Tikal, la exoluna oscura
Échthra consumó su venganza con el peor de los engaños.
Los Superiores.
Estaba metido en un buen lío, pero no me importaba. A partir de ahora tendría que ser cuidadoso con la gente que me rodeaba. Black Stars estaba en todas partes y no podía fiarme de nadie. Incluso Jacinto Cortado era ya parte de Black Stars, aunque es verdad que en su versión menos violenta, pero él también era el enemigo ahora. No es que antes fuera un amigo, nunca lo había sido, pero ahora era distinto, y mucho peor. Había que actuar en secreto. Por supuesto, Jacinto Cortado nada sabría del proyecto que Laura y yo llevábamos adelante en Tau Ceti.
Me volví reservado. Dejé de hablar con Sonia Betancourt y Ernesto Moreiras. Empecé a esquivar a todos mis compañeros. Sé que no les gustaba mi actitud, pero me pareció necesario. Había demasiado en juego. Sonia era la que más se preocupaba por mí:
—No actúas de forma normal, Mateo. ¿Hay algo que te preocupe y de lo que quieras hablar?
Luego pensé que si me comportaba como João, podía terminar llamando la atención y eso también era peligroso. Así que retomé mis relaciones y me abrí un poco, lo justo para no levantar más sospechas. Todos pensaron que estaba atravesando un momento difícil, un duelo pasajero debido a la súbita muerte de João.
Mi experiencia como Sembrador del Espacio Profundo no había sido muy fructífera. Mis fracasos en Jamsa, Nueva Europa, Bindi y Karachi, en los que no había sido capaz de sembrar la Vida, pesaban demasiado. El rectorado nunca había estado complacido, incluso cuando descubrimos aquella sorprendente escritura extrasolar, pero ya no me importaba lo más mínimo. Tenía una ventaja. El pobre Guido Tremontini —asesinado por Black Stars— ya no estaba para entorpecer mi labor.
La moratoria al envío de sondas al Espacio Profundo seguía vigente. Quizá a causa de ello, la alegría de La Ciudad de la Luna se había apagado levemente. La gente había perdido parte de su gracia y su vitalidad. Tenían miedo a Black Stars. Todos se sentían afectados por la situación. Sin embargo, mientras ellos languidecían, Laura y yo estábamos envueltos en una actividad frenética.
Yo iba a hacer algo que, sin ser ilegal, no le gustaría a Black Stars, y eso tendría consecuencias. La moratoria impedía lanzar sondas desde la Tierra y yo no iba a violarla, porque iba a lanzarlas desde Epsilon Eridani. Así de sencillo en teoría. Tau Ceti estaba cerca de Epsilon Eridani, el sistema en el que Néstor había estudiado Naranga, un exoplaneta en el que orbitaban muchas microsondas. Si Laura y João habían sido capaces de mandar sondas desde Baraka a la Tierra, también debería ser posible enviar sondas desde Epsilon Eridani a Tau Ceti. Al menos, teóricamente. En la práctica, era un proyecto complejísimo, pero lo íbamos a conseguir. Lo haríamos por João.
Lo bueno era que, aunque no era fácil explorar Tau Ceti desde la Tierra, porque está lejos, a más de 10 años luz, desde Epsilon Eridani dista solo algo más de 5 años luz. Esa era la brillante idea de Laura. La estrella Tau Ceti era un buen objetivo y su extraña exoluna podría ser lo que buscábamos.
El doctor Néstor Gutiérrez había dirigido el Gran Telescopio de la Luna durante la moratoria, cosechando interesantes hallazgos. Tau Ceti alberga un sistema planetario más que interesante. Es una estrella muy similar al Sol, tan solo un poco más pequeña.
El Sol al igual que Alfa Centauri A son estrellas clasificadas en el tipo G. Pues bien, la siguiente estrella más cercana del tipo G es precisamente Tau Ceti. A diferencia del sistema Alfa Centauri, formado por tres estrellas, Tau Ceti es una estrella solitaria, al igual que el Sol.
Tau Ceti goza de un nutrido sistema planetario en el que destacan dos exoplanetas: Mumbai y Kolkata, dos planetas muy parecidos, en sus órbitas de 163 y 636 días, respectivamente. Mumbai está quizá demasiado cerca de su estrella y demasiado caliente en comparación con la Tierra; Kolkata, por su parte, está más frío incluso que Marte.
