Bella durmiente

BELLA DURMIENTE

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(Drama queen, tengan listo sus clinex y el bate)

Hay un pequeño reto abajo.

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Siete.

Sus labios dejaron de moverse, entreabiertos y con una capa de saliva derramándose de su comisura.

Una torcedura se apoderó de la parte izquierda de mi boca, la humana se había quedado dormida y entre los dedos que le sujetaban su quijada manteniéndose en una posición incómoda.

No era de extrañarse, siendo tan pequeña, con los orgasmos que le di era suficiente para arrebatarle las fuerzas. Que interesante que se quedara dormida dejando inconcluso su susurro cargado de miedo.

Pero no resultaba difícil completar sus palabras, las cortó de modo que me resultara sencillo saber el resto.

Temo que al despertar te sienta lejos.

La curva en mis labios disminuyó, el calor en el centro de mi pecho me tomó inadvertido como el endurecimiento de mis músculos cuando su susurro temeroso repitió la frase entera.

Sentí la tensión apretarme la quijada ante las sensaciones desconocidas atascándose en el tórax. Primero sus besos dulces y sus lágrimas demostrando sus sentimientos, y ahora el temor de tenerme lejos de ella.

Interesante. ¿Desde cuándo me deseó junto a ella? Hacia días atrás quería escapar de mi.

Rocé el agarre de mis dedos alrededor de su quijada para alzarle su rostro. Algunos mechones de su flequillo se le levantaron dejando esa frente apenas amplia a la vista contorneando con su rostro ovalado y delgado.

—No te aferres a la bestia sin conocer sus oscuros secretos— susurré entre dientes. Se estremeció contra mi cuerpo cuando mi propio aliento humedeció sus labios por los que absorbió la saliva.

Los dientes me crujieron sintiendo la tensión en mis músculos remarcándose bajo la piel cuando las suaves yemas de sus delgados y tibios dedos se deslizaron a lo largo de mi abdomen aferrándose al costado de mi torso.

Inconscientemente se abrazaba a mí con el mismo temor con el que susurró sus palabras, y lo tensionado que me dejaron sus dedos poniendo un poco más de fuerza en mi torso, apretaron mi mandíbula.

Puse un poco más de fuerza en el agarre, arrebatándole apenas un gemido alargado y de queja, formándole una arruga en la frente y un puchero en los labios que la detalló.

Hasta con puchero era exquisita y ver que ese hecho me hipnotizaba solo empeoró mi estado.

Solté su mentón, su rostro delgado terminó recargándose sobre la cima de mi pecho, cabizbajo y manchando con el desliz de su babeo la piel del pectoral.

Removió su cuerpo alargando un gemido y estrechándose contra mi torso, aferrándose a mi calor como si viviera de él.

Su piel haciendo fricción y la imagen de su pequeño cuerpo moldeándose al mío me dejó inmovilizado, fue como sentir otra clase de hechizo cayendo sobre mí, abrazando la piel con estremecimiento y acelerando el órgano que palpitaba debajo de su rostro.

El tamborileo me dejó aturdido por primera vez, sentí ironía ver que la humana que soltó los parásitos dormíera en los brazos del experimento que deseó verla morir de la peor forma.

Debía admitir que, si antes no la imaginaba contra mi pecho durmiendo plácidamente, ahora lo hacía, y poco era decir que la imaginaría cientos de veces si fuera necesario. Era insaciable lo que provocaba y adictivo lo que me hacía experimentar, el efecto que la humana tenía sobre mí era tanto que me contradecía.

Ni la hembra por la que sentí atracción pudo tenerme tan prendido y atrapado como ella, experimentando lo que otras veces me desinteresó.

Perdí los sentidos en las palpitaciones lentas y profundas detrás de su pecho, su órgano dejó de
contraerse tal como lo hizo cuando soltó sus preguntas, y los espasmos aumentaban a medida que respondía un no.

Tal respuesta no fue porque no me interesara responder, un no era lo obtendría de mi al hacer preguntas sobre mi pasado, porque no crecí con gustos, crecí con odio y rencor.

Todo lo vi perverso y malicioso, lo único que tenía claro era que debía que sobrevivir para no ser triturado, sometido a castigos y tener la libertad que se me prometió.

Misma que nunca tuve.

Llegar a la etapa adulta, cumplir sus requerimientos, ser emparejado sin decisión y enviado a un bunker con habitaciones no era libertad.

