Donna sciocca
DONNA SCIOCCA
*.*.*
(Disfruten el drama bellezas)
Nastya.
No había parte de mi cuerpo que no temblara, pero no solo por el frío colándome los huesos, sino por la rabia y miedo. Mi respiración se entrecortaba de tal forma que el pecho se me marcaba bajo las sudaderas empapadas, sentía que el corazón, martillándome la garganta, me atravesaría la boca en cualquier instante para huir de esto en lo que yo misma me metí.
La ira, el horror y el dolor me cegaron, hundiéndome en un agujero negro sin retorno. Que de un momento a otro el recuerdo del sótano llegara a mi cabeza vislumbrando las atrocidades que me hicieron, no me dejó razonar. ¿Quién demonios lo haría? Perder la memoria y de repente todas esas pesadillas regresando a mí cabeza, me ataron, me arrancaron prenda por prenda mientras me manoseaban y con la mano agusanada de un cadáver, riéndose como si fuera su juguete preferido antes de pisarme los pies y cortarme los tobillos...
Los castigos que emplearon en mí fueron inhumanos, horribles y grotescos. Y para cuando me di cuenta de mis impulsos ya era tarde, ahora estaba atrapada y dentro de un camión con los tres hombres que más aborrezco y más daño me hicieron.
Pero no estaba del todo arrepentida, la sangre comenzaba a manchar la camiseta blanca de Frédéric, lo había herido, pero quería herirlo más. De todos él era al que más miedo le tenía, y miedo era lo que ya no quería tenerle.
No iba a ocultarme.
Si por algo estaba grabando audio en este momento, era para asegurarme de que no volvería a lastimarme, y después de lo que dijo hacía tan solo unos segundos estaba segura que el bastardo no lo haría.
—Qué curioso. Tan solo se fue y aceptas ahora sí que me inyectaste sangre de experimento negro, ¿no? — solté cada palabra demostrando mi rabia, observando como palmeaba el trozo de escoba en su mano—. En el sótano te mirabas tan seguro cuando sacaste de tu mochila la maldita herramienta con la que me cortaste los pies. ¿Por qué evadir decirle lo que me hiciste a otros? ¿A qué le tienes miedo?
Una risa psicópata llenó el interior del camión militar y sentí los retorcijones apretándome los labios cuando un asqueroso sabor subió por todo mi esófago hasta la punta de mi lengua.
— ¿De qué te estas riendo? — casi lo rugí, sintiendo el nudo en mi garganta esa maldita risa era la misma que hizo cuando me llevó al sótano. Yo no estaría riéndome en su lugar—. Exhalas cobardía Fred. Tienes en claro que lo que me hiciste estuvo mal y que tendrás consecuencias por ello si se sabe. Por eso me estaban buscando.
Arrojé aquello recordando lo que Dmitry dijo minutos atrás. Sus comentarios me dieron suficiente para mantenerme un poco segura con lo que quería obtener de esto, una seguridad que se reforzó mas solo ver como la sonrisa se le desvanecía. Levanté el rostro, tratando se controlar mi respiración.
—Creían que iba a delatarlos por el abuso— me atrevo a mirar a Brandon quien compartió una mirada con George—. Y saber que perdí la memoria les habrá hecho pensar que tenían todo bajo control, ¿no?
—Sigues teniendo la misma bocotá que en subterráneo, Ágata, ¿es que no aprendiste? — exhaló Frédéric.
Devolví la mirada para encontrarlo llevando de nuevo una mano a su costado como si la risa le produjera dolor en la zona donde lo golpeé.
Como me hubiera gustado romperle las costillas, romperle esas malditas y grotescas manos.
— En vez de escupirme lo que te hicimos, deberías estar agradecida de que no hicimos peores cosas.
Retuve el aliento sintiendo la conmoción de sus palabras hirviéndome la sangre y la rabia inyectándose en mis ojos.
—¿Agradecida? —el mentón me tembló y sentí endurecer de más mi quijada —. ¿Agradecida de que me aventaran por la escalera y golpearan, me ataran, me orinara, me cortaran los pies y me tocaran con la mano de un muerto?
Ganas de gritarle lo que me hizo al estrellarme contra la pared no me hacían falta, pero apreté los labios conteniéndome a no soltarme más.
—¡¿De eso tengo que agradecerte?!— grité, su figura se nubló, el dolor que me hicieron sentir seguía intacto en mi cuerpo como el aroma de sus orines.
—Tuve misericordia en el sótano— enfatizó dando un paso al frente el cual me tensó, poniéndome en alerta—, también íbamos a cortarte los dedos, uno a uno metiéndolos en tu bonito coño, ¿sabías eso?
— ¡Maldito cerdo! — escupí entre dientes, y como si no fuera poco, las náuseas me invadieron cerrándome los labios y llevándome la mano al abdomen.
—Ay por favor, si lo disfrutaste con los míos, ¿qué no ibas a disfrutarlo con los tuyos? O con los de un muerto.
La espinilla se me retorció con el aterrador recuerdo, este hombre era repugnante.
—Eres un enfermo—el asco que le tenía se notó en mi voz y en el gesto de mi rostro.
Entenebrecí con la sonrisa que extendió, alargando horripilantes sobras en su ancho rostro.
—¿Apenas te das cuenta? —esbozó con un falso aire de decepción.
Movió sus piernas, una a una y de tal forma que la luz de la linterna lo alumbrará más, retrocedí atemorizada, llevando mi mano a rozar los dedos sobre el celular lista para enviar el audio en dado caso de que intentará lastimarme.
— Tú y tu maldito grupo que creyó salirse con la suya, fueron los que me enfermaron—dijo y no entendí si hablaba o no del grupo de Jerry —. Te hubieras quedado en el edificio con esos mocosos, calladita, haciéndote la loca olvidadiza, sufriendo de las pesadillas de lo que te hicimos en el subterráneo, pero no, no, no, no, no, no y, ¡no!
Mi cuerpo respingó con el estruendo provocado por el trozo de escoba estampándose en la pared del camión.
—Jodida mierda, Ágata— El corazón se me contrajo de miedo cuando su semblante se arrugó en gesto furioso—. Te estábamos dando una oportunidad para que siguieras respirando cuando nos dijeron que te encontraron viva, ¿por qué tenías que arruinarlo?
—Mentiras, me estaban buscando para amenazarme con no abrir la boca.
—Hasta que supimos que perdiste la memoria—me aclaró y no le creí —. Bueno, en realidad no. Teníamos pensado buscarte aun así y tenerte vigilada.
Negó con la cabeza, recargando el bate sobre su hombro sano a la vez que hizo in sonido con los dientes.
— Como siempre te gusta la mala vida, ¿y sabes que es lo mejor? —Me señaló con el bate y de esta no te salvas—. Que de esta no te vas a escapar. De nuevo nos tienes a punto de castigarte.
—¿Ah sí?, ¿y qué me vas a hacer? —escupí sin dejar un segundo de silencio, retrocediendo un par de pasos cuando aceleró más el movimiento de sus piernas—. ¿Me devolverás los golpes? ¿Ahora si me vas a matar?
El horror por poco me atragantó cuando se lanzó a correr sobre mi empujándome de espaldas contra la pared, con su brazo contra mi cuello y el otro sobre mi pecho, acomodando su rodilla en el espacio entre mis piernas. Tenerlo tan cerca me congeló, sus orbes marrones estaban llenos de repulsión y me recorrían con tanto odio que podía sentirlo.
Temblequeé aferrando una mano al móvil cuando lo sentí a punto de caer del bolsillo, y la otra a su muñeca cuya mano apretaba el pedazo de escoba puntiagudo.
—Lo haría con mucho gusto porque no mereces estar viva—espetó dejando que su aliento me helara los labios—. Pero no soy estúpido, eres una testigo bajo su protección, si te mato o dejo marcas externas en tu cuerpo buscarían al responsable y nosotros seriamos los principales sospechosos porque somos los que saben qué clase de basura eres y los que les dieron tu maldita ubicación.
¿Les dieron mi ubicación a quienes?
—Una ubicación errónea, para acabar. Estábamos seguros de nunca te encontrarían, o si lograban hacerlo, ya estarías muerta, era imposible que después más de medio día en aguas putrefactas siguieras con vida ahí abajo— masculló, se le veía furioso—. Tobillos cortados, sangre de experimento negro inyectado, la inundación y los contaminados hambrientos, ninguno terminó contigo. ¡Pero qué puta suerte tuviste!
Apretó más su brazo a mi cuello acercando su asqueroso rostro hasta rozarme los labios en la mejilla cuando se ladeó.
— Miren nada más, las cucarachas son difíciles de exterminar—le sentí sonreír y pegué mi nuca a la pared deseando no sentirlo cerca —. Sin embargo, no tengo que torturarte esta vez, aquí arriba te harán más daño del que te provocamos si les contamos lo que hiciste en el subterráneo, pero...
—¿Lo que hice? — espeté hastiada de sus palabras—. ¿Crees que valía tanta tortura?, ¿un maldito frasco valía tu maldita violació...?
Una abofeteada torciéndome el rostro, me cortó las palabras.
—¡Cierra la maldita boca cuando estoy hablando! —ladró.
—¡Tú ni nadie más me va a volver a lastimar! — gruñí llevando mis manos a su rostro golpeándolo y estallándole las uñas en la piel de sus parpados queriendo enterrarlas, se sacudió, y rasguñé su rostro, haciéndolo escupir un gruñido.
—Tienes una fiera Frédéric, ¿necesitas que volvamos a atarle las manos como lo hicimos en el subterráneo?
El agarre en mi cuello aumentó arrebatándome un quejido, sintiendo como la respiración se me entrecortaba.
—¡Cierren la boca George, y ve a revisar que Damien este cuidando la zona!
Encajé las uñas en sus labios y tiré de ellos, haciéndolos sangrar. Arrojó su rugido con mis arañazos dejando heridas y me soltó solo para estallar su puño en mi cabeza. Todo se me movió cayendo al suelo, noqueada y aturdida, mareada y con los oídos zumbando.
— ¡Maldita!
Me escupió encima y ver cómo tras un gruñido, movía su pierna y me apuntaba con su calzado, me hizo doblarme con las rodillas cubriéndome el vientre.
— No te voy a golpear— volvió a escupirme —, dejarte moretones me delataría y a este ritmo las cámaras de seguridad ya deben estar grabando. Pero hay algo que sí voy a hacer para que me recuerdes...
Me volteé cuando le sentí acomodar sus pies a cada lado de mi cadera, quise arrastrarme lejos de su inclinación, sino fuera por la rodilla recargándose sobre la boca de mi estómago, y el peso de su cuerpo escupiéndome un quejido de dolor.
—Hazme algo y te vas a arrepentir—le advertí.
Mis brazos se movieron con intención de golpearlo, un movimiento que él atrapó apretándolas sobre mi cabeza.
—Tú eres la que se arrepentirá de haberse metido con el monstruo...— Me retorcí cando sentí sus asquerosos dedos tratando de desabotonarme los jeans, su rodilla apretó más enrojeciéndome el rostro de dolor—. Si le cuentas a alguien de esto y del subterráneo, lo que te haré después te hará desear la...
—Audio enviado.
La voz robótica y aguda amortiguándose a mis espaldas, disminuyó su fuerza extendiéndoles los parpados con extrañez.
—Pero, ¿qué...? —Su mano se apartó de mi cremallera metiéndose bajo mi trasero para arrebatarme el móvil del bolsillo y mirar la pantalla.
Las mejillas le temblaron de tensión y me encajó la mirada, airado.
—¡Maldita, todo este tiempo estabas grabando!
—Sí—me atreví a clarificar con una mueca alargándose en mi boca—. Me asegure de que no puedas lastimarme otra vez y no puedas salirte con la tuya. Ni tú ni esos imbéciles, así que retírate, porque yo gano.
Retorció sus labios manchados de su propia sangre y graznó al aire al mismo tiempo en que arrojó el móvil contra la pared propinándome enseguida una bofetada que ahogó mi chillido y me retorció con intenciones de apartarlo de encima de mí.
