Las estrellas

Si el Universo es tan grande, ¿a qué estamos esperando?
Hortensia Mayo.

La historia de estos años de exploración del espacio es la de la infatigable búsqueda de la respuesta a las preguntas fundamentales que el ser humano siempre se ha planteado. De alguna manera, nuestra civilización quería, más bien exigía, saber si éramos los únicos seres vivos en el Universo. Si no era así, si había otros mundos con Vida, deseábamos conocerlos, estudiarlos y admirarlos. Si, por el contrario, estábamos solos en las estrellas, queríamos extender la Vida de la Tierra —ese valioso tesoro— por todos los mundos del Universo.

Era esperanzador comprobar que el sistema solar rebosaba de Vida: la Luna y Ceres acogían prósperas y vibrantes ciudades; y los mares bajo los hielos de las lunas de muchos mundos gaseosos estaban habitados por millones de individuos. Nuestra civilización se extendía imparable por el sistema solar. Sin embargo, la sociedad no se contentaba con inundar de Vida nuestro sistema planetario; también quería buscarla en el resto del Cosmos y, allí donde no estuviera presente, sembrar nuestra semilla de la Vida. Esta historia de exploración del espacio es también la historia de la búsqueda incansable de la Vida, planeta tras planeta, estrella tras estrella.

Todos estos éxitos en el sistema solar, claro está, se debían al enorme desarrollo tecnológico alcanzado: navegábamos con facilidad por el vacío del espacio de nuestro sistema planetario con transportes impulsados por motores iónicos muy eficientes, naves maravillosas que empequeñecían las amplias distancias interplanetarias. De hecho, bastaban unos meses para, partiendo de la Tierra, llegar a las lejanas lunas de Júpiter.

Una vez alcanzadas las lunas heladas, aprendimos a construir bases humanas formadas por numerosos túneles excavados en la corteza de hielo. Esos asentamientos eran como enormes hormigueros, tan profundos, que algunos de sus túneles llegaban a traspasar los casquetes helados. Se accedía así a los mares internos de las lunas heladas de Júpiter y Saturno.

Y, finalmente, la alteración genética de los seres vivos terrestres había permitido que la siembra en estos mares no se mostrara como un trabajo imposible. Eran numerosas las especies introducidas. La adaptación había sido... No lo diré. No diré que la colonización del sistema solar había sido una tarea fácil; por el contrario, había exigido sacrificios enormes, y la dolorosa pérdida de muchas vidas.

Pero todas estas fabulosas tecnologías eran insuficientes si queríamos seguir avanzando y viajar hasta las estrellas. La empresa parecía colosal. Más allá de Finis Terrae —el último planeta del sistema solar— se abre ante nosotros un inmenso y desafiante vacío tenebroso: el llamado Espacio Interestelar. La vastedad de este Espacio Interestelar, su extensión enorme, nos parecía estremecedora y desafiante. Traspasar este enorme muro de vacío parecía una tarea insuperable, incluso para nuestras naves más veloces. La enormidad de este inmenso espacio es tal, que la luz, lo más rápido conocido, tarda varios años en cruzarlo hasta llegar a las estrellas más cercanas.

El Espacio Interestelar es como un extenso desierto sin apenas oasis de Vida, un océano de vacío extraordinariamente amplio, pero, después de todo, no es sino otro océano más. No era la primera vez que nuestra sociedad, más allá de la última tierra conocida, se enfrentaba a un mar tenebroso, y quisimos ver una oportunidad donde podríamos haber percibido una amenaza, porque los mares son para ser navegados y los desafíos para ser vencidos. De cualquier forma, una cosa era cierta: no iba a ser fácil.

Pero sabíamos que, de alguna manera, lo íbamos a conseguir. Teníamos fe en nuestras posibilidades, en nuestra tecnología y en nuestra perseverancia. La humanidad ya se había enfrentado a la enormidad de un océano y lo había dominado. Conocíamos historias y leyendas de navegantes intrépidos del pasado que se habían aventurado con éxito en otros mares igualmente formidables.

Somos una civilización de viajeros, de navegantes de océanos prohibidos, atormentada por una inagotable ansiedad de nuevos mundos remotos y la necesidad de conocer, de ampliar nuestras fronteras y descubrir otros pueblos. Lo hemos hecho muchas veces a lo largo de la historia. Los viajeros de la Tierra han posibilitado que las culturas se conozcan entre sí, unas veces con consecuencias positivas; otras, con resultados terribles...

