Caricias insignificantes
CARICIAS INSIGNIFICANTES
*.*.*
(...)
Un estremecimiento sacudiendo hasta el más pequeño de mis músculos, me extendió los parpados con pesadez. Ver nada más que oscuridad, sin vislumbrar ninguna silueta o sombra, estuvo a punto de llenar mis huesos de miedo, de no ser porque recordé que estaba ocultándome debajo del manto y sobre el regazo de Siete.
Aunque eso último era confuso. Solo removerme un poco contra ese torso calientes en el que toda mi espalda y cabeza se recargaban, supe que no me encontraba sobre su regazo. Estaba sentada entre sus piernas, sobre una parte del retrete. Las pantorrillas se me hundían en el agua sin un brazo que las sostuvieran esta vez.
Sumando a eso, la manera en que mi trasero se encontraba apretado contra la entrepierna de Siete, donde un bulto palpitante de calor se alargaba sobre mi trasero.
Era un arma.
Debía ser eso.
Eso quise pensar.
Dejé de prestarle atención a dicha dureza, no podía recordar nada más que esa mano hundiéndose en mi nuca y esa exhalación tan cálida e impecable de aromas humedeciéndome los labios.
Me desmayé. Sí eso era lo unció que tenía sentido porque no pude quedarme dormida.
Removí uno de los brazos que se hallaba sobre mis desnudos muslos para atraerlos contra mi estómago que no dejaba de retorcerse. Inesperadamente terminé encontrándome con la anchura de ese antebrazo rodeándome el abdomen. Detuve el aliento, pero lo que no pude detener fueron mis dedos deslizándose sobre el grosor de esas venas remarcándose bajo su piel caliente.
Era el brazo de Siete. Pestañeé otra vez, sintiéndome estremecida solo reparar cada vez más en su brazo, guiando mis dedos cuidadosamente a esa ancha muñeca y a esa mano amplia aferrada a la curva de mi cintura.
—¿Qué pasó? — la pregunta apenas pudo salir de mis labios, debido a ese extraño cansancio—. ¿Qué me pasó?
Mi propio aliento rebotó contra el manto para estamparse en mi nariz y arrugué el puente ante el desagradable olor que desprendí. Genial, me apestaba la boca también.
—Perdiste la consciencia— su tonada ronca y vibrante siendo soltada tan inesperadamente detrás de mi oreja izquierda, acompañado de la caricia de su cálido aliento, me hicieron respingar contra su entrepierna.
Tan brinco provocó el roce de sus carnosos labios se rozaron en la piel trasera de mi oreja. Pero eso no fue lo único que sucedió y que sentí.
Mi trasero, tras el respingón, se había presionado con una fuerza desconcertante contra ese bulto palpitante de calor, haciendo que cada una de mis neuronas chillaran antes de sentirse explotar en el momento en que aquella boca pegada a mi oreja se apretara para ahogar un quejido ronco y vibrante al mismo tiempo en que la mía escupía un gemido largo e inesperado contra el manto térmico.
Una humedad tan abrumadora se adueñó instantáneamente de mi pelvis contrayendo mis muslos ante la sensación tan excitante en que, aquella tonada ronca y delirante había perforado mi cráneo. Y maldije una y otra vez al ser consciente de que ese bulto inesperadamente endureciéndose, no era un arma.
—Maldición, mujer...— arrastró esa palabra en un tono tan espeso y severo, que me estremeció otra vez.
Mi corazón dio un vuelco tan exagerado solo sentir como los dedos de su mano en mi cintura se deslizaban sobre lo largo de mi curva, repasando con sus llevas mis marcadas costillas expandiéndose debido a mi acelerada respiración...
—No vuelvas a moverte así, ¿has entendido? — la tonalidad demandante de su voz tan apretada como si estuviera deteniéndome un gruñido, no ayudó en nada a las sensaciones que estremecían los músculos de mi vientre.
Menos la manera en que su pecho vibró contra mi espalda dueña de un temblor nervioso. Mordí mi labio inferior mientras soltaba una exhalación entrecortada.
Instantáneamente mi cabeza se sacudió en negación, movimientos exagerados que hicieron que varios de mis mechones se sacudieran.