—No...

El quejido de la humana y su cuerpo contrayéndose atrajo la mirada a su pequeño rostro, evalué el fruncir de sus cejas castañas y el temblor en sus labios carnosos apretándose con miedo. Se trataba de otra pesadilla.

Nastya no dejaba de tenerlas desde la primera vez que la encontré en el sótano, incluso en mis brazos tras horas de salvarla tuvo una, y sobre ese sofá otras cuantas. Las pesadillas la envolvían siempre que dormía, ni su conciencia la abandonaba cuando su cuerpo desfallecía en el cansancio.

Después de todo, esta pequeña fue la causante de lo acontecido en el subterráneo, y no conociendo nuestro aspecto hacía que la tortura de la culpa creciera más.

De todos ella era la más culpable, pero inquietantemente la más inocente también.

No importaban sus motivos de por qué vino al subterráneo y los engaños en los que cayó, el resultado la culpaba de las muertes tanto en este lugar como las del exterior. Lo buena e inocente que terminara siendo a nadie le interesaba, no perdonarían su ingenuidad.

Ni ella misma se perdonaba por mucho que se arrepintiera.

Su fuerza de voluntad para no tentar contra su vida me tenía impresionado como lo mucho que luchó por escapar para cambiar su aspecto y salir ilesa tal y como lo suyos intentaron hacer.

Aun siendo consciente de su envenenamiento, y siendo abandonada por mí, siguió luchando por sobrevivir. La fuerza en esta humana era más que la de ningún otro experimento.

Como ella nadie.

Terca, testaruda, fuerte, maliciosa e inteligente, pero ingenua.

Todo le costó por su ingenuidad.

Acaricié su sien derecha, recogiendo con las puntas de mis dedos los mechones que se le pegaban acomodándolos detrás de su oreja redondeada. Ahuequé su mejilla, levantándole el rostro, acariciando la estructura de sus labios.

Suave y carnosa era su boca, su forma enigmática y el sabor que destilaban era dulce y excitante.

Rocé mi boca a la suya, respirando su éxtasis a la vez que le permitía a mis dedos recorrer la curva suave y tibia de su espalda, acariciando todo rastro de piel.

La besé con lentitud y profundidad, imitando contra mi instinto el beso que me dio antes de soltar sus lágrimas. De nuevo tale besos no eran lo mío, pero el sabor parecía disfrutarse un poco más.

Dos toquidos sobre la madera de la puerta crujieron mis dientes sobre su boca, me aparté de la humana, pero no reparé el lugar del que provenían los huecos para averiguar de quién se trataba. Las vibraciones del otro lado venían del infante.

Sus interrupciones estaban siendo frecuentes y comenzaban a irritarme.

—¿Hola? — la vocecilla se extendió, temerosa—. ¿Puedo pasar

Volvió a tocar aseverándome el rostro.

—Quiero jugar Nas, por favor—se quejó la cría tocando más la madera—. Ya jugaron mucho.

Todavía quiero jugar con ella.

Un gemido se alargó de sus carnosos labios levantando más su rostro sobre mi pectoral. Su pierna se trepó sobre mi muslo, con su rodilla acomodándose sobre el bulto endurecido que traté se ignorar, y su pequeño pie deslizándose en la pantorrilla, dejando que la tierna y enrojecida piel de su entrepierna se rozara a la tela de mi uniforme.

El aroma de la miel que se desprendía de su sexo agrandó mis pulmones marcando las costillas con una feroz inhalación.

Exhalé con bestialidad, ensanchando la torcedura en los labios al sentir esa ola de calor extenderme más la piel de mi miembro, engrosando su tamaño y endureciéndolo hasta estirar la tela bajo la rodilla de la humana.

Aun dormida exhalaba fragancias deliciosas y emitía caricias inconscientes que me encendían.

Torcí los labios en una mueca irritada ante el movimiento de la perilla que no ayudó en nada a mi humor, desencajándome la mandíbula.

—Lárgate— la bestialidad de mi voz hizo agitar el cuerpo de la humana y me maldije cuando la dureza de mi erección fue acariciada por el vaivén de su rodilla.

Estoy a nada de que importarme poco el que duerma y la embista con rotundidad.

