1. La casa maldita (II)
Un castaño de tez blanca y cabello corto abrió sus ojos miel mientras se sentaba en la cama. Bostezó como cada mañana y restregó sus manos sobre los ojos. Pasó la vista a la castaña a su lado, arropada con una sábana blanca. Sonrió con dulzura al verla, estaba hipnotizado con su belleza natural. Le agradecía a la vida por tenerla. Despertar a su lado a cada mañana era el mejor motivo para levantarse y luchar por una vida de calidad. Permaneció así algunos segundos, encantado por aquel hechizo llamado amor, hasta que alzó la mirada hacia el reloj que colgaba de la pared. Se sobresaltó al ver la hora.
—¡Llegaré tarde al trabajo! —gritó, despertándola de un susto.
El hombre apartó la sábana de su cuerpo y quedó con el pecho al descubierto. Sus músculos eran marcados, sin llegar a ser exagerados. Cuando salió de la cama, tropezó con la peinadora ubicada a unos estrechos pasos de él.
—¡Auch! —exclamó con dolor.
Se sentó al borde del colchón para sobarse el dedo pequeño del pie derecho.
—¿Estarás bien? ¿O debo llamar una ambulancia? —preguntó entre risas la castaña. Era de atrapantes ojos verdes.
—Sí, solo necesitaremos una casa más grande, así no me estaré pegando con todo. —Respiró hondo y apartó el pie de sus manos—. Voy tarde al trabajo, iré a alistarme.
—Ve. —Le sonrió—. Prepararé el desayuno.
La mujer envolvió la sábana blanca en su cuerpo como si fuese una bata y recogió su cabellera en forma de cola de caballo. Le esperaba un día más de aburrimiento en el apartamento. Cocinar y ver televisión era la mejor manera de distraerse, al menos hasta que la llamaran de unos de los tantos trabajos a los que envió su hoja de vida para desempeñarse como bióloga. Aunque se esforzó mucho en su carrera universitaria, conseguir una vacante en el país resultó más complicado de lo que pensó, la mayoría de los puestos eran asignados a dedo por los políticos en el poder.
El hombre terminó de acomodar la corbata de su traje frente al espejo. Su cabello castaño se hallaba peinado hacia atrás a la perfección. El último detalle fue el reloj en la muñeca. Trabajaba en una de las agencias de abogados más importantes en la ciudad, así que vestir elegante, a pesar del calor agobiante de afuera, era un requisito indispensable en su vida.
El olor a comida le llegó a la nariz, lo envolvió con su aroma atrayente, el que más deleitó fue el del exquisito café colombiano. Su estómago crujió en señal de hambre, así que se movió entre los muebles para llegar a la mesa.
El espacio en el apartamento era pequeño y para nada acogedor. No existía ni una sola pared que dividiera las diferentes partes, solo constaba de una habitación donde cada objeto estaba repartido con escasez. Todos los muebles estaban agrupados en un rincón; el planchón de la cocina era diminuto y compartía espacio con la nevera y la estufa; el comedor se encontraba a unos pocos pasos de la cocina, con la mayoría de las sillas pegadas a la pared, lo que impedía moverlas; y a unos pocos metros más allá, la cama matrimonial, muy cerca del escaparate y la peinadora.
La estadía en el apartamento era un caos. Muchas de las cosas que habían comprado tenían que mantenerlas en cajas por falta de espacio.
Él bebió su café mientras leía de reojo el periódico. Se alistó más rápido de lo que imaginó, lo que le dio tiempo suficiente para detenerse a desayunar con calma. Se detuvo cuando leyó en la parte de Clasificados un anuncio que captó toda su atención.
—Gabriela —dijo para la mujer que comía frente a él. Ella atendió al llamado con interés—. Hay una oferta de una casa no muy lejos de aquí. El anuncio asegura que es grande y económica, a pesar de que está ubicada dentro de un conjunto residencial. ¿Qué dices?
—¿Que qué digo? —le preguntó con una sonrisa, movida por la emoción—. ¡Llama hoy mismo, David! No podemos dejar pasar la oportunidad de salir de este infierno que tenemos por hogar. Cada día se me hace más incómodo vivir aquí, y sé que a ti también.
—Creo que en los tres meses que llevamos en este sitio nunca me fuiste tan sincera —respondió con sorpresa—. Siempre me escuchaste quejándome por tropezarme con todo y aun así no me decías nada.
—Bueno... —Lo tomó de las manos—. Soy comprensiva, no quería presionarte. Aún no me sale trabajo, nos casamos hace tres meses, fuimos a una luna de miel de ensueño... ha habido muchos gastos y pocos ingresos. Gastaste bastante de tus ahorros en nuestra boda, sería una descarada si te exigiera una mansión.
Por los cachetes de David se extendió un ruborizado leve, junto a una sonrisa cargada de amor hacia ella, lo demostró en el brillo de sus ojos.
—Te amo por como eres —dijo de repente.
—Lo sé, y es mutuo. —Le sonrió de vuelta.
Gabriela se acercó a él y unieron sus labios bajo el mismo sentir que sus corazones demandaron, un gesto tan dulce que provocó en ambos una risa de tontos.
