Bajo la cama
BAJO LA CAMA
*.*.*
(Llegó más drama, los amooooo)
Nastya.
¿Entrar a la habitación?
La pregunta rebotó en mi cabeza haciendo ruido, pero no tanto como mi corazón acelerándose con tanta brusquedad que sentí que se me saldría.
Lancé una mirada al interior del cuarto que apenas se dejaba ver con el espacio que su enorme cuerpo brindaba. La única luz encendida era la de una lampara sobre una mesita y miré la cama amplia que se acomodaba junto a ella. Y no supe por qué la miré, pero lo hice y todavía recorrí en un santiamén esas sabanas aparentemente blancas bien ordenadas con sus almohadas sin utilizar y un peluche adornando el centro.
¿Tengo que entrar al cuarto de su prometida?, ¿a esa habitación oscura para estar a solas con él y obtener respuestas?
Una clase de advertencia se encendió en mi interior y moví ligeramente la cabeza en negación, no iba a entrar, no había razón para hacerlo.
—¿Por qué no decírmelo aquí? —la pregunta resbaló de mis labios y me devolví a su rostro, chocando con esa mirada platina tan intensa e intimidante que me alteró las hormonas—. Solo quiero saber: ¿dónde está él?, ¿cómo supieron ustedes de mí?, ¿cómo saben quién soy y en qué tengo que ver con lo que se me pregunto?... ¿O es ilegal dar información del experimento y de mi en el corredizo?
No solté aquella pregunta con intención de burlarme, y esa comisura estirando sus labios me estremeció al punto en que las vellosidades del cuerpo se me erizaron.
—Perdiste la memoria, por consecuencia, recordar es tu trabajo. Pero debido a que haré una excepción, tengo esta condición— arrastró cada palabra con una pausada lentitud y crepitar tan marcado que me dejó extasiada—. Entra a la habitación.
Hizo un movimiento con su endurecido mentón y mis labios se abrieron soltando una entrecortada respiración.
—Pero no entiendo, ¿por qué tiene que ser en el cuarto? —quise saber—. ¿No puede ser en otro lugar o aquí mismo?
¿Qué tenia de malo el pasillo? Su condición era absurda y de algún modo, peligrosa para mí al estar a solas con él.
—¿Quieres hacerlo en la ducha?
¿Hacer qué? Extendí las cejas como única ante las arrastradas tonalidades roncas y graves de su voz escupiendo aquello entre dientes.
Una sensación cálida me perforó la parte baja del abdomen, estremeciendo los músculos de mi vientre y amenazando con hacer lo mismo con el par de labios íntimos que apretuje entre mis muslos ante el recuerdo instantáneo del hombre desnudo en una ducha y...el hombre masturbándome en un baño y encima de su regazo.
Sus dedos embistiendo mi interior con placentera tortura hasta hacerme derramar, tenían la misma largura de los dedos que se aferraba a la pared de aquella ducha.
Mismos que también se parecían a los dedos que apretujaban en lo alto del marco, y con tanta rotunda fuerza que la tensión le marcaba los músculos del brazo y le saltaban las venas por encima y a lo largo de su antebrazo hasta la mano. Esos sí que eran dedos largos, pálidos y con nudillos enrojecidos, y uno de ellos con un anillo simple...
El crujir de la madera del marco contrajo mis músculos y quedé desconcertada por esa grieta alargándose en la madera a causa de la fuerza que sus dedos pusieron.
— ¿O prefieres la cama? —masculló.
— ¿Qué?, ¿la cama qué? —el aliento se me escapó con sorpresa.
Un cálido cosquilleo recorrió hasta la última pulgada de piel y calentándome las mejillas cuando al devolver la mirada a esos orbes feroces, quedé atada a la curva de su boca ensanchándose y con tanta maldita lentitud, que retorció cada centímetro de su atractivo rostro en una ladina mueca.
Sabía que no estaba hablando en serio, que de nuevo y por la asperidad en que escupió las preguntas, era mentira. Pero aun así terminó afectándome de un modo que no pude entender, y no pude quitarle la mirada de encima al detallar esa línea que se le dibujó encima de la torcedura, casi como la vista de un hoyuelo seductoras no fue cuando disminuyó tan drásticamente convirtiendo las facciones de su masculinidad en un rostro frívolo e inquietante.
Y el modo tan brusco en que sus orbes platinados se movieron de encima de mí, solo para clavarse con una abrupta velocidad en alguna parte del pasillo a mi costado, me desconcertó.
¿Qué mira? Lo imité enseguida, torciendo parte de mi rostro y atisbando el resto del camino. En una de las ultimas habitaciones, una puerta estaba siendo abierta con lentitud. Un hombre uniformado al que no pude ver su rostro por el casco puesto, la atravesó. Sus pasos lentos y concisos se pronunciaron acallando el silencio del corredizo, lo vi detenerse frente al elevador, presionando el panel y...
Darnos una mirada de rabillo.
— Se terminaron los juegos. Entra o busca respuestas en otro lugar— exigió y la severidad de sus palabras me apretó los labios, viendo como el soldado abordaba el ascensor tras darnos otra miradilla cabizbaja—. Aparte de mí, no hay nadie más que conozca su paradero y de ti, Nastya.
La ronquera con la que me nombró me devolvió la mirada a él, atisbando el movimiento rígido de su manzana de adán. Se le marcaba tanto que el vaivén que hizo fue algo que no pude ignorar, como tampoco, ignorar la gota de agua o sudor que resbalaba lentamente a sobre su clavícula hasta acariciar su pectoral izquierdo.
Y endurecí el entrecejo obligándome a procesar lo que dijo. De algún modo sonó como si el experimento no estuviera en la base sino en otra parte, y me pregunté si acaso sería cierto. Quizás estaba mintiendo y encentraría respuestas con Seis o Ivanova, incluso con Sarah, quien dijo que me ayudaría a encontrar a Siete. Venir y tocar a su habitación había sido un error y negarme a entrar era lo que debía hacer, pero, la necesidad de saberlo de una vez era tanta que seguí.
—Tengo a la niña en el cuarto, no puedo dejarla—solté enseguida, todavía atrapada con la gota que resultó ser más gruesa, recorriendo el centro de su torso musculoso, dibujando sus abdominales—. Voy a despertarla y la traeré co...
—Te quiero solo a ti-recalcó con asperidad.
Un revoloteo tan inesperado se insertó tras el pecho, agitándome el corazón, dejé de mirar ese torso tan perfectamente redactado bajo la piel, para subir la mirada por su manzana de adán a esa masculinidad tan infernal de su rostro enderezándose con severidad. La intensidad con la que sus orbes grisáceos alteradores de hormonas estaban tan profundamente clavados en mí, recorriéndome cada pulgada del rostro, me encogió. Me hizo sentí diminuta y frágil, expuesta como una indefensa presa ante un depredador.
—Entra—espetó la orden, de nuevo moviendo su mentón con una señal que entendí.
Mordí mi labio y cómo deseé acallar los latidos de mi corazón desbocado por esa simple exigencia. Dudé, y con el aliento alterado, di una mirada a la habitación detrás de mí. La puerta estaba cerrada y estaba delante del cuarto, y sumando a eso, estábamos en una base militar, ¿qué problema habría? No tardaría tanto tiempo estando con él así que... quizás, no sucedería nada con la pequeña dormida.
Traté de convencerme, pero el simple hecho de saber que estaría a solas con este hombre me descolocaba tanto, que tenía pavor. Pero asentí, clavando la mirada en el espacio que había bajo su brazo remangado cuyos dedos seguían apretando con rotunda fuerza en lo alto del marco.
—Bien... —solté.
Incapaz de alzar la mirada, moví las piernas acortando en solo un santiamén la distancia entre nuestros cuerpos, creí que se movería, pero no lo hizo y temblaron mis rodillas cuando me sentí cubierta con su imponente e intimidante sombra, sintiendo también su intensa mirada siguiéndome en todo momento.
Me ladeé pasando a su lado y atravesando el espacio en el umbral, la coronilla de mi cabeza rozó con lo alto de su codo y las vellosidades de mi antebrazo se erizaban con el solo toque de la dura piel de su torso tosco, tensionándome enseguida cuando percibí el intenso calor que emitía y el olor viril que exhibió su piel húmeda y mojada, fue como respirar una oleada de hormonas alteradas.
