Contaminado

CONTAMINADO
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(LOS AMO MUCHO, ESPERO QUE LES GUSTE ESTE CAPÍTULO)

¡Agujeró la pared!

¡Van a entrar y el gas también!

Horrorizada, mi cuerpo reaccionó, levantando el arma ante el grotesco gruñido de la monstruosidad llamándonos comida. Y sin siquiera pensarlo, disparé en esa dirección.

Pero no fui la única que haló el gatillo, en ese instante en que, aquel rostro lleno de deformidades con un solo ojo carmín miró nuestras figuras en el piso se incubación. Porque cuando mi bala atravesó su agusanada mejilla, esa otra bala viniendo en otra dirección, le atravesó los colmillos de su quijada.

Y bramó de dolor, abriendo tanto esa enorme boca por la que una tercera bala le atravesó, ahogando su engrosado sonido. Se tambaleó y retrocedió apartándose del agujero, pero no para morir, sino para desaparecer de nuestra vista y golpear con potente estruendo otra parte de pared.

¡No!

—Sube a la oficina — su espetada orden fue amortiguada ante el grotesco crujido de la pared y esa capa de polvo levantándose ante nosotros.

Con la piel de gallina y esa brisa helada retorciendo de horror mis entrañas, sacudí la cabeza en negación. Sintiendo como el arma temblaba en mis manos, deseando que la monstruosidad se acercara de nuevo al agujero para poder dispararle.

—No — casi lo exclamé, mi voz rasgada de miedo y por ese inesperado picor entre los músculos. Ese dolor que reconocí haber sentido también en la enfermería.

Ni siquiera le eché una mirada a Siete por el miedo que tuve de que otro trozo de pared cayera y aspiré con fuerza por la nariz ese desagradable aroma que no supe si pertenecía a la putrefacción de la monstruosidad o a otra cosa.

Apreté los extremos del manto térmico para que no cayera de mi cuerpo, y a pasos temblorosos y rápidos me acerqué hasta el barandal sin dejar de señalar esas grietas alargándose a lo largo del agujero.

No era un agujero grande, y solo había mostrado el rostro y parte del engordado cuello del experimento contaminado. Pero el hecho de saber que estaba agujerada y que todavía aquella cosa tenía intención de agujerarla para entrar, era el problema.

Un terrible problema que nos costaría la supervivencia.

¿Qué nos sucedería ahora? Lo peor de todo es que no podía alcanzar a ver a la monstruosidad del otro lado de la agujera ni por mucho que me inclinara sobre el barandal, para dispararle de nuevo.

Esos dedos tomándome inesperadamente del mentón para tira rotundamente de mi rostro y torcerlo lejos de la pared—esa que había dejado de ser golpeada por esos segundos—, me hicieron ahogar un quejido de dolor.

— ¡No te estoy preguntando, te lo estoy ordenando!

Quedé inquieta y atrapada y no ante su gruñido detenido por sus blancos dientes, sino porque me encontré con esas espesas pestañas sombreando sus orbes reptiles entornados en severidad sobre mi mentón y labios.

—Vomité sangre.

Su quijada se desencajo en tanto reparaba una vez más en mis labios antes de volver con una intensidad tan intimidante a mis ojos.

—Y por eso debes subir a la oficina— escupió entre sus apretados dientes apenas visibles con el movimiento de sus carnosos labios.

—No— logré articular, mi rabillo de ojo viajó apenas sobre su mirada rasgada todavía en mis labios, antes de seguir revisando el agujero—. También sé defenderme, sé usar un arma, puedo apoyarte.

Y era cierto. Tendré aspecto de ser una chica pequeña y débil, pero no lo era. Sí, estaba llena de miedo y aterrada por estas monstruosidades, y temblaba de horror, pero había estado sobreviviendo sola una gran parte del infierno que comencé en el laboratorio. Sola, y sin necesidad de que me protegieran, logré defenderme de un par de esos contaminados cuando me acorralaron.

Ese inesperado desliz de su pulgar sobre mi labio inferior, terminó haciéndome jadear. Un inquietante espasmo recorrió instantáneamente mi cuerpo al igual que ese cosquilleo en el interior de mi estómago.

— Si el gas que entra te afecta con los residuos que hay en tu cuerpo, ten por seguro que no lo serás — la asperidad tan vibrante con la que me llamó me congeló los huesos, insertó miedo en mí, porque sabía que tenía razón.

Ese quejido bestial emanando del otro lado del agujero, acompañado de un golpe leve sobre la misma nos envió a ambos la mirada hacia la pared agrietada. Siete ocultó sus ojos bajo sus oscurecidos parpados para buscar la temperatura del contaminado.

—Pero son dos...

—Deja de ser tan terca y obedece. Uno ya está muerto y este empieza a agonizar —me interrumpió con asperidad, sin dejar de mover su rostro como si siguiera al contaminado—. Sube, mantén tu boca y nariz cubiertos con el manto y espérame en la oficina.

Al instante había soltado mi mentón, dejándome ver la yema de su pulgar manchada de sangre. Se giró, su ancha espalda y los músculos en movimiento y fue lo único que pude ver de él mientras se alejaba, para mi lamento, de mí.

Sentí un frenético temor que me hizo dudar en obedecerme o quedarme.

Mi mano que todo este tiempo apuntaba al agujero se devolvió al manto para tomarlo y alzarlo sobre mi cabeza, dejando que los bordes de la tela gruesa cubrieran mi nariz y boca. Y tan solo lo hice, estuve a poco de girarme para dirigirme a la escalera e ir a la oficina, pero ver como se descolgaba el cinturón tras desenfundar otra arma que apretó entre sus dientes y, todavía ver como aferraba saltaba sobre el barandal fuera del pisco de incubación, me escamó la piel.

El corazón se me elevó de nuevo hasta la garganta solo ver el par de metros que caía hacía el agua. El chapoteo que se alzó a los costados de su cuerpo inclinado y desnudo, mojó su blanca piel, esos anchos brazos cuyos músculos y venas se marcaban por la manera en que sus puños apretaban sus armas.

Las levantó y con una imponencia y una seguridad incapaz de ser quebrada por el miedo, se dirigió a esa pared. Paso a paso, disminuyendo amenazadoramente la distancia entre el agujero y él que mis piernas dudaron en obedecer su orden.

Se está acercando mucho.

¿Por qué demonios estaba acercándose tanto? Era peligroso, demasiado peligroso. Si eliminaba la distancia esa cosa podría lanzarle una mordida, o peor aún, el parasito en su interior podría atraparlo con sus tentáculos y tirar de él.

Con una ansiedad sofocándome los pulmones y una palpitación en mis manos con ganas de detenerlo, me acerqué a la parte del barandal por el que saltó. Alcé el arma y observé con impaciencia e inquietud como él se detenía a tan solo centímetros del agujero, esa cuyas grietas se alargaron aún más cuando un estruendo, no tan potente, vibró en la pared.

Solo ver como estiraba su brazo y lo adentraba al agujero, hizo que su clasificación se escribiera en la punta de mi lengua, a punto de ser escupida. Se me desbocó la respiración ver como lo doblaba y al instante disparaba. Los disparos constantes del arma con silenciador apenas y fueron poco audibles para mí, amortiguados por el bramido de la monstruosidad y ese estruendo vibrando por última vez contra la pared.

Esa leve pared de humo que se levantó, cubrió parte del cuerpo desnudo de Siete, quien, para mi desespero, adentró más su brazo y disparó una vez más. Ese bramido acompañado de un chapoteo contra el agua, hundieron toda el área negra en un terrorífico y escalofriante silencio.

Un silencio tan largo y lleno de un ambiente pesado, que sentí como todos mis huesos volvían a removerse tratando de relajarse apenas mientras veía como Siete sacaba su brazo del agujero con su arma larga empuñada.

Apenas la miró un instante, antes de ver como sus hombros bajaban como si hubiese exhalado.

Y comenzó a girarse con una marcada lentitud, instante a instante dando el costado al agujero. Ese rostro perfilado del que colgaban cientos de mechones despeinados, se torció en mi dirección, sus parpados oscurecidos empezaron a extenderse conforme sus feroces orbes subían por en mi pequeña y temblorosa estructura apretada contra el barandal.

Poco a poco, llegando a mi rostro con una severidad que no duró...

Cuando uno de todos esos tentáculos extendiéndose fuera del agujero, rodeó su brazo y tiró tirar de él con una fuerza tan bruta, para atraerlo hacia todos esos colmillos alzándose de un cuerpo gelatinoso que se empujaba con la intención de adentrarse al área.

Siete gruñó.

—¡Siete! —exclamé contra el manto, el alma abandonó mi cuerpo para ser poseído por el horror, un miedo tan abominable que me consumió. Y disparé, no una, sino dos veces señalando a la criatura gelatinoso que aún con el brazo de Siete entre sus colmillos, empezaba a adentrarse más, extendiendo sus tentáculos a lo largo de la pared agrietada.

El tiempo se detuvo y para mi lamento, dejándome ver como una bala se dirigía al cuerpo gelatinoso, penetrando parte de su estructura mientras la otra bala finalmente terminaba atravesando ese ancho hombro cuando la espalda de Siete se atravesó empujando al parásito por el agujero.

—¡No! — el chillido de histeria y desespero cuando vi ese líquido saliendo de la herida en su hombro por poco me hizo saltar del barandal con dos metros de altura, pero terminé corriendo hacía los escalones de asfalto.

Ignoré el dolor en mi estómago y ese chillido ahogado levantándose en tan solo un segundo del otro lado de esa misma pared.

— No, no, no, no, no...por favor no.

Bajé tan apresuradamente los peldaños que terminé tropezando, golpeándome contra el agua. Y todavía ignorando esos vuelcos en el estómago, rodeé todo el piso de incubación, con el arma alzada lista para disparar al parasito...

Pero ver ese perfil masculino enderezándose con lentitud frente al agüero, con su quijada desencajada y su mirada bestial clavada en su otro brazo cuyos dedos se encajaron en el hocico de la criatura, obligándola a abrirla para sacar de su interior el brazo herido, arrancando al instante aquel cumulo de órganos, detuvo la velocidad de mis piernas hasta dejarlas plantadas en el suelo.

El parasito dejó de moverse cayendo del otro lado del muro y levantando el sonido del agua, el cual me dejó helada. Siete exprimió los órganos en su puño herido antes de dejarlos caer y quedé estremecida, viendo como ese líquido negro, apenas espeso, comenzaba a derramarse cada vez más de numerosas heridas pequeñas y profundas a lo largo de su antebrazo.

Moví las piernas temblorosas debido a la adrenalina y el miedo, sintiendo como ese dolor se apoderaba de mis pulmones con cada acelerada respiración, sin dejar de reparar en su brazo, ni en su mirada oscurecida bajo los mechones de su cabellera, escaneando las múltiples heridas que pertenecían a los colmillos del parasito.

