El ogro
EL OGRO
*.*.*
(Alisten sus bates y sus palomitas, ternuras)
Siete.
—Aceleren el paso, princesitas.
Se me estiró una comisura, acatar ordenes no era lo mío y nunca lo sería. No obstante, tendría que hacer una excepción a la graznada exigencia del hombre liderando la tropa de soldados.
Dos horas atrás, Ivanova dejó de encabezar al grupo cuando el tercer escuadrón— el cual esperaba al pie de una sala de descanso— se alineó al nuestro, pasando el mando a dicho general.
Su presencia y el poderío que emitía haciéndonos lucir inferior, recordaba a Jerry, el hombre que matamos en el segundo piso del comedor.
El humano que se creía estar encima de todos nosotros y con el derecho de tratarnos como simples animales. No hubo mejor método para callarlo que una bala en el cráneo, y la satisfacción que sentimos con el temor que los sobrevivientes ante nuestra rebelión demostrándoles por una vez ser superiores a ellos, nadie la arrebataría.
Lástima, duró tan poco.
Ahora tendría que conformarme a quedarme atrás de todos, escuchando ordenes que no acataría porque me placía desobedecerlas, y soportando a charlatanes que me creían inferior, burlándose cada diez minutos de mis habilidades. Ganas de agujerarle las piernas no me hacían falta, pero me tenía que recordar que por ahora demostrar mi superioridad no era lo principal, sino cuidar la espalda que me apetecía cuidar porque así me convenia.
—Ya oyeron al general— exclamó Ivanova desde la fila derecha.
Apreté las armas y aumenté el ritmo como los demás. Las armas se levantaron y los rostros de cada uno giraron a los alrededores, revisando las habitaciones vacías y destruidas.
—Más rápido. Tenemos un grupo en el comedor qué alcanzar, aumenten el paso, niñitas.
El sonido del agua aumentó con el apenas trote. Presté atención a los soldados, desde que se incorporaron los del tercer grupo, no perdí tiempo con ellos. Atendía sus vibraciones, sonidos y movimientos más insignificantes que emitieron, memorizaba sus susurros que poco mostraban interés en los sobrevivientes.
Ninguno daba muestras de ser otro infiltrado, nadie daba una mirada de rabillo, no alzaban el rostro en dirección a la humana, y me pensaría que los tres hombres que encontré antes eran los únicos con el objetivo de matarla, pero esto era demasiado bueno y sencillo para ser cierto.
Estos humanos se escondían bastante bien y tal parecían hacerlo de mí.
No eran idiotas como me pensé y tampoco era de extrañar. Si Ivanova conocía de mi trato y había soldados de su escuadrón que entendían el idioma en el que nos comunicamos, y entre esto reconocían a Nastya, sabrían que mi existencia sería un estorbo para su objetivo, por ende, se esconderían.
Tarde o temprano saldrían ante mí, y tendría listas las armas para dispararles.
Al que también mantuve en la mira fue al soldado que sostenía conversaciones momentáneas y absurdas con Nastya y el infante. Sus acciones, miradas y reacciones seguían siendo sospechosas, desconfiaba hasta de su respirar.
Le sonreía a la humana, pero no era sincero al hacerlo. Hablaba con amabilidad, pero la fingía. Decía que las mantendría a salvo, pero mentía.
Su acercamiento apresurado y su confianza para estar al lado de ella y entablar charlas como si el laboratorio y el peligro estuvieran aparte, era suficiente para entender que el soldado tramaba y mantenía intenciones con la humana. Pero la humana demostraba tranquilidad con su presencia, sin incomodidad, sin temor.
Lo dejaba a su lado sin tener idea de que podría estar acompañada de otro de sus enemigos. Después de todo terminó siendo ingenua otra vez y no me quedaba de otra que observar qué tanto soltaría él con ella.
—A 155 metros del comedor, general.
—Muévanse, princesitas— El hombre al frente levantó el brazo haciendo la señal de aumentar el paso.
Cruzamos una división de pasadizos hasta el posterior bloque de habitaciones apenas enteras. Los escombros del agujerado techo se arrinconaban a lo largo del camino, no había cadáveres que evadir ni que revisar, el único problema era la farola que rescataba sobre nosotros, la insuficiente luz apenas alumbraba el corredizo, sombreando los cuerpos.
Los militares se encorvaron, sus armas infrarrojas apuntaron los restos de paredes en los que descansaban cadáveres de parásitos, alargándome una mueca. Su presencia sin vida y la poca iluminación los ponía ansiosos.
En este bloque no había nada que resultara amenazante, las vibraciones y sonidos solo pertenecían a ellos mismos. Pero esta tranquilidad duraría poco.
Vigilé a los sospechosos, Ryan se apartó un paso de Nastya y uno de los otros movió el brazo adentrando dos de sus dedos al casco. Esta acción antes la atisbé, esta era la segunda vez. Pero las vibraciones que emitieron los dedos del soldado golpeando dentro de su casco eran nuevas.
Mantuve la mira en los escombros como si mi atención estuviera en la materia y al frente. Me concentré en los movimientos consecutivos. Se me arrugó la comisura izquierda, los bastardos se estaban comunicando frente a mis narices y el hecho de que tuvieran distintos modos de contactarse me afirmaba que, en efecto, no eran para nada tontos.
Conté los espacios de vibraciones, y el golpeteo hizo secuencia en cinco cascos a la vez.
Dos hombres más en la mira y el casco del imbécil junto a Nastya seguía sin emitir nada. Poco me importaba, el paso que dio al costado no lo pasaría por alto, tales movimientos eran una mera señal para los otros.
El humano estaba con ellos.
—Este panorama me recuerda al residente maldito, ¿a ustedes no? — Don acalló el silencio—. Imagínense si no hubieran detenido la propagación, estaríamos como The Walking dead.
—Peor, Don, vivimos una realidad de película terrorífica.
—No puedo creer que este lugar haya durado casi 70 años creando humanos con super habilidades.
—No se te olvide el tráfico de órganos y sangre curativa, con eso los senadores corruptos se mantuvieron luciendo de 30 años por 3 décadas.
—Se están olvidando de la droga hecha a base de sus fluidos.
—¿Era cierto lo de la droga esa? Creí que los bastardos se burlaban de nosotros.
—Por dos.
—¿Tú lo sabías? —el cañón de Don palpó mi hombro—. ¿Sabías lo que se hacía en este laboratorio?
Torcí el rostro repasando su arma larga, los tres soldados estaban atentos a mi esperando una respuesta.
—¿Quieres que te contemos qué más hacían aquí, clon?
