¿Es la Tierra un planeta raro?
Nada hay en el espacio conocido que nos haga pensar que la Vida compleja es un fenómeno común.
Guido Tremontini.
Había algunos profesores que tenían una influencia enorme en la universidad. Uno de ellos era Guido Tremontini, el prestigioso catedrático y decano de la Facultad de Exobiología de la Universidad de La Ciudad de la Luna, muy conocido por ser el ideólogo del pesimismo cósmico, la visión imperante en la Exobiología de entonces. El doctor Tremontini había nacido en la Tierra, en Italia, pero se formó en la ciudad de Mónaco, concretamente en su instituto oceanográfico, en el que llegó a director del departamento de exobiología durante su juventud.
El doctor Tremontini había liderado diversas campañas exobiológicas a bordo del barco de investigación Calypso. Sus expediciones al Atlántico fueron las más celebradas. En las profundidades de aquel océano se detallaron zonas donde proliferaban unas fumarolas negras impresionantes. Sometidas a las enormes presiones propias de los fondos abisales, expulsaban agua a una elevada temperatura, vertiendo compuestos ricos en minerales en medio de un mar enormemente frío. No era el sitio donde uno pensaría que pudiera desarrollarse la Vida, sin embargo, sorprendía comprobar que medraba con profusión, incluyendo Vida compleja, invertebrados como anélidos, artrópodos, moluscos, equinodermos y un largo etcétera.
Todo muy interesante, pero lo que en realidad despertaba el interés de Tremontini era que, además de la Tierra, había otros astros con esas formaciones geológicas. En las lunas de Júpiter y Saturno también estaban presentes. Las profundidades abisales de Ganímedes, Europa y, sobre todo, Encélado mostraban fumarolas hidrotermales activas muy similares. Sin embargo, allí estaban muertas. Es verdad, se habían encontrado sencillas formas de Vida autóctona. Primero, durante la colonización de Europa y después en Encélado, donde eran mucho más abundantes. También había restos fósiles en antiguos campos hidrotermales en Marte. Y había sido una alegría encontrar estas formas de Vida, pero solo eran escasas muestras microscópicas: Vida no compleja.
Esto al joven Guido le pareció sorprendente.
Otro fenómeno que cimentó sus creencias se produjo algo después. Como otros muchos científicos se incorporó a la Facultad de Exobiología de la Universidad de La Ciudad de la Luna y allí su enorme prestigio y erudición le facilitaron llegar a catedrático sin dificultad. Las noticias que llegaban sobre los mares de Baraka, el planeta de Alfa Centauri B, le produjeron una enorme impresión. Eran mares de agua similares a los de la Tierra. Había también ríos y, al parecer, no había Vida autóctona en ningún sitio.
Gracias a él, lenta pero decididamente, un planteamiento pesimista se había ido apoderando de toda la comunidad científica. Según el doctor Tremontini, el Universo podría estar lleno de planetas, algunos pocos planetas podían tener Vida, pero la Vida compleja era muy improbable.
Olvidaba Tremontini que con más de 253 mil millones de estrellas en nuestra galaxia tenía que haber algunas —por poco común que fuera la existencia de Vida evolucionada— en las que nacieran civilizaciones.
De cualquier forma, por supuesto que sí hay algo que impulsaba la complejidad de la Vida, y se llama evolución. La selección natural, un paradigma elemental conocido desde la Edad Arcaica, hace que las especies cambien, se diversifiquen y se adapten al ambiente. El fenómeno fomenta la riqueza biológica y, claramente, redunda en un aumento de la complejidad de los seres vivos, aunque solo sea por el hecho de que la propia diversidad los lleva a que algunos de ellos sean cada vez más complejos.
Pero Tremontini no parecía querer entenderlo:
Si es verdad que la evolución de las especies conduce a la complejidad, ¿cómo es que la biomasa del ser humano es muy inferior al 1 % de la biomasa total del planeta Tierra? ¿Alguien me lo puede explicar?
La realidad es que nada impide que la evolución en otros ecosistemas extrasolares fracase totalmente. Que el mecanismo de la evolución funcione en otros planetas es una hipótesis no verificada.
Seamos claros. La evolución tardó más de 4.000 millones de años en producir seres inteligentes como el ser humano o, expresado de otra manera, estuvo a punto de fracasar...
Disquisiciones Exobiológicas.
Sí, en Baraka había Vida compleja, pero era porque nosotros, con mucho ingenio y esfuerzo, la habíamos introducido en ese planeta. También eso era un argumento para él:
Hemos descubierto numerosos planetas en las estrellas más cercanas, algunos de ellos potencialmente habitables, pero ninguno se puede comparar a nuestra Tierra. Nuestra querida Tierra es un planeta excepcional, sin duda único y extraño, resultado de muchos eventos improbables e irrepetibles. Lo sabemos todos. La Tierra es un planeta raro.
Recordémoslo. Baraka, uno de los exoplanetas más similares a la Tierra, se mostró como un mundo muerto y estéril. Fuimos nosotros los que tuvimos que llevar la Vida a ese inhóspito lugar, ¿hacen falta más pruebas?
Disquisiciones Exobiológicas.
Yo siempre estuve frontalmente en desacuerdo con sus planteamientos pesimistas. Los debates incendiarios que mantuvimos en la universidad nos hicieron famosos a los dos. Mendaña versus Tremontini. El público asistía como el que va a un combate de lucha europana, por el mero placer de vernos enfrentados. Tremontini sabía ser muy irritante; solía ridiculizar a los científicos que discrepaban con él, llamándonos «los ilusos».