—Sí, no lo haré—apenas lo solté, tratando de parpadear y reaccionar, pero lo único que terminé haciendo fue tragar, produciendo un nervioso ruido del que me arrepentí cuando le sentí moverse, dejando que mi espalda repasará inconscientemente la dureza de sus músculos que se marcaban tanto por su movimiento como por su respiración—. Tú tampoco te muevas...
Y volví a estremecerse cuando esos dedos tan tibios y suaves se deslizaron sobre la humedad piel de mi frente en una clase de caricia para recostar la palma de su mano.
Mi garganta amenazó con construir un jadeo a causa del calor de su piel logrando que se impregnara en mi frente una clase de descarga eléctrica que me sacudió hasta la última neurona.
Suspiré cuando ahora era el dorso de su mano deslizándose a lo largo de mi sien hasta mi mejilla derecha. Se sentía tan desconcertantemente bien que por un momento los parpados se me cerraron.
—La fiebre no ha cesado— soltó, leve, marcado y a tan solo centímetros de mi mejilla. Mi cuerpo entero disfrutó de la vibración en su pecho por segunda vez—. ¿Tienes idea de por qué?
Negué, esta vez, en un ligero movimiento de la cabeza, prisionera de ese dorso que dejaba de repasar mi piel para ahuecar mi mejilla derecha y hundir sus dedos por detrás de mi oreja en una clase se agarre que me inclinó la cabeza hacía atrás, haciendo que mi nuca se recargaba contra uno de sus hombros para luego sentir como esos dedos torcían mi rostro hacía alguna parte de la oscuridad.
Me di cuenta, cuando mis parpados se abrieron y repasaron toda esa inquietante oscuridad delante de mí, que él había torcido mi rostro hacía el suyo... Podía sentir esa mirada depredadora analizándome en alguna distancia sobre mí.
—Q-quizás porque no he comido nada—No supe porque soné bastante dudosa y quise negar, pero fui incapaz de mover mi cabeza fuera de su hombro y torcerla lejos de donde sentía su fija mirada examinándome a solo centímetros—. No, creo que fue por toda el agua que tragué en el sótano.
Había tomado mucha y probablemente me estaba dando una infección, por eso los retorcijones. Terminé extendiendo con fuerza los parpados tras prestar atención al estrujador silencio que cubría absolutamente todo del otro lado del manto térmico. Nada. No sé escuchaba nada. Ni siquiera los gruñidos de las bestias o algún material crujiendo o tela siento rasgada.
— ¿Se fueron? —aventé la cuestión en un susurro, refiriéndome a las bestias. No escuchar nada, hizo que mi voz tuviera un ápice de emoción al repetir la cuestión: —. ¿Las bestias se fueron?
Asó parecía ser. No había ningún ruido fuera del manto térmico y pasó tiempo desde que nos ocultamos, por lo tanto, debieron cansarse de buscarnos y fueron en busca de otra presa.
—No, existen cuatro vibraciones más en el corredizo —su voz salió como si se hubiese apartado de mi rostro y eso desconcertó un poco.
Me abrumó, debía ser una maldita broma. Estaba todo tan silencioso, ni siquiera escuchaba el más mínimo ruido. Ya habían pasado varias horas sin contar las que debí permanecer inconsciente. ¿Cuánto más tenía que esperar? Debía escapar de él y cambiar mi fisio.
— Mujer, deja de acariciarme.
Un estremecimiento se asomó en mis huesos con las tonalidades graves de su voz y hundí el entrecejo. Un segundo quedé confusa, hasta que me di cuenta de que mi mano, la cual había dejado todo este tiempo sobre su antebrazo, se hallaba acariciando los músculos de lo alto de su brazo, inconscientemente repasando con lentitud la manera en que cada uno de ellos se entallaban bajo su piel. ¿En qué momento?
—Lo siento—me arrepentí de la disculpa y aparté mi mano de su brazo.
Sentí un hormigueo de calor expandiéndose por toda la piel de mis mejillas, avergonzada y desconcertada por mi acción. Sin poder aguantarlo más, rompí con el agarre de su mano en mi mejilla tras empujar mi cabeza lejos de su hombro. Quise hacer lo mismo con mi espalda al empujarla hacia adelante y también con mi trasero porque necesitaba dejar de sentirme apretada a su entrepierna. Pero tan solo lo intenté ese brazo tan firme rodeándome la cintura y esos dedos apretándose a la curva de la misma, me lo impidieron.
