Navegantes centauros

Los colonos centauros sienten gran interés por realizar viajes de exploración en Baraka. Algunos no sobreviven a esas aventuras peligrosas.
João Pinto.

El doctor Tremontini había abandonado la universidad, finalizando el oscuro periodo dominado por su férreo control. Se volvió a la normalidad. Algunos viejos decanos dimitieron dando paso a profesores más jóvenes y con nuevas ideas. El ambiente volvía a ser respirable. João y yo decidimos que era el momento de tomar nuevamente la iniciativa.

De aquella época llena de optimismo, recuerdo la XVI Conferencia de Siembra Planetaria, organizada por la universidad. Durante las dos semanas que duró, La Ciudad de la Luna recibió numerosos visitantes ilustres y cobró vida. Acudieron científicos de todo el sistema solar, especialmente de las piscifactorías de los mundos de hielo, de la Universidad de Colombia, de las instalaciones de Veracruz, del Instituto Oceanográfico de Mónaco e, incluso, Laura del Olmo nos alegró con su visita desde el centro de control.

La charla de Néstor Gutiérrez, realizada por holoconferencia desde la Tierra, fue muy interesante. Hay 253 mil millones de estrellas en nuestra galaxia, la Vía Láctea. Ante esa abrumadora cantidad de estrellas, había que conceder que, por improbable que fuese la Vida, tenía que haber miles y miles de planetas en los que prosperase.

Néstor Gutiérrez describía lo que denominaba la Tabla Periódica de los Exoplanetas, con la clasificación de los principales planetas que podían ser habitables para la Vida tal como la conocemos. Teníamos que estar muy atentos a estos planetas porque eran los objetivos a sembrar y había que elegir los más adecuados.

Estaban los planetas del tipo Baraka, que deben su posible habitabilidad al calentamiento derivado del llamado efecto de invernadero proporcionado por el dióxido de carbono y el vapor de agua de la atmósfera. Además de Baraka, la Tierra y el Marte de sus primeros años eran clasificados en esta categoría. Quizás Karachi, el planeta de la civilización perdida, también podía ser incluido cuando fue habitable.

Otro tipo de planeta —para mí, de doloroso recuerdo—, eran los planetas del tipo Jamsa, los mundos océano. La principal diferencia con los anteriores es que disponen de una provisión de agua en el planeta mucho mayor, y esto solo aporta problemas, como tuve oportunidad de comprobar. Intentar sembrar estos exoplanetas quizá supuso el mayor fracaso de mi carrera investigadora, porque la responsabilidad fue enteramente mía debida a mi inexperiencia.

En el otro extremo estaban los planetas del tipo Sahara, planetas con una disponibilidad de agua muy reducida, en los que predominaban los desiertos. Nunca habíamos intentado sembrar estos planetas desérticos por las obvias dificultades que surgían para sembrar las semillas exactamente en los limitados y escasos oasis.

Otro tipo eran los planetas del tipo Bindi. Eran planetas sorprendentes, en los que la rotación tenía una importancia esencial, ya que, al igual que hace la luna con la Tierra, estos astros muestran siempre la misma cara a su estrella. Esta cara iluminada se convierte en un abrasador desierto; la cara oculta, por el contrario, está dominada por gélidos hielos. Pero, en medio, en donde se encuentra el desierto con los hielos, se presentaba un clima razonable. Bindi fue otro de mis fracasos, en mi opinión debido no a mi trabajo, sino a la intransigencia de Jacinto Cortado y los criterios no científicos con los que a veces actuaba.

Había otros más, como los planetas de hielo, bolas de nieve imposibles de sembrar en otros sistemas solares, en las que podía llegar a albergarse algún tipo de ecosistema favorable a la Vida. Lo más parecido a esto con lo que trabajé fue Nueva Europa, otro de mis sonados fracasos, y del que, aunque no pretendo eludir mi responsabilidad, quizá esa siembra desastrosa le debió mucho a los trucos y las sucias tretas del pérfido Guido Tremontini.

