Apocalipsis en Alfa Centauri
Asistimos atónitos a la destrucción de la civilización de los centauros.
João Pinto.
Aquella noche apenas pude dormir. Ya en mi casa, me sentía preso de una enorme agitación. Me descargué la versión traducida del texto que MENTE había dejado en las redes y la revisé una y otra vez. Febril, leí cada palabra, cada frase, cada párrafo de ese relato misterioso subrayando lo que me resultaba más sorprendente.
Su lectura me causaba un vértigo infinito. Me estremecía. En ese texto extrasolar cargado de arcanos simbolismos, de misteriosas ambigüedades, podían estar escondidas las respuestas a muchas preguntas que nuestra sociedad se había realizado durante siglos.
Llevaba muchos años buscando la Vida en el espacio; años de esfuerzos y sacrificios, y ahora disponía de este milagroso relato de Los Superiores que lo cambiaba todo. ¿Estaban realmente las civilizaciones avanzadas extendidas por toda la galaxia?
Con el paso de las horas el cansancio me venció. Caí dormido agotado sobre mi mesa de lectura. Permanecí sentado y con la cabeza entre los brazos mientras soñaba bajo una gran excitación. Recuerdo terribles pesadillas de las que no quiero acordarme. Al cabo de dos horas desperté de súbito, con un grito, bañado en sudor, jadeando. Me duché rápido, me puse ropa limpia y salí hacia la universidad llevando el ejemplar de Los Superiores bajo el brazo cuando todavía era de noche.
Nada más llegar a la universidad me dirigí al despacho de João. Sabía que él estaba allí. Entré sin pronunciar una palabra. Él tenía otra copia de Los Superiores encima de la mesa de su despacho. Me senté frente a él, y nos quedamos mirándonos fijamente, sin decir nada. Se notaban las grises bolsas que las ojeras formaban bajo sus ojos cansados. Estaba seguro de que llevaba ahí toda la noche. Me atreví a balbucear algo:
—Nunca imaginé... —dije, sin terminar la frase.
João decidió romper su silencio: «Todos los seres inteligentes somos extraños. Todos somos extraños. Muchos son anfibios. Muchos son animales terrestres que viven en el mar. Muchos son aves que no vuelan. Muchos son seres terrestres deformes con dos patas», recitó de memoria un párrafo de Los Superiores:
—«Seres terrestres deformes con dos patas» —repetí.
—La inteligencia es la respuesta de un animal frente al estrés medioambiental —dijo João—, una adaptación útil en la mayoría de entornos. Muchas especies se volvieron inteligentes cuando se vieron sometidas a numerosos cambios en su medio ambiente, y a un enorme estrés. Cada vez que un animal sufre una crisis, o se adapta o desaparece, o evoluciona o se extingue. Para sobrevivir desarrolla adaptaciones, como aletas o un caminar erecto. Evoluciona. Cuando un ser vivo cambia a menudo de ecosistema, entre las muchas adaptaciones posibles que pueden ayudarle para sobrevivir, elige la que es útil en cualquier medio: la inteligencia.
—Claro —dije—. Un animal que medra en entornos estables, a los que está perfectamente adaptado, y que nunca ha tenido dificultades en enfrentarse al reto de la supervivencia, no aumenta su encefalización porque no tiene presión ecológica ni motivos para hacerlo.
—Por eso los seres inteligentes de la galaxia deberían tener adaptaciones propias de diversos medios. ¿No es acaso el ser humano un extraño bípedo en un mundo de mamíferos cuadrúpedos? ¿No es extraño su caminar? Cuando hace millones de años un cambio climático obligó a nuestros ancestros homínidos a abandonar el medio arborícola para luchar por la supervivencia en la sabana, donde había depredadores cuadrúpedos mucho mejor adaptados, estuvieron a punto de extinguirse. Debió estar sometido a una presión evolutiva brutal de la que solo le salvó de la extinción su versatilidad, su capacidad para adaptarse a lo nuevo, su agilidad mental, su arma secreta: la inteligencia.
—Un ser deforme que anda sobre dos patas... —dije.