—Anda a llamar. Yo me encargo de esto. —Recogió los platos para llevarlos a la cocina.
Él asintió, conforme, y marcó en su teléfono el número que indicaba el periódico.
Luego de casarse, se mudaron al primer apartamento que se adaptara a sus condiciones. Debido a los gastos, tuvieron que resignarse al poco espacio; era eso, o limitarse a visitar a Gabriela en casa de sus padres mientras conseguían un sitio mejor. Pero él se negaba a estar lejos de ella, sobre todo porque vivían en otra ciudad.
Desde el día en que Francisco, Camila y su bebé abandonaron la casa, pasaron dos años en los que nadie más la arrendó. Camila se encargó de hacer saber a todos los posibles interesados en la vivienda lo que sucedía allí. Se las ingeniaba por conseguir los números telefónicos y dar el aviso, que siempre iba acompañado por un insulto hacia Dilma por su sucia conciencia. Algunas veces tuvo que volverse insistente debido a la incredulidad de los interesados, les sonaba descabellado, pero, al final, terminaba cumpliendo su objetivo de persuadirlos, y los clientes siempre se abstenían de firmar a último momento.
Fueron dos años en los que Dilma pasó día y noche pendiente del teléfono, buscaba por todos los medios la manera de ganar dinero con la propiedad, era su único sustento para vivir, junto a la miserable pensión que recibía cada mes. Además de ser una mujer de edad, vivía sola; su esposo había muerto hacía muchos años y nunca tuvieron la oportunidad de concebir un hijo.
Dilma llegó a sentirse al borde del colapso, incluso atravesó distintas crisis, las psicológicas y las alimenticias fueron las más duras, hasta que un día su insomnio y preocupación dieron un vuelco total.
El celular de la mujer robusta sonó, cosa que no hacía muy a menudo, casi nadie la llamaba ni se interesaba en saber cómo estaba, sus amigos eran escasos y su familia distante. La llamada resultó esperanzadora cuando escuchó, al otro lado del teléfono, la voz gruesa de un joven.
—¿Aló? —escuchó en la línea.
—Hola, buenas tardes —contestó.
—¿Hablo con Dilma?
—Sí, así es, ¿con quién hablo?
—Soy David Caballero, llamo por el anuncio en el periódico. Estoy interesado en visitar su casa para arrendarla.
Ese día, el rostro apagado de Dilma se volvió a iluminar luego de mucho tiempo. Se encargó de arreglar todo por teléfono para que la visita a la vivienda fuera un hecho. Acordó con el interesado un día y una hora en específico, términos que ambas partes aceptaron de inmediato.
—Entonces nos vemos mañana, David. Un gusto hablar contigo —dijo ella, y finalizó la llamada.
Al fin sus plegarias eran escuchadas. Solo deseaba que el sueño terminara siendo realidad y no se abstuvieran de firmar a último momento. Deseaba a Camila lejos del asunto, lo más distante posible; con constancia era su piedra en el zapato y un eslabón hueco en el camino a su felicidad.
Al día siguiente, un vehículo amarillo que llevaba sobre él un letrero luminoso que lo identificaba como taxi, se estacionó frente a la casa reconocida en el conjunto por su árbol frutal. Allí esperaba Dilma, recostada sobre su Twingo blanco, lucía uno de sus tantos conjuntos de vestir; el de esta ocasión se confundía con el color del auto; unicolor, así los prefería.
Del taxi bajaron dos personas que llevaban ropa que solo se podía usar en un clima cálido como en el que vivían. Era una pareja joven, que llegó a parecerle tierna a Dilma. La mujer los detalló de pies a cabeza. Se encantó con la cabellera larga de la joven, sus piernas anchas le tonificaban el short, y aun a la distancia presenció el brillo de esos ojos que evocaban la naturaleza. Él le pareció bastante alto y atractivo, castaño, igual que su acompañante. Verlos le recordó su juventud, cuando cantaba vallenatos viejos y baladas románticas con sus amigos de la universidad, tiempos que no volverían por más que lo deseara.
Dilma cortó el registro visual y se les acercó con una sonrisa fingida.
—Señora Dilma —saludó David, estirando la mano en dirección a la mujer—. Un placer conocerla.
—Oh, David. —Sonrió, cordial, mientras hacía lo propio—. El placer es todo mío al recibirlos en esta bella casa. —Se dirigió a la joven que lo acompañaba—. Tú debes ser Gabriela, ¿no es así? —Ella asintió y se estrecharon la mano—. Un placer, querida.
—Igualmente, señora Dilma —respondió con una sonrisa inocente.
—David me habló maravillas de ti por el teléfono —comentó con ademanes—. Además, me contó que tu especialidad son las arepas. Espero algún día poder deleitarme con tu sazón.
Gabriela no pudo evitar reír. Cada vez que David tenía la oportunidad, buscaba la forma de enaltecerla.
—Por supuesto, señora Dilma. Es bienvenida a comer en la casa cuando lo desee.
