Él no es un hombre
ÉL NO ES UN HOMBRE
*.*.*
En alguna parte del laboratorio subterráneo.
3 horas después de que los sobrevivientes salieran a la superficie.
Esta parte de mi vida era patética.
Mientras ellos escapaban del laboratorio y salían de la superficie con el resto de los sobrevivientes, sería la única que se quedaría en el subterráneo para morir.
Aunque ya acepté la idea horas atrás cuando me abandonaron en el sótano tras enterarse de que en mi mochila había muestras de sangre de experimento escondidas dentro de un desodorante. Muestras que no eran mías.
Tenía sujetadas las muñecas con unos grilletes rodeando la tubería de drenaje, la cual salía del suelo y atravesaba la pared detrás de mí. Estaban tan ajustadas que no importaba cuanto tirara de ellas, no podía lograr escapar. Y aun si lograba desatarme de ellas, lo cual sería todo un milagro, no existiría una salida para mí porque había un problema más grande.
Observé con desilusión el agua cayendo en cascada desde las escaleras a metros de mí, empezaba a cubrir todo a su paso, hundiendo cada segundo más el sótano y con ello mi cuerpo. Arrastraba toda la materia que había en el primer piso, pedazos de madera, tubos oxidados, basura y trozos de cuerpos mutilados en putrefacción.
Un pedazo de mano necrosada y con el hueso picudo comenzó a acercarse de manera veloz hacia mí por la fuerza del agua, chocando en tan sólo unos segundos contra mi rodilla izquierda.
Sacudí un poco la pierna para que el pedazo de carne se despegara de mi piel, pero conseguí todo lo contrario cuando esos dedos pegajosos resbalaron por encima de mi muslo, dejándome ver esos asquerosos gusanos amarillentos esparcidos por todos esos dedos y, todavía, resbalando hacia mi muslo.
El estómago se me contrajo cuando algunos de los nauseabundos gusanos resbalaron aún más en mis bragas. Todo mi cuerpo reaccionó y se sacudió con más brusquedad la pierna bajo el agua con la intensión de quitármelos de encima. El simple movimiento en toda mi pierna, escupió de mi boca un gruñido intenso de dolor que recorrió gran parte del sótano aun sobre el sonido del agua cayendo con brutalidad sobre los escalones.
Mis dientes castañearon con exagerada fuerza cuando hasta el mismo dolor me contrajo el cuerpo entero, deteniendo incluso mi respiración. La mirada se me nubló y atisbé toda esa sangre subiendo a la superficie desde la herida en mi tobillo izquierdo. Las lágrimas se me derramaron ensuciando más mis mejillas cuando el dolor no se detuvo inyectándose en todo el hueso.
Ardía.
Ardía como si me hubiesen perforado el hueso con una estaca y todavía partido por la mitad y peor aún, en cientos de pedazos pequeños.
Esos imbéciles cortaron mis tobillos con la cruel idea de que, si me desataba de los grilletes, no pudiera salir de aquí nunca.
Un gran e inhumano castigo.
— ¡Maldición! —volví a chillar, arrastrando la respiración con fuerza para llenar mis adoloridos pulmones y tratar de tragar el desagradable dolor—. Duele...mucho—sollocé, ya ni siquiera movía el pie, pero el dolor seguía ahí, contrayendo toda esa parte de mí con horror.
A ese dolor no se le podía comparar nada, ni aun el golpe que había recibido en mi costado izquierdo y que uno de esos bastardos me dio cuando traté de escapar de sus manos.
No me arrepentía de haber luchar por escapar, me arrepentía de que, cuando le arrebaté el arma a uno de ellos no pudiera haber sido capaz de dispararle a Jerry, el general a cargo de la seguridad de todo el subterráneo y el cual lideraba al grupo. No era una asesina, pero, si hubiese decidido dejar de lado mi conciencia tal como hice al soltar los gusanos, no estaría en esta maldita situación. Estaría saliendo del laboratorio, pero eso ya no sucedería, ya no había vuelta atrás.
