Deseo y perdición
DESEO Y PERDICIÓN
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No apto para todo público, si sabes los temas que abarca el +21 y no te gustan, no leas este capituñ, bella.
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Nastya.
Avanzó como toda una bestia en dirección a la cama, con la mandíbula desencajada y la mirada diabólica entornada en una furia potente y en un oscuro deseo. Y el shock me dejó ahí, escuchando los latidos azotándome el pecho, excitada, recorriéndolo entero.
Estaba aún más mojado que antes, los mechones se le pegaban a su frente, escurriendo las gotas de agua que, recorriendo la estructura rígida y severa de su rostro, hasta deslizarse sobre su desencajada quijada y dejarse caer a lo largo de su ancho cuello y sobre esa manzana de adán tan marcada.
Me perdí inesperadamente en la manera en que sus pectorales se remarcaban bajo su camiseta y se agrandaban inquietantemente con sus fuertes reparaciones, y los pantalones se le pegaban a sus gruesas pantorrillas y sus tonificados muslos con cada uno de sus amenazantes pasos, remarcando también ese bulto agrandado y engrosado que estiraba la pretina de un modo tan perturbador, como si estuviera a punto de romperla.
Santas erecciones, esta erecto.
Y me mojé más solo saberlo, sintiendo el estremecimiento aflojarme las piernas y mi sexo embarrarse contra el colchón, palpitando ante el deseo que me hormigueó abrumadoramente con lanzarme fuera de la cama y contra sus brazos. Tuve que obligarme a dejar de construir esa largura dura y potente para no tener que imaginarlo y torturarme con las ganas de descubrir su tamaño y textura, encajando la mirada únicamente en esos orbes emitiendo peligro y esa carnosa boca apretada, extendiéndose apenas un centímetro en una curva irritada.
—¿Qué estás haciendo aquí? — exclamé saliendo del transé, y en un intento desesperado guardé bajo la almohada su camiseta antes de cubrirme la entrepierna, bajar de la cama y apretar mis manos al pecho deteniendo la toalla—. ¿Cómo fue que entraste?
Aventó la tarjeta blanca a la cómoda como prueba descarada. Lo sabía, sabía que tenía otra tarjeta.
—¿Creíste que después de lo que hiciste no vendría por ti? —contraje la pelvis ante las ondas roncas y graves, observándolo detenerse al pie de la cama y frente al corto caminado hacia mí. No tengo como escapar—. No puedes provocarme así y pensar que saldrás ilesa.
El corazón se me desbordó con el crepitar de su voz acompañado de una de sus venosas manos apretando la correa para arrancársela de un tirón. El sonido y su brusquedad provocó que las vellosidades se me erizaron, y los nervios me invadieron sintiendo sus intenciones cuando la apretó con rotunda fuerza en su puño.
— ¿Y me darás unas nalgadas? — solté, mirando de nuevo la gruesa correa y el modo en que sus nudillos se bloqueaban con la fuerza, provocando que las venas se le saltaran a lo largo de sus manos y sobre su antebrazo —, ¿no crees que ya estoy muy grandecita para cinturones?
La voz me salió con un ápice sarcástico, volviendo a subir la mirada a su rostro solo para sentirme inmediatamente arrepentida al encontrar como esa curva sombría y maliciosa en sus labios, disminuía perturbadoramente, tornando en una cruda seriedad hasta la última de sus facciones. Aun con ese semblante, su atractivo salvaje seguía intactos.
—Sube a la cama — exigió entre dientes.
Y maldije con las ráfagas estremecedoras que me invadieron, deslizándose por el abdomen hasta los músculos más profundos de mi vientre. Traté de mantenerme firme, no mostrar lo nerviosa que su orden me ponía. En el camión me había humillado soltando lo que deseaba hacerle, no podía dejar que sus feromonas esta vez me tuvieran así.
—Vaya...—alargué en un tono fingido, mirando el bulto agrandado en su entrepierna antes de extender una media sonrisa de fingida malicia y devolverme a esa ancha quijada apretada y a ese plata oscurecido—. No creí que estuviera tan desesperado por tener sexo, soldado Alekseev.
Solté cada palabra en un tono burlón, apartándome de la pared para no sentirme como la presa—cosa que claramente era. Esos orbes depredadores se levantaron con voracidad siguiendo hasta el más diminuto de mis movimientos, y la intensidad de esa mirada sombría y frívola comenzó a temblequear mis piernas. Me detuve, dejando solo un paso de distancia entre los dos, estremeciéndome con el calor que transpiraba su ropa mojada un segundo antes de levantar el rostro para descubrir esas las lagunas oscuras que se esparcían a lo largo de sus iris platinados, y admirar bajo la sombra que creaban sus mechones negros, sus escleróticas que tomaban un inquietante y perturbador color gris. Una mirada depredadora que, en compañía de la abrumadora dilatación en sus pupilas, por poco me dejó hechizada y temerosa por la imponencia y el peligro que emitían.
— Tanto le afectan sus feromonas...—hice una pausa para levantar la mano y dejarla recostarse sobre la grosura de su correa, deslizándolo hasta caer sobre el mango de cada una de las armas—, que llega al punto de escuchar cómo se masturba esta mujer.
Pronuncié aquello casi del mismo modo en que él se refería a mi delante de otros, dejando que mis dedos tropezaran con la dureza de su muñeca ancha, una textura llena de calidez y un tacto tan profundo que le tensionó el pecho y lo hizo clavar su mirada en mis dedos. Un tacto en el que mis dedos tomaron voluntad propia, deslizándose sobre el grosor de sus venas solo para recibir de vuelta esa fúnebre mirada depredadora.
El pecho se me estremeció y no pude creer cuánto me gustó aquello, sentir la suavidad y asperidad de sus nudillos, y ese grosor saltando bajo su piel tan enigmáticos que...tuve el anhelo de construir todos esos caminos y perderme en la textura.
— ¿No le da vergüenza, soldado? — la ronquera se apoderó de mi voz —. Entrar sin permiso a una habitación a la que no fue invitado le va a provocar muchos problemas.
La arruga apareció seductora y tentadora sobre su comisura izquierda, pero la severidad tan escalofriante en su rostro era para temer.
—No voy a repetirlo—arrastró con un tenso movimiento de sus labios.
—¿Qué pasa si digo que no? — le tenté, aunque en el fondo le tenía unas malditas ganas—. ¿Qué si me niego a darte lo que tanto te urge conseguir?
Mi pregunta le arqueó una ceja y soltó la correa: el sonido de todas las armas golpeándose con el suelo no fue lo que me aturdido sino atisbar el movimiento de su otro brazo antes de escuchar el crujir de un material metálico siendo cerrado alrededor de mi muñeca.
Y pestañeé, la sonrisa me titubeó cuando dejé caer la mirada sobre el espeso metal apretándose a mi piel antes de ver como su mano apretaba la cadena del grillete y tiraba de él con una rotundidad tan inesperada, que mi cuerpo se movió entero tropezando con la corta distancia y estrellándome a su torso tosco, en mi boca se creó un quejido de sorpresa que se ahogó contra la cálida dureza de su pectoral izquierdo. Y temblequeé con la mano que se apretó sobre mi trasero pegándome aún más a su cadera, deshaciéndome en cientos de pecados con el intenso calor que emitía su cuerpo y apretando mi vientre a la grosura de su erección que, si no fuera por la toalla que cubría mi desnudez y su pantalón uniformado, estaría sintiendo mis piernas desfallecer.
—A las malas será, preciosa.
La vibración tan remarcada en su pecho y el crepitar de su voz emitiéndose sobre mi coronilla me extendió mis parpados y ni siquiera pude subir el rostro y buscar su mirada cuando me sentí siendo empujada contra la cama.
Mi cuerpo rebotó sobre el colchón sintiendo el pliegue de la toalla desnudando mi muslo derecho, y en tan solo un instante el corazón se me enloqueció cuando lo vi treparse sobre mi pequeñez como una bestia hambrienta. El colchón se hundió con su peso rechinando con el movimiento de sus muslos acomodándose a cada lado de mi cintura.
Me sentí del tamaño de un insecto bajo su imponente sombra, temerosa y jadeante cuando su brazo se deslizó detrás de mí cintura con brusquedad rodeándome y aferrando su mano a mi cadera para levantarme con tanta facilidad y acomodarme cerca del respaldo. Sentí el tirón en la cadena subiéndome el brazo por encima de mí cabeza y me removí nerviosa cuando su enorme estructura se inclinó sobre mí, dejándome ese par de pectorales tan deliciosamente dibujados bajo la camiseta sobre mis ojos.
Jesús. No pude si quiera parpadear cuando al instante sentí la calidez de sus dedos rodeando por completo la muñeca de mi otra mano que todo este tiempo había estado aferrándose inesperadamente al borde de su camiseta. No supe en qué momento y era tarde para averiguarlo cuando el calor de su agarre rompiendo mi aferro hizo que la imagen de unos labios carnosos y varoniles besando mis nudillos se vislumbrara tan solo como una llama de fuego antes de sentir el estirón en el músculo de mi brazo extendiéndose encima de mi coronilla.
Me sacudí queriendo hacerme la difícil, tirando de mi brazo con intención de zafarme de su agarre, una acción que no pude lograr cuando sus dedos se cerraron aún más en mi muñeca deteniéndome enseguida.
—Fermo, bambola—Un jadeo se ahogó en mi garganta a causa de su voz crepitando sobre mi coronilla y su aliento cosquilleando mis cabellos —. Più ti muovi, più difficile sarà.
Apretó más mi mano y volvió a estirarme el brazo devolviéndolo sobre mi cabeza.
—¿Es así como piensas obtener lo que quieres? —quise saber. Encajé la mirada en su abdomen donde la camiseta militar se le subía dejando a mi vista esos centímetros de piel blanca y bien estirada trazando un par de músculos bajos, en tanto le sentía rodear la cadena alrededor de uno de los barrotes y aprisionar mi otra muñeca—, ¿atándome como a una esclava sexual.
—Quieres que se te castigue... —Las hormonas se me alteraron con su ronca pronunciación, emitiendo una vibración en su pecho. Se me ablandaron los músculos cuando sus dedos me tomaron del mentón sin un grano de suavidad y enderezándome el rostro bajo la sombra del suyo y esos carnosos labios a solo centímetros de los míos—, es así como planeo hacerlo.
Respirar su aliento fue como recibir una descarga en todo el cuerpo.
—¿Por hacer una tontería y hacerte trabajar extra al ponerme en riesgo? — le tenté—, ¿o por abofetearte y decir cuánto me empiezan a desagradar tus feromonas?
Una larga línea se dibujó al costado de su comisura. No era una sonrisa, pero Dios, detesté tanto que esa sola torcedura lo hiciera lucir tan sensual.
Y se enderezó, gotas de agua cayeron desde su endurecida mandíbula mojándome la mejilla, me perdí detallando su rostro lleno de una salvaje masculinidad atractiva, perfecta y amenazadora, construida por las manos de la lujuria. Ese hombre era el delirio de cualquier mujer.
—Voy a averiguar qué tanto te desagrada lo que te hago sentir—espetó soltándome de golpe el mentón retirándose de encima de mi e incorporándose fuera del colchón.
—¿Y cómo lo harás? — pregunté enseguida tratando de no mostrar mi nerviosismo, pero por poco tartamudeé sintiendo como la ansiedad comenzaba a avivarse, así como el temblor en mis piernas cuando él deslizó su entenebrecida mirada sobre mis tobillos desnudos, subiendo con lentitud a lo largo de mis pantorrillas—. ¿Qué planeas hacerme?
