Descifrando un enigma extrasolar

Una escritura sorprendente digna del mismísimo Jean-François Champollion.
Sonia Betancourt.

Los 67.425 signos encontrados en Karachi, el planeta de la civilización perdida, tenían un valor extraordinario. Podían suponer una auténtica revolución. La publicación de nuestro artículo científico conteniendo la totalidad del escrito extrasolar hizo que toda la comunidad científica tuviera acceso al milagroso mensaje de las estrellas. El mundo entero comenzó a estudiarlo desde los puntos de vista más diversos. En la Tierra los ordenadores más potentes fueron dedicados intensivamente a la labor de traducir el texto, si es que aquello era un texto.

Hablé con Sonia y le planteé organizar una macroconferencia en la universidad en la que todos los intelectuales del mundo pudieran poner en común sus avances. Ella se encargó. Era muy emocionante, porque con este proyecto podíamos cambiar muchas cosas. Conocer ese mensaje extrasolar podía iniciar una revolución sin precedentes. Por otra parte, no era la primera vez que nuestra sociedad se enfrentaba al desciframiento de una escritura misteriosa. En el pasado, los estudiosos habían descifrado escrituras olvidadas de antiguas civilizaciones, como los jeroglíficos egipcios, con notable éxito.

La conferencia se celebró en el paraninfo de la universidad, en la Luna. Nosotros dos estábamos sentados en la parte del estrado, en calidad de organizadores. El resto de los numerosos asientos del paraninfo formaban un semicírculo en torno a nosotros donde se ubicaban los expertos. Habían asistido en persona miles de intelectuales de todas las partes del sistema solar. Había incluso un equipo de cefalópodos europanos que, por cuestiones técnicas, se conectaba virtualmente. Sus hologramas eran visibles en la parte derecha del paraninfo.

Comencé dándole la bienvenida a los asistentes como Sembrador de Karachi y aportando una visión global del proyecto. Describí el planeta definiendo el contexto astronómico en que había sido encontrada la enigmática escritura. Después, Sonia tomó la palabra para exponer sus aportaciones iniciales sobre la disposición de los caracteres siguiendo un formato en bustrófedon. A continuación fueron pasando por el estrado los portavoces de diversos equipos que habían estudiado la escritura para ir dando sus opiniones, analizándola desde los más diversos puntos de vista.

Las primeras charlas pusieron de manifiesto que una de las claves que podía facilitar la labor de desciframiento era conocer la lengua en la que se escribía el texto. Por explicarlo en términos simples, es muy difícil leer un relato escrito en español si no se sabe hablar español. El Lineal B cretense y los glifos mayas fueron descifrados porque, respectivamente, el griego micénico y las distintas variantes de la lengua maya que estaban representadas en estas escrituras eran conocidas. Lo mismo ocurrió con las antiquísimas escrituras del Indo, que fueron descifradas durante la Edad Robótica cuando se comprendió que las lenguas dravídicas eran la clave de su interpretación. Pero no era nuestro caso, porque no teníamos forma alguna de conocer la lengua que estaba representada en la escritura extrasolar de Karachi, y esto era un grave problema. Bien podía ocurrir que nunca fuéramos capaces de descifrar este texto misterioso.

Algunos conferenciantes llamaron la atención sobre otro de los aspectos que suele ayudar. Hablaban del descubrimiento de inscripciones en las que una misma historia está escrita con varios sistemas distintos, y de los cuales uno al menos es conocido. Es el caso de la famosa Piedra de Rosetta, con un mismo relato escrito en jeroglífico, demótico y griego antiguo, y que fue esencial para el desciframiento del jeroglífico egipcio; o la Inscripción de Behistún, que ayudó a conseguir la traducción del cuneiforme. Por desgracia, tampoco parecía el caso de la escritura de Karachi, en la que no era posible encontrar este tipo de textos políglotas. Era otro problema más.

Todos sabíamos que no iba a ser fácil, pero había un aspecto positivo: las inscripciones componían un escrito que era enormemente extenso, teníamos muchas frases para analizar. Al menos eso era una buena noticia.

Ya llevábamos tres horas de conferencia y estaba planificada media hora para tomar un café y disfrutar de un rato de relajación. Gracias a Sonia aproveché bien el descanso. Ella me presentó a algunos de sus amigos y colaboradores.

