Bajo el manto
BAJO EL MANTO
*.*.*
(...)
La zona canina. Esa era la zona a la que pertenecían las bestias.
Y ahí era el área en el que trabajé como genetista para crear la mejora del ADN de las bestias. Sin embargo, de genética no sabía absolutamente nada, solo una plana entera de palabras y significados que me obligaron a memorizar para poder ser aceptada en el subterráneo. Así que ese solo fue un título que se le dio a mi falsa identidad y el cual muchos se creyeron.
A pesar de que desconocía todo, se me obligaba a participar en lo que se hacía con los distintos reptiles que se tenían y de los cuales se obtenía su ADN para crear a las bestias.
La zona se dividía en 5 áreas. La primera era el laboratorio donde se creaba la genética a base de ADN de reptil y el ADN de un Puma. La segunda era donde se tenían a estas distintas especies y la tercera, donde se incubaba el embrión hasta su maduración dentro de lo que era una caja que asimilaba su interior como la matriz de una hembra.
Mientras tanto, en la cuarta se transportaban los cachorros a unas enormes peceras en la que se conectaban con el techo y terminaban hasta el suelo, y en la quinta se encontraban todas las jaulas que contenían a las bestias tras terminarse maduración. Unas enormes jaulas de barrotes metálicos que colgaban a lo largo de todas las paredes.
La primera vez que vi a una bestia completamente madurada, tuve pesadillas. Fue bastante difícil acostumbrarme a la zona canina, era aterrador lo que el hombre y la ciencia podían llegar a crear.
Estas bestias mediante aproximadamente un metro de altura, quizás menos. Lo que más perturbada de ellos era su gruesa piel completamente negra, escamosa y babosa. No tenían cabello en ninguna zona de su cuerpo y la gran mayoría no tenían orejas, solo el meato auditivo el cual era un agujero a los costados de su cabeza.
Nada perturbada más de ellos, que sus inquietantes habilidades. Al igual que los experimentos humanos, las bestias también obtuvieron casi todos sus sentidos desarrollados. Aunque no todas las heredaron, otras si lo hicieron. Lo único que tenían por igual, era la procreación de órganos en su interior. En vez de embriones, cuando estás se cruzaban con su emparejado, creaban órganos.
Órganos que eran vomitados por su hocico, o excretados como alguna clase de materia fecal.
Era tan arrebatadora lo que producían que no quise tocar nunca más la quinta área canina. Fue debido a las bestias que, lo que Anna Morózova me dijo de Chenovy, tomó más forma. Lo que hacían estas criaturas y lo que les hacían sus propios veterinarios, me hizo desear soltar de una maldita vez los gusanos en la matriz que alimentaba a sus experimentos. Y, por si fuera poco, dárselo de comer a Chenovy también.
En ese entonces era un monstruo para mí.
Un rugido voraz y peligrosamente cerca de la puerta, me sacó bruscamente de mis recuerdos. Los huesos saltaron bajo mi piel y por poco todo el resto de mi cuerpo sobre su regazo.
Presté atención a cada aterrador sonido y solo hundirme en todos esos estruendos de materia siendo rasgada o arrancada de alguna parte, supe que seguían destruyendo mi habitación más de lo que ya estaba.
Llevábamos tiempo encerrados en la misma posición y ellos seguían haciendo ruido. Era un hecho que sabían que estábamos aquí, pero, ¿acaso no se rendirán hasta rastrearnos?
Ahogué un leve chillido a causa de otro grotesco crujir amortiguándose contra la principal pared junto a la puerta. Me di cuenta, solo sentir como el temblor se adueñaba de cada parte de mi cuerpo junto a la dureza de su torso, que era la única que estaba sintiendo un horrible pavor.
¿Es que Siete no sentía miedo? Era cierto que no podrían entrar aquí, pero tanto ruido podía llamar la atención de otros contaminados y entonces nos encontrarían.