Me ignoró y con la rigidez severa que me atemorizó, siguió su recorrido hasta las piernas esbeltas, los muslos estaban completamente descubiertos de la toalla, apretándose contra el otro para tratar de detener las pulsaciones en la entrepierna, esa que para mí lamento estaba descubierta, mostrando no solo parte de mi vientre— en el que por la posición en la que me hallaba apenas y se notaba un poco de mi pequeño estreñimiento —, sino parte del monte impecable de vellosidades y ese par de labios íntimos e hinchados que se mostraban ligeramente entre el apretón de mis muslos.
Esos pliegues empapados que estaban siendo observados con una intensidad perversa por él, que me volví un montón de músculos nerviosos. No pude evitar sentirme fascinada cuando vi como apartaba su quijada como si la imagen lo tentara.
—¿Vas a follarme? — escupí, afirmando mi mirada y ocultando los nervios cuando subió a recorrerme el escote que se pronunciaba entre mis pechos debido a que la toalla había bajado un poco —. ¿Crees que haciéndome tuya es un castigo?
El cosquilleo en la parte baja de mi abdomen se avivó cuando con una perturbadora velocidad esos intensos orbes se encajaron sobre los míos.
—¿Que te hace pensar que te haré mía?
Se me oprimió el pecho en una sensación que no pude entender y titubeé, confundida.
—¿No es por eso... que me ataste...? —la voz se me fue descomponiendo a medida que le vi cruzar sus brazos, remarcando los músculos bajo sus remangadas mangas cuando sus manos se aferraron a los extremos de su camiseta para despegarla y levantarla sobre su torso hasta sacárselo de un solo movimiento.
El tiempo se detuvo y me embobé viendo cómo se revelaba hasta el último centímetro de ese tosco torso varonil. Y cautivada, dibujé sin perder un solo detallé el modo en que la piel húmeda y blanca se le estiraba tan perfectamente construyendo su tosquedad, trazando con tanta maravilla cada una de esas abdominales bien construidas.
Los dedos me cosquillearon deseosos de acariciar cada uno sus músculos y tallarlos bajo mis yemas y así perderme en la textura. Pero el hormigueo aumentó cuando subí más la mirada y para mí lamento recorrí ese par de pectorales rígidos y endurecidos dueños de un par de areolas de un leve marrón que me hicieron salivar.
El sonido de la pretina del pantalón siendo bajada tintineó mi cráneo y me detuvo la respiración. La mirada se me clavó contra mi voluntad en sus venosas manos separando los pliegues de su pantalón, mostrándome apenas esos flexorales remarcándose a los costados de su cadera y perdiéndose bajo la tela negra de su bóxer.
Salivé y los parpados se me extendieron alzando la cabeza del colchón para detallar la grosura alargada que se le remarcándose bajo la tela y se le extendía hasta el borde de la cintura. Dios mío.
El pecho seme disparó y sentí atragantarme. Con rotunda brusquedad volé la mirada clavándola únicamente en el techo negándome a ver el tamaño de lo que me hizo chillar de placer anoche, elevando mentalmente mi ruego de tener fuerza de donde sea con tal de no darle una mirada a esa parte de él.
Algo que no pude lograr hacer ni un par de segundos, y curiosa por descubrirlo tal y como la maldita incubadora lo trajo al mundo, dejé caer la mirada sobre esos eso flexores en su cadera, viajando sobre su vientre plano y sin vellosidades hasta ese...
El alma se me escapó por la boca sintiendo un torrente de descargas estremecedoras atravesando mi cuerpo y volviéndolo nada más que hormonas al detallar esa gruesa erección potente y entallada, con el tallo de hierro repleto de caminos venosos que se expandían hasta el glande hinchado y enrojecido.
Me temblaron los labios ante la torturante palpitación, y por inercia el chirrido del metal de las esposas resonó cuando quise llevarme una mano a la boca.
Bendita incubadora creadora de tamaños inhumanos y hombres irreales... Mordí mi labio inferior y es que tuve todo ese grosor dentro de mí, ¿y no me dolió? No, debí estar tan lubricada como para no sentirlo en el momento y lo peor es que mi interior lo estaba deseando tanto que...
—¿Qué sucede, mujer? —las ondas roncas y crepitantes de su voz remarcando la erre me estremecieron.
Peor aún ver como se sujetaba el tallo con el puño y su pulgar se recargaba sobre el glande que brillaba apenas por el líquido preseminal. Se me secó la boca, en su mano seguía viéndose grande.
—¿Quieres tocarlo? — el crepitar de su voz me hizo tragar con complicación—. O, ¿quieres sentirlo fallándote duro?
Mi interior gritó con un rotundo sí, pero me contuve.
—Prefiero que te lo guardes—solté.
Así me ahorraría grandes tentaciones y las ganas de querer construir esa erección entre mis manos. Y ver como esa comisura se remarcaba con una perversidad escalofriante, me estremeció el sexo.
—Eso no se va a poder.
Soltó su miembro y me entró pánico al ver esos muslos tonificados y bien marcados, moviéndose con amenazante lentitud hacia la cama, como si escuchara mi suplica en el silencio.
Me lamí los labios ansiosa cuando se encaramó sobre el colchón, hundiendo mucho sus rodillas, provocando que este rechinara con sus bruscos movimientos. Y no pude respirar reparando en toda su bestialidad masculina y musculosa tan malditamente perfecta construida por las manos del demonio de la lascivia y lujuria, trepándose sobre mis pantorrillas, deteniéndose encima de mis rodillas las cuales temblaron bajo la sombra de su miembro.
Oh Dios, no me dejes caer en la tentación y librarme del deseo de tener ese miembro de hierro dentro de mi embistiéndome con bestialidad... Un ruego se repitió en mi cabeza y traté de no perder la cordura endureciendo el entrecejo y demostrando que su cercanía no me erizada ni un pelo.
—¿En serio vas a repetir lo de anoche? — agradecí al cielo que no me temblara la voz cuando al levantar la mirada sentí como si me lanzaran un balde de agua caliente al hallarme con esa ladina torcedura mueca en sus labios, y esa frente de entradas marcadas, libre de mechones negros que se acumulaban desordenadamente sobre su cabeza.
Tomó mis rodillas y las levantó de tal forma que me inclinara los muslos sobre mi vientre solo para sacar las pantorrillas debajo de su regazo y acomodar sus muslos a cada lado de mi cadera, acercando mi más grande tentación a mi vientre: esa grosura dibujando su largo falo endurecido adornado por exquisitos caminos que parecían palpitar.
Dios. En mi cabeza el ruego volvió a reproducirse una y otra y otra vez.
— ¿No dijiste que no me harías tuya? — le recordé.
—Es ahí donde te equivocas, preciosa humana terca— el grosor en su voz, casi como si retuviera un gruñido, y sus manos abriéndome las piernas, exponiendo mis pliegues hinchados y mojados de un modo tan obsceno y excitante me hicieron jadear.
Qué agresividad.
La respiración se me descompuso remarcándome los senos en el escote, sintiéndome tan expuesta y sensible. La brisa helada cobijó mi empapado sexo, y ver esos orbes feroces cayendo sobre los íntimos labios y oscurecerse más a la vez que retorcía su torcedura con perversidad, fue como sentir una hoguera atravesándome las paredes musculares.
— Tú ya eres mía —gruñó por lo bajo y entre dientes, soltándome las piernas que cayeron a cada lado de su ancho cuerpo.
Estalló sus manos sobre la piel de mis caderas para arrastrarme y atraerme con tanta brusquedad a él, logrando que mis brazos se estiraran y las caderas rechinaran: sintiendo la toalla levantándose sobre mis glúteos y desnudando aún más mi vientre el cual se sombreó con su leve inclinación sobre mí. Tal acción tan brusca me levantó al instante la mirada y quedé atrapada por esos orbes desatados en una ira lujuriosa y rotundamente peligrosa, sus espesas cejas y esa mandíbula casi desencajada le daban un fascinante salvajismo.
—Tutto mio —enfatizó con el mismo tono engrosado y vibrante—. Questo capirai stasera.
Cielos Santos.
—Qué posesivo nos salió el Ogrito—bufé, ladeando el rostro, una acción que atrajo la atención de sus orbes, esos que no pude evitar contemplar lo enigmáticos y sensuales que eran—. ¿Crees que soy tuya solo porque me tuviste una vez?
—Fuiste mía desde el primer momento en que te toqué —arrastró entre dientes y con tanta sensualidad que no pude evitar sentirme extasiada y gustosa.
—¿Eres dueño de todo lo que tocas? — traté de espetar.
Y el corazón se me aceleró cuando la mueca en sus labios se remarcó y entonces, un gemido salió entrecortado de mis labios a causa de la desquiciante caricia de sus nudillos recorriendo la frágil y tibia piel de mis pliegues. Joder. Y no se detuvo, alargando sus dedos hasta cubrir el último centímetro de mi timidez con su intenso calor.
—Solo de lo que me gusta tocar—masculló al mismo tiempo en que los envolvió y los apretó, moviéndolos en un vaivén tan exquisito que tuve que morderme el labio para no jadear.
Este hombre me prende.
—Qué arrogante eres—me forcé a soltar —. Pues te equivocas, no soy tuya, Keith Alekseev.
Lo reté con tal de molestarlo y me sentí como un globo a punto de estallar al verlo inclinarse amenazadoramente sobre mí, sombreándome con la vista perfecta de los tensos músculos que construían su torso. Me volví pequeñita con su grandeza y su intenso calor invadiéndome, quedando inmensamente atrapada en el furor destellando sus orbes en tanto le sentía extender su brazo para acomodarlo sobre mi cabeza, deteniéndose a centímetros de que su nariz palpara la mía.
—Interesante mujer—pausó cada palabra en un tono bestial y sensual, despegando los pliegues empapados y adentrando dos de sus dedos hasta palparme el sexo y tensionarme el alma cuando lo acarició en círculos marcados—. Si fueras de otro hombre, no serías presa de mis efectos.
—Esto solo es atracción temporal —susurré con la sensación exquisita—. Son ganas de tener sexo que no significa nada más que deseo y lujuria.
—¿Estás segura? —escupió entre dientes.
Apreté los labios tragándome un jadeo cuando jugueteó con mi entrada, enterrando apenas sus yemas en esas paredes musculares contraídas, las cuales me ardieron de frustración. Y me sentí confundida, la conciencia ni siquiera mostraba sus luces de advertencia, no me recordaba nada dejándome degustar sus caricias tortuosas.
No pude evitar removerme por la tortura, y qué vergüenza, estaba tan empapada que podía sentir como mi lubricación bañaba por entero sus dedos, más aún cuando ese pulgar se ciñó sin darme tregua sobre mi clítoris hinchada. El apretón sobre el botón fue como una llamarada de olas placenteras haciéndome respingar sobre la cama y se intensificó con su masajeo circular, lento y marcado, volviéndome añicos.
Cielos, me va a matar. Temblé con la embestida de sus dedos enterrándose en mis paredes musculares, mis hormonas gritaron de felicidad al recibir lo que tanto estaba queriendo sentir cuando me masturbé pensando en él. Se me nublaron los pensamientos cuando no me dio ni un solo respiro saliendo y entrando en mí, atragantadme con el gemir que no le solté al sentir la profundidad y voracidad con la que me embestía.
