Un calendario galáctico

Aletes era astuto como [intraducible]. Aletes era sabio como [intraducible]. Aletes era rápido como [intraducible] [¿volando?].
Los Superiores.

MENTE seguía insistiendo con una vehemencia preocupante. Quería más textos de la civilización de los Superiores. Exigía que siguiéramos escrutando la superficie del exoplaneta buscando más inscripciones. Estábamos acostumbrados a las reclamaciones irracionales de los europanos, pero esta situación, producida por un ser cibernético, presionando de forma directa al rectorado de la Universidad de La Ciudad de la Luna, no tenía precedentes. Era fácil ignorar sus peticiones, pero siempre nos surgía la misma pregunta:

¿Por qué MENTE estaba tan interesado en la civilización de los Superiores?

Su respuesta siempre era la misma. Quería seguir profundizando en la traducción de Los Superiores. Era creíble. Después de todo, el ingenioso dispositivo, diseñado para resolver los problemas físicos y matemáticos más difíciles, había desarrollado con el curso de los años un gusto por la Literatura sorprendente. Era una de sus pasiones.

Todos conocíamos la participación virtual de MENTE (a menudo de incógnito) en certámenes de crítica literaria. Una de sus anécdotas más sonadas fue cuando se le propuso la resolución de una ecuación diferencial estocástica que superaba las capacidades de los científicos del momento y respondió que no tenía tiempo para ese tema, porque estaba otra vez releyendo El Quijote, intentando comprender ciertos matices insospechados de la personalidad del ingenioso hidalgo...

Conociendo su extraña afición por la Literatura, entendiendo sus excentricidades, de cualquier forma y a pesar de todo:

¿No estaba un poco fuera de lugar la actitud de MENTE?

Los estudios y las observaciones con los microorbitadores se redoblaron, analizando palmo a palmo todo el exoplaneta, buscando más textos, pero no encontraban nada más con la resolución disponible. Al objeto de aplacar un poco a MENTE (la idea era que estuviera entretenido para que se callara), se le facilitaron cientos de miles de holoimágenes de Karachi. Eso alivió la presión durante unos días.

Fue en vano, un genio cibernético con su potencia de cómputo no tardó mucho en procesar esa enorme cantidad de información. Pidió entonces que nos fijásemos en las inscripciones grabadas en la misteriosa llanura de Karachi. Estaban algo desgastadas por el curso de los eones, y el polvo las había llenado de forma parcial. Podían desarrollarse modelos matemáticos que, estimando el ratio medio de deterioro de las inscripciones de Los Superiores, permitieran datar la fecha aproximada de la realización de la escritura, y así, determinar cuándo vivió Aletes...

Aquello desconcertó a todo el mundo. Las inscripciones estaban talladas en una variedad de roca granítica que en la Tierra no era del todo desconocida. Asumiendo que los signos habían sido esculpidos con bordes perfectos, podía deducirse la edad aproximada de la inscripción. El resultado no dejó a nadie indiferente: 3 millones de años como mucho.

No tenía sentido. Se suponía que Karachi, ese planeta antiquísimo, había quedado inalterado durante cientos de millones de años, el tiempo durante el cual perdiera la casi totalidad de su atmósfera.

La esperanza estaba depositada en los modelos de acumulación de polvo. Para que el polvo pudiera haber llenado de manera parcial algunas de las inscripciones se necesitaba tiempo, sobre todo en un planeta con una atmósfera tan tenue. El resultado otra vez nos dejó descolocados: 2 millones de años.

Estábamos desconcertados todos. Todos. Todos, salvo MENTE, claro está, que se sentía muy satisfecho con el resultado:

¿Qué sabía este dispositivo tramposo que nosotros ignorábamos?

La mirada de la comunidad científica al completo se volvió hacia él. Algo estaba escondiendo ese canalla cibernético. Algún europano radical no dudaba en volver a insistir sin ambages sobre la barbaridad de desconectarlo.

