¿A qué vine?
¿A QUÉ VINE?
*.*.*
(Drama queen con una buena chispa de intensidad)
Nastya.
Cualquier persona que recibiera un tour de todo lo que abarcaba la base, estaría entretenida con las numerosas áreas en las que se repartía—edificio de habitaciones, biblioteca, cafetería, sala de juntas, almacenamiento de municiones, de materiales y alimentos, campo de tiro, campos de entrenamiento y cuatro estacionamientos—, pero no yo.
Durante, quizás, un poco más de dos horas, hice como si estuviera prestando atención a las áreas a las que podía y no ir, pero en realidad estuve perdida en mis pensamientos, en el interrogatorio y para colmo, en él. Keith Alekseev. La perversidad más enigmática y misteriosa nunca tuvo mejor forma que la de él.
Lo que me aturdía era que tan solo me aparté de aquella sala, el cuerpo dejó de temblarme y fue como si todo hubiera vuelto aclararse para hacerme sentir tan ridícula con los modos en que lo miré aun sabiendo de su compromiso. No pude creerlo, y no entendía por qué le daba tanta importancia a las reacciones que tuve, en vez de las respuestas que obtuvieron de mí y no las que mencioné a voz, sino las que se mostraron de acuerdo a mis reacciones o a lo que apareció en aquella pantalla.
Estaba inquietantemente interesada en saber de él, y no abrumada en lo que me ocurriría porque lo que dijeron en el interrogatorio sobre Anna Morozova, la mafia, lo que hacía con la sangre de experimentos, los gusanos y lo sucedido al final, era preocupante.
¿En qué tipo de trabajo me metí?, ¿qué tanto problema me traerá? No importaba qué tan aterradores fueran mis recuerdos, ahora más que nunca quería recordarlos.
—¿Usted qué piensa?
Pestañeé ante el tirón de Sarah, levantando la mirada del suelo para encontrarme con sus labios apretados y sus delgadas cejas extendidas.
—Que la base es muy grande—fue lo único que se me ocurrió decir y ella soltó una carcajada que resonó a lo largo del estacionamiento que, incluso las pocas personas presentes, voltearon a vernos.
— Le estaba hablando del paquete del señorito Alekseev—soltó entre risas y sentí como las mejillas se me calentaban—. No se crea. Le estaba mencionando del deportivo de la Coronel.
Me señaló el auto blanco estacionado a un par de metros de nosotras y junto a una fila de vehículos casi similares.
—Y que no sé cuál de todos estos es el del señorito Alekseev, y luego le pregunté—agregó.
Mordí mi labio queriendo darme otra abofeteada.
—No crea que no me he dado cuenta, está muy distraída. Sigue siendo por lo del interrogatorio, ¿cierto?
—Un poco, señora Sarah. En realidad, no dejo...
—Sarah—recalcó—. Solo dígame Sarah. Y no mienta, esta distraída por la insinuación del señorito, ¿verdad? —volvió a codearme alzando sus cejas repetitivamente.
No sabía con qué fin dijo lo último, no importaba cuantas veces lo recordara, no dejaba de estremecerme. Mucho menos dejaba de sentirme inquieta que, a pesar de estar comprometido y que todos los del otro cuarto escucharon, se atreviera desvergonzadamente a decirlo aun si era mentira.
Quizás lo dijo porque no dejaba de contemplarlo y con eso fui demasiado obvia. Solo me faltaba babear.
— ¿Está pensando en un segundo interrogatorio con él?
—No...— quise aclarar —. Además, es obvio que no era cierto, y está comprometido.
—Pero no ésta casado todavía —alargó la última palabra de nuevo alzando sus cejas con esa sonrisa a la que no pude creerle—. No tiene un collar puesto que diga que pertenece a la Coronel. Puede robarse todavía, no crea que no me di cuenta de cómo lo miró cuando hizo su aparición en el salón...
Qué vergüenza. Me mordí la mejilla con fuerza al encontrarla tan atenta a mí.
— Es demasiado atractivo, ¿verdad? — me inquietó el tono juguetón y miré a una de las torres, obligándome a no reaccionar, no hacer algún gesto que me avergonzada más.
—Supongo—hice como si no fuera la gran cosa.
Una gran mentira.
—No se haga— golpeó mi hombro—, se lo comió enterito, lo disfrutó y todavía enrojeció.
No quise escucharla más sintiéndome incomoda y eso pareció notarlo deteniendo las palabras y dándome un empujón para que siguiera caminando a su lado, pasando de largo el deportivo de la mujer.
—Solo estoy bromeando, Señorita— exhaló—. Aunque debo decir que estoy sorprendida, no sé por qué lo dijo y tampoco sé de dónde salió su repentino compromiso, cuando se fueron de aquí y me dejaron a cargo de usted, el señorito era un tímpano de hielo con la Coronel. Y de repente están comprometidos...
Probablemente estaban peleados. No me extraña, así son todas las parejas, y al final terminaban teniendo sexo y arreglando sus problemas. Seguro pasó con ellos dos. Se reconciliarnos.
—¿Sabe lo que es más raro? — siguió rodeándome el brazo y palmeando mi mano —. El nombre del señorito Alekseev.
—¿Se le hace raro? — Me sentí confundida con su asentimiento.
—Bueno, su nombre no. Keith es un nombre sexy, sin duda alguna y con ese rostro de adonis lujurioso y perverso... pero sin el paquetito de adonis—bufó y solo apreté los labios sin saber qué decir—. Me desvié del tema. Lo que quiero decir es que siempre creí que se llamaba Alekseev, me siento como payasa.
Había creído todo este tiempo que ella conocía su nombre.
— La Coronel me lo presentó hace casi dos semanas como el Soldado Alekseev y desde entonces le llamé señorito Alekseev— continuó —. Hubiera visto mi cara cuando lo conocí. Esos ojos con esas escleróticas... ¡Uf, Dios mío!, casi me da un infarto.
—¿Qué tenían sus escleróticas? —escupí enseguida.
—Qué no tenían, señorita—Río, una risa que se le estancó en la garganta cuando extendió los parpados con horror—. Es que las escleróticas del señorito son demasiado blancas, casi no se le notan las venitas y con ese color gris tan único..., a eso me refería señorita.
Pareció un poco nerviosa, y asentí notando que esta no era la primera vez en que la veía así cuando preguntaba, y sentí que esa reacción suya, era porque cuestionaba de algo que quizás ella no quería contar o... tal vez, no debía contarme.
Nos detuvo en seco, repentinamente estirando su brazo frente a mí y señalando a la estructura den un piso al otro lado del estacionamiento.
—Ese es el último lugar que me queda por mostrarle, es el gimnasio en el que ejercitan los soldados— contó con emoción—, incluso hace poco le permitieron el paso a los sobrevivientes para que hicieran otras actividades y no se aburrieran ya que no los dejan salir de la base.
Dejé de mirar la estructura clavándome en el rostro de la enfermera quién habló con una emoción inquietante.
—¿Nadie puede salir de aquí? — pregunté al instante y ella asintió—. ¿Por qué?
—Por lo sucedido en el laboratorio— Volvió a tirar de mi para que camináramos a lo largo del estacionamiento—. El gobierno ruso ni los ciudadanos sabían del subterráneo y lo que se hacía. Tampoco sé mucho de lo que se hacía porque es confidencial. Lo que le he contado es lo poco que conocí, pero estoy segura que usted sabiendo lo de los experimentos deformes y asesinos, y lo que se le habló en el interrogatorio, se ha dado cuenta que este asunto es bastante serio y sigue siendo peligroso, ¿no es así?
Me miró esperando una respuesta y asentí con lentitud, recordando lo que el Ministro y la mujer, dijeron.
—Y por lo que se ve, los militares, la policía de Moscú y las fuerzas especiales sigue tratando con el caso y los restos del subterráneo—siguió—. Entonces, no van a dejar salir a nadie hasta que esto se cierre y los ciudadanos dejen de rumorear sobre la explosión y el ataqué a Kolomna.
Entenebrecí cuando explicó lo que le sucedió a un pequeño pueblo cerca de la planta eléctrica en la que se ocultaba el laboratorio. Criaturas deformes que salieron del subterráneo y mataron a los que habitaban tal pueblo. Tuvieron que cerrar una gran parte de las carreteras y ocultar todo aclarando que fue un ataque terrorista. A que, aun así, hubo quienes tomaron captura de una de las criaturas y lo publicaron, y que, desde entonces, los periodistas no dejaban de venir a la base, tratando de entrar y obtener evidencia y entrevistas porque según ellos, sabían que aquí había sobrevivientes de la tragedia en Kolomna y en la planta eléctrica.
—Ya hay quienes crearon teorías de que tenemos alienígenas aquí. Absurdo—se burló—. En fin, es por eso que por ahora nadie sale, pero en un futuro los dejaran volver a casa, con su familia.
Casa, familia. Esas palabras resonaron en mi cabeza y mordí mi labio, no tenía ni la más mínima imagen de quien era mi familia, ni siquiera sabía si seguían vivos...
—¿Me dejarán regresar con mi familia? —la interrumpí, logrando que entornara la mirada a mí.
—Pero claro que sí— aseguró, estirando una sonrisa.
—Aun si no recuerdo nada, ¿me dejarán volver? —inquirí y su sonrisa titubeó, pareció trabarse con la respuesta, así como con las piernas en las que la sentí disminuir el paso.
—No pueden obligarla a quedarse—soltó y me sentí inquieta, temerosa, no pude creerle.
De todos los sobrevivientes quien parecía tener respuestas a algo para ellos, era yo. Aunque, ¿qué sucedería con los experimentos?, ¿se quedarían aquí?
—¿Qué pasará con los experimentos? —tuve curiosidad—. ¿Los dejaran irse también?
—No se sabe todavía —respondió con simplicidad —. Pero hay una abogada de derechos humano que mantiene su caso con el presidente y el resto de la asamblea, y por lo visto le está yendo bien pues la base se está mejorando para ellos, y ya se les dieron nombres y actas de nacimiento que están siendo verificadas. Su identidad está en curso, y se obtendrá una respuesta del caso una vez se calme todo esto.
Con todo esto supe que se refería de nuevo a los rumores y las explosiones. Todo lo que sucedería sobre los experimentos parecía bastante complicado, sobre todo para aquellos que tenían, según Sarah, escleróticas negras. Algo que hasta entonces no había visto con los pocos sobrevivientes que encontramos en el jardín de la base.
Estuve buscando a la niña que tocó a la puerta, pero los únicos niños que logré ver fuera, fueron esos dos pequeños de escleróticas blancas y orbes verdes. Sarah me dijo que eran de la misma clasificación a la que Jennifer pertenecía.
Ella me explicó sobre tales clasificaciones, y que, aunque sabia poco al respecto, podía saber a qué clasificación pertenecía cada experimento por su color de ojos y las escleróticas.
—Parece que lloverá y granizará en más tarde o noche, y será tormenta eléctrica —le escuché expresar, repentinamente encontrándola mirando las noticias de su móvil.
Alcé la mirada al cielo, observando todas esas nubes oscuras cubriendo por completo el azul. Sin el sol presente, el frio aquí era más intenso, la playera que llevaba puesta estaba empezando a ser muy poco para mí.
—Cuando llueva, salga al balcón y contemplé el cielo. O suba a la torre de la que le hablé — aconsejó guardando el aparato.
Me dijo que la única torre a la que permitían subir a los sobrevivientes sin horario alguno, era la que estaba detrás del edificio. Tenía el mismo tamaño y ya no era ocupada por soldados porque no estaba unida a los muros y la guardia desde ella no se necesitaba.
—Me encantan como se ilumina el cielo con este tipo de tormentas. Es tan romántico. Conocí a mi difunto marido en una tormenta, ese momento fue lo que inicio todo...— La expresión en su rostro estaba llena de nostalgia. No imaginé lo mucho que debía extrañar a su marido, y tuve curiosidad por saber cómo fue que terminó viuda.
