándonos al estrecho pasillo de la ducha. Los latidos de mi corazón disminuyeron y una sensación helada invadió en centro de mi pecho, no supe entender por qué la emoción de saber que venían por nosotros y finalmente saldríamos de aquí, se apagó tan rápido en mí.
No, claro que sabía por qué estaba sintiéndome así.
Al principio, cuando Siete y su grupo me salvó, sentí que tenía una oportunidad de sobrevivir y escapar de mis acciones. Estaba tan centrada en culpar y maldecir a Anna y Esteban, luché por escapar de Siete y los demás, cambiar mi aspecto y volver con mi familia, pero nunca me pregunté si en el exterior sería capaz de sobrevivir con la culpa.
Tenía otro aspecto, y quizás nadie me reconocería, pero jamás me pregunté si tampoco me reconocería como Agata, la mujer que se creyó las monstruosidades que se le enseñaron en esos videos y firmó un contrato en el que se estipulaba soltar los gusanos a cambio del resto de una suma total de dinero, cuya parte, había sido dada a mis padres para pagar sus adeudos con el hospital y el banco, antes de que me trajeran al subterráneo.
Para mi lamento, aquello si sucedía, me reconocía y me sentía como esa ingenua que arruinó su vida y la de muchos más.
—¿No me escuchaste?
Pestañeé, reaccionando delante de esa mirada verdosa que me observaba con preocupación. No me di cuenta del momento en que me había soltado la mano y mucho menos el segundo en que se deshizo de su playera roja estirándomela a mí.
—¿Estas bien?, ¿te duele algo?
Respiré hondo, extendiendo una falsa sonrisa cuando no dejó de observarme tratando de encontrar una respuesta.
—Lo estoy —respondí haciendo una leve señal al interior del cuarto—. Ve a bañarte, tienes que quedar bien limpia para cuando lleguen por nosotros.
Solo espero que todo salga bien.
Colgué su playera en uno de los ganchos de la pared detrás de ella.
—¿No vas a bañarte conmigo?
Con este cuerpo lleno de marcas, ni de chiste.
—No tengo mucho que me bañé— mentí, forzándome a no disminuir la sonrisa en la boca en tanto tomaba su playera roja. Pero estaré aquí, te haré compañía.
La decepción era notable en ella, pero asintió a duras penas aceptando mis palabras después de segundos.
—Me bañaré solita, entonces.
Se adentró al pequeño cuarto, bajando el único escalón hasta detenerse frente a la columna de la ducha y poner una mano sobre una de las llaves.
—Esta llave no se gira—le oí quejar y hacer un esfuerzo sobre la misma—. Alguien la descompuso, la rompió, la apachurró.
No pude alcanzar a reparar en la llave que dejó de rodear, pero pronto toda esa agua comenzó a caer sobre su delgado cuerpo.
—¿Tú también estas feliz porque nos llevarán a un lugar bonito?
No lo sé. Ya no sé cómo debería sentirme.
—Sí— Me recargué junto al marco viéndola estirar un brazo y alcanzar el jabón de la repisa rota para talleres bajo los brazos.
—¿Cómo es el exterior? —Se tallo el cuerpo cabelludo cuando dejó el jabón sobre la repisa—. Veía dibujos e imágenes en libros que mi examinadora me trajo, un cielo azul, un sol amarillo que ciega, un parque con árboles y juegos, y estrellas con una enorme luna de queso, ¿es verdad que nieva?
—Así es, y la nieve es tan fría que te congela las manos, pero es hermosa— respondí recargándome junto al umbral—. Hay muchos colores, muchos aromas, muchos lugares, cuando lo veas te gustara tanto que ni querrás dormir.
Solo espero que no los encierren. Aunque uno de los militares del grupo de Siete dijo que tenían a todos los sobrevivientes en una base militar, así que era seguro que a ese lugar nos enviarían.
—¿Y también llueve?
—Sí, llueve cuando las nubes cubren el cielo azul y es un panorama que querrás contemplar siempre.