Moriría.
Solté una larga pero degastada exhalación antes de tragar y mirar hacía las escaleras por las que el agua seguía cayendo con brusquedad, la cantidad de la misma se había intensificado en tan solo horas. Si no moría ahogada, moriría desangrada, y si no moría con ninguna de esas dos opciones era porque quizás uno de los contaminados me encontró mucho antes para comerme.
Y si no moría entre los dientes de una criatura deforme, moriría por lo que ellos me inyectaron.
Lo calcularon todo tan miserablemente bien, por eso dejaron la puerta del sótano abierta, no solo para que el agua me ahogara, sino para que un contaminado me encontrara sin ninguna complicación.
Un castigo que merecían las personas como yo.
Prefería morir ahogada o desangrada, pero sentir como unos colmillos afilados y delgados penetraban mi piel y arrancaban pedazos a pedazo de mi cuerpo y se los tragaba delante de mí, saboreando mi propia textura, no gracias.
Era por eso que mantenía en movimiento mis tobillos bajo el agua, ahogando los chillidos de dolor en mi garganta, al sentir las contracciones y hormigueos en los músculos de esas zonas con el único deseo de desangrarme hasta la última gota y morir antes de que algo apareciera frente a mí.
Morir era lo único que me quedaba por hacer.
—Nastya—me llamé a mi misma, un nudo lleno de hipocresía trató se apretar cada músculo de mi garganta y llenarlo de dolor—, muérete maldita perra desgraciada.
Y de repente esa risa psicópata escapó de mis labios, logrando recorrer lo largo del sótano más de lo que creí, volviendo todo tan sombrío a causa del eco que produje.
Me detuve en seco solo para respirar entrecortadamente. Aquella había sido una risa llena de miserables emociones que no podía expulsar de mí más que de esa forma, porque ya había llorado mucho. Ya mucho me había lamentado e insultado, no cambiaría nada de lo que hice o ayudé en hacer al laboratorio de Chenovy y a sus amados experimentos.
Esos experimentos de los que tanto se me hablaron antes de soltar los guanos en la matriz de los incubados, y que al final resultaron ser todo lo contrario a lo que me contaron.
No son humanos, son animales salvajes y caníbales; no merecen vivir; son unos monstruos al igual que Chenovy. Esas fueron las palabras que Anna Morózova, una de las financieras del laboratorio y senadora del gobierno ruso, me dijo cuándo me contrató meses atrás antes del caos, como una trabajadora genetista en cubierta del laboratorio.
A mí, una chica que se graduó como educadora y llegó a trabajar para ella por recomendación del amigo de mi padre. El hombre dijo que la paga sería suficiente para sustentar las grandes necesidades de mi familia, pero en cuanto me presenté a ella las cosas fueron completamente diferentes a las que creí.
Anna quería contratarme porque le resultaba atractiva mi apariencia física para un puesto en el subterráneo, ya que el laboratorio tenía una estricta regla sobre la belleza de los trabajadores y no permitían el trabajo a cualquiera. Y aunque eso resultó ser cierto— porque sacaba una muestra de sangre y la utilizaban como pequeña base para crear experimentos salvajes—, me negué a tomar el trabajo.
Anna, Esteban Coslov y Robert Paterson, el presidente de una de las cadenas de fármacos más grande del país, mencionaron que Chenovy planeaba crear más experimentos salvajes para atacar al gobierno ruso. Me enseñaron los videos donde salía Chenovy alimentando unas monstruosidades repugnantes y deformes que se hallaban detrás de unos barrotes. Fue imposible de creer que el ser humano creara tal abominación y no quise imaginar lo que sucedería si fueran soltadas en el exterior.
Así que con mayor razón me negué. No solo era arriesgado, era absurdo y ridículo. ¿Por qué iban a querer contratar a personas como yo? Pero ahí fue donde añadieron la historia de que no podían confiar en la fuerza especial militar, porque estaban pagados por la misma gente poderosa que financiaba los experimentos de Chenovy.