—Suéltame— escupí, aunque en un tono bajo.
Tiré de su brazo y la mano presionó mi cintura con tanta fuerza que gran parte de mi espalda volvió a pegarse a su torso.
Jadeé, y no por su intenso calor volviendo a invadir la piel de mi cuerpo para desvanecer el frío que sentían mis huesos. Sino tras sentir como esos carnosos labios se inclinaban para rozar la fría piel de oreja izquierda.
—Te mantendré en esta posición así que quédate quieta—ronca, así fue como se escuchó voz tras nombrarme con marcada lentitud, amenazando con crear un jadeo en mi garganta—. Tus movimientos podrían llamar la atención de las bestias.
Y nuevamente la piel húmeda de sus labios se apartó de mi oreja, dejándome temblorosa y con la mirada perdida en toda esa oscuridad delante de mí.
—¿Cuánto más tendremos que esperar? —me cansé—. ¿No ha pasado mucho tiempo? Deberíamos hacer algo, son cuatro, si me das un arma podríamos combatirlas.
—No gastaré balas en criaturas que tarde o temprano cederán solo por una humana que no soporta el encierro— arrastró, su tono repentinamente espeso.
Odié la manera en que su exhalación me hacía sentir cuando tocaba la piel de mi rostro y quedé frustrada, así como imponente. Estaba siendo muy difícil para mí estar atrapada y esperar a que el tiempo y la suerte te dieran otra oportunidad de sobrevivir. Endurecí con la presencia de sus dedos recostándose tan entrañablemente en la piel de mi mejilla. Arrastré el aire por poco soltando una maldición entre mis temblorosos labios cuando su pulgar empezó a acariciar mi mejilla.
Una caricia insignificante...
—Si tu temperatura no disminuye, tendremos que buscar con qué hacerla bajar— no esperé esas palabras, menos envueltas en el mismo tono espesante.
Los labios se me alargaron en una clase de mueca, una que tembló cuando su pulgar comenzó a triturarme los nervios por la manera tan suave en que repasó la piel.
— ¿Te preocupas por mí? — inquirí, pero de manera burlona. Cerrando un momento los parpados al sentir el movimiento incomodo de una de mis lentillas.
—¿Preocuparme? — pestañeé tras escuchar la manera burlona en que había soltado esa pregunta—. Tu vida me es indiferente.
Arrugué los labios, no esperaba que eso me molestara.
—Si te soy indiferente, ¿por qué quieres bajar mi fiebre? — susurré—. No tiene sentido lo que haces y dices.
—¿Segura, mujer? — arrastró con tanta crudeza que me dejó casi helada—. Las temperaturas altas atraer contaminados, te volverías una carga para mí si no bajo tu fiebre, de otro modo tendría que dejarte atrás.
Qué desagradable experimento. Estrellé la mano en su ancha muñeca antes de tirar de ella al mismo tiempo en que incliné el rostro del lado contrario para que dejará de tocarme la mejilla.
—Vaya, ¿qué crees? En este momento ya soy una carga para ti—comenté en un tono sarcástico—. Entonces, ya vas a dejarme, ¿cierto?
Y su mano se movió, hundiéndose con tanta fuerza en mi nuca para sujetarme en un agarre que me inclinó todavía más la cabeza hacía atrás, lo suficiente como para ser capaz de sentir su cálido aliento exhalándose sobre mis labios.
—¿Tanto quieres que eso suceda, humana? — ahogó entre sus dientes su retenido gruñido, estremeciéndome con rotundidad—. Cambio de planes, la única manera en que te dejaré será si estás contaminada o si intentas escapar otra vez. Y si una de esas dos cosas pasa, Nastya, te mataré.
Eso me hizo tragar otra vez con notable fuerza.
—Creí que eras hombre de palabra—me burlé saboreando la amargura y tratando de no mostrar el miedo que su advertencia había inyectado en mí—. La única manera de bajar la fiebre es con medicamento, ¿crees que vamos a tener tiempo para buscarlos?
—Hay una enfermería no muy lejos de aquí— Eso de algún modo me tomó por sorpresa—. Nos detendremos ahí.
Comencé a sentir una fuerte ansiedad, no sabía qué haría, pero de algún modo tenía que ideármelas y escapar de él.
