Capítulo 3 | El Viaje

1:00 pm ~ VIE 6/11/2037 ~ Casa De Matthew.

Faltaba una hora para el viaje, ya iba a empezar a prepararme, estaba viendo una película que se había estrenado justo hoy, la compré hace rato para poder verla desde la comodidad de mi cuarto, Richie y Rose la estaban viendo conmigo. La película terminó y ellos fueron a vestirse, anoche probablemente no habrán dormido mucho, no tanto por haberse acostado tarde jugando conmigo en el PS7, sino por el hecho de que era un juego de terror y en realidad virtual; los pobres habrán tenido pesadillas, pero ellos fueron los que insistieron para que los dejase jugarlo conmigo.

Me puse un pantalón jean azul oscuro, una camiseta manga larga de color azul con detalles blancos, y unos deportivos negros. Mientras me colocaba un reloj azul en mi mano izquierda, recibí un WhatsApp, era de Christina, allí iniciamos una conversación.

"Hey Matt, ya estás listo para el viaje?... No se te habrá olvidado, cierto?"

"Sí. No, obviamente no se me olvido, y tú?"

"Sí, acabo de terminar de arreglarme. Estaba viendo esa serie antigua de Netflix que me recomendaste, la que es sobre viajes en el tiempo"

"Hasta que al fin te dignaste a ver esa serie. Viste que es demasiado buena?"

Salí de mi habitación, no sin antes haber agarrado el bolso grande en dónde había guardado mis cosas, entre ellas la ropa para los dos días que nos íbamos a quedar allá. Procedí a bajar por las escaleras que llevaban hasta la sala principal de la planta baja.

—Matt, ¿ya estás listo? —dijo mi mamá desde la cocina— Nos vamos en treinta minutos.

—Sí, estoy aquí en la sala de estar —dije.

—Diles a los niños que se apresuren, cuando terminemos de guardar todo, nos vamos —dijo Joseph.

—Vale.

Luego de ir a avisarle a mis primos pequeños, salí hacia la entrada de mi casa, Rick había llegado en su auto, Albert y Alessia venían con él. Los saludé a los tres, todos se bajaron del auto mientras esperábamos a que llegase Christina, ya estaba todo casi listo.

Conduje el auto de mis padres fuera del garaje luego de que mi padre y el tío Joseph hubiesen guardado todo en el maletero, estacioné el vehículo justo al frente del auto de Rick.

Tina llegó justo cinco minutos antes de que tuviésemos que irnos, Marie conducía el auto de Christina, por lo visto el de ella seguía en el taller. Todos nosotros íbamos en el vehículo de Rick, mis padres, el tío Joseph y mis primos iban en el auto de mi papá.

La casa de mis abuelos quedaba en las afueras de la ciudad, estaba cerca de unas montañas, serían al menos unas dos horas de viaje. El clima era bastante frío en estas épocas, por lo que todos llevábamos abrigos. Cuando íbamos en verano, el clima era bastante agradable, no tan caluroso como lo era en la ciudad.

Finalmente, el tan esperado viaje había dado inicio. Rick iba conduciendo, Albert iba en el asiento de al lado. Yo iba en los asientos de atrás junto a Alessia y Christina, esta última iba en el medio.

—Bueno, si me disculpan... —dijo Christina mientras se conectaba remotamente su iPod al reproductor del auto— Voy a poner algo de música.

—Por mí está bien —dijo Rick.

Numb de Linkin Park comenzó a sonar, Christina y Alessia iban cantando totalmente inspiradas, "sujetando" un micrófono invisible con sus manos. Era una banda bastante antigua, pero ésta era una de las canciones favoritas de Christina y Alessia, Rick parecía saberse la letra, iba bastante animado moviendo la cabeza al ritmo de la música, y cantando algunas partes. Christina me ofreció su micrófono invisible, al principio no canté con ellas, pero cuando llegó el coro decidí unírmeles. Albert parecía disfrutar la canción, pero no se sabía la letra. Seguimos escuchando música por un buen rato mientras íbamos hablando de varias cosas.

Poco después, Albert le arrebató el iPod a Christina, ella protestó luego de eso, pero no impidió que Albert colocase una de sus canciones favoritas. Radioactive de Imagine Dragons comenzó a sonar a todo volumen. Albert y yo nos sabíamos perfectamente esta canción, por lo que ambos comenzamos a cantar, Rick se unió a nosotros, las chicas cantarían en el coro.

