El Ophir

Aletes, el viajero errante,  descubrió el origen de todas las cosas.
Los Superiores.

El tercer día había quedado con Sonia y el profesor Moreiras en la cafetería de la facultad para dirigirnos juntos al paraninfo. Cuando llegué con Marcelo, ellos ya estaban allí. Discutían. Ernesto Moreiras seguía muy afectado por la conferencia de ayer. Miraba al infinito con los ojos muy abiertos:

—El Universo es extraño. El mundo cuántico clásico puede entenderse como determinista en tanto que podemos determinar con precisión las probabilidades implicadas. Sin embargo, en un experimento en el que esté presente un horizonte de sucesos quizás no podría garantizarse este determinismo cuántico. ¿No tendríamos que pensar que allí la incertidumbre es aún mayor?

Sonia fruncía el ceño, visiblemente enfadada. Moreiras tenía un aspecto horrible: ojeroso y demacrado, iba desaliñado, sin afeitar y con el pelo alborotado.

—El «conocimiento del desconocimiento» en un agujero negro —continuó—. Quizá el tema sea entender qué pasa con la información de la estrella original que forma un agujero negro. ¿Qué conocimiento tenemos de esa información que desaparece tras el horizonte de sucesos? ¿Se pierde? ¿Se preserva?

—Doctor Ernesto Moreiras —le interrumpió Sonia, a punto de explotar—, usted no siga tomando café, que es un excitante. Créame, no lo necesita.

Moreiras hablaba con dificultad. Estaba profundamente agotado:

—Llevo dos días sin dormir, justo desde que empezó la conferencia —comentó—. Todo lo que conozco. Todo lo que sé. Todo lo que soy... —e hizo una pausa para mirar a Sonia—. Por cierto, no es café lo que bebo. ¡Qué quilombo, esto es un mate!

Intervine antes de que Sonia le contestase:

—Bueno —dije—. Esperemos tener hoy un día más tranquilo. Ya no quedan muchas más cosas que puedan sorprendernos. Venga, vámonos.

Me equivoqué, no fue tranquilo. Viví una experiencia alucinante. Otra más.

Ya en el paraninfo, MENTE, una vez finalizadas las presentaciones protocolarias, entró en materia. Aletes, el errante, era un héroe legendario, un viajero del espacio. En una de las partes del texto Aletes visita numerosos planetas, vagando por el espacio, buscando algo que pueda redimirle del destierro de su mundo de origen: el planeta de los Superiores.

En uno de sus viajes visita el llamado «planeta de fuego». Era una de las partes más difíciles de interpretar de todo el relato. El ingenioso ser cibernético pidió excusas por no poder aportar una traducción mejor, pero el texto aquí se volvía muy oscuro. En la siguiente expresión, a todas luces absurda, había algo que sin duda se nos escapaba.

El planeta de fuego [¿era un?] no planeta [intraducible].

Entre el público alguien planteó que aquello pudiera referirse a algún tipo de estrella degenerada, de tamaño planetario o inferior, como una enana blanca o una estrella de neutrones, pero MENTE nos recordó que los Superiores tenían una palabra para designar a las estrellas, que no aparecía en esta parte del texto. Se comentó que quizá su definición de estrella era algo distinta de la nuestra, no englobando a estos objetos degenerados. Era una posibilidad.

Aletes descubrió el origen de todas las cosas. [intraducible]. El planeta de fuego es el origen de todo. [¿Todos venimos?] del planeta de fuego [intraducible]. El planeta de [intraducible]. El planeta de [intraducible].

Se oyeron voces en la sala. ¿Eran esas palabras una referencia al fuego primigenio del Universo? MENTE no lo consideraba así.

El no planeta no existe. El planeta existe [¿envuelto?] en la bruma, el polvo y [intraducible].

Quizá podría ser un planeta muy cercano a su estrella, abrasado por la poderosa emisión lumínica y cubierto por océanos de lava. Quizá no era realmente un planeta para los Superiores porque no tenía una superficie sólida. Estos planetas, llamados «planetas de lava» (un ejemplo es 55 Cancri e), suelen estar muy calientes, con atmósferas muy densas, ricas en minerales de las rocas evaporadas.

El fuego me aterra. El fuego me complace. El Ophir llega al fuego y la bruma.

Y lo siguiente ha traído de cabeza a la comunidad científica durante décadas:

El Ophir no nació aquí. El Ophir nació muy lejos. El Ophir nace de la nada. El todo nace de la nada. El Ophir [intraducible] y vive en las rocas frías del espacio.

¿Qué podía ser ese Ophir?

El Ophir llegó al planeta de fuego viajando por el espacio.

MENTE procedió a explicarnos su interpretación del texto. Había elegido la palabra Ophir, recordando la expresión que utilizan algunas comunidades en el sistema solar para referirse al primer ser vivo. No significaba 'Vida', para eso ya había otra palabra. El Ophir era más bien 'la primera Vida', es decir, el origen de la Vida en el sistema planetario. El Ophir parecía que no nacía en el planeta, sino que venía de algún lejano lugar, viajando en los hielos de los meteoritos que vagaban por el espacio.