Hizo una danza de emoción bajo el fregadero que apenas me dibujó una sonrisa en los labios, se le veía emocionada y deseaba que esa emoción no se le terminara. Se sentía tan irreal que el rastreador de Siete todavía fusionara, y parecía como si todavía estuviera dormida.
Como quisiera que la emoción de la niña me contagiara.
—No hay monstruos, ¿verdad?
Monstruo era un término con mucho significado, llamaban monstruos a aquellos cuyo físico era repugnante y aterrador, pero también llamaban monstruos a aquellos cuyo interior estaba lleno de maldad.
Y fuera del subterráneo quizás no había monstruos como en el subterráneo, pero si había humanos que lo eran. Conocí a dos.
—No los hay—decidí soltar sacando la última galleta del empaque en mi mano para masticar—. Estaremos seguros afuera.
—Me pongo muy feliz, ya no quiero tener más miedo ni pesadillas—quejó, y empezó entonar una melodía, llenando el pequeño cuarto del chapoteo que comenzó a hacer con la danza de sus pies.
Lancé una corta exhalación con la mirada en el agujero que se dibujaba en la parte alta del tanque de agua. Mirar esa huella, era el recuerdo de cuando me atreví a poner en mayor riesgo mi vida tentando a Siete para matarme cuando le confesé que me acosté con Richard para soltar los parásitos y cuando creí que su razón de dejarme viva era para torturarme o entregarme.
No podía sacar de la cabeza que sabía todo lo que hice, que guardaba ira hacia mis acciones, que esto solo era una simple atracción sexual para él y que él miraba en mi a la mujer que mató a los suyos.
Salir al exterior cambiaría las cosas para entre los dos, de eso no había duda y tal vez lo destruiría todo. Otra tortura más añadida a la maldita lista de mis tormentos.
Me reencontraría con Dmitry y los desgraciados que me torturaron en el sótano y aunque no me reconocerían, las pesadillas de ellos ya no serían solo sueños. Presenciaría el número de sobrevivientes y ese número me perseguiría como lo que aconteció en el exterior debido a los parásitos que lograron salir del laboratorio.
Esta asqueada lluvia de resentimientos y culpa sería mi cruz el resto de mi vida, y en el exterior empeoraría, y a decir verdad con esto no sabría como vivir.
Saber de nuevo que saldríamos esta vez no me aliviaba de nada, tarde o temprano y de algún modo mis acciones me terminarían consumiendo.
Esperaba que Anna y Estaban, como el resto de sus cómplices, fueran atrapados y encerrados, deseaba ver sus caras una última vez y reírme de ellos por no obtener lo que querían de este lugar. Quería verlos pudrirse detrás de los barrotes.
Quería verlos sufrir.
Un chillido se me atascó en la garganta cuando esos largos dedos rodeándome del antebrazo tiraron de mi haciéndome retroceder fuera del umbral del cuartito. La ilusión me desbocó el corazón tamborileándome el pecho al creer que era él.
Pero me sentí como payasa cuando al girarme, reparé en ese pecho agrandado cuyos pezones se remarcaban bajo una camiseta roja y en ese pequeño cuerpo del bebé cuya cabeza descansaba sobre su hombro.
—¿Decepcionada de que no sea él?
No, decepcionada de lo ilusa que seguía siendo esperando ser buscada por él sin llegar a provocarlo, y que mis temores sobre nosotros fueran desvanecidos con sus caricias.
—¿Creíste que él te buscaría? Esta tan ocupado siguiendo a los otros que no te prestara atención por un buen rato.
—¿Qué quieres? — no alcé demasiado la voz para que la niña escuchara y sacudí el brazo apartando su mano.
Aunque una parte de mí sentía que venía a marcarme su territorio con la niña.
—Quiero que me respondas algo, humana.
—Si es la misma tontería no.
Rotó los ojos y miró al resto del pasillo que guiaba hasta el área.