Me sentí tentada a detenerme y respirar con profundidad y eso solo me puso aún más rígida, endureciendo mis pasos que no se detuvieron recorriendo el estrecho pasillo al interior del cuarto.
El chirrido de la puerta detrás de mí siendo cerrada me detuvo una respiración. Me detuve junto al inicio del cuarto y me obligué a pasear la mirada en el panorama sombrío y olvidarme de que solo nosotros dos estábamos aquí.
La habitación de su prometida estaba aún más amueblada que la suya, con dos cómodas de caoba acomodadas al otro lado y a los costados de un armario grande de tres puertas. Delante del armario estaba una mesa redondeada con dos sillas y un cesto de frutas.
Había un sofá sin respaldos ni braceros frente al balcón cuyos ventanales se encontraban abiertos con la cortina blanca extendida a un costado, brindando la vista de los truenos alumbrando con destellos parte de la recamara. La brisa helada entraba sin impedimento como el olor a llovía, y con esos almohadones modernos en el sofá, se antojaba estar recostada.
Además de los almohadones, me di cuenta de que había una toalla doblada en el borde del colchón y un par de prendas también que supe y eran de él.
Seguí recorriendo la habitación, la cama matrimonial ocupaba el centro del lugar con un respaldo amplio y grisáceo que me resultó cómodo y atractivo. No parecía haber sido utilizada pues las sabanas no tenían una sola arruga. El baño estaba detrás de ella, con la puerta abierta de tal modo que mostraba una su interior y una tina cuadrangular, más grande que la del otro cuarto. Atraía con la blanca porcelana y los braceros de caoba.
Perfecto como para hacer el amor bajo el agua burbujeante.
Este cuarto tenía todo el aspecto de ser de una pareja y me di cuenta que quizás por ello, él me permitió estar en la suya, la cual no necesitaría porque tenía esta para estar con ella.
Un extraño hueco invadió la boca del estómago y no entendí a qué repentina sensación que, sobre todo esta incomodidad. Una que terminó y se transformó en un reunamos de nervios cosquilleándome el interior del abdomen cuando el hueco de sus botas se levantó, uno tras otro y con una macabra lentitud atrás de mí, que la respiración se me desequilibró.
Su intensa y masculina presencia pasó a mi costado y la mirada se me clavó en su ancha espalda observando como toda esa tela negra de su camisa que se le pegaba a la piel y a los músculos, dibujando sus omoplatos y trazando largas sombras debido a la poca iluminación, la cual venia más por la tormenta que por la lampara en la mesita.
Esta oscuro y yo a solas con él.
— ¿No encenderás la luz? —fue la primera pregunta que salió de mis labios recorriendo una vez más la habitación en busca del interruptor de luz, el cual encontré en la pared a mi costado a tan solo unos pasos—. Voy a encend...
—No —su sequedad me tensó, entornarme la mirada a su sombría silueta cada paso más lejos de mí.
—Pero está muy oscuro...
Tras mi musitar no pude evitar dejar caer la mirada sobre sus pantalones, el modo en que la tela marcaba perfectamente ese par de glúteos conforme avanzaba al interior del cuarto, me hizo morder el labio.
Dios, ¡qué glúteos! Tonificados y bien estructurados. Si así se notaban con los vaqueros no imaginaria como se le verían sin ellos, desnudos tendrían una forma tan deliciosa que... Me di una abofeteada y sacudí la cabeza sintiéndome aturdida de mí misma, y de los pensamientos que el hombre desataba en mí con su simple presencia.
Está comprometido y ya me lo estoy imaginando desnudo. No tengo vergüenza.
Tuve que recordarme para qué había entrado al cuarto, arrastrando una bocanada de aire para enfocarme en mi objetivo e irme rápidamente de aquí tras obtener respuestas.
— ¿Vas a decirme en qué parte de la base está él? —mi voz fue amortiguada por un estruendo en el exterior que alumbró por instante el sofá y una gran parte del costado de su cuerpo alto y musculoso.
No respondió, deteniéndose delante del sofá, y sin dar una mirada al balcón junto a él, tomó entre sus largos dedos los bordes de la camisa para sacársela...
Santo Jesús.
Un rayo de luz alumbró toda esa blanca piel mostrándome un par de hombros anchos y una espalda viril y tosca dueña de unos omoplatos rígidos cuyos músculos se dibujaban con tanta exquisitez a lo largo de sus brazos adornados por venas trazando sus caminos.
La imagen del hombre desnudo recargado en la ducha se vislumbró y los labios se me abrieron quedando petrificada cuando un segundo rayo lo iluminó, asemejándolo al de mis recuerdos.
Se parece mucho...
Una clase de hechizo quiso tomar posesión de mí misma para moverme las piernas en su dirección eliminaba la distancia y trazar esas sombras que se le alargaba en toda su endurecida y estirada piel cuando un tercer rayo me lo iluminó solo para sentir que era la misma.
Pero me obligué a mantenerme en mi lugar, sintiendo el temblor apoderándose tanto de mis músculos como un picoteo calentando las yemas de mis dedos. Una de mis manos quiso levantarse deseando recostarse sobre su piel y detallar hasta el último milímetro de esa ancha espalda solo para saber sí su textura era igual a la que sentía recordar todavía.
Suave, dura y rotundamente caliente.
Pero no podía ser el hombre de mis recuerdos y por varias razones. Él era un soldado, prometido de una coronel que tuvo la misión de ir al subterráneo con un grupo de militares para colocar bombas y destruir el laboratorio y los contaminados: un grupo de soldados que terminó encontrándonos. No fue un sobreviviente, y no lo conocí mucho antes de trabajar en el laboratorio.
Así que, espaldas y venas como las de mis recuerdos, había muchas.
—No está en la base—su peligrosa voz me sacó de mis recuerdos y negué con la cabeza no entendiendo su respuesta.
— ¿No está? —repetí con duda—. ¿Cómo que no está?
Soltó la camisa dejándola caer al sofá y enderezó su cabeza al tiempo en que levantó su brazo dejando que sus largos dedos se enredaran en los mechones mojados y los arrastrara hacía atrás. Y se volteó, y el tiempo se detuvo a mi alrededor solo para admirar como un tercer estruendo alumbraba cada centímetro de esos músculos que construían la perfecta estructura de un torso ancho y varonil completamente desnudo.
Detuve una respiración porque por ese instante, aquella escena me pareció tan familiar, como si antes y en alguna otra parte hubiera visto a un hombre voltearse igual, con el torso desnudo y esos anchos y músculos brazos extendidos a los costados, tensos con sus venas remarcada. Tragué y dibujé con tanta precisión hasta el último milímetro de sus abdominales, gravándome el modo en que las sombras se alargaban bajo sus anchos pectorales y acariciaban esas abdominales tensas y perfectamente formadas.
Este hombre era un exquisito platillo, antojaba a todo momento y era insaciable cada segundo más. Tanto así que seguí contemplándolo, subiendo la mirada por ese ancho cuello y a esa mandíbula cuadrangular solo para hallarme atrapada en las facciones que componían su rostro, esas que tomaban mucha más fuerza e intimidación debido a su frente de entradas marcadas en la que ningún mechón se asomaba.
Sus dedos soltaron su cabello desordenado para bajar el brazo en el que se exhibían los músculos trazándose bajo las saltarinas venas, me perdí en ese delgado mechón cayendo sobre su sien izquierda antes detallar el arco de sus pobladas cejas negras, las cuales intensificaban esos orbes diabólicos severamente atentos a mí y en el modo en que por segunda vez me lo comía sin ningún gramo de discreción.
El calor que pinchó mi cuerpo incendió hasta la última molécula de mi existencia. Quise que me tragara la tierra o desfallecer ahí mismo sintiéndome ridícula y absurda de mi incontrolable comportamiento. No entendía qué me ocurría, y no estaba gustándome sentirme tan alterada por un hombre al que acababa de conocer.
Y el cual estaba comprometido.