El laboratorio era completamente diferente a la realidad que yo solía vivir, y no era tonta, meterme en algo así era demasiado peligroso. Cualquier error y perdería la vida, perdería todo lo que conseguí con tanto esfuerzo.
Pero al final, me hice la tonta y ella me persuadió, caí en sus redes solo por una gran suma de dinero. Por una vida sin preocupaciones para mi familia.
Dijo que sería fácil soltar los gusanos para mí. Que con ocultar mi identidad bajo el nombre de Agata Uvarova, que con ocultar mi heterocromía con lentes de contactos y oscurecieran más mi cabello, bastaría. Nadie sabría quién era yo. Que sus trabajadores me guiarán paso a paso, y una vez terminara con el trabajo, me sacarían de inmediato y mi familia y yo viviríamos como reyes. Nadie sabría quién era, dónde estuve y qué hice. Sería la heroína, aunque eso nadie lo sabría, pero tendría la conciencia limpia al saber que ayudé al país.
¡Mentiras, mentiras, mentiras! Todo había sido una absurda mentira.
Esa maldita mujer me mintió y me hice la tonta. Y aunque nadie supo de mi verdadera identidad, terminaron por atraparme. Me golpearon, me hirieron y me ataron. Lo peor no fue que me abandonaran a mi suerte en el sótano o me dieran la espalda, ni mucho menos que perdiera todo por lo que luché tener. No, lo peor era saber que los experimentos no fueron deformidades monstruosas, ni siquiera tenían aspecto de uno antes de soltar los gusanos en la matriz de los incubados.
Ni siquiera eran tal y como los de los videos que me enseñaron.
¡Y tátara! Eran humanos.
¡Maldita bruja mentirosa! De pies a cabeza esos experimentos tenían aspecto humano viera por donde los viera. Y aunque sus orbes reptiles eran lo más desconcertante de toda su perturbadora existencia, su comportamiento y conciencia eran la de una persona normal. Un comportamiento invadido por la ira que todas estas personas que los mantuvieron cautivos, crearon en ellos.
Por si fuera poco, el plan de Chenovy nunca fue atacar al gobierno y ponerlos bajo su poder, aunque su idea de lo que quería llegar a hacer era absurda también. Crear una civilización de una nueva especie humana en lo subterráneo. Eso fue lo que dijo antes de que mis compañeros— esos mismos que me dieron la espalda y me abandonaron para ser atrapada—, le dispararan al cráneo.
Anna me vio la cara de estúpida y yo dejé que me al viera. Ella no quería las muestras de sangre solo porque le pertenecían— que no era así— y porque quería evitar una catástrofe en el exterior, las quería porque estaba obsesionada por la juventud y la salud, aunque también y para mi asombro, la maldita estaba metida en el tráfico de órganos al igual que el estúpido de Esteban y Robert. Y la sangre de los experimentos que pertenecían al área roja, era capaz de regenerar órganos. Algo así fue lo que me contaron.
Los grandes del gobierno y los más poderosos siempre ocultaban algo tan macabro y oscuro como estas personas.
Y personas como nosotros, desdichadas por la pobreza y el cruel destino de la enfermedad eran engañadas por ellos.
Fui su marioneta perfecta.
— Malditos bastardos— mi voz tembló de rabia—. ¡Hijos de perra!
Ellos eran los únicos que no tocaron el laboratorio cuando el plan se llevó a cabo, así que lamentablemente no morirían tal y como se lo merecían, devorados por los mismos experimentos a los que contaminaron.
Pero lo que me mantenía solo un poco satisfecha, era el hecho de que su plan salió mal y que ninguno de los que trabajaron para ellos pudo quedarse con las muestras de sangre ni mucho menos con la información que recaudaron de las áreas para dárselas a ellos.
Todo había sucedido en tan solo horas que ni tiempo se nos dio de hacer nada. Y cuando finalmente llegué a los elevadores —que eran la única salida desde el comedor hacía la planta eléctrica—, descubrí que estaban colapsados.