La aparté de mi torso, creyéndome el cuento de que recostarla sobre el colchón me tentaría menos, gran error cuando sus curvas exóticas y desnudas se estiraron y removieron a detalle dejando esos relucientes pezones enrojecidos a causa de lo mucho que la saboreé, como esas otras zonas de la piel de sus hombros y muslos sonrosadas.

Esas piernas separándose fueron la cereza del pastel al mostrar su monte perlado de piel enrojecida. Un gruñido se atascó entre dientes, el bombeo sanguíneo se concentró en el tallo de mi miembro, aumentando de su tamaño estirándome la cremallera del pantalón, y sentir como las venas se me saltaban a lo largo del falo endurecido, tensionó los músculos del cuello.

La humana estaba marcada hasta el último centímetro, y aunque enrojecer esas partes no era lo planeado, lo exquisita y seductora que se veía provocaba a mi boca dejarle más huellas. Trepé sobre ella, hundiendo las rodillas a los costados de sus muslos, rozando mi nariz sobre su sien. La respiré entera y como una bestia inhalando la piel de la presa pequeña y temblorosa que devorarla en todo sentido.

Deliciosa.

—Ya la tuviste mucho tiempo para ti.

Y la tendré por más.

Mis manos se recostaron en la suave piel de su cintura, construyendo su tallo y su curva hacia sus costillas y sobre la tierna piel de sus pechos redondeados. Los pulgares le acariciaron sus finos pezones y tales caricias la removieron.

Jugueteé con la dureza, masajeando sus pezones y recorriéndole el rostro con el lóbulo, besé su hombro y chupé la piel, me recorrí hasta quedar frente a sus pechos, lamiendo su rozado pezón y lo envolví metiéndomelo a la boca. Estiré una ladina sonrisa, maliciosa y traviesa al notarla tan dormida que me tentaba a bajar hasta su sexo.

Me recorrí más de su cuerpo, depositando besos en su abdomen y vientre, deslicé las manos bajo sus muslos abriéndolos para dejarme a la vista de su sonrosado sexo. El ardor en el miembro apretó mi quijada y dos de mis dedos se presionaron sobre sus pliegues, acariciando su larga y humedecida estructura. Los saboreé aumentando mi antojo y lamí los labios deseando comerme todo.

Chupé su monte y besé sus labios íntimos, sin obtener reacción de la humana, la curva se me ensanchó y hundí la boca, palpando su sexo.

Gimió apenas y con debilidad, removiéndose con sus manos rozando s

—Despierta bella durmiente, ésta bestia sigue hambrienta—ronroneé, jugueteando con su clítoris con la punta de mi lengua.

Gimió y aumenté el ritmo acariciando entre los pliegues, llevé mi mano, dueño del deseo, dentro del uniforme tomando el endurecido miembro para masturbarme como animal. Lamí su monte y me alimenté de su lubricación, succionando hasta hundirle sus cejas y hacerla quejar.

—Déjame jugar con ella, ¡ya!

La exclamación del infante la giró acomodándose bocabajo con el perfil de su rostro ocultándose bajo sus mechones rubios.

Me enderecé con lentitud y con la mandíbula desacomodada, pero sin dejar de jalarme el falo con la imagen que me brindó. Toda esa espalda curvilínea y esa ancha cadera con un par de glúteos engordados y redondeados, cosquillearon la punta de mis dedos con deseo a tocarlos. El glande se me empapó contra la palma con el clímax, y me lamí los labios, de nuevo hambriento.

La mujer era esplendida viera por donde la viera, y la hambruna sexual voraz y ávida que me producía era imparable, rompía la cordura y arrebataba mis sentidos.

Tonto me sentí al creer que la atracción se acumulaba al permanecer por tiempo lejos sin intimar con la humana, y aun acertado, estar cerca también me volvía una bestia con apetito voraz a todo momento.

En algo no se equivocó aquella mujer que estuvo al tanto de mi etapa adulta, y fue en mencionar que me sentiría insaciable, el deseo de tener sexo crecería a medida en que la intensidad del efecto de las feromonas lo hiciera.

Y esta humana me volvía todo un semental, si seguía por este rumbo no me extrañaría hacerla mía cerca de otros.

No estaría nada mal, el temor de ser descubierta en pleno acto lo haría más placentero.

—Nadie quiere jugar conmigo— el sollozo del infante todavía detrás de la puerta me enderezó—. Quiero jugar con Nas...