—¿Estas con Siete porque pensabas que no moriríamos aquí? — lanzó, alargándome una mueca—. ¿Te gusta el placer con él?, ¿o te gusta él?
Justo tenía que venir a hacer preguntas que ya tenían respuesta, y encima, ¿se creía que le iba a responder?
Como si no fuera suficiente saber que mi dignidad estaba por los suelos cuando se trataba de ese hombre y que ahora lidiaba con el tormento de lo que acontecería una vez vinieran por nosotros.
—¿Estarías con Siete cuando saliéramos al exterior y te encontrarás con los otros humanos?
Contraje los parpados estirando una ladina sonrisa como si sus preguntas resultaran graciosas, de mal humor ya me encontraba y sabía que ella venia con malas intenciones desde que lo toqueteo.
—Que mal que creas que te voy a responder—esbocé.
—En realidad no me importan tus respuestas, humana— artículo con sequedad —. La forma en que reaccionas es suficiente y de una vez te digo que quiero a Siete y no voy a soltarlo. Menos ahora que sé que saldremos y que hay una promesa para nosotros de tener nuestra libertad y tierras donde vivir.
Eso ultimo me dejó confusa, con una expresión que pareció gustarle mucho por la curva estirándole los labios.
¿Se les prometió darles tierra y liberad?
¿Una promesa a cambio de algo o solo porque sí? Tal vez fue por eso que los experimentos volvieron al subterráneo con militares para buscar información del laboratorio y lo acontecido, porque si los acompañaban se les daría algo a cambio.
O, ¿hay otra razón?
—Estaré a su lado— su asperidad me sacó de mis pensamientos—, me quedaré con él de ahora en adelante.
—Se nota que él no quiere lo mismo que tú.
Sus labios se retorcieron, el estamparle el rechazo que obtuvo en el piso de incubación le enrojeció el rostro de ira.
—Sé lo que quiero con él y no me voy a rendirme— aseveró—. Conmigo si se abre y me cuenta todo, a ti solo te busca por sexo.
La rabia se me subió al rostro quemándomelo, apreté los labios y crují los dientes, que sin vergüenza terminaba siendo esta mujer, y como siempre haciendo drama.
Solo para eso vino otra vez, para dejarme en claro su fetiche de mear sobre objetos y personas que creía que eran de su autoría.
—Si ya terminaste de humillarte, vete— solté con serenidad, hastiada de escuchar su drama—, porque como siempre estas perdiendo mi tiempo.
—No, esta vez no lo perdí —sonrió con orgullo palmeando la espalda del bebé —. Puedes estar con la niña todo lo que quieras, disfruta de su compañía porque en el exterior los experimentos y humanos estarán separados. No vas a volver a mirarnos.
El pinchazo que el pecho recibió de sus palabras, me quiso aventar el corazón sobre el estómago, me dio la espalda marchándose por el pasillo con la misma seguridad en la que lo hizo en la cocina, y como deseé detenerla y preguntarle sobre eso último.
(...)
20 minutos más tarde.
Siete.
—Quemen los malditos huevecillos, vamos a exterminar toda esta plaga.
—Ya oyeron al general— reconocí la voz de la humana—, que queden cenizas.
—coronel Ivanova, el objetivo Negro Cero Siete apareció otra vez. Estamos a 100 metros de su ubicación.
—Escuadrón tres, estén atentos y distribuyan las bombas— habló la misma mujer—, muévanse tenemos el objetivo en la mira.
Una curva en mis labios se ensanchó en mueca al atender el movimiento de las temperaturas humanas que cargaban con tanques en la espalda, haciendo su trabajo en tanto otro grupo se dispersaba en el siguiente corredizo.
Los evalué, estaban más organizados, armados y preparados que el grupo de militares con los que bajé al subterráneo.
Resultaban ser más soldados que experimentos, y se mantenían divididos en tres grupos conformados cada uno por más de una docena de soldados. La primera compañía de militares se detenía a un kilómetro de la ubicación, manteniendo el camino libre; la segunda división eran los que se mantenían quemando los huevecillos: y el tercer grupo de soldados repartía el resto de las bobas, acercándose en nuestra dirección.