¿Éramos los únicos seres vivos que buscábamos la Vida por toda la galaxia? O acaso, por el contrario, este era el destino final de todas las civilizaciones. Quizá este era un proceso natural y necesario de los organismos vivientes, y la Galaxia estaba llena de civilizaciones que nos buscaban, tanto como nosotros a ellos, pero, si eso era así, ¿dónde estaban esos alienígenas extrasolares?, ¿cómo es que no los habíamos encontrado ya?

Quién sabe, quizá ellos ya habían descubierto nuestra existencia y simplemente no despertábamos su interés. Es posible que no quisieran interactuar con nosotros porque querían preservar nuestra Vida, nuestra originalidad, y nos admiraban en secreto, como el que contempla un raro espécimen de flor en un invernadero. Quizá cuidaban de nosotros sin que fuéramos conscientes de ello.

También podía ser que la galaxia fuera algo así como un inmenso ecosistema, en el que las civilizaciones avanzadas estaban mimetizadas con el entorno, a salvo de los depredadores, es decir, de otros mundos avanzados y violentos. El espacio podía ser como un campo de batalla, con las civilizaciones camufladas, escondidas en sus trincheras para no ser un blanco fácil.

O tal vez los seres vivos de otras estrellas eran tan autodestructivos como nosotros. Es posible que su gusto por la guerra fuera más fuerte que su gusto por la paz, y que su sed de mal superase su sed de bien. Quizá en el espacio continuamente nacían sociedades extrasolares y desaparecían fruto de su arrogante ignorancia, de su desmedida codicia, de su innecesaria violencia, sin tiempo para extenderse por las estrellas.

Conocer otras civilizaciones en el espacio podría constituir una gran oportunidad, un evento histórico que cambiaría drásticamente la fisonomía de nuestra sociedad. La posibilidad de intercambiar conocimientos sería muy interesante. El descubrimiento de otros mundos habitables, otras tecnologías, otras matemáticas, otras físicas, otras químicas, otras sociologías, otras literaturas, otras músicas, otras poesías... podría ser una auténtica revolución. Nuestro sistema solar iniciaría una nueva era. ¿Tendrían ellos algo parecido al Machu Picchu?, ¿algo quizá similar a Chichén Itzá o la Acrópolis de Atenas?

Esta circunstancia nos estremecía y, a la vez, nos apasionaba.

La posibilidad de llegar a conocer otras Biologías parecía especialmente interesante, sobre todo en nuestra Edad Biotecnológica en la que tanto valoramos el comercio genético. El conocimiento de otras bioquímicas podría cambiar la calidad de vida de muchas personas en nuestra sociedad, aumentar la esperanza de vida y también facilitar la siembra y la colonización de nuevas zonas del sistema solar, por ahora difícilmente habitables, como es el caso de los lagos de hidrocarburos de esa luna de Saturno llamada Titán.

De cualquier forma, había que ser cauto. Si se descubrían otras civilizaciones en el espacio y eran tan codiciosas y destructivas como la nuestra, quizá era mejor no conocerlas. Estar solo podía ser preferible a encontrar una civilización belicista. Sabíamos muy bien lo que la ambición desmedida de los poderosos podía hacer en nuestra civilización.

¿Eran ellos también un peligro para sí mismos? Quizás también tenían armas con las que unos pocos podían destruir la civilización de todos, quizás también soñaban con transformarse en la muerte, destructora de mundos...

Quizás también habían sentido desprecio por sus planetas, y durante muchos años los habían descuidado sin piedad. Los planetas habitables son valiosos y hay que cuidarlos. Quizás sus pobladores tampoco eran conscientes de ello y, como nosotros, también tenían zonas contaminadas con radiactividad y materiales tóxicos en las que no era nada recomendable vivir.

Aquellos hechos extraordinarios que se produjeron aportaron las respuestas a algunas de estas incógnitas, y fueron tan previsibles como inesperadas.

Pero no adelantemos acontecimientos en el relato de esta historia trepidante, sigamos un orden, vamos poco a poco.

Comencemos por el principio.

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