Tal vez yendo a la enfermería pueda tener mi oportunidad y dejarlo atrás.
(...)
Siete informó que ya no sentía ninguna temperatura y para confirmar sus sospechas abandonó el manto térmico dejándome a mí sola, en el baño, cubierta mayormente por la pesada tela.
Desde entonces me mantuve junto al lavabo con la mirada fija en su ancha espalda y en la manera en que las venas se le remarcaban en los brazos conforme cargaba el tocador hasta retirarlo de la entrada. Se incorporó con esa firme y sombría imponencia y presté atención por la lentitud en la que movió su rostro a lo largo de cada una de las paredes. Revisaba el perímetro, esperaba que no encontrara temperaturas.
Tallé los parpados, los cuales me ardían, antes de apartar la mirada y observar todo ese montón de pedazos sintéticos de poliéster flotando en el agua, así como otros pedazos de tela engrosada, dándome una idea de lo que esas bestias habían destruido de la habitación. Mi cama; el colchón y las almohadas.
Acerqué con cuidado mi cuerpo al lavabo y me sostuve cuando con esos pasos sentí que el suelo se me movía. No me sentía muy bien y respiré hondo antes de alcanzar la ropa y la mochila trayéndolas a mi estómago. Al instante escuché como el recipiente de lentillas que había olvidado guardar caía al agua y se hundía en ella.
Iba a inclinarme y alcanzar el pequeño estuche hasta que...
—Termina de cambiarte...—su espesa voz proviniendo bajo el umbral, me retiró la mirada del agua para encontrarme con esos orbes platinados sombreándose desde el umbral—. Te daré un minuto.
Se giró sin siquiera esperar a que dijera algo, dejándome mirar como su enorme silueta desaparecía de mi vista tras cruzar el umbral, desapareciendo de mi vista.
Miré una última vez el agua donde había caído aquel pequeño material, perder unas lentillas no me afectaría en nada, tenía dos más guardados y con eso me bastaba. Salí a la habitación mirando el desastre que las bestias dejaron. Se habían tomado su tiempo para destrozar todo lo que pudieron, incluyendo el resto de la ropa en el armario.
Miré de reojo a Siete, estaba detenido junto a lo que antes era mi ama, con la mirada en los restos del pasillo y un arma entre sus manos, listo para cualquier cosa. ¿Cómo escaparía de alguien que puede sentir hasta mi más mínima vibración? Sería todo un misterio.
Deslicé el manto térmico fuera de mi cuerpo antes de colgarlo en la cima del armario y dejar la mochila para tomar los shorts: esos que recordé una vez utilizar para ir a dormir con Dimitry.
Una exhalación escapó de mis labios y miré el callar en mi cuello, debería deshacerme del anillo. ¿Qué sucedería si me reencontraba con él? Si lograba salir a la superficie, sabía que me encontraría de nuevo con los hombres que me lastimaron y esos bastardos que me traicionaron. Aunque posiblemente no me reconocería una vez cambiara mi aspecto.
Estaba pensando en lo que sucedería al salir del laboratorio, pero no en una manera de escapar del experimento o convencerlo de algún modo para que me dejara ir. Nada venía a mi cabeza con claridad, y era por culpa de esta fiebre.
Me coloqué el camisón que trasparentaba mi brasier antes de inclinar parte de mi cuerpo y comenzar a ponerme los pantalones cortos, no fue sino hasta que los deslicé en la cima de los muslos que esa sensación de estar siendo observada me envió la mirada al pasillo, quedando atrapada por esos diabólicos orbes platinados al pie de mi cama.
Un calor tan escalofriante se implantó hasta en el último poro de la piel de mi rostro. Su mirada bestial se mantenía en movimiento a lo largo de mi cuerpo y con una lentitud tan estremecedora que amenazó con acelerarme el corazón.
Le retiré la mirada para tratar de ignorarlo y terminé de abrocharse los shorts que ocultaba la mitad de mis muslos y, tomar la mochila para colgarla en mi espalda.
—¿Por qué no te has puesto calzado?
—Porque esas cosas destrozaron mis zapatos—aclaré en seguida, antes de alcanzar el manto y cubrir gran parte de mi cuerpo, haciendo un nudo para que no se me cayera—. Ni siquiera me dejaron calcetines, ¿tú crees?