—¿Y no es el segundo habitante más inteligente de la Tierra, el delfín, un raro mamífero marino en un mundo de peces? ¿Un mamífero extraño e ineficiente, sin agallas, que tiene que salir a la superficie a respirar cada poco tiempo con su ridículo espiráculo?
—«Animales terrestres que viven en el mar» —cité.
—Quizá esto no es un hecho aislado en las estrellas: los seres inteligentes de otros mundos deberían mostrar rarezas similares. Extrañas adaptaciones, como las de los anfibios llamados «los Superiores», esos heptápodos con aletas que se mueven por tierra y por mar...
—La inteligencia es también un atributo de los depredadores —dije—. Los depredadores no solo suelen ser más fuertes que sus presas, además son más inteligentes...
No terminé la frase. Repentinamente, una luz roja se encendió en la holopantalla del despacho de João.
—¡Algo está ocurriendo en Baraka! —exclamó João.
***
El examen de los datos nos dejó perplejos. Todo apuntaba a que una enorme erupción volcánica se había producido en el centro del Mar del Cráter. El estruendoso fenómeno había tenido lugar en medio de una explosión descomunal.
Fue lamentable, pero no pudimos hacer nada salvo contemplar impotentes aquella terrible catástrofe natural cuatro años después, el tiempo que la información tardó en llegar desde el sistema centauro al sistema solar. No pudimos hacer nada para evitarlo.
El anuncio de que algo importante se estaba preparando en Baraka llegó cuando, de un día para otro, apareció en el centro del Mar del Cráter una negra columna de humo, oscura y amenazante, que no presagiaba nada bueno. Los navegantes que pasaban cerca de la zona central del mar oían ruidos muy intensos que les producían una enorme inquietud.
La columna de humo no dejaba de aumentar en volumen y los ruidos eran cada vez más frecuentes, mientras los desgraciados navegantes centauros abandonaban masivamente la zona del centro para refugiarse en los poblados de las orillas...
Y entonces ocurrió.
Una enorme explosión sacudió el mar. Después, más humo, más polvo, coladas de lava y materiales piroclásticos asomaron por la superficie marina. En el centro del Mar del Cráter había explotado una de las islas volcánicas. Esta isla era la cima de una montaña submarina que, a consecuencia de la explosión, se había desplomado parcialmente produciendo un colosal corrimiento de tierras submarino y, a consecuencia de ello, enormes olas.
Los infelices superpulpos estaban refugiados en sus ciudades a las orillas del mar, cerca de la desembocadura de ríos de agua dulce, a más de 1.000 kilómetros del centro del cráter donde se producía la temible erupción, creyéndose a salvo.
Fue entonces cuando a las costas del mar llegó el maremoto.
Una ola devastadora de más de 40 metros lo aplastó todo, destruyendo diques y poblados. Arrasó la mayoría de las construcciones realizadas por aquella civilización, matando de inmediato a muchos de ellos. La ola de muerte se internó varios kilómetros tierra adentro dejando allí abandonados los cuerpos sin vida de numerosos superpulpos centauros y los restos de su destruida civilización.
Los 300.000 centauros de Mex [Tic] fueron mucho más afortunados. El maremoto se moderó al llegar a las aguas poco profundas de la desembocadura del río, parándose con un enorme estruendo al llegar al poderoso dique que separaba la ciudad del mar hipersalino. El dique resistió. Esta situación produjo una enorme impresión. La catástrofe había estado cerca, muy cerca, pero seguían vivos. El agua hipersalina del maremoto que saltó por encima del dique aumentó la salinidad de las aguas internas de la ciudad, pero fue fácil solucionarlo abriendo el dique del río y permitiendo que sus aguas dulces entraran en el poblado.
Todas las embarcaciones disponibles de la ciudad salieron al mar hipersalino buscando supervivientes de otras poblaciones... Lograron encontrar algún superpulpo vivo, en condiciones muy difíciles, ya que en general el panorama era de total devastación.
Algo más de cuatro años después llegaron al sistema solar las holoimágenes enviadas por los microorbitadores de la asoladora erupción volcánica y el maremoto posterior. Los colonos supervivientes se comunicaron con el sistema solar pidiendo auxilio. Estábamos horrorizados.