Aunque el comedor no era la única salida del laboratorio, había otra más y estaba en la vivienda de Chenovy. A esa enorme construcción al final del subterráneo se le había colocado bombas que se activaban con el movimiento, una trampa masiva para que Chenovy muriera si intentaba escapar, o eso fue lo que ellos me dijeron.
Lamentablemente las bombas no se activaron, y cuando el grupo de Jerry intentó escapar por esa zona, me cerraron la boca y las bombas se activaron. La explosión no sólo mató a una parte de los que sobrevivieron, sino que hizo colapsar todo el túnel, agujerando las paredes, haciendo que más de las tuberías de agua se rompieran creando un desastre lo suficientemente fuerte como para empezar a hundirnos. Tal como ahora me estaba sucediendo a mí.
Por lo tanto, el plan de Morózova y toda su escoria salió mal, y saber eso, dibujó una amarga sonrisa en mis labios. Una que disfrutaría cuanto pudiera.
Saber que ellos no conseguirían lo que querían, sería lo único bueno de mi muerte.
(...)
Los temblores comenzaron a apoderarse de mi cuerpo, eran escalofríos a causa de la temperatura tan baja del agua que empezaba a congelarme. Traté de impedir que mis dientes castañearan, aunque era imposible, tenía mucho frío.
Demasiado frío.
Perdí la cuenta de cuantas horas pasaron, y aunque comenzaba a sentir la debilidad apoderándose de mi cuerpo, no sentía que estuviera desangrándome lo suficientemente rápido como para morir. Esto era un martirio. Además, el agua estaba ganando su oportunidad de ahogarme, mucho más de la mitad de mi cuerpo estaba hundido y poco faltaba para que llegara a rozarme el mentón.
Mis sentidos luchaban por permanecer despiertos, atentos a la larga escaleras, esa cuyos escalones empezaban a cubrirse por completo bajo el agua también.
La enorme entrada al final de la escalera, dejaba ver parte de una sombreada pared a la que apenas se le veía las manchas de sangre debido a la poca iluminación. Lo malo era que no solo la luz de aquel pasillo estaba fallando, también la del sótano, oscureciendo todo a mí alrededor antes de iluminarlo un instante como alguna clase de esperanza para avisarme que la entrada del sótano todavía estaba libre, vacía de monstruo.
Por lo menos, nada me había encontrada hasta entonces.
Solté una desanimada exhalación perdiéndome en el techo. Me busqué esto, obtuve lo que merecía, ¿cuántas veces tenía que repetírmelo para entenderlo? Pero sentía que era injusto. Todavía recordaba las miradas de mis compañeros — aquellos que creyeron en mi falsa identidad — cuando supieron que era parte de los que causaron su infierno. No podían creerlo, ¿y quién no? Había convivido con varios de ellos durante más de 3 meses, e incluso luché a su lado cuando el parásito mutó a los experimentos.
Jamás se esperaron que fuera uno de ellos.
Sobre todo, él. Dmitry.
Su rostro palideció cuando halló en mi mochila el frasco de desodorante y su interior ocupado de muestras de sangre de experimentos rojos, naranjas y negros. Un frasco que no era mío, que alguien más puso ahí. Nunca creí que su rostro varonil lleno de la peor sorpresa se transformara no en decepción, sino en el odio más cruel que terminó atormentándome hasta ahora.
Sus palabras, la forma en que me recorrió y la manera en que apretó sus puños como si ahí mismo quisiera golpearme hasta matarme, me dolió más que la abofeteada que me dio.
Maldita perra. Así fue como me llamó el hombre con el que me acosté todo ese tiempo y con el que creí que sobreviviría y saldría a la superficie. La opresión que mi pecho sintió cuando de manera rotunda me entregó a Jerry, todavía seguía presente, apuñalándome una y otra vez el corazón.
No conté las lágrimas que se derramaron cuando él me dio la espalda y se alejó pidiendo que me mataran una vez que le diera a Jerry el desodorante con las muestras.