Perdí la mirada en la almohada en la que oculté su camiseta, tratando de contenerme y no mostrarle cuando me fascinaban las descargas placenteras. Sus dedos alcanzaron mi quijada en un apretado movimiento que me obligó a inclinar y clavar la mirada en el tercer dedo entrando en mí, expandiendo más mis paredes y produciendo el exquisito sonido cuando me vine con sus acometidas. Maldición, siento que soy leña y sus dedos juego incendiando mi madera y haciéndola ceniza.
— Mira lo bien que te masturbo y lo mucho que te gusta que lo haga—gruñó sobre mí.
Más perdida no pude quedar con las venas que se le saltaron a lo largo de su muñeca cuando aceleró, remarcando su grosura con cada entierro, golpeando su antebrazo con su potente glande enrojecido. La vista morbosa y las corrientes placenteras eran una delicia indescriptible que disparó la necesidad.
— Abre tu boca y gime para mí —exigió, y su pulgar tiró de mi labio inferior el cual había estado mordiendome.
Aceleró enterrando cada centímetro de sus dedos y expandiendo mis paredes. Me elevé en el éxtasis y meneé mi cadera queriendo alcanzar el orgasmo en el que empecé a fundirme y...
—Maldi...ción— Sacó sus dedos y con tanta voracidad derrumbado mi inalcanzable clímax que removió mi cuerpo en un quejido. Un quejido que quedó a medias cuando lo sentí inclinar su rostro sobre mí, ladeándolo sobre mi costado.
El roce de sus carnosos labios sobre mi mejilla me endureció como la sensación estremecedora de sus dedos recostándose contra mi botón hinchado. Lo tomó y lo apretó entre sus dedos, haciéndome saltar de tal manera que mis labios rozaron con su ancho hombro donde escupí un abogado gemido. Me volví un montón de músculos temblorosos debajo de él cuando enterró
— Que te desesperes por mi toque...—hizo una pausa torciendo mi rostro de tal forma que nuestras narices se palparán y nuestras bocas quedarán a milímetros una de la otra. Respiró mi aliento y yo me perdí en el desliz de su lóbulo acariciando mi puente —, se ha vuelto una de mis manías preferidas, muñequita.
Su ronroneo me desinfló y mis parpados estuvieron a punto de cerrarse con su cálido aliento hormigueándome la piel de los labios, esos mismos que rogaron por la atención de los suyos.
—No necesitas de una camiseta para satisfacerte—La vergüenza me tiñó las mejillas con sus palabras, sintiendo el movimiento de su brazo hundiéndose sacando la prenda negra que atisbé de rabillo antes de sentirle enderezar mi rostro para perderme con su exhalación y esos orbes que reflejaban el mismo deseo que yo—. Me tienes a mí para complacer tus fantasías.
—Entonces hazlo— ordené apretando las cadenas en mi mano para sostenerme y alzar mi rostro hasta sentir el roce mi boca con la suya, un roce contra esa textura caliente y suave que me estremeció—. Si realmente te tengo para complacerme, dame lo que tanto ansío tener entre las piernas.
No iba a contenerme más, este deseo era horrible y quería disminuirlo o terminarlo de cualquier modo para que sus feromonas dejaran de atolondrarme tanto. Mis entrañas, todas, chillaron al sentir sus carnosos labios extendiendo sobre los míos en una escalofriante y malévola sensualidad de sonrisa ladina que me hizo temblar.
Un sonoro jadeo resbaló contra su torcedura, sintiendo como el vientre se me acalambraba con el rotundo calor de ese endurecido glande deslizándose sobre los pliegues. Apreté el trasero con la presencia de su grueso falo adentrándose entre mis pliegues, embarrando su humedad piel de mi excitación hasta frotarse con mi delirante fragilidad, la cual me destelló la cabeza.
Pude sentir como sus caminos venosos se engrosaban y palpitaban contra mi piel y fue el más grande delirio que me dejó temblorosa sobre el colchón.
—¿Quieres esto? —me preguntó con pausada ronquera.
Sería una tonta si dijera que no porque lo había anhelado tener dentro desde que desperté en esta misma cama.
Todos mis pensamientos se evaporizaron cuando su glande apretujo mi clítoris y lo movió sobre la hinchazón, masajeando y meneando la dureza que no me dio para más, enloqueciéndome con la nube de éxtasis y arqueándome la espalda contra mi voluntad. Me está matando. Estaba masturbándome con su miembro y era tan desgarradoramente exquisito que sacudí las muñecas en un intento por querer zafarlas.
Su quijada se pronunció y aumentó su fuerza y movimiento, hundiéndome los pies en el colchón. Se me evaporaron las neuronas abriéndome mucho los labios contra los suyos para arrastrar aire entrecortado con el gustoso clímax que no pude obtener cuando detuvo el frote y volvió a iniciarlo.
—Responde—me exigió rozando sus dientes en mi labio inferior—. ¿Lo quieres dentro?
Y no pude si quiera pensar, sintiendo mi mundo desfallecer con la presión placentera de su glande en mi entrada la cual se contrajo ansioso, las piernas me temblaron y empujó su miembro con una infernal pausa. El martirio me dejó desesperada al sentir como la piel se abría milímetro a milímetro para envolver con maldita lentitud la anchura de su caliente cabeza.
Esta tan grande y yo tan pequeña que me va a deshacer y eso no me importa. No era sensata con esta situación, no lo fui cuando no lo detuve anoche y no lo seré hoy porque más que temerle porque le arrancó los dedos a Frédéric y lo mató, lo deseaba...y mucho.
Un "gloria" se gritó en mi interior cuando tuve el glande dentro expandiendo las paredes musculares, las cuales se apretaron en una bienvenida. Y el ardor me arrugó el entrecejo cuando eso fue todo lo que metió en mí, dejando todo su falo fuera.
—Te hice una pregunta —Empujó más metiendo unos milímetros su endurecido falo hasta expandirme las paredes y arrebatarme la respiración con el grosor—. ¿Quieres que lo meta?
Mordí mi labio y sacudió con rudeza, moviendo la gruesa cabeza dentro de mí y en círculos tan placenteros que me humearon el cerebro. Traté de contenerme sin soltar otro gemido, pero sentirlo salir y meter los mismos centímetros con el ritmo circular me partió en dos, derramando mis jugos y contrayendo mi sexo en vibraciones que lo empapan más.
—Dios— jadeé contra sus labios que se ensancharon satisfechos con su provocación.
—Así me gusta, mujer—alargó con asperidad, sintiendo como sus nudillos recogían los fluidos. No pude respirar al ver como se acercaba un nudillo a su carnosa boca, saboreándose mis jugos y curvando sus labios con una perversa mueca que logró empaparme más el sexo—, que te chorrees con lo poco que te doy de mi miembro.
—¿Haciéndome esto es como planeas castigarme? — terminé escupiendo sintiendo como trazaba mis clavículas y acariciaba mi cuello envolviéndolo en su mano.
—No he comenzado todavía—La vibración de su pecho sobre el mío cubierto todavía por la toalla, fue una tortura como sentir su boca apartándose de la mía y su miembro abandonando mí interior dejándome vacía y aturdida.
Soltó al mismo tiempo mi mentón recorriendo mi delgado cuello en una caricia estremecedora. Por otro lado, la sangre me hirvió y arrugué los labios en una clase de berrinche.
—¿Vas a mostrarme lo duro que estás y dejarme a la mitad del orgasmo? —aventé—. ¿Ese es el tipo de castigo que se te ocurrió?
—No estaría nada mal que mires lo duro que me pones mientras te disfruto y te dejo como quiero—escupió con la mandíbula endurecida al mismo tiempo en que con brutalidad tiró del nudo de la toalla desnudando el resto de mi cuerpo: dejando no solo mi abdomen y el ligero bulto a la vista, sino ese par de pechos agitados por su brusquedad, con sus areolas rozadas y los pezones erectos reluciendo debido a los adornos de los lunares en toda la engordada piel.
El solo contacto de sus yemas deslizándose sobre la suavidad fría y frágil de mi seno izquierdo, me erizó. Trepó sin detenimiento sobre el resto de piel cubriendo centímetro a centímetro bajo su caliente palma, apretándome el sexo y abriéndome los labios para soltar una entrecortada respiración a causa del estremecedor contacto de pulgar tropezando con mi pezón. Lo acarició cual perla, jugueteando con su dureza y llenándome de sensaciones exquisitas que quise suprimir.
—Esto no es un castigo para mí, sino para ti también.
—¿Estás segura? —inquirió sacando de un brusco tirón la toalla debajo de mí.
—Quieres esto tanto como yo—recalqué viendo su erección la cual parecía a punto de estallarle—. Por eso estas aquí, duro y urgido. Y alargar las ganas te hará ser el primero en caer antes de que te ruegue.
Una curva ladina se le enganchó sombreando su comisura. Se sostuvo el tallo restregándome su grosura y tamaño. Quise lamerme los labios cuando reparé en mis fluidos que bañaban su glande.
—Existen formas de deshacerme de esto, preciosa.
Sacudió la mano a lo largo de su grosor venoso y con una fuerza tan descomunal que no pude parpadear.
Apretó y aumentó su accionar en vaivenes bruscos que le hincharon y enrojecieron la piel de su falo. No supe en qué momento dejé de respirar y de sentir todo, escuchando únicamente mis latidos perdiendo su ritmo en tanto recorrí embobada la tensión agrandando sus pectorales y su quijada desencajada. Santo cielo. Se está masturbando frente a mí.
Quise pellizcarme el pezón para saber que esto no era un sueño. Y no pude dejar de mirarlo, de contemplarlo, de perderme en el erótico morbo que producía ver como se complacía ante mis ojos.
—Lo estas disfrutando— espetó.
Sí, a nadie iba a engañar, me excitaba tanto que no pude evitar morderme un labio, detallando el desencaje en su mandíbula y como el sudor se le acumulaba en la frente y como las gotas seguían cayendo de sus mechones.
Aceleró con voracidad su movimiento, dejándome derretida con su quejido bestial siendo escupido entre dientes y la erección creció en su mano cuando eyaculó sobre sus dedos.
Mori ver como el grosor permanecía intacto en su falo y las venas se le remarcaban con su muñeca sacudiéndose a lo largo sin detenimiento.
Jesucristo...
—Con tenerte desnuda y disfrutar de tu piel—farfulló entre dientes a medida que magreó mi pecho bajo la palma de su mano y apretó el pezón con su pulgar —, no tendré problema con esto.
Sin dejar de auto complacerse se inclinó sobre mi pecho. Seguí embobada por la imagen, sintiendo sus empapados cabellos goteando la cima de mis pechos cuando vario de sus mechones cayeron sobre su frente cubriéndome sus orbes.
Se me tensionaron los músculos con la sensación de su cálida exhalación humedeciéndome el pezón izquierdo y el resto de la piel, mordí mi labio y extendí las cejas ante el roce de sus labios abriéndose sobre él. Un pequeño gemido se escapó entre mis labios mordidos con la presencia placentera de su larga y caliente lengua lamiendo la dureza, y me deshice con el jugueteo antes de sentir como se lo metía a la boca, desatando su lengua sobre la piel, chupándola y maltratándola con tanta agresiva hambruna que la respiración se me entrecortó.
Ahogó su gruñido contra mi pezón y jadeé maravillada cuando sentí sus fluidos mojando la cara interna de mi muslo izquierdo
No aparté la mirada de encima sintiendo el calor de su otra mano recorriéndome las costillas, construyendo la curva de mi cintura y volviendo sobre mi pecho derecho, apretándolo y torturando su pezón bajo la uña de su pulgar.