—Oh, por favor, díganme Dilma. —Sonrió—. Ahora. —Sacó el manojo de llaves del bolsillo de su pantalón—, a lo que vinimos. —Introdujo las llaves en la chapa de rejas blancas y la abrió. Luego extendió la mano para invitarlos a entrar—. Sigan, por favor.
La pareja ingresó y observó cada detalle del jardín, el césped lucía vivo y múltiples plantas lo adornaban, pero lo que más les causó curiosidad fue el frondoso limonar podado en forma de bola, de todas las plantas era la que imperaba por su belleza refulgente.
—¿Da buenos limones? —preguntó Gabriela con curiosidad.
—Con ellos harás las mejores limonadas que llegará a probar tu paladar —respondió Dilma, sonriente—. Oh, y aquí podrán guardar su carro. —Señaló hacia el porche a unos pasos más allá.
—Oh, aún no tenemos auto —contestó David—. Nos casamos hace tres meses, vamos poco a poco con nuestros bienes. Tenemos planeado conseguir uno a principios del otro año.
—¡Y por supuesto que lo conseguirán! Si son ahorrativos les será más fácil... son una pareja muy tierna, ¿se los han dicho antes? —preguntó con modestia.
—Sí, en algunas ocasiones —respondió él, sonrojado. Gabriela solo lo vio con ojos de enamorada.
—Sigamos el recorrido.
Dilma abrió una reja más e introdujo una de las llaves en la puerta que les daría acceso total a la vivienda.
Al entrar, quedaron maravillados. Comparado con su apartamento, el espacio era gigantesco, con facilidad cabían tres o cuatro apartamentos como en el que estaban y aún así quedaría más espacio.
La casa constaba de una sala amplia; tres habitaciones enormes y dos baños modelo; la cocina era integral, el horno, el lavaplatos y la estufa estaban incrustados, con gavetas arriba y abajo, extractor de grasa, buen espacio en el planchón y lugar para la nevera. A unos pasos existía un espacio considerable para añadir algunos bancos. Más allá, se alzaba el lugar ideal para acomodar el comedor junto a las sillas.
Lo que más les llamó la atención fue cuando corrieron la puerta de cristal que los llevó al patio al descubierto, que también era bastante extenso. Estaba protegido por la seguridad de rejillas de metal en la parte de arriba, con césped en un lado y tableta en el sector del lavadero, de gavetas para guardar sus pertenencias y un espacio para colgar la ropa. En él podían acondicionar a la perfección la lavadora y muchos otros objetos más.
—¿Y qué tal? —preguntó Dilma, con una sonrisa esperanzadora.
Muy a sus adentros elevaba plegarias para que Camila no los hubiera contactado antes, de lo contrario perdería otra oportunidad.
David dio un giro sobre su eje. Observó una vez más la casa, se mostraba encantado. Luego se volteó hacia Gabriela, buscaba aprobación en ella, y la obtuvo cuando la vio asentir.
—Nos la quedamos —decidió David.
Dilma llevó las manos hacia atrás de su cintura y apretó los dedos para contener su felicidad. En su mente retumbaba un victorioso ¡sí!
—Perfecto, mañana mismo pueden ocuparla.
—¿Tan pronto? —preguntó Gabriela, con emoción contenida.
—Sí, como verán, está libre para ustedes, a no ser que deseen hacerlo otro día.
Aunque lo dijo con la firmeza suficiente para notarse segura, rogaba en su mente que no fuera así. Entre más días, más se alejaba el cumplimiento de su deseo.
—No, mañana está perfecto —confirmó David—. Hay que aprovechar el domingo.
—Estupendo —respondió, aliviada.
—Entonces nos veremos mañana, Dilma. Seguiremos hablando por teléfono. —Ella asintió—. ¿Cómo conseguimos un taxi por aquí?
—Oh, por favor, permítanme y los llevo. Sería descortés de mi parte tener auto y no darles la colita.
La pareja accedió, encantada.
El Twingo blanco de Dilma se detuvo a las afueras de un pequeño complejo de apartamentos, indicando a la pareja que llegaron a su destino. El tema de conversación durante el corto trayecto fue el matrimonio de David y Gabriela, además de unos cuantos consejos de Dilma sobre cómo llevar una relación exitosa.
—Muchas gracias por el aventón, Dilma —dijo David mientras bajaba del auto junto a su amada—. Nos veremos mañana entonces.
—Ha sido un placer. Que pasen bonita tarde —respondió con una sonrisa, y arrancó.
David y Gabriela, con felicidad desbordada, la vieron alejarse. Gabriela celebró con un salto y cayó directo en los brazos de David. Él la sujetó de la cintura y luego le dio un giro. Era un buen motivo para sonreír, dentro de poco estarían en una casa de ensueño, cómoda y amplia, mas no eran conscientes de lo horribles acontecimientos que sucedían allí.
Desconocían cada detalle que los llevaría al borde del desespero, así como la siniestra historia teñida con sangre y maldad. El no conocer la historia los obligaría a sufrirla. Su ignorancia sería su enemigo, pero no tanto como el que aguardaba en las sombras, esperando a deleitarse con nuevas víctimas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top