Néstor finalizó hablando de sus planetas preferidos. Habló de los tipo Naranga; extrañísimos astros sin oxígeno, pero con una abundante provisión de dióxido de carbono y algo de metano. Además de Naranga, sospechábamos que la Tierra de los tiempos más arcaicos pudo ser de este tipo. Eran mundos a menudo cubiertos por aerosoles y partículas en suspensión que hacían opaca la atmósfera, un poco como ocurre en Titán. A pesar de las dificultades, Néstor nos hablaba entusiasmado y seguía estudiando sin descanso su planeta, buscando indicios que nos permitieran saber si albergaba alguna forma de vida, por exótica y distinta de la nuestra que pudiera ser.

En mi charla mostré las sorprendentes holoimágenes de Karachi, en las que aparecían las ruinas de una civilización perdida. Aquello era espectacular. Fui Interrumpido numerosas veces por los asistentes que, presos de una emoción desatada, aplaudían entusiasmados: edificios, carreteras, construcciones tan familiares y a la vez tan extrañas, con esa estética inverosímil, tan poco humana. Para mí, aquella situación que la mayoría percibían como maravillosa, se me antojaba frustrante. Ante nosotros se mostraba una civilización extrasolar, un mundo lleno de posibilidades que se resistía a ser comprendido.

Pero, al menos ya había acuerdo en la existencia de otras civilizaciones y que no estábamos solos en el Universo. Los agoreros de Tremontini permanecieron callados o, directamente, no asistieron. No había discusión posible. Los habíamos vencido.

Durante la conferencia Sonia no perdió la oportunidad de ofrecernos su disertación sobre comunicación no humana, presentando vocalizaciones de supercetáceos, europanos, superpulpos y otras especies inteligentes. Después, pasó a mostrar algunos ejemplos de las enigmáticas escrituras encontradas en Karachi. No sabíamos cómo descifrarlas, pero era necesario continuar su estudio, porque ahí podía estar la clave para entender aquella extraordinaria civilización perdida.

Aunque la conferencia fue un éxito rotundo, hubo un momento difícil cuando João Pinto mostró los recientes sucesos de la incipiente civilización de los superpulpos de Alfa Centauri B. Aquello no le gustó a nadie.

En la negativa situación de Baraka no podía negarse que había datos positivos. La civilización de Baraka florecía, superando el medio millón de individuos. Las diversas poblaciones de crustáceos, tanto los de agua dulce como los de agua salada, crecieron considerablemente y mejoró la alimentación de los superpulpos centauros. Sin embargo, aquellos trágicos sucesos nos entristecieron profundamente y, por primera vez, la labor de João fue criticada.

De forma ocasional, los superpulpos habían salido al mar abierto para capturar crustáceos hipersalinos porque eran muy apreciados por su sabor. Sin embargo, los intrépidos centauros querían más; querían explorar su mundo y conocer su entorno. Los microorbitadores mostraban que al norte y al sur de Mex [Tic], su ciudad, había más ríos que eran adecuados para asentar nuevas colonias.

Los superpulpos están adaptados a la salinidad moderada, ya que los mares terrestres de los que venían alcanzan una salinidad del 3,5 %, pero para ellos explorar un mar hipersalino (con una salinidad superior al 40 %) es muy peligroso. Los problemas de iniciar una expedición en esas aguas tan saladas eran numerosos. El principal era que en un medio hipersalino un ser vivo se deshidrata, pierde el agua. La cuestión era hidratarse continuamente y evitar en lo posible estar expuestos a ese medio hostil. Para ello, habían confeccionado con algas unas bolsas que llenaban de crustáceos dulces del río, que iban consumiendo durante todo el trayecto.

No era fácil para ellos nadar. Estos cefalópodos recorren grandes distancias utilizando los tentáculos para arrastrarse por el fondo, pero en el mar hipersalino flotaban y se iban a la superficie, así que a menudo se movían cerca de la orilla, donde el agua no les cubría totalmente; otras veces se veían obligados a emplear la propulsión con el sifón. lo que les hacía cansarse mucho más.