Sus dientes mordisqueándome la dureza de mi pecho, arrebatándome un quejido de placer que exploró la cima de su cabellera negra y desordenada. Su fiereza incendiaba mis ganas, y que besara y degustara mi pecho sin pudor, sin vergüenza, demostrando lo mucho que le gustaba, me encantó tanto que mordí mi labio cuando pasó a devorarse el otro pecho.
Admiré el enrojecimiento en mi pezón: la marca que me recordaría a lo que me hizo esta segunda noche. Supe que no sería la única que me dejaría cuando el sonido de su lengua tronando en mi engordada piel se trabó en mi memoria.
Abandonó mi pecho y disfrute de la manera en que su lengua se paseó por cada trozo de piel que conformaba el centro de mis costillas, saboreando cada trozo de piel chupando, besando y exprimiendo el sabor de mi cuerpo, marcándome con sensaciones exquisitas.
Se recorrió de encima de mi saboreando mi abdomen donde un cosquilleo se incrustó en el estómago ver como centímetro a centímetro esa boca se degustaba mi vientre: mi carga preciada. Me estremeció el pecho de un inexplicable sentimiento y hasta el corazón se me volcó emocionado, no quise entender la sensación ni lo mucho que sus besos produciendo un exquisito sonido sobre esa piel, me gustaron.
El sexo me atormentó con palpitaciones frustrantes cuando bajó más, besando mi monte. Oh demonios, está bastante cerca de mí zona sensible. Mis pensamientos se oscurecieron cuando sus manos se deslizaron dibujando la curva pequeña de mi cintura, me sentí diminuta con su recorrido hasta la cara interna de mis muslos. La rudeza con la que me los abrió me dejó más expuesta a él. Expuesta, sensible y vulnerable ante su intensa mirada oscurecida en temible deseo, contemplando sin detenimiento ese par de pliegues mojados que se contrajeron ansiosos de placer.
Sentir que me miraba hasta el alma aumentó los espasmos internos, aun más los temblores a lo largo de mis muslos.
—Eres tan pequeña y tan frágil—arrastró con bestialidad. Un cosquilleo calorífico se estrelló contra mi entrada a causa de su aliento acariciándome la hinchada piel y su vibración contrayendo mi pelvis—. ¿Qué sabores desprenderás cuando pruebe tu coño?
—Espera...—la palabra desbordó de mi boca con mucho nerviosismo cuando levantó su mirada entenebrecida atento a mí—. N-nunca me han hecho un oral.
Me removí ansiosa, sintiéndome como una primeriza avergonzada haciendo sus confesiones al hombre experimentado. Negué enseguida y meneé lentamente la cabeza:
— O al menos n-no lo... no lo recuerdo.
Me volví un río de agua caliente al detallar como esa oscura comisura izquierda se le estiraba retorciendo su atractiva masculinidad, levantando su mirada sombría y penetrante, quemándome las mejillas.
—Tu inocencia me tienta, mujer —alargó con marcada y crepitante lentitud, mostrándome apenas su apretón de dientes —. Me tientas a averiguar qué tan virgen pretendes ser para mí.
Exhaló sobre mis pliegues y temblé de nervios.
—... y qué tanto gemirás—La humedad aumentó con el roce de sus labios —, rogándome por más cuando me coma todo esto.
Mis pantorrillas flaquearon con la vibración de su voz emergiendo contra mi fragilidad. Y solo sentir como esa larga, caliente y húmeda lengua cubría mis pliegues para lamer y recoger mis fluidos, hizo que una descarga de éxtasis me nublara la vista. Me sacudí cuando se metió uno a la boca y lo chupó saboreándolo como manjar.
Lo tomó entre sus dientes y lo mordió. Respingué sobre el colchón, escupiendo al aire un insulto gemido que quise retener y no pude. El escozor se adueñó de mis ojos ante la mezcla de placer tan increíble a la que me envolvía y tiró de él haciéndolo rebotar. Apreté la cabeza al colchó cuando hundió su boca y su lengua lamió mi punto débil: ese endurecido clítoris que chupó y con tanta hambruna que un quejido se alargó por mi garganta y se amortiguó entre mis labios:
¡Santa lengua! Me retorcí encajando las uñas en mis palmas y sacudiendo las cadenas cuando lo succionó y jugueteó con él deshaciéndome en un siguiente derrame. Una montaña se me dibujó en la espalda y cerré los parpados sintiéndome en otro planeta, viendo estrellas destellándome entera. Todo me dio vueltas, estaba embriagada por su potencia, percibí el orgasmo sintiéndolo alcanzar y...
Soltó mi clítoris devolviendo la descarga de placer que me hizo suplicar por más.
—Hijo de... —Contuve el insulto.
No voy a rogarle, no le voy a rogar. Puedo con esto, puedo aguantarlo.
—Aún no he terminado—gruñó y el corazón me bombardeó el agitado pecho a causa de sus manos deslizándose bajo mis muslos alzándolos de tal modo que mis rodillas se doblaran un poco más.
Los pechos se me sacudieron cuando sin ningún gramo de amabilidad, estrelló y abrió su boca contra mis pliegues, su lengua saboreó mi sexo y con tanta bestialidad como si hubiera reprimido el hambre por mí por mucho tiempo, devorándose mis fluidos.
La respiración se me descompuso, mis pulmones comenzaron a contraerse, comprimirse. Perdí el control sobre mis extremidades y mi boca de la cual no pude evitar que saliera todo tipo de sonidos. Me degustaba como si fuera un explicito platillo y me lo demostraba en todos los sentidos.
¿Así como iba a liberarme de esta atracción? Rouss dijo que el efecto de las feromonas podía aumentar cuando el sexo entre ambos era muy placentero. Lo que me hizo anoche fue bastante placentero, pero él estaba superando ese momento, volviéndolo nada en comparación con el oral tan arrebatador y voraz en el que me despedazaba.
Me rodeó un muslo cubriéndome el monte con su mano solo para que sus dedos juguetearan con mi hinchazón. Sentí que me volvía lava y me evaporizaba cuando chupó mi sexo, mordió y embistió mi interior con fiereza, desencadenando ráfagas de éxtasis adictivo que menearon mi cadera contra su boca y sacudieron mis muñecas con el deseo de desatarlas de las correas y clavar las uñas en su cabellera.
Volví a saborear el orgasmo y....
—Maldito hijo de incubadora— me retorcí en lamentos cuando sacó su lengua con brusquedad, frustrándome en el cumulo de descargas que apagaron mi orgasmo.
Y esa ronca y vibrante risa varonil, emergiendo estremecedoramente contra mis pliegues y explorando mis entrañas, derritió mi enojo, me volvió nada.
Que risa más sensual.
Lo sentí levantarse de mi vientre, trepándose como una salvaje bestia lujuriosa encarnada en un hombre grande y peligroso. Me sombreó con su imponencia dejándome poseída en esos orbes feroces que destellaban bajo todos esos mechones colgando de su frente. Su mandíbula endurecida y sus carnosos labios enrojecidos ansiaron mi hambre.
El corazón se me aceleró cuando se inclinó amenazadoramente, acomodando su brazo encima de mi cabeza para detenerse a solo centímetros de que mis pezones rozaran sus pectorales: una caricia carnal que deseé sentir, y una más de sus torturas para mi cuando ensanchó una curva perversa en sus labios a la vez que tomaba posesión de mí quijada levantándome el rostro hasta que el lóbulo de nuestras narices se palpara.
Me pesaron los parpados con el roce, una simple caricia que, para mi extrañez, fue profunda y rotundamente familiar.
Quiero que me bese.
—Eres exquisita, mujer—masculló, me embriagué con su aliento y esos labios que dedeé besar.
Me di cuenta de que con esto no podría más. Con las manos atadas, este hombre tenía el dominio completo de mí. Su rudeza, su sucio y exquisito juego acababan con mi razón. Tenía que provocarlo a toda costa, hacerlo caer para que me diera de una maldita vez lo que buscaba. Así que asentí sin siquiera evitarlo, estremeciéndome cuando con ese movimiento, su lóbulo acarició parte de mi puente.
—Lo sé —afirmé por lo bajo.
Dejé que una de mis piernas se moviera, permitiendo que mi pie acariciara la dureza de su pantorrilla en una clase de provocación.
—Y puedo serlo aún más cuando me folles — ronroneé, mordiéndome el labio con intenciones de tentarlo—. Pero tú quieres seguir con tu jueguito y perderte de esto.
Acompañe mis palabras cargadas de provocación, alzando mi pelvis y dejando que mi vientre se meneara con su erección: un simple y alargado toque que bastó para ahumarme las neuronas al sentir la palpitante textura dura y caliente de su erección.
Su quijada se endureció, sus dejos tomar fuerza en su agarre y el deseo nublando sus escalofriantes orbes me dejó extasiada.
—¿Quieres que te folle? —retuvo el gruñido entre sus dientes.
—No lo sé—sostuve dejando caer mi trasero—. ¿Quieres follarme, Keith? O, ¿vas a seguir castigándome?
Su comisura tembló, quise que cayera porque no estaba pudiendo retener las ganas de ser follada por él.
—No voy a rogarte — aclaré al mismo tiempo en que empujé mi cabeza del colchón con intenciones de disminuir la distancia entre nuestras bocas, rozando esos carnosos labios calientes que me rogué no acometer con besos hambrientos—. Así que déjame con las ganas y vete, o termina con tu castigo y follame de una maldita vez y termina con esta atracción.
Sentir el modelo de nuestras bocas sin siquiera ser un beso, me cerró los parpados. No obstante, mi voz llena de molestia fue como una bala que le desencajó la mandíbula. Sus dedos apretaron mi quijada pegándome a su carnosa boca y dejando que nuestros alientos se entremezclaran.
—Eres fascinante— masculló contra el huevo de mi boca y su bestialidad me enloqueció el corazón. La piel de mi quijada ardió cuando puso más fuerza en su agarre —. Terminar con la atracción, ¿piensas que con follarte va a suceder?
—Sí— sinceré, y mi interior volvió a gritar con el moldeo de nuestros labios—. Sé que si me tomas una vez más hará que disminuya o desaparecerá el efecto de tus feromonas.
Creí que decirlo me facilitaría todo porque creía que era cierto, pero de repente esa sensación de disgusto se aprovechó de mí pecho, confundiéndome mucho. Un sentimiento que desvaneció cuando sus labios se torcieron contra mi boca, dejándome sentir como la parte izquierda de su comisura temblaba con irritación.
—Donna sciocca.
Contraje el entrecejo ante sus severas palabras aventando fuego en mi boca, era la segunda vez que decía esa frase, y por alguna razón se escuchó molesto.
— ¿Por qué no lo averiguamos? — Ahogué un gemido contra sus labios a causa de la fuerza sus dientes prendiendo de mi labio inferior—. Ti scoperò così forte che tutto il tuo corpo porterà il mio nome e implorerà la mia attenzione.
Soltó mi quijada y con una fuerza sin igual le sentí rodear mi espalda baja aferrando su mano a la cadera en un apretón para levantarme y voltearme. La voracidad con la que me movió hizo que un jadeo de sorpresa se me resbalara y todo me dio vueltas. Mis brazos se cruzaron con las cadenas que rechinaron y mi pecho y vientre golpearon el colchón, apretujándose cuando sus manos me tomaron de la cintura dibujando el tallo curvilíneo.
—Suéltame las muñecas—pedí cuanto traté de colocar mi peso sobre los codos.