— ¿Con que ganas tú? — bufó, estallando su mano en mi garganta en un apretó del que traté de escapar, retorciéndome enseguida.
Zafé una mano de su agarre estallando el puño en su rostro, devolviéndole el golpe que lo detuvo y enfureció aún más. No iba a dejar que me intimidara ni mucho menos que repitiera lo del sótano. Atrapó mis dedos torciéndolos en un agarre doloroso, antes de escupirme a la cara.
— Habrás ganado, pero todavía sigues debajo de mi— graznó desabotonándome los jeans—, ¿y qué crees? Ahora sí que lo que te haga me va a valer una mierda, te voy a dejar tan humillada que...
Un rotundo estruendo al costado lo calló de golpe. Mi mirada revoloteó observando la luz de la linterna rebotando en el suelo y alumbrando lo largo de una de las paredes de la camioneta. El rostro confuso de Frédéric oscureció y lo que terminó estremeciéndome de horror y aflojando la fuerza de su agarre fue el ahogado chillido de Brandon emergiendo de alguna parte fuera del camión militar.
—¿Que sucede, Bran? —preguntó sobre mí apretando su mano en mis muñecas, un agarre que comenzó a arder en mi piel con cada uno de mis tirones con tal de zafarme—. ¿Por qué no respondes?
Su voz se amortiguó a causa del hueco pesado y escalofriantemente amenazador de esos pasos levantándose entre la oscuridad. No pude dejar de preguntarme quien se acercaba a nosotros y retuve el aliento cuando inquietantemente esos pasos se detuvieron tan cerca de nosotros.
—Responde, idio... —Una amplia mano varonil se estampó contra la parte superior de su rostro apretando esos largos dedos con tanta fuerza en sus sienes.
Tirón de su cabeza hasta sacar su cuerpo arrastras de encima de mí. Me levanté quedando en shock por las sombras moviéndose delante de mí.
— ¿Qué demonios?, ¿quién eres, imbécil? —Vislumbré las piernas de Frédéric tratando de incorporarse —. ¡Suéltame!
Su orden se volvió un chillido que se atascó en su garganta a causa del estrepito que le dobló una de sus piernas contra el suelo. Le tronó y pronto vi cómo su sombría figura repentinamente era levantada del suelo y sus pies dejaban de tocar éste. Me removí del suelo retrocediendo y pegándome a la pared al escuchar los manotazos de Frédéric luchando por deshacerse del agarre.
La linterna dejó de moverse oscureciendo aún más la única figura visible para mí— Frédéric— y esos manotazos disminuyendo con el crujir de unos huesos haciéndolo bramar me horrorizó. ¿Quién lo tenía?, ¿quién lo lastimaba?
—¡Brandon! ¡Damien ayúdenme! —su grito se escuchó ahogado y otro crujir me hizo ver sus piernas sacudirse con desespero en el aire—. ¡Ya basta, por favor, por favor suéltame! ¡George, ayúdame! ¡Alguien ayúneme...!
Sus aterradores gritos me erizaron la piel, alargándose y golpeando el interior del camión en ecos que fueron comparados de un crujir más marcado y escalofriante. ¡Lo está matando! Y saberlo me hizo moverme rápidamente de mi lugar, gateando pegada a las paredes, encaminándome hacia la linterna.
—¡Para, para, haré lo que quieras, lo que quieras, pero para...! — le escuché rogar, su voz rasgada de dolor—. ¡Ayúdenme! Me duele...
Otro crujir en compañía de su bramido y algo rebotó en el suelo. Con el corazón azotándome el pecho, tomé la linterna y giré al instante, alumbrando ese pedazo rodando hasta mi dirección. Es un dedo.
No. No era el único trozo de dedo en el suelo e iluminar los trozos me erizó la columna vertebral con un horripilante escalofrió.
—¡Ya basta por favor...! Si es por ella juro dejarla en paz, pero suéltame, déjame ir...
Se me extendieron los parpados de horror al reparar una vez más en ese dedo anular con la punta del hueso trozaban y la piel manchada de sangre. Se los está arrancando.
—El que se metió con el monstruo fue otro.
El corazón se me congeló con la ronquera bestial y engrosada de esa voz arrastrándose aterradoramente entre la oscuridad y con un crepitar escalofriante, solo para ser envuelto en una llama de fuego ardiente que lo derritió y ser resucitado por descargas de emociones que lo aceleraron como locomotora. Es él, vino por mí. Hasta el último de mis músculos bajo la piel se removió a causa de un brusco estremecimiento y sentí debilitarme, sentí reaccionar de maneras incontrolables cuando al mover la linterna a lo largo del suelo y levantarla, encontré esa ancha espalda viril agrandados con cada respiración, marcándose a detalle debajo de la empapada tela olivo de su uniforme militar, sus omoplatos dibujaban sombras y los músculos de sus anchos hombros estaban tensos.
Subí más la linterna iluminando su espeso cabello negro y mojado, por el que cientos de gotas resbalaban a lo largo de su ancho cuello, desapareciendo con el cuello de su camiseta.
—Tú...—la voz adolorida de Frédéric me movió la linterna solo para alumbrar los músculos de esos brazos engrosándose bajo la remangada manga uniformada y el largo camino venoso de los antebrazos que me llevaron a esa amplia mano rodeando el cuello de él y a esa otra cerrándose sobre uno de sus dedos—. Se quién eres, ¿por qué me estás haciendo esto...?
Iluminé su rostro sufrido, sus sienes estaban enrojecidas al igual que sus orbes los cuales se mantenían únicamente en el rostro del hombre a quien no pude ver ni siquiera su perfil todavía. Pero sabía quién era.
—¿Por qué me haces esto...? — chilló y no pude moverme, desvaneciendo las emociones que su presencia me provocó cuando la luz ilumino esa mano ensangrentada en la que solo restaba el meñique y dos dedos más —. Yo les di información de su ubicación, no me puedes lastimar.
—Tu seguridad me tienta, pero se te olvida algo— su mano venosa rodeo el pulgar y lo apretó— ¿qué hay de lo que le hiciste a esta mujer?
—No estaba lastimándola, lo juró, vinimos aquí a diver...
Tiró del dedo para romper el hueso y acto seguido rasgar la piel con crudo movimiento que me comprimido entera, haciéndome pequeñita, helada ante el bramido de ruego de Frédéric.
—¡Para, para, o, para! —siguió rogándole—. ¡Para, te lo ruego por favor no otro, no otro...! ¡Voy a dementarte mal nacido! ¡No me puedes hacer esto sin una razón!
Sus orbes marrones se clavaron en mi inesperadamente, alzando sus cejas y abriendo sus temblorosos labios manchados de sangre.
—¡Ágata! —Apreté los labios ante su llamado—. D-detenlo, por favor. Dile que no te estaba haciéndote nada, fue un malentendido.
¿Un malentendido? Solo sentir el ardor en las mejillas y ver los botones de mis jeans desabotonados me arrugó los labios.
—En serio, te digo la verdad—Lo miró con suplica, sosteniendo en sus labios una desagradable sonrisa—. Solo estábamos jugando, íbamos a tener sexo. Díselo, Ágata.
—¿Es así, mujer? —su bestialidad me encogí y sentí como cada músculo de mi cuerpo se encogía también al verlo torcer su rostro, dejándome apreciar apenas parte de su perfil y las aterradoras sombras que se alargaban sobre él—. ¿Estaban jugando?, ¿tus gritos eran porque querías tener sexo con él?
Frédéric trató de asentir.
—Díselo Ágata —me pidió abriendo sus ojos en una clase de advertencia —. ¿Qué esperas? Qué esperas.
Y todavía se ponía a ordenarme....
—Miente— la voz me salió rasgada—. Me metieron al camión y él me golpeó, estaba amenazandome de que si decía algo de lo que me hicieron en el sótano me arrepentiría —solté, acusándolo, la piel de su rostro palideció y fruncí los labios con disgusto —. Y luego me desabrochó los pantalones.
Apunté a los botones de mis jeans y la cremallera a la mitad de la apertura, me sentí como una niña queriendo ser mimada a pesar de que tal acción no fue mirada por él. Aún así mis palabras fueron más que suficientes para que la furia se desatara en Frédéric.
—¡Maldita, tu empezaste, querías que te lo hi...!
Las palabras se le acortaron y su cuerpo se sacudió cuando la mano en su cuello tomó más fuerza en su agarre, oprimiendo su garganta, complicando la respiración. Sus piernas volvieron a sacudirse y sus manos ensangrentadas trataron rodear su muñeca pese a la falta de dedos.
—Aun si su respuesta fuera otra, nada te salvaría de lo que llevo tiempo planeando hacerte—entenebrecí al ver sus gruesos nudillos blanqueándose cuando cerró más sus dedos—. Sentiré satisfacción de tu sufrimiento como no puedas imaginar.
Frederic siguió pataleando y él sacudió su cuerpo como un saco estampándolo de espalda a la pared del camión antes de enpuñar otro de sus dedos y arrancarselo con una bestialidad tan perturbadora y horripilante que me me encogí con chillido.
—Por... favor—rogó.
Aventó el dedo que rebotó hacia mis pies y retrocedí antes de verlo apretar otro de sus últimos dedos ensangrentados.
—Te lo...suplico...
Un líquido comenzó a deslizarse por encima de su calzado, manchando el suelo hasta convertirse en un pequeño charco. Keith inclinó apenas la cabeza y lo levantó más volviendo a sacudirlo.
—Tanto miedo tienes de morir por mis manos que no te queda más que orinarte...—su gruñido entre dientes, me empequeñeció y apretó agarre de tal forma que las venas saltaran en la frente de Frédéric—. ¿A dónde se fue tú valentía? ¿No te valía una mierda lo que sucediera?
—Dete...nte...— Comenzó a ponerse morado y mis labios volvieron a apretarse, ¿lo matará? —. No... me... m-mates.
—No, matarte seria terminar con tu tortura y planeo hacerte sufrir más — arrastró.
Frédéric empezó a temblar, queriendo alcanzar su rostro con sus manos.
— Mírala una vez más, habla de ella, acércate de nuevo y no solo te arrancaré lo que resta de tus dedos—masculló entre dientes la amenazada alzándolo más en el aire—. Te romperé los tobillos y te arrancaré las extremidades mientras vivas hasta que no quede nada de ti.
Con un movimiento brusco lo lanzó contra la pared, ahogándose otro chillido antes de caer al suelo, su boca se abrió arrastrando con rotunda necesidad el aire y tosió como si se ahogar, una y otra vez tratando de recuperarse. El enrojecimiento de la piel de su rostro comenzó a disminuir, pero las marcas de los dedos de Keith estaban intactas en su cuello.
—Llévate tu basura y lárgate de aquí antes de que me arrepienta y decida matarte —exigió pateando un meñique.
Con un temblor apoderándose de su cuerpo se acercó y trató de tomar los dedos del suelo, las gotas de sangre le escurian y uno que otro se le resbalaba de las manos. Sin si quiera levantar la mirada, aceleró el paso sobre sus rodillas y salió del camión a tropezones, dejando que apenas la luz de la cortina entre abierta, se adentra para sombrear.
—Interesante...— el crepitar de su voz me puso en alerta y entenebrecí al atisbar como esa mano varonil desenfundaba un arma de su grueso cinturón, extendiendo el brazo y apuntando a la cortina entreabierta—. Ya me arrepentí.
Y con sus escalofriantes palabras, jaló el gatillo para disparar, no una, sino dos veces. El estruendo me encogió de hombros y retrocedí ante el grito de Frédéric.
—Está a salvo— su escalofriante voz me apartó la mirada del cortinero, clavándome en el modo tan inquietantemente tranquilo en que enfundada su arma—. Manda soldados al área restringida del estacionamiento D, hay cadáveres qué recoger.
Apenas fue audible la aguda voz de una mujer emitiéndose exasperada desde la bocina del móvil cuando él se lo apartó. Supe que era Ivanova y colgó guardándose el aparato.