A pesar de que los experimentos estuvieran contaminados y con varias partes de sus cuerpos putrefactas, sus habilidades seguían funcionando. Podían ver temperatura, percibir hasta la más diminuta vibración, olfatear todo tipo de aromas y, escuchar cualquier tipo de sonidos. Sean desde la manera en que nuestras gargantas tragaban saliva y nuestro corazón latía, hasta la manera en que el movimiento de nuestros pies, producían sonido en el agua.
—¿Has estado antes en una situación así? — decidí hablar.
Mi voz rebotó en el manto y me arrepentí de hacer la pregunta mordiéndome el labio.
—Supongo que sí — Era obvio que sí, todos alguna vez tuvieron que verse obligados a esconderse.
El laboratorio estaba repleto de sitios donde mantenerse ocultos, aunque un baño no era precisamente la mejor opción para hacerlo.
Me pregunté cómo fue que encontró al grupo de Jerry, estaba segura de que nunca vi un experimento del área negra con él así que probablemente los encontró después de desaparecerme a mí.
—Están haciendo mucho ruido—aquello brotó de mis labios en un tono bajo a pesar de que una parte de mi sabía que cualquier sonido creado bajo el manto no saldría al exterior—. No han dejado de hacerlo desde que estamos aquí.
Se me endureció en cuerpo al escuchar repentinamente como un crujido hueco se alargaba sobre la madera. Fue inevitable no imaginar a una de esas bestias enterrando sus garras en el mueble que bloqueaba la puerta al baño.
—¿Qué pasa si atraen más monstruos?
—De ser así no será un problema —su espesa voz me desconcertó, más lo hizo la manera en que ese cálido aliento perforó toda la piel de mi frente, bajando como una desconcertante capa cálida por el resto de mi rostro—. El edredón nos mantendrá ocultos, en tanto no vean nuestra temperatura y nos escuchen no nos encontrarán.
Y me estremecí, un jadeo se ahogó en mi boca que por milagro había mantenido cerrada tras sentir sus dedos deslizándose de encima de mi hombro hasta el centro de mi espalda y con tanta lentitud que amenazó toda mi espina dorsal con arquearse.
Detuve la respiración y no me moví, creyendo que su mano se deslizaría amenazadoramente más abajo, pero no sucedió y que no lo hiciera de algún modo me relajó solo un poco.
—Espero que se vayan pronto...— mordí el labio.
No era recomendable escondernos mucho tiempo cuando el mismo tiempo estaba en nuestra contra.
Los minutos pasaron e intente contenerme y tratar de esperar creyendo que en cualquier momento más se irían. Dejé que la mirada vagara en la oscuridad imaginando lo que seguramente estaban destruyendo las bestias conforme se escuchaban los crujidos y sonidos de tela siendo rasgada. Probablemente era el colchón de mi cama y las almohadas.
Me sentí agradecida de tomar el cobertor de mi hermana.
Removi mi trasero sobre su regazo queriendo dejar de sentir esa inquietante dureza suya, empezaba a incomodarme esta posición y más saber dónde estaba sentada. Y por ese instante, todo silenció. Desde los gruñidos de las bestias hasta el estruendo más diminuto en la habitación, dejando como único ruido, los latidos de mi corazón golpeándome el pecho.
Algo se iluminó en mi cabeza, haciéndome creer que las bestias se habían dado por vencidas y por esos segundos no escuchar nada me hizo levantar el rostro, esperanzada. Una emoción que se evaporizó cuando mis labios palparon una caliente dureza: su quijada.
Una sensación hormigueó en lo profundo de mi estómago y estremecí soltando el jadeo que me hizo reaccionar y bajar de golpe el rostro, sintiendo como los sentidos se me paralizaron con ese simple toque.
—C-creo que ya se fueron—odié tartamudear, intenté olvidar la suavidad de su caliente piel en mis labios queriendo enfocarme en una sola cosa—. ¿Me escuchaste? Creo que ya...
Y ese repentino guarrido alargándose al otro lado me hizo soltar una exhalación de decepción:
—Olvídalo—me retracté.