—¿Puedo preguntar que le sucedió a él? — temí lastimarla y ella apretó sus labios, mirando el cielo un momento.
—Cáncer— exhaló con desanimo—. Desgraciadamente fue el cáncer lo que nos separó.
Tales palabras se repitieron en mi cabeza dejando que la mirada se me cayera al suelo, algo quiso vislumbrarme en mi mente, dibujarse, tomar forma, color y voz, pero no ocurrió, dejándome perdida.
— Venga, dejémonos de sentimentalismo—Sarah tiró de mi para aumentar el paso y salir del estacionamiento—. Entremos al gimnasio y demos una miradita como buenas solteronas. O bueno, espero que al menos usted lo sea.
Sus palabras crearon una mueca en mis labios. De eso tampoco tenía una idea. Pero si estuviera casada, ¿no llevaría una sortija puesta? Tal vez tenía novio, o tal vez no. Pero lo que me tenía dudosa era que recordaba perfectamente la parte trasera de un hombre en la ducha y otro que me masturbaba en un baño. O quizás eran la misma persona.
El mismo hombre...
No lo sé. Y me frustrada no poder recordarlo nada con claridad.
Salí de mis pensamientos cuando Sarah me hizo cruzar un corto camino terroso que llevó a la puerta cristalizada que fue abierta por un militar con una toalla sobre su hombro. Nos dio el paso, y la señora Sarah me empujó adentrándonos a la calidez del interior, una habitación sin recibidor que brindaba la vista sombría a esas máquinas de ejercicio. No eran muchas máquinas, y algunas estaban separadas de otras por una pared de falso plafón.
—Miré nada más esos músculos...—apenas le presté atención a la expresión de Sarah quien contemplaba la figura de un hombre mayor a mí, sin camiseta con unas mezclillas marcando esos muslos exagerados, levantando una barra de su asiento, cuyo peso dejaba remarcar los músculos bajo su sudorosa piel—. Allá hay más.
No hice caso a sus otros señalamientos cuando algo más llamó mi atención. Al otro lado del cuarto había un umbral grande que señalaba los baños y las duchas públicas, y no fue porque quisiera utilizarlos la razón de por qué me sentí inquieta, sino una de los nombres.
Ducha pública. Esa palabra me resultaba tan familiar, antes la leí, y en alguna parte. Pero, ¿en dónde?
Maldición, estoy tan confundida.
—Una vez me tocó ver al señorito Alekseev levantando una barra con 200 kilos como si nada.
¿200 kilos? Endurecí la quijada y no pude creerle. Es decir, el hombre era enorme, los músculos se le marcaban bajo la ropa, pero no quitaba el hecho de que también era delgado, no ancho, no tan tosco, no con músculos exagerados, ¿cómo podría cargar con tantos kilos como si nada? Sarah quizás estaba exagerando de lo emocionada que se hallaba.
—¿Por qué será que ese soldado, disque humano, levanta tanto peso?
La voz aguda, pero llena de desdén, detrás de nosotras me sacó de mi enfoque, torciendo parte de mi cuerpo para recorrer esa figura femenina cuyas curvas anchas se marcaban bajo unos jeans ajustados y una sudadera fajada.
Se apartó de la entrada cuando se acomodó un mechón de su largo cabello negro detrás de su oreja, y se acercó a nosotras con sus botines haciendo hueco en el asfalto. A pesar de la poca luz, no pude evitar recorrer ese rostro alargado y afinado de piel blanca, con unos labios carnosos en forma de corazón y una nariz respingona y afinada. Su belleza me dejó asombrada, pero esa emoción duró muy poco cuando sentí un respingón en mis huesos al recorrer sus orbes grisáceos, intensificados por el color negro de sus escleróticas.
Extendí los parpados al saberlo, ella era un experimento, y por el color de sus ojos y sus escleróticas debía pertenecer a la clasificación negra, Sarah me contó que lo que diferenciaba a los experimentos de cada clasificación, era el color de sus ojos y sus escleróticas.
Me sentí incapaz de apartarme de sus ojos al descubrir a corta distancia, esas pupilas rasgadas similares a las pupilas de los gatos. La mujer dio una mirada desinteresada a Sarah, antes de enfocarse en mí, clavándose con una severidad en mi cuerpo el cual recorrió como si de repente, sintiera repudio.
Tal gesto me apretó los labios, sintiéndome confundida.
—Dios mío...— Sarah pareció asustada con su presencia, soldándome el brazo y dando pasos al frente de mi—. ¿Qué está haciendo aquí, señorita Maggie?
Escuchar su nombre le desencajó la quijada a la mujer de belleza intimidante, lanzando al instante y de una forma tan rotundamente la mirada en Sarah, una mirada de advertencia que emitió peligro.
—¿Cuándo te di permiso de llamarme por mi nombre humano? — farfulló ella pasándola de largo y volviéndose en mí.
Me di cuenta de que venía en mi dirección y Sarah se volteó cortándole el paso, acomodándose casi delante al mismo tiempo en que estiró su brazo y dejó que su mano se pusiera en el hombro de ella.
La mujer era enorme, ¿cuánto media? Sarah dijo que eran altos y no mintió, como tampoco mintió de los escalofríos que uno sentiría solo ver la intimidación que sus escleróticas negras causaban. Esa era una mirada aterradora, y una belleza imposible de ignorar.
—Por favor, no haga esto.
—No voy a hacer un drama, anciana, me queda claro la advertencia que se me dio antes con el soldadito — escupió, entornando de nuevo su mirada sobre mi—. Solo estoy aquí para... conocer a esta mujercita.
Arrugué la comisura derecha sin saber cómo tomar el modo en que pronunció esa palabra.
—Tú...— empujó apenas a Sarah para llegar a mí y detenerse—. Eres Nastya, ¿cierto?
La sorpresa me dejó con las cejas fruncidas, ¿me conocía o le hablaron de mí?
—¿Cómo sabes mi nombre? — pregunté, atisbando de reojo a la Sarah tecleando con desespero en su móvil—. ¿Me conoces?
Vi la lentitud con la que su ceja izquierda se arqueaba ante mis cuestiones, apretó sus labios y quedé extrañada cuando comenzó a observar hasta el último centímetro del mío, creando una mueca asqueada en sus labios.
¿Por qué está mirándome así?
— ¿Sabes quién soy, Nastya? — me respondió con otra cuestión y de nuevo el tono en su voz me devolvió la mirada a ella.
¿Qué es este ambiente tan tenso?
—Si lo supiera, no te habría preguntado quién eres, ¿no lo crees? — indagué.
Sus labios se fruncido con irritación.
—Perdiste la memoria, pero no has cambiado en nada, humana— articuló entre dientes dejándome perdida—. Soy Seis. Verde 56 me nombró anoche cuando fue a la habitación en la que dormiste.
A poco estuve de quedar confundida con sus palabras sino fuera porque recordé a la niña que buscaba al hombre en el cuarto en donde me quedé, ¿Jennifer era Verde 56?, ¿esa sería su clasificación? Una clase de emoción estuvo casi tamborileándome el pecho al saber que estaba delante del experimento femenino con el que sobreviví, pero ver la seriedad en su rostro me aturdió demasiado.
Ella no parecía emocionada por mirarme, sino todo lo contrario.
—¿Qué con esa cara, humana? — espetó, retorciendo sus labios—. No me digas que me ya me recordaste.
Su asperidad me amargó la boca y no pude entender a qué se debía su tono y su actitud, pero negué al instante:
— No me acuerdo de ti, pero Sarah me habló de ustedes— terminé soltando, ella miró a la nombrada con mal gusto—. Dijo que estuvimos juntas en el subterráneo.
— Juntas...—repitió y ver el modo en que se le tensionaba la quijada y apretaba sus labios me desconcertó, era casi como si estuviera reteniéndose a hacer o decir algo.
Por otro lado, me di cuenta de la incómoda tensión entre nosotras.
—¿Sabes de quién es la habitación en la que dormiste? —escupió y no entendí por qué estaba preguntándome eso, había creído que me haría otro tipo de cuestión o esperaría a que yo lo hiciera—. ¿Sabes o no?
Otra vez esa asperidad me creó una mueca en los labios y alcé un poco más el rostro, lista para responder.
—De Keith Alekseev—casi espeté.
El bufido que soltó extendiendo sus labios en una amarga e irritada sonrisa me hizo mirar de nuevo a Sarah quien ahora observaba a la puerta del gimnasio. Tal acción me hizo saber que este encuentro la ponía nerviosa y temerosa.
—Claro— soltó, desvaneciendo la sonrisa —, tenía que ser. Qué curioso que solo te mencionaran su nombre actual. Estoy segura que ni siquiera te dijeron ni la mitad de quién era él y quién eres tú, ¿verdad?
—Señorita Seis, ust...
Le levantó la mano, deteniendo la petición de Sarah.
— Calladita te ves menos anciana—escupió, y su falta de respeto me aseveró, esto ya no me estaba gustando.
—¿Tú vas a decirme quién soy y quién es él? —terminé soltando—. Pareces saberlo y eso parece molestarte. No, mi presencia te molesta, ¿por qué?
De nuevo volvió a apretar su quijada y sentí que se le desencajaría, esa fue la respuesta a la poca duda que me restaba. A esta mujer no le caía bien, y, ¿por qué razón?
—¿Por qué no le preguntas a Alekseev quién eres? Él lo sabe mejor que nadie— su comentario me hizo compartir una mirada con Sarah—, incluso te conoce mejor que los estuvimos contigo en el subterráneo: la niña, el humano...— detuvo sus palabras mirando a Sarah quien se mordisquear el labio inferior—, y el experimento de mí misma clasificación.
Una media sonrisa maliciosa se estiró en sus labios.
— Tampoco lo recuerdas, ¿cierto? — de repente el tono de su voz pareció fingido—. ¿No recuerdas al experimento con el que te acostaste?
Su pregunta tintineó en mi cráneo y se me extendieron los parpados, pero no más como la sonrisa que se alargó en su rostro satisfecha por mi reacción.
¿Qué tuve sexo con un experimento? En el interrogatorio hablaron de un experimento que me encontró en el sótano y me salvó de una lluvia de balas, y ese hombre también lo mencionó varias veces. Debía ser el mismo al que se refería esta mujer.
O tal vez era otro.
—¿No te acuerdas de Siete? —escupió con burla y estremecí-
Cero Siete Negro. La voz de la Coronel repitió aquella clasificación. ¿Qué probabilidad había de conocer a dos experimentos con el mismo número? Ninguna. Ella estaba hablando del mismo experimento del que ellos mencionaron en el interrogatorio.
Me acosté con él, tuve algo con él... ¿Y dónde está? Esa pregunta estuvo a punto de salir de mis labios, cuando ella abrió los suyos para escupir:
—Al parecer no...— alargó y arqueé la ceja—. Entonces no recuerdas al neonatal, ¿no es así?
Sarah hundió el entrecejo y yo quedé peor que ella, confundida sin entender nada.
—¿Neonatal? — inquirí.
—Ustedes lo conocen como bebé —recalcó y medio como si esperara a que dijera algo—. ¿No lo recuerdas? Lo cargaste varias veces en el subterráneo.
Hubo un bebé sobreviviendo con nosotros. Un bebé experimento que tampoco recuerdo.
—De hermosos ojos rojos y unos rizos de chocolate tan adorab...—detuvo sus palabras cuando no pudo seguir.
Su mentón tembló y esos orbes tan inquietantes se cristalizaron.
Un gesto de tristeza e impotencia que apenas duró un instante antes de que ella endureciera la mirada y recalcara una mueca de rabia.
— No, claro que no lo recuerdas— se quejó entre dientes—. Y que descarada eres al atreverte olvidar cuando de todos...