Cuando los indios realizaron las primeras observaciones descubrieron que ambos planetas tenían una masa muy similar: unas seis veces la de la Tierra. Unos planetas tan grandes no suelen ser terrestres, sino gaseosos y Mumbai y Kolkata no eran una excepción. Este tipo de exoplanetas se denominan minineptunos. Son planetas extrasolares envueltos en enormes atmósferas dominadas por un hidrógeno asfixiante. Aunque más pequeños que Neptuno y Urano tienen una estructura similar. En el pasado, en la época de Hortensia Mayo, se habían enviado minisondas, pero todas habían fallado.
También es llamativo en el sistema planetario de Tau Ceti la enorme cantidad de rocas que vagan por el espacio. Hay extensísimos cinturones de asteroides aquí y allá. Muchísimos más que en el sistema solar. Pueden intuirse cientos de planetas enanos del tamaño de Ceres y numerosas lunas y troyanos en todos los planetas. El tema de fondo es que no hay gigantes gaseosos como Júpiter o Saturno que limpien el sistema planetario de cuerpos menores.
La extraña exoluna de Kolkata era un hallazgo muy reciente. Había sido descubierta hacía solo unos pocos meses. Aunque se había sospechado su existencia por la influencia gravitatoria que ejercía sobre Kolkata, era muy difícil observarla. Endiabladamente difícil. Su albedo es muy reducido, es decir, la exoluna es muy oscura, reflejando muy poca luz de su estrella y, por consiguiente, su brillo es muy difícil de distinguir del intenso brillo de Tau Ceti para la mayoría de coronógrafos, incluyendo el Telescopio Espacial de 50 metros. Por suerte, esto no era un problema para un telescopio de la enorme potencia del Gran Telescopio de la Luna.
Néstor Gutiérrez, el afortunado astrónomo del descubrimiento de la exoluna en el planeta Kolkata se hizo rápidamente famoso. Su exoluna era muy interesante. No era demasiado grande, se diría que era un poco mayor que Marte, pero eso no restaba ningún interés al hallazgo. Él ya era conocido, pero ahora, a pesar de ser una persona bastante reservada, se convirtió en el hombre de moda. Por cierto, esto era algo que él detestaba.
El nombre de la exoluna fue motivo de una curiosa controversia. Enseguida se propuso «la exoluna de Juan Fernández», en recuerdo del doctor Juan Fernández, el científico que tanto hizo por desarrollar el Gran Telescopio de la Luna, pero su descubridor no estuvo de acuerdo. El doctor Néstor Gutiérrez mostró su enorme admiración por el doctor Fernández, pero, si él había descubierto la exoluna, él tenía el derecho a ponerle nombre. Así que, planteó poner «Néstor». A nadie le convenció y se produjo un entretenido debate. Néstor Gutiérrez quería imponer su nombre, los demás algo que les gustase. Al final, se alcanzó una propuesta de consenso, acordándose algo más del gusto de todos: Tikal, el mismo nombre de una antigua ciudad maya cercana al lugar de nacimiento de Néstor.
Tikal, la misteriosa exoluna oscura.
Es verdad que la enorme oscuridad de la exoluna no era del todo comprendida. Se apuntaba que podía ser uno de esos cuerpos de los que hablaban los teóricos, que en vez de tener en su superficie rocas normales de silicatos las tienen de carbono. Tikal podía ser una exoluna con alto contenido en carbono y, simplemente, su superficie estaba compuesta de negro grafito. Si era así, y el planeta era tan rico en este elemento como algunos aseguraban, bien podría tener diamantes grandes como montañas. Sería algo sugerente conocer una exoluna con cordilleras formadas de piedras preciosas...
Sin embargo, aunque su atmósfera no era fácil de estudiar, y a pesar de las dificultades, se pudo obtener un espectro bastante decente que mostraba una atmósfera que recordaba a la de Baraka, incluyendo también oxígeno, por supuesto. La verdad es que nada indicaba en el espectro que la exoluna tuviera un exceso de carbono.
Y esa era la clave: a pesar de las rarezas de la extraña exoluna, el espectro y los componentes atmosféricos parecían razonables. Podíamos explorarla enviando sondas desde Epsilon Eridani para analizar su habitabilidad. Sembrar era otra cosa. No queríamos repetir el error cometido en Baraka y alterar un hábitat en el que podía haber Vida autóctona.
