Enigmático

ENIGMÁTICO

*.*.*

(Disfruten el drama, bellezas, y levanten sus bates, porque se viene...)

Nastya.

No dejé de morderme el interior de la mejilla repasando la textura de dos amplias puertas en las que nos detuvimos, eran enormes como la inquietud y rigidez que poseía hasta el último de mis músculos.

La mujer de anchas caderas tomó la perilla dorada de una de ellas y sin abrirla, lanzó una mirada sobre su hombro en dirección a la enfermera.

—Sarah, entre en la siguiente puerta—señaló al umbral a su izquierda.

—Pero tengo que recoger algo a la habitación del Señorito...

Supe que hablaba de la ropa interior y la Coronel negó.

—Lo hará después, la necesito presente en el interrogatorio—pidió y traté de no ponerme inquieta. Lo más probable era que el tal Alekseev no iría a la habitación todavía, estaría presente en el interrogatorio. Por eso estaban aquí—. Entre al cuarto, Sarah.

Obedeció tras asentir, palmeando mi hombro con una sonrisa que apenas me brindó tranquilidad. Se apartó y abrió la puerta que mostraba un cuarto casi por completo a oscuras. La mirada se me fue, queriendo reparar en su interior, ese mismo del que poco pude ver, como ese ventanal amplio que mostraba el interior de otra habitación al otro lado, y esa ancha y sombría figura varonil detenida junto al marco... «Mierda» El corazón se me volcó, bombeando frenéticamente sangre caliente por todo mi cuerpo, extendí los parpados prestando por ese mismo instante más atención. Estaba de espaldas, con brazos cruzados y quise construir esa cabellera negra, pero la señora Sarah adentrándose y tirando de la puerta para cerrarla de golpe, cubrió todo del misterioso hombre.

Lo que no entendí fue la reacción detrás de mi pecho.

—Adelante, Señorita Nastya.

Su voz me torció el rostro encontrando la segunda puerta abierta que dejaba con claridad el amplio cuarto donde me esperaba una mesa cuadrangular con una amplia maquina plana sobre la misma de la que colgaban cables, y un hombre ancho uniforme oscuro sentado frente a la misma.

Él no era el único ocupando el lugar, había un hombre más vistiendo parecido acomodado junto a una puerta de madera blanca que supe y llevaba a la habitación en la que entró la señora Sarah.

La silla giró, produciendo un chirrido que me erizó la piel, y ese rostro varonil y con la barba apenas visible se entornó en mi dirección. Su cabello oscuro llevaba algunas canas y sus orbes eran del mismo color que los de la mujer a mi lado.

¿Él es el tal Alekseev? Se puso de pie, estirando sus labios delgados que dibujo un par de arrugas en su rostro.

No, definitivamente no lo es, la playera que llevo puesta no podría caber en su cuerpo, sus brazos son muy anchos y para ser llamado como un Señorito, es demasiado mayor.

—Señorita Romanova, entre por favor que no mordemos— su voz llena de amabilidad, pero también de gravedad me movió, adentrándome con firmeza y sin miedo en su dirección.

Volví la mirada al soldado de alta estatura. Moreno, de cabellera castaña y orbes de un verde olivo, y me concentré en el hombre a su lado, ese que parecía tener la misma edad del que estaba frente a la mesa. Su cabello castaño y canoso, y de mirada de un azul más claro destellaba una seriedad contra mí que me intimidada.

Él tampoco puede ser. Pero el soldado, ¿sí? Es más joven y la playera que tengo puesta sí que podría quedarle a la perfección... ¿Por qué demonios estoy buscándolo al dueño de lo que visto?

Dejé de pensar cuando paseé hasta el último rincón de la sala vacía, encontrando un largo cortinero de tiras acumulado encima del amplio ventanal completamente polarizado junto al soldado. El cristal tenía agujeros que formaban una clase de circulo.

Recordé la alta y sombría silueta del otro hombre y entendí que detrás de esa ventana, Sarah y el otro hombre, estaban viéndome detrás. Observarían y escucharían el interrogatorio.

¿Y qué hay de él?, ¿será Alekseev? Inconscientemente me encontré revisando sus brazos, morenas en los que no se marcaban las venas y no entendí por qué si ni siquiera tenía orbes grisáceos.

—Me presento, soy el Ministro Materano a cargo del suceso en el subterráneo y a cargo de su supervivencia—El hombre frente a la mesas extendió la mano cuando llegué frente a él, y no tardé en corresponder el saludo, mirando de nuevo al ventanal queriendo ver lo que se hallaba por detrás —, así como también a cargo del interrogatorio que haré.

No dije nada, alzando el rostro para mirar a la maquina con pantalla blanca en la mesa, los cables que salían de sus costados tenían la misma forma que los que se hallaban pegados a mi pecho cuando desperté en aquella camilla.

—Sería tan amable de tomar asiento.

Su invitación y el brazo estirándose para señalar la silla al otro lado de la mesa, me hizo asentir. Rodeé la maquina y tomé el respaldo de la silla con rueditas, sentándome enseguida.

El hombre llamado Materano torció levemente su rostro haciendo una señal al soldado que no tardó en apartarse del ventanal, deteniéndose frente a la mesa solo para empezar a tomar los cables.

—El soldado Kei Lang Lewi le pondrá estos artefactos— señaló Materano—. Los mismos se encargan de medir su ritmo cardiaco y su presión. Envían las señalas a este aparatejo, esto para...

—Para saber si miento o no—terminé por él y quedé aturdida con mis propias palabras llenas de asperidad.

—Así es—refutó.

Observé al soldado acercarse a mí. Y sentir su mano tomando el cuello de la playera para alzarla y mirar en su interior, me hizo reaccionar instantáneamente estallando la mano en la suya en un golpe que apretó sus labios.

—No es que pretenda ver tus pechos, prefiero los planos— Hizo un leve movimiento con sus gruesas cejas y añadió: —. Solo voy a ponerte estos sensores así que no pelees.

Tras sus espesas palabras alzó el par de cables que ondeó en el aire.

—Me los pondré yo—enfaticé volviendo a golpear su mano cuando intento meterla.

—¿Y sabrás cómo? — inquirió, molesto.

En realidad, no tenía idea y negué dándole el lugar de adentrar su mano, sentí incomodidad mirando a otro lado cuando pegó uno a uno el par de artefactos encima del lado izquierdo del pecho y en el centro del tórax.

Tan solo terminó sacando su amplia mano morena, alcanzó el manguito que despegó.

—Alza la manga de tu brazo derecho —me ordenó.

Con una mueca lo hice, remangándome más la playera hasta que él pasó el aparato y lo pagó y apretó alrededor de la parte alta de mi brazo. Tomó más cables con los que rodeó mi pecho por encima de la playera y por último dos artefactos pequeños que colocó en dos de mis dedos al lado del anular.

Todo esto debían colocarme solo para saber si mentía o no. Con la tecnología tan avanzada creí que no se necesitaría de tanto.

Se enderezó el soldado y sin decir nada más, regresó a su lugar, acomodándose al lado de la mujer que no dejó de observar el móvil en su mano, tecleando con su pulgar.

—General y compañía, pueden retirarse, solo quiero a la Coronel presente— la espesa orden del Ministro los hizo asentir, los dos hombres giraron y el de cabellera castaña abrió la puerta adentrándose al cuarto detrás del ventanal.