—¿Descarada? — solté—. ¿Crees que yo quise olvidarme de todo?
—¡Oh, pues claro que sí! — exclamó, alzando su rostro—. Tu falta de memoria te beneficia en mucho.
—¿Qué? —casi lo escupí—. ¿Y en qué me beneficia?
Apretó la mandíbula y sin responder, me dio la espalda, moviendo sus muslos y apartándose de nosotras en dirección a la puerta. Caminé tras ella con la intención de detenerla, deseosa de respuestas. Pero tan solo di un par de pasos la mano de Sarah rodeando mi brazo me detuvo al instante en que un hombre alto, vistiendo un uniforme oscuro que, moldeada su figura musculosa, atravesó la puerta, impidiéndole el paso a ella.
Reconocí todo ese cabello oscuro y lacio cayendo sobre su frente, marcando su cuadrangular quijada que, en contorno con esa piel bronceada intensificaba esos orbes grisáceos clavándose en la mujer quien lanzó una queja al aire.
—Veo que los problemas contigo no se terminan, Seis— pronunció con lentitud, al tiempo en que recorrió el cuerpo de Seis alargando en sus labios una ladina mueca.
—¿Tú otra vez? — gruñó ella apretando sus puños—. Ya estaba por irme, así que pierdes tu tiem...
Él dio un paso al frente y ella enmudeció con su acercamiento y los pocos centímetros que restaban para que sus cuerpos se rozaran. Quedé aturdida por sus alturas, Seis le ganaba al Teniente por centímetros que, aunque no eran muchos, me dejaba en claro que los experimentos eran más altos que los humanos.
—Se te advirtió que no hicieras escándalos—esbozó él—. Veo que eres desobediente y, por lo tanto, se te debe castigar.
—No hice ningún escándalo— enfatizó—, no dije nada de lo que sucedido ni intenté lastimarla así que ahórrate tus palabritas y quítate de en medio.
Lo empujó o eso trató de hacerlo hasta que la mano de él estalló contra su muñeca deteniendo su intención.
—¿Cómo te atreves a tocarme? —la advertencia en su voz le endureció la quijada al Teniente—. Suéltame.
Mordí el labio inferior al darme cuenta de que su voz estaba rasgada. Y el modo en que inhaló aire con fuerza y entrecortadamente, era como sí..., ¿está llorando?
El Teniente Gae recorrió su rostro con seriedad.
—Deja de meterte en líos, Seis— pidió él—. No te hará sentirte mejor.
Y la soltó apartándose de la puerta para que ella la atravesara de golpe y a zancadas.
Se fue— suspiró Sarah, sentí su mano deslizándose en mi brazo en una suave caricia.
Las palabras de la mujer se reprodujeron en mi cabeza y mis labios temblaron queriendo preguntarle a Sarah.
—¿Es verdad lo del be...?
— Gracias Teniente Gae, por venir—Acallé cuando ella se apartó de mí, enfocándose en el hombre quien todavía permanecía junto a la puerta, siguiendo la silueta de Seis—. Se lo pedí al señorito Alekseev, pero parece que está ocupado.
Por eso sacó su móvil, para pedir que vinieran y se interpusieran entre Seis y yo. Eso solo me confundía más, ¿por qué Sarah se veía tan asustada con su aparición?, ¿por qué pidió ayuda al Teniente?, ¿a qué se refería ella con lo sucedido en el subterráneo?
Escuché la larga exhalación del hombre bronceado, quien echó una mirada al cristal antes de lanzar la a nosotras. El gris de sus ojos tan fijo me dejó atrapada, apenas tenía parecido con el gris de aquel hombre en el interrogatorio.
—Ya conociste a Seis—Se apartó de la puerta dejando que el tacón de sus botas resonara en el suelo—. ¿Qué te pareció?
¿En serio me lo estaba preguntando?
—¿Qué me pareció? — inquirí—. Dejó en claro que le caigo mal— no tardé nada en responder.
Sus labios carnosos se extendieron en una sonrisa de, casi, diversión. Una que le remarcó un hoyuelo sobre su comisura derecha. De nuevo me perdí en mis pensamientos y en sus labios, porque en alguna parte y con otro hombre... también vi un hoyuelo como ese.
— No eres a la única que le cae mal— esfumó, deteniendo el paso frente a nosotras—. A la mujer no parece caerle bien nadie y no es una sorpresa.
— Créame cuando le digo que la señorita Maggie guarda mucho rencor y odio, pero no hacía usted, señorita, sino hacia todos los humanos. Además, hay otros experimentos que sienten el mismo odio que ella— añadió Sarah, volviendo a sobarme el brazo—. Es todo por lo que aconteció en el subterráneo, debieron vivir un infierno.
Me imagino que sí. Y sabiendo ellos que lo sucedido fue a causa del grupo que Anna Morozova envió, su odio tenía mucha razón de existir. Apreté los labios recordando de nuevo lo que Seis dijo.
Quise saber de qué bebé hablaba y por qué lloraba... ¿Acaso murió?
— ¿Y puedo saber qué están haciendo aquí? — la voz del Teniente me hizo reaccionar.
La opresión desapareció y di una mirada a Sarah quien mentada la cabeza con nerviosismo.
—Le enseñaba el gimnasio a la señorita— explicó a mi lado.
Él arqueó una ceja estirando apenas la curva izquierda de sus labios, un gesto entre divertido y extrañado que me encontré contemplando.
— ¿El gimnasio o a los hombres? — inquirió con sorna.
— El gimnasio.
Él se cruzó de brazos y siguió arqueado la ceja como si supiera.
— La conozco Sarah, verla aquí no es nuevo para mí, y la última vez comía unas palomitas mientras disfrutando las escenas del Ministro levantando pesas.
Un manotazo de Sarah terminó en su brazo, hundiéndole su entrecejo apenas en un gesto de dolor.
— Teniente Gae, no sea mentiroso— le regañó y no pude evitar sonreír y morderme el labio para detener la risa. Algo que fue atisbado por él pronunciando la torcedura en sus labios.
— No puedo resistirme, Sarah, pero he cumplido con mi objetivo — me señaló y Sarah alzó las cejas, no supe cómo reaccionar —. Y ya que tranquilicé las cosas por aquí, me iré, debo salir de la base.
—¿A dónde ira?
—Tendremos una junta en Moscú— respondió alzando la manga de su uniforme para observa el reloj en su muñeca. Se parecía al reloj cuadrangular de Keith Alekseev —, pero quizás vuelva en la noche.
—¿Volverás a hacer guardia en el cuarto? — la pregunta salió instantánea de mis labios, logrando que esos orbes me miraran.
Esa era una pregunta que no debí hacer porque ni siquiera se sabía si seguiría en el cuarto de aquel hombre.
—Veo que quieres que siga dándote galletas a media noche— su comentario me avergonzó un poco—. No se me ha ordenado nada, pero si es así, probablemente esté el soldado Lewi en mi lugar.
Supe a qué soldado se refería, al del interrogatorio cuyo nombre Kei se parecía al de Keith Alekseev. Me intrigaba bastante por qué él no llevaba el uniforme, pero esa no era la única pregunta que tenía, ¿cómo era posible que conociera hasta mi fecha de nacimiento y mi apellido?, ¿Maldito hijo de incubadora, rata de laboratorio y trasero artificial?
—Me despido, chicas—Salí de mis pensamientos con las palabras del Teniente, encontrándolo dar media vuelta y atravesando la puerta.
—Parece estar interesado en usted —me codeó Sarah—. ¿Qué piensa de él?
Más que responder su pregunta a la que no tenía una respuesta, había algo más importante que quise saber y por lo cual esperé a que el Teniente se fuera.
— ¿Es cierto lo del experimento y el bebé?
Dejé de mirar la puerta que todavía mostraba la silueta del Teniente apartándose cada vez más del gimnasio, solo para encontrarme con los azulejos de Sarah.
—¿De qué bebé hablaba ella? — Estiró sus labios en la mueca —. ¿No lo sabe?
—No sabría decirle, supe de Maggie y la niña dos días después de que llegaron a la base— comentó —. Quizás el bebé del que habla este en los cuneros, pero en realidad no sabría decirle.
—¿Cree que podamos ir a los cuneros? —me sentí un tanto sorprendida por la petición casi llena de sentimiento en mi voz.
Sarah asintió y otras preguntas tintinearon en mis labios:
—¿También supo del experimento con el que estuve? — insinué y ella detuvo su respiración, pareció congelarse con la pregunta—. ¿Sabe quién es?
—Ay mi señorita— miró a la puerta—. No puedo decirle nada de Cero Siete Negro ni lo que sucedió con él.
No entendí por qué escucharla decir eso, me altero de un modo en que terminó agitándome la respiración.
—¿Qué le sucedió? — mi voz sonó preocupada, asustada y Sarah parpadeo por mi reacción.
—Es que no lo he visto, señorita — contestó a prisa, meneando la cabeza luego—. Bueno sí lo he visto porque es uno de los experimentos de los que le hablé en el comedor. Los de hermosura aterradora, ¿se acuerda?
Batallé para asentir, sintiendo esa clase de emoción palpitándome el pecho al saber que él estaba aquí, vivo... Cuando en el interrogatorio pensé que quizás no lo estaba.
Si lo veo, quizás lo recuerde. Moví la cabeza repetitivamente como respuesta.
—Siete es el que logró darle las primeras oportunidades a su gente— solo escucharla afirmarme más que se trataba del mismo experimento me alivió—. Pero hasta entonces no lo he vuelto a mirar. Llevo días sin saber de él, solo de Maggie y la pareja.
Hubo algo en sus palabras que se contradecía, pero no iba a recalcárselo porque solo me interesaba una cosa.
—¿Cree que, si volvemos al edificio y paseemos por él, lo miraremos? —seguí y ella apretó el entrecejo con preocupación—. Usted podría señalarme quién es, o puedo preguntarle a Maggie dónde está él, o a la pareja.
Estiró sus labios y lanzó una mirada a la puerta a la vez que deslizó su mano en el bolsillo de su bata. Estuve a punto de preguntar si quería o no, hasta que volteó regresándome la mirada con una sonrisa débil.
—Falta poco para que mi turno en la enfermería comience, pero podríamos buscarlo mañana, ¿qué le parece? —me preguntó y a duras penas asentí.
Abrió la puerta para que saliéramos. Recibimos no solo el amplio estacionamiento extendiéndose delante de nosotras, sino la brisa helada del exterior golpeándonos y encogiéndome el cuerpo ante el frio. Endurecieron mis músculos, sin poder creer que en minutos el viento aumentara.
—¿Sabe qué es lo que más envidio de los experimentos? — Abrí mis labios para preguntar, pero ella misma se respondió: —. Su piel dura, perfecta y suave, ellos no sienten el frio ni el calor de la misma forma que nosotros, quizás en este momento ni siquiera sientan frio. Son tan perfectos.
Y dicha perfección no era natural ni real, tuvo que ser creada por medio de máquinas.
—¿Podría decirme cómo es ese experimento? —curioseé—. ¿Cómo es Cero Siete Negro?
Se mordió el labio y bajamos al estacionamiento que era utilizado por los soldados y trabajadores, y rodeando unos vehículos coloridos y modernos, el edificio de las habitaciones quedó frente a nosotras, aunque todavía lejos. Desde aquí podía ver la sombra de una que otra persona en los balcones, o saliendo del edificio y me pregunté si alguno de ellos era él.
Me pregunté si podría reconocerlo al tenerlo delante de mí.
—¿Tanta curiosidad tiene de saber cómo es el hombre con el que al parecer tuvo algo? — alargó y asentí sin dudar—. Bueno, pues, no soy muy buena describiendo personas, pero lo intentaré por usted. Cómo todo experimento de su clasificación, tiene escleróticas negras y es bastante ardiente e intimidante...