—Siete— lo llamé en un hilo de voz. Y con una abrumadora sensación que oprimió mi pecho, seguí acercándome a él con la necesidad de revisarlo.

Ese perfil varonil volvió a apretar su quijada ante mi llamado susurrante. No esperé que enderezara su cabeza y la torciera con una escalofriante lentitud en el que sentí como su entenebrecida mirada encajándose sobre mí, me hacía pequeñísima.

— ¿Qué parte de sube y espérame en la oficina, no entendiste? — arrastró con crudeza, dejando caer su mirada en alguna parte de mi cuerpo.

Y mis pasos se detuvieron con temor.

Vi la manera en que se giró con lentitud, dejando poco a poco cada musculo de su torso y los flexorales de su abdomen a mi vista, como también ese par de pectorales que, mientras uno permanecía impecable, el otro permanecía manchado de líquido negro a causa de una herida tallada en lo alto de su hombro.

La preocupación se estampó en mi rostro, mirando ese líquido negro que siguió recorriendo cada vez más lo largo de torso, antes de devolverme a su brazo, toda esa sangre goteando hacía el agua hizo temblar mi cuerpo de miedo.

Miedo porque sabía que bastaba con una mordida de esas cosas para que alguien se infectara. Y él había sido mordido...

— Crees que estoy contaminado— esbozó con una arrastrada seriedad en su voz, estirando parte de su comisura izquierda en una escalofriante mueca que me estremeció.

Se me apretaron los labios en una mueca de temor, no quería responderle porque la respuesta ya estaba en su brazo.

—Esas cosas inyectan la infección por medio de una mordida— musité.

— Entonces...— El tono tan áspero y grave de su voz, apretó mis labios delante de esa feroz mirada que cayó en dirección a mi mano la cual todavía mantenía apretada el arma cuya boquilla le señalaba a él—, ¿me disparas?

Sin siquiera dudarlo, sacudí de inmediato la cabeza en negación, sintiendo todos los mechones de mi corta cabellera sacudirse y golpear mis mejillas.

—Nunca te dispararía — apresuré a aclarar, retirando el arma que había mantenido únicamente para matar al parásito—. De hecho, hay una cura— le mencioné, recordando lo que se hacía en el grupo de Jerry y el botiquín repleto de frascos con sangre en la oficina—, así que tenemos que tratarte rápido...

Solté aquello vislumbrando en mi cabeza el botiquín repleto de frascos de sangre llegó a mi mente. Sabía que se podía evitar el crecimiento del parasito y sacarlo del huésped sin vida, cuando se inyectaba antes de las primeras horas sangre de experimento enfermero. Sangre caliente, porque los parásitos no sobreviven a temperaturas altas.

Evitando el crecimiento durante el primer día, el parásito moría y se deshacía... Eso era lo que Jerry y todo el grupo averiguó tras experimentar con la sangre de enfermero rojo y la de experimento naranja. Y aunque esta era sangre de enfermero verde, era parecida a la de los rojos, podía ayudarlo también.

—Si calentamos la sangre de la oficina y te la inyectamos en las primeras horas, ayudará a que el parásito no crezca— mencioné retrocediendo un paso más, viendo como él daba una mirada a mis piernas temblorosas y apenas visibles por los pliegues del manto abierto—. Luego te lo sacaré abriéndote el tórax y te curar...

— No hará falta que me cures— y esas espetadas palabras me desconcertaron tanto que pestañeé.

—¿Por qué? — apresuré a preguntar, devolviéndole la mirada. Tuve mucho miedo de tener una muy desgarradora respuesta.

Y que no respondiera al instante, dejando un abrumador silencio entre nosotros y que, todavía, él se quedara junto a ese agujero donde respiraba el gas del exterior y donde otra monstruosidad podía aparecer para atacarlo, me tensó mucho.

— ¿Por qué no debo curarte, Siete? —el tono de mi voz demostró la urgencia de tener una respuesta.

El corazón se me agitó cuando su mentón se levantó levemente, oscureciendo por completo esos orbes platinados, desapareciendo el color enigmático.

—Porque en este momento mi temperatura corporal es más alta de lo normal— repuso y para mi lamento, dejando más suspenso de por medio.

Su imponente desnudes comenzó a crecer frente a mi cuando sus muslos se movieron entre el agua. Mi mirada viajó de todas y cada una de sus abdominales con una parte de su piel siendo manchada de la sangre que salía de la herida en su hombro, hasta ese brazo del que el líquido negro— su sangre— no dejaba de brotar, cayendo en gotas contra el agua.

Todos esos agujeros a lo largo de su antebrazo en el que podía ver como algunas partes de su piel, terminaran rasgadas, colgando de los agujeros...

—¿Cómo sabes eso...?

La tonada de voz se me disminuyó y hasta el fruncir entre mis cejas temblequeó cuando al levantar la mirada de su brazo para devolverla a su hombro herido, me encontré con ese pedazo de materia platinada y redondeada impulsándose fuera de la piel herida para caer al agua y producir un sonido escalofriante.

¿Qué demonios?

Tuve que pestañear varias veces solo para caer en cuenta de que su cuerpo había sacado la bala. ¿Cómo era eso posible? ¿Los experimentos podían hacer eso?

—Lo que quiere decir que mi sangre no solo es venenosa sino caliente al mismo tiempo, no va a llegar a mis órganos— escucharlo espetar aquello hundió mi entrecejo.

¿Sangre caliente y temperatura elevada? ¿Cómo estaba tan seguro?

—Los experimentos negros son...

—¿Vas a seguir hablando? — sus, casi, gruñidas palabras sobre mí, endurecieron mi cuerpo haciéndome reaccionar con un débil temblor del shock.

Pestañeé lejos de su hombro subiendo la mirada hacía su varonil rostro lleno de una enigmática severidad, solo para caer en cuenta de la poca distancia que había entre los dos. Centímetros era lo único que restaban para que su desnudo cuerpo dueño de un vehemente y hechizante calor rozara el mío.

Esa mirada tan aterradoramente severa sobre mí, con uno que otro mechón negro pegado a su sudorosa frente, reparó en la única parte de mi rostro visible fuera del manto.

— El gas está entrando, lo menos que deberías hacer en tu condición es abrir la boca y respirar aquí— soltó, su cálido aliento humedeciendo algunas muy pequeñas zonas de mi rostro—. Es más, ahora mismo deberías estar subiendo a la oficina inyectándote sangre.

No entendí su comportamiento. ¿Y su condición qué? ¿Le valía un bledo haber sido mordido por un parasito sabiendo que estos también contaminaban?

—Solo subiré si me acompañas por frascos de sangre para inyectarte y curar tus heridas— le hice saber, tartamuda debido a su enojo—. No dejas de sangrar, puede afectarte, tu no regeneras sangre rápidamente como los enfermeros.

Esos carnosos labios se estiraron en una alargada mueca cuya comisura izquierda terminó temblando y arrugándose.

—¿Y dejar que el gas siga entrando al área? — escupió, de pronto estirando una curva escalofriante en sus labios que inquietantemente calentó mis mejillas, como si de pronto mis palabras fueran absurdas para él. Me inyectaré cuando encuentre la manera de cerrar este agujero.

Le dio una mirada al piso de incubación y a la oficina cuando habló.

—Ahora sube— no fue una petición, sino una orden—, inyecta toda una jeringa en tu estómago y bebe un sorbo. No salgas hasta que yo suba.

—Arriba no voy a estar tranquila sabiendo que puedes sangre y que fuiste mordido— le aclaré con seriedad, viendo como sus carnosos labios se apretaban—. Basta con una mordida para infectarse y si no se trata enseg...

No pude terminar de hablar cuando ese picor intensificó en mis pulmones subiendo hasta mi garganta a tal grado de que terminé tosiendo sin control contra el manto.

El esfuerzo que mi cuerpo hizo me terminó inclinando hacía un costado del cuerpo de Siete, el dolor que sentí de que algo se atascaba en mi pecho fue tanto que la piel de mi rostro ardió y lágrimas resbalaron de mis ojos. Mi mirada se perdió en ese puño que apretó el arma con mucha más fuerza, blanqueando sus nudillos, antes de cerrar mis parpados con fuerza.

Sentí enseguida, tras toser como si me ahogara, ese caliente líquido escupirse de mi boca hacia la gruesa tela del manto.

Y arrastré aire necesitadamente a mis pulmones sintiendo el ardor entre los músculos de mi garganta, y una opresión en mi pecho cuando al enderezarme y apartar la tela de mi boca, encontré esas manchas de sangre.

No eran coágulos como en la enfermería, solo sangre y aunque tampoco era tanta, al final sangre.

Sentí romperme, escocerme los ojos y nublarme la mirada de impotencia saber que esto estaba volviendo a pasarme. ¿O sea que nunca me curaría? ¿Estaría sintiéndome así cada cierto tiempo?

Estreneci ante la presencia de esos dedos adentrándose bajo una apertura del manto para tomarme del mentón y levantarme el rostro. La manera en que esos aseverados orbes se transformaron sobre mí, volcó mi corazón, apenas agitándolo ante la profundidad con la que me reparaba.

—Cuando te saque al exterior haré que te inyecten sangre de un rojo, eliminara los residuos, es la única sangre con la capacidad de curarte— sostuvo con asperidad, y fue como si escuchara mis pensamientos—. Mientras tanto, te inyectaré sangre de experimento verde hasta que el gas disminuya y encuentre una forma de sacarte de aquí si la electricidad no vuelve.

Me desinflé ante ese pulgar, dentro del manto térmico, subiendo de mi mentón sobre mi labio inferior en una caricia en la que sentí como se llevaba ese líquido que todavía manchaba mi boca.

—No hagas más preguntas y sube— pronunció con lentitud, con la misma lentitud con la que ese pulgar se apartaba de mi labio y esos dedos de mi mentón—. Cuando termine de cubrir el agujero, subiré también y responderé tus dudas.

Apreté mis labios cuando me dio su ancha espalda como única vista. Observando cómo se apartaba de mi alcance sin decir más. Mi mirada se balanceo en toda esa sangre que recorría desde la herida de su hombro hasta lo largo de su espalda baja, apartándose más con cada movimiento hacia ese agujero en la pared agrietada a la que él se dirigía.

Sentí pánico solo verlo nuevamente eliminar los centímetros, sintiendo unas infinitas ganas de levantar el arma y apuntar en dado caso de que otro tentáculo intentará tomarlo y tirar de él.

—Mujer...