—¿L-lo mataste? — las palabras salieron en casi un susurro que, debido a lo largo del camión se extendió en un eco estremecedor.
Enderezó su cabeza y el crujir en su cuello me tensionó.
—¿No te ordené volver a tu habitación? — su espesa voz me hizo tragar con complicación—. ¿Qué haces aquí, Nastya?
Se volteó y con tanta lentitud bajo la luz de la linterna que no pude perderme un solo instante. No puede ser. El alma se me escapó de los labios en forma de aliento, la sangre me bombeó caliente y frenética en partes horriblemente erróneas sintiendo las piernas de mantequilla nada más ver su ancha mandíbula manchada de la sangre de Frederic, desencajada.
La ira y crudeza resaltaban en el oscuro plata de sus orbes y en cada facción de su rostro en el cual se espacian gotas de sangre. Y con esos mechones negros pegados a su húmeda frente dejando caer pequeñas gotas de agua que recorrían sus pómulos y rozaban las oscuras comisuras de sus tensos labios, y sumando a la herida cocida y escalofriante en su mejilla, le daba un aspecto salvaje, temeroso, ardiente, hechizante... dominante. Era como ver al diablo emergiendo de las llamas de infierno después de haber mutilado a uno de sus demonios.
—Recordé algo.
Mis tartamudeadas palabras le ladearon el rostro apenas unos centímetros, pero suficiente como para oscurecer de terrible forma gran parte de su rostro.
—¿Qué tienen que ver estos humanos con lo que recordaste? — espetó la pregunta con un tenso movimiento de su mandíbula señalando el cortinero—. Dame la razón por la que terminaste con uno de ellos encima de ti y por la que no debo mantener a un soldado todo el tiempo siguiéndote.
Su exigencia me tembló el mentón, sintiendo de nuevo el escozor en los ojos solo recordar cada una de las atrocidades y negué con la cabeza. No iba a soltarme a llorar delante de él menos iba a darle un por qué, porque si él supo encontrarme, era porque seguramente escuchó todo... Todo lo que ellos me hicieron.
El pecho se me oprimió y movi la cabeza en negación.
—No tengo por qué explicarte nada.
Respondí y con la necesidad de huirle a todo mundo, clavé la linterna en el suelo en busca del móvil. El aparato estaba en una esquina con la pantalla bocabajo. Me moví de inmediato, acercándome en tan solo un segundo hasta llegar, y tan solo incliné parte de mi cuerpo y extendí el brazo tomándolo para tomarlo...
El aterrador sonido de sus pasos creciendo peligrosamente a mi costado me pusieron la piel de gallina.
Me incorporé con la columna erizada y volteé con fuerza, alumbrando ese par de pectorales musculosos remarcados bajo la tela mojada, a solo centímetros de mí rostro. Ni siquiera pude reaccionar al sentir esos dedos apretándose a mi cadera y tirando de mí de tal forma que todo mi cuerpo fuera empujado hacia el suyo.
Ahogué un gemido en la garganta al estrellarme contra el intenso calor de su torso tosco, el frío de mi cuerpo deshaciéndose en un cumulo de estiramientos y mis labios rozándose un instante contra el endurecimiento de su tenso pecho antes de sentir esos otros dedos hundiéndose en mi cabellera y aferrándose a la nuca para inclinarme la cabeza hacia atrás, quedando debajo de las aterradoras sobras que se expandiendo a lo largo de su rostro.
Las piernas me flaquearon. Nunca antes vi unos orbes tan oscuros, no, nunca creí que una mirada pudiera dar tanto miedo como la suya, estremecer rotundamente al mismo tiempo en que me convertía al tamaño de una presa acorralada por la bestia más peligrosa y aterradora de todas.
—Donna sciocca—gruñó entre dientes apretados, apretando mi cuerpo al suyo y tirando de mi nuca hasta alzarme más el rostro y sentir su fuerte respiración acariciándome los labios—. ¿Cuándo dejarás de meterte en problemas?
Una gota de agua resbaló de su mechón negro hasta mis labios que se abrieron extasiados de la furia en él y de cómo un rayo alumbrando el exterior lo detallaba con un aura macrabra y malditamente sensual. Estoy enferma por sentirme atraída aun con todas esas manchas de sangre.
Tuve que obligarme a procesar sus palabras, apretando los labios en casi un fruncir y más que por lo que dijo, por lo que sentía hacia mi. Si pudiera volver el tiempo, sería no recordar lo que me hicieron.
—¿Que cuándo dejaré de meterme en problemas?—repetí sus palabras, saboreando la amargura que tragué a fuerzas, moviendo mis brazos y dejando que mis manos se aferraran al grosor de su cinturón—. ¿Crees que me gusta buscarmelos?, ¿que fui a la torre para darle más facilidad al infiltrado de dispararme?, ¿que me busqué que intentaran matarme en el subterráneo para perder la memoria? ¿que me gustó poner mi vida en riesgo, que me golpearan, me insultaran y se subieran sobre mi o me metieran una mano putrefacta?
Lo último lo solté con la voz a punto de rasgarse solo recordar las asquerosas escenas del sótano. Y hastiada de mis impulsos y de su intenso calor, empujé manos contra su cadera, la intención de romper su agarre y librarme de su intenso calor falló cuando él me empujó hasta estampar mi espalda al material del camión y acorralarme con su enorme cuerpo, sintiendo la dureza de su muslo presionándose a mi entrepierna y su ancha cadera recargándose contra mi abdomen, sintiendo el roce de sus armas debilitándome los brazos.
Temblequeé sintiendo que me desharía en cientos de músculos nerviosos y rogué no perder al darme cuenta de que una de todas esas armas— la que se rozaba junto a mi ombligo— no era un arma, podía sentir la diferencia de tamaño y textura y solo hacerlo me abrió los labios para soltar el aliento. Joder. Y no estaba erecto, podía sentirlo que este era su tamaño normal, pero también podía imaginar el engrosado que tendría sí él estuviera excitado, y eso ya estaba siendo una tortura para mí, sintiendo la maldita humedad empapándome el sexo.
Genio. Él estaba furioso y yo excitada imaginando el tamaño de su miembro.
—Si no hubiera llegado a tiempo por ti, princesita...— recalcó con tanta bestialidad inclinándose sobre mí, me encogí bajo su escalofriante sombra, atrapada por el color diabólicos en que sus orbes se entrenaban, inquieta porque hasta el color de sus escleróticas blancas parecía oscurecer—, ¿qué crees que te habría hecho?
Me obligué a no perderme a causa del ligero y apenas sensible roce de su lóbulo contra mi nariz, así como también no perderme en el roce de su cálido aliento sobre mis labios tragando con complicación antes de arrastrar una bocanada de aire para poder responder.
—Es verdad, no lo pensé. Ni siquiera pude pensarlo, pero recordar lo que me...— detuve mis palabras queriendo clavar la mirada en el cortinero entre abierto del camión a causa del rebote de una voz aguda llamándolo a él en alguna parte y en la lejanía.
Su prometida se esta acercando... Y no parecía ser única adentrándose a este estacionamiento buscándolo a él, podía escuchar otras voces sin forma, pero varoniles.
— Al único que debes prestar atención aquí, es a mí —exigió con la misma ira engrosando su voz. Haciendo un leve tirón en mi quijada para devolverle la mirada a esos carnosos labios tensos—. Continua, mujer. ¿Qué fue lo que recordaste para perseguirlos?
Su severidad me endureció y volví a respirar con complicación, escuchando de nuevo esa voz buscándolo. Traté de concentrarme y repetir las palabras que segundos atrás dije para continua. De nuevo estuve a punto de contarle por qué los perseguí, y me rehusé a continuarlo.
—Tenía grabado un audio con sus confesiones—terminé cambiando mis palabras, temiendo ante el arqueo de una de sus cejas, un gesto serio e irritado—. No sé a quién se lo envié, pero pensé que si...
—¿Pensaste que si se lo mostrabas te dejaría ir así sin nada más? — masculló mostrando el apretón en sus dientes blancos, y temblé con el agarre de sus dedos sobre mi quijada, ladeándome el rostro solo para que el entenebrecido color de sus orbes reparara en una de mis mejillas.
—No se lo mostré todavía. El mensaje se envió antes y se me olvidó poner el silenciador— expliqué, aunque no era una mentira que activé la opción de elegir un destinatario a alguno de los contactos que tenía cuando el audio se terminara de grabar. Así, en dado caso de que supieran que estaba grabándolos, se enviara automáticamente con la orden en mi voz, antes de que trataran de borrarlo.
—Aun si no fuera así, se lo mostrarías con la seguridad de que no te tocaría y te dejaría ir— Me enderezó el rostro sintiendo la fuerza de sus dedos apretándome la nuca, un tirón que apenas me hizo quejar—. ¿Pensar así de qué te sirvió? Tener esa evidencia no le costaría divertirse un rato contigo y matarte aquí mismo.
Me encogió con esa escalofriante torcedura ensanchando la parte izquierda de sus labios, una mueca furiosa que le creó.
— A este ritmo no hace falta que intenten pasar sobre mi para llegar a ti—arrastró soltándome de golpe la quijada y abandonando mi nuca al mismo tiempo en que enderezó su rostro, oscureciendo inquietantemente más de la mitad de sus facciones —. Le das la facilidad a los buitres para probar de tu carne.
Su pecho vibró con el crepitar de sus crudas palabras, y algo se hundió en mi pecho, una clase de opresión como si me clavaran un puñal de conmociones. Peor aún me sentí cuando se apartó de mí, fundiéndome tanto en la frialdad de alrededor, como en la frialdad de sus orbes oscurecidos y el movimiento rígido que hizo con su mandíbula señalando al cortinero.
—Sal de aquí y ve directo a tu cuarto —espetó su orden —. Si te veo a fuera y haciendo otra tontería, lo que haré no te gustara, mujer.
Su espesa advertencia retumbó en mis adentros y se volteó dejándome la vista de su ancha espalda. Estremecí con el hueco de sus pasos levantándose, y con él apartándose cada vez más de la luz de mi linterna, dirigirse a la cortina del camión.
Sí, sé que cometí un terrible error que casi me costó otra tortura o tal vez algo mucho peor, y lo reconocí, me arrepentía de ello, y de no ser porque tenía un audio y porque él apareció justo a tiempo, no tendría nada qué evidenciar. Pero no tenía por qué tratarme como si me faltara cerebro y como si fuera una maldita carga para él.
Algo tomó posesión de mí, hundiéndome mi entrecejo y apartándome de inmediato de la pared para que, con pasos grandes, lo alcanzara y rodeara su imponente masculinidad. Una acción que lo detuvo y al instante subí mucho el rostro para encarar la frialdad de ese plata oscurecido con una severa bestialidad.
—¿Quién eres tú para darme ordenes? — solté sintiéndome molesta—. ¿Acaso eres mi padre? Sí, hice mal y no sabe cuanto me arrepiento no haber podido pensar antes de actuar, pero eso no significa que puedas tratarme como si tuvieras derecho sobre mí.
Su ceja tembló arqueándose bajo los mechones negros que le colgaban, y los cuales oscurecían aún más esa mirada salvaje que a poco estuve de disminuir mi valentía y ponerme nerviosa.
— Aunque sé que no te importa mi vida. Solo me salvaste porque crees que guardo información importante para lo que sea que estén buscando— espeté la verdad sintiendo el sabor amargo en la punta d esa lengua—. Y si no fuera por eso, me habrías dejado morir en el ataque que hubo en el subterráneo o peor aún, en las manos de ese imbécil, porque no te serviría de nada más que ser una maldita carga.
Esas últimas palabras se amortiguaron con el grito de su prometida acercándose cada vez más a serviría.
—Y si no estoy en el cuarto, ¿qué? — escupí acompañando mis palabras con un movimiento de mi rostro—. ¿Qué me vas a hacer si te desobedezco?, ¿planeas castigarme?, ¿me vas a cortar los dedos también? ¿Te arrepentirás y me dispararas?