Ivanova se guardó el móvil acercándose a la mesa y el hombre se inclinó sobre la maquina y picó a un botón, dejando
que ese tintineo saliera de la pantalla.

—Empecemos con esto.

Se sentó y tragué con esfuerzo cuando me miró sin pestañear, dejando que sus dedos golpearan el borde de la mesa.

—¿Qué es lo que se le ha dicho desde que despertó?

Abrí los labios a punto de responder, cuando ella se me adelantó:

—¿Va a iniciar con esa pregunta, señor ministro? — preguntó, mirándolo desde arriba.

—No interrumpa, Coronel—exigió, sin apartarme la mirada—. No importa con qué pregunta inicie, lo que queremos saber son sus reacciones. Entonces, ¿va a responder, señorita Romanova?

Mis reacciones. Sus palabras se procesaron en mi cabeza y tuve que obligarme a relajarme porque estaba nerviosa por el interrogatorio no por las preguntas cuya respuesta seguramente no sabría.

—Que mi nombre es Nastya Alisha Romanova y que trabajé en un laboratorio bajo tierra donde ocurrió un desastre— empecé, observando como la mujer a su lado prestó atención a la pantalla—. También me dijeron que
sé algo que ustedes necesitan saber sobre los involucrados.

Ivanova miró al hombre con el entrecejo fruncido y él arqueó una ceja con extrañez.

—¿Eso es todo lo que se le dijo?

Asentí y él respiró con fuerza, dejando un inquietante silencio que me hizo mirar a la pantalla queriendo saber lo que reflejaba.

—Tienes que mencionar todo lo que sepas, porque lo que digas más adelante y hayas omitido con las primeras preguntas será usado en su contra—recalcó ella y sentí su advertencia que me apretó la mandíbula.

—Entiendo.

—¿Sabe de los experimentos? — preguntó él y asentí —. Cuénteme todo lo que conozca de ellos. Sin omitir información, como sabe hay otros que están presentes y entre ellos, la enfermera que cuidó de usted.

Otra advertencia más.

—¿Todo? — cuestioné alzando una ceja.

Asintió con firmeza y una mueca se me estiró, recargándome en el respaldo. Bien, si querían saber todo lo que sé, lo sabrían sin filtro.

—Que les mide arriba de 21 centímetros—escupí y esos orbes celestes con pestañas rizadas se levantaron de golpe comiéndome con mala impresión—. Que son hermosos, perfectos y fueron clonados de los mismos trabajadores, y también que tienen habilidades como visión térmica.

Silencio fue todo lo que se percibió y ambos miraron la pantalla. Él le dirigió una mirada a la Coronel y ella se enderezó severa, sin dejar de mirar la máquina.

—No sabe mucho a mi parecer— soltó ella—. ¿Se lo mencionó Sarah?

—Sí —respondí y miraron a la pantalla otra vez, por otro lado, terminé viendo el ventanal, imaginando a la señora riéndose o enrojeciendo de vergüenza.

—¿Sabe de otras habilidades? — prosiguió—. ¿Se le hace familiar la sensibilidad a las vibraciones, oídos super desarrollados, visión nocturna, sangre que regenera heridas y cura enfermedades, sangre venenosa y super fuerza, así como su incapacidad para enfermarse?

¿Sangre curadora y venenosa? La sorpresa me dejó procesando sus palabras, ¿todas esas habilidades tienen ellos? Pues con mayor razón la palabra perfectos les quedaba.

Negué ligeramente.

—Quiero escucharla responder—ordenó ella y apenas le dirigí una mirada seria.

—No—marqué la palabra—. No escuché de esas otras habilidades.

Volvieron a mirar la pantalla y el hombre se inclinó colocando los codos sobre la mesa.

—¿Qué es lo que sabe de las personas que iniciaron el desastre?

—De ellos nada— solté—. Pero la señora Sarah dijo que los experimentos se volvieron monstruos y comenzaron a matar.

—¿Y qué es lo que sabe usted? — su áspera pregunta no la esperé dejando de respirar un solo instante cuando varias imágenes quisieron vislumbrarse en mi cabeza al mismo tiempo.

Escenas oscuras y borrosas acompañadas de gritos horripilantes y gruñidos que erizaron mi piel, dejándome petrificada y aturdida con saber de qué o de dónde eran.

—Señorita Romanova— su llamado nubló todo y pestañeé confundida levantando la mirada de mis muslos para encontrarme con la del hombre—, ¿va a responder?

—Nada— fue lo que resbaló de mis labios—. No sabía nada hasta que la señora Sarah me contó.

—Factor X, o gusanos alterados genéricamente — la sola palabra saliendo del lento movimiento de sus labios engrosado, me tensó y no supe por qué —. ¿Le viene algo a la mente?

—¿Qué tiene eso que ver con esto o los experimentos? — quise saber.

—Solo responda.

—No.

Otra vez miraron la pantalla.

—Estos gusanos fueron creados con la capacidad de matar a los experimentos, los soltaron dentro de la matriz de incubación—pronunció, y una clase de frio pinchó mi cuerpo dejándome endurecida en mi lugar—. ¿Tampoco le suena?

Titubeé con la respuesta y no entendí por qué demonios tardaba en negarlo. Tardarme en responder era lo que no debía, si no pensarían que mentía.

—No.

—La matriz es la que se encarga de alimentar el desarrollo de los experimentos en incubación. Soltsr9n los gusanos en las sustancias y bueno, terminó sucediendo todo lo contrario. Un desastre. Los experimentos se deformación un comenzaron a comer y a matar a todos ahí — añadió la mujer y el rostro se me rasgó solo recordar a los niños que vi correr fuera del ascensor, imaginando el miedo que sintieron—. ¿Nada aún?

—No— solté con calma y negué con la cabeza.

—Richard Mackenzy— Mis labios se abrieron con la voz del Ministro y él se recargó en el respaldo tocando con sus yemas su mentón sin afeitar —. Era uno de los guardias que cuidaba este lugar. Le robaron la tarjeta del código que da acceso a esa matriz. ¿Sigue sin sonarle?

Me sentí extrañada, no entendiendo por qué me hacían ese tipo de preguntas como si hubiera visto esos detalles y todavía, ellos lo supieran también.

—Parásitos con tentáculos— articuló el hombre. Un escalofrió se deslizó por toda la columna vertebral, sacudiéndome ligeramente los músculos bajo la piel —. ¿Tampoco los recuerda?

—No— seguí, ya no me estaba gustando esto—. ¿Qué tiene que ver todas estas preguntas conmigo?, ¿parásitos, gusanos y matriz? ¿Conocí a ese tal Richard o qué? Al menos hablen con más detalles porque termino más confundida.

La gruesa exhalación del Ministro me devolvió la mirada a él, sus orbes me estudiaban con tanta profundidad que me sentí inquieta. Llevó sus manos a uno de los bolsillos de su camisa uniformada y lo abrió, sacando un trozo de papel cuadrangular que colocó en la mesa y deslizó en mi dirección.

La imagen de una mujer se hallaba trazada con forma y color. Una mujer hermosa que se alzaba unos lentes sobre la cabeza. Era joven, pero parecía mayor a mí, su cabello castaño llegaba por encima de sus hombros y eso ojos verdes tan intensos miraban a alguna parte.

—Anna Morozova—le escuché decir y no dejé de contemplar a la mujer—. Es dueña de una de las corporaciones más grandes de Rusia, lidera una parte de la mafia con la que tratamos de eliminar. Está alineada a la venta de órganos ilegales, drogas y fármacos a base de sangre de los experimentos.