Eran viajes peligrosos. A pesar de que la técnica de exploración fue mejorando con el tiempo siempre había que lamentar algún fallecimiento. De hecho, hubo expediciones en las que no sobrevivió nadie.

Se necesitaban mejores medios y el doctor João Pinto tuvo una idea brillante.

Empezó cuando desde la Tierra enviaron semillas de totora (Schoenoplectus californicus) y se produjo el nacimiento de la navegación centaura... Los barcos construidos con totora eran extraños, porque estaban llenos de agua, agua con una salinidad adecuada para los centauros. De hecho, se hundían en el mar interno del delta, pero la clave era que sí flotaban en el mar hipersalino debido a su elevada densidad. Eran construidos hundidos en el fondo del mar interno, cerca del dique principal. Cuando estaban listos para navegar los empujaban por una rampa que pasaba por encima del dique, para botarlos dejándolos en la superficie del mar hipersalino, donde flotaban aunque estuvieran llenos de agua dulce.

Ante la civilización de los navegantes centauros se abrió todo un mar, lleno de posibilidades.

La mejora de los medios de comunicación permitió el transporte de personas y materiales para fundar más colonias cerca de desembocaduras de otros ríos dulces. Pronto el comercio entre las ciudades prosperó y sus mercados se llenaron de mercancías de todo tipo. Con el tiempo, se fueron multiplicando los asentamientos por todo el litoral del Mar del Cráter.

Lo siguiente fue considerar viajes de exploración todavía más audaces. Además del litoral, las aguas poco profundas cercanas a las islas volcánicas del centro del mar también parecían interesantes. Los exploradores centauros empezaron a pulular por las aguas someras en medio del Mar del Cráter, en aquellos volcanes dormidos pronto identificaron algo inesperado. Ellos hablaban de «Los Montículos». Al principio, los relatos de los centauros apuntaban a lo que parecían acumulaciones de sal.

Las descripciones de los superpulpos no eran demasiado precisas. No aportaban nada concreto. Sin embargo, la expectación que «Los Montículos» despertaron entre los superpulpos centauros nos hizo sospechar que el asunto merecía la pena investigarlo. Por fortuna, quedaban algunos microaterrizadores aún en órbita y consiguieron amerizar en los puntos indicados por los centauros.

Lo que siguió, las holoimágenes que llegaron, fueron, sin duda, algo sorprendente.

Y no hubo sorpresa por lo extraño de las holoimágenes. Por el contrario, impresionaban porque eran enormemente familiares...

Aquello tenía la forma y el aspecto de los corales de la Tierra. Parecía Vida indígena.

Todavía recuerdo la mirada de João cuando, mientras bebía una copa de buen vino, me comentaba el extraordinario descubrimiento. Sé que él siempre lo había sospechado, pero, en aquel momento, ese hombre sabio estaba totalmente desconcertado. La ciencia siempre nos desconcierta, nos sorprende, incluso a los más eruditos. Para él, siempre movido por su inquietud sobre el origen de la Vida, aquella situación, lejos de aportar respuestas, le sugería aún más preguntas:

¿Había alguna relación entre la Vida autóctona de Baraka y la de nuestro sistema solar? ¿Qué diferencias presentaban esas sorprendentes formas de Vida en comparación con las nuestras?

Entusiasmados por los éxitos se redoblaron los viajes de exploración al centro del Mar del Cráter. Se hizo tristemente famoso el liderado por el superpulpo Ham [tic tic]. Sumergidos en el centro del Mar del Cráter, entre «Los Montículos», Ham [tic tic] y sus compañeros pudieron identificar extraños animalitos parecidos a los centollos pero con más patas —tal como los describieron los supervivientes de la expedición.

Ham [tic tic] y sus compañeros descubrían Vida compleja extrasolar y no tuvieron otra ocurrencia que recogerlos... y devorarlos. Se los comieron.