Respingué ante su espesa pronunciación y esa erre tan marcada que, más bien, fue una clase de advertencia. No hizo falta interpretarlo y me giré. Con mucha duda y temor mis piernas se movieron, no sin antes lanzar una mirada sobre mi hombro para encontrar la manera en que su perfecto cuerpo pasaba de largo el agujero en dirección a los casilleros.

Me aparté, rodeando el piso de incubación con lentitud, atenta a cualquier extraño sonido que escuchara detrás de mí que me hiciera voltear y correr de vuelta a Siete. Pero no escuché nada más que un potente y terrorífico silencio que me dirigió a la escalera metálica.

La mano con el arma que apretaba contra mi adolorido estómago, se alzó para aferrarse a lo que pudiera del barandal y comenzar a subir.

No pude evitar preguntarme conforme avanzaba en los peldaños, cómo sabía él y por qué estaba tan seguro con que su temperatura y su sangre caliente no se contaminaría.

Sí, era un hecho que elevar la temperatura del cuerpo ayudaba a disminuir el desarrollo del parásito, y se sabía que la sangre era el principal conducto del parásito para llegar a los órganos y desarrollarse, por lo tanto, si la sangre era caliente o ácida como la de los experimentos naranja, el parásito moría.

Pero, lo que me dijo se contradecía a lo que escuché mencionar dentro del grupo de Jerry. Que una de las razones por las que no encontraban o lograban salvar a los experimentos negros fue porque que eran los experimentos más susceptibles a contaminarse. Aunque nunca se me ocurrió preguntar por qué, y cuál era la diferencia de los experimentos negros con el resto para ser los que menos sobrevivían al igual que los amarillos. Por eso, a pesar de la seguridad con la que lo mencionó, me estaba siendo difícil creer y no dudar de él. No sentir esa preocupación por ignorar su orden y calentar la sangre inmediatamente con los encendedores en la cocina.

Un crujir metálico levantándose detrás de mí, envió una descarga por toda mi columna vertebral. Me detuve a tan solo dos escalones de llegar al corredizo de la oficina para torcer parte de mi rostro a punto de rasgarse de horror.

Siete había arrancado una de las puertas del casillero, dejándolo encima del lavamanos contra la pared donde había una caja de herramientas. Mi mirada apenas reparó en lo poco que alcanzaba a mirar, solo para detenerme con preocupación sobre el lado izquierdo de su espalda manchada de sangre y todo ese antebrazo en la misma condición.

¿Qué le sucedería si seguía perdiendo sangre?

Que estúpida que soy, quería ser de ayuda y terminé lastimándolo...

Mordí mi labio cuando otro crujir metálico recorrió escalofriantemente el área al ver como él arrancaba otra puerta de casillero.

Las utilizaría para tapar el agujero.

Dejé de mirar cuando el picor en la garganta amenazó con hacerme toser. Subí los últimos peldaños para aproximarme a la blanca puerta de la oficina y abrirla. Tan solo me adentré y la cerré detrás de mí, aparté el manto de mi cuerpo dejando toda la tela recargada sobre uno de mis brazos.

Hasta la última parte de mi volvió a estar desnuda, invadida por una fría presencia que me hizo temblar. Pasé de ver ese pezón con la piel enrojecida a su alrededor debido a la boca de Siete, a revisar mi estómago.

Se me contrajeron los parpados y hundieron las cejas en un gesto de temor cuando logré atisbar esa extraña y delgada línea de piel amoratada en la parte izquierda de mi abdomen. Era como ver una vena oscurecida, una que debía medir menos que el tamaño de mi meñique, pequeña y apenas notoria.

A ese enrojecimiento era a lo que Siete se refería. Tuvo razón... Tuvo razón sobre los residuos de veneno. Y si tuvo razón en esto, ¿también la tenía con que no se contaminaría?

Deslicé un par de mis dedos sobre ese rastro de piel oscurecida para presionarla creyendo que sentiría dolor, aunque dolor era algo que ya sentía en mi interior. Al menos no estaba sintiendo el dolor de la enfermería o el que sentí en la zona verde, pero si no actuaba rápidamente, llegaría a dolerme así.

—Al menos no vas a morir...— me dije, pero el tono de mi voz se escuchaba débil, lleno de duda.

Apreté mis puños de impotencia, sintiendo como una amarga mueca se estiraba en mis labios. Cada cierto tiempo estaría escupiendo o vomitando sangre, estaría sintiendo ese picor en la garganta y esos retorcijones dolorosos en el estómago que solo se calmarían si me inyectaba sangre de experimento verde.

¿En serio?

Tragué saliva para evitar el picor en la garganta, y me aproximé al sofá cama. Lance el arma y el manto sobre el colchón junto a la bolsa de plástico repleta de botellas desinfectantes y vendaje. Alcancé el botiquín sobre la mesilla y lo abrí.

Saqué uno de los muchos frascos y devolví el botiquín a la mesilla de cristal solo para tomar la jeringa. Hice tal y lo que Siete me ordenó abajo, destapando el frasco y llenando la agujera de sangre.

Me senté sobre el sofá, dejando el frasco tras cerrarlo en el espacio entre mis piernas, sintiendo como su fría textura se rozaba contra mis enrojecidos pliegues de piel...

Con una ansiosa respiración, llevé la jeringa a mi abdomen, ahogando en mi boca un quejido cuando la enterré con lentitud justo en el rastro amoratado.

Y la inyecté toda, sin titubeos, sintiendo ese líquido refrescar mi interior con lentitud. La saqué cuidadosamente dejándola sobre la mesilla solo para dejarme ver como esa línea de piel amoratada comenzaba a desvanecerse cada segundo más.

Tomé el frasco entre mis piernas para abrirlo de nuevo y tomar un sorbo, sintiendo esas náuseas de devolverla ante el sabor metálico de la misma.

La tragué forzadamente, escupiendo en mi interior una maldición antes de guardar el frasco con el resto de la sangre en la caja blanca. Perdí la mirada en aquella puerta en tanto el picor y el ardor en el esófago comenzaban a disminuir, segundos tras segundos hasta desvanecerse. Por otro lado, lo único que todavía seguía intacto además del miedo y la impotencia, era el dolor en el estómago.

Esas contracciones que producían un incómodo ardor, me hicieron inclinarme hacía adelante, tratando de disminuirlas.

Seguro se pasará en unos minutos más.

Mi mentón tembló con ese pensamiento. Había creído que la sangre de un verde me curaría. Quedé como una estúpida pensar y todavía decir que estaba bien. Que no estaba envenenada y que él se equivocaba.

Quizás por esa razón él me ordenó inyectarme solo una jeringa de sangre. Porque sabía que aún si me inyectaba toda la sangre no me duraría. Quería preguntarle cómo sabía sobre su sangre, como para que también supiera que la sangre de un rojo sería capaz de eliminar los residuos.

Ya no solo eran los residuos, sino la herida en el hombro de Siete, la mordida en el brazo derecho, el agujero en la pared agrietada y el apagón eléctrico que nos mantenía encerrados en el área negra.

Si entró gas venenoso al área —lo que era muy probable—, ¿no terminaría afectándolo a él? Con la mordida, la pérdida de sangre y el efecto del gas venenoso, lo empeorarían...

Él podría morir si no se trataba rápidamente.

Y yo estaba aquí, encerrada sin ser ayuda de ningún tipo. Al menos, sabía cómo tratar heridas, y como hacer una cura para evitar que el parasito sobreviviera dentro del huésped, solo con eso podía ayudarlo.

Respiré hondo, tratando de normalizar mi respiración, tratando de que mi corazón dejara de escarbar en mi pecho. No conseguí ninguna de las dos, estaba tan alterada por lo ocurrido y dejar a Siete sin inyectarle sangre y curar sus heridas, que no podría controlarme.

— Ven rápido, Siete— pedí en un susurro tras el paso de un minuto más.

Quiero saber que no vas a desangrarte, que no vas a contaminarte y mutar rápidamente como mencionó Jerry que hacían los experimentos negros.

No solo dijeron que eran los que más fácilmente se contaminaban. Agregaron que, de todos, los experimentos que más rápido se deformaban y se agradaban con el parásito, eran los negros. No sabía por qué, pero tenían algo que hacían que sus cuerpos fueran el lugar perfecto para que los parásitos crecieran.

Como la monstruosidad del comedor de la que tanto me habló una de las sobrevivientes. La manera en que me la describió, con su cuello largo y engrosado como el de una serpiente, y su cuerpo voluminoso sin brazos ni piernas, y un tentáculo colgándole de la nuca, era espeluznante.

Sus cuerpos crecían muchísimo más debido al parasito que parecía afectar su glándula de crecimiento.

No quería que eso le pasara a Siete.

—Quiero curarte...

El silencio se hundió a mi alrededor, dejándome únicamente con la mirada desesperada en esa puerta cerrada, otra vez con la ansiedad haciendo temblar una de mis rodillas.

Tomé el manto térmico para rodear mi desnudes y anudarlo de tal forma que se permaneciera cubriéndome.

Mordí mi labio, observando los minutos que habían pasado en el reloj sobre el marco. No sabía cuánto tiempo le costaría cubrir el agujero, pero esperaba que viniera antes de la primera hora, o antes de la segunda. A pesar de que dijo que no se contaminaría, aun así, quería inyectarle un frasco.

Lo que escuché de los experimentos negros, me estaba atormentando. Así que quería sentirme tranquila, curar sus heridas, inyectarle sangre de experimento verde en sus venas, y estar atento a sus síntomas.

Solté una larga exhalación.

Decidí tomar el botiquín de nuevo, abrirlo y observar todos esos frascos. Eran muchos, pero no sabía lo que sucedería si llegaban a terminarse. Si resultaba que en realidad él estaba contaminado, nos gastaríamos todos los frascos ya que esta era sangre de experimento verde, no de un enfermero rojo ni mucho menos de un experimento naranja. Por lo tanto, el proceso de descontaminación sería más largo. Quizás muy largo.

Los primeros síntomas del parasito, cuando llegaba a los órganos, era la debilidad al mismo tiempo que una disminución drástica de la temperatura. Eso porque el parasito solamente se desarrollaba en lugares fríos o intermedios. Esos síntomas empezaban a mostrarse después de 5 o 6 horas en que fue contaminado, pero no sabía en cuanto tiempo se mostrarían en un experimento negro como él.

Esperaba equivocarme y que él tuviera razón.

Tomé un frasco, y dejando el botiquín sobre el colchón, me levanté del sofá. Rodeé lo largo del sofá para adentrarme al baño, dirigiéndome al mueble de lavábamos. No tardé en abrir principalmente la llave derecha, dejando que mi mano se mojara y esperara a que el agua se calentara.

Los minutos pasaron y no ver que el agua aumentara de temperatura me hizo cerrar la llave y abrir la de la izquierda.