Estiré la comisura, me subestimaban si se pensaban que era un ignorante. Conocí los cimientos del laboratorio, los primeros experimentos creados y el para qué fueron desarrollados. Materano fue el primero en darme detalles externos e internos, y en los documentos que encontré al volver al subterráneo, se registraban los planes que se tuvieron en un inicio. En los archivos guardaban videos de las primeras deformidades reproductoras de órganos, y una extensa explicación de por qué se crearon las bestias.
En un principio los primeros experimentos eran productores de mercancía, simples creaciones para abastecer los negocios de dichos humanos. Vendían la sangre de experimentos blancos y verdes como rejuvenecedores y medicamentos de alta calidad ilegales, en tanto las deformidades producían órganos para los propietarios, así como sangre, la cual soltaba toxinas destructivas como la nuestra, pero en cantidades contables era favorable para curar, por poco, enfermedades crónicas.
Pero entonces, dos décadas atrás el humano que nos creó se encariñó y nos perfeccionó, más humanos y más fuertes, creando a las bestias como nuestro remplazo productoras de un tercio de lo que mis antiguas generaciones abastecieron. Ese fue el resultado de todo lo que hasta entonces ocurrió y por ello me convencí de que poner mi vida en riesgo para hundir a los propietarios, no era una pérdida de tiempo después de todo.
No obstante, la creación de una droga toxica y adictiva fue lo otro que el hombre mencionó, una sustancia que fue creada en el laboratorio al principio de su creación. Pero hecha a base de fluidos, en eso los humanos se equivocaban.
—No hay nada que no conozca del lugar donde nací— Devolví la mirada en los soldados sospechosos.
— Por lo menos están encerrados.
Aun encerrados pagaban a soldados para erradicar lo último de su evidencia.
Esperaba que el sacrificio en este lugar, buscando y recaudando evidencia para ellos, no fuera una perdida. Si el militar, mano derecha del ministro, perdió los USBs y archivos, o murió, de ellos dependía el trabajo extra, porque el mío ya hice.
Aunque, debía admitir que fue a medias. Esta evidencia exótica y provocativa con forma de humana, no la entregaría, prefería abstenerme de hacerlo, sabiendo que, si dejaba que se la llevaran, me volviera una amenaza para todos con esta atracción de por medio.
Egoísta, sí, y poco me importaba el resto. Si perdieron toda la información que se les dio y por la que pusimos nuestras vidas en riesgo, era su maldito problema.
—Oí que la sangre de los Negros es venenosa, y la de los Naranjas acida. Por eso los malnacidos enviaron a un grupo al subterráneo, escuché que querían matar al presidente antes de las selecciones.
—¿Hablas en serio? Que tétrico, ¿dónde escuchaste eso?
—Silencio, soldados—El teniendo de adelante echó una mirada sobre su hombro, una cargada de advertencia—. Demasiada charla.
— Seremos pesados en las conversaciones teniente Gae, pero para el combate somos los mejores—prosiguió el aguileño—. Usted sabe.
—En eso no tengo duda, pero hay que mantener el silencio si se quiere seguir vivo— espetó—. No estamos en una misión cualquiera como para mantener charlas y masticar chicles.
—Lo siento, teniente Gae —Don escupió el material al agua.
El arma cayendo de las manos de uno de soldados me tensó, el cañón le apuntó listo para disparar cuando lo reconocí como uno de los corruptos. Seguí sus minúsculos movimientos como el de los otros cuyas miradas cayeron sobre él. Los de mi lado se burlaron y entendí que este hecho podría haber sido calculado para distraer.
Estudié a los otros, el infiltrado se inclinó y con torpeza sacó el arma del agua, sacudiéndola, apresuró el paso formándose a un soldado detrás de Nastya, y qué conveniente que lo hiciera.
Se preparaban para efectuar su plan, de eso no dudaba, y formarse a su alrededor para tomarla cuando llegara el momento adecuado, era su objetivo.
Si uno más se atrevía a acomodarse cerca, les volaría la cabeza sin importarme más lo que otros preguntarán.
Ivanova echó una mirada sobre su hombro, esas cejas se hundieron al percatarse del movimiento en el soldado.
—¿Esta bien, soldado? —Lo evaluó entre confundida y extrañada.
—¡Sí mi coronel! —se enderezó—. Solo fue un descuido.
La malicia me ensanchó una ladina curva, el bastardo mentía.
—Tenga más cuidado la próxima vez— Ivanova alzó su arma señalando al humano —. Y esa no es su fila, regrese a donde pertenece, soldado.
Se me curvaron los labios, que humana tan servible. No obstante, estos imbéciles no se detendrían, más tarde intentarían acercarse a ella. El soldado asintió y sin decir nada salió de mi alcance regresando a la fila derecha. Por otro lado, esos ojos celestes se alzaron del hombre y miraron en mi dirección.
Levanté el rostro al encontrarla atenta a mí, el interés con el que me recorrió arqueó una de mis cejas. Asintió con apenas una débil sonrisa y tras darle la mirada a los sobrevivientes dio la espalda.
No miró a los sobrevivientes, miró a Nastya.
El interés en su movimiento y lo que demostró con ello, ladeó el rostro. No hubo falta ordenarle al soldado moverse puesto que cualquiera podía acomodarse donde quisiera, ¿acaso su orden y asentimiento era porque presentía que le mentí con la muerte de la testigo?
Mejor le seria a la humana no sospechara de mi mentira, mis planes ya no eran los mismos.
—Wuju, creo que ya te echó el ojo— el codazo volvió a mi hombro como el mal aliento del soldado.
—Y cuando la coronel echa el ojo...— pausó el aguileño.
—Tiene al hombre hasta en la cama—canturrearon al unisonó.
Aunque sus voces no fueron ruidosas, el infante se volteó abriendo la boca.
—¿Escuchaste, Nas? —Tiró de su brazo, el rostro de preocupación era notable en ella—. Esos hombres dicen que la mujer se va a dormir con el Ogro, abrazados y todo.
Repasé la tensión en la curvilínea que destruían mi autocontrol. La ráfaga de fuego que le incendió la piel mordió mi labio inferior, inhalé como bestia el aroma dulce que destilaba su piel caliente. Mordí el labio resistiéndome a lo provocadora que la humana lucía.
Estaba celosa, y celosa me tentaba más a dejar mi lugar y acometerla con vehemencia y contra la pared. Un orgasmo detrás de los restos no estaría nada mal, llenarla de mi miembro una última vez me tentaba.
—¿Qué haremos, Nas? — repitió la pregunta.
—¿De qué hablas, pequeña? — La humana forzó su voz, dulce y ligera—. No hagas caso a cosas innecesarias.
—Te ganaste el premio gordo— El cañón del aguileño palpó mi antebrazo.
Observé su rostro moreno y barbudo, y la sonrisa perversa marcando sus labios.