Sentí ironía porque lo que no podía olvidar era la dureza de su quijada y mantuve la mirada baja apretando las manos al abdomen, tratando de que el incomodó cosquilleo desvaneciera, pero no sucedió y no pude sentirse más absurda. Solo rocé su quijada y estaba tan nerviosa por eso, aun sabiendo que nuestras vidas peligraban porque esas criaturas no se iban, era ridículo.
Negué con la cabeza obligándome a olvidar la sensación, lamiendo los labios antes de seguir:
— ¿Cuánto tiempo más crees que estaremos aquí? —no pude contenerme, llevábamos poco más de una hora y tal vez, debido a que esas criaturas no abandonaban la habitación, duraríamos más, lo que claramente era una muy mala idea.
Me negaba rotundamente a quedarme encerrada por más tiempo, con cada hora el agua más aumentaba. Con el paso del tiempo el laboratorio cada vez más se derrumbaba. ¿Qué sucedería si el comedor terminaba por caerse o la única salida, terminaba por destruirse?
No podía esperar aquí, menos seguir al lado de él, y todavía tenía que cambiar mi aspecto.
—No es buena idea—negué con la cabeza —. No podemos escondernos por mucho tiempo.
—Eso es lo que haremos—un corto circuito se sintió en mi cabeza con el grave crepitar de su voz y el aliento que acarició mi coronilla.
—Sé que sabes que hay partes del laboratorio que se están derrumbando y una de ellas es el comedor — lancé y volví a levantar el rostro soltando lo siguiente—, tú mejor que nadie deberías entender que quedarnos tanto aquí no nos va a...
Sus largos dedos alcanzando mi mentón para alzarme más el rostro, me callaron:
—No, mujer— arrastró la erre entre dientes y se me erizaron las vellosidades con la caricia de su aliento humedeciéndome los labios, sentí los sentidos embriagarse y un abrumador calor instalarse en cada fibra de mi piel—. No es conveniente esperar más tiempo, pero dada las circunstancias no queda de otra que quedarnos aquí hasta que abandonen tu habitación.
Las mejillas ardieron con la potente vibración que emitía su voz, mi mente, por otro lado, trató de trabajar imaginando sobre mí su rostro de facciones tan atractivamente varoniles solo para darme la idea de los centímetros escasos en que debían estar nuestras bocas. Los pocos milímetros en que mis labios estaban a rozarse sobre los suyos, largos, carnosos y con comisuras oscuras.
No puedo creer que este pensando en eso. Aprete los parpados y quise negar con la cabeza en negación tratando de reaccionar, algo que no pude hacer debido a su agarre. Esto no estaba nada bien y me sentí como una tonta sentirme tan nerviosa con su cercanía.
—Lo sé, pero— lamí los labios queriendo enfocarme —, p-pero si no se van podríamos matarlos.
Tan solo dije aquello dejé que una de mis manos volara a su costado con la intención de encontrar una de sus armas, pero las yemas de mis dedos terminaron tropezando con la dureza de su torso. Estremecí y contra mi voluntad recosté los dedos sobre ese músculo tenso y tan bien construido remarcándose perfectamente bajo la camiseta uniformada. Podía sentir como el calor de su piel atravesaba la tela y perforaba mis dedos. Que perfección. No, concéntrate Nastya. Aparté los dedos de su abdomen bajando más y atinando a la gruesa envidia de su cinturón.
—Sabes disparar y yo también— expliqué moviéndolos sobre la textura hasta encontrar la dureza de una de sus gruesas armas, esa que sostuve a punto de desenfundar —. Tienes muchas armas así que...
Y esos calientes dedos deslizándose vorazmente sobre la tibia piel de los míos detuvieron mi movimiento. Los rodeó con su grandeza y asperidad, y su calor atravesó mi piel dejándome sin aliento.
— No conviertas tu miedo en imprudencia—sentí embriagarme aún más y la pesadez en los parpados por poco me los cerró a causa de la ronquera bestial—. No nos moveremos hasta que deje de sentir sus vibraciones.