Nada. Sabía que, sin electricidad, los calentadores no funcionarían, no habría agua caliente, pero al menos esperaba un maldito milagro. Tanto infierno estaba convirtiendo nuestras vidas en una película de terror. La peor de todas.

— Si te empiezas a sentir débil o mareado, deja el agujero y ven por una inyección — Esperaba que mis palabras fueran escuchadas por él.

Salí del baño tras varios minutos. Y con el frasco apretado en mi mano, me acerqué a los archiveros abriendo cada uno de los cajones en busca de algo que me sirviera para calentar la sangre, pero no había nada más que hojas bien acomodadas y clasificadas.

Por segunda vez miré el reloj sobre el marco, media hora y mi ansiedad estaba desesperándome mucho. Asemejándose a la desesperación que sentí a causa de la húmeda palpitación torturándome antes de tener sexo con él.

No debimos tener sexo.

Seguramente esas monstruosidades nos habían encontrado por la manera en que gemí. Los sonidos tan abrumadoramente exagerados que sus embestidas me hacían soltar, fueron tan incontrolables, que era claro que algo los escucharía del otro lado del área negra.

Si había más experimentos enfermeros contaminados en el laboratorio, con sus malditos parásitos sobreviviendo en su interior, significaba que las probabilidades de salir a la superficie eran menos, mucho menos aún, sin la electricidad.

Por mucho que Siete dijera que encontraría la manera de sacarnos de aquí— como si fuera su responsabilidad—, al final sin electricidad no se podría hacer nada. Las puertas metálicas se abrían únicamente con un código, no más, no menos. A menos que termináramos de derrumbar esa pared, pero no teníamos la fuerza de un contaminado deforme.

¿Y qué sucedería si los frascos se acababan y todavía no encontrábamos la manera de salir de aquí sin electricidad?

¿Moriría? ¿Los residuos del veneno me matarían?

Una tercera vez miré el reloj perdiéndome en las manijas por minutos.

Lo principal no era si los frascos se terminaban, había tiempo todavía para pensar en algo. Lo importante ahora era saber que el área ya era segura para los dos, y que Siete estaba sano...

Que él estaba bien y a salvo.

¿Por qué no viene? Faltaban solo pocos minutos para que se cumpliera más de una hora.

Ya era mucho tiempo, ya había pasado mucho desde que fue mordido y con sus heridas sangrando, ¿por qué seguía sin venir? ¿Sucedió algo?

El deseo de ir a la puerta, abrirla y asomarme para saber si él estaba bien y nada peligroso trataba de azotar esa misma pared me ganó.

Con las piernas temblorosas y la mano estirada; ansiosa de tomar la perilla, la abrí unos centímetros. Mi rostro se inclinó para observar apenas el panorama sombrío que se alargaba del otro lado, revisando del otro lado del piso de incubación.

Esas largas y gruesas laminas entrecruzadas que juraba que antes eran casilleros que colgaban junto al lavabo repleto de puertas metálicas, se encontraban inquietantemente clavadas en la pared, justo donde recordaba que estaba el agujero.

¿Cómo las clavó? La caja de herramientas llegó a mi cabeza.

Mi mirada viajó de esas gruesas y alargadas laminas, a lo poco que alcanzaba ver del resto del área negra. recorriendo cada pulgada centímetro oscurecido debido a la poca iluminación, en busca de Siete.

No encontrarlo a la vista, hizo que abriera un poco más la puerta, estirando todavía más el cuello y asomando más la mirada sobre el barandal hasta dejar por completo mi rostro fuera de la oficina.

Volví a recorrer todo lo que alcanzaba a ver con lentitud, en busca de él o algo extraño, anormal.

El corazón se me volcó y calentó la sangre de mi cuerpo con frenéticos bombeos cuando desde la escalera metálica, esa cabellera negra y despeinada comenzó a verse, poco a poco revelando la estructura perfecta de un rostro varonil con belleza exótica...

Y una mirada estremecedora dueña de unos orbes endemoniados alzándose debajo de esos parpados oscurecidos solo para encontrarse con los míos.

Un ligero respingón se adueñó de mis músculos al igual que ese pinchazo de calor expandiéndose hasta en el último centímetro de mi piel cuando vi cono sus anchos hombros libres de sangre, sus pectorales y ese desnudo tordo marcando a detalle cada pequeño musculo que le componía, comenzó a crecer delante de mí, además de esa ancha cadera siendo rodeada por un cinturón repleto de armas y esos tonificados muslos cubierto por la tela uniformada de sus pantalones.

—Veo que no haces caso a lo que se te ordena, mujer.

Los oídos me tumbaron ante el crepitar de su grave y ronca voz, mi mirada se despegó de su entrepierna a ese hipnótico movimiento de sus carnosos labios apenas estirándose en una mueca que torció su belleza.

Me aturdió que mi corazón se sacudiera en revoloteos nerviosos después de lo del parásito y las monstruosidades. Pero ese nerviosismo duró muy poco cuando recordé sus heridas.

Entonces mi mirada revoloteó con temor hacia su hombro izquierdo, encontrando esa pequeña herida por el que la bala había salido, enrojecida, pero sin ningún rastro de sangre negra... dejé caer la mirada sobre todos esos perturbadores agujeros profundos, mostrando parte de su magullado musculo apenas manchados de líquido negro, extendiéndose a lo largo de su antebrazo derecho.

Estuve a nada de congelarme en un gesto desconcertado cuando conté cada uno de ellos, dándome cuenta de que tampoco estaban sangrando.

—Ya no sangras— logré articular, abrumada, con mi mano que apretaba el frasco de sangre apuntando a su pecho—. ¿Por qué?

Enderecé mi cuerpo con inquietud, viendo como esa sombra se agrandaba cada vez más sobre el suelo y sobre mi cuando él, tras subir el último peldaño, empezó a acortar peligrosamente la distancia entre los dos. Paso a paso y peligrosamente acercándose a mí.

Tuve que abofetearme mentalmente para no quedar estremecida por su imponencia apoderándose de mi pequeñez, mucho menos teniendo esos orbes bestiales tan fijamente en mi rostro.

—Como has visto, mi organismo no solo es capaz de sacar materia desconocida cuando mi temperatura se eleva, sino de detener el sangrado con una delgada capa de cicatrización— informó enseguida, dejando caer su mirada en mis mordisqueados labios—, pero no regenera tejidos ni masa muscular, así que con cualquier movimiento vuelven a sangrar.

Y pestañeé con asombro, viendo una vez más su hombro y todas esas heridas y esa piel rasgada en su brazo. El funcionamiento de su organismo se parecía bastante al de los experimentos naranjas y rojos, cuando ellos se lastimaban, sus heridas dejaban de sangrar a causa de una delgada capa de piel que les crecía cubriendo un par de milímetros su herida. Aunque las heridas en los experimentos rojos se regeneran completamente.

Volví a pestañear cuando al subir la mirada me encontré con ese par de pectorales blancos y bien marcados dueños de un par de areolas apenas marrones, deteniéndose a solo centímetros de mí...boca

Lamí mis labios repentinamente secos.

— Cerré el agujero y revisé el perímetro, no hay peligro— Su cálido aliento acariciando ligeramente los cabellos de mi fleco y la piel de mis parpados, por poco me hizo estremecer.

Levanté mucho el rostro solo para reparar en cada pequeña pieza del suyo sombreando el mío. No pude creer que, pese a lo ocurrido, su masculinidad tan atractiva y perfectamente construida por las manos del diablo, me dejará todavía estremecida y deslumbrada.

Embobada por esa frívola mirada de escleróticas negras y pupilas rasgadas.

—¿Estas seguro? — susurré la primera pregunta que cruzó por mi cabeza.

—No hay vibraciones ni temperaturas cerca o lejos del área, estamos a salvo— esbozó con un marcado crepitar que pareció por poco estuvo de atolondrar mis neuronas, sino fuera porque mi mirada terminó sobre su hombro izquierdo—. Pero permanecerás en la oficina ocultando tu temperatura dentro de las próximas horas.

Mi cabeza estuvo a punto de asentir, pero el movimiento quedó a la mitad. Mordí mi labio ante un estremecimiento lleno de una clase de sentimiento cuando reparé en la herida que le hice.

Sentí una inquietud necesidad de llevar una de mis manos a su hombro, y eso hice. Apartando mi mano del mango de la puerta para extender mi brazo en dirección a la encima de su pectoral izquierdo.

Mis dedos no tardaron nada en deslizarse sobre esa caliente y endurecida piel llena de una textura tan adictiva que uno desearía tocar y nunca se cansaría de hacerlo. Dirigí mis dedos con lentitud, y sin intensiones a la cima de su hombro, sintiendo como Siete detenía una respiración en su pecho en tanto pausaba el movimiento de mi mano a unos milímetros de la herida enrojecida y mojada.

La examiné, mordiendo mi labio inferior para retener una maldición hacia mí.

—¿Te duele?

Tan rápido como susurré aquello, me arrepentí. Era una tonta pregunta, obviamente le dolía. Así que sacudí la cabeza con tal de evitar que me respondiera.

—Lo siento— susurré de pronto y con sinceridad—. Quería dispararle a esa cosa, terminé lastimándote.

Aunque el miedo que sentí al ver que le había disparado no se comparó al miedo que sentí cuando vi como esa cosa le había mordido el brazo con ánimos de arrancárselo y todavía con seguir comiendo de él.

—¿Cómo te sientes? — tras mi pregunta, dirigí una mirada a su brazo herido, deslizando mi mano de su hombro hacia su pectoral, inconscientemente dejando mi pulgar descansando cerca de su areola —. ¿Tienes algún síntoma?

Esa larga y ronca exhalación siendo expulsada sobre mi rostro, remojó de calidez mis mejillas.

—No estoy contaminado — su voz en tonalidades roncas y crepitantes, vibrando de intensidad bajo la palma de mi mano, estuvo a punto de querer nublarme los sentidos.

Pestañeé despertando de la extraña ensoñación que sentirlo y escucharlo me había producido. Al instante aparté mi mano de su pectoral para levantar el rostro con extrañez hacía esa seriedad tan firme en cada una de sus facciones perfectas.

—¿Cómo lo sabes? —me sentí aturdida por sus mismas palabras—. Supe que los experimentos negros son los más susceptibles a contaminarse con rapidez, ¿por qué estas tan seguro de que tú no?

Infló ese par de musculosos pectorales nuevamente solo para soltar una corta exhalación, dejando que su mirada reparara en mi seriedad antes de clavarse únicamente en lo que se alcanzaba de ver del interior de la oficina detrás de mí.

—Cura mis heridas que es lo tanto estabas queriendo, y entonces aclararé tu duda.