Recorrieron el área en menos de medio día, los derrumbes fueron un problema con el que supieron lidiar, pero lo que los mantuvo sin detenimiento era la ausencia de parásitos y contaminados. Tenían el camino libre de amenazas.
—¿Qué están haciendo?
Seguí las temperaturas ignorando al humano acomodándose junto a mí. Mi enfoque era únicamente en lo que decían, estudiando sus vibraciones y cada uno de sus movimientos, incluso los que hacía cada uno de ellos.
El desempeño y la seguridad que mantenían como si conocieran el lugar como la palma de su mano, resultó atrayente. No era de extrañarse, los del exterior tenían un mapa del subterráneo y estos una pantalla donde se registraba mi localizador que por momentos desaparecía, aun así, la firmeza física y el tamborileo nervioso en el pecho de algunas de esas temperaturas era suficiente para desconfiar, entre ellos, no dudaba que se escondieran militares corruptos.
En el campamento militar al que nos asignaron tras salir del subterráneo, un hombre de saco se acercó. Además de cuestionar mi clasificación y confirmar mis habilidades, sostuvo que buscaba experimentos para acompañar a los militares que bajarían al subterráneo.
Exterminarían al resto de contaminados y salvarían a los últimos sobrevivientes que se registraron en una pantalla del subterráneo y la cual había sido traído por un experimento amarillo— el único de su clasificación.
El hombre reunió a varios de los míos con la promesa de que tal acción, se les premiaría con tierras a nuestra gente, libertad, nombre y protección.
Lo interesante fue cuando nos apartó a 24 Negro y a mí para presentarnos a un militar—su mano derecha—, recalcando que su principal objetivo era conseguir evidencia de los antiguos proyectos que Chenovy creó, los cuales descubrimos que eran deformidades productoras de órganos. Así como documentos en los que se registraba la firma y el nombre de Anna Morozova y Esteban Coslov.
Mencionó que dichos humanos eran los responsables de enviar a un grupo para soltar sustancias que contaminaron a los experimentos humanos. Tal información había sido adquirida por hombres que juraban haber torturado a varios de los involucrados, y atado a una de ellos en un sótano horas antes de salir del laboratorio.
Esta humana viva, era una de las grandes evidencias para testificar en contra de los responsables, era la humana por la que teníamos que venir y mantenerla a salvo hasta el juicio. En dado caso de que la encontráramos muerta, nos enfocaríamos únicamente en la información, información que obtuvimos también junto a videos que detallarán la muerte del hombre que nos creó.
Se asumió sobre el peligro que correría la testigo una vez fuera salvada, y que el peligro aumentaría al llevarla al exterior.
Los hombres que la torturaron no se compararían al peligro que amenazarían con terminar su vida, mucho menos los experimentos y humanos sobrevivientes. Anna y Esteban serían personas que pagarían por matarla y erradicar la evidencia que adquirimos. Aun aislados tenían influencia y dinero suficiente como para comprar hasta a los mismos soldados.
Ese fue el trabajo que se nos dio, mantener viva a la humana, dentro y fuera del laboratorio.
No pensé que la mujer atada a una tubería del sótano, con sus tobillos rasgados, desnuda y golpeada, sería la misma que a poco estuve de matar en el túnel y la cual detrás de esa mirada marrón se escondiera su verdadera identidad.
Si no pude matarla cuando la tuve cara a cara y abandonarla en la enfermería, entonces sería el maldito que dio y seguiría dando la espalda a los suyos porque me quedaría con ella.
—80 metros.
—Atentos, soldados.
La velocidad de sus pasos disminuyó, treparon escombros del camino que apenas formaban una montaña.
—¿Dónde está Seis? — pronuncié entre dientes, sin dejar seguir el rastro de las temperaturas escalando escombros.
—Está en la cocina, comiendo.
Evitándome.