El resultado fue la muerte por envenenamiento de Ham [tic tic] y los otros superpulpos que habían probado ese dudoso manjar. Era previsible, porque si externamente eran seres similares a los centollos, su bioquímica interna debía ser muy distinta de la nuestra.

Cuando nos llegaron las noticias del lamentable suceso nos sentimos horrorizados. Los colonos de nuestra civilización, nuestros emisarios en Baraka, nuestros enviados del sistema solar, habían destruido las primeras formas de Vida indígena que habíamos descubierto en otro sistema planetario extrasolar.

¿Teníamos derecho a hacer lo que estábamos haciendo? ¿Merecía la pena viajar a un exoplaneta para destruir algo tan valioso, tan precioso, como su Vida autóctona? ¿Era justo que ocupáramos otros planetas para destruir los ecosistemas con los seres vivos que allí prosperaban? El primer contacto entre nuestros superpulpos, los colonos solares, y los nativos centauros, lejos de ser una manifestación de concordia, entendimiento y fraternidad, se había transformado en una carnicería...

Por primera vez se vertían críticas sobre la labor de João Pinto. La gestión de la colonización de Baraka no parecía estar siguiendo el camino correcto. Yo sabía que João había previsto esa situación. Él, solo él, había tenido la intuición de prevenir esta posibilidad, mientras el resto de la comunidad —tan críticos ahora— ni siquiera habían sospechado la presencia de Vida indígena en Baraka. Sé que João había enviado a los superpulpos directrices de comportamiento para prever esta situación, pero había sido inútil, totalmente en vano. No le habían hecho el más mínimo caso.

¿Era justo culpar a los pobres superpulpos por incumplir nuestras directrices? ¿Podía hacérseles responsables de esta situación cuando llevaban una vida triste y miserable, en la que el hambre feroz los acuciaba? En absoluto.

La responsabilidad era enteramente nuestra.

Fueron muy criticados nuestros protocolos establecidos para la siembra planetaria. Primero, se analizaba el planeta con los medios disponibles, incluyendo grandes telescopios y el envío de sondas interestelares. Si no se descubría Vida, el planeta se catalogaba como «planeta de siembra». Es entonces cuando se iniciaba el envío de semillas. Se argumentaba que, a la luz de los resultados, a veces el análisis «con los medios disponibles» era claramente insuficiente. En Baraka la Vida autóctona no estaba generalizada, sino recluida en determinados nichos muy específicos en el centro del Mar del Cráter. A diferencia de lo que ocurre en la Tierra, en Baraka no era evidente su presencia, y eso preocupaba mucho. Se aplaudía en cambio la actuación realizada en Naranga, el planeta sin oxígeno de Néstor, en el que, aunque no había sido detectada la Vida, las sospechas razonables habían determinado la prohibición de la siembra.

Por mi parte, confieso que sentí tambalearse mis más profundas convicciones. Esas asunciones que todos habíamos compartido necesitaban ser revisadas. Si el tema de la siembra podía ser objeto de debate, al menos estábamos de acuerdo en que podíamos seguir enviando microorbitadores de exploración para estudiar los planetas extrasolares, con respeto, sin perturbarlos, solo observándolos. Con la siembra había discrepantes. Teníamos que empezar a ser más cautos. Algunos defendían el fin de las siembras; otros defendíamos que los estudios de habitabilidad previos a catalogar un exoplaneta como apto para la siembra tenían que ser mucho más minuciosos.

Era inevitable. El grupo terrorista Black Stars aprovechó la situación en Baraka para criticarnos:

El desastre de la colonización de Baraka nos recuerda que la historia del encuentro entre civilizaciones muy diferentes siempre ha terminado de forma violenta, con la consiguiente tragedia para los más débiles.
Si nosotros somos un peligro para las formas de Vida menos desarrolladas, las civilizaciones extrasolares más avanzadas que la nuestra son una amenaza para el sistema solar.
Todavía estamos a tiempo de evitar que nos descubran y nos exterminen.
¡Luchemos contra la codicia de los poderosos y su insensata apertura al espacio!
John Drake.

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