—Muchos le tienen unas ganas— habló el soldado a su lado, sus ojos azules estaban juntos a la nariz —. Es una musa en todo sentido. Sus curvas y sus pechos, pero lo mejor es ese trasero...
Hablaban de la humana como si fuera un platillo exquisito e inalcanzable para pobres, y no eran tan tontos, ésta fue premiada en belleza y curvas.
—Con el cabello suelto se ve más hermosa y provocadora— sostuvo Don, y dejé de prestarles atención, revisando los soldados —. Nada de ternura, nada de inocencia, es super sensual y ruda.
—¿Se acuerdan cuando se vistió de prostituta para la misión en el centro?
—La voltereta que dio con esos tacones rojos, y cuando aferró sus piernas alrededor de la cabeza del traficante de niños para hacerlo caer.
—Como quise ser esa cabeza...
—¿Dormirías con la coronel si te lo propusiera, clon? — Volví a ser codeado.
La fuerza en mis puños intensificó apretando los mangos de las armas, me desconcentraban de lo que debía mantenerme al tanto.
—¿Creen que responderé tonterías? —arrastré y no presté atención a sus rostros.
—No esperaba menos chicos, después de todo es un experimento— Encogió el de ojos azules—. Se cree mejor que nosotros como el resto.
—No negaré dicha verdad porque lo soy— Ensanché una ladina sonrisa volviendo a lo mío, poco me importación las miradas que se compartieron.
—Tiene un ego insoportable.
—A mí me cayó bien. Super directo y super seguro. Así es como todo hombre debe ser.
—Está todo muy tranquilo, ¿no lo creen? —el comentario de Richard me hizo mirarlos, el hombre cada paso estaba más cerca de Seis—. Me cuesta aceptar que después de horas sigamos sin ser atacado.
La inclinación del soldado tomó mi atención, rozando el brazo con el de la humana. Piel con piel solo me dibujó una burlona sonrisa, ¿cuál era el plan del humano? La tenía tan cerca, tan dispuesta para ser atacada y no actuaba con ella. Solo la rozaba, la miraba y aun así el órgano tras su pecho no se alteraba.
—Eso es porque matamos a muchos parásitos en el comedor y también hallamos dos nidos y los quemamos — explicó.
—¿Solo encontraron dos nidos? —inquirió la humana —, ¿creen que hallan más?
—El grupo que nos espera en el comedor fue el que se encargó en recorrer todo el laboratorio, ellos seguramente hallaron más e hicieron lo mismo, y diría que emos matamos a todos, pero el Ogro mató a uno— su codo golpeó ligeramente el de ella—. Así que probablemente nos encontremos a unos pocos más en el camino.
—125 metros del comedor, general— gritó Ivanova.
—Ya oyeron, mariquitas.
—Princesitas y ahora mariquitas, apuesto a que el general tomó los sobrenombres de Internet.
Las risas susurrantes se levantaron a mi lado, estos soldados no podían permanecer en silencio una sola hora. Cada cinco minutos se les ocurría decir tonterías.
—¿Qué habilidades tiene este Ogro, Nas?
Chasqueé la lengua, el soldado comenzaba a investigarme, me miraba como un impedimento y sí que lo sería porque fácil no se lo iba a dejar si pretendía lastimar a la humana.
—¿Te interesa saber? —inquirió la humana.
—Estaba pensando en lo veloz que actuó con el parasito, si es bueno mirando temperaturas y tiene buenos reflejos, quiero saber qué más sabe hacer el tal Ogro.
— El Ogro y Seis no solo pueden ver temperaturas también olfatean olores a kilómetro...
—Y eso es todo verde 56—interrumpió la hembra—. Ya deberían saber de nosotros, ¿no?, ¿por qué investigar nuestras habilidades? Si no las sabes no tienes por qué saberlo.
—No todos, mujer—clarificó, apartando su brazo de Nastya—. Hay soldados que venimos aquí sin saber si quiera que los experimentos creados eran humanos clonados de trabajadores.
—También somos buenos para percibir quién dice la verdad y quién no, y tú no la dices —determinó Seis.
Enviar a la hembra creyendo que intimidaría al soldado, fue un error, y ahora que informara de tal habilidad— una que podría no ser conocida por los infiltrados—, me fastidió. Si sabían de lo que éramos capaces de percibir, entonces cambiarían su jugada.
— ¿Por qué dices que no conoces de nosotros, humano? — escupió.
—Eres muy directa, me gusta eso —soltó el coqueteo —. Pero te equivocas, conozco de ustedes porque ya se me habló, sin embargo, estoy preguntando por sus habilidades.
—Pues vive en la ignorancia, humano, porque nadie te las dirá.
Palmeó el hombro de Nastya, obligándola a ladear su rostro y mostrarme su perfil. Su cabello acomodado detrás de su oreja le relucía su respingona nariz y ese picudo mentón. Aun con la poca iluminación sombreando su rostro, se vislumbraban sus atributos provocadores.
Por ahora, este humano la tenía toda para contemplar de cerca pero no la disfrutaba.
—¿Es siempre así de intensa? — susurró, arqueé una ceja a la fingida sonrisa ladina que le marcó el hoyuelo. Trataba de seducirla y de nuevo, fingía—. Siento que odia a los humanos.
—Tengo mis malditas razones para odiarlos—escupió Seis.
—Imagino por qué, vivieron en este laboratorio como esclavos—Hizo como si se acomodara el chaleco e inclinó su rostro sobre el hombro lanzando una mirada en mi dirección—. ¿Qué hay del Ogro?, ¿él también es intenso?
— El Ogro es peor—Apreté una comisura, apenas alcancé a distinguir el delgado brazo apuntando hacia mí—, a mí no me cae nada bien, menos ahora que se aparta de Nastya después de declar...
—Pequeña— la advertencia de la humana, por dulce que fuera, detuvo las palabras del infante, le estaba siendo insoportable.
— Ups— Cubrió su mano como si cometiera un error —. Pero por eso quiero que Nas se quede con un príncipe azul que la cuide mucho, le dé mucho amor, muchos abrazos y besitos.
Tonterías. No seré el príncipe ni el caballero que prometía dar amor del bueno y empalagoso, seguir la típica figura de todo humano, no era lo mío, pero al menos la protegía y le daba lo que hasta ahora conocí. Aunque mis intenciones fueron egoístas al cuidarla para obtener lo que se me prometió, y aun en esta etapa en la que no se me daría mucho del trato, la cuidaba por egoísmo, por conveniencia y el simple deseo de tenerla solo para mí.
—Bueno niña— el soldado encogió de hombros formándose detrás de la mujer—, de ella depende con quién quiera estar.
— Espero que no sea con el Ogro feo y gruñón — se quejó, su molestia era sin duda exagerada —, es tan cruel conmigo, me ignoró y me hizo llorar. También es cruel con ella, cuando supo que venían por nosotros él le ha...