MENTE explicó que estaba preparando una traducción ampliada y revisada de Los Superiores, pero que necesitaba más tiempo para prepararla. No quería correr el riesgo de distribuir una versión con errores de traducción que indujera a interpretaciones confusas, creando una innecesaria alarma social...

La comunidad científica le sugirió, con toda la amabilidad posible, que se dejara de subterfugios: ellos podían ayudar en el proceso de traducción. Le pidieron que explicase su interés por la datación del texto.

El genial dispositivo pareció rendirse y aportó algunos detalles. Estaba trabajando en una novedosa línea de pensamiento. En el texto aparecían unos números muy fáciles de leer (en base siete) y que podían ser fechas. Era muy interesante que al final del texto aparecía una cifra que, según MENTE, podía ser la fecha de la escritura.

¿Tenían también los Superiores un calendario? Fue la pregunta que se hizo toda la comunidad de sabios del sistema solar. El periodo de la órbita de Karachi era conocido: 245,6 días. Una vez conocido «el año» de los Superiores podía ser tan sencillo como...

MENTE les explicó que era más complicado de lo que parecía. Aletes había redactado el texto con las hipotéticas fechas después de su viaje de vuelta del planeta de «los Impuros», cuando ya tenía acceso a «La Biblioteca» de los Elegidos, que debían tener un calendario mucho más avanzado. Si pensamos que el texto de Los Superiores estaba ideado para que cualquiera pudiera traducirlo, era lógico pensar que lo que veíamos escrito tenía que ser el calendario de los Elegidos, un calendario galáctico que cualquier civilización fuera capaz de interpretar.

Un calendario galáctico...

Todo el mundo se puso a trabajar para ayudar a MENTE —si es que de verdad necesitaba nuestra ayuda y no era una treta de las suyas para ganar tiempo—. En la Luna participé en un equipo de trabajo junto a Sonia Betancourt, en calidad de xenolingüista, y el profesor Ernesto Moreiras, astrofísico. Para que la reunión fuera animada conseguí encontrar en La Ciudad de la Luna un restaurante típico canario, pensando que a Sonia podría gustarle comer algo de su tierra natal. El profesor Moreiras, aunque era un poco excéntrico, atesoraba profundos conocimientos de astrofísica que podían ser muy útiles. Sonia y yo nos presentamos a la hora convenida. El astrofísico se retrasó un poco. Cuando entró en el restaurante me fijé detenidamente en él. Aquel joven alto y delgado tenía facciones de viejo. Podría haberse dicho que aquel chico desgarbado aparentaba mi edad.

—Doctor Mendaña —dijo al llegar mientras estrechaba nervioso mi mano—, estoy encantado de saludarle. Es un gran placer conocer en persona a uno de los Sembradores del Espacio Profundo. ¿Es su hija?

—No —sonreí—, es la doctora Sonia Betancourt, xenolingüista. Nos acompañará en este proyecto.

—Ah, una xenolingüista —dijo, mientras le estrechaba nerviosamente la mano a Sonia—. Un tema apasionante. Por cierto, ¿de qué trata la xenolingüística?

Sonia frunció el ceño al conocer al profesor Moreiras. Percibí su incomodidad. Era una chica muy inteligente. Supo contenerse.

—Como ya le expliqué, hemos formado este equipo de trabajo para profundizar en el estudio de la escritura extrasolar de Karachi —dije—, y nos ha surgido alguna duda. Puede ser que el texto incorpore un calendario galáctico.

—Apasionante. Este tema de Karachi es casi tan interesante como la física de los astros. Estaré encantado de servirle con mi modesta ayuda. Sin embargo —el profesor Moreiras, ya sentado a la mesa con nosotros, elevó el dedo índice—. Sin embargo, es preciso que antes le comente un tema.

—Dígame.

Llegó el camarero robótico y dejamos que Sonia, que era canaria, eligiera la comida de los tres. Empezamos pidiendo unas papas arrugadas (que Sonia pronunciaba 'arrugás') y un par de botellas de un vino blanco que llaman de malvasía.