¿Fármacos a base de sangre de humanos clonados? Entenebrecí solo imaginarlo, sintiendo ese vuelco en el estomago creando malestar. Llevé la mano al abdomen, apretando y tragando el asqueroso sabor que emergió de mi esófago a la punta de mi lengua.

—Esta mujer fue una de las cofundadoras del laboratorio donde trabajaste, fue amiga cercana a Chenovy, el técnico y científico creador de los experimentos— continuó—. Anna fue quien te dio empleo en ese lugar.

La fuerza tan bruta con la que levanté el rostro encajando la mirada en shock sobre el hombre, me hizo sentir una punzada de dolor en el cuello. ¿Ella me dio el trabajo?, ¿eso que significaba?

—¿No le trae algún recuerdo, Señorita? — Recargó sus brazos en cada brasero—. ¿Le suena el nombre?

—No—seguí respondiendo y él mirando a la pantalla.

—Cero Siete Negro.

La mirada se me levantó del hombre clavándola en la mujer de cuyos labios salió aquellas palabras. Su ceja poblada y rellenada tembló ante mi reacción y exhaló cruzando sus brazos detrás de su espalda.

—Al parecer conoce la clasificación— Curvó sus labios apenas en una sonrisa de satisfacción —. O, ¿no?

—De hecho, no.

Contrajo los parpados como si sospechara de mí y miró la pantalla, apretando la mandíbula.

—¿Estás segura? —refutó—. ¿Qué se le viene a la mente cuando escucha el número Siete?

—Nada.

—Piénsalo bien— me ordenó la Coronel—. Di lo primero que se te venga cuando menciono a Cero Siete Negro.

Mordí mi labio y miré la parte trasera del aparato sobre la mesa, traté de enfocarme, pero mi mente estaba vacía, no había ni una sola imagen que se vislumbrara.

—Nada—encogí de hombro.

—¿Y no tienes idea de a qué o quién pertenece dicha numeración?

—No. Pero supongo que tú sí, ¿me lo vas a decir?

La comisura derecha le tembló con molestia y miró de nuevo al Ministro.

—Aquí los únicos que hacemos preguntas, somos nosotros, Señorita— recalcó el hombre—. Usted no nos interroga, nosotros la interrogamos a usted.

— ¿Qué hay del área negra? — espetó ella—, ¿eso no lo recuerdas?

—No— mi respuesta fue instantánea y ella desencajó la mandíbula.

—Ya me cansé de este juego, Ministro — aventó torciendo sus labios en una mueca—. Estamos soltando información a medias. Digamos lo que sabemos de Anna, si ella sabe, sus reacciones darán evidencia de sí está mintiendo o no.

No me creían y, para ser franca, al parecer no solo sabía algo que ellos necesitaban, ella se comportaba de un modo que me hacía creer que hice algo.

—Tranquila Coronel— dijo él —, no ha terminado todavía nuestro interrogatorio.

—Ella tiene razón—solté.

—¿Ella? — cuestioné la Coronel, arqueado una ceja y la ignoré, mirando únicamente al hombre.

—¿En qué les va a servir decírmelo a medias? —los enfrente—. Si quieren saber si miento o no suelten todo

Solo terminaban confundiéndome más.

— Bien, señorita Romanova, le diré un poco de que va esto — El Ministro se enderezó un poco, cruzando ahora sus brazos. —. Fuera del laboratorio existían reclutadores que se encargaban de esparcir la noticia de un empleo en un laboratorio farmacológico, uno de los reclutadores era Anna Morozova, como ya sabrá, fue quien le dio empleo. Pero Anna no solo fue lo que escuchó de nosotros: senadora, aliada a la mafia y cofundadora del subterráneo. También fue una de las que planeó el desastre en el laboratorio.

La mirada se me cayó a la mesa procesando sus palabras.

—Su objetivo era matar a todos los experimentos y obtener las muestras de sangre refrigeradas, Chenovy no cumplió con el contrato y se negó a seguir dando mercancía para sus ventas— agregó y un escalofrió me sacudió solo saber que con venta se refería a la sangre de esos clones—, sangre y órganos. Los órganos eran producidos por unas criaturas que se mantenía enjauladas, así como bestias.

El rostro se me rasgó de horror volviendo la mirada al hombre severo, ¿criaturas enjauladas? ¿Bestias que reproducían órganos?, ¿cómo era eso posible? Quedé petrificada. Parecía todo contado de algún libro terrorífico. No podían estar hablando en serio, pero por la seriedad en el hombre, parecía ser cierto.

—Pero le salió todo mal y terminó en un desastre—terminó ella, acariciando el anillo en su dedo anular.

—Le haré una última pregunta, Señorita Romanova.

Pestañeé mirando al ministro. El suspenso del hombre me desconcertó tanto como su atención en la pantalla y el modo en que volvió a acomodar sus codos sobre la mesa, entrecruzando los dedos de su mano.

—¿Qué relación cree tener con todo lo sucedido? —Mi entrecejo se frunció ante su cuestión —. Con lo sucedido no solo hablo del desastre ocurrido en el subterráneo, por supuesto, hablo de Anna Morozova, los gusanos, Chenovy, la matriz y Richard Mackenzy.

Se me apretaron los labios y miré los artefactos en mis dedos y luego los sensores sobre mi pecho antes de negar con la cabeza. ¿Estaba queriendo decir que tuve algo que ver con ellos?

—¿A qué quiere llegar con esa pregunta? — aseveré—. Me dijeron que yo sabía algo que ustedes necesitaban, pero pareciera que me están culpando.

—Este interrogatorio abarca todo el tema, las preguntas son preguntas que deben hacerse sí o sí — recalcó él —. Aquí no estamos culpando a nadie.

— Me dijeron que trabajé ahí por tres meses, y dos meses estuve atrapada durante el desastre, no recuerdo eso y no recuerdo nada. Eso es lo que se me dijo, así que solo respondo lo que se me menciono— aseveré.

—No responda lo que se le mencionó, mejor responda si sabe o no qué tipo de relación tuvo con todo lo que antes se le dijo— la áspera orden del hombre insertó un amargo sabor en la boca—. Responda, señorita.

Definitivamente estaban creyendo que yo tuve algo que ver con el desastre y lo que más me perturbó era que no podía recordar nada.

—No lo sé —sostuve fastidiada repentinamente—. No recuerdo nada.

—¿No recuerda la explosión en el subterráneo?

—La señora Sarah mencionó que una explosión fue lo que me provocó el golpe en la cabeza— expliqué e Ivanova lanzó una mirada al ventanal polarizado —. Pero no recuerdo ninguna explosión, no recuerdo nada.

—¿Ni el gas venenoso? — La voz de la mujer engroso como si este interrogatorio estuviera cansándola. Negué otra vez con la cabeza—. ¿No recuerdas ni al experimento? Él te protegió de una lluvia de balas.

La sorpresa me dejó en transe. De pronto una necesidad de preguntar sobre él surgió en mí, pero fue como si mis labios se quedaran pegados recordando la señora Sarah dijo que sobreviví en un grupo donde había dos hombres.

¿Uno de ellos era ese experimento del que habla la mujer? Quizás sea el mismo que me masturbó. No, no, no, ¿en qué demonios estoy pensando?

—Responde, Nastya— su exigencia me endureció la quijada, enderezando el rostro para encararla.