—Pequeña, esa boca por Dios—la risa corta que brotó entre sus carnosos labios, me crujió los dientes.
Un gruñido se me atascó con la sangre caliente bombardeándome el miembro. El falo saltó, duro como el hierro sintiendo el glande empujando la tela de la pretina..., ¡mierda! Apreté los mangos de las nuevas armas, arrastrando aire entre los dientes, me jodía prenderme de este modo por una humana y una risilla.
Estar lejos de ella comenzaba a cobrarme factura, y la odiaba por encenderme de este modo, y tenerme como un perro estudiando a todos, aguantándome las ganas de vaciarme en su interior y alimentarme de su sexo.
—Es que hablo mucho, ¿verdad?
—No es malo que hables mucho, solo que las cosas intimas...
—No hay que decírselas a extraños—terminó la frase.
—Exacto, y estoy segura que él nos está escuchando— Hizo un movimiento con la cabeza sobre su hombro, sin lanzar mirada—. Se le llena el ego de tanta atención que le préstamos y eso es desafortunado.
La ceja me tembló, la humana estaba provocándome.
—Entonces, ¿ya no vas a ponerle atención a él? —La humana negó sin titubeos, acariciando su coronilla con la palma de su mano—. ¿Eso quiere decir que tampoco estarás a su lado?
Lo que desencajó mi mandíbula fue la sinceridad con la que sonrió al infante.
—No—la asperidad en su voz me levantó el rostro, su ritmo cardiaco siguió normal, sin mostrar mentira en sus acciones o nerviosismo. Se inclinó junto a ella, susurrando: —. Nunca estuve a su lado, pequeña, y ya que saldremos al exterior tengo otros planes.
Se me volvió pesada la respiración y los puños me quemaron con intenciones de reventar las armas que sostenía, ésta maldita mujer actuaba de modos que me rabiaban. No solo pretendía ser mentirosa, tonta, terca, ingenua y testaruda. Decidiendo la misma ridiculez como si la promesa en el baño fuera una mierda.
No estaba estudiando a los imbéciles que querían matarla solo para que se creyera que podría alejarse de mí. No pude detener la rabia ganándome y el mango en mi arma crujió ante la fuerza que desprendí en el puño. Esto no era un juego y si se creía que se saldría con la misma y se la pasaría por alto, estaba muy equivocada.
—Cabrón, volvió a romper el arma—musitaron a mi lado.
—Las armas son caras, clon. No las desperdicies cuando todavía no estamos a salvo.
—Ya déjenlo, tal vez no controla su fuerza, ¿verdad amigo? — Don se inclinó junto a mi—, ¿no controlas tu fuerza?
No la puedo controlar cuando se trata de esta humana testaruda.
—Qué bueno que lo aclaras humana y más te vale cumplirlo—espetó Seis—. Que retomes la misma decisión solo me refuerza colgarme más de él.
—Hay algo que quiero saber, Ryan —Los hombros de Seis se tensionaron al ser ignorada—, y espero que puedas responderme.
El falso interés de la humana solo me provocó burla. Más sincera no podía ser con sus sentimientos. Después de todo Richard no se equivocó con lo que mencionó en el piso de incubación, Nastya estaba enojada por el cómo me dirigí a ella, y por supuesto, no faltaba agregar que la abandoné en la cama, su intento de hacer conversación y que hasta entonces no le prestaba la atención que parecía demandarme desde lejos.
No me tentaría a tocarla. Acercarme solo me pondría el trabajo más difícil, y no era tonto para contarle lo que sucedía a su alrededor porque conociéndola, haría las cosas complicadas, trataría de escapar del grupo y de mí.
Mi plan seguiría siendo el mismo, dejarla en la ignorancia.
—Dime, Nas.
—Supe que parásitos salieron al exterior, ¿mataron a personas? — el tono en su voz tembló.
El masoquismo parecía gustarle a la humana, curiosear de lo que sus acciones provocaron no serviría de nada más que añadirle culpa y dolor.
—Los que cuidaban la planta eléctrica y un pueblo entero fueron los únicos que pagaron las consecuencias del subterráneo.
Desde mi posición percibí su temblor y el órgano latiente se le sacudió llenando de espasmos su pecho con el dolor de la respuesta.
—¿Todos murieron?
—Algunos pocos sobrevivieron, pero después de ello no hubo más.
El soldado no mentía, se nos informó sobre lo ocurrido en el exterior, los humanos sobrevivientes del pueblo que tuvieron que encerrar al ser mordidos, terminaron matándolos para evitar la propagación del parásito.
Lo que sabía también, era que para evitar que otro parasito saliera de la planta, no solo rodearon el perímetro de militares armados, llenaron la tierra de minas, solo un camino estaba libre, y el cual usaríamos una vez saliéramos del subterráneo.
— Los militares se mantuvieron al tanto de todo en el exterior, matando la plaga. Incluso en las ciudades cercanas hubo toque de queda para más seguridad. Pero hasta entonces tenemos entendido que nada más grave ha ocurrido.
—Por lo menos... — detuvo su voz, pero el palpitar tras su pecho continuó. Negó con la cabeza, una acción tan propia cuando se arrepentía de lo que decía o diría—. ¿Los experimentos y trabajadores están en un mismo lugar?
El soldado meneó la cabeza antes de asentir. Revisé a los soldados sospechosos, ningún otro hizo movimientos fuera de lo común, sus cascos no volvieron a emitir vibraciones ni sonidos producidos.
—En la base militar. Sí y ahí es a donde vamos a llevarlos.
—¿Vamos a estar en el mismo lugar con los humanos? —la hembra decepcionada.
—Humanos y experimentos, sí—asintió dos veces —. Estarán viviendo en la base, y tranquila, no tienen reglas y la comida es muy rica.
—¿Permitirán a los trabajadores volver con sus familias? — su voz tembló con nerviosismo.
—Por ahora dictaron que se quedarían 4 meses aislados en la base, pero después de lo estipulado los dejarían volver a sus casas.
—100 metros, general.
—Nos queda poco, princesas, sigan moviéndose— gritó.
—¿Tienes familia, Nas? —Al parecer el soldado también tenía curiosidad por ella.
—Sí, y espero volver con ellos— la sinceridad desencajo la quijada.
Alargué una torcedura que se remarcó en el rostro y tembló, irritada. Esta humana terminaría con mi autocontrol y mi paciencia, sus decisiones empezaban a fastidiarme.
Respuesta equivocada, mujer.
Huir de mí, me volvería el monstruo si se atrevía.
—Si te vas con ellos, ¿ya no te voy a ver?
Se tensó a la pregunta del infante, y percibí los nervios haciéndola sudar. Dio una mirada y su perfil se cubrió cuando los mechones rubios resbalaran de encima de su oreja, y exhaló.