Ignorando el llanto del infante me alimenté de las curvas y la hermosura que la exhibían como la mujer más exquisita y peligrosa para mí. Tentaba contra mi firmeza y lo que era, y tentaba contra mis dedos que guardaban deseo de dibujarla bajo las puntas y miembro de embestirla hasta despertarla con gemidos de placer.

—No es tuya—la escuché musitar.

Mía ya es.

Sali de encima de la humana y me incorporé fuera de la cama con la erección remarcándose bajo la cremallera mojada y el torso desnudo.

Más tarde habría tiempo de tomarla en la cama de otras maneras, por ahora había trabajo para mí.

Di la espalda a la cama y cerré los parpados, contando las temperaturas que debían estar en el área. Horas pasaron desde la última vez que revisé el perímetro y seguiría haciéndolo en una secuencia de tiempo hasta estar seguro de que no habría peligro.

El humano bajando del piso de incubación, la niña detrás de la puerta y Seis en la ducha recargada contra una de las paredes.

No hizo falta mirar una segunda vez, la hembra estaba masturbarse, y si no utilizó al humano, no disminuiría su atracción. Perdía su tiempo si se creía que toleraría otro de sus impulsos inmaduros.

No ver el asomo de temperaturas frías ni sonidos que no pertenecieran a lo ya acostumbrado, me extendió los parpados. Acerqué a la pared en la que yacía el foco con la densa luz solar. Extendí mi mano en la asperidad de su textura y me concentré, del otro lado de la pared se escuchaba los leves golpes de material metálico moviéndose por el agua.

El volumen de la misma no había aumentado desde hacía días, pero los derrumbes al rededor no dejaban de ser prolongados y de vibrar en las columnas del área.

A este ritmo nos enterrarían.

— Eres un ogro malo y despiadado. Feo, Grinch, Shreck apestoso, nomo mugriento y amargado.

Se me extendió una mueca ladina ante el pataleo del infante. Ogro, Grinch, Shreck, malo, despiadado, feo y apestoso, no eran insultos creativos como los de Nastya llamándome hijo de incubadora y trasero artificial. Pero sus palabrerías no me describían más que las que recibí de la hembra que fue mi pareja.

Insensible, frío y perverso. Esas fueron las palabras que 24 Negro repetía en varias ocasiones dentro del bunker.

La hembra no encontró en mi lo que Nastya también buscaba. Aunque lo que la diferenciaba de la humana, era que con ella nunca hubo atracción.

—Niña, ¿qué haces delante de la puerta? — la temperatura del hombre se vislumbró en la cocina con el neonatal en brazos.

—Señor Richard quiero jugar con Nas, pero él no me deja entrar. Me dijo que me largara muy lejos.

—Ya veo.

—Dígale que me dejé estar con ella, no es suya. Ya jugó mucho.

El desespero de la niña por esta con esta humana era mucho que sus pataleos producían ruido en el agua.

¿Qué tenía la humana que hasta el neonatal se alteraba al escucharla?

—Niña, si no te abren es porque están ocupados jugando a las parejitas, déjalos seguir de melosos.

Lo de la radio no fue un simple accidente, la humana lo encendió, eso era lo único cierto, pero la coincidencia del canal conectado a la radio del hombre, no lo fue.

El hombre y el infante mantuvieron antes una conversación y entre los temas que salieron, el infante habló de Nastya. No dejaba de tentar al humano con lo mucho que quería que fuera él y no yo con la humana.

Un impulso me llevó a conectar el canal, y otro más a confesar a Nastya que no existía hembra ni humana más exquisita que ella y que si vine en su búsqueda fue porque quería tocarla y ser tocado por ella.

—Pero yo no quiero que se besen tanto la va a dejar con un neonatal igual de aterrador que él.

Arqueé una ceja ante el poco sentido de su queja.

No me sorprendería si su examinador fue el que contó dichas mentiras, obtuve la misma historia de que con besos y abrazos los humanos se preñaban. Para ese entonces, y con los libros que se me dio, conocía más del desarrollo de un embrión que mi propia examinadora.

—No quiero que ella sea pareja con ese ogro malo no me cae bien.

—Luego te quejas con Nastya, ahora, si me acompañas a la guardia podrás hacerme preguntas de lo que quieras.

— Pero usted es muy aburrido.

Auch. Soy lo único que te queda, ¿vienes o te quedas a ser la ignorada?