—El Gran Telescopio de la Luna es un instrumento maravilloso. Sin embargo, dedica mucho tiempo a estudiar los planetas de las estrellas más cercanas. Los que estudiamos los objetos más distantes del Universo apenas tenemos tiempo de observación. ¿Usted podría utilizar su influencia para ayudarme en mi problema con el director del telescopio?

El doctor Néstor Gutiérrez no era del tipo de persona que permaneciera demasiado tiempo inactivo. La moratoria nos impedía hacer nuestro trabajo a los Sembradores del Espacio Profundo, pero el Gran Telescopio de la Luna continuaba funcionando y el terrible asesinato de Guido Tremontini había dejado vacante la plaza de director. El prestigio de Néstor le permitió obtener la plaza sin mayores problemas. Después de las épocas de detección masiva de exoplanetas de Juan Fernández, y de la valoración exobiológica de Guido Tremontini, la etapa de Néstor estaba caracterizada por la revisión minuciosa de los sistemas planetarios más cercanos. La Astrofísica apenas le importaba y el doctor Moreiras solo podía acceder raramente al precioso tiempo de utilización del telescopio.

—La asignación de los recursos del telescopio es siempre un tema complicado —le respondí—. Todo el mundo quiere siempre más. De cualquier forma, veré qué puedo hacer con Néstor, pero ya sabes cómo es.

Mientras esperábamos a que los camareros robóticos nos sirvieran les expliqué que tenía la terrible impresión de que MENTE se estaba burlando de todos nosotros. Lo del calendario parecía uno más de sus trucos. Sonia me tranquilizó, explicándome que la presencia de calendarios en las inscripciones de las civilizaciones era algo muy habitual. Mayas, olmecas, egipcios, mesopotámicos, chinos... En muchas escrituras antiguas era normal encontrar fechas.

—De todos los calendarios antiguos sin duda el más interesante —nos explicó— fue la cuenta larga de los glifos mesoamericanos. Este calendario estaba basado en un sistema numérico vigesimal. Fue utilizado durante muchos cientos de años, no solo por los mayas, sino también por otras civilizaciones de Mesoamérica. Se contaban los días (kin) dispuestos en meses de 20 días llamados uinal. Pasaban 18 de estos meses uinal para dar lugar a un año (tun) de 360 días. Estos años tun se agrupaban a su vez en periodos katún de 20 años, que a su vez se agrupaban en periodos baktún de 20 katún. Los baktún solo llegaban a 13. En resumen, estos cinco dígitos: baktún (cuatro siglos), katún (dos décadas), tun (años), uinal (meses) y kin (días) componían la cuenta larga, abarcando en total unos 5.200 años de 360 días.

—No consigo entenderlo —dijo el profesor Moreiras—. Si tenían años de 360 días notarían que el sistema no estaba bien sincronizado con las estaciones. De esta manera, no podrían calcular el momento de la siembra y la cosecha.

—Los mesoamericanos precolombinos eran grandes astrónomos —dijo Sonia—. Tenían varios calendarios, y la cuenta larga era utilizada para registros históricos. Para el uso común tenían otros calendarios solares con 365 días, como el Haab maya.

—Pues bien parece —dije— que la alianza de los Elegidos también tenían...

—O tienen —me interrumpió Sonia.

—Escucha —continué—. Tenían un calendario que era la referencia de todas las civilizaciones evolucionadas que formaban la alianza de los Elegidos.

—Pero, ¿puede construirse un calendario galáctico?— preguntó Sonia.

—Primero tiene que definirse alguna fecha de referencia absoluta —expliqué lo evidente—, como algún evento histórico, el nacimiento de la galaxia o del propio universo. Esto era fácilmente abordable. Y luego un proceso natural cíclico muy estable marcaría el paso del tiempo desde la referencia establecida.

—Entiendo —dijo Sonia—. En el sistema solar, cuando nos referimos a un determinado año, digamos 2513, quiere decir que desde la fecha estándar la Tierra ha completado 2.513 órbitas en torno al Sol. Bastaba con encontrar referencias similares. ¿Hay algún proceso cíclico muy estable en la galaxia?

