Introducción

Mi nombre es Mateo Mendaña y soy Sembrador del Espacio Profundo. Muchas veces he intentado sembrar la Vida en los exoplanetas. Nunca lo he conseguido.

Algunos ignorantes criticaron mi falta de resultados en aquellos tiempos peligrosos, cuando estaba todo por conocer y cada pequeño paso lo dábamos en un terreno totalmente inexplorado. Entonces era fácil hablar.

Si os sirve de referencia, nací en el año 2785 de nuestra era en La Ciudad de la Luna, el lugar donde siempre he vivido, una ciudad cosmopolita y vibrante. La Tierra, vista desde aquí, es intrigante y misteriosa. Confieso que siempre me gustó contemplar esa esfera azul en el cielo; su atmósfera turbulenta y en continuo movimiento, sus huracanes, sus mares de agua; y los cambios de la vegetación en los continentes atendiendo a las estaciones del año. Mi pasión por el Cosmos se acrecentó cuando empecé a observarla con un pequeño telescopio de aficionado. Desde entonces no he dejado de aprender.

Estudié en la Universidad de La Ciudad de la Luna las materias más básicas, las más elementales, como el conocimiento de los exoplanetas cercanos, con su geología (tan sorprendente, tan distinta) y la habitabilidad de sus climas... Lo no complicado se aprende enseguida, pero lo verdaderamente importante nos cuesta toda una vida. Me refiero, claro está, al difícil arte de la siembra de los mundos de otras estrellas.

El espacio ya no es lo que era. No es lo que solía ser. Antes, todo era más fácil. Tan sencillo como llevar la semilla de lo más preciado, la Vida, a las lunas de hielo del sistema solar. Europa, estando en órbita alrededor de Júpiter, no era un objetivo imposible. Sus fértiles océanos internos se mostraron generosos, agradecidos con el esfuerzo realizado durante la siembra. Con nuestra ayuda, esas extraordinarias formas de Vida de la Tierra se adaptaron y tomaron rápidamente posesión de aquel nuevo mundo. Luego, siguieron en rápida sucesión Ganímedes, Encélado... y en apenas cien años teníamos un sistema solar exuberante, rebosante de Vida. Nuestra civilización floreció como nunca se había conocido.

¡Hasta que llegamos a las estrellas, amigo! Ahí estaba el desafío. Cada exoplaneta es distinto, cada mundo es diferente; y te complicará la vida de mil maneras inimaginables.

Más allá del último planeta del sistema solar, el Espacio Profundo siempre se mostró inhóspito, yermo y hostil. Al menos para mí. La exploración de los mundos de otras estrellas inició un periodo difícil y complicado en el que la siembra no parecía dar frutos, y que terminó cuando se produjeron aquellos hechos extraordinarios que todos conocemos. Aquello fue, sin duda, la culminación del milenio.

La Siembra es un asunto no exento de dificultades. Llevo toda mi larga vida observando el firmamento. Una vida agotadora en busca de las estrellas con los planetas más fértiles, los más prometedores, los más adecuados... Tanto he mirado al cielo que mis ojos están cansados. Mi agudeza visual no es la de cuando era joven y mi salud se ha ido deteriorando con los años.

Sin embargo, los recuerdos permanecen intactos en mi memoria. Sumergirme en aquel pasado —tan distante y, a la vez, tan cercano y querido—, ha sido una gran fuente de satisfacción llegada mi vejez, cuando mi vida presente tan poco aporta. Y ha sido así, de tanto recordar, que se despertó en mí el interés por la escritura.

He querido escribir este hololibro con la historia de aquellos años trepidantes y salvajes —tan añorados por mí—, con especial énfasis en los temas que más me atañen, como son los de la siembra de la Vida en otros mundos. En los siguientes capítulos encontraréis sabios consejos sobre cómo cuidar de la Vida autóctona de los exoplanetas, haciendo que florezca y prospere adecuadamente. Y en aquellos planetas en los que la Vida no esté presente descubriremos cómo la sembraron los científicos —porque algunos sí lo consiguieron—. Aprenderéis también a colonizar un exoplaneta como es debido. A hacerlo bien y sencillo, pero con tiempo y sin apresurarse. De la misma forma, comprenderéis que los extraordinarios éxitos del pasado estuvieron motivados por las condiciones excepcionales que entonces se vivieron y que nunca más volverán a producirse.

Nada hay más apasionante que la siembra de la Vida en los rincones de la Galaxia, con la excepción del buen vino de Bengaluru, con sus matices irisados. Dicen que debe su excelente sabor a los minerales de las ricas tierras de Ceres, pero yo creo que se debe a la radiación del espacio.

¡Salud, buen vino y mejor siembra!

Profesor Mateo Mendaña.
Sembrador del Espacio Profundo.
Ciudad de la Luna. Luna. Año 2899.

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