— ¿D-dónde está? —la voz me tembló y traté de afirmarme y endurecer la mirada, pero solo ver como esos orbes feroces caían sobre mis manos, las cuales se apretujaban contra mi estómago tratando de detener ese cosquilleo, me removió—. ¿Lo sabes?
Un estruendo llenó la habitación y me sentí diminuta cuando esa mirada platinado subió con una desconcertante lentitud a mi pecho el cual se remarcaba con mi desequilibrada respiración, antes de clavarse con voracidad en mi rostro, calentándome aún más las mejillas. Me mantuve quieta, rogándome no recorrer esa cara llena de perversión y lujuria, pero el hombre era imposible de admirar, uno se sentía insaciable con tan salvaje atractivo.
—Haciendo guardia en los restos de la planta — arrastró llevando sus manos a tomar su cinturón, una acción que no pude evitar ignorar, prestando atención.
—No está aquí —musité, perdida en esas largas venas trazándose sobre su amplia mano que empuñó el lazo grueso.
—No— recalcó él, sacándoselo de un tirón—. No está aquí, mujer.
Mujer...Que sexy se escucha. Dejó caer el largo material al suelo, produciendo un ligero ruido que fue amortiguado por el estruendo en el exterior, y relamí los labios, atenta en el modo en que la misma mano se recostaba encima del primer botón.
La mirada se me cayó a su entrepierna y mordí mi labio construyendo ese bulto no erecto, sombreándose bajo la tela cuando otro tronido iluminó más del balcón.
— ¿Cuándo volverá? — casi titubeé con la pregunta observando ahora su pulgar presionarse contra el material redondeado.
Se lo va a desabotonar. ¿Y por qué eso me está poniendo muy nerviosa?
Porque yo estoy aquí, frente a él, contemplando cada uno de sus movimientos, atenta a lo que hiciera delante de mí.
— ¿Quieres verlo, Nastya?
Una clase de onda estremeció mis neuronas con la ronquera tan escalofriante de su voz y asentí con extrema lentitud volviendo a su pulgar que jugueteó con el botón. Pero tan solo lo hice, pestañeé sintiéndome desconcertante porque por un instante, una parte de mí malinterpretó su pregunta.
Soy una puerca desvergonzada. Y era obvio que no se desabotonaría su pantalón, no se lo quitaría delante de mí, ¿para qué?
Y él está comprometido. Tuve que repetirme eso cientos de veces para dejar de verlo como a un soltero y dejar de sentirme como una adolescente hormonal en busca de su primera vez. Le retiré la mirada, observando como el balcón se alumbraba con ligeros destellos como si fuera un entretenimiento.
—Sí— traté de aclarar y con tal de no sentirme tentada a mirarlo otra vez, moví las piernas, adentrándome al cuarto hasta detenerme delante de la mesita junto a la cama, y en la que se acomodaba la lampara con forma de cono y otros objetos—. Porque tal vez si lo vea logre recordarlo, o recordar algo.
Extendí uno de los brazos dejando que mis dedos se recostaran en la rasposa textura de la pantalla de tela naranja, en tanto escuchaba el granizo golpeando el barandal de piedra ser lo único que mantuviera el silencio lejos de nosotros.
—Además, también tengo mucho que preguntarle— agregué encogiéndome de un hombro, dando una mirada a los medicamentos, dándome cuenta de que eran capsulas anticonceptivas—. Por eso quiero que me respondas, ¿cuándo volverá él aquí?
Eran nuevos, estaban sellados. Sin utilizar todavía.
Aparté los dedos de la lampara mirando esta vez a la cama que se extendía junto a mí, las sabanas tomaban el mismo color que la pantalla de la cámara, con sus almohadones enormes bien a acomodados y el peluche rosado adornando el centro. Era un oso de felpa, tierno y al parecer, suave.
Seguro él se lo regaló a ella.
—¿No lo sabes? —continué, sintiéndome inquieta ante su abrumador silencio.
¿Por qué no responde? ¿A caso no quiere decirme?
Se me apretaron los músculos cuando un estruendo volvió a recorrer el parte del cuarto, clavándome la mirada al suelo que se extendía a mi costado para atisbar como con destellos, se dibujaba la sombra de su inmensa figura tosca y masculina. Y solo detallarla me hizo saber que estaba mirándome.
Los nervios me mordisquearon los labios y quise torcer el rostro, un poco solamente para saber si en verdad me miraba.
—Regresará hasta que su trabajo termine—su respuesta llena de asperidad me hundió el entrecejo.
Si él no está, ¿qué sucederá conmigo?, ¿qué debía hacer?, ¿cómo se suponía que debía tratar de recordar? Estuve con la niña y el experimento femenino, y no recordé nada con ellas. Me quedaba él, el bebé, y el hombre llamado Richard a los que todavía no miraba.
— ¿Quieres decir que él podría tardarse semanas en volver? —inquirí, alzando la mirada de su sombra alargándose con cada estruendo, para observar las cómodas a los costados del enorme armario y al otro lado de la cama, encima de ellas se acomodaban distintos retratos.
No llamaron mi atención y aun así rodeé la cama del lado contrario, apartándome más del sofá y de él, y recorriendo el cuarto ajeno sin vergüenza alguna, sabía que no debía hacerlo, pero semejante hombre me tenía de los nervios, y sentir su intensa mirada persiguiéndome en cada movimiento empeoraba el temblor en el cuerpo.
— ¿En serio no sabes cuándo volverá? —El silencio cayó y esperé una respuesta que no conseguí cuando otro estruendo se levantó detrás de él, me detuve delante del primer mueble, recorriendo las fotografías impresas en las que aparecía Ivanova, pero sin prestarles atención—. ¿Cuánto tiempo crees que se tarde en venir?
—Días, semanas...—arrastró con gravedad—. Su tiempo depende de cuánto lo necesiten.
Mordí mi labio, no debía sentirme asustada, él regresaría a la base tarde o temprano y cuando lo hiciera, entonces lo vería. Quizás regresaría en tan solo días o una semana, no tenía por qué sentirme tan ansiosa de su ausencia.
—Tenía tantas ganas de verlo y preguntarle del laboratorio—empecé a contar—, y también del sótano en el que me encontró, o el área negra donde nos ocultamos por mucho tiempo antes de que llegaran los otros.
Repasé los retratos sombríos, había creído que Keith aparecería en alguno de ellos. Abrazándola, besándola, o no lo sé. Pero no había nada de él en las cómodas, solo ella con distintas personas o lugares.
— Quería saber si le dije o no esas frases que mencionaste en el interrogatorio, sobre la explosión que hubo y la lluvia de balas de la que habló tu prometida— seguí tras una corta exhalación—. También quería preguntarle sobre mí, sobre él y de nosotros dos.
Me arrepentí de agregar eso último, era algo que a él no le interesaba y lo cual estaba de más en la conversación.
—Sobre ustedes dos—repitió con severidad y sacudí la cabeza en asentimiento a pesar de que no era una pregunta, y la sacudí tanto que sentí como el flequillo se me desacomodaba y algunos mechones golpeteaban mis mejillas.
—Sí— afirmé, encaminándome a la siguiente comida, pasando de largo el armario hasta detenerme y observar que, además de retratos, había una portátil rosada—, sobre nosotros dos.
Solté aquello observando un par de libros acomodados junto a la portátil. Parecían ser novelas románticas y leí el título del primero con la portada de un hombre con el torso desnudo y un látigo en la mano, ¨placeres salvajes¨
El título del segundo libro me dejó perturbada.
"Sexo bajo la luna" A la mujer le encantaban las novelas de romance erótico. Supuse que eran de ella ya que él no tenía aspecto de ser un hombre al que le gustara la lectura.
— ¿Qué quieres saber de ustedes? —las vellosidades se me erizaron cuando sus crepitantes palabras estuvieron acompañadas de un tronido.
Lamí los labios repasando una vez más los retratos antes de dar una miradilla a mi costado con la necesidad de alcanzar a ver su silueta. Pero no lo vi, ni siquiera su sombra, solo el destello en el umbral y una pequeña parte del sofá.
Lo que sí sentía y era lo que provocaba todavía una sensación temblorosa en mis piernas, era su intensa mirada.