Advertí que no cometiera otro impulso con Nastya, y que hizo cuando le mencioné sobre los militares, la base a la que se nos transferirían una vez fuera del laboratorio, y lo que le darían a nuestra gente, no solo fue ir a la ducha y marcar el territorio con la humana. Fue recordarme también que éramos los únicos experimentos de clasificación negra, y como tal, debíamos estar juntos.
Como si fuera de vida o muerte nuestra extinción cuando la misma resultaba estéril, y aun si fuera fértil, poco me interesaba.
Esta hembra no tenía límites, y que le soltara a Nastya que buscaba solo sexo con ella, por poco me hizo abandonar mi lugar. Tuve que abstenerme de ir tras ella y destruirle las dudas que se le construían, pero lo primordial no era endulzarla, era estudiar a los soldados y asegurarme a cuantos debía mantener en la mira dentro y fuera del subterráneo.
Lo que resultó ser una tontería fue escuchar a Seis mencionar que una vez afuera separarían ambas especies. La hembra escuchó una conversación que los soldados mantuvieron sobre los sobrevivientes, no obstante, fue tergiversada por ella y no adrede.
Hasta entonces Seis no era buena con el oír, desde la etapa infantil tuvo problemas para concentrarse en los sonidos y voces, solo por minutos era capaz de hacerlo sin tener que lidiar con dolores de cabeza que le bloquearan el sentido auditivo.
Fue esa la razón por la que la triturarían, pero aprendió a mejorarse en otras habilidades para seguir sobreviviendo.
—¿La necesitas? Puedo ir por...
—No—me adelanté.
No la necesitaba por ahora, pero más tarde lo haría. El impulso que cometió con Nastya lo pasaría por alto. Un desacuerdo con Seis, no me favorecería y la necesitaba de mi lado para lo que planeaba hacer con los soldados.
Extendí los brazos a los costados del barandal estudiando a los militares moviéndose con rapidez. Una de ellas y la cual llevaba unas curvas pronunciadas debido a la carga de su armamento en la cadera, llamó mi atención.
Se movía descuidada entre el grupo, torciendo el rostro hacia el mismo militar.
—coronel a la izquierda, cortamos camino si cruzamos aquí.
Encontraron un agujero hacia otro pasadizo.
—Muevan esas piernas, el tiempo se nos agota.
El gruñido de la humana arrugó la comisura de mis labios, la razón de su orden era por las bombas temporizadoras de las que escuché hablar un par de horas atrás. El margen de tiempo era alrededor de 10 horas, pero dicho desespero se debía a que en el subterráneo cualquier cosa podía ocurrir y las horas se volverían minutos.
—Te miro muy atento a ellos, ¿hay algún problema?
—En menos de una hora estarán aquí —informé, extendiendo los parpados frente a la pared junto al corredizo de la oficina al tener suficiente de sus temperaturas.
Tan solo dos sospechosos, el resto se mantenía a las órdenes de la mujer que los encabezaba.
—Esos militares se mueven rápido.
—Deben hacerlo, colocaron bombas explosivas.
—¿Bombas? — se recargó en el barandal dejando ver la sorpresa—. ¿Piensan estallar el laboratorio? No creo que sea buena idea, podrían producir un impacto en el exterior, a menos que quieran que este desastre se sepa por todos. ¿Eso quiere decir que hay más contaminados aquí?, ¿han matado a algunos?
Endurecí la quijada, tenía suficiente con las voces y sonidos extendiéndose al rededor como para tener uno extra.
—Solo espero que no hayan salido más de esas cosas al exterior. Aunque, si todos ellos están aquí es porque afuera no hay un caos— Miró a la misma pared.
Cerré los parpados, nuevamente concentrándome en las temperaturas y en los sonidos producidos por los soldados. Fue interesante encontrarlos a menos de 60 metros del área negra. Su rapidez era para premiarse, pero ese militar seguía manteniendo los mismos movimientos que emitían nerviosismo.
—¿En el exterior hay niños como yo?