Comenzó a describir y no pude evitar mirar al asfalto y tratar de imaginarme todo lo que me redactaba: Cabello negro y desordenado, ojos grises con abundantes pestañas, rostro alargado y de quijada pronunciada, nariz respingona y cejas pobladas.
Y lo que me dejó desconcertada y bastante inquieta fue que, con esa descripción, el único que se dibujó fue el rostro de Keith Alekseev.
—..., y tiene unos labios carnosos y alargados— siguió expresando maravillada de pronto.
Él también tenía labios carnosos y alargados, y las comisuras oscurecidas que le adornaban su boca, le brindaban una intensidad tan atractiva y exquisita que daban ganas de probarlos.
De pronto se sentía como si Sarah me hubiera descrito a este hombre y no al experimento, solo que, sin el cabello tan desordenado y las escleróticas negras. Algo que no dudé en intentar imaginar en él, imaginarlo con escleróticas negras..., pero no pude hacerlo.
Salí de mis pensamientos cuando Sarah se apartó de mí, acelerando el paso, la seguí por detrás, viendo como cruzaba el estacionamiento hasta detenerse frente al deportivo rojizo cuya puerta del piloto estaba siendo abierta por la mujer de falda entubada.
—Coronel Ivanova, ¿también se va a ir?
Ivanova enderezó, girándose de inmediato ante la pregunta de Sarah, mostrando el saco negro que llevaba puesto con pelaje alrededor de su cuello. Su cabello estaba recogido en un chongo y llevaba unos documentos en la mano. Sentí una profunda necesidad de saber si decían algo de mí o, incluso, quería saber si hablaron de mí después del interrogatorio.
No mentí con las respuestas, o al menos no con ella y con el ministro. La única mentira que hice fue con Keith Alekseev, y solo porque no quería mencionar lo del hombre desnudo ni el placer que unos dedos embistiéndome me brindaban. Así que no debía sentirme preocupada ni temerosa con el resultado de la maquina o la de él que, siendo franca, no tenía ni una sola idea de cómo podría darse cuenta de que le estaba diciendo la verdad después de cada pregunta que me hizo.
—Iré a una junta en la ciudad con el equipo—Esos obres celestes me miraron apenas de reojo antes de enfocarse en Sarah—, ¿por qué?, ¿sucede algo?
Ella asintió juntando sus manos.
—Quería pedir su autorización para ir a comprarle ropa de invierno a la señorita Nastya—Sarah giró a mirarme y tuve que acercarme hasta acomodarme a su lado—. También quería comprarle calzado más calientito.
Ivanova lanzó una mirada a las sandalias de mis pies, algo que también hice sintiéndome incomodo con la pálida piel de mis dedos endurecidos por el frio.
—No hace falta— aclaró Ivanova tras carraspear—. Le compraré ropa a Nastya una vez terminé con el equipo— Tras decirlo, dejó que su mirada se encontrara con la mía—. Eres delgada, así que no batallaré con las tallas, tampoco con las de tus pies.
—No necesito que gastes dinero en mí—enfaticé sin ser seria—. Estoy bien con lo que se me dio ayer.
Ella apretó sus labios y negó apenas con la cabeza.
—No es mi dinero lo que utilizaré—informó—. Es el dinero que les da el gobierno a los experimentos, y dada tus circunstancias, una pequeña parte será para comprarte ropa.
Una mueca se creó en mis labios, no me parecía lo correcto gastar su dinero por mí.
—Tampoco quiero que utilicen el dinero de ellos—añadí y mis palabras no parecieron agradarle apretando sus labios enseguida.
—Ya se decidió en la sala y no hay problema con gastarlo porque uno de esos experimentos quiso darte una parte — recalcó ella, y me pregunté si acaso con ese experimento se refería a Siete—. Por cierto, te debo una disculpa, Nastya.
Se me fruncieron las cejas con esas palabras tan inesperadas, más aun, cuando vi como sus labios rojizos se extendían en una leve sonrisa que de sincera tenía todo.
—Una disculpa por portarme tan dura contigo en el interrogatorio— sostuvo y atisbé el jugueteo de su mano izquierda con el llavero de su auto, sin poder evitarlo, repasando el anillo en su dedo, la forma simple y opaca, sin ningún resplandor en el material—, espero que entiendas que estábamos haciendo nuestro trabajo, no fue nada personal.
Procesé sus palabras, volviendo a lo que sucedió en el interrogatorio, recordando las muecas en sus labios con cada respuesta que les daba, sus miradas disgustadas y sus quejas con el ministro, y cuando hizo sus preguntas referentes al experimento, su actitud cambió, severa, molesta. Quizás fue solo trabajo, y no creerme era parte de ello, pero una parte de mí, de algún modo, lo sintió un poco personal.
— ¿Me harán más interrogatorios? —inquirí.
Tal cuestión pareció hacerle un poco de gracia, curvando su carnosa boca en una sonrisa ladina que la hizo negar:
—No, por ahora no, se pospondrán para más adelante— No me agradó escucharla —. Quizás recuperes la memoria dentro de unos días o una semana, así que cuando ocurra, volveremos al interrogatorio.
—Y sí no recuerdo nada, ¿qué sucederá? — ni siquiera tardé un instante en preguntar—. ¿En serio necesitan tanto que recuerde todo?
Alzó su rostro y lo ladeó apretando esos labios carnosos, me di cuenta de que no le agradó que lo preguntara.
—Por tu bien, será mejor que lo recuerdes, eres testigo de los hechos ocurridos, pero con una gran diferencia de los otros sobrevivientes— esbozó.
—¿Qué diferencia?
—Te la diré cuando recuerdes—sostuvo y empuñó el llavero en su mano y lo presionó. El motor del vehículo encendió al instante, casi haciéndome respingar por el grueso sonido emitiéndose—. Te seguirás quedando en la habitación de Alekseev, ¿está bien eso para ti?
Hundí el entrecejo, no era a mí a la que le tenía que hacer esa pregunta, sino a ella misma.
—¿Y para ti quedarme en su cuarto está bien? — le respondí con otra cuestión y ella arqueó una ceja—. Puedo dormir con Sarah o en otra habitación, no hace falta quedarme en la de alguien que quiera usarla.
—Los demás cuartos están en remodelación, no están amueblados ni hay camas disponibles, así que esa habitación es la única disponible para ti— pronunció con asperidad, dejando en claro que dormir en la cama de su prometido le molestaba.
—Puedo dormir en algún otro cuarto que ya esté siendo utilizado— Seguí y ella apretó la mueca.
—Todas las camas del son individuales, a excepción de mi cama y la cama desocupada de la habitación de mi prometido Alekseev — recalcó tanto la palabra prometido que casi sonó como si quisiera que fuera recordado por mí.
Por otro lado, lo de su cama estuvo de más, aun así, me sentiría incomoda en esa habitación.
— Probablemente vuelva esta noche sino es que mañana con ropa para ti—siguió volviendo a apretar el llavero—. Así que no uses más ropa de Keith, quédate con esa playera y los camisones que te dejé en el armario.
Se volteó dándome la espalda, estuvo a punto de adentrarse al auto cuando Sarah la detuvo con otra pregunta:
—¿Y el señorito Alekseev no ira con usted?
La coronel torció levemente su cuerpo quedando de perfil frente a mí, entornó la mirada a la enfermera y una pequeña sonrisa falsa apenas apareció en sus labios.
—Keith tiene algo que hacer en la base —hizo saber, dejando que su pulgar acariciara el anillo—. Se quedara en ni cuarto mientras tanto.
—¿Y cuándo será la boda?
El silencio en la mujer alzó las cejas de Sarah y me sentí repentinamente incomoda cuando esos orbes celestes me dieron una mirada. Esta era una conversación entre dos y yo solo estaba de más.
—Todavía no tenemos una fecha—carraspeó un poco—. Keith y yo estamos bastante ocupados por ahora como para pensar en una boda pronta.
—Perdone que sea tan curiosa, Coronel, pero...— Sarah hizo una pausa, dando un paso más cerca de Ivanova—, ¿cómo se lo propuso el señorito Alekseev?
Pude notar la tensión en la mujer, el modo en que arrastró aire por sus labios antes de apretarlos en una mueca apenas marcada, y endurecer su entrecejo el cual a poco estuvo de fruncirse.
—Nastya hazme el favor de adelantarte—su repentina petición me dejó confusa, y no dejó de mirar a la enfermera, y la seriedad con la que la que empezó a observarla me inquietó, ¿está molesta? —, necesito hablar a solas con Sarah.
Miré enseguida a la nombrada, Sarah tenía un fruncir en sus cejas que mostraba confusión y preocupación.
—Vaya señorita— dijo ella, extendiéndome la tarjeta de la habitación que no tardé en tomar—, iré a buscarla después.
Guardé la tarjeta en los jeans e hice caso a su petición, volteándome y apartándome de ellas. Recorrí con lentitud el siguiente estacionamiento, pasando los buques y la ancha y alta estructura de una de las torres a la que no tardé en subir el rostro y darle una mirada a su rocoso físico. No parecía haber ningún soldado arriba o dentro de la misma, Sarah mencionó que como esta torre no estaba unida a los muros, era a la única a la que podía subir sin pedir un permiso, y aunque tenía una amplia curiosidad de cómo se vería la base desde esa altura, me reservé el deseo para otro momento.
Lancé una mirada detrás y sobre mi hombro para atisbar el deportivo y a ese par de mujeres tensas que todavía mantenían una clase de discusión, reparé en la clara negación que Ivanova hacia con el movimiento de su cabeza en tanto movía sus labios. Sarah alzó levemente sus manos respondiéndole y ella volvió a negar, repentinamente cruzándose de brazos. ¿De qué estarán hablando?
Era claro que Ivanova se molestó con las preguntas de Sarah, pero no creía en la posibilidad de que pidiera hablar a solas solo por eso, ¿o sí? De cualquier forma, tuve unas inquietantes ganas de regresar, había algunas preguntas que quería hacerle a ella.
¿Dónde podría encontrar al experimento Siete? Y la que más palpitaban en mi cráneo: ¿cómo es que ellos supieron de mí?, ¿cómo sabían que vi o fui testigo de algo que ellos necesitaban saber? ¿De dónde sacaron dicha información?
Puedo preguntárselo cuando vuelva, o, puedo preguntarle a él, Keith Aleksev.
No, tal vez el experimento Siete tenga esas mismas respuestas. Solo necesito encontrarlo.
La imagen de ambas se hizo más lejana y dejé de prestar atención cuando al comenzar a rodear el edificio de tres pisos, esas vocecillas aniñadas se levantaron en la lejanía. Enderecé el rostro, encontrando a los mismos niños jugando a las atrapadas, corriendo de aquí y allá y sobre el césped ficticio, rodeando las pocas mesas de madera que estaban siendo utilizadas.
Sentí un revoltijo de nervios en el abdomen, y me restregué las manos en el estómago sin tener control en mi mirada paseándose en cada uno de los pocos rostros adultos y varoniles presentes.
Recordé la descripción de Sarah y detuve el paso cerca de la entrada al edificio. Uno de ellos debe ser Siete... Había hombres que supe que eran trabajadores por su estatura y forma de rostros ya que algunos tenían barba y la edad se les notaba, pero otros pocos y de hermosa e intrigante apariencia, a esos me dediqué a estudiar con indiscreta atención.
A uno de ellos dejé de prestar atención debido a que sus escleróticas eran blancas, así que me concentré en otro, el cual ocupaba el asiento de la mesa más cercana a mí. Estaba de perfil y junto a una mujer de baja estatura, castaña y de rostro bañado en pecas con orbes azules. Ella fue una trabajadora, una humana, y su sonrisa destellaba emoción a lo que él le decía.