Eso último lo solté en broma y me volteé, creyendo que me encontraría de nuevo con esos orbes grisáceos, pero no fue así. Él estaba de espaldas, prestando atención a los restos.
Comencé a caminar en su dirección, lista para dejar mi habitación, lista para dejar el bloque de habitaciones y lista para averiguar cómo escaparía de alguien con tantas habilidades como él. No podía dejarlo sospechar más de mí, tenía que tener cuidado de no actuar extraño y huir de él en el momento en que no se lo esperara.
Paseé la mirada por todas las armas que se enfundaban en su grueso cinturón, sintiéndome ansiosa y necesitada de tomar una de ellas una vez terminé de acercarme a él.
—Quiero un arma—las palabras desbordaron con seguridad de mi boca.
Un chasquido suyo me tensionó y se volteó con emitiendo esa grandeza temible e imponente que tomaba intensidad con su siniestra mirad la cual me empequeñeció.
—Solo seremos nosotros dos— dije tratando de permanecer firme—, así que lo más inteligente es que me des un arma para defendernos.
Sin desvanecer esa potente frialdad, apretó su comisura izquierda movió uno de sus brazos para desenfundar el arma que me extendió.
Alcé las cejas y no pude creerlo, ¿en serio me la daría?
—Lo más inteligente es que permanezcas a mi lado sin hacer más tonterías —entendí su advertencia la cual me angustió.
Sigue sospechando de mí.
—Tómala—ordenó en un ápice espeso, haciendo un segundo movimiento de su mano para invítame a tomar el arma—. La tendrás hasta que salgamos de aquí.
Tragué y antes de sujetar el arma dejando que mis dedos se rozaran en sus cálidos nudillos.
—No desperdicies municiones.
—Tranquilo señor arrogante—revisé que el silenciador estuviera bien puesto y el arma cargada antes de quitar el seguro —. He pasado la mayor parte del desastre sobreviviendo sola, sé cuándo se necesita gastar una bala y cuando no.
—Entonces camina — aseveró y no le di una mirada —. Iremos a la enfermería.
(...)
Las farolas no dejaban de parpadear, la electricidad en todo el laboratorio parecía a punto de dejar de funcionar, amenazando con desplomarnos en una absoluta oscuridad.
Era un hecho que tarde o temprano sucedería. Y además de las luces, lo que también perturbaba eran las numerosas grietas en el techo. No me gustaba para nada el aspecto escalofriante que daban, como si en cualquier instante estuvieran a punto de colapsar, dejando caer todo un montón de piedras, tuberías y agua. Sabía por qué estaban tan dañadas, solo ver como de varias fisuras pequeñísimas gotas caían y golpeaban el agua a nuestro alrededor produciendo un eco casi estremecedor.
El otro amenazador problema, era el agua. Había aumentado, ahora ya no solo hundía nuestras rodillas como al principio en que salimos con el grupo de Siete. Hundía casi la mitad de mis piernas, haciendo que mi caminar fuera un poco más lento de lo que ya lo era debido a la debilidad que sentía.
Eso quería decir que duramos bastante tiempo debajo del manto.
Apreté el arma en mi puño mientras me limpiaba el sudor de la frente antes de soltar una cansada exhalación. Decidí apartar la mirada del techo para mirar la espalda de Siete frente a mí.
Su perfil varonil desaparecía de mi vista cuando las farolas se apagaban unos cuantos segundos. Segundos que a veces parecían eternos y suficientes para inquietarme las manos: esas que, por momentos, sentían la necesidad de estirarse y aferrarse a alguna parte de él.
No hacía tan solo casi una hora que abandonamos la habitación y tomamos el camino que él y el resto del grupo — el cual aposté que ya había salido a la superficie—marcaron en dirección al comedor.
Dejamos muy atrás los bloques de habitación atrás y ahora buscábamos una división de pasillos que llevaban a los baños y duchas públicas. En ese lugar, se hallaba también una de las salas médicas que Siete mencionó y e. La cual nos detendríamos. Aunque a apostaba que se encontraría destruida como muchas otras partes del laboratorio.
Había otro problema aquí, además. Todavía no podía pensar en un plan para escapar de él, y siendo sincera, teniendo tanto cansancio, no podía intentar hacer nada.