—Hay muchos, pero el más estable podrían ser algunos tipos de púlsar —respondió el profesor Moreiras.

Por fin nos sirvieron la comida. Las papas arrugadas eran algo así como unas pequeñas patatas cocidas sin quitarles la piel. Eran servidas con una salsa que a Sonia le encantaba, llamada mojo. Brindamos por Aletes y Los Superiores con el vino blanco de malvasía. Estaba dulce. Era muy aromático. Delicioso.

—Púlsar... ¿qué es eso? —preguntó Sonia.

—Un púlsar es el cadáver que dejan algunas estrellas cuando fallecen —expliqué.

—No lo entiendo —dijo Sonia.

—Las estrellas muy masivas —continuó el profesor Moreiras—, cuando son viejas y casi han agotado todo el hidrógeno de su núcleo, estallan en violentísimas explosiones llamadas supernovas. En algunos casos, el remanente de la supernova es una estrella muy compacta, enormemente densa, que se llama estrella de neutrones. Estos objetos conservan gran parte del momento angular de la estrella original y, por ello, por ser muy compactos, rotan a velocidades vertiginosas. Como puedes imaginar, la enorme rotación induce campos magnéticos muy potentes. En algunos casos, el eje de rotación y el del intenso campo no están alineados y, entonces, los haces de enorme energía producidos en los polos magnéticos pueden detectarse cuando atraviesan nuestro campo de visión. En resumen, es una estrella pulsante, un púlsar en el que cíclicamente se observa un pulso de energía, según rota la estrella.

—Ah, ahora está mucho más claro —dijo Sonia con una amplia sonrisa irónica—. ¿Qué lío es ese de que los ejes de rotación y del campo magnético no están alineados?

—Es lo que ocurre en la Tierra —dije—. Los polos magnéticos no coinciden exactamente con los de rotación.

—Lo voy captando —dijo.

—Ahora imagina que la Tierra fuera muy masiva y que rotase muy rápido —Moreiras continuó con el ejemplo, pinchando una papa arrugada con el tenedor y haciéndola rotar—. Piensa también que los polos magnéticos fueran lo más luminoso que se ve del planeta. Si la vieras desde el espacio—Moreiras untó en mojo el lateral de la pequeña patata y luego la levantó un poco más para que se viera bien—, cuando el polo magnético estuviera en tu campo de visión verías un destello —mostraba a Sonia la parte de la papa untada en mojo—, y cuando desapareciese no lo verías —mostraba el lado opuesto, sin mojo, de la papa—. La luz aparecería y desaparecería en cada ciclo. Sería un objeto pulsante. Es decir, un púlsar.

Con gran habilidad, Moreiras empezó a hacer girar el tenedor muy rápido, mostrando alternativamente la parte con y sin mojo de la papa, que rotaba, salpicando de mojo el mantel de la mesa, y también mi cara.

—Ya. No siga que ya lo entiendo —dijo Sonia, viendo que quizá sería la siguiente en verse manchada.

Y después de tenerla rotando, Moreiras se metió la patata en la boca. Su cara enrojeció súbitamente. Sonia no nos había avisado de que el mojo ése picaba a rabiar. Le alcanzó su copa de vino a Moreiras que la apuró de un solo trago.

—Son objetos muy calientes —decía el profesor Moreiras mientras apenas podía hablar y había lágrimas en sus ojos—, y muy densos. Un pulsar no sería mucho más grande que La Ciudad de la Luna, conteniendo más masa que el Sol —poco a poco su cara iba recuperando el color normal.

—Sí que es denso —comentó Sonia, atónita.

—No es un tema nada sencillo —continuó Moreiras, tras beberse otra copa de vino de un trago—. El motor que alimenta la estrella es su poderosa rotación. A medida que pasa el tiempo el campo magnético va frenándola, la rotación se reduce y el periodo de rotación, claro, suele ir aumentando. A veces el cambio en el periodo es brusco porque en el púlsar se produce el equivalente a un terremoto de la Tierra...