—No, pequeña, voy a venir a menudo— percibí la duda en su voz—. Iré a visitarte.
—¿De veritas? — el infante saltó en el agua—. ¿Me vas a visitar?
Ella asintió llevando la punta de sus dedos a recoger su cabello detrás de su oreja. Dejé de mirarla, hastiado de la rabia con la que me consumía, guardé el arma y saqué una nueva, esta no volvería a romperla por una de sus estupideces.
—90 metros del comedor, general — la voz al frente los enderezó.
—Apresuren el maldito paso, sabandijas—el grito se extendió sobre el derrumbe, los soldados no tardaron en obedecer.
—¿Creen que si nos inyectemos ADN reptil seamos igual de super que el clon?
El musitar del soldado Don me apretó los labios. Su falta de inteligencia debía ser una broma, y escuchar la tontería no me restaba la rabia que la humana provocó.
Callarles la boca era lo que estaba deseando.
—Que neuronas, Don, ¿cómo pudiste graduarte?
—Bastardos, por eso nunca les cuento nada, siempre se burlan de mí.
Además de la impotencia de no poder acorralar a la humana y hacer las malditas preguntas, lo que me tenía impaciente era tanto silencio.
Tanta calma empezaba a ser sospechosos, contando que cada vez estábamos cerca del comedor y ningún de ellos logró acomodarse junto a Nastya hasta entonces, ¿por qué se veían tan seguros?
Sus órganos sin latidos extras, su cuerpo sin segregar sustancias que percibiera como nerviosismo y ansiedad. No temblaban, permanecían firmes, como si todo estuviera yendo de acuerdo a su plan.
Alargué una comisura iracunda, me sentí el bufón de los imbéciles al entender que el soldado de antes fue solo una distracción. Estaban tratando de burlarme, y lo seguirían haciendo para hacerme creer que no estaban logrando su cometido con Nastya, y una vez cayera en su engaño, atacarían.
Tal hazaña podría deberse a que, entonces, los humanos con los que trabaja perdieron la información, y Nastya sería lo único que restaba como evidencia. Pero, ¿estaba humana importaba tanto? ¿Tan peligrosa resultaba viva e ignorante de lo que sucedió para empeñarse en verme la cara? Tal vez presenció algo con los propietarios que no convenia sacar a la luz y por ello actuaban tan calculadores.
Fuera lo fuera, mantenerla a salvo no me seria sencillo si tomaba en cuenta que, además de cinco infiltrados, podrían ser más.
—¿Señor Richard también tiene familia?, ¿se ira con ellos?
—Eso es lo que deben hacer, 56 verde— Las hebras del cabello negro de Seis se mecieron con el movimiento de su cabeza—. No tiene por qué quedarse con nosotros, ni ella ni él.
—Pero a mí me caen muy bien, quería que se quedara aun si es aburrido.
—Otra vez auch, niña— Richard se quejó—. Fui el único que estuvo ahí cuando te ignoraron y tu solo me llamas aburrido.
Los hombros de la humana temblaron como si contuviera una risa, y contuve una respiración sintiéndome endurecido, ansioso de escucharla reírse frente a mí.
—Pero aun aburrido, me caes muy bien. Todavía te quiero con Nas.
—Sigues con lo mismo— Percibí la incomodidad en el humano moreno, alargando una mueca—. A ti solo te gusta emparejar a todo mundo, niña.
—Es que me encanta los finales felices, las parejas son muy bonitas.
—Izquierda— gritó el general—. Disminuyan el paso, niñitas. Paso lento.
La graznada orden fue recibida, disminuimos el ritmo y el general que cruzó la división de pasillos tomando el siguiente corredizo a su costado.
Perseguimos su espalda adentrándonos bajo un angosto y sombrío umbral. El techo destruido con tuberías colgando, las paredes colapsadas, los escombros cadavéricos acumulándose en montañas fuera del agua y la gama de oscuridad que se desataba al frente y en el resto de pasadizos tintinearon de advertencia en mi cerebro, bombeando la sangre a través de las venas de mis manos que pusieron fuerza en las en las armas.
Las levanté apuntando a los infiltrados que apenas se adentraban detrás de otros soldados. El lugar pretendía ser todo un escenario para matar con facilidad sin que los humanos pudieran percibir cualquier acontecimiento en la oscuridad y no me detuve a pensar, era aquí donde estos bastardos actuarían, y aquí era donde los mataría si se atrevían.
El aroma a putrefacción arrugó la nariz de muchos llevando su brazo a cubrirse ante el insoportable aroma, pero el chillido de los roedores que se alimentaban de los restos humanos, elevándose sin titubeos perturbó la seguridad de muchos, haciendo dudar sus pasos, entre ellos, los sobrevivientes.
Me adentré cuando los cuerpos de los infiltrados apenas empezaron a sombrearse. No sería un problema mantenerlos en la mira en la oscuridad, sería el problema del resto de la tropa darse cuenta de que entre ellos había corrupción. Fácilmente, y una vez que todo oscureciera, podría dispararles pasando las preguntas de Ivanova y los charlatanes por alto.
Los soldados de enfrente comenzaron a moverse ansiosos ante las ratas nadando a su alrededor, se me curvaron los labios al ver a la humana retrocediendo cuando una de ellas rozó su muslo, y el infante se le colgó a Seis.
El agua chapoteo a mi costado y un quejido de roedor siendo azotado por el arma del aguileño, levantó la risa de Don.
—Qué asco, se me olvidaban las malditas ratas.
—Y tú eres todo un imán, es que saben reconocer a su especie, Don.
—Bastardo...
—Enciendan sus linternas— exclamó Ivanova, siendo ella la primera en dejar que la luz sobre su arma vislumbrara las filas y los sobrevivientes —. ¡Quiero a todos encendiéndolas! El que no lo haga, no siga el paso.
La orden fue recibida y su linterna alumbró únicamente a los sobrevivientes. Sus ojos celestes los repasaron, alargando una mueca.
—Pasaremos por un derrumbe grande y un cementerio de cadáveres repleto de ratas—informó—. Ya se habrán dado cuenta, así que no griten.
Movió su linterna alumbrando a los soldados junto a mí.
—¡teniente Gae, soldado Wilson y Roberts!
Sin demorarse los nombrados se acercaron a Ivanova y la orden que les dio me fue interesante: quedarse detrás y al lado de los sobrevivientes. Una guardia para su protección, ¿acaso la humana sospechaba de Nastya?
—El resto siga el paso lento — exigió.
Sus muslos envueltos en la tela negra y gruesa se apartaron de los soldados, revisó que cada uno hiciera lo suyo y entonces, me alumbró.