Sacudí esos recuerdos que caían como agujas en mi cuerpo, lastimándome todavía como si hubiese sucedido hace tan solo minutos. Jamás había visto a alguien decepcionarse tanto de mí. Jamás me sentí como el villano.
—Deja de lamentarte...— solo susurrar aquello, me hizo estremecer de miseria, un nudo volvió a cometer la terrible equivocación de apretujar mi garganta—, ya nada puedes hacer.
Se suponía que lo había aceptado, ¿por qué estaba rompiéndome? Sentía el escozor adueñarse de mis ojos, nublando la mirada hacia las escaleras repentinamente oscurecidas. Y a causa de las lágrimas acumulándose, sentí el lente de contacto moverse de mi ojo izquierdo.
Mi cuello se estiró cuando el agua sucia rozó contra mi mentón, ese movimiento instantáneo había sido contra mi voluntad, cuando sólo debía quedarme quieta y aguardar a que el agua cubriera todo mi rostro también. Pero ese temor a morir empezó a tensar mis músculos y apretar mis manos en puño era lo que mantenía mi cuello bien estirado.
El agua salpicó mis labios los cuales se apretaron con fuerza cuando vi la manera tan desconcertante en la que un pedazo de metal venía en mi dirección y que, a mitad del camino, terminó desapareciendo de mi mirada cuando la farola sobre el techo volvió a apagarse.
Oscurecieron todo por largos segundos.
Una queja brotó de mis labios cuando aquella dura y fría textura metálica se estampó contra mi cuello y pecho, apenas pude resistir el dolor que atravesaba esa cuando sentí como la piel de mi cuello era rasgada y volví a quejarme.
Una queja que amortiguó cuando ese gruñido bestial, largo y gatuno, se levantó desde alguna parte del sótano, y con tanta lentitud que mis entrañas ahogaron un chillido de horror. El mismo horror que rasgó hasta mi mirada y la clavó sobre toda esa aterradora tiniebla justo cuando aquel gruñido bestia se apagó bajo el agua.
Negué con la cabeza, esto no podía pasarme ahora, ¿por qué? Mordisqueé mi labio inferior para no tener que soltar toda esa montaña de ruegos acumulándose en mi garganta, todavía con la mirada buscando en todas direcciones, anhelando desesperadamente que la farola encendiera e iluminada nada más que agua y las escaleras vacías. Que no hubiera monstruos aquí, que me había encontrado.
Pero no se encendieron, era como si las farolas hubiesen elegido el momento indicado para castigarme también con la peor de las formas.
El agua cubrió mi boca y alcé horrorizada aún más el cuello tratando de salir cuando ese otro gruñido se levantó justo donde estaba la escalera. Todo mi interior gritó a causa del sonido de agua en movimiento.
No, no, no, viene por mí.
— ¡No pienso ser devorada por ti! — exclamé, y hasta mis entrañas chillaron de dolor a causa de la fuerza que utilicé para gritar aquello.
Recibiendo como respuesta, un rugido tan catastrófico que hundió todo a su paso en sonidos aterradores. Peor aun cuando por ese instante, una de las farolas pestañeó y encendió, iluminando apenas y a la mitad de la escalera, una figura enorme sobre sus cuatro patas, de piel negra y lampiña, bajando por la escalera con su cabeza inclinada hacia el lado contrario. Hundiendo sus anchas y enormes patas que no solo estaban engarrotadas, sino agujeradas por largas negras con la forma de tentáculos que se hundían en el agua que cubría los escalones por los que bajaba.
Era una de las bestias mejoradas que Chenovy creó, pero que el mismo parásito la hizo aún más aberrante y grotesca.
—¡Lárgate a buscar carne fresca que ya estoy pudriéndome! — grazné con desesperación, apretando mis dientes al sentir el dolor oprimiendo mi cuerpo cuando un gruñido largo emanó desde ese lugar—. ¡Que te lárgate de aquí!
Su cabeza se levantó en mi dirección, le hacían falta los dos ojos y gran parte de la piel de su hocico había sido rasgada dejando ver todos esos asquerosos colmillos amarillentos, abriéndose para lanzar un corto mugido mientras movía su cabeza con orejas puntiagudas.