Escucharlo espetar aquello en una clase de orden, y con una firmeza tan desconcertante con esa seguridad de que no estaba contaminado, me dejó inquieta. La falta de preocupación por sí mismo después de ser mordido, fue aún más perturbadora que me hizo dudar de que realmente no había nada de qué preocuparse.

Se adentró a la oficina, dejando que parte de su único brazo sano rozara con mi hombro.

Revisé todo lo que pude del área negra, reparando en las láminas que cubrían a la perfección el agujero en aquella pared, analicé con temor una vez todo el lugar antes de adentrarme a la oficina y cerrar cuidadosamente la puerta delante de mí.

El crujido de la puerta hundió toda la oficina en un profundo silencio. Mis dedos titubearon en ponerle seguro al picaporte, pero al final lo hice solo para sentir que estaríamos seguros aquí. Y nada peligroso entraría.

Pronto y recordando las palabras de Siete sobre cubrir mi temperatura, desbaraté el nudo del manto térmico para levantarlo encima de mi cabeza y volver a hacer un nudo alrededor de mi cuello.

—Vas a curarme con estos fármacos— su vibrante voz levantándose detrás de mí, y ese inesperado hueco de sus botas resonando cada vez más cerca erizó las vellosidades de mis brazos.

Volteé casi sobre mis talones, no esperé sentir como mi respiración se desequilibraba al encontrar su imponente figura paso a paso eliminando la distancia nuevamente. Otra vez acercándose a mí con esa demoníaca mirada que sin pestañear se mantenía reparando en mi: seguramente en la manera en que me había acomodado el manto.

Se detuvo, para mi extraña sorpresa dejando un paso de distancia entre los dos solo para estirar con su brazo sano una bolsa de plástico auxiliar a la que no tardé en dirigirle una mirada.

Hundí el entrecejo antes de estirar mi mano para tomarla evitando rozar sus dedos.

La examiné, sus botellas desinfectantes y cicatrizantes, además de los vendajes..., ¿quería que lo curará con esto?

—Eso no te va a ayudar— solté, al instante dejando caer la bolsa al suelo junto a mis pies. Algo que el atisbó con muy poco interés antes de clavarse en el frasco que levantaba con el movimiento de mi brazo—. Voy a cerrar tus heridas con esto, así evitaremos que se infecten.

Ver como mordía su labio inferior y paseaba su mirada hacia mis piernas apenas desnudadas a causa de mi brazo levantado, hizo que mi corazón revolotear, bombeando sangre caliente a todas partes de mi cuerpo.

—No desperdicies esa sangre en mi — pronunció con paulatina gravedad al mismo tiempo en que devolvía su mirada al frasco —. Mi sistema inmune es mucho mejor que el tuyo, no voy a tener una infección.

Hice un mohín con mis labios que él observó. En realidad, tenía razón, por muy graves que fueran las heridas en los experimentos no sé infectaban. Pero, aun así, que las tuviera abiertas, con eso de que la delgada capa de piel que impedía el sangrado podía romperse con cualquier movimiento que hiciera, preocupaba e inquietaba.

Mejor sería cerrarlas de una vez que esperar a que se cicatrizaran. Además, también quería inyectarle la sangre por el gas venenoso que quizás respiró. Lo cual era muy probable.

Y después de eso, inyectarle sangre caliente...

—Aun así, voy a usarla en ti —seguí con firmeza bajo su penetrante mirada.

Me sentí intimidada cuando mi voz exploró el vacío y él solo se quedó en silencio, manteniendo esa fija mirada en mí como si tratara de averiguar algo.

—Entonces ven aquí y hazlo — soltó con lentitud su orden en tonalidades roncas y graves que para mí lamento, terminaron alterando mi corazón.

Levantó un poco su antebrazo, pero sin estirármelo, haciendo una leve señal con su mentón para que me acercara a él.

Asentí, y sin siquiera dejarme pensar, eliminé el único paso que nos apartaba, dejando mi costado a tan solo centímetros de rozarse con su torso desnudo, quedando frente a su brazo cruelmente mordido.

Tener todas esas heridas tan perturbadoras, rasgadas y profundas me arrugó el rostro. Mi mano libre no tardó en levantarse dejando que sus dedos se deslizaran sobre el intenso calor de su ancha muñeca, dejando a la vista la diferencia entre nuestros colores de piel. La rodeé cuidadosamente solo para girar un poco su brazo y darme cuenta de que algunos de los colmillos del parásito habían penetrado por completo su brazo.

El estómago se me sacudió conforme reparaba en esos ligeros trozos de piel colgándose de los pequeños pero profundos agujeros.

Mis dedos resbalaron con demasiado cuidado fuera de su muñeca, recorriendo unos cuantos centímetros de piel para terminar cerca de la primera herida.

Bajo el silencio creciente entre los dos, destapé el frasco de sangre, y lo acerqué con mucho cuidado sobre su brazo, con mucho temor juntando la boquilla contra el primer par de heridas para inclinarlo con lentitud y dejar que un poco de sangre se derramará sobre ambas.

—No imagino lo mucho que te ha de doler— susurré, el tono de mi voz demostró mi preocupación.

Al instante llevando mi mano a recostarse sobre esas heridas para esparcir la sangre cuidadosa de no lastimarlo presenciando con asombro como poco a poco empezaban a regenerarse.

Incliné la boquilla del frasco sobre tres heridas más, llevando mis dedos sobre la poca sangre que derramé para cubrirlas, acariciando su piel que poco a poco empezaba a sanar.

Saber que sus heridas se regeneraban me hizo exhalar con alivio, sintiendo como los músculos empezaban a relajarme en mi cuerpo.

—El dolor no es lo que te preocupa— sus cautelosas palabras espesas en las que pude escuchar como su voz vibraba en su pecho junto a mí, me apretó los labios—. Si no saber si me contaminaré o no.

Apreté todavía más mis labios, negando con la cabeza.

— También me preocupa si sientes o no dolor—aclaré, sin levantar la mirada, todavía acariciando el rastro de piel rosada y humedecida del par de heridas regeneradas—. Pero es cierto que me preocupa más saber si estas o no contaminado, por eso quiero que me expliques por qué te vez tan tranquilo y seguro después de recibir una mordida.

Lo escuché exhalar, y las caricias de su aliento recorriendo no solo algunos de mis mechones sino parte de mi rostro sacudieron ligeramente los músculos bajo mi piel.

—No te mintieron, somos los más susceptibles a contaminarnos— que me diera la razón con la tonada tan grave y seria, pero baja de su voz, sin siquiera titubeos, me mordió el labio inferior —. Una hembra de mí misma área y yo fuimos mordidos.

Esas palabras hicieron que detuviera la inclinación del sobre las ultimas heridas de la parte de enfrente de su brazo, alzando mucho mi rostro y mi mirada con sorpresa solo para encontrarse con la suya que en todo este tiempo había estado observándome.

Algo cosquilleó contra mi voluntad en el profundo de mi estómago.

—A pesar de que nosotros, los negros, tenemos una afección cardíaca que disminuye nuestra temperatura y enfría la sangre, consiguiendo picos seguidos de adrenalina, nuestro cuerpo tiende a subir el doble de temperatura y nuestra sangre se vuelve en parte acida.

De todas las palabras la única que quedó registrada con fuerza en mi cabeza fue la acidez. Los experimentos naranjas eran los únicos que no podían contaminarse por mucho que fueran mordidos debido a la acidez en su sangre. Pero escucharlo a él mencionar que su sangre con una elevación de su temperatura se volvía acida, me dejó estupefacta.

Más aún saber que la elevación de su temperatura era por medio de adrenalina.

La adrenalina se podía conseguir por medio del sexo...

—Nuestras temperaturas estaban elevadas antes de que los contaminados aparecieran, el calor es lo único que explica el por qué no nos contaminados— Mis cejas se alzaron en un gesto todavía de sorpresa ante sus monótonas palabras.

Estábamos teniendo sexo cuando esas monstruosidades llegaron y el parasito lo mordió. Y todavía podía recordar que, durante el acto sexual, sentí abrumadoramente el calor de su cuerpo intensificar.

Entonces no se va a contaminar, él va a estar bien. Sentí una profunda tranquilidad que albergó una sonrisa en mis apretados labios.

Aunque todavía guardaba un poco de temor e inquietud.

¿Qué estaba haciendo con ese experimento como para que ambos tuvieran la temperatura elevada antes de que los mordieran? Esa pregunta haciendo hueco en mi cabeza, me dejó con la mirada vagando sobre sus pectorales.

—¿Dónde te mordieron? — mi pregunta salió repentina, sin ser procesada.

Ese par de orbes pestañeó una vez y con lentitud, sin apartarme la mirada.

— En el costado izquierdo—Instantáneamente mi mirada voló hacia el lado izquierdo de su torso, por poco rozando con mi nariz uno de sus pectorales —. De nada sirve que revises, fue regenerada por un rojo del grupo con el que salí.

Asentí enseguida, pero aun así seguí revisando todo ese rastro de piel tan estirada e impecable, moldeando a la perfección la asombrosa estructura de su torso. Imaginando toda esa parte del agujerada tal y como la de su brazo.

Con un cosquilleo que me hizo extender mi mano hacía su costado, dejé que mis dedos apenas se rozaran contra esa endurecida piel que emitía un intenso calor atravesándome las yemas, antes de apartarla y devolverla a su brazo herido.

—Qué situación tan horrible la que pasaron...— susurré con una mueca en los labios, una mueca llena de una sensación de remordimiento recordando que era culpa mía que él y esa hembra fueran mordidos—. Me dijeron que los experimentos negros y los amarillos había extinto.

Eso fue lo que escuché decir dentro del grupo de Jerry. Esa vez, cuando supe que había terminado con una clasificación entera, porque no solo se referían a experimentos adultos, sino experimentos infantes del área negra, y bebés... perdí el apetito por días.

— Es un alivio que ustedes sobrevivieran— musité, acercando la boquilla del frasco a un par de sus heridas—. ¿Cuántos experimentos de tu área sobrevivieron? La hembra que fue mordida, ¿sigue con vida?

Un alargado silencio aumentando inquietantemente entre los dos, estremeció hasta el más pequeño de mis músculos. Me di cuenta de que quizás estaba haciendo preguntas de un tema que él no quería tocar.

Entonces murió...

—Mencionaste algo sobre una afección cardiaca— apresuré a decir rápidamente, cambiando el tema y lamiendo mis labios para continuar: —. ¿Hablas de que todos los experimentos negros tienen problema de corazón? ¿Cómo es eso? Creí que las incubadoras perfeccionaban su organismo.

Decidí levantar mucho el rostro para recibir un estremecedor balde de agua caliente quemándose las mejillas ante el encuentro de su rostro y esa carnosa boca a una distancia muy, pero muy corta.