Los nervios me invadieron con la presencia de la asperidad de sus dedos tomándome de la quijada en un brusco movimiento.
—Castigarte no sería tan mala opción —arrastró entre dientes, y mis labios se secaron con la caricia de su aliento y la amenazante inclinación de su rostro dejando que otra gota de su húmedo cabello cayera esta vez sobre mi mentón—. Aprenderías a pensar dos veces antes de cometer otra tontería.
Que hijo de incubadora más...
¿Cómo quería que pensara con claridad cuando perdí la memoria y recordar aquello fue como sentir puñales encajandose brutalmente en mí?
— ¿Y cómo vas a castigarme, según tú? ¿Acaso me impedirás salir del cuarto todo un día? —me burlé —, ¿me tendrás encerrada?, ¿me pondrán más guardias?, ¿o volverás a repetir lo de anoche?
Un instante me costo darme cuenta de lo que dije. Llevando mi mano a rozar mis labios. Hija de la humillación, pero, ¿cómo se me ocurre soltar aquello? El calor aumentó en mis mejillas, sintiendo el revoloteó expandirse en el interior de mi estómago cuando esa oscura comisura se extendió con extrema y maldita lentitud, retorciendo cada centímetro de su desgarradora masculinidad.
No había parte de mi cuerpo que no temblara, pero no solo por el frío colándome los huesos, sino por la rabia y miedo. Mi respiración se entrecortaba de tal forma que el pecho se me marcaba bajo las sudaderas empapadas, sentía que el corazón, martillándome la garganta, me atravesaría la boca en cualquier instante para huir de esto en lo que yo misma me metí.
La ira, el horror y el dolor me cegaron, hundiéndome en un agujero negro sin retorno. Que de un momento a otro el recuerdo del sótano llegara a mi cabeza vislumbrando las atrocidades que me hicieron, no me dejó razonar. ¿Quién demonios lo haría? Perder la memoria y de repente todas esas pesadillas regresando a mí cabeza, me ataron, me arrancaron prenda por prenda mientras me manoseaban y con la mano agusanada de un cadáver, riéndose como si fuera su juguete preferido antes de pisarme los pies y cortarme los tobillos...
Los castigos que emplearon en mí fueron inhumanos, horribles y grotescos. Y para cuando me di cuenta de mis impulsos ya era tarde, ahora estaba atrapada y dentro de un camión con los tres hombres que más aborrezco y más daño me hicieron.
Pero no estaba del todo arrepentida, la sangre comenzaba a manchar la camiseta blanca de Frédéric, lo había herido, pero quería herirlo más. De todos él era al que más miedo le tenía, y miedo era lo que ya no quería tenerle.
No iba a ocultarme.
Si por algo estaba grabando audio en este momento, era para asegurarme de que no volvería a lastimarme, y después de lo que dijo hacía tan solo unos segundos estaba segura que el bastardo no lo haría.
—Qué curioso. Tan solo se fue y aceptas ahora sí que me inyectaste sangre de experimento negro, ¿no? — solté cada palabra demostrando mi rabia, observando como palmeaba el trozo de escoba en su mano—. En el sótano te mirabas tan seguro cuando sacaste de tu mochila la maldita herramienta con la que me cortaste los pies. ¿Por qué evadir decirle lo que me hiciste a otros? ¿A qué le tienes miedo?
Una risa psicópata llenó el interior del camión militar y sentí los retorcijones apretándome los labios cuando un asqueroso sabor subió por todo mi esófago hasta la punta de mi lengua.
— ¿De qué te estas riendo? — casi lo rugí, sintiendo el nudo en mi garganta esa maldita risa era la misma que hizo cuando me llevó al sótano. Yo no estaría riéndome en su lugar—. Exhalas cobardía Fred. Tienes en claro que lo que me hiciste estuvo mal y que tendrás consecuencias por ello si se sabe. Por eso me estaban buscando.
Arrojé aquello recordando lo que Dmitry dijo minutos atrás. Sus comentarios me dieron suficiente para mantenerme un poco segura con lo que quería obtener de esto, una seguridad que se reforzó mas solo ver como la sonrisa se le desvanecía. Levanté el rostro, tratando se controlar mi respiración.
—Creían que iba a delatarlos por el abuso— me atrevo a mirar a Brandon quien compartió una mirada con George—. Y saber que perdí la memoria les habrá hecho pensar que tenían todo bajo control, ¿no?
—Sigues teniendo la misma bocotá que en subterráneo, Ágata, ¿es que no aprendiste? — exhaló Frédéric.
Devolví la mirada para encontrarlo llevando de nuevo una mano a su costado como si la risa le produjera dolor en la zona donde lo golpeé.
Como me hubiera gustado romperle las costillas, romperle esas malditas y grotescas manos.
— En vez de escupirme lo que te hicimos, deberías estar agradecida de que no hicimos peores cosas.
Retuve el aliento sintiendo la conmoción de sus palabras hirviéndome la sangre y la rabia inyectándose en mis ojos.
—¿Agradecida? —el mentón me tembló y sentí endurecer de más mi quijada —. ¿Agradecida de que me aventaran por la escalera y golpearan, me ataran, me orinara, me cortaran los pies y me tocaran con la mano de un muerto?
Ganas de gritarle lo que me hizo al estrellarme contra la pared no me hacían falta, pero apreté los labios conteniéndome a no soltarme más.
—¡¿De eso tengo que agradecerte?!— grité, su figura se nubló, el dolor que me hicieron sentir seguía intacto en mi cuerpo como el aroma de sus orines.
—Tuve misericordia en el sótano— enfatizó dando un paso al frente el cual me tensó, poniéndome en alerta—, también íbamos a cortarte los dedos, uno a uno metiéndolos en tu bonito coño, ¿sabías eso?
— ¡Maldito cerdo! — escupí entre dientes, y como si no fuera poco, las náuseas me invadieron cerrándome los labios y llevándome la mano al abdomen.
—Ay por favor, si lo disfrutaste con los míos, ¿qué no ibas a disfrutarlo con los tuyos? O con los de un muerto.
La espinilla se me retorció con el aterrador recuerdo, este hombre era repugnante.
—Eres un enfermo—el asco que le tenía se notó en mi voz y en el gesto de mi rostro.
Entenebrecí con la sonrisa que extendió, alargando horripilantes sobras en su ancho rostro.
—¿Apenas te das cuenta? —esbozó con un falso aire de decepción.
Movió sus piernas, una a una y de tal forma que la luz de la linterna lo alumbrará más, retrocedí atemorizada, llevando mi mano a rozar los dedos sobre el celular lista para enviar el audio en dado caso de que intentará lastimarme.
— Tú y tu maldito grupo que creyó salirse con la suya, fueron los que me enfermaron—dijo y no entendí si hablaba o no del grupo de Jerry —. Te hubieras quedado en el edificio con esos mocosos, calladita, haciéndote la loca olvidadiza, sufriendo de las pesadillas de lo que te hicimos en el subterráneo, pero no, no, no, no, no, no y, ¡no!
Mi cuerpo respingó con el estruendo provocado por el trozo de escoba estampándose en la pared del camión.
—Jodida mierda, Ágata— El corazón se me contrajo de miedo cuando su semblante se arrugó en gesto furioso—. Te estábamos dando una oportunidad para que siguieras respirando cuando nos dijeron que te encontraron viva, ¿por qué tenías que arruinarlo?
—Mentiras, me estaban buscando para amenazarme con no abrir la boca.
—Hasta que supimos que perdiste la memoria—me aclaró y no le creí —. Bueno, en realidad no. Teníamos pensado buscarte aun así y tenerte vigilada.
Negó con la cabeza, recargando el bate sobre su hombro sano a la vez que hizo in sonido con los dientes.
— Como siempre te gusta la mala vida, ¿y sabes que es lo mejor? —Me señaló con el bate y de esta no te salvas—. Que de esta no te vas a escapar. De nuevo nos tienes a punto de castigarte.
—¿Ah sí?, ¿y qué me vas a hacer? —escupí sin dejar un segundo de silencio, retrocediendo un par de pasos cuando aceleró más el movimiento de sus piernas—. ¿Me devolverás los golpes? ¿Ahora si me vas a matar?
El horror por poco me atragantó cuando se lanzó a correr sobre mi empujándome de espaldas contra la pared, con su brazo contra mi cuello y el otro sobre mi pecho, acomodando su rodilla en el espacio entre mis piernas. Tenerlo tan cerca me congeló, sus orbes marrones estaban llenos de repulsión y me recorrían con tanto odio que podía sentirlo.
Temblequeé aferrando una mano al móvil cuando lo sentí a punto de caer del bolsillo, y la otra a su muñeca cuya mano apretaba el pedazo de escoba puntiagudo.
—Lo haría con mucho gusto porque no mereces estar viva—espetó dejando que su aliento me helara los labios—. Pero no soy estúpido, eres una testigo bajo su protección, si te mato o dejo marcas externas en tu cuerpo buscarían al responsable y nosotros seriamos los principales sospechosos porque somos los que saben qué clase de basura eres y los que les dieron tu maldita ubicación.
¿Les dieron mi ubicación a quienes?
—Una ubicación errónea, para acabar. Estábamos seguros de nunca te encontrarían, o si lograban hacerlo, ya estarías muerta, era imposible que después más de medio día en aguas putrefactas siguieras con vida ahí abajo— masculló, se le veía furioso—. Tobillos cortados, sangre de experimento negro inyectado, la inundación y los contaminados hambrientos, ninguno terminó contigo. ¡Pero qué puta suerte tuviste!
Apretó más su brazo a mi cuello acercando su asqueroso rostro hasta rozarme los labios en la mejilla cuando se ladeó.
— Miren nada más, las cucarachas son difíciles de exterminar—le sentí sonreír y pegué mi nuca a la pared deseando no sentirlo cerca —. Sin embargo, no tengo que torturarte esta vez, aquí arriba te harán más daño del que te provocamos si les contamos lo que hiciste en el subterráneo, pero...
—¿Lo que hice? — espeté hastiada de sus palabras—. ¿Crees que valía tanta tortura?, ¿un maldito frasco valía tu maldita violació...?
Una abofeteada torciéndome el rostro, me cortó las palabras.
—¡Cierra la maldita boca cuando estoy hablando! —ladró.
—¡Tú ni nadie más me va a volver a lastimar! — gruñí llevando mis manos a su rostro golpeándolo y estallándole las uñas en la piel de sus parpados queriendo enterrarlas, se sacudió, y rasguñé su rostro, haciéndolo escupir un gruñido.
—Tienes una fiera Frédéric, ¿necesitas que volvamos a atarle las manos como lo hicimos en el subterráneo?
El agarre en mi cuello aumentó arrebatándome un quejido, sintiendo como la respiración se me entrecortaba.
—¡Cierren la boca George, y ve a revisar que Damien este cuidando la zona!
Encajé las uñas en sus labios y tiré de ellos, haciéndolos sangrar. Arrojó su rugido con mis arañazos dejando heridas y me soltó solo para estallar su puño en mi cabeza. Todo se me movió cayendo al suelo, noqueada y aturdida, mareada y con los oídos zumbando.
— ¡Maldita!
Me escupió encima y ver cómo tras un gruñido, movía su pierna y me apuntaba con su calzado, me hizo doblarme con las rodillas cubriéndome el vientre.
— No te voy a golpear— volvió a escupirme —, dejarte moretones me delataría y a este ritmo las cámaras de seguridad ya deben estar grabando. Pero hay algo que sí voy a hacer para que me recuerdes...
Me volteé cuando le sentí acomodar sus pies a cada lado de mi cadera, quise arrastrarme lejos de su inclinación, sino fuera por la rodilla recargándose sobre la boca de mi estómago, y el peso de su cuerpo escupiéndome un quejido de dolor.
—Hazme algo y te vas a arrepentir—le advertí.
Mis brazos se movieron con intención de golpearlo, un movimiento que él atrapó apretándolas sobre mi cabeza.