—No quiero ser ignorada yo quiero jugar.

Entonces que jugara con el hombre, porque me quedaría con Nastya más tiempo.

Sus vibraciones se apartaron de la habitación, pero el infante siguió soltando al humano sobre mí.

— Yo la quería con usted, ¿y usted?

—No me pongas la soga al cuello.

El humano no era tan tonto.

—¿Soga? No le estoy poniendo nada en el cuello.

Seguí atento a los sonidos emitidos alrededor, agua, materiales metálicos, rocosos y de madera eran los sonidos que más se repetían.

—No entiendo nada de los adultos—esbozó saliendo de la cocina junto al hombre.

— No tienes que entenderlos, somos muy complicados y tú eres solo una niña.

—Es que a ella le da miedo— su queja estuvo acompañada del gemido de Seis—, ¿por qué si le da miedo se queda con él tanto tiempo?

Tanto miedo le doy que quiere dormir entre mis brazos y hacer el amor.

Dejé de prestarle atención a los sonidos y aparté el brazo de la pared cuando no hubo ondas ni sonidos inhumanos que llamaran mi atención. Mejor que no hubiera amenaza, entonces podría mantenerla segura y a salvo por días.

Días no me son suficiente.

Los puños se me apretaron blanqueándome los nudillos, golpeé la pared produciendo una vibración en su estructura. El dolor no se comparó al sentir los huesos del pecho arderme. Opresión e imponencia, así les llamaban los humanos a estas sensaciones, y fueron las mismas que tuve cuando la masturbaba en el baño y devoraba sus suaves pechos.

No la quería aquí, la quería afuera.

No la quería muerta, la quería viva.

De nuevo la parte endeble estaba adueñándose de mí. Las debilidades y contradicciones cada vez eran mayores, estos impulsos y el deseo de mantenerla viva y a salvo a cada minuto, empezaba a tomar control sobre mí, aturdiéndome.

¿Hasta dónde me estoy aferrando a esta humana?

Un tintineo rojizo sobresaliendo del interior del baño me apartó de la pared.

Dicha luz destellante parecía venir del lavamanos. Moví las piernas y me adentré al pequeño cuarto deteniendo el paso frente al mueble de lavabo hecho de porcelana y madera.

La curva en mis labios disminuyó con severidad al tener una idea de lo que se trataba.

Alcancé el higiénico y tomando un trozo limpié los jugos de mis dedos, removí el sostén de copas rellenas y el resto de las prendas de ropa para tomar el cinturón de armas.

Interesante.

El chip localizador que se me dio en el exterior por los militares tintineaba de rojo en el centro del cuero agujerado.

Llegué a pensar que el chip no servía más, numerosas veces terminé mojando el cinturón, por lo tanto, el localizador también. Cuando lo revisé al abandonar a Nastya en esa enfermería, la luz no encendía, por ende, no funcionaba.

Eso pensé.

Al parecer las sorpresas caían cuando menos se esperaban.

Saber cuánto tiempo llevaba encendido no era importante, ni mucho menos por qué parpadeaba, supe la razón enseguida.

Ellos estaban en el subterráneo.

Encontraron una entrada al laboratorio, ¿cómo? No me interesaba la respuesta.

Si bajaron significaba que la vida de los del exterior seguía amenazada por este lugar. Bombas letales sería lo que pondrían para erradicar al resto de parásitos y contaminados.

Pero que el rastreador encendiera constantemente, era porque otra de sus razones pretendía encontrar la ubicación del experimento que, en compañía de otro militar, estuvo a cargo de encontrar a la última involucrada sobreviviente.

Llegué a pensar que no regresarían, que equivocado estuve.

Que volvieran de nuevo cambiaba todo.

Aunque debido a la lentitud con la que el chip centellaba, notificaba que estaban lejos.

—Se fue otra vez...

La curva maliciosa se me ensanchó en los labios. El temblor en la voz de Nastya levantándose con temor, me apretó el cinturón en el puño.

Justo a tiempo para empeorar más mi humor.

Me coloqué las armas ocultando el destello del rastrearon contra la tela de mi uniforme. Pero un rastro de luz sombreaba milímetros de la piel de mi abdomen.

Tomé la camiseta militar y la deslicé sobre el torso, el pecho se me remarcaba de lo mucha fuerza con la que respiraba. Reacomodé el cinturón, escuchando el chirrido del colchón elevarse apenas y la textura del mismo rasparse, pero ningún sonido penetró tanto en mis oídos como las contracciones de su corazón estrujando su pecho.