Me soltó el mentón con una suavidad tan perturbadora que quedé en transé, peor aun cuando el instante su mano abandonó mis dedos, los cuales resbalaron lejos del arma. Sellé los labios y no dije nada bajando la mirada hasta encajarla en algún punto oscuro sintiendo como cada fibra de mi cuerpo estaba afectada por aquella tan inesperada caricia.
Era aterrador, desconcertante, abrumador y ... perturbadoramente enigmático. Una combinación tan catastrófica y peligrosa que no lograría entender.
Era inexplicable la manera en que este hombre me hacía sentir, pero sin duda, llegué a una conclusión. Él era un experimento que, aunque mantenía la forma de un hombre, todo su interior estaba genéticamente alterado. Esas alteraciones eran lo que estaban provocando sensaciones tan desconcertantes y confusas para mí. Sensaciones tan irresistibles y estremecedoras e incontrolables que, con el más pequeño toque, ya te tenían presa.
De ese modo fue como me sentí cuando me acorraló, tan inmensamente atrapada que casi terminé confesando lo que hice. Lo peor de todo es que él sabía que podía provocar eso en las personas.
Así que me di cuenta de que había dos terribles peligros para mí.
Los monstruos del laboratorio...
Y él.
Definitivamente, tenía que impedir a como dé lugar que volviera a tocarme así.
(...)
Cabeceé y no supe en qué momento me perdí otra vez en mis pensamientos, solo supe que estaba atrapada en ellos y lejos de lo que horas atrás ocurrió entre él y yo.
Recordaba el mapa que me dieron el primer día que llegué al subterráneo, el laboratorio tenía la forma de una persona en posición fetal con dos pisos bajo la planta eléctrica. No había parte del laboratorio que no estuviera nombrada o enumerada. Desde los bloques de habitación, comedores, bunkers, salas de descanso, duchas públicas y salas de entrenamiento, hasta áreas de control, áreas de incubación, laboratorios genéticos, oficinas de quejas, plazas, túneles de transporte, almacenes de armas, sótanos y almacenes de mantenimiento y una biblioteca enorme.
A pesar de que sentí una inquietante curiosidad por conocer las áreas en las que incubaban a los experimentos humanos- y las cuales habían nombrado con colores-, no se me permitía moverme de un cierto perímetro. No fue solo por una regla de Anna Morózova mantenerme lejos de las áreas o de las mismas salas de entrenamiento en la que vivían los experimentos jóvenes para su próxima etapa de maduración. Sino porque Chenovy quería mantenernos fijos en nuestro sitio de trabajo sin meter narices donde no se nos incumbía.
Nos impedía indagar en las áreas donde se incubaban a los experimentos y las salas de entrenamiento donde descansaban y entrenaban, sobre todo tocar los túneles que llevaban a los bunkers. Así que los únicos lugares que podía visitar con seguridad, eran pocos.
Mi lugar preferido era la plaza que conectaba a los ductos de las salas de entrenamiento- esas salas a las que por supuesto se me impedía ir. Tenía una espectacular vista del techo que por poco te hacía creer que estabas viendo un anochecer. Su forma redondeada llevaba el aspecto de un parque revestido de césped artificial, bancas de madera y máquinas expendedoras gratis.
Semanas atrás después de este desastre, estuve en esa plaza y el césped artificial estaba cubierto de huesos y cuerpos putrefactos. Eran más de 200 personas las que trabajaban aquí, sin contar el número de experimentos que Chenovy creó de 6 áreas distintas, quizás más de 400 individuos habitaban el subterráneo.
Y la gran mayoría de ellos terminaron muriendo.
— 100 sobrevivientes—musité, sintiendo un ardor apoderándose de mi garganta.
Cargaba con el peso de todas esas muertes, tanto trabajadores como experimentos. Eran muchos inocentes que murieron por lo que hicimos en el laboratorio.