—Tú eres la que se arrepentirá de haberme metido con el monstruo...— Me retorcí cando sentí sus asquerosos dedos tratando de desabotonarme los jeans, su rodilla apretó más enrojeciéndome el rostro de dolor—. Si le cuentas a alguien de esto y del subterráneo, lo que te haré después te hará desear la...
—Audio enviado.
La voz robótica y aguda amortiguándose a mis espaldas, disminuyó su fuerza extendiéndoles los parpados con extrañez.
—Pero, ¿qué...? —Su mano se apartó de mi cremallera metiéndose bajo mi trasero para arrebatarme el móvil del bolsillo y mirar la pantalla.
Las mejillas le temblaron de tensión y me encajó la mirada, airado.
—¡Maldita, todo este tiempo estabas grabando!
—Sí—me atreví a clarificar con una mueca alargándose en mi boca—. Me asegure de que no puedas lastimarme otra vez y no puedas salirte con la tuya. Ni tú ni esos imbéciles, así que retírate, porque yo gano.
Retorció sus labios manchados de su propia sangre y graznó al aire al mismo tiempo en que arrojó el móvil contra la pared propinándome enseguida una bofetada que ahogó mi chillido y me retorció con intenciones de apartarlo de encima de mí.
— ¿Con que ganas tú? — bufó, estallando su mano en mi garganta en un apretó del que traté de escapar retorciéndome enseguida.
Zafé una mano de su agarre estallando el puño en su rostro, devolviéndole el golpe que lo detuvo y enfureció aún más. No iba a dejar que me intimidara ni mucho menos que repitiera lo del sótano. Atrapó mis dedos torciéndolos en un agarre doloroso, antes de escupirme a la cara.
— Pero hay un problema, y es que todavía sigues debajo de mi— graznó desabotonándome los jeans—, ¿y qué crees? Ahora sí que lo que te haga me va a valer una mierda, te voy a dejar tan humillada que...
Un rotundo estruendo al costado lo calló de golpe. Mi mirada revoloteó observando la luz de la linterna rebotando en el suelo y alumbrando lo largo de una de las paredes de la camioneta. El rostro confuso de Frédéric oscureció y lo que terminó estremeciéndome de horror y aflojando la fuerza de su agarre fue el ahogado chillido de Brandon emergiendo de alguna parte fuera del camión militar.
—¿Que sucede, Bran? —preguntó sobre mí apretando su mano en mis muñecas, un agarre que comenzó a arder en mi piel con cada uno de mis tirones con tal de zafarme—. ¿Por qué no respondes?
Su voz se amortiguó a causa del hueco pesado y escalofriantemente amenazador de esos pasos levantándose entre la oscuridad. No pude dejar de preguntarme quien se acercaba a nosotros y retuve el aliento cuando inquietantemente esos pasos se detuvieron tan cerca de nosotros.
—Responde, idio... —Una amplia mano varonil se estampó contra la parte superior de su rostro apretando esos largos dedos con tanta fuerza en sus sienes.
Tirón de su cabeza hasta sacar su cuerpo arrastras de encima de mí. Me levanté quedando en shock por las sombras moviéndose delante de mí.
— ¿Qué demonios?, ¿quién eres, imbécil? —Vislumbré las piernas de Frédéric tratando de incorporarse —. ¡Suéltame!
Su orden se volvió un chillido que se atascó en su garganta a causa del estrepito que le dobló una de sus piernas contra el suelo. Le tronó y pronto vi cómo su sombría figura repentinamente era levantada del suelo y sus pies dejaban de tocar éste. Me removí del suelo retrocediendo y pegándome a la pared al escuchar los manotazos de Frédéric luchando por deshacerse del agarre.
La linterna dejó de moverse oscureciendo aún más la única figura visible para mí— Frédéric— y esos manotazos disminuyendo con el crujir de unos huesos haciéndolo bramar me horrorizó. ¿Quién lo tenía?, ¿quién lo lastimaba?
—¡Brandon! ¡Damien ayúdenme! —su grito se escuchó ahogado y otro crujir me hizo ver sus piernas sacudirse con desespero en el aire—. ¡Ya basta, por favor, por favor suéltame! ¡George, ayúdame! ¡Alguien ayúneme...!
Sus aterradores gritos me erizaron la piel, alargándose y golpeando el interior del camión en ecos que fueron comparados de un crujir más marcado y escalofriante. ¡Lo está matando! Y saberlo me hizo moverme rápidamente de mi lugar, gateando pegada a las paredes, encaminándome hacia la linterna.
—¡Para, para, haré lo que quieras, lo que quieras, pero para...! — le escuché rogar, su voz rasgada de dolor—. ¡Ayúdenme! Me duele...
Otro crujir en compañía de su bramido y algo rebotó en el suelo. Con el corazón azotándome el pecho, tomé la linterna y giré al instante, alumbrando ese pedazo rodando hasta mi dirección. Es un dedo.
No. No era el único trozo de dedo en el suelo e iluminar los trozos me erizó la columna vertebral con un horripilante escalofrió.
—¡Ya basta por favor...! Si es por ella juro dejarla en paz, pero suéltame, déjame ir...
Se me extendieron los parpados de horror al reparar una vez más en ese dedo anular con la punta del hueso trozaban y la piel manchada de sangre. Se los está arrancando.
—El que se metió con el monstruo fue otro.
El corazón se me congeló con la ronquera bestial y engrosada de esa voz arrastrándose aterradoramente entre la oscuridad y con un crepitar escalofriante, solo para ser envuelto en una llama de fuego ardiente que lo derritió y ser resucitado por descargas de emociones que lo aceleraron como locomotora. Es él, vino por mí. Hasta el último de mis músculos bajo la piel se removió a causa de un brusco estremecimiento y sentí debilitarme, sentí reaccionar de maneras incontrolables cuando al mover la linterna a lo largo del suelo y levantarla, encontré esa ancha espalda viril agrandados con cada respiración, marcándose a detalle debajo de la empapada tela olivo de su uniforme militar, sus omoplatos dibujaban sombras y los músculos de sus anchos hombros estaban tensos.
Subí más la linterna iluminando su espeso cabello negro y mojado, por el que cientos de gotas resbalaban a lo largo de su ancho cuello, desapareciendo con el cuello de su camiseta.
—Tú...—la voz adolorida de Frédéric me movió la linterna solo para alumbrar los músculos de esos brazos engrosándose bajo la remangada manga uniformada y el largo camino venoso de los antebrazos que me llevaron a esa amplia mano rodeando el cuello de él y a esa otra cerrándose sobre uno de sus dedos—. Se quién eres, ¿por qué me estás haciendo esto...?
Iluminé su rostro sufrido, sus sienes estaban enrojecidas al igual que sus orbes los cuales se mantenían únicamente en el rostro del hombre a quien no pude ver ni siquiera su perfil todavía. Pero sabía quién era.
—¿Por qué me haces esto...? — chilló y no pude moverme, desvaneciendo las emociones que su presencia me provocó cuando la luz ilumino esa mano ensangrentada en la que solo restaba el meñique y dos dedos más —. Yo les di información de su ubicación, no me puedes lastimar.
—Tu seguridad me tienta, humano, pero se te olvida algo— su mano venosa rodeo el pulgar y lo apretó—. ¿Qué hay de lo que tú le hiciste a ella?
—No estaba lastimándola, lo juró, vinimos aquí a diver...
Tiró del dedo para romper el hueso y acto seguido rasgar la piel con crudo movimiento que me comprimido entera, haciéndome pequeñita, helada ante el bramido de ruego de Frédéric.
—¡Para, para, o, para! —siguió rogándole—. ¡Para, te lo ruego por favor no otro, no otro...! ¡Voy a dementarte mal nacido! ¡No me puedes hacer esto sin una razón!
Sus orbes marrones se clavaron en mi inesperadamente, alzando sus cejas y abriendo sus temblorosos labios manchados de sangre.
—¡Ágata! —Apreté los labios ante su llamado—. D-detenlo, por favor. Dile que no te estaba haciéndote nada, fue un malentendido.
¿Un malentendido? Solo sentir el ardor en las mejillas y ver los botones de mis jeans desabotonados me arrugó los labios.
—En serio, te digo la verdad—Lo miró con suplica, sosteniendo en sus labios una desagradable sonrisa—. Solo estábamos jugando, íbamos a tener sexo. Díselo, Ágata.
—¿Es así, mujer? —su bestialidad me encogí y sentí como cada músculo de mi cuerpo se encogía también al verlo torcer su rostro, dejándome apreciar apenas parte de su perfil y las aterradoras sombras que se alargaban sobre él—. ¿Estaban jugando?, ¿tus gritos eran porque querías tener sexo con él?
Frédéric trató de asentir.
—Díselo Ágata —me pidió abriendo sus ojos en una clase de advertencia —. ¿Qué esperas? Qué esperas ya habla.
Y todavía se ponía a ordenarme....
—Esta mintiendo—solté con el fruncir en los labios mirando a Keith enderezar severamente su rostro de tal modo que su perfil oscureció—. Me metieron aquí y él me golpeó. Me lastimó y también desabrochó mis pantalones.
Lo acusé y apunté a los botones de mis jeans y a la cremallera a la mitad de la apertura, algo que, a pesar de que él no miró, fue más que suficiente para que la furia se desatara en Frédéric.
—¡Maldita, tu empezaste, querías que te lo hi...!
Las palabras se le acortaron y su cuerpo se sacudió cuando la mano en su cuello tomó más fuerza en su agarre, oprimiendo su garganta, complicando la respiración. Sus piernas volvieron a sacudirse y sus manos ensangrentadas trataron rodear su muñeca pese a la falta de dedos.
—Aun si su respuesta fuera otra, nada te salvaría de lo que llevo tiempo planeando hacerte—entenebrecí al ver sus gruesos nudillos blanqueándose cuando cerró más sus dedos—. Sentiré satisfacción de tu sufrimiento como no puedas imaginar.
Frederic siguió pataleando y él sacudió su cuerpo como un saco estampándolo de espalda contra la pared del camión.
—Por... favor—rogó.
Un líquido comenzó a deslizarse por encima de su calzado, manchando el suelo hasta convertirse en un pequeño charco. Keith inclinó apenas la cabeza y lo levantó más volviendo a sacudirlo.
—Tanto miedo tienes de morir por mis manos que no te queda más que orinarte...—su gruñido entre dientes, me empequeñeció y apretó agarre de tal forma que las venas saltaran en la frente de Frédéric—. ¿A dónde se fue tú valentía? ¿No te valía una mierda lo que sucediera?
—Dete...nte...— Comenzó a ponerse morado y mis labios volvieron a apretarse, ¿lo matará? —. No... me... m-mates.
—No, matarte seria terminar con tu tortura y planeo hacerte sufrir más — arrastró.
Frédéric empezó a temblar, sus manos todavía quisieron alcanzar su rostro con tal de detenerlo.
— Mírala una vez más, habla de ella, acércate de nuevo y no solo te arrancaré lo que resta de tus dedos—masculló entre dientes la amenazada alzándolo más en el aire—. Te romperé los tobillos y te arrancaré las extremidades mientras vivas hasta que no quede nada de ti.
Con un movimiento brusco lo soltó dejándolo azotar contra la pared y caer al suelo, su boca se abrió arrastrando con rotunda necesidad el aire y tosió como si se ahogar, una y otra vez tratando de recuperarse. El enrojecimiento de la piel de su rostro comenzó a disminuir, pero las marcas de los dedos de Keith estaban intactas en su cuello.
—Llévate tu basura y lárgate de aquí antes de que me arrepienta y decida matarte —exigió pateando un meñique.
Con un temblor apoderándose de su cuerpo apenas pudo acercar ambas manos a su rostro. Entenebreció hasta el último hueso de mi cuerpo cuando conté el resto de los dedos de sus manos: tres en una, dos en la otra. Trató de levantarse, tomando los dedos que él le arranco del suelo, y sin si quiera levantar la mirada lo vi acelerar el paso de rodillas y salir del camión a tropezones, dejando que apenas la luz de la cortina entre abierta, se adentra para sombrear.