Dolor.

Decepción.

Sin producir sonido en el agua restante, me detuve bajo el umbral de madera. Ladeé el rostro en dirección a la litera, el desnudo cuerpo de la humana se removía sobre el colchón, estirando uno de sus brazos al costado izquierdo. Sus dedos se estiraron con temor sobre el material humedecido, moviéndose a lo largo y ancho, hizo lo mismo con el otro brazo revisando el lado derecho de la cama en busca de mí.

Tanto me quiere a su lado que se despierta porque no siente mi calor.

El aliento se le escapó cuando no halló nada, y los espasmos detrás de su pecho apretado a la cama estuvieron a punto de que los huesos atravesarán la piel de mis puños por lo mucho que me contuve a subir al colchón, treparme sobre ella y enterrarme en su delgado cuello recalcándole lo mucho que su existencia me martirizaba.

Pero soy el hijo de una puta incubadora y ella la humana por la que volverán, y no voy a envolverme más en la piel de la mujer que puede destruirme más que ninguna.

Salí bajo el umbral y me acerqué a la cama para encontrarla de nuevo estirando sus delgados brazos, esta vez, con duda palmeando el colchón. Estaba esperando a que apareciera a su lado, y su corazón demostró su deseo contrayéndose con más fuerza cuando no encontró nada más que mi ausencia.

La aflicción la hizo exhalar entrecortadamente hasta desinflarla me desencajó la mandíbula deteniéndome al pie de la cama.

Acomodó su rostro de perfil, recargándolo sobre uno de sus brazos en tanto con el otro se apartaba los cabellos dejando la simetría de su pequeña nariz y su mentón apretado para contener el temblor. Sus parpados con espesas pestañas castañas pestañearon, paseando con desilusión su colorida mirada en la oscuridad.

No dejé de observar su aspecto, y comparándola con la antigua mujer que encontré en el sótano, esos humanos no la reconocerían. Si el hombre con el que intimó no lo hizo, ninguno lo haría.

Cambió notablemente, no era más Agata, la mujer que me describieron los hombres que la torturaron. Con esa exótica y coqueta mirada, el cabello corto cubriendo gran parte de su frente y la raíz castaña y creciente, era como ver otra humana.

Se me prometió mucho por ella viva, sin lugar a duda, con esta decisión no jugaré.

—Ya lo sabía— musitó.

No sabes nada, humana.

El tintineo del rastreador se vislumbró en mi cabeza y los dedos cosquillearon sobre el mango de una de las armas cuando la rabia y la indecisión quisieron hacerme gruñir de impotencia. No tentaría con lo que se me prometió, entre la libertad y la mujer delante de mí no había por qué decidir.

Tonterías.

Saqué el arma cuando el pecho comenzó a palpitarme más que la maldita erección en la entrepierna.

En el exterior Nastya tenía muchos enemigos. No los sobrevivientes, no los experimentos. Tratarían de quitarle la vida otros por las personas con quien trabajó. Si la matarían tras darle lo que esos humanos buscaban de ella, ¿por qué no hacerlo mejor yo?

La haría confesarme todo lo que sabía sobre las personas que la enviaron aquí y le dispararía. La información se las daría a los humanos por mí mismo. Así mataría a dos pájaros de un solo tiro y me dejaba de contradicciones e impulsos.

Quitándole la vida no habría más martirio, impotencias ni debilidades, la bestia rencorosa que deseaba destruirla se sentiría satisfecha cuando disparara la bala que debí estallarle en el cráneo en el túnel.

Levanté el arma desde la oscuridad apuntando a su cabeza, y coloqué el pulgar sobre el martillo sintiendo el calor sumergirme la piel de la mano cuando la cargué. El masoquismo no era lo mío, pero el localizador y esta humana me hacían tomar soluciones que tentaban con enfermarme la mente.

Matarla sería lo más astuto sabiendo que si la dejaba viva y permitía que se la llevaran con esta atracción sexual y este capricho, sería más peligrosa para mi cordura. Si tenerla cerca sacudía cada gramo de mi existencia, tenerla lejos pasando peligro me convertiría en la amenaza de muchos.