—No recuerdo nada— volví a enfatizar, y comencé a frustrarme por qué nada venía a mi mente con lo que mencionaban ellos.

—¿Ni el sótano donde él la encontró? — aventó.

¿Un sótano? Una punzada en las sienes me hizo apretar los dientes y ahogar un quejido, tantas preguntas y la cabeza hecha trizas, era demasiado para mí y no podía entender nada, no captaba nada, ¡no podía recordar nada!

—Responde, Nastya—exigió.

—Que parte de no recuerdo nada, ¿no entiendes? — casi lo exclamé, hastiada de no poder acordarme de todo lo que me preguntaba—. No recuerdo las criaturas de las que la enfermera me habló, no recuerdo de lo que trabajé, no recuerdo a esa mujer ni a ese experimento del que hablas.

Alzó la ceja y se cruzó de brazos remarcando su busto en el escote de su camisa abotonada. Sus dedos con uñas largas y bien cuidadas se apretaron a sus brazos.

— ¿No recuerda haber sido atada a un drenaje?

¿Qué? Fue lo único que golpeó mi cabeza, sintiéndome en shock. ¿Estaba hablando en serio? ¿Estuve atada?, ¿y por qué?, ¿hice algo?

—Coronel—la calló el hombre y el golpe en la mesa me hizo resignar.

—Señor Ministro, no tiene nada de malo que ella sepa que fue encontrada moribunda y atada en un sótano por el experimento.

—¿Por qué fui atada? — los corté enseguida, atrayendo sus miradas que recorrieron el gesto abrumado en mi rostro—. ¿Me van lo van a explicar?

—Como dijimos antes, estamos aquí para preguntar no para responder— su exhalada exclamación me apretó el mentón.

—¿Dónde está ese experimento? — terminé escupiendo sin hacer caso —. Quiero hablar con él.

Mi petición los dejó en silencio, y lo que terminó desconcertándome fue el temblor en mi cuerpo, sintiendo la adrenalina endureciéndome los músculos.

—Si no lo recuerdas, ¿para qué quieres hablar con él? — la tonada áspera de la mujer me hizo saber que mi orden la molestaba y endurecí la mirada frente a sus orbes celestes.

—Ustedes dijeron que él me encontró, y estuvo conmigo— me señalé—. Quizás si lo veo pueda recordarlo.

Alzó sus cejas con una clase de sorpresa y apretó sus labios con amargura, negando en un movimiento de cabeza.

—Lamentablemente para ti, este interrogatorio no ha terminado.

De reojo atisbé al Ministro llevando su mano a su oído e inclinando parte de su rostro contra la presión que dos de sus dedos hicieron. Hasta ese momento, me di cuenta de que tenía un artefacto en su oreja.

—No importa, quiero hablar con él cuando esto termine.

—¿Y qué te hace pensar que él sigue vivo? —siguió inquiriendo, alargando sus labios en una sonrisa ladina, dejando que sus dedos le acomodaran un corto mechón detrás de su oreja—. Quizás haya muerto en la lluvia de disparos de la que te...

—Coronel—la llamó el Ministro —. Este interrogatorio ya terminó.

Ella exhaló, borrando la torcedura en sus labios cuando vio al hombre.

—Entonces, ¿le daremos el lugar, Ministro?

—¿A quién? — quise saber.

Él se sobó el mentón, recargándose por segunda vez en el respaldo.

—Dada las circunstancias no nos deja otra opción, señorita Romanova— soltó en una exhalación de decepción, llevando sus dedos de nuevo al oído para presionarlo en el artefacto —. Puede pasar, Soldado.

La mujer de inmediato se puso tensa retrocediendo y torciendo parte de su cuerpo para mirar de inmediato a la puerta junto al ventanal. Se dirigió a ella con rapidez, luciendo sus anchas caderas que se movían al compás con su largo cabello castaño. No pude quitarle la mirada de encima cuando se detuvo en la puerta, esa misma cuya perilla no alcanzó a tomar cuando fue abierta por alguien al otro lado.

La penumbra del cuarto me estremeció con la aterradora y ancha silueta de un hombre sombrío, y esa amplia mano también sombría apretando con rotunda fuerza la perilla de la puerta.

Se me cayó la mirada sobre el taconeo de esas botas negras y varoniles que atraparon la respiración en mis pulmones. Temblé y el mundo entero enmudeció, volviéndose lento el tiempo para permitirme admirar como las farolas del salón alumbraba hasta el último detalle de su cuerpo cuando se detuvo a tres pasos fuera del umbral.

Recorrí esos vaqueros casi ajustados, moldeando sus muslos tonificados y ese cinturón de cuerpo rodeando su cadera con un par de armas enfundada. «¿Por qué las tiene?» Me perdí con la camisa abotonada que llevaba puesta ocultando ese torso cuyos músculos se tallaban casi perfectamente bajo la tela negra. Subí con plena lentitud recorriendo hasta el último centímetro de ese torso tan masculino, encontrándome con ese par de pectorales que se inflaron con profundidad remarcándose más. Para ser un soldado no llevaba puesto el uniforme como el otro.

Esas clavículas y ese ancho cuello marcando una manzana de adán me hicieron tragar con fuerza, pero no tanto como esa quijada tan trazada y ese mentón casi cuadrangular.

Recorrí esos carnosos y alargados labios de comisuras inquietantemente marcadas y oscuras y esa respingona nariz cuyo puente subía hacia sus pronunciadas y pobladas cejas negras que intensificaban un par de orbes... ¡Y santa mierda! Recibí el impacto de fuego y lava bañando mi piel pedazo a pedazo, se me derritió el corazón y endurecí. No pude parpadear quedando petrificada en ese par de escleróticas blancas y esos iris que no eran de un gris cualquiera y menos natural. El color se asimilada bastante al de la plata, intenso y escalofriante con largas y abundantes pestañas negras que le adornaban sus enrojecidos parpados.

Se me aceleró como locomotora mi corazón al darme cuenta de que esos orbes bestiales estaban clavados en mí, recorriéndome con lentitud y tanta intensidad escalofriante que me hice pequeñita en la silla, del tamaño de un insecto.

—Señorita, Nastya— me llamó la mujer.

Alzó su afinado mentón en tanto se acomodaba al lado del hombre. Dejó que sus dedos se deslizaran en lo alto de su brazo izquierdo cuya manga larga estaba remangada sobre su codo, seguí el camino de su la sensualidad con la que acariciaba toda esa blanca piel, recorriendo bajo las yemas de sus dedos esas largas venas saltarinas del antebrazo, las cuales se trazaban de una forma tan desquiciantemente enigmática que pasé saliva. Hipnotizada, seguí el camino de las venas y no las de sus dedos, observando cómo se alargaban debajo de la muñeca en la que se acomodaba una clase de reloj cuadrangular, y por encima de su amplia mano cuyo dedo anular descansaba un anillo. «Está casado...»

—Le presento al Soldado y mi prometido, Keith Alekseev.

Su nombre siendo pronunciado por la voz aguda y satisfecha de la Coronel hizo estruendo en mi cráneo y el Ministro giró la silla de golpe con sus cejas hundidas y sus ojos entornados en sorpresa.