Lo evalué sin saber si su cabello era castaño o negro, su test definitivamente era pálida y blanca, y esa nariz respingona tan atractiva. Sentí un aire de emoción al encontrar esas escleróticas negras debajo de tanta pestaña larga, y otro aire más de inquietud y abrumador, cuando atisbé esos iris de un carmín tan intenso dar una mirada en alguna dirección.
No es él. Y verlo inclinar su perfecto rostro al de la mujer, tomarla de las mejillas y atraerla a su boca para besarla con intensidad, me levantó las cejas de impresión.
Se degustaron a besos y no pude dejar de observarlo, una humana y un experimento besándose después de que se dijera que ellos nos odiaban. Estos dos parecían odiarse, pero al revés, y con un sentido más íntimo.
Si me acosté con ese experimento, entonces también lo besé, entonces... también sentí algo por él. O tal vez solo fue deseo, un momento fugaz. Fuera lo que fuera que tuve, quería verlo. Tragué y me concentré en el último hombre, el cual se encontraba recargado sobre la siguiente mesa acompañado de un par de mujeres. Reconocí a una de ellas, era la que leía el libro en el sofá, pero la otra tenía el mismo color de ojos que la niña pequeña de anoche.
Dejé de prestarles atención reparando únicamente en él. Llevaba pantalones uniformados, pero su apariencia hipnótica, su gran altura y la camiseta de manga corta que recalcaba sus músculos bajo la blanca piel me hicieron creer que se trataba de un experimento. Y supe que no era el que buscaba al fijarme en sus orbes que, con seriedad ignoraban las palabras de ambas chicas, siguiendo las figuras de los niños jugueteando en el pasto. Es otro experimento rojo...
El hombre que busco no está aquí.
Alcé la mirada a los muros de la base, reparando en las siluetas de los pocos hombres uniformados antes de adentrarme al edificio, hallando la sala de recepción basia y al otro lado de la barra una chica de cabellera castaña frente al computador. Caminé en dirección al comedor deteniéndome bajo el umbral, me perturbó ver a muy pocos hombres sentados en una sola mesa, todos con apariencia humana, de baja estatura, trabajadores barbudos.
Sarah dijo que muy pocos experimentos sobrevivieron, aun así, creí que encontraría afuera o en la cafetería a Seis y a la niña, o a otros de escleróticas negras. ¿Dónde están los demás?, ¿dónde están los experimentos de escleróticas negra y orbes grisáceos?
Las risas fuertes de los hombres terminaron estremeciéndome y les di una última mirada antes de volver a la recepción, acercándome a la barra. Llamé pronto la atención de la mujer quien apartó su mirada marrón de la pantalla observándome con seriedad.
—¿Dónde están los otros experimentos?
Respiró hondo y regresó la mirada al computador, tecleó en la pantalla ignorando mi presencia, o eso creí:
—La mayoría de los experimentos están haciendo guardia en los restos de la planta eléctrica— su respuesta por poco me confundió sino fuera porque Sarah me contó que debajo de esa planta se escondía el laboratorio—, y los pocos que se quedaron son los que deben estar afuera en este momento, aunque también algunos podrían estar en sus habitaciones.
Solté una corta exhalación que me dejó mirando la barra de mármol. Quizás estaba en su cuarto, pero sería ridículo ir al tercer piso y tocar en puerta en puerta solo para encontrarlo. O tal vez, esté en la planta, tal como ella dijo, haciendo guardia.
—Todavía estas aquí, ¿necesitas algo más? — su asperidad me hizo mirarla.
Mordí mi labio cuando una pregunta me palpó con inquietud, queriendo hacerlo y no sabiendo si sería tonta o molesta.
—¿Sabes de un tal Cero Siete Negro? — me atreví a hacerla.
Su entrecejo apenas se hundió y juntó muchos sus labios sin dejar de teclear todavía en la pantalla.
—¿Para qué lo buscas?
Entonces sabe de quién hablo.
—Solo lo busco—respondí enseguida y ella me miró pidiendo una respuesta más clara—. ¿Sabes en qué habitación está?
—Ah, ya entiendo—bufó—, quieres acosarlo también.
—No— no dudé en aclarar enseguida—. Es porque estuve con él en el subterráneo.
—Ay ajá— su bufido me extendió una mueca en los labios y ella dejó de teclear—. Aquí dar ese tipo de información es ilegal, como también lo es acosar a un experimento de áreas peligrosas, jovencita.
¿Áreas peligrosas?
—¿Qué edad tienes? — su cuestión me hizo arquear una ceja —. Ya eres toda una adulta como para andar acosando hombres.
Me sentí indignada por su regaño, endureciendo la mirada al tiempo en que negué.
—No lo estoy acosando.
—No eres la primera que viene aquí a pedirme el número de su habitación, otras también lo han hecho— recalcó con seguridad.
—No me des su número de cuarto, solo dime si está en alguna otra parte de la base y lo iré a buscar.
—Eso también es ilegal— La quijada se me desacomodó—. Sigue mi consejo y báñate con agua helada durante una hora. Lo que te tiene buscándolo son sus feromonas. Créeme, con eso se te va a quitar el efecto y te mantendrá tranquila mientras no lo mires.
¿Feromonas? Pero, ¿de qué me está hablando?
—Fuimos el último grupo en salir del subterráneo, hubo una explosión— afirmé.
—Todos aquí saben que hubo una explosión y que él fue parte del último grupo en salir. Nada de lo que me dices y dirás, va a ser nuevo para mí.
La mueca se me remarcó, ella comenzaba a frustrarme.
—No estoy mintiendo—Negué hasta con la cabeza.
—No te quiero humillar, jovencita, pero de los pocos que estuvieron con Siete en el subterráneo, ninguno de ellos era una humana, como suelen llamarnos. Esta todo apuntado, todos aquí lo saben, solo 4 sobrevivieron, ninguno de ellos tenía tu apariencia.
Me sentí confundida y con ganas de escupirle que desperté en un almacén y a mí se me dijo que estuve con él. Pero apreté los labios, deteniendo las palabras sabiendo que quizás no sería prudente.
—¿Sabe dónde están los cuneros? —escupí viéndola devolverse frente al computador —. ¿Sabes o no? ¿Darme esa información también es ilegal?
Rotó los ojos y llevó sus dedos a la pantalla, tecleando otra vez, estiró con brusquedad uno de sus brazos y apuntó a mi costado.
—En el siguiente pasillo, antes de la sala 1, esta una puerta azul.
Sin decir nada me aparté de la barra, adentrándome al pasillo señalado, pasé de lado el ascensor cruzando las escaleras que llevaba a los otros pisos, y deteniéndome enseguida al encontrar la puerta azul junto a ella. Observé el pomo platinado cuando esas risillas y balbuceos se dejaron escuchar al otro lado y dejé que mis nudillos golpearan la madera un par de veces.
Ojos hermosos, risos adorables. Tan solo esperaba que, si el bebé del que Seis habló estaba detrás de esta puerta, al mirarlo pudiera reconocerlo.
Sentí el tamborileo en mi corazón haciendo presión cuando enseguida, la puerta fue abierta por una mujer mayor con anteojos. Parecía casi de la edad que Sarah también vestía una bata blanca, luciendo el cabello canoso recogido en una coleta.
—¿Viene por un bebé, señorita? — su voz se escuchaba amarga y lancé una mirada detrás de su hombro a lo poco se veía del cuarto colorido. Una cuna fue lo primero que vi, pero ningún bebé a la vista, solo los balbuceos y quejidos provenir de alguna parte en el suelo.
—Vengo a ver a uno.
—¿Cuál es la clasificación del bebé que busca? —me preguntó y mis labios se extendieron, se abrieron y titubeé con la respuesta.
—N-no... No la sé— susurré—. Solo quisiera entrar y ver, el bebé tiene risos...
La escuché exhalar con profundidad, apretando sus labios y mirando las sandalias en mis pies.
—Sin ninguna clasificación no puedo dejarla pasar, señorita— Aseveré el rostro y ella cerró más la puerta—. Por seguridad y cuidado de estos bebés solo pueden entrar aquellas que saben su clasificación, o los mismos experimentos.
Cerró la puerta en mi cara dejándome pestañear con perplejidad. ¿Hablaba en serio? ¿Y así cómo demonios iba a tratar de recordar sino se me daba una oportunidad de conocer a los que estuvieron conmigo en el subterráneo?
Solté un quejido y me aparté de la puerta, me acerqué al elevador con el objetivo de ir a la habitación y estiré el brazo para presionar el único botón en la pared.
—Hola...
Esa vocecilla levantándose junto a mí me torció el rostro enseguida. Clavé la mirada en el pequeño cuerpo que vestía una enorme chamarra rosada y calzaba unas botas del mismo color. Era una niña y estaba sobre el último peldaño, inclinada contra el barandal de la escalera.
Y solo encontrar esos enormes orbes verdes adornados por largas pestañas, observándome detrás de los barandales, hicieron que una clase de emoción incendiara mi pecho. La reconocí. Era la niña de anoche, y una curva cruzó mis labios, una que titubeó por el modo en que ella reparaba en mi rostro, dudosa y temerosa, aferrando sus manos al barandal de la escalera.
—Hola, pequeña—saludé alzando al instante la mano y moviendo los dedos—. Te llamas Jennifer, ¿es así?
Apretó su boca y asintió con timidez, apenas apartándose un poco del barandal.
—¿Todavía estas en el mismo cuarto? —su pregunta llena de dulzura me extendió más la sonrisa.
—¿En el de tu amigo Ogro? —mi voz se agudizó.
Ella hundió su entrecejo y sin responderme movió sus pequeñas piernas en mi dirección, se detuvo quedando a solo pasos y alzando mucho su rostro inquietándome al no verla pestañar una sola vez ni dejar de recorrerme como si de nuevo, fuera un fantasma.
—¿Por qué duermes en su cuarto? — su pregunta salió en un tono demasiado bajo, como si temiera hacerla.
Y siendo franca, creí que me haría otra pregunta sabiendo que estuve con ella y Seis en el subterráneo. O, así como Seis sabía de mi pérdida de memoria, ¿ella también lo sabría?
— Solo será por un tiempo corto hasta que haya una habitación disponible para mí.
—Si duermes en su cuarto es porque también duermes con él, ¿verdad? — No me esperé sus palabras repentinamente con un ligero atisbo de curiosidad—. ¿Duermen abrazaditos?
Pestañeé con impresión e incomodidad, ¿por qué me estaba preguntando eso?
—¿Anoche estaban juntitos?
—No—solté al instante viendo de reojo las puertas del elevador abrirse —, él duerme en otro cuarto.
Me sorprendió ver como la ilusión se le apagaba en tan solo un santiamén.
— ¿Puedo ir contigo al cuarto? — su siguiente pregunta me conmovió, ¿quiere estar conmigo? —. Puedo irme si no quieres...
—No, claro que quiero— Sonreí y ella me imitó, volviendo con esa ilusión brillando en sus hermosos ojos—. Sería agradable tener un poco de compañía.
Hice una señal con la cabeza y la niña asintió y con timidez corrió adentrándose al elevador, se acomodó en una de las esquinas sin apartarme la mirada y se aferró al barandal. Entré acomodándome delante de ella, y palpé uno de los números en el panel que cerraron las puertas.
El silencio se hizo entre nosotras y un cumulo de preguntas comenzaron a hacer ruido en mi cabeza con ganas de soltarlas a la niña, pero no sabía si era correcto hacérselas o ponerla cómo excusa para ser, ahora yo, la que interrogara a Keith Alekseev.
Tantas dudas tuve, y hasta entonces no había recibido ninguna respuesta por nadie.
El elevador se detuvo abriendo sus puertas y no tardé en girar parte de mi cuerpo para dar una miradilla a la niña.
—Vamos.
Con timidez se apartó y fue la primera en salir hacía el pasillo. La seguí por detrás desenfundando la tarjeta del bolsillo, recorriendo el largo pasillo en tanto la veía detenerse frente a la puerta y girarse en torno a mí.