Me maldije a mí misma por lo estúpida que había sido al gritar así. Esa cosa se guiaba por el sonido y mis gritos le dieron la ubicación.
Y todo volvió a oscurecerse ante mí, siendo lo único audible, el agua golpeada por sus patas que bajaban con gran rapidez por el resto de la escalera hasta el suelo.
Ahogué un chillido de desesperación. No iba a dejarme sentir como pieza por pieza de mi carne era arrancada y masticada delante de mis oídos. No iba a permitirlo, prefería mil veces morir ahogada.
La desesperación me cerró los parpados y sin respirar ni un poco, dejé de estirar mi cuello e incliné mi espalda hacia atrás hasta sentir como el resto de mi se hundía en el agua. Las lágrimas se volvieron una con el agua, hasta este punto me hicieron llegar, decidiendo que suicidarme era mejor al no tener otra salida.
Solté lo que sería mi último aliento bajo el agua, ese último aire que mis pulmones guardaban, levantando burbujas. Mi boca se cerró con fuerza. Una gran parte quiso empujarme y salir a la superficie cuando sentí como mis pulmones se empezaron a contraer pidiendo aire, toda esa zona de mi pecho hormigueó y comenzó a quemarse.
Esa parte en mi interior que todavía luchaba por sobrevivir, también quiso tironear de mis muñecas para tratar de romper las esposas y arrastrarme por la pared lejos de aquella cosa que nadaba hacía mí. Podía escucharla, para mi desagradable suerte podía escuchar como el agua producía un fuerte ruido, uno brusco como si algo comenzara a ser golpeado.
Quise salir, respirar y buscar algo con que matar a la monstruosidad, o tomar el pedazo de metal que golpeó mi rostro para azotarlo hasta arrebatarle la vida, luchar como lo hice siempre. Tenía tiempo para hacerlo, tiempo para actuar y quizás sobrevivir un poco más.
Sí, sí, debo salir y seguir luchando. Empujé la espalda con todas mis fuerzas hasta incorporarme y sacar la cabeza y respirar...
Esa que por mucho que estiré no logró salir a la superficie. Era demasiado tardé para mí, el agua ya me había llegado por encima de la cabeza y en tan sólo un minuto.
La desesperación comprimió como puños bien apretados mis pulmones, todos los músculos del cuerpo empezaron con encogerse. Un zumbido insoportable comenzó a adueñarse de mis oídos, sentí que me explotarían.
Me sacudí, adolorida a causa del ardor apoderándose de mi apachurrado pecho, estirando por tercera vez mi cuello y, hasta empujando mis piernas para poder alcanzar tan siquiera un poco la superficie para respirar. Pero mis tobillos recibiendo todo el esfuerzo de mis piernas, abrieron otra vez mis labios para gritar con dolor.
Un bramido que se ahogó en el agua y en mi interior al mismo tiempo en que un perturbador sonido se expandió bajo la misma agua.
Ese fue el último grito que solté y que terminó noqueándome los sentidos.
Los latidos de mi corazón golpearon mis sienes, un instante fue de manera acelerada y al siguiente sentí como comenzaron a disminuir abrumadoramente rápido, y como hasta mis pensamientos empezaron a nublarse y mis músculos a adormecerse, dejando de luchar por salir.
Apenas pude sentir los espasmos sacudir mi cuerpo por última vez, y nada más.
Nada más.
Estoy muriendo.
O eso creyó hasta la última fibra de mi cuerpo, porque mi ser entero lanzó un frenético chillido, sacudiéndome con rotundidad cuando de la nada...
Unos largos dedos se deslizaron de golpe alrededor de mi cintura y se aferraron bruscamente a la cadera, tiraron de ella para levantarme del suelo y bajo el agua, y estamparme contra una estructura dura y rotundamente caliente en la que fui apretada.
Mi rostro al instante sintió otros dedos hundiéndose en mi cabello para anclarse a mi nuca y sacar mi cabeza en tan solo un santiamén fuera del agua.