Me ignoró, apretándome la cintura para moverme hacía el borde más cercano de la cama antes de abrirme las piernas y entre doblarlas a los costados de mi cuerpo. Salió de la cama y sentí inseguridad, torciendo el rostro de inmediato con la necesidad de saber por qué bajó y qué era lo que me haría. Pero encontré al instante su enorme torso musculoso inclinándose sobre mí, estremeciéndome con su intenso calor invadiendo hasta el último centímetro de mi espalda.
La piel se me erizó y no a causa de sus manos volviendo sobre mi cintura, acariciando su estructura hasta sostenerme los pechos, sino al sentir el roce de su carnosa boca recostándose sobre mi hombro, besando la piel y repartiendo besos a lo largo de mi espalda. Cerré los parpados fascinada con su lengua saboreándome entera.
Quiero que me bese, pero en la boca.
—Quítame las esposas—supliqué, sintiendo como bajaba hasta mis glúteos y los besaba con delicia, dejando que su lengua participara y sus dientes se rozaran—. Solo quítam...
—No, preciosa—espetó contra mi glúteo, y su vibración me cerró los parpados. Se sentía malditamente bien.
Arrugué el entrecejo sintiendo un nudo de nervios cuando sentí su boca saboreando demasiado cerca de mi sitio oscuro y vergonzoso. Me removí e intenté lanzar una mirada sobre mi hombro, pero por mi posición y con esas manos apretando mi cintura contra el colchón, y sumando a eso, sin tener manera de apoyar mi peso sobre los codos, no pude mirar su rostro.
—¿Por qué no?
Entenebrecí cuando se enderezó de encima de mi trasero, y el tiempo se detuvo para observar como la luz de la farola destellaba y sombreaba su tosca masculinidad altera hormonas detrás de mí. Y no supe en que perderme, si en las sombras que trazaba cada uno de sus magníficos músculos, o en ese brazo levantándose, remarcando sus músculos y saltando sus venas a lo largo de su mano recogiendo los mechones de su frente para acumularlos encima de su cabellera negra.
Alcé un poco más el rostro, encantada con la imagen, y sentí que el aliento se me escapaba cuando lo recorrí entero y sin perderme de un solo detalle de su desnudez. Demonios, es como una obra de arte erótica. Y como deseé tocarlo, tallarlo con lentitud y dibujarlo bajo mis dedos...y saborear su textura con besos en tanto me cabalgaba saltando contra su miembro.
—Dije que te follaría—arrastró con la voz engrosada, magreando mi trasero antes de sujetarse el tallo de su miembro duro, y acomodar su gruesa cabeza en mi entrada—, no que te quitaría las esposas.
Tiró de mis caderas al mismo tiempo en que empujó las suyas contra mí, azotando sus testículos en mi trasero y enterrándose en mí con una bestialidad tan brusca y desgarradoramente exquisita, que mi rostro se rompió y el gemido perforó mi boca recorriendo la habitación entera.
El dolor se insertó como un pinchazo leve que desvaneció cuando sentí desarmarme ante las sensaciones que me recorrieron. Las paredes expandiéndose con su grueso tamaño, se apretaron en una bienvenida gustosa y temerosa, ¡y por Dios!, podía sentir cada fibra de su tamaño dentro de mí: su calor acalambrando mis espacios y sus venosas palpitando en mis paredes.
Oh Dios, esta tan grande y yo tan pequeña, y lo tengo todo dentro de mí. O eso fue lo que creí cuando tras sentir sus manos deslizándose sobre la curva en mi cintura para apretarme al colchón, empujó su cadera hasta enterrándose unos milímetros más. Jadeé sonoramente contra el brazo, rompiéndome en estremecimientos. Me sentí tan diminuta y virginal con su tamaño que me cuestioné si era el mismo que el de anoche o yo me había hecho tan pequeña.
Y me volví un montón de músculos nerviosos con su enorme sombra ciñéndose sobre mí. Su brazo se extendió frente a mi rostro y hundió su mano en el colchón para detener su peso, aunque le sentí inclinarse un poco más.
—Mujer...—exhaló su ronquera contra mi cabeza, y su aliento cosquilleándome la nuca me clavó la mirada adormilada en las venas que saltaban a lo largo de su muñeca y antebrazo—. Sigues tan estrecha.
Ahogué un gemido cuando meneo su pelvis, ordenando su miembro dentro de mí, enviando corrientes a lo largo de mi vientre que nublaron. Si así me sentía con solo un movimiento, no imaginaba cómo me pondría cuando empezara a embestirme.
Me va a destrozar.
Besó mi coronilla y me hice nada con su aliento cosquilleando mi hombro. Mis labios se sintiendo ansiosos por un beso y como deseé tenerlo de frente cuando se apartó de mi rostro.
—Sin duda no solo eres exquisita— masculló, apretando de nuevo mi cintura y dando el primer embate brusco y duro que me sacudió sobre el colchón y me nubló en los destellos más exquisitos—..., te sientes tan deliciosa que voy a comerte hasta que no puedas más.
Su gruñido ronco y retenido entre dientes me alborotó el corazón y gemí con queja cuando lo sentí salir casi por completo de mí, dejando únicamente su gruesa cabeza.
Pero aquel quejido terminó siendo un chillido de placer que rasgó mis cuerdas vocales cuando me embistió con rotunda fiereza, estallándose contra la piel de mis glúteos y tronando sus pelotas sin detenerse. Saliendo y entrando una y otra vez en mí, dándome embates tan profundos que escarbaban en lugares vírgenes que anoche no conocí, deshaciéndome cada partícula.
—¡Oh mi...!
El habla se me quebraba por el éxtasis invadiéndome cada rincón de mi existencia. Era enorme, y se deslizaba dentro de mis paredes con tanta facilidad que en algún otro momento estaría sintiéndome avergonzada de lo lubricada que estaba. Pero ahora estaba sumida en el placer al que me entregaba, saboreando su grosor, delirando con su intenso calor, el cual me marcaría más de lo que anoche lo hizo.
—Siente lo duro que me pones— escupió con grosura, ondeando mi trasero para sentir la curva de placer extenderse con sus embestidas—. Tu coño me aprieta de lo mucho que le gusta ser azotado.
Empotraba con voracidad al mismo tiempo en que tiraba de mis caderas con el mismo ondeo, y el sonido de nuestras pieles y las cadenas de las esposas sacudiéndose, fue incorporable al de mis entrañas llorando de extasiada felicidad con su potente bestialidad, destrozándome en la cama de maneras inimaginables, sin misericordia, sin amabilidad.
Es una bestia en su etapa más peligrosa, un monstruo hambriento de sexo. Estaba segura que con esta follada me iba a dejar mal emocionalmente, me dejaría atada a él de formas incontrolables. Pero el adictivo éxtasis nublándome entera lo estaba valía cada maldito segundo.
—Suéltamelas—gemí mi petición, sacudiendo las muñecas y el modo en que mis manos apretaban las cadenas de las esposas.
Atada me impedía recargar mi peso sobre mis brazos y así poder menear mis caderas con cada uno de sus embates.
—Que me las sueltes—rogué—. Quiero...
No pude completar las palabras arrebatada por la ferocidad de sus embestidas. Me estaba elevando al séptimo cielo y sumergiendo en las llamas del infernal orgasmo que me abrió mucho los labios, me hizo temblequear con rotundidad, gemir y chorrearme a montones contra sus testículos.
Me deshacerme entre espasmos, pero él no dejó de embestirme. Sus manos apretaron mi espalda baja, dobló aún más mi pierna al costado y se trepó al colchón con embates crudos y enérgicos que reventaron todo, atolondrándome con su potencia.
La cama tronó, el respaldó azotó un sin fin de veces la pared descarapelando la pintura, el cuarto entero se llenó de sonidos mezclados con mis gemidos que no pude contener, pero no hubo sonido más exquisito y fascinante que escuchar su gruñidos roncos y bajos emergiendo con los siguientes azotes.
Jadeé. Podía sentir como se hinchaba su miembro y como mi coño lo apretaba cada vez más, estaba a punto de correrse y yo quería tenerlo de frente y contra la boca como anoche.
—Voltéame —supliqué entre arremetidas.
Quiero verlo, quiero besarlo. Quiero sentir cada fibra de su cuerpo rozándose al mío. No entendí de donde venia tal necesidad, y no pude siquiera pensar en ello cuando apretó mi espalda baja a la cama remarcando la intensidad de sus embates, enloqueciéndome.
No supe a qué parte del cabecero mirar, todo se me nubló cuando el placer fue tanto y volví a elevarme a las corrientes que me erizaron el coño, apretándome la pelvis y desatando mi segundo orgasmo el cual se fundió con su potente eyaculación abriéndose paso y explorando mis rincones con uno, dos, tres y cuatro embates que me sacudieron y me reiniciaron.
Y se me pinchó el cuerpo esparciendo una inexplicable y entrañable emoción ante el exquisito, inesperado y delirante gruñido bestial lleno de ronquera, soltándose sobre mí, bañándome de espasmos cosquilleantes que perforaron mi pecho de adrenalina y me dibujaron una descarada sonrisa de lo bien que se sintió su orgasmo.
Que delicia de gruñido.
—Muñeca...
Volví a erizarme con el crepitante de su voz y su intenso y húmedo calor invadiendo cada fibra de mi espalda, volviéndome pequeñita. El roce de sus duros pectorales sobre mis hombros fue mortal y estremecí al inhalar el aroma que desprendía su cuerpo encima de mí, antes de removerme cuando sus largos dedos me tomaron de la quijada alzándome el rostro debajo de la sombra del suyo. Me desarme con la ferocidad diabólica de sus orbes, el plata de sus iris era irreconocible, el negro lo poseía perturbadoramente, logrando perder sus pupilas.
No entendí por qué no me aterraba ese oscurecimiento sin igual, quizás era algo natural en los experimentos cada que tenían sexo. Y debía admitir que, en él, ese color lo transformaba en una mirada bestial, salvaje y depredadora que solo atraía y aumentaba mi hambre.
—¿Cuál es el motivo de tu sonrisa? — la pausa con la que soltó la pregunta envuelta en tonalidades roncas y graves, y su aliento humedeciéndome la mejilla, cosquilleo mi abdomen.
Fue inexplicable la sensación que producía, y miré sus labios apretados, escuchando el grito en mi interior ansiando con locura uno de sus besos.
—Me gustó — susurré con ronquera mordiéndome el labio debajo de su intensa mirada, antes de admití: —... tú eyaculación.
Las mejillas se me calentaron cuando vi por un instante como su ceja derecha tembló apenas, como si estuviera a punto de arquear ante mi confesión. Me soltó la quijada y abandonó mi interior con brusquedad. Sentí inquietud, parpadeando con la perdida de las sensaciones exquisitas que tener su miembro duro y engrosado dentro de mí, producía. Supe lo que esto significaba.
Se terminó. Esa palabra exploró mis entrañas y quedé aturdida por el vacío, insaciable, con un horrible deseo que volviera a embestirme, tocarme y llenarme de caricias. Y eso me confundió, dejando una nube oscura cubriéndome al experimentar lo que no quería sentir antes y lo que temía que ocurriera.
¿Qué voy hacer ahora? Todavía le tengo unas horribles ganas...
Sali de mis tormentosos pensamientos, soltando un jadeo de sorpresa cuando esa inesperada mano me tomó de la cadera y me volteó con fuerza en un solo tirón, dejándome con la espalda contra el colchón. Los pechos enrojecidos relucían debido al sudor y se agitaban a causa de mi respiración descomponiéndose al encontrar su enorme cuerpo tan cerca de mí. Volví a deshacerme, volviéndome nada debajo de esos orbes depredadores que recorrieron mi desnudez con lentitud, y desencajado su mandíbula.