La voz del infante llegó a mis oídos como el sonido metálico de la escalera siendo utilizada por ella y por su acompañante. Subían la escalera hacía la oficina.
—Muchos niños, de todas las edades y todos los tamaños.
La agudeza en la voz de la humana endureció mis músculos, inhalé el aroma que desprendió su piel en el aire, remarcándome los pectorales. Estaría deleitándome en su fragancia, pero las contracciones tras sus pechos apretaron mis puños sobre el barandal.
Dolor.
Se me apretaron los dientes, extendiendo los parpados y torciendo el rostro a la escalera metálica, su esbelta silueta vistiendo un camisón rosado que le detallaba sus seductoras curvas y ese par de glúteos redondeados, desapareció cuando se adentró al cuarto cerrando la puerta detrás de ella.
Desde que la hembra recalcó sus mentiras, ese órgano cardiaco no dejó de alterarse con espasmos, herido y nervioso.
—Espero que haya más niños de mi área.
Infantes había, y según se informó, neonatales también.
—También lo espero—susurró.
Desencajé la mandíbula, sintiendo la fuerza blanquearme los nudillos. La impaciencia de ir tras ella, acometerla con besos y llenarla de mi miembro hasta desvanecer sus contracciones, seguía en aumento.
Pero no iría a ella hasta que los soldados llegaran y me encargara de que ninguno sería un problema para nosotros.
— ¿En verdad les darán a ustedes tierras y libertad?
La pregunta del humano me apretó más la mandíbula.
—Dárselas por volver aquí a ponerse en riesgo, tomar información respecto a ustedes y lo que Chenovy hizo, no lo sé, es un poco...— se detuvo —. Creo que no debiste creerles y volver aquí.
¿Se creía que era ingenuo? Ingenuo fui durante mi etapa infantil creyéndome el cuento de que sería libre si obedecía todo al pie de la letra.
Desconfíe y sigo desconfiando de los humanos, y por ello era meticuloso y precavido con cada uno. No acepté el trato con el hombre hasta ver que cumpliera una parte con mi gente. Un nombre y apellido, un acta de nacimiento y su libertad para moverse en la base en la que estarían resguardados fueron el principio de lo que se nos daría y hasta que se me notificó que los míos estaban a salvo, entonces entré al subterráneo.
—Pero estoy seguro que habrá personas luchando porque ustedes sean libres y tengan un lugar donde vivir— exhaló, y los puños se me presionaron sobre el metal—. No permitirán que los encierren y sean tratados como lo fueron aquí, otra vez.
Pena. Obtuve suficiente de ella de los humanos a lo largo de mi vida en la incubadora y detrás de cuatro paredes. Ahora no la aceptaría, no la necesitaba y mucho menos del humano que tocó y quería seguir tocando la piel de mi humana.
— Nastya será una de las que luchen por ustedes, y también estaré apoyán...
—Ahórrate tu sermón que no me interesa— escupí
con asperidad.
—30 metros.
—Tranquilo, solo estoy tratando de animar el ambiente— apoyó sus codos sobre el barandal—. Ahora que vamos a salir al exterior, será también peligroso para ustedes, pero estamos para apoyarlos, son humanos, por lo tanto, tienen los mismos derechos y so...
—¿Te piensas que necesito tu falsa lástima? — la voz se me engrosó. No volví al subterráneo y puse mi vida en peligro para ser visto como inferior y victima por los humanos—. No cuestiones como si supieras todo lo que ocurrirá con nosotros, sé lo que hice y lo que haré, y sé cómo lo voy a lograr. Así que cierra la maldita boca.
—Bájale una raya a tu humor de perro— espetó y se apartó de librero barandal—. Se que odias a los humanos y tienes motivos, pero si sigues con esa actitud, dudo que Nastya quiera seguir contigo en el exterior.
La torcedura en mis labios remarcó la burla.