— La niña... —pausé para respirar hondo —. Ella me contó algunas cosas que hice con él o que él hizo conmigo, o lo que hicimos los dos.
De lo nerviosa que estaba me revolví con las palabras y me sentí tonta cuando arrugué la nariz y negué con la cabeza.
—No fue nada claro lo que me dijo.
— ¿Qué es lo que no fue claro? —me sentí inquieta ante la sequedad con la que arrojó su orden, más aún cuando su cuello se le tensionó.
—Cuando mencionó que él y yo estuvimos por mucho tiempo a solas en el... — detuve las palabras, apretando mis labios y negando apenas con la cabeza, sintiendo como una leve mueca de confusión me cruzaba los labios—. ¿Por qué tengo que contarte esto?
Ante mi queja me volteé apenas de costado, torciendo el rostro y levantándolo hacia el sofá traicionándome a mí misma con la descarga eléctrica que me atravesó el cuerpo volviéndome nada ante esa mirada frívola y terriblemente oscurecida que se mantenía fijamente en mí.
Un poco más de un metro era lo que me apartada de él— con el sofá entre medio—, y pude ser capaz de recorrer ese rostro sombrío por la densa iluminación del cuarto. Y a pesar de las sombras que se le dibujaban a lo largo de sus facciones, intensificadas aún más por los mechones que se le colgaban sobre las sienes, su atractivo seguía intacto, pero con una esencia lúgubre que lo asemejaba cómo a una bestia al asecho de su presa.
Aterradora y rotundamente peligrosa.
Maldito hombre hijo del vientre que lo perfeccionó con lujuria y deseo.
Una corta exhalación resbaló de mis labios quedando estremecida y perpleja, porque como si él leyera mis pensamientos arqueó su ceja derecha con severidad en un gesto que solo duró un instante, antes de desvanecerse y endurecer con frialdad las facciones de su rostro, y de una forma tan inquietante que no pude evitar detallarlas y perderme sin poder creer que algo tan atractivo y escalofriantemente bello como él, pudiera existir.
Enfócate Nastya. Viniste a preguntar no a contemplarlo como si fuera semejante obra de arte.
Y es que él terminaba siendo tan atractivo que, si no fuera porque era un soldado, me pensaría que era un experimento.
—S-se supone que estoy aquí porque me dirías dónde está él y me dirías sobre mí—le recordé y carraspeé.
Estaba perdiendo el tiempo, sobre todo cuando dejé a la niña sola en la habitación y a la mitad de una tormenta que podría despertarla y aterrarla, tenía que apurarme, salir del cuarto y regresar con ella.
—Así que, ¿cómo están tan seguros de que tengo información que necesitan? — empecé, tratando de no trabarme—. ¿Acaso ese experimento fue el que les dijo?, les habló de mí, ¿no es así?
Se me cayó la mirada a esos largos labios carnosos, atrapando el momento exacto en que esa curva se estiró y con una malicia y perversidad retorció su sombrío rostro que me calentó las mejillas.
No importaba qué gesto hiciera o no él, la belleza aterradora que poseía no lo dejaba ni un instante para hacerlo lucir mal, feo. Para hacerlo lucir de un modo que ya no quisiera contemplarlo.
—Es así —escupió y sentí el corto circuito entre mis neuronas ante el tenso movimiento que sus carnosos labios hicieron—. Informó de ti.
Inclinó parte de su cuerpo adelante y extendió uno de sus brazos para alcanzar la toalla pequeña y desdoblarla, vi cómo se enderezaba con todos esos músculos tallados bajo la piel y tomaba los bordes de la toalla con ambas manos para levantar sus brazos y acomodarla sobre sus anchos hombros.
La mirada se me cayó a las venas que se le remarcaron con esa acción bajo sus engrosados músculos.
No tiene bellos en las axilas. Se depila... ¿También se depila en la entrepierna?
—Pero la razón de por qué resultas tan intrigante...—la pausa tan marcada que hizo me levantó la mirada del bulto sin darme cuenta en qué momento estaba viéndolo ahí. Y solo encontrar esa mandíbula endurecida y esa ceja arqueada sobre su intensa mirada platinada las mejillas de nuevo se me calentaron.
Tonta. Me sentí absurda mirarlo en todo sentido ni con el Teniente Gae fue así la primera o segunda vez que lo vi.
—¿Por qué resulto tan intrigante? — hice la pregunta y esa ceja volvió a su lugar, aseverado su mirada.
—Por lo que sucedió después de encontrarlos en el área negra—sus espesas palabras me extendieron los parpados en una clase de sorpresa.
—¿Encontrarnos? —repetí. Eso quería decir que él...—. ¿Estuviste en el subterráneo?
Mi respuesta llegó al instante en que la comisura se le arrugó y alzó su rostro, oscureciendo aterradoramente su mirada de tal modo que me intimidara, más me intimidó ver como la dejó caer sobre mis pies desnudos, subiendo con una perturbadora lentitud a lo largo de mis piernas hasta detenerse en la entrepierna.
Un estremecimiento me recorrió el vientre sintiendo la humedad traicionarme sobre los labios íntimos y apretujé las piernas, «¿por qué me mira ahí?»
Me la está devolviendo.
—Desde ese momento te mantuve en la mira— arrastró subiendo a mi abdomen donde instantáneamente mis manos terminaron apretándose—, y hasta entonces sigo haciéndolo, Nastya.
Su voz se sintió como una brisa de estremecimiento volviendo mi piel de gallina y tenerlo todavía clavados en mi entrepierna aleteó mi corazón con una clase de emoción. De algún modo, y para mi lamento, se había escuchado seductor, y a una pequeña parte de mí terminó gustándole.
—Porque sé algo que necesitan, ¿verdad? — me arrepentí inmediatamente de esa pregunta, sacudiendo al instante la cabeza delante de esos orbes que observaron la acción. Era obvia la respuesta —. ¿Por qué dices que soy intrigante? ¿Qué ocurrió después de que nos encontraran?
—Trataste de escapar— Se me cerraron los labios, confundida y abrumada clavando la mirada en el sofá—. Te escondías detrás de los escombros, vigilando que los soldados no miraran en tu dirección.
¿Intenté escapar? No había motivo para hacer algo como eso, nos estaban sacando del laboratorio. No podía entenderlo, y lo menos podía entender es que él lo contaba como sí...
—¿Tú me encontraste? — alcé la mirada quedando atrapada con el estrépito que alumbró toda su imponente masculinidad, destellando el color intenso y platinado de esos orbes feroces.
— Pero más interesante aún...— detuvo su voz, apenas despegando esos labios en los que alcancé a ver su hilera de dientes perfectamente blancos y bien acomodados—, fue que después de atraparte en el acto, intentaron matarte.
El golpe que sentí ante sus palabras ásperas me dejó en shock. Algo quiso iluminarse en mi mente, dos hombres levantando un arma hacia mí, la sonrisa maliciosa en uno de ellos me estremeció.
—¿Por qué? — musité para mí misma, negando con la cabeza delante de él—. No entiendo, ¿por qué querían matarme?, ¿hice algo?
— Los hombres que te emboscaron fueron parte de los que planearon el desastre— pronunció dejándome peor—. Que te vieran como una amenaza para ellos y el resto que permanece oculto ante nuestros ojos, nos llevó a la conclusión de que sabes algo al respecto y que nos beneficiara.
La mirada volvió a caer, pero esta vez al suelo donde otro estrepito amplió su sombría silueta, ancha y monstruosamente tosca. Ahora entendía un poco más lo que se me habló en ese salón, solo el hecho de por qué estaba aquí y por qué esperaban a que recordara para hacerme otro interrogatorio.
—El golpe en tu cabeza no fue accidente por explosión—Se me extendieron las cejas ante sus palabras, Sarah fue quien me dijo lo del golpe—, uno de ellos lo provocó.
Entenebrecí solo escucharlo.
—Entonces, casi logran matarme—musité para mí misma—. ¿Y dónde están esos hombres? — la pregunta desbordó de mis labios con miedo—. ¿Los encerraron?
Aquel miedo que duró tan solo un segundo cuando levanté la mirada a su torso, hechizada por el modo en que esas costillas se extendieron bajo su piel y con tanta lentitud en la que vi como su pecho tensionado aumentaba de tamaño, remarcándolo con fascinante bestialidad.