Pocos centímetros era lo único que restaban para rozarse contra esa suave estructura carnosa de sus labios, tal y como había sucedido hace, quizás, un poco dos horas atrás antes de tener sexo.

Antes de montarlo y menear mi cadera sintiendo el vaivén de su ancho miembro salir y enterrarse con exquisitez en mi interior, una y otra y otra vez deslumbrando corrientes placenteras para engordarme y estallarme en un orgasmo tan fascinante.

Un orgasmo que no se comparó al que estaba a punto de destruirme con sus crueles y desquiciante embestidas. El modo en que Siete había tomado posesión de mi cuerpo, nunca podría olvidarla. Podía sentir todavía su miembro enterándose con rotundidad, la piel de su pelvis chocar con la mía y el sonido de nuestras intimidades mojadas resonar en mi cabeza tanto como sus bestiales y roncos gruñidos de placer esculpidos de un rostro sudoroso y rotos en el más adictivo placer.

Salí de mis desconcertante y húmedos recuerdos cuando sombras se dibujaron sobre su rostro cuando él ladeó levemente su cabeza encima de mí, la poca iluminación de la oficina, hacía lucir su aterradora y enigmática mirada como la de una bestia.

—¿Eso fue lo que te contaron de los experimentos?, ¿qué las incubadoras nos perfeccionan? — articuló la cuestión en un tono bajo y lleno de una vibrante ronquera que amenazó con agitarme el corazón.

No tanto como agitarme la entrepierna en que la que fui capaz de sentir tardíamente la presencia de esa humedad sobre mis genitales... Esos que apretujé con mis muslos tensionados y temblorosos para evitar sentir la palpitación.

No. Nastya, ni siquiera te sientas así.

Negué con la cabeza apresuradamente, sin apartar un solo instante la mirada de la suya depredadora.

— Yo llegué a esa conclusión— le mencioné tartamudea por la tensión en mi entrada, esa que traté de ignorar y concentrarme en su pregunta.

Llegué a la conclusión porque ello serán la versión de nosotros muchísimo más mejorados, la sangre de la mayoría curaba, y otros detenían el sangrado de sus heridas sin matarlos. Por obviedad uno pensaría que tras las muchas fases y etapas de maduración por las que pasaban, terminaban siendo al final perfectos. Y con perfección me refería a que no nacían con anomalías o enfermedades degenerativas.

—Supongo que esta afección viene del exceso de ADN reptil— soltó cada palabra con mucho cuidado mientras todo ese aliento cálido se abrazaba a la piel de mi rostro amenazó con cerrarme los parpados—. Los amarillos nacieron con una enfermedad en los músculos o huesos; los rojos con una anomalía en su tensión sexual; y nosotros con un desequilibrio en el funcionamiento de nuestro corazón.

Ahora la que ladeaba el rostro como niña confundida, era yo. Sabía lo de los experimentos amarillos y que por esa anomalía incurable detuvieron su producción, pero creí que como el resto de los experimentos seguían siendo creados quería decir que era porque no nacían con ningún tipo de problemas.

—Es cierto que con cada fase de maduración el funcionamiento de nuestro órgano cardiaco mejora, sin embargo, no lo suficiente.

—¿Y qué problemas puede traerte? —no tardé nada en preguntar, repentinamente atrapada en el tema.

—Además de la disminución de la temperatura, nuestro cuerpo recibe menos sangre— empezó, y eso me recordó a la tibieza que sentí en su piel antes de tener sexo—, la presión arterial baja, y nos debilitamos.

Sus palabras no me gustaron en nada.

—¿Puedes morir por eso, Siete? — el sentimiento con el que resbaló esa pregunta al mismo tiempo en que mi rostro se transformó en inquietud, hizo que ese par de carnosos y alargados labios se separaran con lentitud, apenas dejando esa hilera de dientes blancos a mi perfecta vista—. ¿Esa afección puede matarte?

Un instante él permaneció en silencio, observandome, evaluando mi rostro ladeado con los costados oculto bajo el manto.

Esa comisura izquierda se estiró en una clase de retorcida mueca muy apegada a la malicia, logrando que las facciones tan diabólicamente atractivas se retorcíeran a causa de esa comisura estirada que le creaba un hoyuelo.

Estoy teniendo interés por él, y él lo sabe.

Corté con la conexión de nuestras miradas derramando sangre en el resto de sus heridas cuidadosa de que el frasco no rozara la piel lástima, acariciandola ligeramente con los dedos para que la sangre cubriera y regenerara cada una de ellas. Me sentí abrumada cuando no obtuve una respuesta suya sintiendo únicamente su mirada fija en mi, siguiendo cada uno de mis movimientos.

No sabia si su silencio debía tomarlo como una respuesta o si no quería responderme ya que solo  era una humana como el resto que lo mantuvieron encerrado en este lugar. Pero esperaba que no fuera nada tan grave que amenazara con su vida.

Seria terrible y lamentable saber que después de vivir en un lugar como este, pasar largos periodos en incubación y todavía luchar para sobrevivir a este infierno, terminaran perdiendo la vida por esa maldita afección.

— La probabilidad es baja solo si dormimos en dicha condición—escupió la respuesta  acallando el silencio—. Mejora al tener intimación, o una actividad que produzca rápidamente adrenalina, lo cual es lo mismo.

Una sensación gélida se adueñó de la cima de mi estómago, hundiéndose en la boca de la misma. Me sentí confundida y odié que una parte de mi cerebro se concentrara en hacer preguntas que no tuvieran nada que ver con lo sucedido.

Y es que, que aclarara sobre la adrenalina y la intimación y que ambas eran la misma cosa para lograr el aumento de su temperatura, fue lo que me aturdió.

Estaba diciendo que intimó con la hembra con la que estuvo cuando fuiste mordido, ¿o no?

Pero era muy contradictorio recordando su rostro confuso y lleno de placer cuando su miembro entró en mi interior.

Ese gesto era de alguien que nunca había sentido tal contacto.

Entonces, ¿a qué se refería exactamente con qué la intimación y adrenalina eran lo mismo? A menos que intimara de otra forma...

Sacudí ese pensamiento, más que tratar de buscar una respuesta a algo que no tenía importancia, debía sentirme aliviada saber que había posibilidades para reponerse y seguir con vida. Saber también que no se contaminaría debido a la intensidad de su temperatura, y que seguiría en perfectas condiciones, conmigo...

¿Conmigo?

Mordí mi labio inferior, dejando caer por segunda vez la mirada en la herida de bala, perdida ante mi propio pensamiento en tanto tomaba su ancha muñeca para girar un poco su brazo y seguir sanando el resto de sus heridas. Ese "conmigo" se había sentido más que de compañeros, como si tuviera otro significado. Uno profundo e inquietante, como si él me gustara.

Tonterías, Nastya. Esto es parte de sus feromonas y porque te gustó el sexo con él. Si repites nuevamente ese momento, dejarás de sentirte así, dejaras de sentirte confundida.

Una segunda vez y dejas de atraerme. Sus espesas palabras llenas de fría crudeza produciéndose en mi cabeza aumentó la sensación helada sobre la boca de mi estómago.

¿Por qué de pronto estaba tomándole importancia a sus palabras?

—¿Otra pregunta que quieres que responda? — Y su inesperada voz, con una mortal lentitud y esa desconcertantemente tonada ronca que le acompañó, insertó una descarga eléctrica deslizándose en lo más bajo de mi vientre.

Mis piernas se contrajeron, apretándose con mucha más fuerza contra mi entrepierna.

—Creo que sí, en realidad tengo unas cuantas preguntas más por hacerte.

Me maldije mil veces por el tartamudeo, manteniendo la mirada únicamente en la herida de su hombro izquierdo. Ignorando su penetrante mirada depredadora observándome.

—A ver...—alargué y lamí mis labios antes de llevar la boquilla del frasco para aproximarse sobre la herida en la cima de su hombro y derramar un poco de sangre.

Había otra duda que tenía, y era sobre el agujero en la pared, quería saber si el gas había sido capaz de entrar al área y si nos haría daño.

— ¿De verdad eras virgen?

¿Qué?

Quise cerrar mis parpados y apretarlos con rotunda fuerza solo saber lo que mis labios habían sido capaces de articular.

No pude creer que ganara esa parte curiosa y ridícula de mi cerebro, dejándome tan helada y congelada, con los ojos entornados en arrepentimiento mientras deslizaba mi pulgar delicadamente en la poca sangre en la cima de su hombro izquierdo, sintiendo esa piel ya regenerada y no un inquietante y pequeño agujero.

— No respondas— apresuré a decir—. No era lo que quería preguntarte así que olvídalo.

Aventé y por poco mis palabras no se entendieron.
Y es que podía sentir la intensidad de su mirada tan fijamente sobre mí, empezando a invadir mis músculos de nervios que me hacían temblar, adelantando con deshacerme delante de él.

Quité el frasco de su pecho cubierto de sangre, para, inmediatamente rodear su cuerpo y acomodarme detrás de su espalda, con la mirada temblorosa repasando en esas manchas apenas oscurecidas a lo largo de su espalda que supe que pertenecían a su sangre, antes de clavarla sobre esa ligera herida encima de su omóplato, apenas cerrándose debido a la sangre que esparció frente a su pecho.

Ante el incómodo silencio volviendo a crecer entre los dos, levanté mis brazos y llevé el frasco a derramar sangre sobre esa enrojecida piel. A pesar de que se regeneran, quería derramar más para estar segura de que no le quedaría ni cicatriz.

Y tan solo dejé que la sangre de verde cubriera un poco el enrojecimiento, recosté un par de mis dedos para embarrarla...acariciarla.

—¿Seguiras callando o harás tus preguntas, mujer?

La vibración de su voz, asombrosamente rebotó contra mis dedos, quedé tan atrapada en esa inhumana sensación que hasta los músculos de mi cuerpo se sacudieron bajo la piel.

—Sobre el gas venenoso— alargué y aclaré la garganta—. El agujero estuvo abierto por, quizás, media hora, ¿entró mucho gas?

La normalidad que había adquirido mi voz solo me hizo sentir más ridícula. Él debía estar pensando en lo idiota que era. Pero, ¿cómo se me corría preguntar algo así después de lo que ocurrió?

—No lo suficiente. El área negra es grande, se esparcirá y diluirá su efecto, eso es lo que pienso averiguar en las próximas 10 horas, mientras tanto tu estarás aquí.

Los labios se me abrieron a punto de suspirar cuando volví a sentir la vibración de su voz contra los dedos de mi mano.

—O sea que me quedaré sin hacer nada...—volví a susurrar.

El silencio se abrió pasó y un atisbo de remordimiento repentinamente me removio.

— Lo que dije antes sobre ti y tu genética animal...

—¿Qué ocurre con eso?