—Si tu duermes aquí, ¿dónde estará el Ogro? — acompañó la pregunta alzando sus manos y encogiendo sus hombros.
Me detuve frente a ella observando la puerta delante de nosotras.
—Él estará en ese cuarto— le señalé la puerta de la Coronel —. De hecho, en este momento debe de estar ahí dentro.
La pequeña miró hacia donde apuntaba, contrajo sus ojos un momento antes de fruncir sus labios con disgusto, cruzar sus brazos y mirarme.
—Pero ese es el cuarto de la mujer soldado — se quejó—. ¿Esta con ella otra vez? ¿Por qué esta en ese cuarto?
Porque esa mujer es su prometida. Quise responderle eso, pero para cuando abrí los labios, ella trotó en esa dirección.
—No puede estar con ella, no me agrada para él —se quejó, deteniéndose delante de la puerta que estaba frente al cuarto en el que dormiría otra vez, y alzó el brazo y empuñó su mano, tocando con fuerza la madera—. ¡Señor Ogro!
Aumentó los golpes en la madera, llenando el corredizo de sus sonidos.
—¡Sé que está ahí, ábrame!
Mordí mi labio mirando al resto de las puertas y sus ventanales polarizados sintiéndome preocupada por que tales gritos los escucharían los que durmieran en esas habitaciones. Aunque, ¿quién dormiría a estas horas?
Solo él, al parecer.
—¡Soy yo, ábrame feo Grinch!
Su insulto me hizo sonreír con gracia, ¿él feo? No, de feo no tenía nada. Detuvo sus puños, lanzando un gruñido y frunció su entrecejo girando a mirarme.
—Creo que no está aquí—se apartó de la madera.
Levanté el rostro y observé el ventanal polarizado del cuarto de Ivanova. Tal vez la niña tenía razón y él salió a algún lado de la base. Tendríamos qué esperar a que volviera, hacer tiempo me beneficiaría, podría preguntarle a la niña sobre Cero Siete Negro, ella seguro que sabría dónde estaba ese experimento.
— Creo que está en otra parte y qué bueno porque no quiero que se relacione con esa mujer.
Tan solo lo canturreó entró al cuarto, la seguí por detrás sin cerrar la puerta, viéndola correr con emoción y trepar encima de la cama para saltar. El gorro se la chamarra se levantaba con cada uno de sus saltos y ella giró, destendiendo las sabanas y elevando en sus labios una sonrisa de diversión que me detuvo a un costado de la cama.
Parece divertirse.
—¿Por qué no quieres que él este con ella? —tuve mucha curiosidad por saber.
—Porque no me cae bien—aventó y luego pareció arrepentida sacudiendo la cabeza en negación —. Digo, es muy bonita y también me ha dado muchos dulces.
Si le dio dulces no entendía su disgusto por ella.
—Entonces, ¿por qué no te cae bien? — mi pregunta hundió su ceño y detuvo sus saltos mirándome con seriedad.
— No la quiero con él...
—¿Por qué? —insistí en saber.
Lanzó una larga queja estirando mucho su cuello antes de volver a saltar.
—¿Tengo que tener una razón? — me preguntó —. No la quiero porque ya elegí a alguien más para él.
Alcé las cejas y a poco estuve de preguntarle de quién se trataba, pero no quise hacerlo. Aun si ella lo quería ver con otra mujer, esa había sido la decisión de él, quedarse con Ivanova.
—¿Desde cuándo duermes en su cuarto? —me gritó—. ¿El señor Ogro te dio permiso?
Hizo una pausa sin detener sus saltos y estiró inesperadamente una sonrisa traviesa que me intrigó.
—¡Ya dime la verdad, sí duermes con él! — exclamó con una felicidad que me aturdió.
—No— sostuve, mordiéndome el labio para retener una sonrisa—. Él me dio permiso de quedarme en su cuarto...
Una risilla juguetona se le escapó y la oculto bajo su mano dando un salto grande.
—Pues en mi mente ustedes dos ya durmieron abrazaditos.
La pequeña empezaba a intrigarme, hacía tan solo un momento atrás se le veía molesta al saber que su amigo el Ogro estaba en el cuarto de la Coronel, pero conmigo hacía bromitas de que dormía con Keith Alekseev.
—¿Y dónde estabas antes? —Giró y saltó más alto y por un instante la vi saltando sobre un sofá cama color rojo—. ¿Dónde dormías?
La sonrisa que se le extendió ante su curiosidad me hizo pestañear, volver a la realidad en la que ella saltaba sobre una cama y no en un sofá. Me sentí aturdida por el cambio de colores y formas, preguntándome si aquello fue mi imaginación o acaso un recuerdo.
—En otro cuarto muy apartado de aquí—respondí y su sonrisa disminuyó—. Dormía mucho, como la bella durmiente.
Mi respuesta detuvo sus saltos y lanzó un corto suspiro de desilusión mirando las almohadas pisoteadas por su calzado.
—No sabes quién soy, ¿verdad? —musitó y retuve la respiración, viéndola patear una de las almohadas—. Anoche no te pusiste feliz porque me miraste y actúas muy extraño hoy, como si no me recordaras.
Mordí el labio inferior cuando tras fruncir sus labios, cabizbaja, alzó únicamente la mirada, la forma en que estaba mirándome como si estuviera a punto de soltarse a llorar, me removió.
—¿Es verdad que ya no recuerdas? —Algo se me estremeció detrás del pecho cuando se cristalizó su mirada—. Seis me dijo algo hace días, pero no supe si creerle, y luego también la señora Sarah me dijo en la mañanita que perdiste la memoria y que debía ser prudente, pero tampoco le creí... Pero luego pensé que cuando vine anoche no me sonreíste ni me llamaste, y ahora que te volví a ver, actuaste como si no me recodaras.
Una mueca ladina y llena de culpa se creó en mi rostro. Lo siento. Fue lo que quise decir, observando como una lagrima se derramó sobre su mejilla izquierda.
—¿Y por qué la perdiste? — su voz comenzó a descomponerse—. ¿Ya no te acuerdas de nada?
Un inquietante nudo se me creó en la garganta y
Negué con la cabeza, viendo como otra lagrima más se le derramaba.
—Oh...—Juntó sus manos y mirando la cama con una tristeza que oprimió mi pecho.
Su rostro enrojeció y el modo en un su mentón se apretó y me di cuenta de que estaba reteniendo el llanto, llanto que no pudo soportar, rompiéndose a llorar delante de mí.
El alma se me estremeció y no supe qué hacer.
—¿Por qué no me recuerdas? —sollozó llevando su brazo al rostro para tratar de secarse las lágrimas que no dejaban de machar su pequeño rostro—. ¿Tu quisiste olvidarme?
—Claro que no— aclaré de inmediato, dando un último paso que me pego las rodillas al sostén de la cama—. ¿Cómo querría olvidar a una niña tan linda como tú?
Frunció sus labios y aspiró los mocos secándose de nuevo las lágrimas.
—Pero al final lo hiciste, te olvidaste de todos— musitó entre sollozos dejándose caer sentada sobre el colchón—. No recuerdas nada de cómo nos conocimos ni lo mucho que jugamos...
Vi como volvía a limpiarse las lágrimas y con un berrinche en sus labios mantenía la mirada en las sabanas destendidas, esas con las que sus dedos comenzaron a jugar. Una sonrisa entristecida cruzó mis labios y me atreví a subir una de las rodillas, trepando sobre el colchón y gateando hasta llegar frente a ella y sentarme.
—¿Qué te parece si me cuentas? —quise animarla, inclinando parte de mi rostro para obligarla a levantar su mirada —. Me encantaría saber cómo nos conocimos y a qué jugamos. Quizás eso me ayudará a recordar.
Aspiró de nuevo por la nariz y con tanta fuerza que el sonido recorrió parte del cuarto, se secó las ultimas lagrimas con el dorso de su mano y asintió todavía con el puchero en sus labios.
—Perdone mi tardanza, señorita, me dieron el regaño de mi vida por andar de habladora— el grito de Sarah adentrándose al cuarto a zancadas nos hizo enderezarnos y estirar mucho el cuello para lanzar una mirada sobre el respaldo de la cama a la mujer que pasaba la cómoda—. No tengo mucho tiempo y solo vine a recoger la ropa del señorito ya que fue una orden de la coronel. También quiero recoger su ropa su..
Detuvo sus palabras, así como sus pasos cuando llego frente al colchón y se encontró con los enormes ojos de la niña mirándola con timidez.
—¿Qué haces aquí, pequeña? —me preguntó, parecía algo asustada—. ¿Maggie te dio permiso de venir con la señorita?
—No le pedí permiso, yo quise venir con Nas— esbozó en un berrido y escucharla nombrarme hizo que algo cálido se esparcieron a lo largo de mi pecho.
Nas, así es como me llama.
—Se va a enojar si te ve aquí—dijo Sarah, inclinando parte de su cuerpo y recargando sus manos sobre sus rodillas—, tienes que regresar y pedirle permiso.
—Lo haré en un ratito más—se quejó rompiendo el abrazo para apartarse apenas de mí y mirar a Sarah —. Solo quiero estar unos minutos más, ¿sí? Quiero contarle una historia a Nas.
—Sabes cómo es ella— insistió Sarah mirándola fijamente—. Si la ve aquí con la señorita, va a enfurecer.
No entendí por qué le enfurecería saber que la niña estaba conmigo. A pesar de cómo se comportó en el gimnasio que se molestar solo por esto era exagerado.
—Prometo portarme bien—rogó —. Solo un ratito, ¿sí?
—Que se quede, si la regañan que me regañen a mí— me atreví a interferir, logrando que esos orbes verdes y enrojecidos me miraran con felicidad, por otro lado, Sarah parecía preocupada—. Será solo un rato, no tiene nada de malo.
Apretó sus labios y meneó la cabeza antes de asentir.
—Solo porque tengo que ir a mi turno no discutiré y le permitiré quedarse, pero se ira después de un rato, de ti depende que la señorita no salga perjudicada con los regaños de Maggie— La niña asintió y Sarah se incorporó, acercandose pronto al armario que abrió para sacar las playeras varoniles —. Señorita, deme la ropa sucia, la llevaré a la lavandería.
A mi mente llegó la imagen de la ropa interior que me quité, y esas bragas empapadas del húmedo sueño del hombre que me masturbaba. No tardé nada en salir de encima de la cama tras decirle a la niña que volvería, y me aproximé al baño. Atravesé el umbral, adentrándome al cuarto de azulejos, clavando la mirada en las prendas de ropa que dejé sobre la tapa del retrete. Y tan solo las tomé, me di cuenta de que algo estaba mal.
No están las bragas.
Conté las prendas para rectificar y lancé una mirada a los costados del retrete creyendo que habían caído. Me sentí inmediatamente confundida, estaba segura de haberlas dejado en el baño, no pudieron haberse perdido.
—¿Qué sucede? — Sarah entró al baño, y me acerqué a la tina, dando una mirada en su interior creyendo que estarían ahí—. ¿Qué está buscando?
—Las bragas...—Me acerqué al cesto de basura y a poco estuve de quitarle la tapa y revisarla, pero obviamente no estarían dentro—. Pero no están.
—¿No las habrá dejado en alguna otra parte? —Negué, volviendo a contar las prendas entre mis manos antes de que Sarah me las arrebatara—. Bueno, seguro que deben estar en el cuarto, ¿ya buscó en la cama o la cómoda?
Hundí el entrecejo porque algo no estaba cuadrando, estaba segurísima de haberlas dejado aquí, no me quité la ropa en ningún otro lado que no fuera el baño. Salí del cuarto de azulejos, buscando en el suelo y dentro del armario donde las playeras del hombre todavía estaban intactas. Me acerqué a la cama en la que la pequeña seguía sentada, siguiéndome con su atenta mirada, y busqué a los alrededores.