—Cero Siete Negro, te quiero enfrente, conmigo y el general—La comisura izquierda se me alargó en una maliciosa mueca que contempló—. Al frente soldado.
Se me ensanchó más la mueca, me exigía como si fuera a obedecerle, lo cual no lo haría, no era uno más de sus soldados. Se acercó y no presté atención manteniendo en la mira a los sospechosos y los sobrevivientes. La hembra le dio el neonatal a Richard para cargar al infante y sacarla del agua.
—¿Me estas ignorando, soldado? — Se acomodó a mi lado y bajo la mirada atenta de los otros.
—No soy un soldado, humana—aseveré —. Conmigo te equivocas si crees que te obedeceré.
—Me saliste rudo, me gusta.
Desvanecí la mueca apretando los dientes cuando sentí el roce de sus tibios dedos sobre el antebrazo.
—No soy idiota, soldado, sé lo que pretendes — susurró y se pegó a mi costado—. Has estado atento a mis soldados como si desconfiaras, además no le quitas el ojo de encima a la humana rubia, temes por su seguridad, pero, ¿por qué?
Las venas del cuello me saltaron y la ignoré, recibiendo esos ojos verdes encimados sobre el hombro de la hembra para mirarme con molestia.
—Nas, la mujer esta con el malvado y perverso Ogro. Lo está tocando.
Arqueé una ceja, este infante estaba empezando a irritarme con sus comentarios, todavía tirando de la manga de Nastya para voltearla.
—Mira—alargó.
Esa cabellera rubia se sacudió en negación, sus pequeñas manos se apretujaron y se concentró en su caminada. O eso, hizo pensar haciendo un leve movimiento de inclinación sobre su hombro.
Su corazón se aceleró, nerviosismo y ansiedad. Negó otra vez y se contuvo a mirar hacia nosotros.
— Facciamola finita e dimmi chi sospetti. Il testimone è in pericolo, me ne accorgo.
«Terminemos con esto y dime de quienes sospechas. La testigo está en peligro, eso estoy notando.»
Se me desajustó la mandíbula ante su susurro.
—Non entrare in questo, umano— el engrosamiento de mi voz escupiéndose entre los apretados dientes la hizo estremecer.
«No te metas en esto, humana.»
—Es mi maldito trabajo del que te atreviste a privarme—escupió acomodándose delante de mí, deteniendo mi paso—. La donna bionda è la testimone. Lascia le bugie e dimmi chi sospetti.
«La mujer rubia es la testigo. Deja las mentiras y dime de quienes sospechas.»
—Dímelo de una— agregó apagando su linterna.
Se me retorcieron los labios, hastiado de lo que no podía controlar por mí mismo. No me contuve y tras mirar a los sospechosos, la tomé del chaleco y tiré de ella. Su cuerpo chocó contra el mío y su mano fría se aferró a mi muñeca ancha. El lóbulo de su nariz me rozó los labios y ahogó un chillido cuando el cañón de mi arma se estrelló contra su sien.
—La está abrazando, Nas.
Maldito infante.
—Estas perdiendo el tiempo si crees que soy una de ellos—escupió en susurro, luchando para apartarse de mí.
La estreché más a mí, prestando atención a su pulso. Sino era el pulso cualquier pequeño aumento en su temperatura y jalaría el maldito gatillo atravesándole el cráneo.
—Si veo que me traicionas serás la primera en morir, humana.
—Ya dime de quienes sospechas para detenerlos de una maldita vez. Porque al igual que tú, entregarla a salvo es mi trabajo, soldado.
Los dientes me crujieron, aun teniéndola pegada a mí no percibir ninguna alteración tras su cuerpo, ni el más mínimo nerviosismo en ella me tensó, y tener a Nastya cada vez más lejos de mi alcancé hizo que la impotencia me quemara la piel.
No iba a perder el tiempo en averiguar qué tan de confianza era ahora mismo, ni mucho menos en pensar cuantos problemas me traería Ivanova al saber de Nastya. Cuando la humana estuviera a salvo, pensaría en qué hacer con ella.
—El soldado que enviaste a la fila derecha, los últimos cuatro en la fila izquierda— espeté.
—¿Y qué hay del que está al lado de ella? — su aliento cosquilleó mis labios—. George actúa sospechoso.
Así que se llama George.
—Ese déjamelo a mí— escupí entre dientes.
Ella negó, los rizos detrás de sus orejas, resbalaron a lo largo de sus hombros.
—No vas a matarlo—me negó—. Todos serán arrestados y llevados con el ministro de una.
No acepto un no. El soldado se ganó mi atención, por ende, obtendrá lo que merecía de mí.
— Entonces encárgate de una maldita vez— advertí y solté su chaleco.
Tropezó con sus propios pies cuando retrocedió, y encendió la luz de su arma, alumbrando las espaldas de los otros.
—Más te vale confiar en mí y en general, porque también está con nosotros.
Trotó recorriendo las filas hasta acercarse con los soldados al lado del general. Apunté a su cabeza con el cañón en tanto con la otra arma apunté a la espalda del soldado junto a Nastya, atento a lo que hicieran.
Volví a la fila de los charlatanes y pasé al soldado frente a mí, quedando a solo un par de metros de los sobrevivientes. Observé a Ivanova, hizo un movimiento con la mano señalando sigilosamente la fila derecha, y otro movimiento más a la izquierda. Los soldados asintieron y se movieron con rapidez entre el agua, seguí a cada uno de ellos. Dos fueron por el de la izquierda y ocho por los de la derecha, por otro lado, tres de ellos se detuvieron delante del soldado George.
Alzaron sus armas y señalaron sus pechos con los infrarrojos al mismo tiempo, deteniéndoles el paso.
—Entreguen sus armas—gritaron.
—Levanten las manos o disparamos—exigieron otros.
—Pero, ¿por qué?, ¿qué hice? —arrojó la pregunta y miró a Nastya.
Apunté a la cabeza cuando sentí que la tomaría como rehén. No lo hizo, devolviendo la mirada a los soldados.
—Obedezcan—grazno el general sin abandonar su puesto—. Estarán bajo arresto, cualquier movimiento que hagan y recibirán una bala en las piernas.
—Clon, ¿qué está pasando ahí? — por la espalda recibí los codazos del aguileño—. ¿Por qué le apuntan?
Lo ignoré, así como la mirada del infante asustada por mis armas.
—Pero no hice nada, general—excusó el soldado, entregando su arma con silenciado y descolgándose el resto.
Los demás sospechosos hicieron lo mismo sin defenderse, entregando su armamento y alzando los brazos sobre su cabeza. Los obligaron a voltearse, colocando los grilletes en sus manos tras su espalda.
—De ahora en adelante estarán al frente — exclamó Ivanova, acercándose con el arma apuntando a dos de ellos—. Avancen.