Sentía un profundo agotamiento, y eso que no llevábamos horas caminando. Los músculos me pesaban, me sentía bofetada y desorientada, y por momentos sentía que arrastraba las piernas.
Escapar o tratar de persuadirlo de dejarme ir, o también, inventar alguna mentira medianamente verdadera para que me dejara ir, no era la mejor de las ideas. Así que me prometí que una vez dentro de enfermería, pensaría en algo.
Mientras tanto, tenía que esperar a su lado...
Cerré mis parpados un momento tras sentir el leve movimiento de las lentillas sobre mis ojos, pinchándolos de ardor. Llevé una de mis manos desocupadas para tallar levemente esa zona adolorida y cansada debido a la fiebre y debido a la irritación provocada por esos pequeños materiales.
No quería saber qué sucedería si las dejaba por más tiempo en mis ojos, pero, no podía quitármelas delante de este experimento. Así que esperaba que el baño de la sala médica o los baños públicos, estuvieran por lo menos intactos para cambiarme las lentillas. No me tomaría más de un minuto así que sería algo de lo que él no sospecharía.
Me obligué a salir de mis pensamientos, cuando al abrir los parpados nuevamente y fijar la mirada hacia adelante...
Una montaña de piedras, arena y tuberías estropeada el camino a frente a nosotros.
Me detuve en seco y no fui la única que se detuvo, Siete también lo hizo. Un momento endureció la mirada bajo la sombra de su casco militar antes de alzar su rostro con severidad y estudiar los escombros.
Yo también hice lo mismo, estremecida tras reparar una y otra vez en esa montaña que pertenecía a un derrumbe en el techo. Los escombros no sobrepasaban la altura del pasillo, por lo tanto, podríamos escalarlos sin dificultad y cruzar al otro lado. Sin embargo, había un problema, y eran esas tuberías que colgaban del techo, balanceándose a los costados mientras de ellas salía un chorro de agua como cascada.
— ¿Esto estaba antes? —me animé a preguntar y a pesar de que mi voz baja no se escuchó tanto debido al ruido del agua sabía que él me escuchó—. Tú grupo y tú...
—No— aclaró con dureza —. No tiene mucho que esto sucedió.
No volteé a mirarlo, simplemente quedé analizando toda esa pila de material y toda esa agua limpia golpeando la montaña de escombros, produciendo un estrujante ruido que me hizo lanzar una mirada de inmediato detrás de mi hombro, revisando todo el camino que habíamos dejado atrás. Ese mismo que se hundió en una horrenda oscuridad antes de iluminarse otra vez.
Estaba despejado, por lo menos despejado de criaturas terroríficas.
Los sonidos suaves como estos no abren contaminación. Me repetí antes de volver a Siete quien se dirigía a los escombros.
Verlo levantando el arma con silenciador y acercarse con lentitud a los escombros donde una que otro material terminaba resbalando, me hizo levantar la mía también. No me moví del lugar, permanecí atenta, vigilando los metros que crecían entre nosotros conforme él esa inquebrantable seguridad. Se detuvo al pie del derrumbe antes de levantar su rostro al techo donde yacía un enorme agujero.
Agujero. Ese pensamiento golpeó mi cabeza. Apenas podía verlo debido a las tuberías, pero una parte de mi aseguraba que tenía la misma forma que el resto de los agujeros esparcidos en todas partes del laboratorio.
Esos agujeros fueron escarbados por los parásitos. Lo que quería decir que un parásito provocó este derrumbe y, seguramente estaba dentro, escarbando todavía más.
No, había mucha calma alrededor y Siete no parecía percibir ningún extraño movimiento o temperatura en el corredizo. Me tragué las palabras cuando levantó el arma apuntando al interior del agujero. El modo en que mantuvo su mirada severa me hizo morderme el labio.
Por instinto di un paso atrás, sería tonto intentar tomar esta oportunidad para escapar de él sabiendo sus habilidades, pero debía actuar cuando antes o sería demasiado tarde. Además, estaba apartado de mí y yo tenía un arma. Di un segundo paso y no verlo voltear, me hizo dar dos más cuidadosa de no hacer ruido en el agua.