—Lo siento—esbocé —. Fui muy grosera contigo al decirte eso. Ustedes son como cualquier otro humano, mejorados, pero al final, son personas con sentimientos.

El silencio volvió sobre nosotros, aubque esperaba que dijera algo.

Mi mano entera terminó recostándose contra su marcado omoplato, reparando en su estructura con mi pulgar antes de recorrer centímetro a centímetro de esa piel tan húmeda y palpitante de calor que conformaba cada espacio de su espalda. La repasé de lado a lado, deslizando mis dedos por su larga línea central, esa que se escondía a partir de los pliegues de su pantalón y ese cinturón con armas enfundadas.

La espalda de Siete era anchan y perfecta, moldeada a esos músculos tan enigmáticos bajo su piel llena de calidez. Un intenso y hechizante calor.

Así era como prefería el cuerpo de un hombre. Sin tatuajes, con toda su piel desnudas perfilando a detalle sus músculos que serían dibujados sin cansancio alguno por mis dedos hasta desgastarse.

Tal y como mis dedos estaban haciendo ahora mismo con la espalda de Siete. Trazando la línea central y los costados de su espalda baja, rozando con los pliegues de pantalón que marcaba ese mar de glúteos.

No dudé en dirigir mis dedos, acariciando la seca tela de su pantalón para dibujar apenas con el roce de las yemas de mis dedos su glúteo izquierdo.

Que glúteos...

Podía sentir su tonificada estructura bajo la palma de mi mano que apenas lo palpó. Mi trasero no era nada tonificado, levantado sí, pero le faltaba endurecimiento. Cuando caminaba podía sentirlo temblar.

Regresé mis dedos a su espalda baja, esa intensa piel que transfería calor a mi mano hasta hacerla sudar. La subí de nuevo por esa línea marcada para acariciar el centro de su espalda, trazarla con mis dedos.

Estaba gustándome esto.

—¿Qué estás haciendo, mujer?

Mi alma entera se regocijo ante vibraciones su voz en el centro de su espalda. Era una sensación tan malditamente encantadora que me daban unas ganas de inclinar mi rostro y recargar mi odio, ordenarle hablar otra vez con tal de sentir su vibración.

—Acariciándote— respondí sin caer en cuenta del gran error que cometía.

De la cueva oscura y peligrosa a la que estaba entrando.

Y suspiré. Una larga exhalación que se cortó cuando esa ancha estructura comenzó a girarse con lentitud dejando no solo mi mano en el aire, sino a mi vista ese par de pectorales tensionados.

Aunque esos músculos no eran los únicos que permanecían endurecidos a causa de mi tacto.

Se me extendieron mis adormilados parpados cuando, al dejar caer esa mirada...

Me encontré con la clara vista de ese agrandado bulto estirando la tela y la cremallera de su pantalón uniformado.

Y jadeé sonoramente, sintiendo como algo se me derretía como mantequilla, en la entrepierna.

—¿Acariciándome? — la ronquera tan engrosada y lentamente peligrosa de su voz emanando delante de mí.

El corazón se me volcó fuera del cuerpo solo para regresar con latidos desbocados y alterados, gritándome insultos por lo que acababa de hacer.

— Sí...— me obligué a mantenerme tranquila, pero ver ese bulto era imposible y fue peor cuando alcé el rostro encontrándome con esos orbes oscurecidos—.  ¿Como se siente? Tu también me acariciaste sin consentimiento después de que la electricidad se fuera así que estamos a mano.

Su ceja tembló y titubeé cuando quise volver a ver su entrepierna. Rapidamente, llevé mi mano sobre la suave caliente de su mano izquierda para abrir la palma, dejarle el frasco con la mitad de sangre restante y cerrarla.

—Toma un poco de sangre para que el gas venenoso que respiraste no te afecte— pedí.

Y dispuesta a no continuar ridiculizarme, terminé con la peligrosa cercanía entre nuestros cuerpos, retrocediendo varios pasos para dar media vuelta y comenzar a dirigirme a los casilleros para cumplir con lo dicho: aunque el objetivo era apartarme de él para controlar mi alteración.

Pero solo clavar la mirada en el suelo y atisbar instantáneamente esa ancha sombra masculina agrandarse debajo de mis pies, me hizo girar en otra dirección, tomar un camino diferente y hacia el baño.

Y saber que esa sombra seguía creciendo frente a mí, conforme me acercaba a la entrada al pequeño cuarto, hizo que mi corazón saltara con locura, invadiendo mi cuerpo de un nerviosismo tan caluroso que hasta comenzaron a sudarme las manos. No me detuve, sin embargo, pero mis pasos se volvieron temblorosos y más rápidos al sentirme alterada, ¡porque él estaba persiguiéndome!

¿Y por qué estaba persiguiéndome?

Un jadeo se ahogó en lo profundo de mi garganta cuando en el momento en que me adentré bajo el umbral del baño, ese brazo manchado de sangre extendiéndose delante de mis ojos y esa mano aferrándose al extremo del marco de madera, me detuvo en seco y a centímetros de que mis labios rozaran contra la piel de su antebrazo.

Se me detuvo el corazón y hasta los parpados se me extendieron solo sentir una intensa presencia inclinándose sobre mi pequeña existencia.

—Mujer... — Y esa voz en tonalidades tan graves y ronca explorando encima de mi cabeza cubierta por el manto, me giró de golpe, subiendo el rostro al instante: una acción de la que me arrepentí con rotundidad cuando me encontré con esa mirada tan enigmática a tan solo centímetros, y esa carnosa boca siendo mordisqueada nuevamente.

Y no respiré en ese instante en que él se acercó para rozar su cuerpo contra el mío, de tal forma que reaccionara y retrocediera con torpeza solo para sentir mi espalda apachurrarse contra el marco de la puerta.

Esa reacción mía hizo que su comisura se marcara todavía más en su retorcido rostro, mientras dejaba que sus orbes viajaran por cada centímetro de mi rostro antes de caer sobre la única mano que había aferrado al nudo del manto como si fuera alguna clase de protección.

Terminé estremecida al sentir la presencia de sus cálidos dedos rozándose sobre los míos, cubriéndolos no solo en una clase de caricia suave sino en un agarre que bastó con un simple tirón para que mi mano soltara el nudo de tela.

Quedé atrapada por la forma en que sus ojos seguían sobre mi mano esa que en ningún momento fue soltada por la suya. Al contrario, siguió sosteniéndola para levantarla y guiarla hacia su rostro... hacia sus carnosos labios.

Esos mismos de suave textura que rozaron contra las cálidas fibras de mis nudillos, enviando una ráfaga tan encantadoramente eléctrica viajando desde la palma de mi mano hasta el resto de mi cuerpo.

Y los besó. Todos mis sentidos se aflojaron, se me olvidó por completo lo que alguna vez me decidí a ignorar y evadir quedando completamente atrapada ante tal y simple acto que con lentitud fue memorizado en mi cabeza.

—¿Estas huyendo de mí? — Los huesos de mis dedos se estremecieron al sentir la calidez de su aliento invadiendo por completo su piel, al mismo tiempo en que se sintieron invadidos por su crepitante voz.

Negué con la cabeza como una tonta, una y otra vez sacudiendo mis cabellos cortos frente a esa mirada reptil.

Estaba muy... pero muy nerviosa, ese beso en mis dedos había sido el colmo que desvaneció mis fuerzas.

—No estoy huyendo de ti— susurré tal aclaración, bastante nerviosa—. Solo iba por agua porque estoy sedienta.

—¿Al baño? — ronroneó.

—Sí— Un cumulo de maldiciones se escupieron en mi interior al responder sin titubeos algo que resultaba completamente una mentira obvia—. Ahí deje la botella de agua...

Esa oscura ceja se arqueó calentando mis mejillas de vergüenza. La manera en que inclinó ni mano contra la cima de su pectoral izquierdo, deslizándola con demasiada lentitud hacia el centro en dirección a sus calientes abdominal, me dejó tan inmovilizada y encantada que ni siquiera pude pestañear.

Quedé poseída al sentir como mis dedos viajaban sobre cada una de esas abdominales tan rotundamente calientes y endurecidos. Se me cortó la respiración y la mirada se me cayó de sus feroces orbes a la parte baja de su estómago donde mis dedos habían sido inmovilizados, rozándose apenas con los pliegues de su pantalón uniformado.

Una ronca y retenida exhalación siendo soltada lentamente sobre mí, me hizo jadear.

—Acaricia todo lo que quieras, mujer— soltó cada palabra con una pronunciada ronquera—. Pero no te marches hasta hacerte cargo de lo que producen tus caricias.

La advertencia tan amenazadora en que soltó cada una de esas ultimas preguntas, sacudieron con rotundidad mi corazón.

Temblequeé, sintiendo el flaqueo de mis piernas ante la presencia inesperada de esos largos dedos adentrándose entre los pliegues del manto, rozando sus nudillos sobre la fresca piel de mis muslos. Los dedos sudorosos de mi mano que habían permanecido sobre su pecho, se deslizaron hacía el costado de su torso para aferrarse con la necesidad de empujarlo y apartarlo de mí, algo que no pude hacer al sentirme tan debilitada delante de esa felina mirada observándome con malicia.

—No obstante, fuiste mi primer coito— sus roncas palabras ni siquiera entró en mi cabeza cuando, ahora, sentí sus dedos deslizándose con caricias tan malditamente escandalosas sobre la desnuda piel de mi muslo—, ¿qué te hizo dudar de ello, mujer?

Mi columna se apretujó con más fuerza al marco, sintiéndome pequeñita cuando su monumental cuerpo se inclinó, a pesar del manto cubriéndome el cuerpo, pude sentir la intensidad de su calor comenzar a invadir la piel de mi cuerpo.

—L-la posición en la que te acomodaste sobre mí...— quise agregar más, pero sentir como centímetro a centímetro fue esparciendo la cálida sensación de sus dedos guiándose a la cara interna de lo alto de mi pierna, hizo que mis músculos se me apachurraran de tensión y una húmeda presencia se abalanzara con más fuerza y desvergonzadamente a esa parte tan íntima de mí.

Mojándome.

Esa parte delicada y tan instantáneamente tensionada que parecía ser el objetivo de sus dedos...

—Eso fue lo que me hizo dudar de tu...—la voz me falló, abriendo mucho mis labios cuando esos dedos no tardaron nada en tropezar con esa zona llena de tanta fragilidad, bastante mojada.

Mis labios temblorosos y apretujados terminaron apretándose para no soltar ni un solo jadeo.

Pero fallé, y en vez de un jadeo, se desbordó de mi boca un gemido al sentir la manera tan tortuosa en que sus dedos se estiraron, pasando de largo los labios de mi entrad, tan sensibles e hinchados.