El viaje transcurrió realmente rápido, entre una canción y otra, y los diversos temas de conversación, ya nos encontrábamos estacionando los vehículos en el patio de la casa de mis abuelos.

Todo estaba tal y como lo recordaba, las viejas vallas que rodeaban el lugar, cuya pintura blanca había comenzado a caerse, el césped verde, las hojas secas en el suelo, la mesa redonda y los bancos de piedra que hay al lado del viejo columpio oxidado que está en el patio, la pequeña casa de Balto, el perro esquimal canadiense de mis abuelos. Los árboles se mecían suavemente con la brisa, y debido al otoño, las hojas se discutían entre un sinfín de tonalidades naranjas y amarillentas.

La casa era grande y muy antigua, aunque la habían remodelado hace unos cuántos años. Estaba hecha de una combinación de madera y piedra que le daba un aspecto hermoso. La madera, de un tono algo claro contrastaba con el techo, que era de color negro azabache.

Bajamos todas las cosas del auto, mis abuelos no tardaron en recibirnos a todos. Aunque Balto sería el primero llegar, tratando de montárseme encima para lamerme la cara. Yo acaricié su blanco pelaje, casi había olvidado lo hermosos que eran sus ojos, uno azul y uno verde.

—¡Muchacho, cómo has crecido! —exclamó mi abuela al saludarme con uno de sus fuertes abrazos. Yo besé su frente como siempre solía hacerlo desde que superé su estatura.

Recuerdo que los abuelos vivieron un tiempo con nosotros, luego de que cumplí cinco años. Mi abuela y yo tomábamos café descafeinado con leche todas las mañanas, mientras ella me contaba historias de ella y mi abuelo. Era una tradición que extrañaba bastante.

—Veo que trajiste a los muchachos otra vez —dijo mi abuelo, mientras me envolvía en un abrazo, revolviéndome el cabello con una sonrisa.

Él era un poco más alto que yo, un par de centímetros más bajo que mi padre. Era alguien muy carismático y jovial, al igual que mi padre. Nos saludó alegremente a cada uno de nosotros.

—No sé si es que ya estoy demasiado viejo, pero no recuerdo haberte visto a ti el año pasado... —dijo mi abuelo mientras estrechaba la mano de Rick.

—Soy Richard Anderson, es un placer conocerlo, Mr. Walker.

Habían suficientes habitaciones para todos, mis padres iban a dormir en una de las habitaciones de abajo, el tío Joseph y los niños en otra, la que estaba justo al lado. Las chicas iban a dormir en una de las habitaciones del piso de arriba, Albert, Rick y yo nos quedamos con otra de las habitaciones del segundo piso.

Después de instalarnos, todos salimos al patio trasero, mi abuelo me iba a mostrar su nuevo arco profesional, y los chicos fueron a ver. Mi abuelo disparó a unos blancos que estaban al menos a treinta metros de distancia, les dió justo en el centro en cada uno de ellos. El tío Joseph fue a buscar las flechas montado en el lomo de Black Thunder, el imponente caballo negro de mi abuelo, su pelaje era blanco en la zona de las pezuñas, contrastando bastante con su oscuro pelaje.

Comencé a disparar con mi arco hacia unas dianas que estaban a quince metros para comenzar, quería ver si estaba fuera de práctica. Una de las flechas impactó en el centro, las otra dos impactaron en la franja blanca que rodeaba el centro.

—Vaya, Matt es realmente bueno... —comentó Rick.

—Y no lo has visto en sus mejores momentos —dijo Albert.

El tío Joseph volvió con las seis flechas que disparamos entre mi abuelo y yo. Mi abuelo me prestó su nuevo arco para que lo probase, le había ganado en una apuesta a uno de sus amigos militares, mientras jugaban póker entre ellos. Era un poco más pesado, pero algo flexible, era de color negro, la empuñadura era realmente cómoda, era un arco que estaba hecho especialmente para la guerra.

Las primeras flechas que disparé impactaron cerca de la última franja de la diana que estaba a dieciocho metros de dónde me encontraba, el balance de este arco era diferente. Probé nuevamente y acerté justo en el centro del blanco. Mi abuelo, mientras tanto les enseñaba a los chicos a cómo utilizar un arco, ellos iban a practicar con una diana que estaba a diez metros de ellos.

—¡Rick acertó justo en el centro! —dijo Christina.

—Que va, fue pura suerte de principiante —dijo Albert, quitándole el arco. Él disparó una flecha que quedó clavada afuera del círculo de la diana.