Jacinto Cortado, el rector de la Universidad de La Ciudad de la Luna, convocó de forma urgente una reunión extraordinaria para analizar la situación del planeta. Asistimos los tres sembradores. Néstor, que vivía en la Tierra, se conectó por holoconferencia.
João nos describió detalladamente la catástrofe de Baraka. Las holoimágenes que se mostraban en la presentación nos estremecían. Jacinto Cortado solicitó algunas aclaraciones:
—¿Sigue el volcán activo?
—Sí, pero parece estar atenuando su actividad —respondió João—.
—Los diques estaban rotos y el agua hipersalina parece que ha contaminado casi todas las ciudades —continuó Jacinto.
—Ha sobrevivido uno de cada diez habitantes. Los pocos supervivientes han iniciado la reconstrucción poco a poco —dijo João—. La civilización ha retrocedido pero es cuestión de reparar los diques y repoblar las ciudades. Por supuesto, en el futuro los diques se harán mucho más gruesos y elevados.
—Entonces podemos entender que están controlando razonablemente bien la situación por sí mismos.
—Todo lo contrario, necesitan nuestra ayuda más que nunca. Deberíamos enviar todos los recursos posibles.
—¿Serviría para algo? —preguntó Jacinto Cortado, que era implacable cuando quería serlo—. La noticia de la erupción había tardado cuatro años en llegar al sistema solar, y nuestra ayuda tardaría cuatro años más en llegar al sistema centauro. No será útil.
—¡Necesitan nuestra ayuda! De hecho, es lo que nos están implorando que hagamos —dijo João a gritos, mientras mostraba una de las holoimágenes tomadas por los microorbitadores, con miles de cadáveres pudriéndose en el fango.
—Además, queda una cuestión —Jacinto parecía disfrutar con la situación—. Desde que ocurrió aquel desastre en el que asesinaron a los centollos autóctonos, los superpulpos centauros se han vuelto muy impopulares. ¿Quién querría ayudar a estos asesinos de nativos?
—¿Pero es que no lo entiende? —João gritaba furioso. Nunca le había visto tan excitado.
—La seguridad de las instalaciones es importante —respondió Jacinto, que no cedía—, y actualmente no puede garantizarse por los atentados terroristas. Como saben, se ha establecido una moratoria en la que no están permitidos los viajes a los planetas fuera del sistema solar...
—¡Es de vital importancia! —João seguía gritando—. Tenemos que seguir ayudando a esa civilización, llevamos décadas haciéndolo. ¡Es crucial!
—Denegado —zanjó el tema Jacinto Cortado.
—¡No está denegado! —gritó el doctor João Pinto, fuera de sí mismo.
La reunión terminó cuando, sin pronunciar ninguna palabra más, Jacinto Cortado se levantó y se marchó.
Desde aquel día, y hasta el fin de su vida, el profesor João Pinto cambió radicalmente. Aquel científico ingenioso y brillante que me deslumbraba con su sabiduría se volvió evasivo. No quería hablar conmigo ni con nadie. Esquivaba a todo el mundo. Poco a poco, se fue transformando en un hombre solitario, incluso hosco y huraño. Su comportamiento también llamó la atención de otros colegas, que me lo comentaban con sorpresa. Yo era su mejor amigo, y solían dirigirse a mí para hablarme de su extraña actitud. Consideraban que quizá había llegado el momento de su retirada. Yo al principio no estaba de acuerdo porque, aunque ya había superado la centena de años, João aún era joven. Yo sabía lo mucho que él valía, pero cada mes fue deteriorándose más: iba desaliñado y decían que era fácil sorprenderlo hablando solo. Me preocupaba. Intenté conversar con él muchas veces, pero era inútil. Me rehuía. Yo conocía bien cómo funcionaba la mente de João y sabía que su frustración era extrema. La moratoria nos asfixiaba a todos, pero a él de manera especial. No podíamos lanzar sondas a los exoplanetas más cercanos, incluyendo a Baraka. Era imposible progresar así y, por si esto fuera poco, un triunfante John Drake aparecía a menudo en los medios de comunicación con sus mensajes violentos...
Supongo que todos tenemos un límite a partir del cual ya no es posible resistir más, y João había llegado al suyo.
Empecé a temerme lo peor.
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