Un segundo fue suficiente para reaccionar. Para que los pulmones se me abrieran con dolor y me hicieran respirar con tanta fuerza que hasta mi garganta adolorida produjo un sonido rasposo. Todo mi cuerpo se sacudió bajo aquella estructura perforándole de calor, escupiendo en contracciones toda el agua que con anterior había tragado.
Gemí, y volví a gemir de dolor con los ojos cerrados y la conciencia nublada todavía mientras sentía como mi estómago seguía contrayéndose, tratando de sacar agua.
Apenas sentí como algo tiró de mis brazos y como por un instante mi rostro volvió a hundirse antes de que esa enorme mano en ni nuca me empujara hacia la superficie lo suficiente como para que mi nariz rozara contra una textura húmeda y caliente a la que escupí agua.
— Me es imposible sacarla, rompe lo que ata sus manos.
Algo se sacudió en mi interior cuando mi pecho apretado contra aquel delirante calor tensionado, sintió una potente vibración. Igual de potente que aquella crepitante voz masculina llena de ondas roncas y graves humedeciendo la piel de mi mejilla. Su cálido aliento no solo alcanzó a perforar esa zona con tanta intensidad, sino centímetro a centímetro de mis labios también, que hasta todos mis músculos se sacudieron en estremecimiento.
— Están muy apretadas a sus muñecas, necesito algo metálico con que romperlas— Mis sentidos apenas percibieron esa otra voz masculina tan diferente a la primera, y más lejana—. ¡Rojo 11, busca algo duro para romperlas!
—Esta ..., ¿por qué está atada? — esa voz más aguda que las anteriores apenas pude reconocerla como la voz de una mujer joven—. ¿Por qué la dejaron aquí, Siete? ¿no es raro?
—Cierra la boca— temblé con la áspera orden contra mi sien.
Sacudí el rostro como pude con tal de zafarme del agarre en mi nuca, abrí los ojos mirando una terrible oscuridad que no me permitía hallarle forma al hombre me sostenía de la cintura. Eso hizo que con desesperación mis brazos también se zarandearon para tratar de empujar su cuerpo y liberarme, pero las esposas me lo impidieron. Incluso moví las piernas bajo el agua para empujarlo, pero el pinchazo de dolor en mis tobillos penetrándose como estaca en mis huesos, aventó un grito chillón que terminó siendo abruptamente ahogado contra lo que inmediatamente reconocí como un pecho masculino, cuando esa mano en mi nuca empujó todo mi rostro.
—Mujer, deja de moverte—Mi cuerpo se tranquilizó, obedeciéndole ante el crepitar de su voz y ese cálido aliento recorriendo hasta la última pulgada de mi rostro volvió a estremecerme.
—¿Por qué... salvarme? —apenas pude susurrar en un hilo de voz demasiado débil, demasiado cansado, demasiado roto y tembloroso. El dolor se mostraba con tanta sinceridad en mi voz que por un instante esa mano en mi nuca disminuyó un poco su agarre—. Déjame morir...
Y no sé de dónde encontré fuerza para mover mi cabeza bajo el agarre de su mano en mi nuca, con la necesidad de subir mi rostro, dejando que inesperadamente una descarga eléctrica se inyectara a partir de mi boca cuando ese cálido aliento escapando de unos labios sobre mí y a tan solo centímetros, se impregnó sobre la piel de mi boca.
—¿Dejarte morir? —la ronquera en voz me hizo estremecer.
Obligué a mis parpados a abrirse hacía la oscuridad antes de que repentinamente una de las farolas se encendiera. Solo entonces un rostro demasiado borroso y sombrío sobre mí, me hizo comenzar a pestañear con lentitud hasta aclararlo un poco. Y ni siquiera se había aclarado bien el panorama, pero a tan corta cercanía pude ser capaz de vislumbrar esa fuerte masculinidad dibujando un rostro de piel blanca y de facciones perturbadoramente perfectas y sombreadas de forma enigmática bajo la poca luz.