—Creo que alguien necesita una brújula —dijo Alessia entre risas.

—Ja, ja, ja... —A Albert no le había hecho gracia— Muy graciosa, Legolas.

Alessia había acertado cerca del centro, Christina acertaba en las franjas medias de la diana. Yo no pude evitar reírme al escucharlos, siempre solían discutir por estupideces.

Eran al menos las seis de la tarde para cuando mi padre y mi tío estaban preparando estofado en el patio trasero, para el anochecer. Los chicos estaban hablando en la sala de estar. Entré en la casa, y observé el hermoso piano de cola que se encontraba allí, podía observarse desde el patio trasero gracias a la pared de vidrio que había. La luz del sol se colaba a través del cristal, reflejándose en la superficie del piano.

Me senté frente al piano y comencé a tocar una de mis piezas preferidas la Ballade No. 1 in G minor de Chopin. Observé cuando mi abuela se sentó en el sillón, a ella siempre le había encantado escucharme tocar.

La hermosa melodía del piano resonó en toda la casa. Percibía cuando alguien llegaba y se quedaba para escuchar, pero estaba tan concentrado en la pieza que no me fijaba de quienes llegaban.

Iba más o menos a la mitad de la pieza, justo antes de llegar a una parte intensa de la pieza, cuando el sonido de un lejano violín se unió a la hermosa balada. Mi abuelo estaba en las escaleras tocando su viejo Stradivarius, tocaba las notas de un viejo arreglo que había hecho de esta pieza, en el cual le añadió un violín a la melodía del piano.

La pieza terminó un par de minutos después, todos estaban allí aplaudiéndonos, mi abuela parecía estar a punto de llorar de la felicidad. Habían pasado años desde la última vez que el sonido del viejo ­Stradivarius de mi abuelo había resonado por la casa.

—Estoy algo oxidado, ¿no lo creen? —dijo mi abuelo.

—¿Bromea? ¡Estuvieron fantásticos! —dijo Alessia, fascinada.

—Amor, toca esa pieza de Saint-Saënz, la que tanto me gusta... ¿Sí? —Mi abuela estaba realmente emocionada.

—Vale, lo que el público ordene —dijo mi abuelo con una sonrisa.

Comencé a tocar el suave comienzo de la pieza, Introduction and Rondo Capriccioso. El violín se unió segundos después, a pesar de que mi abuelo tenía mucho tiempo sin tocar, lo estaba haciendo increíble, era literalmente música para mis oídos.

Esta pieza en particular me traía muchos recuerdos de cuando estuve en la escuela de artes de Pacific Palisades, allí conocí a mucha gente, entre ellos dos de mis viejos amigos músicos con los que hablo de vez en cuando. Recuerdo que esta pieza la toqué con Nora, en el último recital que tuvimos allá.

Todos aplaudieron una vez la pieza había finalizado, mi padre entró poco después, avisando que la cena ya estaba lista. Mientras mi madre y mi abuela se encargaban de servir la cena en la gran mesa del comedor, el tío Joseph cantaba esa vieja canción cuyo nombre siempre olvidaba hasta que llegaba el coro, mi abuelo y yo lo acompañábamos con los instrumentos, era uno de los clásicos shows de la familia, mi padre se unió en el coro de la canción. Las risas no tardaron en inundar la casa debido a tantos recuerdos compartidos.

Luego de la cena, los chicos y yo salimos al porche de la casa, y comenzamos a hablar.

—Es realmente agradable estar aquí... —dijo Rick— Gracias por invitarme, chicos.

—No hay de qué, ya eres parte del grupo —dije.

—¿Qué haremos mañana? —preguntó Albert con un dejo de curiosidad en su voz.

—Estaba pensando en ir a las aguas termales... —hice una pausa— Queda a poco más media hora, caminando.

—Suena genial —dijo Christina.

—¡Sí! —exclamó Alessia— El año pasado no pudimos ir.

—Recuerdo que ese día pasó toda la tarde lloviendo —comentó Albert.

—Incluso hubo un corto apagón esa tarde —recordó Christina.

Al rato, entramos a la casa, decidimos ver una película, por lo que asaltamos la alacena de mis abuelos, agarrando algunos de los snacks que habían. La pasamos realmente genial esa noche, serían las dos de la mañana cuando todos nos fuimos a dormir. Los chicos y yo hablamos un buen rato antes de dormirnos.