Se me estiraron los labios arrugándome la comisura izquierda cuando la firmeza de atentar contra su vida temblequeó, no fui capaz de acomodar el dedo en el gatillo sintiéndolo endurecer junto al mango, como menos mover las piernas, subir a la cama y arrinconarla.

Caí en cuenta de que mi bandera en blanco estaba completamente alzada, ondeándose por ella.

No era capaz de lastimarla.

La rabia me saltó las venas del cuello.

Libertad.

Nombre.

Tierra más amplia que el resto, y una economía que me sostendría por décadas.

Todo lo que se nos prometió volvía a tomar compostura como la razón de por qué volví al subterráneo. Sería dueño de mí mismo, mis decisiones, mis objetivos. Sin reglas que acatar, sin castigos que obtener.

La humana no podía ser más importante que lo que codicié junto a mi gente tanto tiempo y en cuatro paredes.

¿Entonces por qué sigo dudando?

Apreté el mango del arma a poco de romperlo en mi puño. La impotencia estaba volviendo.

¿Hasta dónde soy capaz de sacrificarme por ella?

Hasta que el aliento se me termine, y si es posible, hasta que la última gota de sangre abandone mi cuerpo y me seque.

Se me remarcaron los músculos bajo la piel ante la tonada dulce y melodiosa que emitió entre sus carnosos labios en tanto dejaba que sus dedos juguetearan con un hilo del colchón. Reconocí la canción de cuna, misma que cantó al infante y que escuché entonar otras veces que encontré su temperatura en el laboratorio.

Enfundé el arma sintiendo el hechizo de las ondas de sonido que vibraron con estremecimiento en mi piel y adormecieron mis sentidos. La dilatación me alcanzó, oscureciéndome la vista a la de un depredador.

La contemplé, construyendo hasta el último centímetro de su piel, el ardor me acometió el miembro, ensanchándome la piel del falo y endureciéndolo como el hierro. La palpitación en las venas saltándole a lo largo, me apretó los dientes y estiró mis labios sedientos de degustarme las curvas de su cuerpo y hambriento de enterrarme en ella y envolverme en su calor.

Hasta este punto no lo haría. Si acariciaba un rastro de su suave y frágil piel, me vería envuelto en una frenesís aún más incontrolable, los impulsos me desgarrarían y me ataría más a ella.

Su canto disminuyó hasta desvanecerse con sus parpados cayendo sobre sus ojos. Sus dedos dejaron de juguetear, cayendo sobre el colchón y junto a su rostro. La humana volvió a quedarse dormida pese a la desilusión, disminuyendo las contracciones detrás de su pecho y profundizando su respiración.

Seguí contemplándola por minutos, vaciando mis pensamientos con la belleza que destilaba la tranquilidad en su rostro.

Tomé una decisión.

Me decidí por ella.

Mis dedos recogieron los mechones de cabello pegados a la frente, restregándolos por encima. Sin apartarme de la cama y de las curvas removiéndose frente a mí, presté atención a las vibraciones y sonidos emitidos de al rededor.

Más que buscar vibraciones de los militares en el subterráneo, busqué vibraciones de más derrumbes cercanos. La probabilidad de que los caminos que llevaran a mi ubicación estuvieran cerrados, era mucha. Así que llegar al área negra para ellos sería complicado.

Horas, e incluso medio día se tardarían en llegar. A menos que encontraran camino libre.

Y le confesó que soltó el gas.

La ceja me tembló al atender la voz emocionada del infante contándole una histeria al humano.

Ella no sintió miedo cuando le dijo a él que lo utilizó para sobrevivir y escapar de la muerte de los aldeanos de su reino.

Sentí la dureza en mi mandíbula y mis dedos apretando los mechones sobre la cabeza. El infante estaba hablando del cuento de la humana.

¿Cuántas verdades fue capaz de soltar Nastya al infante?

Ella le dijo que se decidiera a matarla como tanto quiso, o la dejara libre.

Humana ingenua, si supieras lo que hace el infante a tus espaldas.

Alcé el brazo y dejé que los dedos arranqué la sabana del colchón en tan solo un tirón. Rodeé el resto de la litera hasta llegar al costado de su cuerpo y estiré la delgada tela a lo largo de su cuerpo y la cobijé hasta los hombros.

No le di una mirada a su cuerpo estremeciéndose y removiéndose, y me incorporé aproximándome a la puerta de la habitación. Encendí el interruptor alumbrando muy poco del cuarto y quité el pestillo de la perilla, saliendo a la cocina.