Seguí a cada uno de ellos, señalados por los infrarrojos, moviendo las piernas entre las filas hasta acomodarse de espaldas al general.
Arrugué los labios, esto resultó demasiado sencillo, sin balas, sin sangre, sin muertes.
No lucharon si quiera por intentar disparar a la humana antes de ser atrapados, se entregaron con tanta simplicidad que parecía como si todo esto no fuera tramado o no tuviera final todavía.
—Soldados, sigan el paso, cuidado con los escombros.
Torcí el rostro revisando al resto de los soldados, la extrañeza en ellos buscando explicación me hizo dudar de todos otra vez.
—Fue muy fácil, así que ponte alerta.
—¿No vas a hacerles preguntas? — arrastré entre dientes—. ¿Te confías tan fácilmente?
—Llegando al comedor vamos a hacerlas— Ignoré la voz de Ivanova al lado de mi—. No podemos detenernos ahora, este terreno es demasiado peligroso, hay trozos del techo que siguen derrumbándose y si hay más con ellos, será mejor salir cuanto antes de estos pasillos. Solo nos queda estar alerta.
Apreté la mandíbula, la confianza en la humana era absurda y la calma en los sospechosos también. Tal vez estos imbéciles tenían hecho el plan que de cualquier forma saldría, o en el último escuadrón del comedor estaban otros que llevarían a cabo su orden.
Un gruñido se atascó en la garganta, mi cabeza era un caos y la erección en la entrepierna no me ayudaba a concentrarme.
—Cuidado con los escombros —exclamó el general, siendo él el primero en trepar una montaña de restos putrefactos—. Muévanse.
Los soldados empujaron a los sospechosos, haciéndolos trepar, el chillido de los roedores se elevó con más fuerza, aumentando en tan solo pasos alrededor de los humanos. Pero lo que obtuvo mi atención fue Nastya apartándose de Seis y Richard.
El interés me creció cuando trazó más la distancia, pasando entre los soldados y rodeando la primera montaña de escombros que otros subieron, con sus manos temblorosas apuntaba al agua donde provinieron los sonidos emitidos de rata a la vez que movía el cuerpo con temor.
Saltó cuando dos trataron de treparle el muslo y retrocedió chocando con el teniente Gae.
—Tranquila.
La presencia del humano la puso tensa.
—Detesto a los ratones—espetó y me traicionó la curva de mis labios ensanchándose.
La humana no era la única, soldados también se sacudían ansiosos cuando los mismos roedores aferraban sus garras al uniforme.
Guardé un arma y tras atender a los soldados vigilando con los sentidos extendidos sobre ellos, me desvié de la fila. Comenzó a trepar los siguientes escombros con la ayuda del teniente, el esfuerzo en sus movimientos era como si se negara a la ayuda del humano. Sus pequeños y descalzos pies se hundieron entre las pieles agusanadas y terminó cubriéndose la boca ahogando una arcada.
—¿Estas bien? — el teniente a su lado se inclinó prestándole atención.
—¿Quién va a estar bien con esta peste y tanta maldita rata? — aventó contra su pequeña palma.
El teniente río y alargué una mueca cuando vi sus largos dedos aferrándose a la espalda baja de la humana.
—Vamos, te ayudo.
Ella negó sin apartar la palma de sus carnosos labios.
—En serio no necesito ayuda—su voz se volvió áspera—, puedo hacerlo sola, así que ve a ayudar a otros.
Se tambaleó y no supe lo que me poseyó cuando la mano del hombre rodeo su cintura para detener el tropiezo. El pecho se aceleró y la piel se incendió a punto de hacer erupción, aceleré el paso y alcanzando ese brazo lo arrastré fuera de los escombros, demasiado tuve con el soldado de antes como para soportar a uno más detrás de ella.
Se le resbaló el arma se al agua salpicándome el uniforme y el miedo se adueñó de la humana cuando a su alrededor todo quedó oscuro.
—¿Qué es esto? — se quejó él, forzando su brazo para soltarse de mi—. ¿No vas a soltarme? A un teniente no se le...
—No me hables de cargos que no respetaré, y si fuera tú tendría más cuidado de no tocar lo que es ajeno— arrastré entre dientes y lo solté, apartándolo a su vez, no reparé en su confusión ni mucho menos cuando al tomar el arma del agua alumbró parte de mi espalda.
—Ey, solo quería ayudarla—se excusó apartándome la luz.
Me detuve al pie de los escombros, Nastya no estaba sobre ellos. Torcí el rostro buscándola entre los soldados, un solo minuto y la humana escapó de mi vista.
Rodeé la montaña de escombros cuando el sonido de madera y metal resbalando al costado se levantó, deteniéndome al pie del estrecho espacio entre dos cúmulos de materia. Fue inevitable alargar la parte izquierda de los labios al encontrar ese cuerpo curvilíneo y provocador resbalando con torpeza de la materia.
La humana se incorporó asustadiza cuando uno de los roedores se le trepó en el camisón empapado y se lo sacudió, pegando su espalda contra la materia y llevando el arma sobre su pecho. Cada vez, esta mujer terminaba siendo más intrigante y no me pregunté qué era lo que hacía, lo supe cuando sus ojos echaron una mirada al otro lado de los escombros, atisbando las linternas en movimiento de los soldados.
Trata de huir.
El interés de saber a qué se debía su nueva decisión me movió con sigilo en el agua adentrándome tras los escombros y bajo los chillidos de los roedores. Temblaba mucho, y los nervios de ser descubierta se le percibieron en el modo en que se le marcaba el pecho bajo la delgada tela de su desbocada respiración.
—No se queden atrás, muévanse— la exclamación de Ivanova recorrió lo largo del camino.
Se lamió los labios y echó una mirada más atenta al movimiento de los soldados trepando los escombros siguientes. Tenía miedo de que las linternas de los hombres alumbraran su escondite y la descubrieran.
Enderezó su rostro pegando su cabeza a trozo de mano agusanada y el contacto de uno de los dedos con su mejilla la removió. Chilló en lo bajo y sus dedos se sacudieron su cabello con la sensación de los gusanos.
—Demonios—musitó aterrada y miró una vez más a los soldados, atendiendo su lejanía.
Duró segundos siguiendo las luces y volvió enderezarse. Exhaló como si se le hubiera desvanecido un peso de encima y tal hecho me alzó el arma y el cañón golpeó un pedazo de metal entre los escombros y el sonido le erizó las vellosidades haciéndola respingar.
El corazón se le sacudió detrás el pecho y giró de golpe. Toda su cabellera rubia se sacudió a los costados de su rostro, y me perdí en sus atributos, ese par de contorneados pómulos apenas pronunciados y eso carnosos labios largos y rosados, ansiándome el apetito de sumergirme en ellos y devorarlos. Su quijada delineada, su mentón picudo y su nariz respingona llevaban manchas de suciedad que quise limpiar con la yema de mis dedos.