—Bueno, espero que no hagas cosas sucias con Alessia mientras dormimos, Albert —dijo Rick. Albert le lanzó una almohada. Yo no pude evitar reírme.

—¡Tu cállate! —Albert me arrojó una almohada.

—Bien hecho, te quedaste sin almohadas... —hice una pausa— Idiota.

Albert se resignó y se recostó en la cama. Rick se le tiró encima minutos después "asfixiándolo" con la almohada. Albert se sobresaltó inmediatamente, casi se había quedado dormido.

—¡¿Estás loco?! —exclamó Albert en voz baja, empujando a Rick, quien se cayó de la cama.

Rick y yo estábamos tratando de contener la risa.

—¿Ya se había dormido el bebé?

—Púdranse —Albert no pudo evitar sonreír.

Me levanté para apagar la luz del cuarto y asegurarme de que la ventana estuviese cerrada, en caso de que lloviese durante la noche. Transcurrieron unos cuantos minutos hasta que finalmente me quedé dormido.

Me levanté temprano al día siguiente, un tanto adormilado me las arreglé para cepillarme los dientes, luego decidí tomar una ducha, para terminar de desperezarme.

Al rato, estábamos todos desayunando pan tostado con huevos revueltos y jugo de naranja en el gran comedor, a las tostadas le untamos la mermelada de mora que había hecho mi abuela, estaba deliciosa.

Los chicos y yo decidimos salir a montar a caballo para pasar la mañana, así que fuimos al pequeño establo que tenía mi abuelo en el patio trasero. Mi abuelo poseía dos caballos, el negro, llamado Black Thunder y de pelaje gris llamado Tornado, al otro lado del establo estaba la yegua de mi abuela, la cual era de un hermoso pelaje blanquecino, se llamaba White Lightining.

Rick iba en el lomo de Tornado, Albert y Alessia se habían montado en la yegua, Christina y yo íbamos encima Black Thunder. El patio trasero se extendía por varios metros, un poco más allá del campo de tiro, hasta llegar a las montañas; teníamos bastante espacio para cabalgar.

Volvimos a la casa a eso de las diez, mi papá, el tío Joseph y mi abuelo estaban haciendo una competencia de tiro con arco, mi abuela y mi madre estaban viendo una novela en el pequeño y antiguo televisor de la cocina, mientras tomaban café con leche.

Nosotros salimos al porche de la casa, Balto me recibió como de costumbre, casi tumbándome al suelo en esta ocasión. Alessia y Christina se agacharon para saludar a Balto, Albert consiguió la pelota favorita de Balto, quien la reconoció inmediatamente. Albert lanzó la pelota, Balto había salido corriendo a gran velocidad, parecía realmente feliz. Estuvimos jugando un buen rato con Balto, hasta que se hizo la hora del almuerzo. Mi abuela y mi madre hicieron una Lasagna que quedó totalmente increíble.

A eso de las dos de la tarde, salimos de la casa para ir a las aguas termales, había un río que pasaba no muy lejos de aquí, el agua que corría por él era caliente, el río llegaba hacia un pequeño pozo en dónde el agua se había estancado. Solía venir cuando estaba pequeño con algunos de mis primos, sobre todo en estas épocas del año, que es cuando el río estaba casi en su máximo esplendor.

Llegamos al sitio poco después de media hora, lo recordaba mucho más grande, aunque los árboles que rodeaban el sitio lucían más frondosos que cómo estaban la última vez que vinimos para acá. El río provenía de la montaña, había una pequeña cascada que llevaba el agua hacia el pequeño lago que estaba allí. Detrás de la cascada, había algo que parecía ser la vieja entrada de una cueva, no era muy grande allá adentro.

Todos estábamos de pie frente al lago, habíamos subido a una roca bastante grande y algo alta, desde la cual podía apreciarse todo el lugar.

—¿El agua estará tibia? —inquirió Alessia.

—¿Por qué no lo averiguas? —preguntó Albert justo antes de empujar a Alessia hacia el lago.

—Eres hombre muerto, Eaton.

—Hoy no habrá se... —Rick sería interrumpido.

—¡Cállate! —chilló Albert.

Alessia estaba tardando en salir a la superficie.

—¿Por qué tarda tanto? —preguntó Albert.

—No creerán que... —Christina comenzó a hablar, pero justo en ese momento logramos visualizarla en la superficie

Alessia estaba flotando boca abajo, inerte. Observé sus extremidades ligeramente extendidas y comencé a pensar lo peor

—¡Alessia! —Albert se lanzó al lago luego de quitarse su camiseta.