—Y él dijo que entre ellos no había...

En mis labios se estiró una mueca irritada, el infante no tenía filtro en la boca. Tal vez no sería un peligro que contara la historia, pero la más mínima sospecha sería una amenaza.

Me dirigí al área negra y sin detener el paso, al piso de incubación. Contra los barandales del amplio suelo estaba Seis cargando al neonatal, y en la escalera de asfalto estaba el humano acomodado en uno de los primeros escalones de asfalto con el infante moviendo sus brazos y parloteando los hechos que la humana confesó.

—Entonces el caballero sacó su espada y la tomó de la nuca y le dijo...

—Ve con Nastya y quédate hasta que despierte.

La crudeza y asperidad de mi orden la hizo saltar sobre el escalón. Se volteó y esos orbes verdes me examinaron como si viera en mí al monstruo que realmente era.

—¿Me dejaras jugar con ella?

—Es lo que querías — aseveré entre dientes.

El humano alzó una ceja, prestando atención al cuerpo del infante levantándose del escalón.

—Sí, y me ignoraste en la puerta—se quejó con el berrinche en sus labios—. Fuiste muy malo.

—Tengo mis razones — espeté, haciendo un tenso movimiento con el mentón hacía la cocina—. Ve a la habitación, pero no la despiertes hasta que ella lo haga.

Sus parpados se extendieron y ver la emoción transformarle el rostro no fue de esperarse.

El humor de los infantes cambiaba con facilidad.

—¿Estaban durmiendo juntos?— preguntó—. ¿Se besaron?, ¿se abrazaron?, ¿ya son pareja?, ¿le diste un neonatal?

—Niña...—la voz del humano se interpuso.

—¿A qué jugaron?

—Deja de hablar y muévete — arrastré entre dientes —, sino quieres que vuelva con ella.

Sus labios se apretaron y se fruncieron, hubo un asentimiento exagerado en su cabeza y saltó sobre el último escalón antes de apresurar el paso a la cocina.

—Si fueras papá y participaras en un concurso, obtendrias el premio al peor padre de todos.

Ignoré el comentario del humano y observé el umbral siendo atravesado por el infante. Seguí su temperatura acercarse a la puerta y adentrarse a la habitación.

Los brincos que dio al cerrar la puerta y acercarse a la cama, produjeron ruido en el agua.

Parece bella durmiente.

Exhalé y miré el cinturón de armamentos, alzando unos centímetros la tela de la camiseta militar para percibir el leve aumento en el tintineo rojo.

Interesante. Estiré la comisura retorciéndome el rostro, en tan solo una hora ya estaban más cerca del área negra, lo que quería decir que encontraron caminos libres.

Entonces no tardarían en llegar aquí.

En conclusión, venían por la bella durmiente y por mí.

—Tendrán que prepararse— informé soltando la tela uniformada.

Esos ojos azules me miraron si entender, y no fue el único confundido. Seis se apartó de los barandales acercándose a la escalera desde arriba, sin tardar nada en cerrar sus parpados y revisar el perímetro.

Se creía que estábamos en peligro.

—¿Viene un contaminado? — hasta el humano lo creyó.

—No— aseveré mirando la radio que apretaba el humano en su puño —. Y no necesitaras más de ese objeto.

Hundió sus cejas y el suspenso lo preocupó, levantándolo de la escalera.

—¿Por qué? — Miró a las puertas metálicas—. ¿Qué ocurre, hombre? Sácalo.

— No veo ninguna temperatura ni siento vibraciones —notificó Seis con asperidad —. ¿Por qué debemos prepararnos?

La torcedura se me ensanchó, amarga e irritada.

—Vendrán por nosotros.


(...)

¡Buuuum!

Siento que la trama sale más a flote con el punto de vista de Siete, ¿qué tal les pareció?

Ahora sí: el reto trata de 5mil comentarios en todo el capítulo, las letras por letras no valen pero si los emojis. Una vez cumplido el reto estaré subiendo durante 3 días, al instagram y grupo de Facebook, trozos de los últimos capítulos de esta historia y del epilogo. Trozos pequeños, porque se vienen cosas fuertes e intensas y quiero que se sientan por lo menos un poco tranquilos.

Espero que les haya gustado mucho este capítulo. Las amooooo.

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