—Interesante...— el crepitar de su voz me puso en alerta y entenebrecí al atisbar como esa mano varonil desenfundaba un arma de su grueso cinturón, extendiendo el brazo y apuntando a la cortina entreabierta—. Ya me arrepentí.
Y con sus escalofriantes palabras, jaló el gatillo para disparar, no una, sino dos veces. El estruendo me encogió de hombros y retrocedí ante el grito de Frédéric.
—Está a salvo— su escalofriante voz me apartó la mirada del cortinero, clavándome en el modo tan inquietantemente tranquilo en que enfundada su arma—. Manda soldados al área restringida del estacionamiento D, hay cadáveres qué recoger.
Apenas fue audible la aguda voz de una mujer emitiéndose exasperada desde la bocina del móvil cuando él se lo apartó. Supe que era Ivanova y colgó guardándose el aparato.
—¿L-lo mataste? — las palabras salieron en casi un susurro que, debido a lo largo del camión se extendió en un eco estremecedor—. ¿También a los otros?
Enderezó su cabeza y el crujir en su cuello me tensionó.
—Te ordené volver a tu habitación — su espesa voz me hizo tragar con complicación—. ¿Qué haces aquí, Nastya?
Se volteó y con tanta lentitud bajo la luz de la linterna que no pude perderme un solo instante. No puede ser. El alma se me escapó de los labios en forma de aliento, la sangre me bombeó caliente y frenética en partes horriblemente erróneas sintiendo las piernas de mantequilla nada más ver su ancha mandíbula manchada de la sangre de Frederic, desencajada.
La ira y crudeza resaltaban en el oscuro plata de sus orbes y en cada facción de su rostro en el cual se espacian gotas de sangre. Y con esos mechones negros pegados a su húmeda frente dejando caer pequeñas gotas de agua que recorrían sus pómulos y rozaban las oscuras comisuras de sus tensos labios, y sumando a la herida cocida y escalofriante en su mejilla, le daba un aspecto salvaje, temeroso, ardiente, hechizante... dominante. Era como ver al diablo emergiendo de las llamas de infierno después de haber mutilado a uno de sus demonios.
—R-recordé algo.
Mis tartamudeadas palabras le ladearon el rostro apenas unos centímetros, pero suficiente como para oscurecer de terrible forma gran parte de su rostro.
—¿Qué tienen que ver estos humanos con tus recuerdos? — espetó la pregunta con un tenso movimiento de su mandíbula señalando el cortinero—. Dame una razón por la que terminaste con uno de ellos encima de ti y por la que no debo mantener a un soldado todo el tiempo vigilándote.
Su exigencia me tembló el mentón, sintiendo de nuevo el escozor en los ojos solo recordar cada una de las atrocidades y negué con la cabeza. No iba a soltarme a llorar delante de él menos iba a darle un por qué, porque si él supo encontrarme era porque seguramente escuchó todo..., ¿no?
—No tengo por qué explicarte algo que segura ya sabes.
Respondí y con la necesidad de huirle a todo mundo, clavé la linterna en el suelo en busca del móvil. El aparato estaba en una esquina con la pantalla bocabajo. Me moví de inmediato, acercándome en tan solo un segundo hasta llegar, y tan solo incliné parte de mi cuerpo y extendí el brazo tomándolo para tomarlo...
El aterrador sonido de sus pasos creciendo peligrosamente a mi costado me pusieron la piel de gallina.
Me incorporé con la columna erizada y volteé con fuerza, alumbrando ese par de pectorales musculosos remarcados bajo la tela mojada, a solo centímetros de mí rostro. Ni siquiera pude reaccionar al sentir esos dedos apretándose a mi cadera y tirando de mí de tal forma que todo mi cuerpo fuera empujado hacia el suyo.
Ahogué un gemido en la garganta al estrellarme contra el intenso calor de su torso tosco, el frío de mi cuerpo deshaciéndose en un cumulo de estiramientos y mis labios rozándose un instante contra el endurecimiento de su tenso pecho antes de sentir esos otros dedos hundiéndose en mi cabellera y aferrándose a la nuca para inclinarme la cabeza hacia atrás, quedando debajo de las aterradoras sobras que se expandiendo a lo largo de su rostro.
Las piernas me flaquearon. Nunca antes vi unos orbes tan oscuros, no, nunca creí que una mirada pudiera dar tanto miedo como la suya, estremecer rotundamente al mismo tiempo en que me convertía al tamaño de una presa acorralada por la bestia más peligrosa y aterradora de todas.
—Donna sciocca—gruñó entre dientes apretados, apretando mi cuerpo al suyo y tirando de mi nuca hasta alzarme más el rostro y sentir su fuerte respiración acariciándome los labios—. ¿Cuándo dejarás de meterte en problemas?
Una gota de agua resbaló de su mechón negro hasta mis labios que se abrieron extasiados de la furia en él y de cómo un rayo alumbrando el exterior lo detallaba con un aura macabra y malditamente sensual. Estoy enferma por sentirme atraía aun después de verlo arrancar uno a uno los dedos de Frederic.
—Si me meto o no en problemas, eso no te incumbe a ti— susurré, moviendo mis brazos y dejando que mis manos se aferraran al grosor de su cinturón—. Yo vine porque quise por estúpido que fuera hacerlo, que cometiera este error solo debe afectarme a mí.
Lo cual ya me afecta y eso me hace enfurecerme más. Empujé mis manos contra su cadera, la intención de romper su agarre y librarme de su intenso calor falló cuando él me estrelló la espalda al material del camión antes de acorralarme con su enorme cuerpo, sintiendo la dureza de su muslo presionándose a mi entrepierna y su ancha cadera recargándose contra mi abdomen, sintiendo el roce de sus armas debilitándome los brazos.
Y temblequeé sintiendo que me desharía en cientos de hormonas y rogué no perder al darme cuenta de que una de todas esas armas— la que se rozaba junto a mi ombligo— no era precisamente un arma. No, podía sentir la diferencia de tamaño y textura engrosada apretarse bajo la tela de su pantalón, y solo hacerlo me abrió los labios para soltar el aliento. Joder, ¡estaba erecto! ¿Cómo demonios podía estar tan furioso y erecto a la vez?
Despabilé y estremecí avergonzándome con la humedad en la entrepierna.
Genial. Él estaba furioso y yo excitada imaginando el tamaño de su miembro.
—Si no hubiera llegado a tiempo por ti, princesita...— recalcó con tanta bestialidad inclinándose sobre mí, me encogí bajo su escalofriante sombra, atrapada por el color diabólicos en que sus orbes se entrenaban, inquieta porque hasta el color de sus escleróticas blancas parecía oscurecer—, ¿qué crees que te habría hecho?
Me obligué a no perderme a causa del ligero y apenas sensible roce de su lóbulo contra mi nariz, así como también no perderme en el roce de su cálido aliento sobre mis labios tragando con complicación antes de arrastrar una bocanada de aire para poder responder.
—Es verdad, no lo pensé. Ni siquiera pude pensarlo, pero recordar lo que me...— detuve mis palabras queriendo clavar la mirada en el cortinero entre abierto del camión a causa del rebote de una voz aguda llamándolo a él en alguna parte y en la lejanía.
Su prometida está llegando... Y no parecía ser única adentrándose a este estacionamiento buscándolo a él, podía escuchar otras voces sin forma, pero varoniles.
— Al único que debes prestar atención aquí, es a mí —exigió con la misma ira engrosando su voz. Haciendo un leve tirón en mi quijada para devolverle la mirada a esos carnosos labios tensos—. Continua, mujer. ¿Qué fue lo que recordaste para perseguirlos?
Su severidad me endureció y volví a respirar con complicación, escuchando de nuevo esa voz buscándolo. Traté de concentrarme y repetir las palabras que segundos atrás dije para continua. De nuevo estuve a punto de contarle por qué los perseguí, y me rehusé a continuarlo.
—Tenía grabado un audio con sus confesiones—terminé cambiando mis palabras, temiendo ante el arqueo de una de sus cejas, un gesto serio e irritado—. No sé a quién se lo envié, pero pensé que si...
—¿Pensaste que si se lo mostrabas te dejaría ir así sin nada más? — masculló mostrando el apretón en sus dientes blancos, y temblé con el agarre de sus dedos sobre mi quijada, ladeándome el rostro solo para que el entenebrecido color de sus orbes reparara en una de mis mejillas.
—No se lo mostré todavía. El mensaje se envió antes y se me olvidó poner el silenciador— expliqué, aunque no era una mentira que activé la opción de elegir un destinatario a alguno de los contactos que tenía cuando el audio se terminara de grabar. Así, en dado caso de que supieran que estaba grabándolos, se enviara automáticamente con la orden en mi voz, antes de que trataran de borrarlo.
—Aun si no fuera así, se lo mostrarías con la seguridad de que no te tocaría y te dejaría ir— Me enderezó el rostro sintiendo la fuerza de sus dedos apretándome la nuca, un tirón que apenas me hizo quejar—. ¿Pensar así de qué te sirvió? Tener esa evidencia no le costaría divertirse un rato contigo y matarte aquí mismo.
Me encogió con esa escalofriante torcedura ensanchando la parte izquierda de sus labios, una mueca furiosa que le creó.
— A este ritmo no hace falta que intenten pasar sobre mi para llegar a ti—arrastró soltándome de golpe la quijada y abandonando mi nuca al mismo tiempo en que enderezó su rostro, oscureciendo inquietantemente más de la mitad de sus facciones —. Le das la facilidad a los buitres para probar de tu carne.
Su pecho vibró con el crepitar de sus crudas palabras, y algo se hundió en mi pecho, una clase de opresión como si me clavaran un puñal de conmociones. Peor aún me sentí cuando se apartó de mí, fundiéndome tanto en la frialdad de alrededor, como en la frialdad de sus orbes oscurecidos y el movimiento rígido que hizo con su mandíbula señalando al cortinero.
—Sal de aquí y ve directo a tu cuarto —espetó su orden —. Si te veo a fuera y haciendo otra tontería, lo que haré no te gustara, mujer.
Su espesa advertencia retumbó en mis adentros y se volteó dejándome la vista de su ancha espalda. Estremecí con el hueco de sus pasos levantándose, y con él apartándose cada vez más de la luz de mi linterna, dirigirse a la cortina del camión.
Sí, sé que cometí un terrible error que casi me costó otra tortura o tal vez algo mucho peor, y lo reconocí, me arrepentía de ello, y de no ser porque tenía un audio y porque él apareció justo a tiempo, no tendría nada qué evidenciar. Pero no tenía por qué tratarme como si me faltara cerebro y como si fuera una maldita carga para él.
Algo tomó posesión de mí, hundiéndome mi entrecejo y apartándome de inmediato de la pared para que, con pasos grandes, lo alcanzara y rodeara su imponente masculinidad. Una acción que lo detuvo y al instante subí mucho el rostro para encarar la frialdad de ese plata oscurecido con una severa bestialidad.
—¿Quién eres tú para darme ordenes? — solté sintiéndome molesta—. ¿Acaso eres mi padre?, Solo porque te atreviste a salvarme no significa que puedas tratarme como si fuera una niña.
Su ceja tembló arqueándose bajo los mechones negros que le colgaban, y los cuales oscurecían aún más esa mirada salvaje que a poco estuve de disminuir mi valentía y ponerme nerviosa.
—Además, me salvaste porque crees que guardo información importante para lo que sea que estén buscando— espeté la verdad sintiendo el sabor amargo en la punta d esa lengua—. Y si no fuera porque sé algo, me habrías dejado morir en el ataque que hubo en el subterráneo o peor aún, en las manos de ese imbécil, porque no te serviría de nada más que ser una maldita carga.
Esas últimas palabras se amortiguaron con el grito de su prometida acercándose cada vez más, buscándolo a él. Una estaca en el estómago dolería menos.
—Vuelve a tu cuarto—ordenó y las sombras dibujadas le dieron un aspecto tenebroso y estremecedor.