La emoción de pensar que íbamos a retomar la exploración de nuevos mundos extrasolares me desbordaba. Tras muchos años, volvía a experimentar el entusiasmo de los viejos tiempos. El principal problema era enviar las sondas desde Epsilon Eridani a Tau Ceti. Para ello, eran necesarias muchas simulaciones de inteligencia artificial. La dificultad era identificar la trayectoria que hiciera que las sondas desplegasen sus velas para ser impulsadas con la presión de la luz de Epsilon Eridani. Por suerte, Laura me había pasado los programas informáticos desarrollados por João para Baraka.
Pasé muchas noches de insomnio trabajando en el difícil problema. Realmente no era fácil. La idea era acercarse a la estrella con la vela «de perfil», para que no se frenase la microsonda. Cuando se alcanzaba el punto de mayor cercanía a la estrella se cambiaba la orientación de la vela de luz y se ponía «de cara», desplegándose la vela para que la sonda recogiese la mayor cantidad de luz posible. Era, como si dijéramos, poner el velero «viento en popa» —como decían los antiguos marinos de los mares de la Tierra—, para que la sonda alcanzase la máxima velocidad posible.
En Alfa Centauri João lo había tenido más fácil. Había dos estrellas brillantes (Alfa Centauri A y B) para propulsar las sondas con su luz. Yo sólo tenía una estrella, un poco más pequeña que el Sol, y no parecía suficiente. A João le salía bien, pero la velocidad que alcanzaban las microsondas en mis simulaciones era demasiado reducida, apenas a un 5 % de la velocidad de la luz. Las sondas tardarían 110 años en alcanzar Tau Ceti.
Hubiera querido hablar con João para explicarle mis problemas, pero eso ya no era posible. Él ya no estaba. Tampoco podía hablar con ninguno de mis colegas. Black Stars estaba más fuerte que nunca y ya había muchos científicos en la facultad que consideraban que la moratoria era una decisión acertada. Seguí trabajando con ahínco en el asunto en la soledad más absoluta. De día, Marcelo estaba pegado a mí todo el tiempo, pero de noche me quedaba solo dedicándome a trabajar intensamente. Tomaba medicamentos para no dormir porque —quizá debido al cansancio— cuando el sueño me vencía me atormentaban las pesadillas. Eran muy reales. Algunas veces aparecía João; otras, me encontraba solo en la oscuridad de la superficie lunar, mirando las terribles montañas de Malapert desde el vehículo volcado en aquella noche lunar atroz en la que mi padre murió...
El problema era demasiado difícil para mí. Me estaba venciendo. Pronto me vi en un callejón sin salida. No sabía qué hacer para que las microsondas alcanzasen más velocidad. La única posibilidad era hablar con Laura, pero sin levantar sospechas. Tenía que ir a la Tierra.
Lo curioso es que no fue necesario hacer nada. A los pocos días, recibí una notificación de Jacinto Cortado para visitar su despacho. Allí me explicó que había recibido una solicitud del Centro de Control de Sondas Interestelares. La petición oficial era que había que apoyar en las tareas de reforzamiento de la seguridad... Esa era la tapadera. Laura también quería hablar conmigo y los sistemas de comunicaciones neuroelectrónicos como los intercomunicadores no podían utilizarse porque estaban infectados por el virus de Black Stars.
—Así que ya sabes. Te vas preparando para el viaje. Inicias hoy los 15 días de los «Protocolos preparatorios para el traslado a la Tierra...».
Viajar a la Tierra no era fácil. La gravedad de la Tierra es 6 veces más intensa. Yo en la Luna pesaba algo más de 12 kilogramos y mis músculos estaban acostumbrados a sostener ese peso, pero en la Tierra tenía que levantar nada menos que 75 kilogramos. Para adaptarme mínimamente era necesario un plan intensivo de ejercicio de dos semanas. Sin embargo, no podía esperar. Tenía prisa por ver a Laura.
—No creo que sea necesario el entrenamiento. Ya he viajado otras veces a la Tierra y cada vez me cuesta menos. Podría despegar mañana mismo —dije, mientras me daba cuenta de que aquello era una temeridad: especialmente a mí me costaba mucho la adaptación a la Tierra. Incluso respirar era difícil. Podía sufrir una parada cardiorespiratoria o una embolia o yo qué sé. Me consoló pensar que los servicios médicos del Centro de Control eran de lo mejor del sistema solar.