Me estremecí solo sentir envolverme en el primer recuerdo aterrador que tuve la noche en que solté los parásitos y los mismos se habían evolucionado en tan solo horas. Pasaron alrededor de 8 horas cuando todos los que trabajamos para Anna decidimos descansar para despejar sospechas antes de abandonar el laboratorio. Pero ni siquiera pudimos alistarnos y rencontrarnos en el punto de partida, porque el caos nos tomó por sorpresa.
Todos los trabajadores terminaron aterrorizados corriendo de un lugar a otro a causa de las monstruosidades que atacaban. Todavía no sabía el verdadero físico de los experimentos y por la criatura que nos persiguió sentí que Anna decía completamente la verdad...
Hasta que escuché esos gritos chillones recorrer uno de los pasillos cercanos.
Solo ver esos pequeños rostros de un par de niños con esclerótica negras, siendo acorralados por un par de tentáculos que apretaban sus cuerpecitos, chillaban delante de nuestras miradas mientras la monstruosidad les arrancaba partes de sus extremidades...
Saber que los experimentos no eran los monstruos que Anna me contó alguna vez, fue como sentir que me arrancaban el alma. Eran niños. ¿Cómo pudo Anna traernos aquí y pagarnos por hacer esas atrocidades?
—Maldita perra —musité para ella, y no me importó si él me escuchaba o no. Quería insultarla, tenía muchas ganas de hacerlo, así como estrellar mi puño en su rostro.
Sabía que escupirle insultos a Anna no serviría de nada, mucho menos a mí misma mientras me ocultaba detrás de una absurda explicación de que fui engañada y traicionada, porque hacer eso no iba a salvarme de nada. No me justificaba.
Y a pesar de que Siete parecía haberme creído después de que me obligó contar la razón por la que terminé en el sótano, todavía no me salvaba de nada.
Estaba segura de que, después de que las malditas bestias se fueran, él querría buscar a su grupo y llevarme de regreso. No me dejaría escapar y si volvía a intentarlo, volvería a sospechar de mí y quizás entonces no habría más oportunidad de sobrevivir.
No tenía oportunidad de escapar de él... y lo peor de todo es que no sabía cómo seguiría con mi vida sabiendo lo que hice y lo que vi.
—¿Qué ocurre, mujer?
Temblequeé con la inesperada vibración de su pecho. Sali del pensamiento a causa de una sensación liquida deslizándose en mi rostro. Llevé la mano a tocarme la mejilla izquierda solo para recoger entre las yemas una lagrima.
¿Estaba llorando? Ni siquiera me di cuenta, de lo que tampoco me había dado cuenta fue de la opresión en el pecho y el cúmulo de nudos en la garganta.
Sequé el resto de lágrimas y saber que él se dio cuenta me apretó los puños antes de contestar
Seguí sin responder y aspiré por la nariz aquel líquido pegajoso que amenazó con seguir salir por los orificios.
Solo eso faltaba, estar mocosa delante de él.
Y no solo mocosa, desde hacía una hora atrás mi nariz se había envuelto en un desagradable aroma. Y solo inclinar mi rostro hacia mi hombro para olfatearme, podía saber que el aroma provenía vergonzosamente de mi piel.
Apestaba como si estuviera pudriéndome.
No quería imaginar qué tanto estaría desagradándole mi aroma a Siete, sabiendo que tenían su olfato demasiado desarrollado. Creo que por eso había apartado su rostro de mí.
Algo que no me importaba en lo absoluto.
Suspiré con desánimo mientras mis oídos prestaban atención a esos lejanos gruñidos que por hora siguieron esparciéndose en la habitación, aunque esta vez, mucho menos que al principio.
Horas habían pasado desde entonces y las palabras de Siete regresaron a mi mente, ¿cuánto más debíamos esperar bajo el manto? Empezaba a sentir ansiedad, tenía miedo de que nuestra única salida se derrumbara. Aunque las bestias ya parecían estar rindiéndose, algunas quizás se habían ido, pero otras seguían ahí en la habitación, desasiendo el resto de material o comiéndose loa restos de los cadáveres en el pasillo.