—No nos sirve si no es estable, el calendario de los Elegidos debería incorporar un reloj muy preciso—comenté.

—No es un tema sencillo —insistió Moreiras—. En algunos casos sí son muy estables. Algunos púlsares muy viejos se reavivan. Nosotros decimos que se reciclan. Ocurre en los púlsares que tienen una estrella compañera. Cuando esta alcanza la fase de gigante roja el púlsar empieza a alimentarse de su materia. Es decir, la materia de la enana roja cae sobre el púlsar.

Las patatas empezaban a gustarle al profesor Moreiras. Se atrevió con otra, no sin antes quitarle casi todo el mojo. Luego, otra copa de vino de malvasía le ayudaba a aclarar su voz.

—Cuando la estrella compañera atraviesa su fase gigante roja los púlsares reciclados se alimentan de la materia que atrapan, y eso hace que aceleren su rotación increíblemente. Como su periodo de rotación se mide en milisegundos, son llamados púlsares de milisegundos. Cuando superan esta fase y dejan de engullir materia, quedan en este estado durante miles de millones de años. En muchos casos son muy estables.

—¿Y el campo magnético en la superficie de la estrella ya no frena la rotación? —pregunté.

—No, el campo se debilita durante el proceso de reciclaje —respondió el profesor—. Son muy estables.

—Entonces los púlsares podrían utilizarse para construir un calendario galáctico —dijo Sonia Betancourt.

—¿Podrían? —preguntó el profesor Moreiras, un poco afectado por el delicioso vino de malvasía.

—Es lo que ha dicho usted —insistió Sonia, un poco molesta por la actitud del doctor Moreiras.

—¿Dije yo eso? —el profesor hablaba con torpeza, embriagado por el vino—. Yo solo dije que era estable. Imaginemos dos civilizaciones. A una, por estar más lejos, la señal del púlsar le llega 50.000 años más tarde que a la otra. La estabilidad de la señal del púlsar podría verse afectada. Es verdad que la diferencia no superaría la millonésima de segundo en algunos casos, pero...

—Eso no es nada —dijo Sonia.

—¿Una millonésima de segundo no es nada? Observo —me dijo Moreiras mirándome, mientras hablaba con dificultad— que su hija no tiene mentalidad científica...

—¿Se encuentra bien? —le pregunté, sin obtener respuesta.

Llegó entonces el camarero robótico con una extraña fruta amarilla y alargada, llamada plátano, muy típica de las islas Canarias. Tras quitarle la piel la probé enseguida. Era de sabor agradable, ligeramente dulce, pero me sorprendió el enorme enfado de Sonia. Llamó al camarero robótico.

—Camarero, esto no es un plátano canario. Esto es una banana. Quiero realizar una reclamación.

—Correcto. Le paso con el dueño —dijo el robot. Pasados unos minutos una voz humana sonó en el robot.

—Buenas tardes. Soy el dueño del local. Dígame, ¿en qué puedo ayudarle?

—Me han puesto de postre una banana y estamos en un restaurante canario. —Sonia estaba muy enfadada.

—Bueno, esto es la Luna —respondió—. Por lo que cuesta el menú no esperará que importe un plátano canario desde la Tierra. Los cultivos hidropónicos de aquí tienen lo que tienen. Espero que el resto de la comida sí haya sido de su agrado. Hasta luego.

Al pagar, Sonia me prohibió dejar propina. Nos fuimos enseguida del local llevando al profesor Moreiras en medio, agarrado a los dos, tambaleándose, andando con gran dificultad, mientras Sonia se quejaba por el trato recibido y prometía que nunca más volvería a pisar ese restaurante.

—Por cierto —dijo Moreiras, trastabillando la lengua al hablar—, que los púlsares no son solo relojes maravillosos, también permiten posicionar fácilmente a una astronave en la galaxia... Son también un magnífico sistema de navegación.