Mis ojos envueltos en una llama de deseo y éxtasis ante el toque, vieron los suyos fascinados por mi reacción, oscureciéndose de una manera delirante y diabólica, como si le gustara lo que veía y como si estuviera pensando en buscar más.

Y recostó sus dedos sobre la piel de mi abdomen para acariciarlo.

Me volví a desinflar en un largo y entrecortado suspiro solo sentir como esas yemas calidas se paseaban desde mi ombligo hasta los costados de la curva de mi cintura. Estaba torturándome su toque y la manera en que, mientras me hundía de caricias, esos orbes se dedicaban a memorizar hasta la más pequeña reacción en mí.

Me contemplaba tal y como lo hacía un depredador con su presa antes de devorar hasta el último trozo de su cuerpo.

—Que conozca de ella no quiere decir que la practiqué — explicó paulatinamente y con la misma maldita ronquera que solo me empeoraba.

Se me desbocó la respiración al verlo inclinarse de tal forma que su puntiaguda nariz se rozara contra el puente de ni nariz y su frente volviera a recargarse sobre la mía, cerrándome los parpados por un instante solo para grabarme esa sensación que se sentía al tenerlo así de cerca.

No tenía cabeza procesar lo que me estaba diciendo más de lo que esas caricias producían en cada franja de piel en mi cuerpo. Todos esos músculos se apretujaban y se endurecían con cada delicioso toque que me brindaba, con cada caricia en la que me cerraba los parpados para disfrutarlas todas y cada una de ellas.

Apenas pude sentir una pequeña parte de mi gritando con sus fuerzas en lo profundo se mi ser que este no era el momento apropiado, acabábamos de ser atacados y él fue mordido...

Pero esa voz tratando de hacerme reaccionar e intentar escapar, se desvaneció cuando de un momento a otro, esos dedos se deslizaron de mi abdomen. Y sin titubeos, se deslizaron descubriendo con una maldita sencillez toda la piel de mi vientre. Lo peor fue la rapidez con la que se deslizaba en ella y en lo profundo de esa zona solo para descubrir todo ese rastro de piel mojada e inflamada en la que sus dedos se estiraron para cubrir y presionar...

Gemí alto y ronco y a centímetros de esos carnosos labios que se torcieron ante mi gemido lleno del más delicioso placer que aquellos dedos presionándose con lentitud, pero con tanta maldita profundidad, habían provocado en mis entrañas.

Mi cuerpo se sacudió contra el marco y contra su brazo, ese mismo en el que mis manos volaron para aferrarse solo sentir como sus largos y fríos dedos empezaron a mojarse contra mi entrada conforme se movían una y otra vez, sin detenerse. Mis neuronas chillaron cuando por segunda vez se presionaron en una entrañable caricia que sentí como esos dedos palpaban amenazadoramente en la entrada a mi interior: a todos esos músculos palpitando con una exigencia de tener sus dedos dentro, penetrándome.

—Te gusta que te toque aquí — esas palabras ahogadas en un gruñido tan retenido volcaron mi corazón. Ni si quiera pude prestarle atención a la manera en me contemplaba —. Esta parte es la más sensible de tu pequeño cuerpo...

Apreté mis labios y volví a sacudirme cuando se presionaron dos de sus dedos justo en esa apertura tan malditamente palpitante de calor mientras ese pulgar acariciaba mi monte, todos y cada uno de mis músculos se tensionaron y estremecieron para arrebatarme otro jadeo de mis temblorosos labios.

¡Maldición! Mi alma entera chilló extasiada por sus movimientos tan placenteros enviando corrientes eléctricas al interior de mi vientre. Esto era una locura que se sentía malditamente bien. Y sabía bien que no podía permitirlo después de los monstruos que golpearon la pared, mucho menos permitirlo sabiendo que mi atracción por él seguía siendo igual que en un principio antes de tener sexo con él...

Esto no saldría bien para mí.

Sería mi infierno. Mi perdición, mi final si no trataba de apartarme de él.

Un gemido brotó de mi boca con la más deliciosa y entrañable lujuria al sentir esas yemas comenzar a masajear mi frágil botón, poseyendo mi cuerpo poco a poco con esos espasmos placenteros que sus inexpertos dedos estaban creando con sus caricias en esa parte de mí.

Las manos volaron lejos de su brazo para aferrarse a su cadera, rindiéndose ante esos movimientos tan exquisitos.

Siete estaba torturándome. ¿Cómo podía sentirse tan malditamente bien sus caricias? ¿Cómo podía producirme esta sedienta lujuria?

Lo peor de todo era que sabía que no debía permitirme perder de esta manera después de lo que acababa de sucedernos. Hace tan solo una hora él estuvo a punto de perder la vida, fue mordido y perdió sangre, y todavía teníamos que averiguar si el poco gas que entró al área negra nos haría daño o no. Así que esto no podía suceder.

No al menos por ahora.

—Detente...— un gemido se me escapó tras mi jadeante petición, al sentir esos dedos volver a presionaron logrando que hasta mi cabeza se inclinara hacia atrás y se golpeara torpemente contra la madera de la puerta—. Acabamos de ser atacados, sin mencionar lo del gas venenoso...

Esas palabras disminuyeron sus caricias.

Abrí mis parpados tomando ese detenimiento como una oportunidad, necesitada de hallarme con esa mirada y rogarle que se detuviera. Pero solo encontrarme con esa mirada reptil completamente dominada por ese oscurecimiento que reconocí como deseo, me di cuenta de que no iba a detenerse.

No planeaba hacerlo. Él quería seguir.

—Es por eso, mujer...— arrastró y con una sequedad tan extraña siendo soltada a solo pulgadas de mis labios que comencé a temblar con sus nuevas caricias tan desquiciantes de sus dedos—, que voy a terminar con esta atracción.

El calor de mi cuerpo se desvaneció casi de golpe, cuando una piedra de huelo cayó sobre la boca de mi estómago.

Esas crudas palabras que soltó en el piso de incubación volvieron a repetirse en mi cabeza, con esa helada sensación mezclándose en mi tórax. Nuevamente me sentí aturdida por la reacción de mi cuerpo, por esa desilusión subiendo en un sabor agridulce a la punta de mi lengua.

¿Por qué estoy sintiéndome desilusionada?

—Si no termino con esto no podré concentrarme abajo, en cualquier momento estaré olvidando todo para regresar y embestirte como lo hice en ese piso— me desconcertó mucho, la manera en que soltó cada palabra en un tono alargado y engrosado entre sus apretados dientes, como si retuviera un sentimiento.

Un sentimiento desagradable.

No le gustaba sentirse atraído por mí, de eso me di cuenta.

Un vuelco en el estómago, y una sensación de vació apretaron mis labios en una mueca extraña. Mis dedos enseguida no tardaron en presionarse sobre su antebrazo: ese cuya mano se mantenía dentro de mi ropa interior, con la intención de sacarlo cuando una voz en el interior de mi cabeza susurró que detuviera esto. Pero, si lo detenía y decidía apartarme, entonces cada que lo mirara o él se acercará a mí, sus feromonas seguirían torturándome. Seguiría comportándome con una incontrolable exageración que no me gustaba tener.

Tampoco me gustaba sentirme atraída por él.

—¿Y mi atracción qué, Siete Negro?

Mi voz salió con disgusto y rencor, un sentimiento que no pensé que tendría y que escupiría delante de él. Esa quijada varonil se presionó, pero lo que me hizo flaquear, fue la intensidad que adquirió su tenebrosa mirada, sombreándose más debido a la asperidad con la que hablé., por poco haciéndome flaquear.

— Si tengo sexo contigo por segunda vez ...— pausé solo para respirar y llenar mis pulmones con el mismo sentimiento—, ¿se terminará también mi atracción por ti?

Mis palabras solo terminaron por darle un aspecto más tenebroso a la severidad de su atractivo rostro, mientras me estudiaba hasta intimidarme. Incluso la curva torcida de sus labios había temblado, disminuyendo en una larga línea aseverada.

—La atracción sexual no dura mucho— su tono brusco, pero todavía ronco me dejó desconcertada—, mientras se satisfaga en cuanto se sienta, más rápido desvanece.

—¿Cómo estas tan seguro de eso? — aventé la pregunta en un tono serio —. ¿Has sentido atracción por alguien más?

Y mi seriedad tembló inesperadamente al sentir aquella mano que se aferraba al extremo del marco apartarse para deslizarse sobre mi mejilla con una delicadeza tan entrañable que me volví a desinflar en una larga exhalación, y el gesto temeroso y molesto de mi rostro amenazó con erradicarse.

—Así es— su vibrante voz se adueñó de mis oídos, y ese pulgar de mi pómulo acariciándolo con delicadeza—. La diferencia es que eres humana, no tienes feromonas que me afecten como las de una hembra, por lo tanto, se desvanecerá.

Otra vez odié que mi cabeza se concentrara en la pregunta: ¿humana? Entonces, ¿sintió atracción por una hembra? ¿La hembra de su área que no era su pareja?; en vez de la cuestión que realmente importaba: ¿De verdad se desvanecería? ¿En serio dejaré de sentir atracción por él con esta segunda vez?

Quiero dejar de sentir esta extraña confusión.

—Más te vale que esta atracción se termine entre los dos— solté entre dientes, casi en un gruñido frustrado encarando ese par de orbes grisáceos que se mantenían tan frívolos y oscurecidos reparando en mi rostro, sombreados bajo esos mechones oscuros de su cabellera cayendo sobre su frente.

Atisbé la manera en que esa comisura izquierda se arrugaba y ligeramente se torcía en una apenas, visible mueca. Una que desapareció con una extraña severidad, antes de encontrar el ladeo de su rostro, inclinándose unos centímetros más para que esos carnosos labios llenos de la más caliente presencia se palparan contra los míos temblorosos de duda y ansiedad. El solo roce tan delicado de nuestras bocas repletas de dos temperaturas completamente diferentes, me cerró los parpados otra vez.

El corazón volvió a sacudirse detrás de mi pecho, desarmado, entregado a esa tan entrañable caricia de nuestras bocas, sin ser un beso.

—Como ordenes, mujercita.

Y el sensual movimiento de sus labios abriéndose sobre mi boca para apoderarse de ella en un beso lleno de vehemencia, me desinfló en un largo suspiro.

(...)

EMPIEZA EL DRAMA QUEEN!! DEL FUERTE, DEL BUENO, DEL NO TAN CLICHE, O ESO ESPERO...

¿ESTAN LISTOS PARA ESTE REVOLOTEO?

¿QUÉ CREEN QUE SUCEDA EN EL SIGUIENTE CAPITULO?

¿QUIEREN UN BUEN RETO?

¡FELIZ CUMPLEAÑOS BELLA ChrisSuarez9 ! Espero que hayas tenido un bonito día lleno de hermosos momentos❤

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