Nueva Europa
No se equivoquen. La política y la Ciencia no mezclan bien.
Guido Tremontini.
Hay muchos lugares interesantes en La Ciudad de la Luna, sitios en los que puedes perderte y disfrutar. Uno de ellos es la universidad, la institución a la que he dedicado gran parte de mi vida.
Es una de las más prestigiosas del sistema solar. Sus orígenes se remontan a la fundación de la Facultad de Siembra Planetaria por Hortensia Mayo en el año 2703. Aquella novedosa institución actuó como un gran atractor que aglutinó numerosas organizaciones en la Luna, como la Facultad de Exobiología —que se trasladó desde Mónaco, en la Tierra—, o la Escuela de Exoplanetas, para formar la actual universidad. Cinco años después se fundó oficialmente la Universidad de La Ciudad de la Luna como un organismo público que organizara y coordinase todo ese conglomerado de nuevas instituciones. La universidad tuvo como primera rectora a Hortensia Mayo, que también fue la primera Sembradora del Espacio Profundo.
Actualmente, los distintos cargos de Sembrador del Espacio Profundo y el de director del Gran Telescopio de la Luna dependen del rectorado de la universidad, y no suelen coincidir con la posición de rector de la universidad. La última persona que ostentó los tres cargos de manera simultánea fue nuestro querido profesor Juan Fernández y desde entonces no ha vuelto a ocurrir. De esta manera, se considera que el rectorado puede guiar a los sembradores de forma independiente, orientándolos en su trabajo y aportándoles el punto de vista de la universidad en su conjunto. El rector que siguió a Juan Fernández se llamaba Jacinto Cortado, y había sido el catedrático de diplomacia interplanetaria en la Facultad de Ciencias Políticas, así como alcalde de La Ciudad de la Luna. Se pensó que una persona con una poderosa proyección política podía ser útil para afirmar el papel de la universidad en la ciudad. Fue un error inmenso.
En aquellos tiempos, los Sembradores del Espacio Profundo éramos el doctor João Pinto en Baraka, y yo, el doctor Mateo Mendaña, que acababa de abandonar Jamsa un poco decepcionado. Pronto se uniría a nosotros el doctor Néstor Gutiérrez, del que hablaremos más adelante.
Así que cuando el rectorado me sugirió amablemente tras más de 20 años sin éxito con Jamsa, que empezara a trabajar en otro sistema con más posibilidades, para mí no fue una situación agradable. Aunque supuso reconocer mi fracaso, tuve que comprender que había otros planetas esperando que podían ser más fructíferos. Guido Tremontini, el temible catedrático de la Facultad de Exobiología, exigió entonces mi destitución inmediata, pero, a pesar de su enorme influencia, no consiguió imponer su postura. El rectorado pudo aplacar su cólera, al menos por el momento, ofreciéndole el cargo de director del Gran Telescopio de la Luna, puesto que Juan Fernández había dejado vacante.
No hubo destitución. Sin embargo, mi credibilidad quedaba dañada y en el futuro sería el rectorado el que decidiese mis objetivos. Me preocupaba perder libertad para tener que cedérsela a una institución eminentemente política. Para tener un mínimo control del proceso de selección propuse distintas opciones para que el rectorado pudiese elegir la mejor, pero fue en vano.
Ante esta situación tan preocupante exigí dos condiciones: no trabajaría en planetas orbitando alrededor de enanas rojas y no aceptaría mundos océano, por tener demasiada agua. No pensaba repetir los mismos errores cometidos en el planeta Jamsa.
El rector Jacinto Cortado me recordó que no estaba en situación de exigir nada, pero tuvo la gentileza de, por esta vez, atender mis peticiones. Lo cierto es que ya tenían el objetivo decidido y daba la casualidad de que respetaba mis criterios.
Fue entonces cuando comprendí que había hecho bien en preocuparme.
La embajada de Europa en la Luna había solicitado que nos ocupáramos de Luhman-16. Como sabemos, el sistema más cercano a Alfa Centauri no es el sistema solar. Por el contrario, a solo unos pocos años luz de este sistema estelar se encuentra Luhman-16, un sistema sin estrellas, formado por dos enanas marrones (Luhman-16 A y Luhman-16 B). También está muy cerca de la Tierra.
Y habían respetado mi primer criterio. Las estrellas no eran enanas rojas. Era peor. Eran enanas marrones. Las enanas marrones son cuerpos que no han reunido la masa suficiente para realizar regularmente en sus núcleos la fusión termonuclear. Son mucho más masivas que el planeta Júpiter, pero mucho menos que una enana roja. De hecho, no lo suficiente para llegar a ser estrellas de verdad. Son algo así, por expresarlo de alguna manera, como estrellas fracasadas.
Alrededor de la más grande de las dos, Luhman-16 A, parecía orbitar un pequeño y sorprendente objeto. Guido Tremontini se había estrenado con el Gran Telescopio de la Luna detectando un pequeño planeta, en cierto modo similar a Europa, la luna de Júpiter...