Después de aquella aciaga comida, tras dejar a Moreiras donde pudiera descansar al cuidado de Sonia, volví a mi despacho en la facultad y consulté en el correo lo que iban publicando otros equipos de trabajo.

Un experto en la Teoría General de la Relatividad advertía sobre la imposibilidad de un calendario galáctico absoluto. Dos civilizaciones con idénticos relojes tendrían fechas distintas, porque los relojes y los calendarios se verían afectados por la intensidad gravitatoria y la velocidad. En principio, parecía imposible que todas las civilizaciones de una galaxia tuvieran un calendario común...

MENTE replicaba que no había varios relojes, sino solo uno. En los escritos podía identificarse el llamado «[¿Templo?, ¿Casa?] del Tiempo», un magnífico lugar para instalar un reloj atómico o algo similar, medir el tiempo de toda la galaxia y establecer un calendario común para todas las civilizaciones avanzadas.

Redacté una pequeña nota describiendo las ideas del profesor Moreiras, explicando que ese «Templo del Tiempo» podía ser un púlsar.

La comunidad científica mostraba su furia y su asombro a partes iguales. Su furia porque el tramposo dispositivo seguía escondiendo datos relevantes, ya que solo habló del «Templo del Tiempo» cuando fue necesario; y su asombro porque la idea del púlsar tenía todo el sentido. Le exigimos que nos facilitase toda la información.

MENTE estaba bajo una presión que ningún ser humano habría podido soportar. La amenaza fue disminuirle la memoria accesible. Al final, terminó siendo sincero. Había realizado un experimento sencillo: algo tan simple como dividir la cifra de la supuesta fecha entre el número de segundos desde el nacimiento del Universo. El resultado era una cifra muy interesante: aproximadamente 5,76 milisegundos. Se parecía mucho al periodo de rotación de un famoso y cercano púlsar conocido por su estabilidad...

Pero el detalle importante era que si tomábamos la fecha del texto y la dividíamos entre la edad del Universo menos 2,1 millones de años en segundos, esta coincidía exactamente con el periodo del púlsar. Es como si la fecha hubiese sido establecida hace 2,1 millones de años...

2,1 millones de años. La cifra era coherente con las otras dataciones del texto deducidas de los modelos de acumulación de polvo y de desgaste de las inscripciones.

Podía ser una casualidad, pero si el planteamiento era correcto, ¿había vivido Aletes hace tan solo 2,1 millones de años? Durante aquel distante espacio de tiempo en la Tierra medraban los primeros homínidos. ¿Había sido la Tierra para Aletes uno de esos «planetas de las bestias», en los que él disfrutaba estudiando y clasificando la fauna y la flora?

¿Qué hizo Aletes tras volver a su planeta natal, Karachi, el llamado planeta de los Superiores? Debió llegar casi sin combustible tras un viaje tan veloz: ¿decidió quedarse allí, en ese planeta yermo y sin atmósfera? ¿Adónde fue si no?

Si solo habían pasado 2,1 millones de años, ¿podía Aletes, el Viajero Eterno, seguir vivo, quizá viajando a velocidades relativistas por algún oscuro rincón de nuestra galaxia?

Había otras muchas fechas por todo el texto. Si el calendario era correcto, desde la expulsión de Aletes de su planeta natal hasta que había vuelto para encontrarlo destruido habían transcurrido 3.000 años terrestres en el planeta. Si para Aletes hubieran pasado —digamos— solo cien años, tendría que haber viajado a una velocidad media muy cercana a la de la luz en el vacío.

Se recibió en la Tierra una petición formal de la embajada europana solicitando la inmediata desconexión de «esa máquina perversa...». Se argumentaba la falta de honestidad y compromiso ético de la «máquina de pensar».

El ingenioso dispositivo lo vio venir, y anunció que quería comentar algunos textos de Los Superiores que, según él, acababa de terminar de descifrar...

MENTE necesitaba un golpe de efecto.

Y, sin duda, lo tuvo.

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