—¿Estás seguro? —preguntó Jacinto sorprendido.
—Sí, no creo que sea un problema —continué, intentando mostrar una seguridad que no sentía. Cambié de tema porque también podía ser una buena oportunidad para quitarme a Marcelo de encima—. Está también mi guardaespaldas. No creo que él pueda acompañarme a la Tierra mañana sin preparación. Será mejor que se quede aquí.
—Como quieras. Sales mañana a primera hora.
Abandonando el despacho de Jacinto vi que Marcelo aguardaba impasible vigilando en la puerta. Mientras volvíamos a mi despacho por el pasillo le expliqué que iba a hacer un viaje al que no podría acompañarme. Su respuesta fue del todo inesperada:
—Tú no vas a ir a ninguna parte.
Le vi frente a mí. Su rostro, siempre indolente, ahora mostraba un semblante cargado de tensión. Con su mano derecha me apuntaba con algo parecido a un arma. Sentí que iba a morir.
Era más grande, era más fuerte y era más joven que yo. Además, me amenazaba con un arma. Nada podía hacer salvo hablar durante el poco tiempo que me quedase de vida:
—Pero, hombre, Marcelo —. Me sentí invadido por una enorme tranquilidad, propia del que sabe inevitable su muerte. No era valentía, era más bien un extraño conformismo fatalista, acompañado de una especie de decepción al ver traicionada mi confianza en Marcelo.
—Eres una amenaza para nuestra civilización. Prepárate a morir —dijo, mientras me daba cuenta de que era imposible razonar con un fanático. Su rostro, habitualmente tranquilo, ahora estaba tenso, crispado. La mano que sostenía el arma temblaba.
—Me gustó haberte conocido Marcelo y lamento que nuestra amistad finalice así, de esta forma tan absurda—. No pretendía convencerle. Sabía que no se puede convencer a un radicalizado. Simplemente me despedía de él.
Alzó su mano y dispuso el arma apuntando a mi pecho, a escasos centímetros. Su mano seguía temblando. Le miré a los ojos y me sorprendió comprobar que no actuaba como un profesional. Dudaba, quizás no estaba acostumbrado a ver la muerte tan cerca. Yo tampoco, la verdad.
—Marcelo, por nuestra amistad, concédeme un último deseo—. Dudaba. En su mente se libraba una terrible batalla de sentimientos enfrentados. Bajó un poco la mano. En el fondo, él también agradecía retrasar el momento fatal durante unos minutos.
—De acuerdo.
—Siempre he querido conocer el porqué de las cosas. Marcelo, por qué.
Marcelo repitió las habituales soflamas radicales de los fanáticos seguidores de Black Stars. Básicamente, la repetición de las consignas de John Drake:
—Si seguimos así, tarde o temprano otras civilizaciones nos localizarán, nos invadirán, nos saquearán y nos exterminarán. Otras civilizaciones de la galaxia pueden ser tan violentas y bélicas como nosotros... o peor. No podemos asumir el riesgo.
—Marcelo, si nuestra civilización no asumiera riesgos todavía seguiríamos en las cavernas, viviendo como bestias, saliendo sólo para cazar animales. Nuestra civilización puede asumir riesgos controlados. Riesgos sensatos.
—¡Basta de hablar! ¡Prepárate a morir! —dijo, mientras levantaba el arma otra vez.
Iba a matarme.
Tengo el vago recuerdo de un sonido, un «clic clic». Me contaron que es el ruido que hace una bomba narcotizante estándar. Todos los esfuerzos realizados durante la moratoria no habían sido en vano. Los de seguridad llevaban un tiempo dudando de Marcelo, monitorizando su intercomunicador y le seguían discretamente. Al despertar, una vez superados los efectos del narcótico, me sentí tan confuso que no sabía si estaba vivo o muerto e hice una pregunta estúpida: «¿Es esto la muerte?».
Me interesé por la suerte de mi amigo y verdugo Marcelo. Solicité visitarlo pero me fue denegado. Con el tiempo me enteré de que, tras un juicio militar, recibió una condena por intento de atentado terrorista y que terminará sus días pudriéndose en una prisión de alta seguridad en el Mato Grosso de la Tierra. Al pobre Marcelo le habían extirpado el intercomunicador de la sien. No imagino mayor crueldad
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