La comisura izquierda tembló amenazando con estirarse en ese rostro alargado lleno de una masculinidad tan perturbadora al que no pude apartar la mirada encima, embobada, repasándolo ansiosa por ver como sus alargados y carnosos labios se estiraban, lo cual no sucedió. Lo que si sucedió fue que esos feroces orbes se clavaron en el agarre de la mujer, y ladeó su rostro dejando que, de esa cabellera negra apenas desordenada, resbalara un mechón sobre su cien, donde una ligera cicatriz me estiró el cuello.

Con que era él el señorito Alekseev y, ¡demonios! La señora Sarah tenía toda la razón con lo mencionó antes. Creí que exageraba, pero no, incluso, si por mi fuera diría que las palabras con las que describió al hombre le quedaban muy cortas. Bastante, diría yo.

Este era el hijo de un trío bien hecho con la perversidad, lujuria y deseo. Labrado con manos de fuego y detallado por los labios del mismo pecado.

—El Soldado estará a cargo de su siguiente interrogatorio, señorita Romanova— la voz del ministro torció mi rostro y puse mala cara sin saber por qué tanto afán con no creerme.

—¿Siguiente? ¿Creen que estoy mintiendo? — Hundí el entrecejo sintiéndome molesta—. Tienen una máquina que les indica si miento o no, ¿y no les es suficiente con el resultado?

Mi queja me hizo recibir la mirada disgustadas de la Coronel.

—Incluso los resultados de una máquina fallan...—Un sonido inquietante quiso resbalar de mis labios que se apretujaron ante las escalofriantes tonalidades roncas y crepitante de su voz siendo arrastrada entre sus dientes blancos y apretados—, cuando el humano sabe controlar lo que le palpita.

¡Pero qué voz! Con razón muchas se le insinuaba, con ese rostro y esa voz tan estremecedora cualquiera se sentiría igual. Como si escuchara mis pensamientos elevó su mentón, severo e imponente sombreando esos feroces orbes.

—Por ende— escupió endureciendo su mandíbula cuando recorrió la playera negra que llevaba puesta, la cual me recordó que era suya—, estoy aquí para dar el último resultado.

Pronunció cada palabra con un movimiento tan lento de sus alargados labios, marcándolas con tanta bestialidad que sentí ese escalofrió caliente y abrumador deslizándose hasta por la última fibra de mi cuerpo, viajando hasta la parte baja del abdomen en la que se me encajó la mirada en la entrepierna cuando sentí esa desquiciante humedad adueñarse de mi sexo.

Tal sensación tan estremecedora me abrumó, abriendo los labios temblorosos para respirar entrecortadamente. «¿Qué demonios?, ¿por qué de la nada estoy reacciono así?» Lo peor de todo era que no podía decir nada a sus palabras y traté de concentrarme, obligándome a apretujar los muslos contra la entrepierna y levantar el rostro.

Una muy mala idea cuando me encontré con su quijada endurecida, casi desencajada, y la intensidad de esos orbes feroces tan fijamente clavados en mí. intensidad, con su quijada endurecida

Estaba estudiándome, estudiando mi reacción.

Que me estudié en la cama...

Pestañeé desconcertada cuando ni control sobre mis pensamientos podía tener y lo único que pude procesar era que algo tenía este hombre para alterarme de tal modo que me sintiera una tonta.

— ¿Qué harás tú para saber que miento? — terminé finalmente mi pregunta, agradecida de que la voz no se me fuera—. ¿Me conectaras a otra maquina?

Mordió su carnoso labio con rotundidad, estirando la comisura izquierda en una mueca que retorció su escalofriante atractivo, y fui incapaz de apartarme de esa acción que duró un solo instante, aseverando las facciones de su rostro y de un modo perturbador.

—¿Qué están esperando para abandonar la sala? — escupió con asperidad, mirando al hombre en la silla quien alzó las cejas y frunció sus labios.

—Amor, es tu interrogatorio, pero debemos estar presentes—la voz aguda de la Coronel ni sus dedos deslizándose sobre la mano del hombre para entrecruzarlos con los suyos ni siquiera me puso apartar la mirada de él, trazando las venas de su otro brazo cuya forma destellaba en mi mente la imagen de aquel hombre desnudo y de espaldas.

Se parecen. Definitivamente se parecen mucho. Pero necesito ver su espalda desnuda...

Moví ligeramente la cabeza, negándome a ese pensamiento, ¿por qué quería ver su espalda? Aun sí se parecieran estaba claro que él no era el de las venas. No nos conocíamos, de ser así, la señora Sarah me lo habría dicho o incluso su prometida.

— Necesitarás de nuestra presencia, de mi ayuda— siguió ella, mirando su perfil en busca de que fuera correspondida.

Un chasquido entre dientes y sus dedos rompiendo el agarre de su prometida, me levantó la mirada de sus venas encontrándome con su rostro torciéndose para mirar a la mujer a su lado. Quedé hechizada con su perfil varonil.

Maldita sea. Este hombre era la perfección misma en persona.

—¿Quién dice que necesito de tu ayuda? — alargó y sentí arderme la cara cuando la curva de sus labios se estiró en lo que no pude saber si era una mueca o una clase sonrisa que le daba a su prometida, solo puse embobarme por la sensualidad tan retorcida que emitía con su perfil—. Si quieres estar presente, lo estarás, pero en la otra habitación. Ahora, salgan de aquí.

La severidad con la que le hablaba a su prometida e incluso al ministro me aturdió, como si fuera él el que los liderada cuando solo era un simple soldado.

—Ya lo escuchó Coronel.

El ministro extendió una sonrisa que no parecía para nada ser molesta, sino divertida, y se levantó de la silla, aproximándose a soldado y alzando al instante su brazo para palmear el hombro del Soldado.

— Este es su interrogatorio, soldado, usted pone sus reglas—esbozó, apretando su brazo—. Andando Coronel, dejémoslo hacer su trabajo con la señorita Romanova.

—Entendido, Ministro—respondió al instante la mujer, creí que diría algo en contra pero se apartó de su prometido.

Me obligué a seguirla, tomando la perilla para abrir la puerta. La señora Sarah se asomó bajo el umbral alzando su mano al aire para saludarme antes de que el Ministro fue el primero en atravesarla, y tras él, la Coronel dando una mirada a mi antes de al hombre a quien traté de no reparar otra vez cuando un inquietante temblor en mi cuerpo comenzó a notarse como el deseo de mis sus orbes platinado y esas venas en los brazos.

Me van a dejar a solas con él. Y no entendía como eso me estaba afectando. No, no entendía como su presencia ya me afectaba más que saber que no creían en mi pérdida de memoria.

El crujir de la puerta siendo cerrada fue lo único audible, estremeciéndome, y batallé para apartar la mirada de la madera blanca sintiendo como ahora las palpitaciones de mi acelerado corazón eran lo más audible.

¿No va a hacerme preguntas?

—¿Por qué creen que estoy mintiendo?, ¿qué es lo que los hace pensar que lo hago? — la voz por poco me traicionó haciéndome tartamudear—. ¿Por qué razón lo haría?

Silencio fue todo lo que escuché y tragué produciendo sonido con la garganta. Me obligué a mirar los artefactos en mis dedos en los que deslicé mi otra mano y respiré hondo, queriendo tranquilizarme.

—¿Me tengo que quitar esto? — seguí, mordiendo mi labio al percatarme del tic nervioso en una de mis piernas—. Con eso de que de nada sirve una maquins cuando el humano sabe controlar lo que le palpita, supongo que crees que controlo mis reacciones..., ¿me la quito?

¿Por qué no está diciendo nada?

— Bien, si no vas a responder...