Pero qué vista.
—¿Quieres saber lo que les sucedió? —la bestialidad con la que por poco pareció farfullar su pregunta, desinflando esos enormes pectorales, me corto el aliento.
Y asentí, subiendo el rostro para mirar con qué peligrosidad permitía que esa oscura comisura se levantara, estirando sus labios en una ladina e irritada mueca, la cual sentí deseo de deshacer...
—O, ¿quieres besarme, Nastya?
El pulso se me aceleró bombeando frenéticamente la sangre a mi cuerpo, y una quemazón en el abdomen se extendió hasta el vientre.
—¿Qué? —el nerviosismo me delató con la negación que hice sacudiendo los mechones—. No.
Esa ceja volvió a temblar, amenazando con arquearse.
—¿Estás segura? — arrastró con asperidad.
—No—respondí de golpe antes de sacudir la cabellera en negación al darme cuenta de lo que dije—. D-digo sí. Sí lo estoy.
La quijada se le apretó y torció parte de su rostro mirando al balcón. Chasqueó los dientes y se arrancó la toalla de los hombros.
Sentí como todo el aire se atascaba en mis pulmones cuando rodeó el resto el resto del sofá, dejando que esos muslos tonificados se marcaran bajo la tela de sus vaqueros conforme se movía delante de mí, dejando que la suela de sus botas, resonara en el suelo.
Paso a paso, y con tanta desquiciante lentitud que sentí como se me comprimían las entrañas hasta endurecerlas al darme cuenta de que estaba viniendo en mi dirección.
Algo en mi cabeza tintineo como advertencia, tenerlo cerca era algo que no debía suceder y retrocedí chocando con la cómoda y con una brusquedad en la que sentí como los se tambaleaba a punto de caer, al contar los escasos metros que restaba para que su monstruosa masculinidad acortara la distancia entre los dos y en todo sentido.
La curva de sus carnosos labios se extendió ante mi exagerada reacción, y apreté los muslos cuando algo quiso calentarme la entrepierna. «¡Apártate de la cómoda!» El grito interno me puso en alerta, pero las piernas no me respondieron sintiéndolas atravesar el suelo y volverse como gelatina derretida. Negar con la cabeza fue lo unció que pude hacer cuanto su escalofriante sombra terminó ocultando hasta el último centímetro de mi existencia cuando se detuvo a solo un centímetro de que nuestros cuerpos se palparan en todo sentido.
Un rotundo estrepitar se levantó con luces que destellaron sus musculosos pectorales aumentando de tamaño ante mi boca que lamí ansiando su toque.
Y respiré, y los parpados quisieron caerse cuando me sentí hechizada al sentir como mi pecho se apretaba con aquella inhalación a su torso, sino por el aroma viril destilado de su piel húmeda mezclada con lavanda. Fue como si inhalara una oleada de hormonas alteradas y excitadas, desinflándome entera y en una larga exhalación.
Qué rico.
Una humedad derramándose sobre la frágil piel de mi sexo me apretó los muslos y un jadeo resbaló de mis labios ante el rotundo calor que desprendieron esos dedos deslizándose con desquiciante pausa en mi quijada, apretándola apenas en un agarre suficiente para alzarme el rostro y obligarme a encontrar la amenazadora cercanía de su varonil rostro sobre mí.
Un cosquilleo penetró mi abdomen y me perdí en todos esos detalles que contraían sus facciones marcadas y suaves, una combinación perfecta que resultaba ser aún más enigmática con esos tenebrosos orbes que adornados por pobladas y largas pestañas, entenebrecían bajo la sombra de los delgados mechones que resbalaban de su cabeza y sobre su frente.
—Mujer...
¡Cielos! Escuché mi propio gemido interno haciéndome temblequear, las rodillas estuvieron a punto de romperse y por poco haciéndome caer al suelo ante el crepitar de las vibraciones emitidas desde su pecho y ese cálido aliento bajando sobre mí rostro, acariciándome los labios, cuales se abrieron secos, sedientos.
—¿Sí? —me sorprendió mi propia respuesta quedando aturdida.
Una conmoción que desvaneció cuando él inclinó apenas un poco más su rostro, y solo lo suficiente para que el lóbulo de su respingona nariz rozara con el mío, y el tan solo toque suave y puntiagudo envió un cumulo de cálidas y adormecidas sensaciones estremeciéndome el cuerpo y hasta las neuronas.
A poco estuve de cerrar los parpados y perderme en ese solo contacto que de algún modo pedía más.
—Tus mentiras no funcionan conmigo —masculló, dejándome hechizada con su aliento hormigueándome los labios—. Si tantas ganas tienes de probarme la boca, hazlo.
Quiero probarte todo. El miedo me invadió como un pinchazo que me extendió los parpados de inmediato cuando la necesidad de inclinarme y hundir mi boca a la suya, cumpliendo sus palabras, nació con tanta intensidad que los labios se me separaron más, temblorosos, ansiosos.
Dios, ¿qué es esto? No lograba entenderlo, mis reacciones y las mismas sensaciones que atormentaban mi cuerpo estaban asustándome, frustrándome, y no tenía una explicación lógica que me respondiera a qué se debía. Era por él, sí, pero, ¿por qué?, ¿qué tenía él que me hiciera sentir inmensamente atrapada de tal forma que no pudiera pensar con claridad?
Los pensamientos se me hacía añicos como mi conciencia olvidándome del anillo en su dedo anular. Esto no estaba bien, era antinatural, inhumano, algo así no podía existir, pero existía y aunque no comprendiera, era él, y me di cuenta de que tenía que apartarme lo más pronto posible antes de que fuera tarde y cometiera un error.
Caer.
Me rogué a encontrar fuerzas de donde fuera, y empujé mi cabeza hacia atrás, rompiendo el contacto cálido de su nariz y el agarre de sus largos dedos, dejando una sensación tan inquietante y contradictoria que me dejó insatisfecha y confundida.
—Te equivocas...— la voz por poco se me fue y aclaré la garganta endureciendo la mirada, una acción que titubeó cuando me estrellé contra la intimidación de sus orbes—, no quiero probarte ... besarte, ¿de donde sacas eso?
Apretó la comisura de tal modo que esa línea se alargó sobre una parte de su carnosa boca.
—Tus mentiras me tientan—exhaló—. Desde el interrogatorio no dejas de mirarme con deseo.
De la frustración que sentí al no entender todas esas sensaciones tan perturbadoras hundí el entrecejo y traté de negar bajo su agarre firme.
—Espera—acompañé mi petición con la acción de mis manos, alejándose de la playera en la que todo este tiempo se aferraron con la intención de llevarlas a su torso y empujarlo, y así darle fuerza a mi petición.
Pero solo recostar las yemas de mis dedos sobre esa textura tan perturbadoramente caliente y endurecida, me deshice en cientos de pedazos. Perdí la fuerza, sintiendo mis dedos hechizados, dejándose caer sobre cada musculo que construía su torso sintiendo como cada abdominal, dura y perfectamente delineada se tensionaba y esa mandíbula se desencajaba, y tuve una guerra interna cuando llegué a los bordes de sus baqueros, aferrándome a la tela.
La mirada se me clavó en ese bulto cuya forma era más agrandada que antes, remarcando lo largo de la cremallera. Me entenebrecí con el tamaño, sintiendo la humedad aumentando en mi sexo abriendo los labios para soltar una entrecortada exhalación.
Esta erecto.
Dios. La humedad aumentó en mi entrepierna, sintiendo el tormento de la primera palpitación contra mi sexo apretándome los dientes.
—Adelante—la ronquera en su voz me hechizó, hundiéndome las cejas en un gesto sufrido y retuve una respiración en mis pulmones cuando le sentí inclinarse sobre mí, dejando que su puntiaguda nariz respirara—. No te retengas y mete las manos, toca lo que tus caricias me provocan.
Un jadeo entrecortado se me escapó de los labios deshaciéndome con su mascullar ronco y retenido como si por poco fuera gruñido, y con ese aliento acariciándome la sien y parte de la mejilla me mordió el labio inferior. Era como si hasta el último rincón más pequeño de mi cuerpo estuviera hipnotizado, recibiendo una descarga placentera.