Conocí a Felipe Mellizo, un experto en escrituras antiguas americanas, gran conocedor de los glifos mesoamericanos y los quipus incas. Me habló de una misteriosa escritura descubierta en la Isla de Pascua, llamada rongo rongo que, tras muchos cientos de años de esfuerzos, sigue resistiéndose a ser descifrada. Me explicó que la lectura de una escritura como la encontrada en Karachi podía tardar siglos o, incluso, no conseguirse nunca.

Otro de los científicos con quien me tomé un café fue Teresa Cifuentes, que me explicó algunas cosas sobre las escrituras del Mediterráneo prerromano. Me describió el caso de un tipo de escrituras iberas, un sistema que se sabe leer en gran parte, pero —y esto es sorprendente— como se desconoce la lengua que permanece oculta bajo la escritura, no se sabe encontrar significado a los sonidos que pronunciamos al leerla.

Después del descanso el ciclo de conferencias anunciaba su punto culminante, porque llegaba el momento de hablar de los expertos en epigrafía más importantes del mundo.

Le llegó el turno al prestigioso doctor Salvatore Grillo, de la romana universidad de La Sapienza. El estudio epigráfico del equipo liderado por el investigador italiano no descartaba totalmente que fuera una escritura alfabética porque, según su criterio, era lo esperable en una civilización avanzada. Se oyeron ruidos discrepantes entre los asistentes. Venían de la parte izquierda del paraninfo. Desde el principio, me había llamado mucho la atención comprobar que esa zona estaba ocupada por personas de raza oriental. Se lo hice ver a Sonia. Ella los conocía bien. «Son los ideográficos», me dijo en voz baja.

Enseguida una de las charlas posteriores, liderada por un experto en estadística del equipo de los orientales desechó el planteamiento del doctor Grillo de un plumazo. Un estudio estadístico básico de un pretendido sistema alfabético debería revelar la utilización de solo unas decenas de caracteres distintos —es decir, lo que se llama un alfabeto—, y no era así: había cientos y cientos de símbolos distintos.

El doctor Grillo discrepaba y se alzó entre los asistentes para insistir. Hablábamos de unos seres cuya biología desconocíamos. Bien podían ser seres con una capacidad fonética (si es que tenían algo similar a la lectura en voz alta), totalmente distinta de la nuestra, que daría lugar a un alfabeto muy complejo. Nuevos ruidos entre los orientales. Al final, tras mucho tira y afloja, Grillo concedió la posibilidad de que la abundancia de signos se explicase por ser una escritura silábica, en la que cada signo sería una sílaba. En ambos casos, tanto los alfabetos como los silabarios recogen los sonidos de una lengua subyacente, que no sería conocida, así que todos esperábamos que hubiera buena suerte y Grillo estuviera equivocado. El tema era complicado.

Seguidamente llegó la charla del prestigioso lingüista experto en lenguas orientales Trần Văn Dũng, de la universidad de Hanói, que planteaba un sistema ideográfico, en el que cada signo era un concepto. Se oyeron ruidos entre los de la parte central y derecha del paraninfo, donde los investigadores europeos y latinos se mostraban partidarios de un silabario. Trần Văn Dũng sugirió que, quizás, dentro del sistema ideográfico podían aparecer expresiones pictográficas, en las que cada concepto era descrito con un pequeño dibujo similar a la cosa representada. Nuevos ruidos mostrando desacuerdo.

También los europanos discrepaban, pero eso no era una novedad porque los europanos discrepaban siempre de todo. Además, estaban conectados virtualmente desde Europa, en Júpiter, y la señal tardaba más de 40 minutos en llegar y otro tanto en volver, así que, cuando abucheaban, uno no sabía muy bien qué era lo que los disgustaba.

El debate estaba servido. Continuas réplicas y contrarréplicas. Ruido, mucho ruido. Poco a poco, la discusión fue degenerando, llegando en algunos casos a gritos e insultos personales. Vi a alguno arrojar un objeto contundente a un adversario...

Me sentí profundamente decepcionado. Sin duda, este no era el camino a seguir. No habíamos avanzado nada. El texto extrasolar se mantenía impenetrable, intratable con las técnicas que estábamos aplicando. De alguna forma, de alguna manera, Sonia y yo comenzamos a pensar que esta escritura pasaría a la historia sin poder ser descifrada, como una rara curiosidad, y nada más.

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