—Y si no estoy en el cuarto, ¿qué? — escupí acompañando mis palabras con un movimiento de mi rostro—. ¿Qué me vas a hacer si te desobedezco?, ¿planeas castigarme?, ¿me vas a cortar los dedos también? ¿Te arrepentirás y me dispararas?
Los nervios me invadieron con la presencia de la asperidad de sus dedos tomándome del cuello en un brusco movimiento que me alzó más el rostro.
—Castigarte no sería tan mala opción —arrastró entre dientes, y mis labios se secaron con la caricia de su aliento y la amenazante inclinación de su rostro dejando que otra gota de su húmedo cabello cayera esta vez sobre mi mentón—. Aprenderías a pensar dos veces antes de cometer otra tontería.
Que hijo de incubadora más... ¿Cómo quería que pensara con claridad cuando perdí la memoria y recordar aquello fue como sentir puñales encajándose brutalmente en mí?
Así que te crees mi papi—me burlé—. ¿Y cómo vas a castigarme? ¿Acaso me impedirás salir del cuarto todo un día? ¿me tendrás encerrada y pondrás más guardias?, ¿o me castigaras con lo mismo que me hiciste anoche?
Hija de la humillación, pero, ¿cómo se me ocurre soltar aquello? Contra mi voluntad llevé los dedos sobre mis labios y el calor aumentó en mis mejillas, sintiendo el revoloteó detrás de mí pecho cuando esa oscura comisura se extendió con extrema y maldita lentitud, retorciendo cada centímetro de su desgarradora sensualidad.
—Qué interesante mujer—arrastró entre dientes, acercando más mi rostro para sombrearme bajo el suyo, bajo esos orbes tan enigmáticos que detallaban con una inquietante profundidad mi rostro—. ¿Es así como quieres que te castigue, llenándote de mí?
La ronquera en su voz remarcando la erre hizo falso contacto en mi cabeza y esos largos dedos deslizándose sobre mi entrepierna: sobre ese par de pliegues frágiles que envolvió y apretó, arrebatándome un respingón y tragándome el gemido con el pinchazo de placer atravesándome el alma, no me ayudó en nada.
—Follarte sobre el charco de sangre mientras recogen los cadáveres no es una mala idea— su aliento me embriagó y fui incapaz de reaccionar con sus sombrías palabras.
—Es que te tengo unas maldita ganas de montar que no puedo controlar—las palabras desbordaron de mi boca admitiendo mi mayor error.
Recibí un golpe que me extendió los parpados como si hubiese cometido la peor tontería de la noche, «ay no, ¿qué he hecho? "Negué con la cabeza rasgada de miedo a causa de los impulsos incontrolables que este hombre provocaba en mí y sacudí mi rostro con frustración: un movimiento tan brusco que no solo pinchó mi cuello de dolor, sino que me liberó de su agarre para extender el brazo y estampar la mano en su dura mejilla.
El estallido perforó todo el camión. La fuerza ni siquiera torció un solo milímetro de su rostro y arrugué el entrecejo ante la presión cayendo sobre mi mano, esparciendo una terrible y dolorosa palpitación tanto en mis dedos como en la palma sintiendo: un ardor que me tensiono y ahogó en los labios un quejido. Mordí mi labio, observándome el enrojecimiento esparciéndose en toda la mano, negando enseguida con la cabeza sin entender qué demonios estaba sucediendo me. Esto sobrepasaba todos mis límites, ¿qué clase de impulsos eran estos? Soltando tonterías y todavía reaccionando así sin razón, ¿por qué?
—Mujer.
Y entenebrecí con las ondas gruesas deslizándose a lo largo de mi existencia, subiendo mucho el rostro solo para encontrar esa ancha mandíbula endurecida en tanto enderezaba terrible y severamente su rostro sobre mí. Una corriente eléctrica viajó sobre mis piernas al observar todas esas aterradoras sombras se alargarán en su piel, disminuyendo perturbadora y escalofriantemente la torcedura en sus labios y aumentando la oscuridad peligrosa en esos orbes feroces.
—Esto es culpa de tus feromonas—la voz me tembló y tuve que forzarme a continuar: —. Si no fuera por eso, no estaría actuando como una loca, así que no vuelvas a acercarte tanto a mí, ¡que te quede claro!
Di varios pasos atrás volteándome enseguida y huyendo de mi propia humillación.
Demasiado tenía con lo poco que recordé de esos monstruos como para dejarme sentir atormentada y confundida por tus feromonas y dejarlo terminar con mis neuronas. Atravesé la cortina en un santiamén saltando del camión, la lluvia de granizo no tardó en cubrirme, encogiéndome los músculos ante el frio que volvió a calar mis huesos. Pero nada calmó el ardor en mi mano que se sentía como si le prendieran fuego.
Revoleteé la mirada en el alumbrado estacionamiento, había soldados revisando cada interior de los vehículos, dos de ellos se encontraban arrestado a Brandon cerca de un charco de sangre.
No había señales del cuerpo de Frédéric, se lo habían llevado ya. Y no era el único desaparecido, Dmitry, la mujer, Damien y George tampoco estaban aquí.
—Atenle bien las esposas y llévenlo a la zona D, que este separado del otro.
Maldije en mis adentros con la voz aguda y quise escapar de todo lo sucedido cuando al levantar la mirada me encontré con la figura de la mujer de cabellera larga y trenzada bajando del tanque al lado del camión, volteándose bajo su paraguas, justo para mirarme severa y seria.
—Alto ahí— me ordenó, alcanzándome para detenerse frente a mí, sus orbes azules se pasearon por mis mejillas, inquieta y confusa repentinamente—. Pero, ¿qué te sucedió?
Le dio una mirada a mi cuerpo como si buscara alguna señala y alcanzó mi mano observando el enrojecimiento antes de arrebatársela.
—¿No es evidente? Fui golpeada — respondí queriendo pasarla por alto, pero su mano rodeando mi brazo me detuvo y giré encarando su enojo.
—No, no, no vas a irte hasta que me expliques qué pasó aquí y cómo fue que terminaste en este lugar cuando te dije claramente que tenías toque de queda— recalcó —. ¿Como empezó todo esto? ¿Ellos te trajeron aquí?
—Ordené que se retirara.
Las ondas graves y roncas de su voz varonil me retorcieron la espina dorsal con escalofríos y no quise levantar la mirada cuando de rabillo pude vislumbrar con un estruendo en el cielo, su enorme cuerpo sombreado bajo el cortinero levantado del camión. Anya elevó su rostro encajando la mirada a mi costado, su semblante cambió convirtiéndose en un gesto de preocupación.
Se me amargó la boca.
—Estas manchado de sangre— el agarre en mi brazo se ablando y algo se removió en mi estómago al ver como se removió como si quiera soltarme el correr hacia él.
Al final lo hizo, pasándome de largo y aproximándose a él con esa misma intención, no pude evitar seguirla y la boca del estómago me ardió cuando al llegar a él, alzó sus brazos recargando una de sus manos en su antebrazo y la otra titubeante al tocarle el rostro ensangrentado.
—¿Estás bien? —le preguntó, sacando de uno de sus bolsillos un pañuelo antes de limpiarle las manchas de sangre en su quijada—. ¿Te lastimaron?
Le dio una mirada con la misma preocupación al resto de su cuerpo y mis puños se apretaron, resintiendo los celos que me quemaban el pecho. Me reiteré que esto no debía molestarme y en vano traté de endurecer el rostro, pero me molestaba, y, ¿por qué?
Esto es ridículo. No puedo querer su lugar.
No puedo querer ser yo la que limpie su rostro...la que se preocupe.
No entendía qué me estaba ocurriendo, pero esto empezaba a asustad, que no pudiera tener control sobre mi propia boca y todavía reaccionara así abofeteándolo sin razón, era humillante, y los celos lo arrebozaban todo.
—No—su respuesta fue seca, y acompañada por el movimiento de su brazo doblándose y remarcándose las venas gruesas y los músculos bajo su remangada manga mojada, para rodear con sus largos dedos los de ella y detener su acción, apartándola y soltando su mano.
—Pero, ¿qué sucedió? — terminó preguntando—. ¿Por qué fueron trabajadores los atacantes esta vez? Uno de ellos murió, tenía una bala en el muslo y otra en el corazón. Tú le dispararte, ¿no es así?
—No preguntes lo que es evidente y prepara un interrogatorio para más tarde—espetó él.
—Bien, me lo contaras después —dijo—. Pero ella estará presente en el interrogatorio —me señaló.
El corazón se me aceleró como una locomotora cuando él ladeó su rostro con severidad, bajo las sombras y rayos de la tormenta, y levantó la mirada dejando que sus orbes feroces y escalofriantemente oscuros me quemaran con intensidad.
—No—su asperidad le apretó a ella los labios rosados, en cambio a mí me apretó los muslos —. Otro día se le interrogara, por ahora que vuelva a su cuarto.
Clavó su mirada en uno de los soldados para luego hacer un severo y tenso movimiento de su mandíbula señalándome a mí.
—Sí—Gae se apartó de su compañero, trotando hasta mí, su mirada grisácea reparó en mis enrojecimientos con extrañeza—. Andando niña, seré de nuevo tu niñero momentáneo.
—Bien.
—Espera— Anya nos detuvo con su explicación, devolviéndome la mirada en su entrecejo fruncido—. A pesar de que posiblemente ya no te necesitemos, sigues bajo nuestra protección. Pero si nos pones las cosas difíciles, te tendremos que llevar a otro lado, y no te va a gustar.
Su amenaza ni siquiera me tentó, no obstante, odiaba el sentimiento que provocaba. Me comporté como una niña, actué mal, me puse en riesgo y si no fuera por Keith...
—Descuida, no volverá a ocurrir —aseveré antes de darle la espalda y comenzar a caminar.
Gae me guio a la salida y me abracé a mí misma sin decir una sola palabra, procesando todo en mi cabeza la cual tenía la forma de un pozo oscuro y sin fin. Lleno de temores y confusiones, un desorden y un enorme vacío. La luz había vuelto en toda la base, pero los niños ya no estaban en recepción. Jenny se había ido, seguramente después de haber entregado al bebé. Y qué mal me sentí dejarlos así, Molly—según el nombre que dijo Rouss —, me había responsabilizado del bebé y lo abandoné al final, siguiendo las riendas de la ira provocada por mis recuerdos.
Pude haber manejado la situación de otro modo, pero la sensación repugnante de los dedos de Frédéric entrando en mí, divirtiéndose con el abuso... sus risas, todo hizo mucho ruido en mí que solo no pude detenerme.
Me pregunté a quién le había enviado el mensaje. Si hubiera sido a Anya habría dicho algo al respecto. O, ¿acaso fue a Gae?
—¿Estás herida? — me preguntó adentrándonos al elevador.
—No— respondí casi entre dientes debido al frío que empezaba a aumentar mi temblor—. No me hirieron.
Emocionalmente sí lo estaba. Pero tampoco iba a volver a llorar por algo a lo que logré sobrevivir. Lamí los labios mirándolo de reojo, quería preguntarle si acaso recibió algún mensaje de mi parte. No revisé antes y ahora temía enviárselo a alguien sin siquiera yo entender todo lo que se grabó.
—No soy de los que se entrometen y no planeo preguntarte nada, pero, o es la base, o alguna cabaña en las afueras, niña—me dijo —. A los testigos en protección se les brinda estas opciones. Si la base es un lugar peligroso para ti por los mismos sobrevivientes, te enviaran a otro lugar.
¿Otro lugar?
—Cabañas de aislamiento, así les llaman—asintió—. Obviamente estarás protegida con una guardia que te sustentara y te llevara lo que necesites. Tú puedes decidir si quieres estar aquí o en una de ellas, si te sientes incomoda o te sientes con miedo.
Pero eso quería decir que estaría lejos de Jennifer y nunca podría llegar a ver a Siete. ¿Cómo podía pensar en él después de lo de anoche?
Me mantuve callada, mis recuerdos eran un caos y quería pensar con claridad. Me llevó hasta la habitación, ofreciéndome algo de cenar. Me negué a probar bocado, no tenía apetito después de tan desgarradoras memorias mi estómago todavía era una licuadora. Cerré la puerta con el cerrojo puesto antes de sacar el móvil del bolsillo y revisar la pantalla.