—¿Qué demonios fue eso...? —susurró.
Parpadeó hondeando sus largas pestañas castañas y esa mirada exótica siguió paseándose con temor, buscando entre la oscuridad a lo que pertenecía el sonido.
Arrugó su nariz y sus carnosos labios se estiraron, una de sus manos se estampó contra los labios y se inclinó ante una segunda arcada, a poco estuvo de vomitar. Se quedó en esa posición y la vigilé tratando de tragar e incorporándose con la mano en el abdomen.
Una vez más miró fuera de los escombros, alcé el arma golpeando el metal y dejándolo caer al agua. Respigó con un chillido atascado en su garganta y alzó su arma apuntando a mi costado.
—¿Q-quién está ahí? — susurró y giró a echar una mirada más a soldados apartándose, apenas unos metros lejos de nosotros.
Me moví con lentitud, y el sonido del agua le regresó la mirada en mi dirección, sus parpados se extendieron con horror revoloteando esos orbes seductores dueños de miedos y temores.
—¿Q-quién eres?
Tú bestia, preciosa.
Del paso frente quedando a un centímetro de que el cañón rozara el centro de mi pecho, y le arrebaté el arma a la vez que rodeé su muñeca tirando de ella con brusquedad. Ahogó un chillido cuando su cuerpo entero se estrelló contra mi torso y mi brazo se deslizó alrededor de su cintura al sentirla empujarse con intenciones de escapar.
Se estremeció ante el calor corporal y la mano aferrándose a su delgada cintura, pero tal estremecimiento fue incomparable al que le provoqué cuando con el cañón del arma bajo su mentón le alcé el rostro.
Me alimenté de su belleza, la humana era el pecado mismo encarnado, y si la comparara con el resto de humanos y hembras, no les llegarían a sus pequeños talones.
—Mujer...
Volvió a estremecerse ante la caricia de mi aliento, y me incliné permitiendo que el lóbulo de mi nariz acariciara el puente de la suya. El toque la hizo temblar contra mi cuerpo, abrir esos carnosos labios y soltar su jadeo. No negaré que me fascinaba lo que le producía a la humana, tal fascinación crecía cuando tocaba sus zonas erógenas con pasa y de eso tenía antojo.
—Porque de todos los sobrevivientes—pausé, dibujando el puente, percibiendo el temblor en sus labios—, ¿tienes que ser tú la que quiera?
Parpadeó. El miedo en su rostro se transformó en indignación y decepción, desvaneciéndome la torcedura que por inercia se me dibujó al tenerla contra mí.
—Siempre tienes que ser tú el que me encuentre, ¿no es así? —escupió—. No me extraña tanta atención tuya pero no entiendo por qué siempre tienes que acorralarme contra tú cuerpo.
—¿Por qué crees que te acorralo de este modo, mujer? — arrastré.
Sus uñas se hundieron a los costados de mi cuerpo y se empujó como si tal esfuerzo pudiera romper mi agarre.
—No lo sé y no me importa, solo quiero que me sueltes—gruñó por lo bajo retorciéndose con desespero, su cabello rubio se sacudió y sus mejillas enrojecieron del esfuerzo vano—. Odio cuando me tomas como se te da la regalada gana.
Tomé su quijada entre los dedos, un agarre poco brusco pero suficiente para alzar su rostro y encenderme con la rabia de sus ojos que, aun con la oscuridad, parecían tan seguros clavados en mi frente.
—Soltarte es lo que no haré hasta que respondas por qué quieres huir— Su fuerza temblequeó y me alimenté del estremecimiento de sus músculos ante la caricia de mi aliento sobre sus labios.
Se le desbocó la respiración presionando su pecho contra el torso, trató de concentrarse y no perderse en el efecto de mis feromonas, esta humana no era fácil y de nuevo luchaba contra mí naturaleza.
—No estoy huyendo—me enfrentó con mentiras—. Así que suéltame.
—Conmigo las mentiras no te funcionan, mujer— los labios se me tensionaron de lo mucho que los estiraba.
—Y me da igual si funcionan o no, ya suéltame.
Mis dedos apretaron su quijada levantando su rostro, incliné el mío permitiendo que el lóbulo de mi nariz le acariciara lo largo de su puente, jadeó ante el contacto cerrando sus arpados ante el frote contra su pequeño y respingón lóbulo.
—Te hice una pregunta— arrastré entre dientes —. ¿Cuál es el motivo para que trates de huir?
—¿Dónde está el soldado Cero Siete Negro? — ignoré el grito de Ivanova y las linternas alumbrando los escombros a nuestro costado.
—Responde, Nastya.
Mi paciencia se perdía.
—¿Quieres saber? —tentó—. ¿Estas tan curioso, Sietecito?
—Deja de provocarme y responde, mujer.
—Huyo de ti —escupió y la sonrisa irritada en sus labios me apretó la mandíbula.—. Eres un sinvergüenza hijo de puta incubadora, Siete.
La sola palabra graznadas entre sus dientes me desencajaron.
—Tus insultos no dejan de tentarme, mujer— Enderecé su rostro cuando trató de sacudirse—. ¿Vas a decirme por qué huyes de mí y por qué soy un hijo de puta incubadora? O, ¿tengo que forzarte a responderme?
Hizo un movimiento en el que zafó su quijada de mis dedos e inclinó su cabeza hacía atrás.
— No te confundas mujer, no hay sentimiento más grande que el odio a tus acciones, te salvé porque quise y si sigues viva es porque así lo quiero, no busques razones donde las hay, tus razones por las que te salve y te dejé viva no son las mías—repitió y no aparté la mirada de sus ojos cristalizados—. Me viste la cara de ingenua, te salió bien el juego, Siete, bravo.
Los oídos me zumbaron sintiendo la rabia escocerme la piel ante la fingida sonrisa que permaneció en su boca, los dedos volaron a su tibia y tensa quijada porque ese pulso fue el único que pude cometer, aferrándome hasta levantar el rostro y permitir que nuestras bocas se rozaran.
—Deja los malditos rodeos y ve al grano, mujer— demandé.
— La mujer tiene ojos marrones, eso dijo la tal Ivanova— soltó cada palabra con una sonrisa de falsa dulzura que quise destruir—. La mujer que salvaste en el sótano tenía ojos marrones.
(...)
¡BUUUUUUUM! Oh por Dios, se viene lo más buenoooo!!
Espero que les haya gustado el capítulo hermosas, pronto se viene otro más.
ESTE CAPITULO ESTA DEDICADO A: Mason_Stevens1 ¡FELICIDADES POR TU GRADUACION HERMOSA!
LAS AMOOOOO MUCHOOOO!!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top