Las esposas resonaron y sus grandes manos me tomaron, trepándose sobre una de mis piernas a la vez que me acomodaba la otra sobre su pectoral. Me encantó su dureza y sentir bajo mi piel como sus músculos se agrandaban con su profunda y tensa respiración.
Se alzó sobre sus rodillas y mordí mi labio con el apretón de su mano en mi cadera levantándome el trasero unos centímetros. La ansiedad me incendió al verlo sujetarse el grueso tallo que brillaba de mis jugos, apretando la gruesa de su glande en mi palpitante y ardido entrada que se contrajo con desespero.
Y entonces se enterró, volviendo a mi cueva cuyas paredes se abrieron y vibraron con su potente fuerza y grosura, sacudiéndome los pechos con su brusquedad la cual me arrojó un gemido de felicidad.
Me embobé cuando al extender los parpados encontré ese torso tosco y musculoso inclinándose sobre mí, sombreándome entera cuando apoyó su mano en el barrote al que me tenía atada y tiró de las esposas levantándome los brazos sobre la cabeza.
La luz del cuarto sombreó una gran parte de su cuerpo, quede encantada al notar como los músculos que se remarcaban bajo la blanca piel de su torso, le brillaba debido al sudor. Este hombre era un monumento tan fascinante que quise comerme con la boca.
Quiero montarlo. Quiero besarlo.
—Veo que disfrutas tenerme dentro— su engrosada voz removió mis músculos con estremecimiento. Un mechón resbaló de su cabellera desordenada, colgando sobre su frente. Dios, es tan sexy—. ¿Te gusta lo que te provoco? Responde.
—Sí—gemí y sin poder evitarlo empujé mi cadera contra su pelvis, estallando nuestras empapadas pieles sintiendo mi trasero golpear sus pelotas y su miembro entrando en mis paredes con una curva exquisita y arrebatadora que me mordió el labio.
—Joder, mujer...—su retenido gruñido y sus dedos hundiéndose con brusquedad en la piel de mi cadera me arrebataron una exhalación. Quedé extasiada con la ferocidad con la que desencajó su ancha mandíbula y levantaba más mi trasero del colchón—. Me encanta como te pones.
Movió su cadera y dio la primera estocada que sacudió todo mi mundo con descargas placenteras. El respaldo azotó y las cadenas resonaron cuando arremetido con embestidas lentas, pero pronunciadas y rotundas que me hicieron saborear el climax.
Se me torcieron los labios y alargué un gemido cuando embistió sin detenimiento, una, dos y tres, azotando sus testículos y perforando mis paredes con esa brusca fiereza, rudeza y bestialidad con la que me estaba tomando.
Los sentidos se me nublaron, se me oscureció la razón y me sentí perdida en el morbo al detallar la manera en que su grueso falo salía y entraba entre mis pliegues perdiéndose en mi interior, produciendo con cada estocada y estallido contra mi piel, el exquicito y morboso sonido que fue memorizado.
Este placer no puede ser real. Arqueé la espalda cuando ondeó las caderas con la misma brutalidad desconsolada y perdí el control de mí misma:
—¡Maldi...! ¡Mi Dio...oh! ¡Demoni...os! — gruñí extasiada incapaz de completar mis palabras. Su salvajismo desenfrenado me arrebataba la voz, el habla, la cordura, toda entera.
Y las mejillas se me incendiaron cuando al elevar la mirada de su pelvis golpeando mi monte enrojecido, hacia ese torso húmedo y su desencajada quijada, me embobé con ese carnoso labio inferior siendo mordisqueando y esa comisura izquierda extendiéndose en una torcedura maliciosa y sensual.
—Sí, mujer, sigue gimiendo — alargó tensando sus brazos y apretándome aún más la cadera en el aire —. Que la base escuche como te gusta que se te castigue.
Sus gruñidos palabras solo me excitaban más. Alzó más mi cadera empujándome las piernas que cayeron doblaras sobre mi pecho y acelerando sus arremetidas. No había parte de mi cuerpo que no vibrara aturdido por el nivel de placer tan irreal al que me estaba entregando. Y sentía que en menos de nada llegaría a mi tercer orgasmo.
Los gemidos se atascaron en mi garganta, saliendo uno tras otro, llenando la habitación y demostrando lo mucho que me gustaba la bestialidad con la que me lo hacía...La cama volvió a tronar y no fue lo único que tronó cuando varios golpes en la puerta encendieron la alarma de advertencia en mi cabeza.
Sellé mis labios con fuerza para ahogar los incontrolables gemidos, el horror me rasgó el rostro y me forcé a torcer el rostro clavándome en el corto pasillo cuando los golpes se multiplicaron...
—¡Nas, soy yo! — siguió su vocecilla —. Sé que estás ahí, la señora Sarah y yo estamos escuchamos los golpes, ¿estas moviendo muebles otra vez?
¿Sarah está afuera? Estoy arruinada.
El placer me pinchó entera cuando Keith no detuvo sus embestidas. Todo lo contrarios, soltó el barrote y tomó mis caderas levantándome y acelerando la potencia de cada acometida, fundiéndome en un cúmulo de sensaciones embriagantes que me erizaron. No pueden escucharme, no pueden saber que estoy con él.
—Espera—le gemí la petición, sacudiendo las esposas cuando sentí mi orgasmo demasiado cerca—. Están afuera, nos van a escuchar y...
Acallé las palabras cuando— en el momento en que mis piernas se acomodaron sobre una sola parte de su pecho—, esos dedos alcanzaron mi quijada con brusca rapidez, obligándome a enderezar el rostro y quedar estremecida con el inesperado roce de su nariz contra mi mejilla, pero nada se comparó al extraordinario toque profundo de esos carnosos labios recostándose sobre los míos.
—Que escuchen lo que te hago—escupió con ferocidad.
El abdomen me cosquilleo sintiendo como el corazón me aleteaba emocionado y hechizado con su cercanía, con su roce, su voz, todo él.
—Trajimos galletas y churros de azúcar y Nutella, ¿quieres? — su vocecilla levantándose al instante estuvo a punto de torcerme el rostro nuevamente pero el agarre en mi quijada tomó fuerza, impidiéndole si quiera hacer el más mínimo movimiento.
—A mí, preciosa— ronroneó contra mi boca, la cual abrí deseosa de la suya
Deseosa de los besos que me dio anoche. De los besos que anhelé a lo largo del día.
Me olvidé de la puerta.
— Al único que prestaras atención será a mi— arrastró perforándome el alma con su exquisito aliento—, ¿queda claro?
—Quiero la misma atención— jadeé.
—Es lo que te estoy dando— la vibración ronca de su voz me cerró los parpados—, ¿acaso este mimo no te es suficiente?
Y no pude más, empujando al instante mi cabeza del colchón y fundiéndome a su boca en un beso tan miserablemente profundo y lleno de lentitud en el que me deshice en un largo suspiro.
Cada una de mis entrañas se estremeció fascinada por la perfección en la que mis labios se moldeaban a los suyos. Sensaciones frágiles y emocionante me recorrieron cuando él hundió sus dedos en mi nuca y me apretó a su boca con bestialidad, abriendo sus labios y correspondiendo con furor, con deseo desenfrenado y un hambre tan sentimental que gemí.
Sabe muy bien.
Sabe a mi recuerdo.
Sabe a él.
¿Por qué sabe a Siete?
— Mia— gruñó contra el hueco de mi boca aumentando sus estocadas—. Mio sempre e anche a morte.
El corazón se me volcó con la ferocidad de sus palabras y apretó mi nuca atrayéndome más a su boca para devorarme con una hambruna desesperada en la que sentí morir y resucitar.
Los sentimientos se me pusieron a flor de piel con el recuerdo de esa boca varonil devorándome con el mismo desespero, apoderándose de mí, degustando mi boca como si el sabor fuera su oxígeno para vivir.
Me desarmó, me confundió, me arrebató de todo y hasta la última fibra de mi existencia gimió. Sabe mucho a él, sabe todo a él. Su boca, su bestialidad y esa lengua que se adentró, larga y caliente colonizado mi pequeño tamaño, acariciando la mía con lujuria. Ahogué un gemido y sentí embriagarme con sus sensuales jugueteos y las corrientes placenteras acalambrándome los músculos del cuerpo.
Y me atolondré, siendo incapaz de seguirle el ritmo con los embates tan certeros que me daba, una tras otro robándome la respiración.
Se me arqueó la espada con fuerza cuando todos mis sentidos retumbaron, sintiendo como mis pezones endurecidos rozaron sus pectorales, una sensación espontánea y tan estremecedor que quise agrandarse... Pero no pude, abriendo los labios al sentir llenarme de todo y volverme pedazos cuando estallé en el más delicioso y endiablado orgasmo, soltando mi alargado gemido que su boca degustó, saboreándolo como un exquisito platillo.
Folla muy rico. Lo supe desde anoche y esto solo me lo reafirmado aún más, atemorizando mis entrañas al darme cuenta de también sé habían confirmado las ganas que todavía le tenía.
¿Qué voy a hacer si él deja de sentirse atraído y yo me quedo con estas ganas? La pregunta apenas martilló mi cráneo. Antes de sentir como hasta el último pensamiento se me oscurecía cuando los embates no cedieron sin dejarme componer.
Su miembro arremetió enterrándose en el punto exacto, llevando mi epicentro en llamas y estremecimientos. Jadeé al experimentar otro nivel de placer, gimiendo y gimiendo sin detenimiento y derramándome con las siguientes acometidas en las que ondeó su cadera.
Cerré los parpados y me deshice contra sus labios que tomaron posesión de los míos en un beso largo y profundo, sintiendo como el cuerpo me temblequeaba y como cada músculo se rompía en exquisitos espasmos, confirmando de nuevo mi más grande temor:
Quiero más.
Más caricias.
Más besos.
Mas...
—Quiero montarte—las palabras salieron de mis labios en forma de un jadeo debido a mi descompuesta respiración.
Y sentir esa perversa y seductora torcedura extendiendo sus carnosos labios en una ladina sonrisa, extendió un cosquilleo sobre la piel de mi boca y me arrebató una exhalación.
—¿Eso es lo que quieres? —arrastró tirando de mi labio inferior y dando un embate que me sacudió los pechos. Arrugándome el entrecejo en un gesto de placer—. ¿Quieres montarme?
—Sí—susurré acompañando la palabra en un asentimiento que me dejó encantada con la caricia entre nuestras bocas—, así que suéltame las cadenas.
Sentir como la comisura le temblaba un instante antes de que su carnosa boca abandonara la mía al mismo tiempo en que su mano abandonaba mi nuca, me inyectó una clase de temor. Extendí los parpados y subí mucho la mirada solo para quedar excluida de lo que me rodeaba, atrapada en esa imponente masculinidad enderezando su torso, y en escalofriante y depredadora mirada recorriendo la mía con una inquietante severidad.
Me desinflé en una larga exhalación. Si antes creí ver a la verdadera bestia, me equivoqué, ahora lo estaba viendo y era como estar delante del más peligroso y misterioso depredador disfrazado de hombre; un hombre grande, imponente. siniestro, perverso y enigmático el cual desprendía aromas exquisitos, embriagantes y hechizantes.
—No dejas de provocarme, mujer—escupió entre dientes. Gotas de sudor resbalaron de su quijada cayendo sobre mí vientre y me volví nada con la sensualidad que desató ver la rigidez en cada una de sus facciones—. Lástima que esta noche haya llegado a su fin.