Un vuelco en el estómago me tensionó, los retortijones cada vez eran mayores debido al hambre que se apoderaba de mí.
Me tragué un bostezo, llevando mi mano a tallar levemente el párpado izquierdo al sentir un leve ardor incomodando. Estaba sintiéndome cada vez más cansada, tanta oscuridad y el calor intenso de este hombre estaban, de alguna horrible forma, acunándome en los brazos de morfeo. Tenía que hacer algo por mantenerme despierta, lo último que quería era quedarme dormida.
—Cuando todo esto empezó— hablé en voz baja. Iba a contárselo con tal de hacer ruido y mantenerme despierta—, vi a dos niños del área roja siendo devorados por una monstruosidad.
Aclaré el nudo en la garganta, solo decirlo hacia que ese recuerdo aterrador volviera a mi cabeza y oprimiera el pecho.
— Esa imagen me persigue, me atormentan...— me detuve cuando inquietantemente sentí que me hizo falta el aliento—. Sigue atormentándome porque no pude hacer nada. No tenía armas para defenderlos, y cuando grité para llamar su atención, ya se los estaba comiendo...
No, no mentía. Grité y grité tan fuerte para que esos diabólicos ojos negros voltearan a mirarme y dejara de arrancar partes de los cuerpos de esos niños, que mis propios compañeros corrieron sin mí.
Fue demasiado tarde cuando hice aquello que arriesgó por completo mi vida. Tuve a esa criatura persiguiéndome con los restos de los niños.
—Sentí impotencia al no poder hacer nada para salvarlos—alargué, mi voz sonó extraña—. No puedo dejar de pensar en cuántos niños murieron así sin poder defenderse. Niños y bebés... eran los más indefensos.
Aspiré por la nariz y me atreví a levantar una de mis manos para secar una última lágrima que me dejaría derramar .la ira emergió apretándome los dientes, el hijo de Anna —el cual nos mantuvo vigilados para que no abriéramos la boca— y algunos de los suyos sabían sobre los niños. Nos lo ocultaron a los pocos que no sabíamos, y todavía, se atrevieron a burlarse de mí y traicionarme.
Fuimos alrededor de 25 personas involucradas, cuando el grupo de Jerry me encontró, me reencontré con la mayoría de ellos del grupo que me abandonó después de tratar de salvar los niños.
La rabia me ganó y termine golpeando a dos de ellos porque todo ese tiempo me vieron la cara de estúpida, ocultándome lo de los experimentos. Nadie si quiera me mencionó que eran humanos hasta que salió todo a la luz del de la peor forma. Y cuando los encaré con que diría la verdad a Jerry, dijeron que estaban arrepentidos y volví a creerles como tonta.
Me pidieron guardar silencio, que debíamos permanecer callados de otra forma no sobreviviríamos o saldríamos ilesos. Y así lo hice, me quedé callada porque al igual que ellos también quería salir y volver a casa.
Después de la explosión en la oficina de Chenovy varios de ellos murieron. Quedamos muy pocos y días más tarde, cuando los experimentos del grupo agujeraron una de las paredes y logramos salir del túnel, encontramos el bunker donde salvamos a esa pareja. Creímos que todo estaría bien, que al fin saldríamos, parecía que estábamos a salvo. Pero en tan solo horas Jerry informó que atrapó a dos de los involucrados, mencionando que buscarían frascos con las mismas características en cuyo interior se guardaban muestras de sangre.
Supe que los pocos que quedábamos tratarían de deshacerse de las pruebas que quedaban, nunca tuve un frasco porque ese nunca fue mi trabajo así que me dije que tenía que tener cuidado.
Pero al final Dmitry encontró uno en mi mochila.
—Dijiste que mataste a un culpable— empecé a susurrar, recordando lo que hace horas me dijo—. ¿Había más o solo era ese?