Esto está mal.
—Tengo que regresar con la niña—susurré, siendo eso lo único que apenas tintineara en mi mente—. Si despierta y no me ve...
El miedo que me invadió cuando ya no supe terminar las palabras, me hizo empujarme hacía atrás y deslizar el cuerpo sobre el estrecho espacio junto a mí con la necesidad de huir de él y apartarme para aclarar la cabeza. Pero tan solo me moví, ese brazo rodeando con una voracidad inhumana mi cintura para aferrar sus dedos a mi costilla y tirar de mí con brusquedad hasta estrellarme contra su torso tosco y rotundamente caliente, me detuvo. Mi boca goleó con la cima de sus calientes pectorales, escupiendo un gemido que quedó tatuado en esos músculos que se tensionaron, endureciéndose.
Todas mis entrañas chillaron cuando fui consiente instantáneamente de ese bulto apretándose a mi entrepierna cuando me presionó más a su torso. Esos otros dedos volvieron sobre mi quijada, deslizándose por la piel con tanta delicadeza para subirme el rostro, pude sentir como mi nariz se rozaba con esos carnosos labios a los que no aparté la mirada al caer en cuenta de que solo bastaba un maldito centímetro para sentirlos rozarse sobre los míos.
—El infante puede esperar—enfatizó entre dientes, y me sentí embriagada con su aliento perforando el interior de mi boca con mágicas sensaciones—. Yo no.
Y se inclinó y a una velocidad tan inesperada en la que el corazón me atravesó el cuerpo para salir huyendo de las emociones que se inyectaron en mí con fascinación cuando esa carnosa boca tan exquisitamente caliente se recostó sobre cada fibra de la mía. Y me besó con tanta profundidad intima y carnal que me desarmé en una larga exhalación que acarició el hueco de su boca.
¿Qué es esto? Ese pensamiento apenas tocó mi mente oscurecida cuando tronó nuestras bocas con tanta maldita lentitud que la sensación sobrepasó mi existencia sintiéndome tan poseída por el beso de un extraño.
—Más —gemí contra mi voluntad, meneando mi boca a la suya y sintiendo como la parte izquierda de sus labios temblaba y se extendía en una curva que me palpó el sexo.
—Voglio scoparti così forte che non ci sarà più niente da ricordare— farfulló entre dientes, y un gemido se me ahogó en la garganta cuando tiró de mi mentón pegándome aún más a su boca, rozando mi labio a sus dientes apretados—. Esta es mi advertencia, atente a tu provocación, mujer.
—No te estoy provocando—logré susurrar, sintiendo como nuestros labios se moldeaban, un tortura que no pude entender.
—Tu sola existencia me tienta, Nastya— arrastró con bestialidad, sintiendo como los dedos se deslizaban en mi cintura, apretándome más a su cuerpo y de tal modo que sintiera volverme polvo ante su calor atravesándome la piel—, tanto que no pienso esperar.
Los segundos se detuvieron solo para sentir cómo esos cálidos y carnosos labios se abrían una vez más contra los míos temblorosos, desmoronándome en rotundos estremecimientos que amenazaban con volverme nada. Algo que no sucedió cuando sus dientes se cerraron con fuerza, apretándose sobre los míos.
Sentí como una de sus comisuras temblaba y se apartó de mí boca, y la severidad con la que me recorrió el rostro desencajando su mandíbula, me desconcertó tanto como esa comisura izquierda estirándose en una ladina e irritada mueca al mismo tiempo en que su pulgar trepó sobre mi labio inferior, acariciando la textura y con tanto deseo...
—Escóndete —exigió entre dientes y su áspera orden me aturdió.
¿Qué? No pude soltar eso entre labios, todavía alterada por su boca y su cuerpo, pero la respuesta llegó segundo más tarde cuando...
Tres golpes a la puerta me entenebrecieron la espinilla y el horror me rasgó el rostro sintiéndome entenebrecida.
—¡Ya llegué, ábreme la puerta!
¡Maldita sea, no puede ser esta mi suerte!
Un grito interno me enloqueció cuando más golpes vinieron en compañía amortiguándose por un estruendo desde el balcón. Y lo que me abrumó fue verlo a él tan tranquilo, enderezándose con peligrosidad y con una mueca ladina torciendo únicamente sus carnosos labios antes de tirar de mi labio inferior y soltarme el mentón.
Eso no fue lo único que soltó de mi cuando el brazo que rodeaba mi cintura y me mantenía tan estrujado a su masculinidad, rompió su agarre saliendo de mi cuerpo al mismo tiempo en que el calor de su cuerpo lo hizo también y con tanta brusquedad se apartó de mí que pestañeé ante su ausencia cosquilleándome la piel. Me dio la espalda, mostrándome las sombras que se alargaban desde sus omoplatos hasta el último centímetro de piel, y verlo apartarse de mi con el hueco de su calzado resonando en el suelo me tensionó.
Cruzó detrás de la cama y extendí los parpados cuando supe que estaba yendo en dirección al estrecho corredizo. Me aterré.
¿Va abrir la puerta cuanto yo sigo aquí?
Sus músculos se tensionaron y sus manos se empuñaron hasta tensionarle los músculos y blanquearle los nudillos.
—¿Qué estas esperando para esconderte? —farfulló, entenebreciendo mis músculos.
Reaccioné enseguida, apartándome de la cómoda, sintiendo la adrenalina aumentándome la temperatura. «Tengo que esconderme.» Eso fue en lo único que pensé y clavé la mirada en el umbral del baño punto de correr hacia su interior, pero preferí detenerme delante del armario, tomando las amplias puertas para abrirlo y exponer todas esas prendas bien colgadas a las que no hallaba forma ni color.
No, no, aquí no. Ella podría revisarlo para cambiarse. Cerré las puertas delgadas y me giré restregándome las manos a la playera. sintiendo el pánico adueñarse de mi cuando lo encontré a él atravesando el corredizo con lentitud.
No puede abrirla si todavía no me escondo.
Sí ella me ve... No quise imaginarme lo que ocurriría y corrí hacia la amplia cama en el centro, dejándome caer de arrodillas enseguida. Me incliné y no estudié el espacio por debajo acomodándome bocabajo para deslizarme dentro lo más rápido que pude.
Los segundos transcurrieron cuando me acomodé en el centro clavando la mirada en esas botas varoniles alumbrándose tras un destello, para hallarlas deteniéndose delante de la puerta. Apreté los dientes sintiendo como la respiración se me agitaba cuando abrió y un tintineo resonó en forma de alarma antes de que ese taconeo levantándose de inmediato golpeteara en mis oídos.
—Está lloviendo a cántaros — su voz aguda me mordió el labio con rotunda fuerza —, pero en la ciudad es peor, si me hubieras acompañado, conocerás una parte del mundo desde otro punto. Hace dos décadas el clima no estaba tan loco.
Los nervios me hicieron añicos cuando el taconeo aumentó y atisbé esa figura femenina vistiendo el largo saco negro que, adentrándose al cuarto, fue levemente alumbrada por un trueno.
Sus largas piernas desnudas y afirmada bajo la falda entubada, quedaron a mi vista como esas bolsas de tela que colgaban entre las manos. Y solo verla cada vez más cerca de donde me escondía me comprimió las costillas.
—Después de la junta fue un caos con la tormenta — se quejó deteniéndose a un costado de la cama para dejar caer las bolsas de tela frente a mí —, apenas pude comprarle algo de ropa a ella, unas botas, un par de sudaderas y jeans con el bono que me disté.
¿Él le dio dinero para comprarme ropa?, ¿a mí?, ¿por qué? Pero, ¿no dijo ella que fue un experimento?
Me mintió. Y claro que lo hizo, que su prometido me comprara ropa, ¿por qué él? Creí que había sido ese tal experimento Cero Siete Negro.
—Lo único que me faltó fue la ropa interior, calcetines y camisas o tops manga larga. Todavía sobró mucho de lo que me diste, fui a las mejores rebajas, ¿quieres que siga comprando? Puedo parar, ella ya tiene ropa interior.