Me arranqué el primer artefacto de los dedos creyendo que me detendría, pero no lo hizo. Arranqué el siguiente, sacándome el manguito y despegándome los artefactos de goma sobre mi pecho. Por último, levanté los cables que rodeaban mi cuerpo, estuve a punto de sacármelo hasta que escuché ese huevo levantarse del otro lado de la mesa. Detuve mis manos y subí la mirada de golpe clavándola en ese par de glúteos trazándose bajo la tela de sus vaqueros. Volví a tragar maldiciéndome por reparar esa ancha espalda envuelta en tela negra con una que otra línea arrugada en la que se marcaban ese par de omoplatos. ¿A dónde va?

La duda apenas la percibí porque traté de imaginarme esa espalda desnuda, imaginarme la tensión en cada uno de sus músculos y sus brazos extendidos en la pared recalcando las venas saltarinas haciendo curvas tentativas en sus antebrazos y alrededor de sus codos. Traté de imaginarme los cientos de gotas de agua callando de sus mechones negro y resbalando con tanta delicadeza por toda su espalda hasta perderse en la piel de sus glúteos firmes y...

Pestañeé cuando lo atisbé deteniéndose junto al ventanal, levantando su brazo izquierdo en el que repasé en la argolla en su anular, antes de encontrar sus dedos aferrándose a un hilo que colgaba del cortinero acumulado, y tirar de él.

El nudo se deshizo y la cortina de pliegues cayó sobre el ventanal cubriendo hasta el más pequeño centímetro polarizado. Se me alzaron las cejas al escuchar ese golpeteo instantáneo provenir de la ventana polarizada, una queja que él ignoró y que dejé de prestar atención al encontrar sus puños apretarse y blanquear sus nudillos.

Dobló su brazo y extendió esos largos y varoniles dedos, mirando el anillo de compromiso. Estuve a punto de preguntarle qué estaba haciendo, pero terminé repasando esos dedos que me enviaron al recuerdo del hombre que me masturbaba y con tanta delicia...

¿Por qué demonios estoy recordando eso? No era el momento.

—Perdió la memoria— arrastró en un crepitar tan estremecedor que sentí como se me erizaban las vellosidades—. ¿Es eso cierto, señorita Alisha?

El aliento se me escapó, dejándome desinflada ante su voz que envuelta en ronqueras bestiales pronunció mi nombre con sensualidad. Quedé poseída cuando se giró tras bajar el brazo, deteniendo el tiempo para recorrer toda esa estructura ancha y tosca de su torso moldeando sus músculos debajo de su camisa de botones. Mis dedos hormigueros con el deseo de arrancarse y averiguar que tanto musculo se tallaba perfectamente bajo su piel. Me maldije por no poder detenerme ni aun recordándome que estaba comprometido, lo recorría una tras otra vez sintiéndome insaciable, y es que el hombre era más hermoso y seductor que ese par de experimentos que vi en el comedor.

Alzó su mano con el anillo y dejó que dos de sus largos dedos hicieran un repetitivo movimiento que entendí de inmediato, haciéndome reaccionar con un pestañeo. Las mejillas se me incendiaron cuando al levantar el rostro me encontré con esa torcedura en sus labios remarcando una mueca que, para mí lamento, lo hizo lucir más perturbadoramente atractivo, y miserablemente enigmático con la intensidad tan fría e intimidante de sus orbes platinado cuales me miraban esperando algo de mí.

—Le hice una pregunta—volvió a arrastrar sin deshacer esa torcedura.

Cerré la boca y tragué, tuve que pestañear numerosas veces para poder reaccionar y dejar de verlo como si estuviera embobada. Dios. Este hombre tenía algo que atraía con mucha brutalidad, ¿Por me resultaba tan enigmático?

— Es por eso que estas aquí, ¿no? — aventé alzando el rostro —. Entonces, ¿por qué me estas preguntando? Averígualo, ese es tu trabajo, este es tu interrogatorio. Si los otros no me creyeron con mis respuestas, menos lo harás tú.

Su ceja apenas se arqueó, disminuyendo la curva en sus labios hasta aseverado.

—Si digo que respondas es porque debes responder—exigió.

¿A dónde se fue la formalidad?

—La perdí, no recuerdo nada—exclamé, cansada de repetir lo mismo.

Movió sus muslos y el taconeo de sus botas se marcó tanto en mi cabeza como el tamborileo de mi corazón acelerándose otra vez cuando se llevó la mano al cuello de su camisa, desbotonando uno de los botones que me dejó atrapada.

—Pero recuerdas tu segundo nombre— sus ásperas palabras y esa mirada tan intensa, me apretaron los labios, no sabía cómo explicar eso.

—No sé cómo es que lo sé, fue lo primero que vino a la mente cuando Sarah me preguntó.

—¿Qué más recuerdas?

—Eso es todo— mentí y su quijada se apretó.

—¿En serio crees que me lo voy a creer? —soltó espesamente y con la tensión en sus labios, quedé inquieta—. Responde lo que te pregunté, mujer.

El modo tan desquiciante en que me llamó me desinfló contra mi voluntad y contra el aliento, estrujé los labios dejando caer la mirada al tic nervioso en mi muslo, quizás fue el tic lo que lo hizo saber que ocultaba más.

—A una niña pequeñita, como de unos 5 años, no lo sé— respondí finalmente—. Solo recuerdo que le dije que volvería por ella o algo así, pero eso es todo.

No voy a contarle sobre el hombre desnudo en una ducha. Cielos, mucho menos la masturbación, eso sería...

—¿Eso es todo? — Asentí con rapidez—. Mírame a los ojos y responde, Nastya.

La bestialidad con la que me llamó, desequilibró mi respiración y le obedecí, subiendo el rostro solo para sentirme inmensamente arrepentida al hallarme dibujando esa mandíbula por poco cuadrangular que acentuaba de manera única sus carnosos labios cuyas comisuras no miré en ningún hombre, o al menos en los pocos que vi. Envidiaba su nariz respingona y perfecta, y el marco de sus cejas tan pronunciado, y esas espesas pestañas negras que solo brindaban intensidad e imponencia a sus orbes frívolos.

Otra vez lo miro como si estuviera embobada. Me obligué a endurecer la pierna y detener el tic, respirando hondo para responder:

—Eso es todo—me alivié de no tartamudear, aun así, mis palabras se sintieron como si estuviera atrapada en mis pulmones, y ese era un motivo para que él volviera a sospechar de mí—. Es muy poco lo que recuerdo o creo recordar, Sarah dice que es por el traumatismo del accidente que tuve...

Y dejé de respirar, sintiendo el corazón detenerse, una de sus comisuras oscuras le tembló un instante antes de estirarse apenas y con maldita lentitud en una clase de mueca maliciosa que oscureció de perversidad su rostro. «Jesús, así no puedo.» Un hormigueo floreció con rotunda fuerza en el centro de mi abdomen al detallar como ese gesto le retorcía su perturbadora belleza, y me sentí inquieta, porque si me ponía a repasarlo, parecía como si él supiera algo.

¿Cree otra vez que estoy mintiendo?

—Se te preguntó por un experimento — pronunció deshaciendo su torcedura —. Un humano clonado y perfeccionado con ADN reptil al que se le clasificó como Cero Siete Negro, ¿es así?