Albert sacó a Alessia del río, ella parecía inconsciente. Todos estábamos algo alterados y preocupados por ella. Albert puso una mano en el cuello de ella para comprobar que todavía tuviese pulso, Alessia estalló súbitamente en carcajadas.

—¡¿Estás loca?! —exclamó Christina— ¡Nos diste un buen susto!

—¡Tenía que vengarme del idiota éste! —protestó Alessia.

—Buen punto —dijo Rick, mientras asentía con la cabeza.

—¡Pero yo te empujé al río, no fingí mi muerte! —exclamó Albert.

—¡Y ahora por tu culpa toda mi ropa está empapada! —se quejó Alessia.

Todos nos quedamos en silencio por unos segundos, luego todos estallamos en carcajadas y procedimos a lanzarnos al lago.

Duramos allí varias horas, decidimos regresarnos antes de las seis de la tarde. A pesar de que habíamos llevado toallas para secarnos, nuestras prendas de ropa seguían algo húmedas incluso luego de haberlas puesto a secar al sol, y la brisa fría tampoco nos ayudaba a entrar en calor. Albert le había dado su toalla a Alessia para compensar el hecho de que, por su culpa, ella estaba toda empapada.

Llegamos a la casa a las seis y media, tomamos turnos para usar los baños de las habitaciones. Eran más de las siete de la noche, cuando todos estábamos cenando en el patio trasero, alrededor de una fogata que habían hecho mi abuelo y mi padre, ellos salieron a cazar con mi tío hace rato. Trajeron un ciervo para la cena.

Todavía quedaba algo de lasagna, que, junto con la carne asada de ciervo, sería el menú de la noche. Durante la cena, el abuelo contó algunas de sus historias, todos reímos luego de las divertidas anécdotas de su juventud.

Luego de la cena, la abuela insistió en que el abuelo y yo tocásemos una de sus piezas preferidas, era un viejo tango de Astor Piazolla. Rick sacó a bailar a Christina, evidentemente ambos sabían bailar tango, porque lo estaban haciendo genial.

Luego de finalizar la pieza, el resto aplaudió, mi abuelo les hizo una reverencia con una sonrisa. Tocamos unas cuantas más de ese estilo, Christina y Rick bailaron un par de esas; más tarde, decidimos ir a ver una película.

—Lo he pasado genial aquí... —comentó Albert— deberíamos venir más seguido.

—Completamente —lo apoyó Alessia.

—Es una lástima que debamos irnos mañana —dijo Christina.

—Al menos disfrutarán de otro de los almuerzos de mi abuela antes de que nos vayamos —dije.

—Esa lasagna estaba más que deliciosa —comentó Rick.

Al día siguiente, en la mañana, pasamos el tiempo disparando en el campo de tiro, aproveché para usar el arco de mi abuelo, me sentía bastante a gusto utilizándolo. Era realmente entretenido disparar una flecha tras otra. Los chicos decidieron hacer una competencia, para hacerlo justo, yo fui a buscar las flechas cabalgando en el lomo de Tornado. Alessia ganó la competencia, Rick quedó en segundo lugar, Albert había sufrido una derrota aplastante.

Jugamos cartas con mi abuelo, mientras esperábamos a que el almuerzo estuviese listo. Él era realmente hábil a la hora de jugar, era una tarea difícil ganarle.

—Fue agradable salir un poco de la rutina —comentó Albert, estábamos en el vehículo, íbamos de regreso para ese entonces.

—Sí... —Rick hizo una pausa— Y esta semana será algo intensa.

—¿Mañana no era el parcial de Fisiología? —preguntó Christina.

—Efectivamente... —afirmé— Y lo peor es que no he estudiado absolutamente nada.

—¿De qué te quejas? —preguntó Albert— ¡Siempre sacas diez!

—Sí, pero...

—No tienes argumentos válidos para quejarte, Matt —dijo Christina entre risas. Yo suspiré.

—Oigan deberíamos poner algo de ambiente —sugirió Alessia mientras agarraba el iPod de Christina.

Durante todo el camino de regreso estuvimos escuchando música, mientras hablábamos, cantábamos en nuestras partes favoritas, Albert y Christina se discutían por el control del iPod, lo típico.

«En ese momento no lo sabía... Pero, ese sería el últimoviaje que haría con mis amigos en mucho tiempo, mi vida estaba a punto de darun drástico giro de ciento ochenta grados. Nada volvería a ser normal en muchotiempo»

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