La expectación de los europanos no conoció límites, porque los modelos matemáticos mostraban que el astro, de apenas 5.000 kilómetros de diámetro, podía contener un océano interno. Esta hipótesis pareció confirmarse cuando creyó detectarse algo similar a un géiser de agua que escapaba por el polo sur del planeta.
También habían respetado mi segundo criterio. No era un mundo océano. Era peor. Era un mundo de hielo, es decir, un mundo cubierto por una gruesa corteza helada.
¡Aquello no podía sembrarse de ninguna manera!
Ni que decir tiene que los europanos recibieron el descubrimiento del nuevo planeta con gran alegría. Tras la colonización de los cefalópodos de Baraka, la expansión del paneuropanismo galáctico se mostraba imparable. Fue inevitable que el nuevo planeta recibiera el nombre de Nueva Europa y yo empezará mis andaduras como Sembrador de Nueva Europa.
El «encargo» de los europanos era todo un desafío. Sabíamos cómo sembrar la Vida en este tipo de planetas que tenían un mar interno bajo la corteza de hielo. Era posible, siempre que estuvieran en el sistema solar, porque había que viajar hasta ellos y establecer una pequeña base en la superficie de hielo para luego excavar túneles que nos permitieran acceder al mar interno, en el que podíamos liberar diversos especímenes viables, pero a la enorme distancia a la que estaba Nueva Europa eso era imposible.
No teníamos la más mínima idea de cómo sembrar en un planeta de ese tipo a tal distancia y los europanos no eran realmente de mucha ayuda. El líder del movimiento europano era el primer europano que había accedido al cargo de Sembrador de Europa. Se llamaba Yum Yum [Doble Clic] y se estrenó con Nueva Europa argumentando que si Luhman-16 A no era una estrella, Nueva Europa no era un planeta, sino una luna más, una luna de hielo, como Europa.
[Doble Clic] no dejaba de presionar a través de la embajada europana en la Luna con las peticiones más inverosímiles. Cualquier comentario refutando sus extraños planteamientos era respondido con gran decepción y desconfianza: se discriminaba una vez más a la minoría europana, había directrices políticas para sabotear el expansionismo europano...
Una de las propuestas del europano era muy singular. Nada menos que enviar huevos congelados de supercefalópodo dentro de una cápsula resistente que atravesase la dura corteza de hielo de Nueva Europa para liberarlos en el mar interno. El rector, Jacinto Cortado, me sugirió que tenía que hacer algo, y les expliqué que aquella petición no tenía ningún sentido. Insistió respetuosamente. El Sembrador de Nueva Europa tenía que hacer algo.
Me puse a trabajar con los ingenieros de la AEA (Agencia Espacial Americana). Raimundo Méndez y yo propusimos el diseño de un penetrador: una cápsula de titanio en forma de bala, que quizá podría penetrar la corteza de hielo del planeta (o luna), para luego liberar los huevos de cefalópodos europanos. Aquello se nos iba de peso. Se fue a más de diez gramos. Laura del Olmo, del Centro de Control, se quejaba. Ella no podía lanzar sus haces láser para acelerar sondas tan pesadas. Se negó a trabajar así. No funcionaría. Tuve que estar de acuerdo con ella.
Al final, Jacinto Cortado dialogó directamente con Laura. Fue un diálogo sincero y fructífero. Y es que, el doctor Cortado, como buen político, sabía ser persuasivo cuando la situación lo requería. Las microsondas tardarían algo así como doce años en llegar, o más, porque si eran muy pesadas viajarían a menos velocidad. Tiempo más que suficiente para que el entusiasmo europano se fuera amansando. Laura vería sus sondas fallar y perdería algo de credibilidad. A cambio, seguiría trabajando en la dirección del Centro de Control de Sondas Interestelares; si se negaba, el rector tenía influencia suficiente para conseguir que la destituyesen sin contemplaciones.
Estaba en juego el delicado equilibrio de las relaciones diplomáticas del sistema solar, y no había otras consideraciones.
No funcionó, claro. No frenaron bien al llegar a su objetivo. Tengamos en cuenta que era la presión de la luz de la estrella la que frenaba las microsondas y allí no había estrellas, solo enanas marrones. Además, las microsondas eran demasiado pesadas. La mayoría pasaron de largo a velocidades de miles de kilómetros por segundo. Solo unas pocas, menos de una decena, impactaron sobre la pobre luna (o planeta), traspasando la corteza de hielo, pero con una energía tal que se vaporizaron con el impacto. El Gran Telescopio de la Luna fue capaz de detectar la formación de unos estupendos cráteres...
Las acusaciones de sabotaje antieuropano fueron, poco a poco, perdiendo intensidad, cediendo y moderándose con el tiempo. Por supuesto, solicitaron nuevamente mi dimisión —esta vez los europanos—, pero ya me había acostumbrado al ruido y al griterío de los críticos y no me importaba.
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