Llevé mi mano a la boca con tal de disminuir el sonido de mi respiración cuando, repentinamente, ella se volteó y la cama se hundió sobre mí sintiéndome apretujar del miedo que me apretaba.
Me va a descubrir. Estoy muerta.
—No me interesa si tiene o no—Hasta la fibra más pequeña de mi cuerpo estremeció con la grave y ronca voz masculina emergiendo del corredizo.
Dejé de observar los tacones negros frente a mis ojos para clavarme en esos muslos varoniles atravesando el cuarto con pausa. Seguí la monstruosa masculinidad del hombre cuya sombra se alargaba sobre el suelo con los truenos dibujándolo.
Ladeando y pegando más mi mejilla al suelo pude reparar en el perfil de su rostro varonil y la seriedad tan frívola que se apoderaba de cada facción conforme se dedicaba a mirar hacía el balcón.
—Compra todo lo que ordené— me sentí inquieta por la frialdad en su voz con la que hablaba a Ivanova—, si falta, te daré más.
No dio una mirada en mi dirección, ignorando por completo mi existencia y como si lo que sucedió minutos atrás jamás hubiera sucedido y nunca hubiera tocado el cuarto.
Apreté los labios sin poder evitar perderme en su torso desnudo, ancho, tosco, duro, perderme en todos esos músculos dibujándose con perfección bajo su piel, recordando como se sintió mí cuerpo al ser apretado contra el suyo y mi entrepierna húmeda al sentir el tamaño de su miembro. Estremecí con el recuerdo de su intenso y embriagador calor invadiendo hasta la última de mis neuronas y lamí mis labios que hormigueaban ante la inquietante ausencia de los suyos, incapaz de percatarme del sabor de su textura...
Me di una abofeteada mental saliendo del trance y me sentí incomoda con la situación. Ella está presente y yo me escondo como la amante que no soy, recordando lo que sucedió con él en su habitación, a solas y a oscuras mientras ella hacía compras.
Cometí un error al venir aquí y peor aún, lo cometí al no reaccionar en el primer instante en que él se acercó o se detuvo frente a mí. Y no fue porque no quise, sino porque no pude, y me entenebrecía no saber qué fue lo que me dejó a tal grado en hasta mis brazos perdieran la fuerza.
—¿Cuál es el afán de gastar tus bonos? — la cama se hundió más y comencé a temblar—. Son tuyos, tú debes utilizarlo a tu gusto no dárselo a otra
No dárselo a otra... El modo en que lo dijo, era obvio que no le parecía ni le gustaba que su prometido gastara dinero para mí. Y para ser franca, a mí tampoco, no le hallaba sentido, ¿por qué él?
— Apenas te has comprado ropa para ti y eso porque yo te ayude a comprar, porque dijiste que no te interesaba y que con el uniforme te bastaba.
El miedo me invadió, observando cómo parte de su cuerpo se inclinaba fuera de la cama y sus delgadas manos se recostaban sobre las cintas de sus tacones para desajustarlos.
Me va a mirar, me descubrirá.
—¿Y por qué estas sin camisa? —su aguda voz tan cerca de mí, me encogió contra el helado suelo y me deslicé a un costado, retrocediendo de sus tacones—. ¿Te diste un baño?
—¿Eso importa? —espetó.
—Para mí sí.
Él se recostó en el umbral del balcón, con una mano deslizándose en el bolsillo y ladeó su rostro, dejando que su mirada sombría y misteriosa mirara la lluvia cayendo sobre los barandales. Las luces de los estruendos lo embellecieron aterradoramente, y la perfección estaba tan intacta en él como la despreocupado de que una segunda mujer estuviera ocultándose bajo la cama en la que su prometida se sentaba.
— Que malo, ¿por qué no me esperaste? —río ella, sacándose los tacones que dejó junto a la mesilla—. Pudimos bañarnos juntos, después de todo estamos prometidos.
Se levantó con los pies descalzos, dejando caer una prenda en el suelo.
¿Se va a desnudar?
La pregunta detalló en mi mente y el horror volvió a rasgarme el rostro sin tardar nada en reparé en la gruesa prenda frente a mí. Era el sacó y ella lo recogió, dejándolo en alguna parte para mover sus esbeltas piernas en dirección a él.
—Estoy bromeando, no te pongas tan amargado, señor Ogrito—bufó, y una mueca cruzó mis labios cuando él no hizo ningún gesto a sus palabras.
Se detuvo a pasos frente al hombre mirando su perfil. La tensión en el ambiente me incomodó y ella dejó caer su mirada sobre sus pectorales, mordiéndose el labio con fuerza. Pude notar lo mucho que se perdía en su desnudo torso, contemplándolo hasta el último centímetro y con tanta lentitud que vi como sus manos se empuñaban, apretándose a su abdomen.
Él la miró de reojo cuando ella con un notable titubeó, extendió su brazo dejando que sus largos dedos se recostaran sobre su grueso antebrazo, deslizándose por esas largas venas saltarinas. Entonces enderezó su rostro con severidad, haciendo un inesperado movimiento con el brazo que cortó con el toque de la mujer.
— Veo que no te has quitado el anillo—señaló y levantó su mano, mirándose su argolla —. Tampoco yo. Acabamos de hacerlo saber, lo ideal sería esperarnos antes dé...
Hundí el entrecejo preguntándome a que se refería. Esa duda se desvaneció sintiéndome repentinamente incomoda cuando apartó si mano de su brazo y la llevó junto a lampara sobre los botones de su camisa blanca para comenzar a desabotonarlos.
— Papá no dejó de hacer preguntas— hizo una pausa, desabotonando un siguiente botón para dejar a la vista, una parte del listón de brasier con encaje—, así que tuve que contárselo todo, su cara fue el mejor de los chistes, pero al final se tranquilizó. Sabe que esto fue demasiado rápido, era una locura.
¿Qué fue demasiado rápido?
La curva derecha de sus labios se extendió en una mueca cuando él no dijo nada, ignorando el modo en que sus delgadas manos tiraban un poco del cuello para dejar una parte de su apretujado pecho rodeado por una copa con encaje negro. «Parece que esa enojado con ella.»
—Voy a darme un baño—exhaló moviendo sus piernas con lentitud y dejando que parte de su hombro rozara con el brazo de Keith—. Toqué a la puerta de Nastya, pero no abrió, así que mañana Sarah le dará la ropa.
Seguí las vibraciones de sus pies rodeando la cama por detrás.
—¡Ah sí! —su exclamación en alguna parte del cuarto me contrajo los músculos tanto como el chirrido de la puerta del closet siendo abierta—. Alcancé a comprarle el tinte, mejor que se tiña el cabello de su color natural, así se reconocerá más con su verdadero aspecto.
La sentí acercarse a la cama, deteniéndose un instante para inclinarse como si recogiera algo del colchón. Se enderezó y volvió apartarse.
—Una vez salga de bañarme te contaré lo que hablamos en la junta— soltó—. Llegamos a un acuerdo, un tiempo limitado.
El crujir de una puerta siendo cerrada me detuvo una respiración, me deslicé con gran rapidez al borde bajo la cama y extendí el cuello apenas sacando una parte de la cabeza y torciéndola hacía el otro lado del cuarto para confirmar mis sospechas. La puerta del baño estaba cerrada, esta era mi oportunidad.
Salí como pude debajo de la cama y me incorporé sintiendo como todo el cabello se me desacomodaba y el corazón golpeteaba mi garganta. Ni siquiera lancé una mirada al balcón cuando rodeé con sigilo y de puntitas el respaldo de la cama, clavándome únicamente en la puerta del baño, rogándome porque no fuera abierta. Tan solo la crucé, corrí todavía de puntitas al estrecho pasillo para estirar el brazo alcanzar la perilla y abrir la puerta inmediatamente.
El tintineo sobre mí me traicionó, erizándome las vellosidades. No esperé a nada tras lanzar una mirada encima de mi hombro para revisar que ella siguiera sin salir del baño y salí al pasadizo cerrando la puerta antes de correr a la otra habitación.