—Ya que toqué ese tema, vi cómo te miró al referirte por ella como esta mujer— apoyó los codos sobre el barandal—. El modo tosco en que actuaste interrumpiendo a Seis para que no le contara la historia, aun sí ella ya lo sabía, no fue el correcto.
Irónico. Estaba siendo exhortado por un humano. Si hubo un motivo por el que interrumpí a la hembra de tal modo, fue para evitar que contara los hechos de por qué volví al subterráneo a la mujer.
No mencioné a Nastya como una de las sobrevivientes que encontramos, su existencia en el sótano y sobre el sofá donde la acosté fueron evadidas por una razón.
—Deberías ser más amable con ella. Si te gusta.
Planeo protegerla y recibo el absurdo regaño del humano por mi comportamiento.
—Tan aburrido estas que te prestas a observarnos—aseveré.
—20 metros mi coronel.
—Tuve mucho tiempo libre— afirmó—, y tengo experiencia como para aconsejarte que tú indiferencia te la puede quitar en el exterior. Claro, solo si ella te gusta.
—¿Crees que me importa tu experiencia? —arrastré con severidad.
—Es al frente, 15 metros.
—Al menos acepta el consejo— encogió de hombros—. Nadie muere por eso.
Me dice cómo comportarme, pero ni él mismo se comporta cuando la tiene enfrente, acelerándole el pecho y aumentando su temperatura.
—Solo digo— siguió —. No sé lo que ocurrirá en el exterior, todo puede suceder, y dejando de lado lo que nos sucederá, cuando estemos en la base podría haber un hombre interesado en ella...
Los únicos que estarían interesados serían aquellos que querían matarla, y si existiera uno que sintiera interés como este humano, no podrían obtener tu atención. Nastya estaba prendida de mí que a otro no le prestaría la más mínima atención.
—Porque esa mujer es hermosa.
El metal crujió bajo mis puños y el pecho se le detuvo al darle una mirada de advertía, sus intenciones parecían a flote y si decía una palabra más de su belleza o de mi trato, sacaría el arma y dispararía a sus pies.
No estaría nada mal hacerlo de una maldita vez, pero no planeaba desperdiciar las balas en un humano que no era un problema para mí.
—No me malinterpretes, hasta un niño te diría que es hermosa—se río con nerviosismo con las manos alzadas como si ofreciera paz—. No lo digo de mala forma, sé que los experimentos no saben de sentimientos ni mucho menos expresarlo, pero si ella te importa e interesa, y no quieres perderla, deberías...
Mi puño tirando del cuello de su camiseta le atragantó el resto de palabras. Enderecé el cuerpo del barandal alargando una torcedura al notar la estatura con la que le ganaba al humano.
— ¿Perderla? No planeo hacerlo, no aquí y no en el exterior— alargué entre dientes, aferrando el agarre—. Guárdate tus consejos y experiencias que no las necesito, lo que haga y cómo me comporte es mi maldito problema.
—Bien—bufó el humano—. No tocaré más este tema, suéltame.
—Soldados, atentos, el objetivo está detrás de esta pared.
Los dientes me crujieron ante la voz de la humana y los pasos percibidos del lado izquierdo del área. Lo solté con brusquedad haciéndolo retroceder, y cerré los parpados volteando hacía el barandal, atendiendo el movimiento de las temperaturas aproximándose detrás de la última puerta, apuntando con sus armas el metal.
(...)
Hola mis ternuras, ¿que les ha parecido el capítulo?
Dios, ya estamos entrando a la segunda parte del libro, a lo tremendo de la historia. Entonces, sabrán que la mitad de esta historia se desarrolla en el exterior.
Este capítulo esta dedicado a la bella: leifkleng97 HERMOSAAAA FELIZ CUMPLEAÑOS. ESPERO QUE TENGAS UN HERMOSO DIA Y UN AÑO CON MOMENTOS GRATOS Y PRECIOSOS. UN ABRAZO.
Este capítulo también está dedicado a la hermosa: Mason_Stevens1 Felicitaciones atrasadas de tu graduación hermosa❤
LOS AMOOOOOO.
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