Mateo

Al nacer no lloró. Tenía la carita arrugada.
Contacto, de Carl Sagan.

Al nacer no lloré, porque no nací del parto de una mujer. Cuando mi padre quiso tener un hijo, iniciaron mi gestación en una incubadora. Ni útero, ni placenta, ni nada. Es verdad, confieso que no fue algo extraordinario. La clonación ya entonces era una técnica fiable y ampliamente utilizada. Dicen que los niños que nacemos así somos más queridos, porque establecemos una relación especial, más estrecha, con nuestro progenitor, del cual somos clones perfectos.

Mi padre me contó que al abrir por primera vez mis ojitos él estaba allí. Siguiendo la tradición, lo primero que vi fue su rostro sonriente y lo primero que escuché fue su voz cálida y amable:

—Hola, Mateo. Bienvenido al mundo. Soy tu papá.

Él me contó que puse cara de extrañeza y me quedé mirándole fijamente, como asombrado...

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