Estuve a punto de seguir retrocediendo, pero entones se volteó con una rotunda velocidad deteniéndome la respiración cuando al penetrarme con la bestialidad de sus orbes, empuñó el arma que apuntó en mi dirección.
Y disparó una, dos y tres veces.
El horror rasgó mis huesos dejándome en shock y aunque el sonido del arma fue amortiguado por el silenciador, ese chillido tan perturbador alzándose detrás de mí me palideció. Un estruendo en el agua me mantuvo todavía con la mirada clavada en esos orbes repites que se mantenían observando detrás de mí. Me di cuenta de que Siete disparó a una criatura y giré.
Con el temblor invadiéndome, recorrí al parasito gelatinoso apenas flotando en el agua a poca distancia de mí, con todos sus tentáculos negros esparcidos y amontonados a centímetros de mis piernas. Solté la respiración entre sorprendida y aterrada. ¿En qué momento venía hacia mí? Nunca lo vi cuando volteé a revisar el pasillo, mucho menos lo escuché.
De nuevo estuve a punto de morir si no fuera por él... Otra vez me salvó y que estuviera dependiendo de él comenzó a preocuparme.
—Deja de mirar—su voz marcada y firme, levantándose detrás de mí. había sido soltada en un tono alto que por poco me hizo respingar—. Ven.
Asentí, revisando una vez más la criatura y el pasillo antes de voltearme. Apresuré mis pasos para apartarme rápidamente del cadáver y acercarme con necesidad a los escombros donde Siete se hallaba con el arma apuntando el resto del camino detrás de mí.
—Trepa primero— ordenó, cuando llegué junto a él. Su mirada nunca abandonó el camino donde se hallaba el cadáver del parásito.
Ni siquiera lo pensé dos veces y enfundé el arma antes de llevar las manos a aferrarse a un par de rocas firmes bajo todo el lodo y materia. Empujé mis piernas para subir sobre el primer montón de material, y apenas hice un segundo esfuerzo para llegar a lo más alto, caí de rodillas sintiendo como las manos se me hundían en el lodo.
Una inquietante pesadez se adueñó de mi respiración, volviéndola más pesada y más hueca. Me sorprendió sentirme tan cansada a pesar de que la montaña de escombros no era para nada alta, ni mucho menos difícil de trepar.
Respiré hondo tratando de relajarme antes de incorporar un poco mi cuerpo, lba a empezar a moverme cuando algo llamó mi atención, ladeándome el rostro para revisar el resto de los escombros. Siete terminando de subir también y lo había hecho con una extrema facilidad que me desconcertó.
Me pasó de largo, di una rápida mirada al pasillo que dejábamos atrás antes de imitarlo y apresurarme a moverme, aunque era un tanto difícil debido al lodo. Lancé una mirada a los tubos que colgaban sobre mí y a ese espacioso agujero, recé porque ningún parásito saliera de ahí. Fue un milagro que Siete lo sintiera antes de que me atrapará.
Ahora que lo recordaba, nunca le agradecí.
Continué moviéndome sobre el lodo hasta lo más alto, toda el agua de las tuberías empezó a cubrirme el cuerpo y bajé el rostro al sentir toda esa presión golpearme.
Se sentía como si tomara una ducha instantánea.
En cuanto salí de la cascada, revisé nada el siguiente pasadizo que se alargaba frente a nosotros antes concentrarme en la imponente masculinidad del experimento que bajaba la pila de escombros, aterrizando de un movimiento en el agua.
Todo su cuerpo estaba empapado.
Y si antes su uniforme marcaba algunas partes de su musculoso cuerpo, como su torso y sus muslos, ahora y debido al agua, cada pequeña parte de su complexión, era dibujado perfectamente debajo de toda esa tela empapada.
Demonios.
Podía ver claramente como las areolas de sus pectorales se marcaban a loa costados del chaleco antibalas, conforme respiraba con lentitud.
Además de esas abdominales artificiales que también se marcaban por el movimiento. Todo su varonil cuerpo había tomado muchísima más forma que antes. No quería imaginar cómo se vería desnudo este hombre.
Sería como ver una obra de arte hecha por las mismísimas llamas del infierno.
Una inquietante curiosidad se insertó en mi mirada cuando la dejé resbalar por encima de sus glúteos. Fue inevitable no lamerme los labios al reparar en esa forma tan endurecida de su trasero marcándose perfectamente bajo el uniforme.