Hice cuentas mentalmente de los únicos involucrados que sobrevivieron y no pude creer su cifra. Los únicos sobrevivientes que quedábamos al final éramos 3, contándome.
—Eran dos más que asesiné — la lentitud tan vibrante y crepitante de su varonil voz hizo que una descarga eléctrica me estremeciera
Y entenebrecí con su siniestra confesión como si no le provocara absolutamente nada el matar a dos personas completamente sanas.
Recordé lo que dijo cuando me acorraló, dijo que no dejaría salir del subterráneo a una cómplice. La áspera ira en sus palabras y la frialdad en su mirada eran tan palpable que matar a los culpables seguramente lo complació como venganza por lo que hicieron a los suyos.
Y a mí me creyó. ¿En serio lo hizo?, ¿no seguía jugando conmigo? Me salvé de que no hiciera más preguntas al respecto, porque de ser así, me habría descubierto y entonces, seguramente me estaría dando de comer a las bestias.
Un momento, dijo que había dos culpables más aparte del sujeto que mató. ¿Cómo era eso posible? ¿A caso el grupo de Jerry rescató a más sobrevivientes después de ir al otro bunker? Sí. Era la única respuesta, y dentro de esos sobrevivientes había un involucrado más.
Aparté los labios y me removí sobre su regazo, acomodando mejor mi hombro contra su pecho y evitando recargar la cabeza. No quiero estar en esta posición más tiempo. Sobre él, contra su pecho y envuelta en su calor.
—¿Cómo llegaste al grupo de Jerry? — quise saber—. Nunca te vi con ellos.
Debió ser después de que me llevaran al sótano. Además de esa duda también quería saber si era cierto que tenían a los trabajadores y experimentos en un solo lugar, juntos. El militar dijo que los tenían a todos la base militar y que estaban a salvó, pero ero siendo los experimentos de Chenovy tan diferentes a los humanos por el color de sus escleróticas y sus habilidades, tenía una enorme duda de que quizás los aportaron encerrándolos... pensando que quizá eran un peligro. O, queriendo experimentar más con ellos.
Esperaba equivocarme.
Solté una entrecortada exhalación que rebotó contra el manto. En todos esos segundos en que mi mirada se perdió con cansancio en toda esa oscuridad, él no me respondió.
Susurrar no nos delataba, estábamos debajo de un manto que absorbía nuestros sonidos. Quizás solo no le gustaba responderme y me daba igual.
—Te mentí, Siete —su clasificación se sintió extraña en mis labios—. Aunque seguro que eso tú ya lo sabes.
Volví a aspirar, sintiendo esa inexplicable congestión nasal. Lamí mis labios y tragué saliva para refrescarme la garganta antes de explicar por qué dije lo anterior.
—Me preguntaste sí el objeto valioso y el hombre existían— le recordé —. Es cierto que existen, pero como te habrás dado cuenta él no murió, sigue vivo y si estuviste en el grupo de Jerry tal vez lo habrás visto.
De nuevo la sensación fría me invadió deslizándose a lo largo de mi piel, no entendí por qué los escalofríos tan repentinos y caí en el recuerdo del día en que conocí a Dmitry. No supe porque él había llegado a mi cabeza si antes ya se lo había mencionado. Pero ahí estaba ese hombre alto de piel bronceada y cabellera castaña iluminándose en mi mente.
Ese hombre de complexión delgada, pero con la porción perfecta de músculos en su cuerpo. Dueño de un par de orbes tan azules que podía sentirme contemplando el cielo. Recordaba perfectamente que los primeros días ni siquiera me importaba su existencia, era solo un compañero más en la zona canina. Dmitry tenía una forma de comportarse tan atractiva que poco a poco comenzó a envolverme. Cuando menos me di cuenta había terminado en su habitación, desnuda montando su cuerpo.
Todavía podía sentir las descargas eléctricas que tentaban con destruir hasta el más pequeño de mis músculos a causa de su voz, su risa ronca, sus brazos rodeándome y esos ojos...