Había una larga grieta que partía la pantalla en dos, pero todavía encendía y para mi suerte, servía. Me metí a la aplicación en la que grabé el audio y revisé el destinatario.
Una inquietante sonrisa se apoderó de mis labios. Envié el mensaje a mí misma.
Ahora entendía la risa del imbécil... Le di a reproducir y pronto la primera voz en el fondo era de Dmitry advirtiéndoles que no me hicieran nada. Me aparté de la puerta tras echar una mirada al corredizo que no estaba siendo vigilado por Gae, seguramente volvió con ellos.
Me adentré al baño, dejando el móvil sobre la repisa junto al espejo. Tapé el canal en la tina con el corcho encadenado y abrí la primera llave dejando que el agua cálida empezara a llenarla. Y mientras el resto de las voces me hacía imaginarme las horribles escenas, me deshice de las prendas dejándolas caer sobre el suelo.
Mis dedos se recostaron sobre el ligero y apenas visible bulto en mi vientre y recordé justo el momento en que Frédéric estuvo por patearme ahí.
Dios, Nastya, ¿por qué no pudiste detenerte? Si tan solo no hubieras recordado lo que te hicieron... Casi te golpeaba ahí y repetía lo que te hizo en el sótano volviéndolo mucho peor.
—Hoy hice algo estupido y casi pagas las consecuencias —esbocé acariciando la piel.
Entré y me arrodillé después de unos minutos, extendiendo las piernas bajo la bienvenida de la calidez del agua, recargando mi espalda en la porcelana.
—Lo siento— apreté los labios—. Espero no tener que recordar otra repugnante escena como esa para no tener que hundirme en la misma rabia.
Exhalé con profundidad y me quedé así por quién sabía cuánto tiempo. Acariciando el vientre y perdiéndome en los recuerdos. No iba a llorar y a sentir pena por mí por lo que me hicieron, enfrentarlos fue más que suficiente y ver a Frédéric siendo torturado, inquietantemente satisfactorio. No obstante, había tanto de ello que no lograba entender.
Por un maldito frasco con sangre de experimento no pude haber pagado tanto dolor y sufrimiento. Ellos definitivamente estaban enfermos y el más enfermero era Frédéric, pero, cuando me ataron a la silla y Jerry me hizo las preguntas, hubo palabras que recordaba perfectamente de la conversación y eso me confundida.
El frasco no era mío, y aunque no nadie me creyó, estaba consciente de que les hice algo que no estuvo bien y terminé confesándolo.
Estaba aterrado cuando me pusieron el arma en la frente y otra dentro de la boca. Entonces les dije por qué vine al subterráneo y acepté el trabajo, la paga era excesiva y estaba tan desesperada que no quise perder la oportunidad. Pero, ¿trabajé realmente en el laboratorio o hice algo más ahí?
Me daba la sensación de que me metí en algo peligroso, tal vez no era una testigo de un incidente en el que vi o escuché algo de los que provocaron ese desastre... quizás y por la rabia en todas esas miradas, participé también en contaminar a los experimentos y robar muestras de sangre.
Atraje las rodillas a mi pecho, aterrada por la idea. Tal vez lo estaba exagerando, pero esa era la sensación que los recuerdos me daban. Si no, ¿por qué otra razón trataría de matarme? Quizás me arrepentí y al final no hice nada, pero sabía todo y por eso me tenían aquí... por eso intentaron matarme.
Daría lo que fuera por recordar todo con exactitud y saber de una maldita vez por qué más Jerry me dejó en las manos de esos desgraciados.
¿Y dónde estaba él? Seguramente aquí mismo y tal y como sucedió con ellos, tampoco podía reconocerme. Pero yo si podría reconocerlo a él ahora recordaba cómo era.
Decidí dejar de pensar tanto en ellos, no quería buscarme respuestas que tal vez no eran ni se acercaban a ser las correctas. Ahora que había recordado mucho, sabía que recordaría más así que solo tenía que ser paciente.
Me incliné hacia adelante dejando que el agua del grifo cayera sobre mi cabeza, y sin levantarme, comencé a tallarme el cuero cabelludo lavando también cada parte de mi cuerpo. La grabación se terminó y cambié el agua de la tina volviendo a relajarme con su calidez.
El tiempo transcurrió de un momento a otro y ese hombre moja bragas se vislumbró en mi mente otra vez. Mi cabeza hizo un tráiler de lo que sucedió en el camión y mordí mi labio siéndome avergonzada.
¿O volverás a repetir lo de anoche?, ¿en serio le dije eso? Una vez más se confirmaba lo que no quería.
Ese experimento era terriblemente peligroso, destruía las neuronas en tan solo instantes convirtiendo el cuerpo en hormonas lujuriosas. Sí, me gustaba como me tocaba y me hacía sentir, pero no me gustaba como me hacía comportar. Me ponía como una tonta y absurda adolescente hormonal tratando de negar que le atraía su crush pero contradiciéndose a cada nada y poniendo en evidencia lo mucho que le gustaba. La pérdida de mi dignidad nadie me la haría recuperar.
Deslicé mi mano bajo el agua y sobre mi monte, separando ligeramente las piernas para acariciar los hinchados pliegues, la entrepierna no dejaba de palpitarme desde lo del camión. El calor de sus dedos atravesando la ropa y presionándose a mi sexo, seguía intacto, como el grosor de los mismos que me llevó al recuerdo de cuando los tuve dentro, masturbándome con maldita delicia enviando corrientes exquisitas de placer atravesándome el cuerpo entero.
Pero nada se comparaba con al grosor e intenso calor de su miembro entrando en mi interior, moviéndose dentro y fuera, la fuerza con la que me tomó ¡demonios! Me secaba la boca solo recordar su respiración acelerarse, su voz engrosándose en un ronco gruñido llegar al orgasmo.
Y su eyaculación... maldita sea, sentirlo venirse dentro de mi dos veces fue tan... Me lamí los labios reproduciendo el recuerdo. Cómo me hubiera encantado haber encendido la lámpara en la mesita, ser yo la que lo montara, no, tomar su miembro y sentir su tallo bajo mis lazos, masturbarlo, saborearlo en mi boca haciéndole un oral.
Quería. Como una maldita ninfómana deseaba con locura descubrir el grosor y su caliente piel, metérmelo todo y saltar sobre él. Saborear hasta el último centímetro, cabalgándolo hasta que nuestras pieles produjeran ruido.
Me removí con un estremecimiento, mis pliegues estaban cada vez más clientes y mi sexo palpitaba aclamando su tamaño. Lo aclamaba a él y su brusquedad con la que me poseyó anoche. Y si había algo claro, era que lo de anoche no volvería a ocurrir entre los dos.
Saqué una pierna recargándola sobre el borde de la tina y seguí acariciándome adentrándose más mis dedos entre los pliegues para tocarme el clítoris. El botón de placer hinchado con sus recuerdos.
La masajeé recordando lo bien que me tocaron sus dedos, y me desinflé con la ligera descarga cuando tomé entre las yemas y jugueteé.
Incliné mi cabeza hacia atrás y dejando de acariciarme metí dos de mis dedos en mi sexo, los movimientos fueron lentos, vaivenes profundos que poco a poco desbalancearon mi respiración.
No se parecían en nada a sus dedos, no eran largos, no eran gruesos y en textura cambiaban bastante, pero podrían servirme al menos para complacerme a mí misma.
Cerré los parpados y el panorama cambió. Él sobre mí, tomándome de la quijada haciéndome añicos con el plata de sus orbes en tanto sus dedos me masturbaban con maldita exquisitez. Un jadeo se me escapó con el recuerdo de sus dedos entrando profundo y embistiendo sin calma, sin cuidado.
Aumenté la velocidad elevándome con las ráfagas de placer, mordiéndome el labio queriendo alcanzar lo inalcanzable.
—Más —supliqué en un susurro y abrí más acelerando el ritmo.
Hundí el entrecejo cuando el calor incendió mi piel, las descargar me llenaron y arqueé la espalda ante los músculos que se contrajeron saboreando el clímax, pero no el orgasmo.
Saqué los dedos, reponiéndome enseguida, esto no me dio nada de lo que tanto deseaba. Y sentí temor de que fuera tal y como Rouss dijo que me sentiría porque nada iba a compararse con lo que él provocó.
—A menos que me acueste con alguien más— murmuré y solté una baja risa negando con la cabeza enseguida—. Tonto. Esto es una tontería.
Ni siquiera iba a pensar en rebajarme a ese nivel acostándome con un completo extraño. Lo de Rouss fue por sentimientos y eso aumentaba peor aún las feromonas, ella ya no quería seguir prendida del experimento que no le prestaba atención. Pero ese no era mi caso, lo mío no era más que atracción sexual así que esto era pasajero. Tarde o temprano disminuiría.
Quizás deba pedir un vibrado cada que se me antoje tener sexo con él.
Con una amarga sonrisa me levanté de la tina, dándome cuenta de que no traje una toalla al baño. Exprimí mi cabello todo lo que pude y con cuidado salí de la tina procurando no resbalar. Caminé descalza sobre la fría porcelana hasta la recamara y me acerqué al armario abriendo la primera puerta que me mostró los estantes de toallas dobladas y las camisetas de Keith todavía colgadas. Entre ellas seguía la que utilicé en el interrogatorio cuando lo vi por primera vez...
Quedé enredadísima por él.
Malhumorada por la humedad en mi entrepierna, saqué una toalla y la descolgué cubriéndome con ella enseguida antes de tomar otra para el cabello. Tan solo lo hice, seguí mis impulsos alcanzando la camiseta negra a mi rostro, respirando la tela apenas percibiendo su aroma amaderado que terminó desinflándome encantada.
Quizás tener algo de él, me complazca más. La descolgué resbalar el gancho al suelo y me dejé caer sobre la cama, acomodándome y separando las piernas. Desnudando mi sexo para acariciarme en movimientos circulares. Inhalé de nuevo su camiseta y la escena de anoche volvió a mí, él embistiéndome y yo perdiéndome en el placer, el olor de su sudor mezclado con su colonia me embriagó. Esto era tortura.
Metí los dedos en una acometida que apenas me afectó. Jugueteé con el clítoris y hundí los pies en el colchón alzando la pelvis para embestirme sin detenimiento.
—Keith...
Estoy enferma por gemir el nombre de un hombre ajeno.
Y por desearlo de maneras morbosas.
Me empapé más la excitación, pero un gemido inconforme me invadió. Mis dedos eran insuficientes, delgados y pequeños. Seguí estimulándome, jugueteando conmigo misma, fantaseando que cada estocada era hecha por sus dedos, enterrándome un tercero que me mordió el labio.
El sabor amargo llego a mi paladar cuando exploré el segundo clímax, recostando mi pelvis. No me detuve hundiéndome por tercera vez, hambrienta por llegar a un éxtasis parecido al de anoche.
Arqueé la espalda y...
—Maldición...—me quejé—. Maldita sea.
Por mucho que repetí la acción, una y otra vez terminé saboreando el mismo aperitivo. Un clímax insatisfactorio que no brindaba ni un poco de calma a mi hambruna sexual.
Me deshice sobre la cama y el sonido del cerrojo siendo puesto en la puerta me extendió los parpados.
Los pasos huecos me acribillaron los nervios y me vi obligada a empujar mi espalda fuera del colchón, sintiendo como la toalla se me caía del cabello y como el corazón se me subía a la garganta al encontrar la imponente masculinidad atravesando el umbral del pasillo.
—Si vas a masturbarte procura no gemir mi nombre— El corazón se me sacudió con su crepitar y pestañeé tratando de aclarar la vista y rectificar que no fuera el deseo haciendome una mala jugada, pero ver esas venosas manos desajustando su gruesa correa me alertó con un rotundo no.—. Salvo que quieras tentarme como lo has hecho en este momento.
(...)
Prepárense para el +28
Los amo❤
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