El revoloteo detrás de mí pecho se detuvo, apachurrándome el corazón en una clase de reacción que me apretó los labios y me clavó la mirada en el vientre. No pude entender por qué sus palabras me afectaran así y quedé en suspenso, acelerando mi respiración cuando sentí de nuevo su inclinación sobre mi atisbando el movimiento de uno de sus brazos.
Un instante creí que me tomaría de la quijada y me pegaría a su boca, pero esa ilusión se aplasto con el roce de sus largos dedos tomando las esposas para soltarme los brazos que cayeron adoloridos a mis costados.
Salió de mi interior y no me atreví a mirar su miembro ni mucho menos a él, con tal de no recibir el golpe de la realidad más brusco de lo que fue escucharlo.
Tomé la sabana cuando lo sentí correrse de encima de mí, y cubrí mi cuerpo con ella, levantando mi espalda del colchón, sintiendo como con esas acción el sexo me palpitó de ardor y los jugos resbalaron manchándome el trasero.
—Cuando te vayas, procura asegurar bien la puerta—me obligué a soltar, saboreando la amargura en la punta de la lengua.
Imbécil.
Y yo también por creer que todo terminaría. No iba a hacer un drama y en el mejor de los casos era actuar como si esto no me afectara. Como si todo hubiera terminado, como si ya no tuviera ganas de él. Pero la realidad era otra, mucho más aterradora.
No tuve respuesta y me acomodé contra el respaldo. No pude moverme ni un solo milímetro cuando mi cabeza hizo un resumen de lo sucedido.
Se ira de aquí, dejará el cuarto, volverá con su prometida. Y lo peor es que mis ganas no habían disminuido, por el contrario, se habían reforzado con el sabor de su boca y el color de sus orbes diabólicos que trajeron a mí, el recuerdo de Siete.
Y no lo entendía, me daba miedo no dejar de sentirme atraída por él.
Sali de mis pensamientos a causa del hueco de sus pasos dirigiéndose del lado contrario al de la puerta en el corredizo.
Hundí el entrecejo y alcé el rostro en busca de él. La entrepierna me palpitó sintiendo hasta las mejillas ruborizarme al recorrer esa ancha y tosca espalda musculosa en la que una larga línea se le marcaba extendiéndose desde el centro y perdiéndose sobre ese par de glúteos bien tonificados, los cuales se remarcaban con el movimiento de sus muslos atravesando el umbral del baño.
¿Es que no se va a ir? Cientos de preguntas inundaron mi cráneo y el silencio se abrió paso al rededor, mordiéndome el labio. Claro, va cambiarse y se ira.
O eso fue lo que pensé firmemente. Pero el sonido del agua levantándose cada vez más y golpeteando el suelo de la regadera, erizó mis vellosidades.
Se va a bañar. Por supuesto, tiene que quitarse mi aroma, de otro modo ella lo descubrirá.
Una mueca cruzó mis labios y el enojo me incendió dejándome extrañada. No tenía por qué sentirme disgustada o enfurecida, no había ninguna razón. Pero ahí estaba esa sensación, ese sentimiento y de nuevo ese temor que no comprendía.
Un pensamiento cruzó por mi cabeza y la tentación me picó más haciéndome mirar mis brazos que apretaban la sabana a mi pecho, el enrojecimiento en mis muñecas era notorio, pero eso no era la razón por la que los que veía. Me removí inquieta ahogando un leve quejido ante el dolor en mis labios íntimos.
La boca de mi estómago se contrajo con nerviosismo y tuve una guerra interna permaneciendo minutos con la mirada perdida en mis muñecas y el sonido del agua aumentando mi tentación.
Me acerqué a la esquina de la cama y deslicé las piernas fuera del colchón, los pies descalzos tocaron el suelo y me incorporé con rapidez.
Los muslos me temblaron y sentí que el suelo se me movía y todo giraba cuando hasta las rodillas se me aflojaron y me fallaron.
—Dios...—solté devolviendo el trasero al colchón.
No era solo porque estuviera cansada, tanta brusquedad me había dejado afectada, ¿y cómo no? Me folló con ganas y ahora sufro las consecuencias...
Mordí mi labio y respiré hondo antes de volver a intentar levantarme, pero esta vez con lentitud, las piernas volvieron a temblarme y no pude creer cuánto me costó enderezarme correctamente debido a la presión en la cadera, más aún poder juntar mis piernas. Podía sentir como el resto de los fluidos recorrían la cara interna de mis muslos.
Estremecí y me obligué a moverlas, una a una apartándome de la cama a la vez que me cubría por completo con la sabana, arrastrando el resto de la misma sobre el suelo.
Arrastre aire debido el ardor que sentía en la entrepierna al caminar, pero lo que me dejaba desconcertada era la palpitación en el sexo, aun con lo rosada que me había dejado, seguía excitada.
Sin dejar de mordisquear mi labio, clavé la mirada en el umbral del baño. Conté los metros que hacían falta mentalmente y sentí los nervios descontrolando el ritmo de mi corazón, latía entre emocionado y temeroso de que ir con él a la ducha fuera un grave error.
Pero seguí firme y tragué con complicación cuando al llegar frente al umbral lo primero que vi fue mi vergonzoso reflejo en el espejo: ese que me hizo dar una rápida pasada de mis dedos sobre mi desordenado cabello, acomodarme el fleco a los costados. Y lo segundo que vi, fue el móvil en el lavabo recordándome lo sucedido en el camión.
Me adentré, hundiéndome tanto en el vapor que se expandía a lo largo del baño, como en el sonido del agua. Volteé con pausa, recorriendo el retrete y mi ropa sucia antes de encontrar la amplia tina en la que me masturbé, y la regadera a un costado con sus cortinas extendidas, dejándome ver su interior... El cual estaba siendo utilizado por el hombre que no podía salir de mi cabeza, ni del recuerdo de mi coño.
Y el tiempo se detuvo al igual que mi respiración solo recorrer la posición en la que se hallaba. Cabizbajo, con el amplio grifo por encima de su cabeza, toda esa agua caía sobre su cabello negro, recorriendo hacia sus anchos hombros endurecidos, y hasta su ancha espalda tensa y musculosa en la que se le marcaban los omoplatos extendiendo una leve sombra por debajo de ellos.
Mis dedos se crisparon ante el cosquilleo deseoso de hincar las uñas y marcar toda esa blanca piel. Peor aun cuando dejé caer la mirada sobre ese trasero varonil, cientos de gotas de agua recorrían toda esa estructura redondeada y bien tonificada.
Pero qué trasero...Y me apené por mí, porque estaba más firme que el mío.
Levanté la mirada ahorrándome las ganas de palmearlo y seguí recorriéndolo a detalle una vez más, y sin limitaciones, observando la manera en que uno de sus brazos se hallaba extendido cerca de la columna de la ducha, apretando el costado de su puño contra los azulejos de tal forma que los nudillos se le blanqueaban. Dibujé los músculos rígidos que se trazaban a lo largo de su brazo y el camino venoso añadiéndole una escancia enigmática. De nuevo mis dedos sintiendo deseos de recorrer y no solo eso, sentí una necesidad de tocarlo a él en todas las formas. Una cruda necesidad tan profunda e inquietante de acariciarlo y dibujarlo bajo mis yemas, que no entendí.
Y esa posición, por mucho que lo repasara era inevitable que la imagen de mis recuerdos volviera a mí. El recuerdo del hombre que me salvó en el sótano, al cual hallé desnudo en una ducha pública, de espaldas y con sus brazos recargados en las paredes, cabizbajo, y debajo del grifo.
Dios. Sus espaldas tenían la misma tosquedad, el mismo tuvo muscular, se parecían mucho. Y ese cabello negro...y sus besos. El pecho se me oprimió, se parecía tanto y al hombre del que poco recordaba, pero suficiente como para confundirme.
—¿Qué sucede, mujer?
Contuve un jadeo ante la ronquera y el crepitar que desatara su voz bajo el agua. Contraje la pelvis con el estremecimiento que erizó hasta la última de mis vellosidades cuando vi en cámara lenta, como ese rostro viril se ladeada apenas quedando de perfil cerca de su hombro a la vez que sus largos dedos se encimaron bajo su frente recogiendo sus mechones negros.
No pude verle los ojos por la sombra que creaban su amplia mano y entonces el corazón se me detuvo cuando vi como apartaba su puño de los azulejos al mismo tiempo en que esos muslos se movían y marcaban su trasero conforme él se volteaba.
La boca se me secó y el corazón se me desbordó, bombeando frenéticamente sangre caliente en lugares que ya no debía tocar. Me sentí absurda al quedar en shock con toda esa maravilla de músculos que construían a la perfección a mi bestia depredadora creada por las llamas del infierno y pincelada por los pecados placenteros. Lo vi desnudo en la cama, pero debajo de toda esa agua se sentía como si fuera, de nuevo, la primera vez que lo veía sin nada de ropa.
Como deseé ser el agua que lo acariciaba. Mejor aún, cuando dejé caer la mirada sobre su vientre adornado por los flexorales de su cadera, y una sonrisa gustosa asomó mis labios al mismo tiempo en que un estremecimiento se paseó sobre mi sexo palpitándolo con ganas al detallar la gruesa erección de hierro que se le ceñía sobre el borde de su cintura.
Es mío.
—¿No es obvio lo que sucede? — inquirí, tratando de ocultar mi nerviosismo cuando al alzar el rostro quedé encantada con esa depredadora mirada que había estado observándome todo este tiempo el modo en que me lo comía.
Arqueó una espesa ceja en cuando sus largos dedos abandonaron su cabello, afinando las entradas en su frente dándole una escancia salvaje e intimidante con la severidad en su rostro.
—Voy a bañarme también — continué, y sin desvanecer la sonrisa, dejé que mis manos se aferraran a los pliegues de la sabana.
Y la dejé caer hasta mis pies, desnudando mi cuerpo en tan solo un instante y moviendo las piernas con lentitud, forzándome a ocultar el temblor de los músculos. No supe a qué traté de jugar, moviendo mis caderas con seducción manteniendo la mirada firme cuando en tan solo un instante, recibí las descargas caloríficas poniéndome la piel de gallina y acelerando mi respirar cuando esos orbes feroces cayeron amenazadoramente sobre mis pequeños pies, subiendo con una desquiciante pausé a lo largo de mis piernas hasta mi entrepierna enrojecida por sus embestidas.
Tensionó su mandíbula y levantó el rostro ladeándolo apenas un par de centímetros, sin dejar de observar esta vez las marcas de sus manos en mi cadera. Me estremecí con brusquedad al notar como ese oscurecimiento en su mirada tomaba más fuerza cuando recorrió los chupetes en mis pechos y pezones.
Me encanta como me mira.
El abdomen me cosquilleó cuando de un momento a otro, deslizó su mirada sobre mi vientre que, ahora que estaba incorporada la inflamación era un poco más notoria de lo que fue en la cama, y debido a eso estuve por detenerme y darme por vencida. Pero no pude hacerlo, lo tenía en menos de un metro y ansiaba tanto el deseo de tocarlo todo que mis piernas tenían voluntad propia.
Me adentré a la ducha rompiendo con los pasos, uno a uno, logrando que esa mirada enigmática subiera con un severo y peligroso movimiento hasta mi rostro, encontrándose con el deseo de mis ojos, esos mismos que contemplaron la oscuridad en los suyos.
No recuerdo su rostro, pero si sus orbes reptiles y a él solo le hace falta sus escleróticas negras para ser Siete...