¿Había habido en el sistema solar alguna vez algo parecido a El Ophir?

Al parecer (siempre según la lectura realizada por MENTE), Aletes había visitado un sistema joven, cuando aún estaba formándose y sus protoplanetas terrestres no tenían todavía una superficie sólida, sino mares de lava. Para los Superiores no eran del todo planetas porque no habían terminado de formarse. Aunque en esos planetas la Vida tal como la conocemos no podía prosperar ya era posible detectar en los hielos del espacio muestras de Vida muy primitivas, precursores de la Vida que después se desarrollaría en el planeta. Era El Ophir.

Miré a João al otro lado del paraninfo. Había dejado de leer su hololibro y miraba fijamente a los fragmentos de Los Superiores que eran mostrados en la holopantalla del estrado. Parecía hipnotizado. Ensimismado. Yo hubiera querido hablar con él, pero no con este João, sino con el que conocí hace años lleno de energía e ideas innovadoras sobre el origen de la Vida.

No era fácil interpretar las extrañas palabras de Los Superiores. Fueron muy interesantes los comentarios aportados por una prestigiosa exobióloga. La doctora marroquí Samira Abdelaziz era quizá la erudita más influyente del Mediterráneo.

Samira nos explicó que las estrellas viejas y moribundas emiten un poderoso viento estelar, a menudo perdiendo sus capas más externas, e inundando el espacio con los elementos pesados que han sido sintetizados en su interior. De esta manera, el carbono y la química del carbono se extienden por toda la galaxia y el Universo.

Samira nos mostraba que el Espacio Interestelar no estaba vacío del todo, sino compuesto por un gas extremadamente poco denso. Es una densidad tan reducida que solo hace unos años Samira había podido alcanzarla en su laboratorio de Marrakech. Había regiones en el espacio donde la densidad del gas es mucho mayor, llamadas nubes interestelares; pero no nos engañemos, aunque el gas es algo más denso, sigue siendo muy tenue. Es allí, en esas nebulosas, donde a veces el gas colapsa y nacen nuevas estrellas.

Desde que el carbono abandona las estrellas moribundas hasta que, pasados muchos millones de años, se integra en una nube de la que nacerá una nueva estrella, sufre un proceso dominado por una química enormemente rica —alimentada por los rayos cósmicos y la radiación ultravioleta— en la que es posible identificar cientos de distintos tipos de moléculas orgánicas.

En las emanaciones que rodean a algunas estrellas moribundas se ha observado la presencia de moléculas orgánicas como hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP). Cuando estos compuestos orgánicos —tras mucho tiempo vagando por el espacio—, alcanzan las nubes interestelares, producen una química complejísima a muy bajas temperaturas. En estas nubes los granos de polvo se ven recubiertos de diversos tipos de hielo en los que a menudo hay materia orgánica.

Fue entonces cuando el viejo profesor João Pinto pidió la palabra. Comenzó a hablar y, para mi sorpresa, no mostraba la torpeza que en él era habitual. Por el contrario, me sorprendió comprobar que João conservaba destellos de su antigua lucidez:

—Hay suficientes evidencias —dijo— de que cuando los HAP del espacio alcanzan los hielos de las nubes interestelares son transformados por reacciones químicas para formar una especie de estructuras muy estables que sirven de andamiaje en la formación de nucleótidos sencillos relacionados con el ARN y otras moléculas similares. Todo ocurre en esos hielos. Quizá, de alguna manera, alguna vez, allí nacieron las primeras formas de Vida: es decir, El Ophir.

La sala quedó en silencio.

Tras un rato de estupefacción, Samira nos explicó que el planteamiento de João era solo una hipótesis sobre la que todavía faltaban pruebas. No pude por menos que sentir que João iba por delante de todos nosotros, y que él sabía algo que los demás ignorábamos, como siempre, como en los viejos tiempos.

João aprovechó para recordarnos la hipótesis de la panspermia, que propone que la Vida podría haberse expandido por el Universo, viajando de planeta en planeta, de sistema estelar en sistema estelar, de galaxia en galaxia, cuando formas primitivas y microscópicas de Vida atrapadas en los hielos que vagaban por el espacio, de vez en cuando, caían en un planeta con mares de agua y éste era fecundado...

João sugería que Los Superiores aportaba una respuesta al origen de la Vida basada en la panspermia y, por sorprendente que nos pudiera parecer, apuntaba a que la Vida estaba en los hielos del Espacio Interestelar, alterados lentamente por la débil radiación del espacio. El nacimiento de la Vida era un fenómeno muy improbable, pero, por improbable que lo fuera bajo esas condiciones, el laboratorio de experimentación tenía el tamaño de todo el Universo. Al menos una vez se creó la Vida. Al menos una vez nació esa improbable primera molécula: El Ophir...

...Y, desde entonces, El Ophir no había hecho otra cosa que extenderse y viajar por el Cosmos.

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