—¿Qué estás buscando? —la pequeña no tardó en preguntar cuando me arrodillé con la intención de buscar bajo la cama, el problema fue que no había espacio en dónde buscar. El somier de la cama era recto y se pegaba por completo al suelo.
—Sus calzoncillos, ¿no los has visto?
Ignoré la instantánea y desvergonzada pregunta de Sarah sintiéndome aún más perdida, no pudieron haber desaparecido, así como así.
—Seguramente los encontrará más tarde, no se preocupé— Sarah me palmeó el hombro—. Mientras tanto esta ropa se lavará.
Se guardó las prendas dentro de una pequeña bolsa de tela que se sacó de la bata y se la colgó en el hombro dirigiéndose al corto corredizo.
Cuando termine mi turno vendré para saber cómo está—su voz se amortiguó con el sonido de sus tacones apartándose cada vez más—, y si le da hambre, vaya a la cafetería.
Se despidió con un saludo en el aire y cruzó el umbral, cerrando la puerta enseguida. Solté una larga exhalación apoyando las manos en la cadera y volviendo a revisar desde mi lugar el suelo, ¿en dónde más podría buscarlas? Había muy pocos lugares en la habitación, no eran muchos muebles en los que se pudiera guardar o esconder unas bragas negras, y que se perdieran cuando estaba segura de haberlas dejado en el baño, era extraño. No tenía sentido.
—¿Todavía quieres que te cuente cómo nos conocimos? —su vocecilla me atrajo la mirada sobre la cama, reparando en su pequeño cuerpo todavía sentado y con las piernas cruzadas, llevaba un leve puchero en sus labios—. ¿Ya no quieres?
Estiré una sonrisa que ella observó, y negué a su cuestión.
—Por supuesto que quiero que me cuentes.
Después sigo buscando las bragas.
(...)
Los minutos pasaron rápidamente y con ello aposté a que había trascurrido casi una hora desde que Sarah se fue de la habitación. Un largo tiempo desde que la niña, tras recostarse en el colchón y acomodar su cabeza sobre mi muslo, me contó sobre nosotras, sobre el subterráneo, sobre el área negra en la que nos conocimos.
Dijo que monstruosidades aterradoras los estaban persiguiendo y que Seis miró temperaturas en el área negra. Ahí fue donde nos encontraron a Siete y a mí, y que la protegí de un parasito que quiso lastimarla a ella y al bebé. 32 Rojo, esa era el neonatal del que Seis habló en el gimnasio. Y ahora que sabía su clasificación, no dudaría en volver mañana al cunero y buscar al bebé para conocerlo también.
Me contó que la dejé dormir sobre un largo sofá cama color rojo, y el cual era bastante cómodo y cálido, y solo escucharla mencionármelo me hizo saber que haberla imaginado saltando sobre un mismo sofá, había sido parte de un corto recuerdo, y esperaba tener más. Además del sofá, también mencionó que le daba de las porciones de mi comida, jugaba con ella a las escondidas y nos contábamos secretos e historias sobre una villana enamorada de un guapo caballero.
Mencionó que odió el final que le di a la historia y que ella lo mejoró, dejándolos vivos y juntos, con muchos neonatales. No pude evitar soltar una risilla cuando lo escuché e incluso, me contó la historia, dejándome un tanto inquieta.
Habló de un hombre llamado Richard, un sobreviviente que estuvo con ellas y con el cual llegaron al área también, recalcó lo mucho que se imaginaba emparejándonos a él y a mí, pero que a veces dudaba porque en momentos se emocionaba mucho cuando el hombre malo que daba miedo, se acercaba a mí y me apartaba de ella para tener un momento a solas conmigo. Como la vez que detalló que nos encontrábamos jugando a las escondidas y que el hombre malo le ordenó irse, que él le dijo que me encontraría.
¿Y quién era ese hombre malo que daba miedo? Supe que se refería al experimento clasificado como Siete. Aun así, le pregunté queriendo escucharlo por sus propios labios, no esperé que la pequeña mencionara que el hombre malo se parecía mucho al señor Ogro. Cuando lo contó y le pregunté en qué se parecían, se puso nerviosa, revolviéndose y trabándose con sus propias palabras que trató de repetir hasta aclararlas.
Al final dijo que ambos se parecían en lo alto y que daban miedo, que eran amargados, que siempre daban órdenes. El modo en que se expresaba de ambos me entretuvo bastante, llenándome de curiosidad por saber más sobre el hombre malo, sobre Siete. Sobre el experimento con el que me acosté.
—¿Sabes dónde está el hombre malo que da miedo? —pregunté con lentitud, dejando que mis dedos se recostaran sobre la cima de su cabello, acariciando sus mechones con cuidado. De alguna forma, esta acción me resultaba familiar con ella—. Quisiera encontrarme con él...
Jennifer llevó sus nudillos contra sus labios y titubeó, miró con duda las sabanas de la cama, antes de negar para mi lamento, lo que quise que afirmara.
—No lo sé, no lo he visto hace días...— su respuesta me desilusionó.
—¿Sabes cuál es su habitación? —no sabía si hacer esa pregunta sería lo correcto, pero la inquietud por conocerlo estaba creciendo.
Apretó sus labios y un gesto de tristeza la invadió, desconcertándome cuando volvió a negar.
—Pero estoy segura que el señor Ogro sabe dónde está él —añadió tallándose uno de sus parpados—. ¿Ya conociste al señor Ogro?
Esos orbes feroces y platinados se vislumbraron en mi mente como el resto de su rostro varonil, lleno de una imponente e intimidante masculinidad. La sola imagen tan perversa y atractiva me estremeció, y quedé inquieta porque con imaginármelo ya comenzaba a alterarme las hormonas.
Sacudí el pensamiento, desvaneciendo su imagen y me concentré en las caricias que mis dedos brindaban en su cabello, desenredándolo antes de contestar:
—Sí —alargué mirando la cortina roja —. Lo conocí hoy.
Ella movió su cabeza un poco solo para lanzarme esos ojos verdes iluminados con ilusión.
—¿Y te gustó?
La miré con extrañez, ¿qué clase de pregunta era esa?
Aunque si tuviera que responder a su pregunta, sería un sí. Sí que me gustó su físico.
—¿Sabes si el hombre malo y yo éramos cercanos? —decidí responderle con otra cuestión, aunque no sabía si esa pregunta sería entendida por alguien tan pequeña como ella.
Bostezó mirando nuevamente las sabanas.
—Sí — susurró y volvió a tallar sus parpados. Me di cuenta de que le estaba dando sueño—. Porque una vez jugaron a las parejitas empalagosas por muchísimas horas en el cuarto.
Entorné la mirada a ella con sorpresa, ¿parejitas?, ¿hablaba en serio?, ¿cómo sabia ella sobre eso?
—¿Parejitas empalagosas?
Un segundo bostezo se le escapó y asintió, vi el modo en que sus parpados parecían pesarle.
—Sí y durmieron juntitos en la cama— su respuesta se alegó en un suspiro—. Yo quería jugar contigo, así que fui y les toqué, pero el hombre que da miedo me gruñó que me largara muy lejos y me hizo llorar.
Las palabras salieron tan lentas de sus labios y me sorprendí a mí misma extendiendo la parte derecha de mis labios en una leve sonrisa al engibármelo. Al parecer el experimento resultó ser un gruñón y pude imaginar lo que hacíamos en ese cuarto, tuvimos sexo. Me pregunté cuántas veces más lo hicimos, hasta dónde llegamos, qué tanto nos conocimos, o si sentí algo.
Si la niña dijo que nos encontraron en un área negra, debimos estar un tiempo juntos, solo nosotros dos. Solos...
—¿Quién te dijo que jugábamos a las parejitas? — solté con profunda curiosidad—. ¿Acaso fue él?
Dejé de ver el cortinero para observar el perfil de la niña. La sorpresa que recibí disminuyó el movimiento de mis dedos sobre su cabeza y la media sonrisa que titubeó en mi boca, se agrandó con ternura al reparar en esos parpados completamente cerrados.
Se quedó dormida. ¿Y cómo no hacerlo? Cuanto me contó la historia de la villana y el caballero, estaba saltando en la cama y dando vueltas. Obviamente terminaría cansándose.
Debería despertarla, Sarah dijo que solo un rato y ya había pasado mucho tiempo desde entonces, pero preferí seguir acariciando su cabello con cuidado, y desenredando sus mechones. Que durmiera lo que quisiera, estaba conmigo y no era peligrosa.
Contemplé la dulzura que la pequeña desataba. Creí que la recordaría una vez me contara de nosotras, o al menos recordaría algo después de que me habló del laboratorio y de los otros, pero no fue así. Se sintió como si me contara una historia de horror y ficción, con un poco de diversión y, al parecer, de romance. No imaginé cuanto miedo debió sentir en el laboratorio. Como ella hubo más niños en el subterráneo, ¿cuántos niños sobrevivieron?, ¿cuántos bebés lograron sacar de ese terrible lugar?
Me torturé con ese tipo de pensamientos, tratando de imaginarme escenarios de mi escapando de experimentos y trabajadores contaminados y deformes. Tratando de imaginarme ocultándome en alguna parte, tragándome sollozos y soportando el hambre. También intenté imaginar la escena en el sótano, Ivanova dijo que el experimento Siete me encontró atada y moribunda, algo debí hacer para terminar así y me pregunté si acaso ella o Keith Alekseev sabían por qué.
Lo que me tenía tan confusa además de cómo fue que ellos supieron de mí, era el por qué desperté en una construcción de almacenamiento, cuando este edificio tenía su propia enfermería. Y, sobre todo, por qué la mujer de recepción dijo que ninguna mujer salió en el grupo pequeño de sobrevivientes en el que estuvo el experimento Siete.
¿Acaso nadie sabía de mí? Nunca le pregunté a la niña, pero, anoche ella me miró como si fuera un fantasma, lo cual me hizo pensar que me creyó muerta o desaparecida.
¿Era por eso que ese experimento no venía a buscarme? No, pero entonces, ¿cómo sabían ellos del experimento Siete y todo lo que él hizo por mí?
No lo sé, no sé nada. Me siento tan confundida y tan vacía...
Un golpeteo hueco y repetitivo, elevándose al otro lado del balcón me levantó la mirada de la niña. Hundí el entrecejo prestando atención al sonido, dándome cuenta de que se trataba de lluvia. Ya estaba lloviendo y solo escuchar ese inquietante trueno extendiéndose afuera, me aumentó la curiosidad. Con mi brazo desocupado tomé cuidadosamente los costados de la cabeza de la niña, la recosté en el colchón y sin hacer mucho movimiento, extendí uno de mis brazos aferrando los dedos sobre una de las sabanas para tirar de ella y cubrirla hasta los hombros.
Me deslicé fuera del colchón incorporándome, di una mirada más a la pequeña antes de revisar la puerta y aproximarme a la larga cortina rojiza. Mis dedos se deslizaron en la tela suave y sedosa antes de extenderla a un costado, revelando así la vista nocturna que la puerta cristalizada brindaba hacia el balcón.
El barandal estaba siendo empapado por la lluvia que caía con rotunda fuerza, bolitas de hielo golpeaban el suelo llenándolo de granizo. Y fue tal y como Sarah mencionó antes cuando una luz destelló agrandándose en entre las nubes con un trueno estallando enseguida, me encogí y lancé rápidamente una mirada a la cama creyendo que la pequeña despertaría. Pero ni siquiera se removió en su lugar.
Volví la mirada al balcón y dejé que mi mano se aferrara a la manija de la puerta, quitando el seguro y jalando para correrla un poco. Temblé y los músculos se me endurecieron cuando la helada brisa se adentró bajo la planta de mis pies con el granizo rebotando contra los dedos.