¿De dónde venía esta necesidad de que fueran la misma persona? No lo supe.
El agua invadió cada centímetro de mi piel, mojándome aún más el rostro cuando lo levanté al detenerme a solo centímetros de que su falo engrosado y venoso rozara mi abdomen. No perdí un solo instante, cuando al estar perdida en la laguna misteriosa que desataban sus orbes, levanté un brazo y dejé que mis dedos se extendieron hacia su pectoral derecho.
El solo roce de mis yemas contra esa dureza muscular, suave y rotundamente caliente, me desinfló inquietantemente y dejé caer la mirada sobre mis dedos que se recostaron aún más sobre la textura, sintiendo como cada fibra de su pectoral se agrandaba bajo la palma de mi mano con su lenta respiración... tan lenta que mi pecho lo imitó, volviendo a desinflarme al mismo tiempo en que su pecho lo hizo.
Me estremecí con el roce de su respiración en mi frente.
—Lo siento —susurré, perdida en el calor que emitía dicha piel adictiva, mis yemas lo acariciaron, deslizándose con extrema lentitud sobre la dureza, construyendo su pecho—. Hoy cometí muchos errores.
Sinceré aquello recordando lo que hice en tanto deslizaba mi pulgar sobre su areola.
—Dejé al pequeño Tayler por seguir a esos hombres—seguí acariciando y esta vez permití que mi otra mano hiciera compañía, recostándose sobre el costado de su torso—. Entenderé si no me dejas verlo nunca más...
Temí que esas palabras terminaran siendo ciertas. Sabía que mis acciones tenían consecuencias, y una de ellas era perder la confianza de que me dejaran cuidar de Taylor.
—¿Sabes quiénes son los hombres del camión? — pregunté, y dejé que la mano de mi pecho viajara hasta el centro de su pecho.
Me sentí embriagada con la dureza, hipnotizada cuando mis yemas bajaron a su cadera, detallando bajo mis estremecidas yemas, su flexoral.
—¿Quiénes son, mujer?
Mas fascinada no pude quedar al sentir la exquisita vibración emitiéndose a través de su pectoral, ablandándome las fuerzas.
—Ellos fueron los que me llevaron al sótano—respondí—. ¿Sabes para qué?
Bajé los dedos, guiándolos a sus costillas cuando se agrandaron, apenas marcándose bajo su piel. Su dureza y textura me tenían sorprendida, una piel como esta era imposible de lastimar y perforar fácilmente.
Bendita obra de arte.
—Para golpearme, atarme y...
Detuve las palabras solo sentir que el aire se me atascaba en los pulmones. Los parpados me pesaron a causa del estremecedor desliz de sus largos dedos sobre mi mejilla, recorriendo por encima de mi oreja y aferrándose a mi cabellera en un agarre que me subió el rostro y me levantó la mirada.
Sentí empequeñecerme y volverme frágil debajo de la oscuridad que desataban sus orbes intimidantes. Un revoloteó llenó el interior de mi abdomen y se sintió como si soltaran toda una manada de mariposas viajando a mi vientre.
Y me perdí en él, en la escalofriante belleza que desataba cada rasgó de su rostro varonil, en esa respingona nariz tan perfectamente detallada y esos pómulos firmes, dándole un detalle enigmático y sensual a su rostro.
—Continúa, pequeña—me exigió, dejando que su aliento hormigueara mis labios esos en los que su pulgar se insinuó con una caricia tan frágil que se entreabrieron exhalando contra su textura suave—. ¿Qué fue lo que te hicieron?
Por poco se me cerraban los parpados con la calidez de su aliento y la bestial vibración que resonó desde su pecho grabándose bajo la palma de mi mano.
—Ellos...
Mis ojos cayeran sobre su carnosa boca y no pude más, dejando que la mano que había permanecido sobre su pectoral, subiera y se levantara de su pecho, con intenciones de hacer lo que tanto quería tocar también. Mis dedos titubearon un instante y las vellosidades se me pusieron de punta con el toque temeroso de mis frías yemas palpando su ancha quijada. Y fue tan fascinante y estremecer aquel toque y la calidez que emanaba de su piel, que el corazón se me sacudió maravillado y recosté el resto de mis dedos a lo largo de su mandíbula, deleitándome al sentir como se endurecía.
Sí, se siente igual.
—¿Ellos qué? —el leve tirón de su pulgar sobre mi labio inferior, me sacó del transé y mordí mi labio inferior antes de continuar:
—Ellos me...— hice solo una pequeña pausa para subir el pulgar, haciendo un recorrido sobre la textura de su mejilla, acariciándola tan paulatinamente como si quisiera grabarme cada franja de suavidad—, me cortaron los tobillos y me envenenaron con sangre de experimento negro.
Mi pulgar se dejó caer deteniéndose tentativamente cerca de la comisura de sus carnosos labios, esos que permanecían entreabiertos, mostrando una ligera parte de sus dientes apretados. Quiero tocarlo. Y no me detuve, rozando su oscura comisura antes de extender los parpados y encontrarme con esa mirada intensa, adornada por espesas y largas pestañas negras que solo le dibujaban sombras.
—No he recordado mucho— susurré, atrapada en el mechón negro que, debido a la corriente de agua, se le resbaló encima de su sien, colgando y goteando sobre su rostro—, todavía hay cosas que no entiendo, pero me llevaron ahí porque alguien escondió un frasco en mi mochila y creyeron que era mío.
No sabía si desahogarme con él estaba siendo lo correcto, pero ahí estaba yo, abriéndome delante de un hombre que por erróneo que fuera, me atraía demasiado.
— Recordar lo que me hicieron en ese sótano me cegó. Me cegó tanto que no pensé con claridad. Y solo quería golpearlos—escupí aquello haciendo una arruga en el puente de mi nariz en tanto contemplaba su boca y lo mucho que quería tocarla con mis dedos—. Solo pensaba en eso, en que quería lastimarlos, verlos sufrir.
Un inesperado jadeo atravesó mi garganta y los músculos me respingaron a causa de sus dedos recostándose sobre la curva de mi cintura, deslizándose con una escandalosa lentitud que hundí el entrecejo ante las sensaciones magnificas que brotaron hacía lo más bajo de mi vientre.
— No volverán a tocarte, mujer—la maldita ronquera con la que pronunció cada palabra al mismo tiempo en que subieron sus dedos, deslizándose hacía mi espalda, y construyendo mi existencia bajo sus dedos, me encantó tanto que cerré los parpados y me perdí en él y su aliento—. Me aseguraré de que cada uno obtenga lo que merece.
Sus espetadas palabras hicieron que una emoción floreciera en el centro de mi pecho en forma de calor que se extendió hasta lo profundo de mi abdomen. ¿Por qué me habían gustado tanto sus palabras? Sonaba a promesa, una perturbadora y atractiva que me hizo morder el labio evitando que se me extendieran en una sonrisa cuando al extender los parpados, me hallé con la cercanía de ese perfecto rostro cuya enigmática belleza llena de severidad me dejó temblando.
—¿Qué eres, Keith Alekseev? —curioseé de pronto—. Suena a príncipe, pero....
Me alcé de puntitas deseando acortar más la distancia entre nosotros, recargando mi otra mano en su pecho para sostener el temblor de mis piernas, y detenerme a escasos milímetros de que nuestras bocas se palparan. El peligro que desataba su mirada depredadora, estremeció hasta la última partícula de mi cuerpo haciéndome pequeñita.
—Te comportas como todo un villano arrancando dedos a otro—exhalé contra sus labios, acariciando con sensibilidad su mejilla sin dejar de mirar sus orbes entenebrecidos.
Me mató la arruga que se extendió seductoramente al costado de su comisura izquierda. Y no supe si perderme en la seductora línea de expresión o en el toque de esos dedos regresando a mi espalda para curvarla, rozándome apenas los pezones contra sus pectorales, una caricia suficiente que hizo temblar mi cuerpo entero. Peor aun cuando regresó a mi cintura y subió por lo alto de mis costillas, repasándolas antes de detenerse bastante cerca de mi pecho derecho.
—Dímelo tú—espetó entre dientes ahogándome un gemido cuando sus yemas calientes tomaron mi bulto carnoso y la uña de su pulgar rozó contra mi areola—. ¿Qué soy, muñeca?
Mi corazón se volcó con la tensión en su mandíbula y la bestialidad de su voz, sintiendo como hundía sus dedos en mi nuca y tiraba de mi rostro rompiendo así con los escasos milímetros entre nuestras bocas. El roce tan exquisito de sus labios aumentó el temblor en mis piernas y sentí que las rodillas me fallarían con el calor de su aliento entrando en mi boca para secarla.
—¿Príncipe? —sus labios hicieron un lento movimiento sobre los míos, para escupir esa engrosada y peligrosa voz que me cerró los parpados—, o, ¿villano?
Y jadeé con el destello de placer que me deshizo las piernas en agua cuando recostó su pulgar sobre mi pezón y lo apretó, masajeándolo con movimientos circulares y continuos que me dejaron boba. Maldición, se siente terriblemente bien.
—Creo que...—mi voz tembló y mis uñas se presionaron contra su pectoral cuando su pulgar jugueteó con la dureza.
El toque me oscureció los pensamientos estremeciéndome con la presencia húmeda que se adueñaba de mi sexo. Está jugando con mi cordura. Me encantó tanto que lo hiciera que di el último paso de tal manera que mi vientre se rozara contra esa gruesa erección fundida en calor y una dureza perturbadora, larga y fascinantemente exquisita en la que me deshice en cientos de pedazos al sentirla agrandarse amenazadoramente más, remarcando el grosor de sus venas las cuales sentí palpitar contra mi inflamación.
Y me apreté a ella, meneándome sin poder evitarlo, sintiendo como su largura recorría toda la piel de mi monte y sus pelotas acariciaban mis labios íntimos, sintiendo también como esas venas se le remarcaban y palpitaban contra mí vientre. Jadeé maravillada, sintiendo como sus carnosos labios se entreabrían arrastrando aire entre dientes como si al igual que a mí, aquel contacto le fascinara.
—Creo que quiero que sigas castigándome —susurré, apretándome más y meneando mi sexo contra la dureza, sintiendo como se le desencajaba la mandíbula.
Aquella provocación logró que los dedos en mi nuca se enredaran aún más en mi cabellera y me empujaran, apretándome a su carnosa boca tensa al mismo tiempo en que su brazo se deslizó alrededor de mi cintura estrellándome más contra su caliente torso, golpeando su mano en mi trasero y empujando mi vientre, aumentando el apretón contra su miembro y de un modo tan fascinante que mi interior gimió.
—Eres insaciable, preciosa—masculló y me arrebató un jadeo cuando la mano en mi pecho, se apartó, tomándome de la cadera para apretar el resto de mi cuerpo contra su duro y caliente torso en el que sentí desbaratarme—. ¿Qué debería hacer contigo?
—Consentirme más —ronroneé.
(...)
Hola hermosa, perdonen que me hallaba tardado tanto, la batería de mi celular empieza a gastarte muy rápido y a tratarse. Sumando a eso estuve fuera de la ciudad 4 días, pero finalmente esta aquí el capítulo.
Este capitulo esta dedicado a las hermosas cumpleañeras:
Pao141916
-Jaramillo-
a123_cande
Hermosas les envio un enorme abrazo y, bueno se que faltan dos días pero no puedo esperar a decir: FELIZ DIA A LAS BELLAS MAMIS QUE LEEN LA SAGA. PASEN UN HERMOSO FIN DE SEMANA.
Espero que les haya gustado mucho. Las amoooo.
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