Desde ese momento, dormimos juntos una y otra vez, bajo el calor del otro durante un mes. No éramos nada más que amantes que trataban de llenar de alguna forma su vacío con el cuerpo del otro, o eso creí. Porque comencé a encontrar esa sensación tan emocionante en él, comencé a enredarme sentimentalmente.
Tomé el collar y sujetando la sortija de oro en la oscuridad.
—En realidad no vine por este collar—susurraron mis labios en tanto jugueteaba con la sortija—. Vine por el cobertor que metí en la mochila.
Fue extraño sentir que la garganta me calara y la aclaré, bajo otro estremecimiento hundiéndome en el frio.
—Fue tejido a mano por mi hermana menor.
Sabía que esto no le interesaba, pero los parpados comenzaban a pesarme y solo hablaba por hablar con tal de no quedarme dormida.
—Le encantaba tejer— dije—. Desde calcetines hasta gorros. Se volvió muy buena en ello que hasta los vecinos le compraban. Me tejió el cobertor cuando supo que tomaría un trabajo y estaría fuera de casa, me lo tejió por una razón.
No pude evitar extender los labios en una sonrisa débil solo recordar lo que dijo el día en que me lo dio. Úsalo con tú hombre para tener bebés, quiero que me hagas tía antes de morir, ¿oíste Nas? Gemelos o trillizos, eso es lo que quiero.
—Tenía solo doce años.
Solo recordar la llamada de mi padre me apretó la mandíbula. Cuanto la extrañaba.
—Murió hace unos meses — susurré, por poco sintiendo un nudo en la garganta —, y ni siquiera pude despedirme, no me dejaron volver para su fu...
Esos dedos hundiéndose en mi pegajosa cabellera para aferrarse a la nuca de tal forma que me obligaran a subir el rostro entre la oscuridad, me hicieron tragarme el resto de palabras para transformarlas en un inesperado jadeo cuando sentí la inclinación de su cuerpo sobre mí.
—Cierra esa boca— su espesa orden, y ese aliento tan desconcertante penetrando hasta el último poro de piel de mi rostro, me estremeció con tanta profundidad que sentí hasta sacudirme sobre su cuerpo.
Una de mis manos se movió para rodear su ancha muñeca con la intención de tirar de él y liberarme del agarre. ¿Por qué de pronto estaba tomándome así? No, ¿por qué de pronto me sentía tan mareada?
—¿Qué...? — apenas pude exhalar aquella cuestión antes de sentirme derretir por esa palma recostándose sobre la piel sudorosa de mi mejilla y su pulgar deslizándose a lo largo de la piel hasta limpiarme la nariz.
¿Me sangra la nariz? Abrí la boca queriendo decir algo, pero el sabor metálico en la punta de mi lengua apenas me lo confirmó. Y volví a estremecerme cuando repitió su desliz, pero esta vez sobre mis labios, tirando de ellos como si los limpiara también.
— Tu temperatura no ha dejado de aumentar desde hace una hora— se escuchó irritado.
—Pero me siento bien...—susurré.
Una de mis manos se movió para rodear su ancha muñeca con la intención de tirar de él y liberarme del agarre, pero mis dedos solo se aferraron a su piel.
Quiero decir, me siento cansada—agregué, sintiendo como me hormigueaba la piel—, pero... eso es todo.
Solo sentir como nuevamente su cálida exhalación se abrazaba a mis carnosos labios y esos dedos de mi frente comenzaban a deslizarse con delicadeza hacía mi mejilla derecha en una clase de caricia que dejó un rastro de cosquilleo adormecedor, me hizo cerrar los parpados y soltar una última y muy corta exhalación...
Andes de dejar de sentir todo.
(...)
COMO LA NOTA YA LA PUSE AL FINAL, SOLO ME QUEDA AGRADECERLES POR SER TAN PACIENTES.
LOS AMO POR TERCERA VEZ Y SIEMPRE!!
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