Jalé la manija para adentrarme al cuarto con los nervios todavía haciéndome temblar, y el estrecho corredizo se iluminó, mostrándome el resto de la habitación. Recargué la espalda en la madera y llevé mis dedos a rearme los labios al sentir todavía la intensidad del calor de los suyos intacto, sintiendo a su vez el frenético tamborileo de mi corazón y mi agitada respiración haciendo ruido alrededor.
Estremecí.
No debí ir a él. Fue lo único que retumbó en mis adentros antes de desinflarme con brusquedad, sintiendo una maraña de sensaciones me cubría entera, dejándome con una expresión a la que no pude darle nombre.
Miedo.
Confusión.
Excitación.
Sorpresa.
Inquietud.
Perturbación.
Todo eso se reflejaba en mi rostro y volví a estremecer. Y es que, ¿qué fue lo que ocurrió?, ¿qué demonios sucedió con él?, ¿por qué reaccioné así ante él? Mi cabeza estaba tan revuelta que negué repetitivamente cuando los recuerdos de lo que ocurrió en ese cuarto quisieron vislumbrarse. Lo único que sabía era que no quería pensar en ello porque entonces, sería aún más confuso. Pero estaba siendo imposible.
Desconcertada, moví las piernas que sentía de gelatina, recorriendo el pasadizo hasta la cómoda de madera negra, rodeé un poco la cama deteniéndome a un costado del amplio colchón donde el cuerpo de la pequeña todavía seguía intacto, envuelto en el cobertor con la que la cobijé antes de irme a buscarlo a él.
No lo recuerdes. Me repetí y la observé bajo los estruendos que se amortiguaban detrás de las ventanillas cubiertas por la cortina rojiza. Ella seguía profundamente dormida y en la misma posición, ¿cómo es que la tormenta no logró despertarla ni removerla un poco? Mordí el labio inferior y tras una larga exhalación en la que me repetí otra vez no pensara en lo ocurrido, me senté sobre el colchón, moviendo uno de mis brazos para dejar que mi mano se recostara sobre la sedosa cabellera de la niña.
—Despierta—solté con cautela, deslizando los dedos sobre su hombro para, levemente, moverla.
La pequeña no se inmutó y la sacudí un poco más. Me apenaba tener que despertarla, pero prefería no tener reclamos ni regaños y apostaba a que Seis estaría buscándola.
—Jennifer— la llamé y seguí moviéndola aumentando el movimiento sobre su hombre, el cual la hizo quejarse contra el colchón—. Tienes que volver o Maggie se molestará.
Seguí meneando y ella gimió, negó lentamente con la cabeza antes de removerse bajo la sabana.
—No quiero...—hizo berrinche, pataleando el colchón—. ¿No me puedo quedar a dormir contigo?
—Puedes, pero hoy no porque no le pedimos permiso a Maggi y se puede enojar.
Volvió a patalear y extendió sus parpados mirándome con reclamo.
—Es que estoy muy a gusto aquí, contigo.
Una leve sonrisa cruzó mis labios.
—Otro día podrás quedarte a dormir, ¿qué te parece? — inquirí.
Se empujó hacia atrás, sentándose sobre sus rodillas. Baba le manchaba la mejilla pegándole uno que otro mechón de cabello que ella se apartó.
—No me va a dejar— frunció sus labios en una mueca antes de gatear al borde de la cama y bajar para acomodarse delante de mí—. A Seis no le caes bien.
En eso tenía razón, se le notó en el gimnasio y me pregunté por qué. Me pensaría que, porque era una humana, pero... No, sentía que era por algo más.
—No te preocupes, averiguaremos cómo tener su permiso— me escuché segura cuando en realidad no lo estaba, aunque, ¿por qué debíamos pedirle permiso a ella? La niña no era su hija, ¿o sí?
Seguro se encargaba de cuidarla. La pequeña delante de mí asintió, apenas extendiendo sus labios en tanto se limpiaba con el dorso de su mano el resto de la baba.
—¿Todos los días seguirás en el cuarto del señor Ogro? —preguntó.
La imagen de Keith Alekseev alteró mis neuronas y me rogué no recordar lo de hacía tan solo minutos atrás, no quería procesarlo, no quería aturdirme más de lo que las sensaciones que me produjo me tenían.
—No lo sé—respondí con calma—. Pero si me cambian de cuarto, te diré. Ahora vuelve con Maggi.
Palmeé su hombro y ella asintió sonriente, dándome la espalda para caminar todavía adormilada hacía el corredizo. Abrió la puerta y la atravesó, cerrándola tras alzar su mano y sacudirla en una despedida que correspondí.
El silencio hundió por completo la habitación y torcí el rostro clavándome en la cortina rojiza solo para darme cuenta de que los truenos habían silenciado.
No lo recuerdes. Volvió a repetir mi mente y me saqué las sandalias dejándolas a un lado. Me incorporé fuera del colchón desajustándome los jeans para deslizarlos fuera de mis muslos y quedar únicamente en bragas. Tomé los bordes de la playera negra estirándola para que mis desnudas piernas quedarán mayormente cubiertas y me enderecé clavando la mirada en la ventanilla de la puerta.
No lo recuerdes...
Relamí los labios con nerviosismo y me encaminé al corredizo para poner el seguro en el picaporte y sin poder evitarlo me incliné contra la ventanilla polarizada para mirar al pasillo que, para mi asombro, todavía estaba alumbrado. Me clavé en la puerta al otro lado y el pecho se me agitó conforme miraba, sintiendo esa inquietud, esa perturbación de lo ocurrió detrás de esa madera gruesa.
Una sombra extendiéndose en alguna parte de afuera, me removió instantáneamente la mirada al resto del pasillo. Apenas pude ver un lado de él, pero lo suficiente como para lograr atisbar la silueta de una persona, y se movía con tanta lentitud que me alcé de puntitas para alcanzar a mirar más.
Llevaba uniforme de soldado y debido a su casco no pude ver ni siquiera un poco de su perfil, ¿será el mismo soldado de hace rato?, ¿o acaso será el Teniente?
No, el modo en que cada vez más se apartaba me hacía creer que no podría ser él. Quizás no haría guardia en la puerta hoy, y eso era otra cosa que me confundía porque no había motivo para cuidar de este cuarto.
Me aparté dando la espalda a la madera para dirigiéndome a la cama. Trepé sobre el colchón y atraje las sabanas hasta cubrir gran parte de mi cuerpo no apagué la luz y recosté la cabeza sobre la almohada.
No estaba cansada, pero estar sola no dejaba más remedio que tratar de adquirir el sueño antes de perderme en mis pensamientos.
Eso fue inevitable, no pude, removiéndome de tal modo que quedara mirando el techo de la habitación. Dejé que mis dedos tocaran los labios, recordando la textura de los suyos, el intenso calor que emitía con cada uno de sus movimientos, y la lentitud con la que los abrió contra mi boca...
Me besó.
Nos besamos y yo le pedí más.
Estremecí con el recuerdo y me tallé los parpados sintiendo que todo esto era alguna clase de sueño. Fue una locura.
¿Por qué se me acercó?, ¿por qué me acorraló?, ¿por qué se inclinó y rozó su boca a la mía?, ¿por qué me besó? No lo sé, no lo sé, no lo entiendo. Y la pregunta que más me perturbó, ¿qué fue lo que me sucedió a mi con él?
Con las neuronas y el subconsciente funcionando correctamente, uno reaccionaria de forma contraria y natural. Se aportaría de él, cortaría con su agarre y le ordenaría no volver a acercarse. Pero nada de eso pude hacerlo, ¿por qué? ¿Qué me ocurrió?
Sarah dijo que el hombre era la perversión misma en persona, que uno se estremecía con su sola presencia, la cual era imposible de ignorar. Pero jamás creí que fuera de este modo tan excesivo y tan desmedido de tal modo que ni una sola parte de mi pudiera reaccionar.
La exageración en mis reacciones fue desconcertante, y bastante como para desear no querer volver a acercarme a él.
Y no lo haría.
Definitivamente no.
(...)
¡HOLA HERMOSAS! Al fin pude actualizar y me siento bastante emocionada de hacerlo hoy lunes, empezando la semana.
Espero que este capítulo les haya gustado. LAS AMOOO MUCHOOOO.
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