Su influencia era enorme. Sé que intentó de todas las formas posibles que yo, uno de sus más encarnizados rivales, no recibiera el cargo de Sembrador del Espacio Profundo, pero fracasó. Esa fue una pequeña victoria de Jacinto Cortado. Siempre sospeché que uno de los motivos de mi ascenso a sembrador había sido un intento de Jacinto por frenar el imparable ascenso de Tremontini.
Cuando comprendió que el puesto de director del Gran Telescopio de la Luna iba a quedar vacante por la jubilación de Juan Fernández, comenzó su campaña para llegar a tan preciado cargo. Finalmente, Jacinto Cortado, el rector de la universidad, tuvo que ceder ante la presión y el puesto fue suyo. Yo no entendía cómo un experto en exobiología podía liderar la gestión de un telescopio tan importante, pero me explicaban que había que completar la labor iniciada por el profesor Juan Fernández, quien había descubierto cientos de exoplanetas a menos de cien años luz. Llegaba el momento —argumentaban— del estudio de estos mundos en función de su interés exobiológico, analizando las débiles huellas que la Vida podía estar dejando en las atmósferas de esos planetas. En ese sentido, el profesor Tremontini parecía la persona idónea: nadie como este gran exobiólogo para buscar la Vida en los planetas. Yo discrepaba. En mi opinión, el doctor Guido Tremontini no estaba a la altura del doctor Juan Fernández.
Realizó una selección de planetas cercanos que merecían ser estudiados más detalladamente, confeccionando lo que él llamaba «su» Catálogo de exoplanetas habitables. Confieso que se convirtió en una herramienta útil para seleccionar los objetivos de nuestras siembras. Con buen criterio, Tremontini no incluía en su catálogo los planetas que orbitaban alrededor de enanas rojas ni enanas marrones, solo estrellas del tipo solar.
Sin embargo, ser director del telescopio era solo un pequeño paso hacia otro destino más ambicioso. Tremontini no era el rector de la universidad y eso era algo que él no soportaba. Se sentía muy insatisfecho con el planteamiento con el que se estaba llevando a cabo el estudio de los planetas de las estrellas más cercanas. Ansiaba conseguir el cargo de rector de la universidad para popularizar sus ideas y vengarse de mí, destituyéndome sin contemplaciones.
El rector de la universidad era Jacinto Cortado, una persona con un marcado perfil político, a quien Tremontini despreciaba abiertamente. El poderoso exobiólogo entendía que la universidad necesitaba a alguien con un conocimiento científico mucho más sólido. Sin embargo, Jacinto siempre ganaba las elecciones a rector porque conservaba numerosos contactos de la época en la que había sido alcalde de La Ciudad de la Luna. De cualquier forma, cuando había elecciones al rectorado, Jacinto se ponía muy nervioso al comprobar que, poco a poco, Tremontini iba ganando influencia. Grupos como la alcaldía de La Ciudad de la Luna y la AEA (Agencia Espacial Americana) proporcionaban un apoyo estable, que compensaba la abierta hostilidad del AEM (Agencia Espacial de los países del Mediterráneo), siempre favoreciendo a Tremontini. Los europanos —y, con ellos, todo el CMIE (Confederación de los Mares Internos del Espacio)— eran un grupo de influencia muy poderoso entusiasmado por los éxitos de João con los superpulpos centauros en Baraka y que apoyaba a Jacinto, pero cada vez con más dudas, sobre todo cuando empezaron a intuir el desastroso desenlace del proyecto en Nueva Europa. Jacinto también tenía el favor de la mayoría de las agrupaciones de profesores de la universidad, pero estos eran muy vacilantes debido al perfil no científico de Jacinto.
Guido Tremontini se estrenó como director del gran telescopio descubriendo Nueva Europa. Era un hallazgo interesante, pero a nadie se le escapaba que aquello no se podía sembrar. Con el tiempo, Jacinto me confesó que había sido Tremontini quien había convencido a los europanos de las posibilidades de la siembra de esta luna helada. Había conseguido ilusionar a los habitantes de los mundos del hielo con algo a todas luces imposible de lograr. Tremontini supo ponernos en una situación difícil frente a los europanos, y Jacinto tuvo que emplear todas sus capacidades para no perder uno de sus principales apoyos.
Aunque mi afinidad con Jacinto era escasa, estábamos condenados a entendernos porque la otra opción era aún peor. Mis continuas discrepancias intelectuales con Tremontini de alguna manera habían trascendido a lo personal y mis relaciones con él eran muy malas. Para mí, la posibilidad de tener a Tremontini como rector no solo suponía el fin de mi carrera como Sembrador del Espacio Profundo, también implicaría mi abandono de la Facultad de Siembra Planetaria. El fin de mis sueños, quizás.
Tampoco João Pinto se sentía cómodo con Tremontini. Sus concepciones del cosmos eran radicalmente opuestas. Sé que João no abandonaba su visión positiva y optimista, y seguía soñando con la idea de encontrar Vida autóctona —incluso compleja— en Baraka, aun cuando la comunidad científica había desechado la idea. El tema es que sabía guardar sus opiniones solo para sus amigos más cercanos, y no era cobardía. Tenía otras cosas de las que ocuparse; no podía perder su precioso tiempo en debates estériles. Prefería otros planteamientos mejor que las meras palabras: «Qué mejor argumento que los hechos», solía decir y la verdad es que la fuerza de sus logros le hacían intocable. Su posición era muy sólida debido a esos continuos resultados positivos en Baraka que tanto nos entusiasmaban a todos, de manera especial a los europanos.
Sin embargo, si los demás queríamos mantenernos en un puesto tan exigente, necesitábamos con desesperación más éxitos.
De lo contrario, estábamos perdidos ante el poderoso Tremontini.
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