Apreté los dedos en los respaldos y subí mucho el rostro cuando su sombría figura se detuvo frente a la mesa, a solo un objeto de medio metro de mí. Me obligué a asentir y no entendí por qué mi cuerpo empezó a temblar que, aunque fuera un ligero temblor, que lo tuviera me tuvo muy confundida. Algo estaba mal, las reacciones que estaba teniendo con este hombre eran anormales, empezaban aturdirme.

—¿Qué sabes de él? —preguntó, desabotonando un segundo botón que dejó apenas unos centímetros de la blanca piel de sus duros pectorales.

Quiero mirar...

—Nada— respondí de inmediato y con el aliento cortado—. Ni siquiera lo recuerdo.

Endureció su quijada y se desboronó un tercer botón, tirando de la tela de la camisa a la que no dejé de prestar atención, atenta a la piel muscular que dejaba apenas a la vista.

—¿Estás segura?

Me sentí inquieta y no por su áspera pregunta sino porque no entendía cómo, a diferencia de los otros dos, él sabría si mentía o no.

—¿Solo con preguntas y respuestas sabrás si digo la verdad? — mi voz sonó como si me burlara—, o, ¿vas a conectarme a algo también?

— Limítate a responderme, mujer.

Arrastró el respaldo y se sentó, inclinando de tal forma su cuerpo hacía adelante que pude ver como se le despegaba la tela de su pecho y parte del torso, dejando esa gran vista de sus pectorales perfectamente dibujados bajo su piel con ese par de areolas marrones, como todos esos músculos trazados fascinantemente a lo largo de su torso. Pues está en muy buena forma.

No solo era maldita y perturbadoramente atractivo, al parecer también tenía un cuerpo de ¡ulala!, tal y como la señora Sarah lo mencionó.

Señor Jesús. ¿Qué demonios sigo haciendo? Él está comprometido y sin sentir una pisca de vergüenza no dejo de devorármelo con la mirada como el mejor de los aperitivos.

Debería estar enfocada en el interrogatorio, pero estaba complicándose teniendo a un hombre como él. Peor me puse al ver como recargaba su codo en el brasero y dejaba que dos de sus dedos se rozaran sobre esos carnosos labios.

Gruesos, rojos con unas hechozantes comisuras que daban ganas de acariciar y no con los dedos.

—Se te preguntó sobre el experimento—arrastró severo y me gravé el movimiento lento de sus tensos labios, esos que aposté a que serían suaves—. Deja de mirarme la boca y respóndeme a la cara.

Sentí cómo las mejillas se me incendiaron, y me di una abofeteada mental, estaba comportándome como una adolescente hormona y que vergüenza...

—Estoy segura de que no me acuerdo de él—insistí—. Por eso pedí mirarlo, quizás así lo recuerde, pero al parecer no me lo permitirán, o, ¿es porque de verdad murió?

Él levantó su mentón recargando su ancha espalda en el respaldo, tal acción sombreó su mirada intensificando esos orbes platinados.

—¿Tienes idea de por qué terminaste atada a un drenaje?

Una mueca se creó en mis labios y no debería molestarme sabiendo que lo más probable era que, al igual que los otros, él tampoco respondería mis dudas.

—No—exhalé, mirando de nuevo el anillo en su dedo—. Y supongo que no me lo vas a decir, ¿cierto?

—A diferencia de otros sé más de lo que te sucedió en el sótano—su espesa respuesta me extendió los parpados.

—¿Y vas a contarme? —sentí inquietud por saber—. ¿Por qué terminé en el sótano?, ¿sabes dónde está ese experimento?

—¿Qué te hace creer que conmigo obtendrás respuestas? — su asperidad contrajo mis músculos, hundiéndome en la silla—. El único que hará preguntas aquí seré yo.

No dejó de mirarme, y tener esos orbes tan intimidantes en mí sin pestañea una sola vez, empezaban a liberar un torrente de sensaciones tan inquietantes que me removieron en mi lugar.

—No lo entiendo — hice saber—. Es que me estás haciendo las mismas preguntas que los otros. ¿Qué tienes tú que la maquina no tenga para saber si miento o no? ¿por qué razón creen que mentiría? No entiendo cóm...

—Rata de laboratorio y un maldito hijo de incubadora— esbozó entre dientes, callándome con la severidad de su rostro—. Trasero artificial y humano clonado completado por ADN reptil y quizás hasta de un animal, ¿alguna te suena?

Hundí el entrecejo repentinamente confundida, ¿trasero artificial? ¿Rata de laboratorio? ¿Por qué me preguntaba que si alguna me sonaba?, ¿acaso los dije yo? Y si las dije, ¿quién se los contó a él?

Negué con la cabeza.

—No— aclaré, cruzando las piernas y apretando aún más mi sexo mojado, la acción me estremeció. Se me resecó la boca cuando hallé sus pectorales inflándose y exhaló con una mortal lentitud que me dejó inmóvil—. Pe-pero si las estas mencionando es porque yo las dije, ¿cierto? ¿A quién?, ¿al experimento Cero Negro Siete? ¿Cómo sabes que lo dije?, ¿te lo dijo?

Tensó la mandíbula apartando sus dedos de su mentón y apretándolos en un puño en los que volví a ver sus nudillos blanquearse. Y no solo se blanquearon sus nudillos, sino que las venas de su mano se remarcaron y me perdí de nuevo recorriéndolas a la vez que mordí el labio inferior.

No sé por qué no dejo de mirarlo, pero esas venas... ¡Dios! ¿Por qué esos caminos venosos recorriendo sus brazos hasta por encima de sus manos resultan tan enigmática? Quiero ir, quiero tocarlas y dibujarlos bajo las yemas de mis...

—Sal de aquí—Las vellosidades se me erizaron ante las ondas roncas y bestiales de su bestial voz escupiendo tal orden.

No supe cuántas veces parpadeé, pero subí la mirada a la frialdad tan cruda y desconcertante en su rostro, por primera vez sus orbes no me miraban, sino al móvil que apretaba en su mano, ese del que no me di cuenta de cuándo sacó.

—¿Puedo irme ya? — inquirí—. ¿Terminó el interrogatorio?

—Si te dije que abandonaras la sala es porque terminó—casi pareció gruñirlo—. Te quiero fuera.

No entendí a qué se debía su repentino carácter, pero no iba a darle la contraría porque en serio quería irme y saber dónde estaba ese experimento del que tanto hablaban. Si ellos no me dirían por qué razón terminé así en el sótano, quizás él sí.

—Entonces, ¿quiere decir que me crees? — pregunté, inclinándome hacía adelante.

De pronto sentí que estaba dentro de un volcán de lava ardiente cuando levantó con rotunda fuerza esos orbes bestiales encajándose en mí, pero la lava no brotó de mi piel, sino de mi entrepierna y contra la delgada tela de la braga.

No otra vez.

—¿Me crees?

La comisura se le remarcó formando una arruga y el tiempo se detuvo solo para admirar la lentitud con la que recargaba sus gruesas manos en los braseros y los empuñaba, engrosando las venas...

— Veo que quieres que siga interrogando— su arrastrada y ronca voz me hizo arrastrar necesitadamente aire por la boca, llenando mis pulmones—. Pero en lugar de la silla te interrogaría sobre la mesa, desnuda y con las piernas abiertas.

El aire se me escapó y el calor intensificó cuando sus palabras se reprodujeron en mi cabeza, sintiendo el vuelco detrás de mi pecho y como mi corazón bombeaba frenéticamente la sangre quemándome la piel. No pude pensar en nada, nada pasó por mi cabeza más que el falso contacto entre mis neuronas.