El cielo volvió a iluminarse y quedé fascinada por los colores instantáneos antes de que todo oscureciera. Aunque conocía la lluvia, verla se sentía como si fuera la primera vez y me recargué en el marco, abrazándome a mí misma y perdiéndome en el sonido y en mis pensamientos.
Me sentía insaciable con lo que la pequeña me contó y con todo lo que se me habló hasta hoy. Quería saber más, pero al parecer no obtendría suficiente de la niña ni de la enfermera. Y con Ivanova tal vez tampoco obtendría mucho, el único que me quedaba era ese tal experimento Siete, pero no sabía dónde estaba.
Me queda preguntarle a él... Por inercia ladeé el rostro encima de mi hombro, mirando a la puerta de la habitación. Había pasado tiempo desde que tocamos a su puerta y quizás ya había vuelto a su habitación.
Una guerra interna se desató en mi mente y miré de nuevo a la misma puerta, sintiendo la inquietud hormiguearme las piernas.
—¿Voy? —susurré para mí, mordiendo mi labio con indecisión—. ¿O no?
Tenía tantas preguntas y aunque estaban muy mal acomodadas, quería obtener respuestas, por lo menos, de algunas más importantes.
Iré. Todavía indecisa, cerré la puerta cristalina sin producir ruido, amortiguando el tercer estruendo en el cielo, y corrí la cortina hasta cubrir el balcón. Revisé a la pequeña desde mi lugar antes de volver a mirar la puerta. Las piernas se me movieron una a una rodeando la cama y aproximándome al estrecho pasillo hasta detenerme frente a la puerta y lo que me colocó desconcertada fue sentir mis manos peinándome el cabello y acomodándolo detrás de mis orejas.
¿Para qué me arreglo? Solo voy a preguntar.
Los dedos de mi mano comenzaron a sudarme cuando al dejar mis mechones, los deslicé alrededor de la manija, y no entendí como por ese momento empezó a cosquillearme el interior del estómago. Jalé y la puerta se abrió, y tan solo la extendí la luz del pasillo se encendió alumbrando todo a su paso, como esa puerta a solo un metro de mí.
El corazón se me agitó y mordí más el labio inferior, mirando el respaldo de la cama con la necesidad de saber si la niña todavía seguía dormida. No escuchar ningún sonido extraño, me hizo cerrar la puerta sin poner el seguro. Revisé el resto del camino al corredizo observando las puertas metálicas del ascensor emparejadas y, volví la mirada a la puerta frente a mí.
¿Por qué estoy temblando? Solo voy a tocar y a preguntarle por él, solo voy a eso...
Respiré con profunda fuerza hasta llenar mis pulmones y caminé, los pasos se me hicieron largos y lentos, y los nervios aumentaron cuando me detuve a solo centímetros de que mi pecho rozara la madera.
Titubeé al alzar mi mano y empuñarla, lista para golpear la textura dura. Lista para encontrarme con el hombre que me dejó húmeda en el interrogatorio.
No, esto es una locura, es de noche, está lloviendo y él está solo en el cuarto. Tengo su playera puesta todavía y buscarlo para preguntar por el experimento podría malinterpretarse. Mejor espero a que su prometida vuelva.
Sí, sí, me esperaré a que ella llegue. Asentí a mi pensamiento y giré sobre mis talones, bajando el puño. Apenas di dos pasos lejos de su puerta volví a sentirme indecisa e inquieta y me detuve de nuevo. Volteé de reojo mirando la ventanilla, me sentí una tonta cuando di un paso al frente y negué con la cabeza, retrocediendo otro.
No debería estar tan nerviosa. Me restregué las manos, limpiándome el sudor. Este comportamiento era tan exagerado y desconcertante que palmeé las mejillas tratando de concentrarme. No era como si fuera a hacer algo malo, solo iba a preguntarle, eso sería todo, luego volvería al cuarto con la pequeña y listo.
Volví a asentir y regresé a la puerta con pasos firmes, alzando los nudillos que rozaron con la fría y dura textura. De nuevo dudé y me detesté con la actitud aniñada y ridícula que estaba tomando posesión de mí.
—Solo toca—susurré la queja, alzando más el puño.
¿Qué tan difícil puede ser tocar a la puerta de un hombre?
Y toqué. Toqué cuatro veces, dejando que el sonido hueco se pronunciara y me estremeciera tanto como el silencio que se adueñó enseguida de mi alrededor cuando no hubo respuesta del otro lado.
Los segundos acontecieron y solté todo el aire que había estado acumulando en mis pulmones hasta desinflarme entera.
—Pues no está—musité, encogiéndome de hombro.
Me volteé y tras una corta exhalación levanté la primera pierna dispuesta a irme y regresar al cuarto...
Hasta que ese chirrido de una puerta siendo abierta justo detrás de mí, hizo que un escalofrió se paseara con la misma tortuosa lentitud por toda la espina dorsal.
—¿Estás segura, mujer?
Un pinchazo de adrenalina tras mi pecho me endureció el cuerpo como piedra ante la ronquera tan bestial de esa voz masculina soltándose con marcada pausa detrás de mí.
Las piernas actuaron por sí mismas, volteándome para sentir como se me incendiaban las mejillas y un hormigueo cálido se adueñaba del centro de mi estomago al hallarme con esa camisa desabotonada y extendida a los costados de un torso musculoso y casi completamente desnudo.
Y me embobé con ese par de pectorales tensos marcándose bajo una reluciente y pálida piel en la que gotas de agua resbalaban, acariciando sus areolas con pezones duros. Tragué al sentir la saliva acumulándose en mi boca y sin poder evitarlo seguí las gotas, detallando como resbalaban con maldita lentitud en todo ese rastro de endurecida piel que construían exquisitamente su torso tosco. Las gotas se ciñeron sobre cada una de sus abdominales, las cuales se le dibujaban de un modo tan fascinante que sentí el picoteo en las yemas de mis dedos deseando tocarlas, detallarlas y descubrir su textura y dureza con mi tacto...
Esos músculos no pueden ser más perfectos. Su torso es una obra de arte como su rostro. No pueden ser real.
Seguí sin reaccionar y cómo si mi mente y cuerpo me lo pidieran eliminando toda inteligencia y prudencia, delineé una vez más sus abdominales y el modo en que desaparecían detrás de los pliegues de sus vaqueros cuyo grueso cinturón estaba desajustado con la correa cayendo a los costados de su ancha cadera.
Seguí, y seguí bajando sin escuchar el tintineo de mi subconsciente advirtiéndome de algo, terminando en ese bulto en la entrepierna, cuyo tamaño apenas lograba estirar la pretina...
El corazón se me volcó, sintiendo el desenfreno de mis latidos golpetear mi pecho al repasar en el bulto.
¿Esta erecto o de ese tamaño la tiene sin...? ¿En qué estoy pensando?
—¿A qué has venido?
Su arrastrada y peligrosa pregunta me encogió y levanté la mirada de golpe solo para sentirme inmensamente arrepentida al hallar la ferocidad tan escalofriante de sus orbes platinados clavados con intensidad en mí.
Santo Jesús. Las neuronas se me hicieron pedazos y, por si fuera poco, volví a dejar de funcionar recorriendo ese rostro a solo un paso de estar sobre mí. Su cabello estaba empapado y desordenado sobre su cabeza, algunos de sus mechones caían a los costados de sus sienes, creando terribles sombras que se alargaba en la estructura de su rostro, dándole no solo un aspecto aterrador a ese gris tan enigmático de su mirada, sino un aspecto salvaje y lujurioso a toda su imponente existencia.
De cerca era mucho más atractivo más despiadadamente hipnótico y me sentí como si de nuevo fuera esta la primera vez que lo veía. Me sentí como Sarah cuando describió su belleza y la rotunda fuerza que su presencia provocaba.
—Yo...
¿A qué vine? Y pestañeé repentinamente confusa, dejando caer la mirada a sus pectorales cuales se inflaron remarcándose con tanta fuerza que a poco estuve de volver a perderme.
¿Qué es esto? ¿Por qué no puedo controlar estas sensaciones? ¿Por qué no puedo decir nada? Sentí pavor y confusión sin saber qué estaba sucediéndome, me sentí pequeña y expuesta cuando su mandíbula se le tensionó, y lo que me dejó peor, fue ver como la comisura izquierda de esos carnosos y alargados labios secos, temblaba con una leve irritación.
—¿Tú qué, Nastya?— el modo tan peligroso en que pronunció mi nombre como si fuera alguna clase de advertencia, me hizo reaccionar.
—Hay algo... —Dejé de mirar su pecho subiendo el rostro para enfocarme en la intensidad de esos orbes platinados, sintiendo como las mejillas se me calentaban de vergüenza por mirarlo tanto y como tonta—. Hay algo que quiero preguntarte.
Mi voz amenazó con tartamudear cuando esa maldita comisura arrugada se estiró, creando una curva tan inquietante que le retorció de escalofriante manera su belleza.
De nuevo quedé asustada por el estremecimiento adueñándose de mis entrañas y ese órgano incapaz de controlar, ahuecándome el pecho.
¿Qué demonios es este hombre? Como si escuchara mis pensamientos, soltó la madera de la puerta que golpeó con la pared, y alzó su brazo remangado aferrando sus largos dedos varoniles en lo alto del marco del umbral.
—Continua—ordenó y apretó la madera haciéndola apenas crujir, las venas le saltaron con la fuerza que hizo y me maldije cuando recorrí todos esos caminos venosos extendiéndose con fascinación a lo largo de su antebrazo hasta por encima de sus nudillos.
Tuve que esforzarme por endurecer la mirada devolviéndola a sus ojos, y controlar las inquietantes sensaciones que comenzaban a querer tomar lugar en mi cuerpo. Sensaciones que me dejaron desconcertada.
— Es so-sobre el experimento Negro Cero Siete—Arqueó una ceja y sacudí la cabeza, arrepintiéndome enseguida—. Cero Siete Negro.
Quise abofetearme ante los nervios que me traicionaron y quisieron traicionarme más cuando la torcedura en sus labios disminuyó, aseverado su rostro.
—¿Qué quieres saber de él? — su asperidad me inquietó y mordí mi labio inferior dudando en continuar.
—Quiero saber dónde está—solté al instante, sintiendo el ardor en las mejillas y el resto de mi rostro cuando arqueó una ceja—. Sé que tú lo sabes. En recepción no quisieron decirme porque era contra las reglas, y Sarah no lo ha visto.
—¿Es lo que quieres saber? — alargó con un tenso movimiento de sus labios—. ¿Para eso has venido a interrumpirme, mujer?
Demonios. La forma en que pronunciaba esa palabra con tanta ronquera y gravedad me agitó. No obstante, ¿interrumpirlo?, ¿acaso estaba durmiendo? No. ¿Se estaba bañando?
—No—enfaticé—. También tengo otras dudas, ¿podrías responderlas?
No esperé ver como se le tensionaba la mandíbula, alzando su rostro, casi como si lo ladeara, y oscureciendo de tal forma la intensidad de su mirada que el aliento se me escapó. Quedé perdida en esos ojos esféricas e intimidantes, contemplando la belleza tan sombría que le brindaba ese solo gesto y no pude creer que un hombre como él existiera realmente.
Tal belleza no podía ser natural.
—Si quieres tener respuestas...—arrastró con bestialidad, y solo ver como esos orbes enigmáticos se dejaban caer sobre las sandalias de mis pies, para subir con una inquietante lentitud sobre mis muslos, deteniéndose en mi entrepierna, hizo que as piernas me temblaran sintiéndolas como gelatina—, entraras a esta habitación.
(...)
¡AAAAH! se viene buena e intensa, aaaaah, se va a venir algo grande.
Esperen el siguiente capítulo con mucha tensión, los spoilers pronto les vana llover.
LOS AMO MUCHOOOO!!
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