Que trasero... Demonios, que trasero.
La envidia de toda mujer estaba plasmada en el firme trasero de ese experimento.
¿Y por qué se le marcaba tan perturbadoramente bien? ¿A caso no tenía puesto un bóxer? El trasero se le marcaba tanto que parecía solo llevar puesto esos pantalones oscuros y uniformados.
Un estremecimiento tan caluroso se adueñó de mis músculos para sacudirlos cuando ese cuerpo se giró y esos orbes platinados se pusieron en mí.
Más que avergonzarme por ser descubierta comiéndomelo en el momento menos indicado, caí en cuenta de que algo estaba mal en él.
Solo reparar en todos esos mechones mojados acumulándose desordenadamente sobre su cabeza, uno que otro apenas colgando de su blanca frente, me di cuenta de que se había quitado el casco militar: ese casco que colgaba de una de sus manos. ¿Y en qué momento lo hizo? Debió ser mientras le miraba su trasero, porque cuando lo vi trepando los escombros, todavía lo llevaba puesto.
Quedé en suspenso, y es que esa desordenada cabellera le daba un aspecto mucho más perturbadoramente intenso y enigmático. Mis dedos tuvieron una inquietante necesidad de construir con caricias esa escultura tan radiante y tan... aterradoramente atractiva.
Santo. Jesús.
— Baja—su orden escupida con tanta adversidad me hizo pestañear como reacción, teniendo unas horribles ganas de abofetearme por mi inusual trance.
Ni con Dmitry me había quedado como idiota.
Reaccioné, llevando uno de mis brazos a limpiar las muchas de gotas que resbalan de mi rostro con incomodidad, y tras acomodar un par de mechones detrás de mi oreja y ver como él volvía a colocarse el casco encima, comencé a sacar mis pies del lodo para bajar cuidadosamente.
La bajada de este lado no se veía más complicada que subir, y aunque los escombros no eran altos, el suelo se me movió. Me moví y fui cuidadosa de no pisar los trozos de metal picudo que sobresalían entre los escombros. Tenía infección estomacal, lo menos que quería era cortarme con un metal oxidado. En menos de nada estaba terminando de bajar y hundiendo una por una mis piernas en el agua.
Sacudí de inmediato el manto térmico y mis piernas cuando la cantidad de lodo embarrada antes de sacar el arma del bolsillo y subir la mirada en busca de Siete...Y me congelé, sintiendo los músculos contrayéndose cuando lo encontré a él viniendo en mi dirección.
Así y de la nada, otra vez estaba eliminando la distancia entre nosotros.
Me perdí de nuevo en esas facciones tan estremecedoras siendo recorridas todavía por una que otra gota de agua, y el corazón dio un vuelco nervioso por la manera en que esos orbes diabólicos y frívolos se deslizaron en mi rostro una vez que se detuvo a tan solo un paso de que nuestros cuerpos se rozaran.
Contuve un jadeo cuando inesperadamente esos dedos deliberadamente se recostaron sobre la mojada piel de mi mejilla. Los parpados se me cerraron contra mi voluntad al sentir la manera en que el calor de sus dedos abrazaba de maravilla mi piel en una delicada caricia para hacerme respirar profundamente y suspirar. Desinflándome delante de él, delante de esa mirada de plata gélida que terminó hundiendo mi entrecejo, una pisca de confusión me tocó, porque a pesar de no haber expresión en su rostro, siguió recorriendo centímetro a centímetro del mío como si también estuviera dibujándome.
—Ya no me siento tan mal como antes— apresure a decir, antes de lamer mis labios. Un movimiento que esa mirada diabólica atrapó para observarla detenidamente.
—No es suficiente para mí— soltó en una aclaración ronca. Volví a estremecerse con el nuevo camino que tomaban sus dedos encima de mi frente para sentirlos apartar un pequeño mechón de mi cabello que terminó acomodando detrás de mi oreja —. Iremos a la enfermería, luego te sacaré de este maldito laboratorio.
(...)
Oh por Dios. Siete no deja de tocarla y Nastya ya tiene un arma. ¿Qué creen que sucederá en el siguiente capítulo?
Epero que les haya gustado el capitulo bellezas.
Cuidense muchisimo!!
LOS AMOOO!!
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