Se me trató de volcar el corazón, casi enviando una clase de calor a todo mi interior, sino fuera porque me sentía a punto de colapsar. Era un hombre, un hombre alto y joven.
De mandíbula remarcada y mentón cuadrangular, acentuado de manera única esos carnosos labios de comisuras largas y oscuras. Una de ellas apenas se estiró dibujando una arruga a su costado, como una torcida mueca que se distorsionó. Contraje los parpados tratando de aclarar la vista y subí por esa punta respingona de su nariz hasta esas cejas oscuras y pobladas sombreándose con intensidad bajo el casco militar, dándole una aspecto imponente, sombrío y macabro a esa mirada reptil..., esa que me detuvo el corazón.
Extendí los parpados quedando atrapada en la negrura de sus escleróticas, eran tan aterradoras bajo la larga hilera de pestañas negras, pronunciando aún más la intensidad del color plata de sus iris.
No era solo un hombre joven.
Era un experimento...
Uno adulto y bien maduro.
— ¿Eso es lo que quieres? — Jadeé por segunda vez y sonoramente ante los pocos centímetros que faltaban para que su boca rozara la mía, y no porque fuera capaz de sentir ahora los dedos de su mano aferrando a mi cadera, deslizándose un poco más por la largura de mi cintura desnuda para apartarme todavía más a su cuerpo. Sino porque su crepitante voz ronca y llena de una gravedad capaz de perforar cualquier cosa, vibró contra mi pecho y sacudió mi cuerpo bajo su agarre.
—Yo...
No pude si quiera hablar y un cosquilleo demasiado aterrador hormigueó la zona de mi nuca cuando sentí sus largos dedos moverse en mi mojado cabello una y otra vez, como si masajeara.
Y eso empezó a adormecerme.
—Yo... —arrastré con debilidad.
—¿Tú qué? —preguntó entre dientes, la roncera en su voz penetró de sensaciones inquietantes mis entrañas y me recorrió el rostro con una diabólica y frívola lentitud—. No atravesé todo el subterráneo para escucharte decir que quieres morir.
—¡Encontré algo! — El grito varonil me apretó el entrecejo —. Creo que podremos romper las esposas con este martillo.
Volví con pesadez la mirada a esos orbes platinados que parecían ser estrellas resplandeciendo entre la más aterradora oscuridad.
—N-no—gemí, mis parpados comenzaron a pesarme más y tragué con complicación—. No...
— ¿No qué? —insistió. Volvieron a sacudirse mis huesos y hasta el último de mis músculos cuando la calidez de su aliento humedeció mis labios—. Termina tus palabras.
Lamí los labios al sentir la sequedad en todo el interior de mi boca, una inestable sed que hasta me hizo repetir la acción dos veces haciendo que él observará el movimiento.
— N-no lo sé...— tartamudeé, todo a mi alrededor comenzó a dar vueltas.
Y la debilidad se adueñó de mi otra vez, aunque más fuerte que antes que hasta mis sentidos se bloquearon y los parpados se me cerraron cuando su diabólico rostro se nubló y la cabeza me pesó tanto que la dejé caer sobre el agarre en su mano.
No supe qué más estaban haciéndome cuando me sentí apunto de desfallecer, solo pude ser capaz de sentir por última vez esa mano recorriendo uno de mis muslos desnudos, y eso fue todo. El hormigueo y adormecimiento muscular cubrió todo tacto, hasta el de aquella mano todavía aferrándose con firmeza en mi cintura para mantenerme fuera del agua y pegada con una desconcertante fuerza a su cuerpo, dejé de sentir.
(...)
Tan-tan-tan!!!!
Oh que genial, estoy tan feliz de traer de regreso a Siete Negro, ¿están ansiosos?
¿Qué les pareció el capítulo?
¿Se imaginaron a nuestro Bimbollo negrito? ¿No?
Porque yo sí y no dejo de suspirar.
Ya me lo quiero comer..
A besos por supuesto.
LOS AMOOOO!!!
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