Quise decir algo, pero los labios no me funcionaron como tampoco la garganta para poder tragar la saliva que se acumulaba. Con un temblor en todo el cuerpo, me levanté de la silla traes el empujón de mis manos aferradas al respaldo. Las rodillas se me quisieron doblar cuando él no apartó su intensa mirada y batallé para dar el primer paso fuera de la mesa. Me obligué a caminar con el deseo de salir, sintiendo como los cables que rodeaban mi pecho y cintura se estiraban con fuerza.

Un estruendo contra el suelo levantándose con rotundidad me hizo respingar y girar clavando la mirada en la máquina que yacía en el suelo con trozos de la misma esparcidos. Me maldije sintiendo la vergüenza calentarme de nuevo las mejillas y alcé la mirada encontrándome con esos feroces orbes observando los restos sin interés.

—L-lo siento mucho— solté al instante en que me arrodillé tratando de recoger todo.

Coloqué la maquina en la mesa observando las grietas en su costado y el trozo que le hacia falta.

Lo rompí.

—En serio lo siento— mordí mi labio —, no recordaba que los tenía puestos todavía y..., ¿me lo van a cobrar?

Él levantó su mirada, enviando una descarga eléctrica que atravesó mi cuerpo, estremeciéndome con brusquedad. Peor aun cuando arqueó la ceja, haciéndome sentir como las mejillas se me rostizaban.

—¿Qué fue ese estruendo?

Y respingué con la inesperada voz femenina, levantando la miradas hacia la puerta junto al ventanal la cual estaba siendo atravesada  por la coronel.

—¿Se te cayó? — preguntó, acercandose con pasos grandes y hundiendo su entrecejo cuando reparó en la maquina—. ¿Como sucedió?

—Fue un accidente.

—Ay, ¿no me digas?— bufó antes de mirar al hombre en la silla—. ¿Te dijo algo?, ¿qué tanto le preguntaste?

Él apretó su quijada y se levantó de la silla, y sin siquiera darme una mirada me dio la espalda con severidad, quedando frente a la mujer, esa que elevó mucho su rostro y entreabrió sus labios para soltar una exhalación por su acercamiento. Solo un centímetro había entre los dos para que sus cuerpos se rozaran en todo sentido.

—Lo que le haya preguntando no es de tu incumbencia — recalcó él y pude notar como el cuerpo de ella temblaba—. Terminó el interrogatorio termino, déja que se retire.

Movió sus muslos tonificados y solo pude seguirlo con la mirada, apartándose de la mesa cada vez más. Atravesó el umbral que daba al cuarto sombrío y desapareció de mi vista y dejando la silueta del Ministro alcanzando la puerta para cerrarla de inmediato.

No obstante, las sensaciones estremecedoras todavía se paseaban en mi cuerpo, atormentándome sin final como la insinuación tan bestial de Keith Alekseev.

—Ya te puedes ir — La voz de la Coronel me apartó la mirada de aquella puerta, clavándola en ella quien se encontraba arrodillada, recogiendo el aparato del suelo —. Sarah te está esperando en el pasillo, ella será la que se mantendrá a tu lado el mayor tiempo de tu estadía en la base.

Sin saber todavía qué decir,tomé los cables que se apretaban a mi pecho, sacándomelos de inmediato antes de colocarlo en la mesa y levantarme. Apresuré el paso a la puerta por la que anteriormente entré. Extendí mi mano temblorosa y dejé que los dedos envolvieran la suave textura del pomo, girándolo y abriendo la puerta enseguida. Tan solo salí y cerré, no dudé en dar una mirada a la puerta que se hallaba a un lado, creyendo que sería atravesada por él, pero en lugar de eso, fue Sarah quién salió con una botella de agua y una sonrisa en sus labios.

—¿Cómo se siente señorita? — se me acercó, dejando que una de sus manos rodeara ligeramente mi brazo y me sobara—. ¿Se sintió nerviosa?

—No sé cómo sentirme— sinceré, negando con la cabeza—. Pero no parecen creerme.

—Si el señorito Alekseev la dejó ir, es porque sí le cree.

Apreté los labios mirando al suelo, ¿en serio me creían? Aunque saber si me creían o no ya no era lo que me inquietaba, sino todo lo que dijeron, Anna Morozova, los fármacos hechos de sangre de experimento, el subterráneo, los gusanos y el experimento que me encontró en un sótano.

Creí que por lo menos en este interrogatorio sabría más acerca del laboratorio, pero terminé más confundida, más inquieta, más abrumada.

¿Por qué terminé atada a un drenaje en ese sótano?, y, ¿qué fue lo que hice para terminar de ese modo? ¿Será por qué vi algo que no debía? Quizás ese experimento lo sepa, quizás le conté lo que me sucedió.

¿Dónde está él? Tal vez esa niña lo sabe. El brazo de la señora Sarah aferrándose al mío para tirar de mí y hacerme caminar, me sacó de mi transé.

—Ahora sí podré darle el recorrido por la base—le escuché decir—. Por cierto, señorita...

Levanté la mirada, atisbando esa sonrisa traviesa que se estiraba en sus labios.

— Esa insinuación al final estuvo intensa, ¿no lo cree? — El corazón se me agitó y no pude creer que lo dijera cuando se sabía que él estaba comprometido con la Coronel—. Contigo en la mesa, desnuda y con las piernas abiertas. Dios se apiade de esta pobre vieja pecadora, pero, nunca creí que el Señorito fuera tan sucio, me encendió más que el sol de verano.

Se abanicó con la mano.

—. En la habitación no podíamos ver y ni escuchar nada, por eso me salí, para ver si podía escuchar por la otra puerta y vaya que lo hice, ¿no se ruborizó con semejante proposición?

—Pero, ¿no se le hizo inapropiado? —pregunté.

—Inapropiado pero caliente—finalizó—. No me puede negar que la proposicion fue sensual.

Hundí el entrecejo cuando una duda repentina golpeó mi cráneo y abrí con fuerza los labios.

—¿Sabe sí seguiré durmiendo en el cuarto de él?

—Aún no lo sé, me pidieron salir porque hablarían del interrogatorio y no pude preguntarle, así que lo haré más tarde— ni siquiera tardó nada en responder y sentí ansiedad saber que hablarían de lo que respondí—. Pero, ¿por qué no? Hasta que la servidumbre vuelva a trabajar debería dormir en el cuarto del señorito. Él podría quedarse en la habitación de la Coronel.

—¿Y sí prefiero dormir con usted? — aventé.

Ella apretó sus labios mirando a alguna parte del pasillo, se puso nerviosa, pude notarlo.

—La cosa es que...— alargó—, estuve pensando y mi cama es muy pequeña, señorita. Además, me echo gases cando duermo y ronco como un oso, no quisiera incomodarla.

—Tal vez yo también ronqué—Se rio y no tardé en imitarla.

—Hágame caso y sí el Señorito Alekseev decide darle su cuarto, siga durmiendo ahí, es muy cómoda, calientita y tiene una bonita vista.

(...)

¡BUM! Y todavía falta la tercera parte que tendrán que esperar ansiosas. Hay bellas, me hubiera fascinado muchísimo darles este capitulo de navidad, dos días retrasada pero bueno, espero que les gustará este dramita que se vio.

Y nomás les digo que el capítulo que esta en el horno, va a estar intenso.

LAS AMOOOO!!

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