Algunos proyectos futuristas

Tampoco es para tanto. Al final todo siempre tiene solución.
Marcelo.

Tras la explosión de un estelador en el Centro de Control de Sondas Interestelares se había considerado una insoportable moratoria, un periodo durante el cual no serían enviadas sondas a las estrellas. El riesgo de más atentados era demasiado elevado.

Mientras, los servicios de inteligencia investigaban las conexiones en numerosas instalaciones tecnológicas de la trama terrorista llamada Black Stars. Conforme avanzaban las averiguaciones era sorprendente descubrir una tupida red de contactos, una red profundamente entretejida en la sociedad que captaba adeptos de manera continua. Era siempre la misma historia. Un empleado, un científico, un técnico o un directivo con una conducta intachable se radicalizaba; y, de un día para otro, en un proceso rapidísimo, un profesional con una trayectoria impecable se terminaba convirtiendo en un fanático sangriento y sin escrúpulos.

Se había corrido el rumor de que John Drake había sido visto en La Ciudad de la Luna. El terror y la sospecha continua nos había contagiado a todos. Muchas personas cuando caminaban se volvían para mirar sobre sus pasos y comprobar si eran seguidos por alguien. Había miedo en la sociedad.

Era un peligro. Los servicios de inteligencia estaban cada vez más preocupados por la situación. Lo último que había trascendido a la opinión pública era el descubrimiento de un nodo en la red con abundante información sobre Black Stars. El grupo liderado por John Drake estaba muy bien organizado. El documento más llamativo era una lista de objetivos para sus atentados, en la que aparecíamos João Pinto, Néstor Gutiérrez, Laura del Olmo y yo, Mateo Mendaña. También estaba el director del Gran Telescopio de la Luna que, aunque se había ido a vivir a Sicilia, seguía siendo Guido Tremontini. A partir de aquel día tuve que sufrir la inconveniencia de tener escolta. Yo la acepté a regañadientes, otros se negaron rotundamente a recibirla.

Marcelo, mi guardaespaldas, era un hombre tranquilo, silencioso y más grande que un radiador espacial. Siempre estaba ahí, velando por mi protección. Era un experto en seguridad que había vivido siempre en La Ciudad de la Luna, un policía experimentado que un día decidió mejorar su situación económica realizando trabajos de escolta, como este en los Servicios Especiales de La Ciudad de la Luna.

Al principio, su compañía me animaba, pero, con el paso del tiempo, empezó a parecerme cada vez más molesta. Es verdad que a menudo te olvidabas de su presencia porque casi no hablaba. Sin embargo, tenerlo encima todos los días era algo que enseguida empezó a parecerme muy agobiante. Así que a las dos semanas aprendí a quitármelo de encima. Era sencillo, aprovechabas un despiste, salías por una puerta trasera y gracias a eso podías tener intimidad durante el resto del día. A la mañana siguiente te lo encontrabas muy enfadado. Te explicaba que no podía hacer su trabajo así, que yo iba a conseguir que lo despidieran. Poco a poco, nos fuimos entendiendo, y llegamos a un acuerdo: yo le obedecía, pero, a cambio, dos tardes a la semana las tenía libres y me olvidaba de él.

Con el tiempo llegué a apreciarle. Todas las mañanas nos tomábamos un buen café en la cafetería de la facultad para despertarnos y charlar un rato. Marcelo no es que fuera muy locuaz, pero le gustaba escuchar lo que le contaba sobre las maravillas que estábamos descubriendo en los exoplanetas de las estrellas más cercanas.

—¿Crees que algún día las personas viajaremos a las estrellas como hacemos en el sistema solar? —le pregunté una vez, queriendo hacerle hablar un poco.

—Yo nunca he viajado a ningún sitio —me respondió, abúlico—, y eso de las estrellas parece muy lejano. Para mí está bien así. Aquí en la Luna se vive bien. No necesito viajar.

—¿Y no te interesaría conocer cómo son los seres vivos de otros planetas? —insistí.

—Depende.

—¿De qué depende?

Dio un trago del café para pensárselo un rato antes de responder:

—De cómo se haga. Es bueno ver qué hay en otros planetas, pero sin molestar a nadie. Me contaron cosas sobre unos pulpos asesinos que habíamos enviado a Baraka y que mataban y devoraban a todo el que pillaban.

—Entonces piensas, como yo, que deberíamos finalizar la maldita moratoria, y volver a enviar sondas otra vez, aunque solo sea para observar los planetas, sin aterrizar en ellos. Sin molestar a nadie.

—No sé.

—¿Cómo que no sabes?

—Para mí la moratoria está bien.

Marcelo era así.

La moratoria había dejado numerosos proyectos parados y los ingenieros estaban ociosos. Así que emplearon el tiempo y los recursos en estudiar la viabilidad de esas posibilidades futuristas para las que nunca había habido tiempo ni dinero.

Poco a poco, en la mente de algunos de nosotros se fue instalando la idea de que no podíamos seguir enviando esas diminutas sondas a las estrellas. Teníamos que pensar a lo grande, apostando fuerte; había que abandonar esta timidez y lanzarse al espacio en serio de una vez por todas. Los ingenieros pensaron que había llegado la hora de estudiar en serio la construcción de una nave interestelar como es debido, una nave grande, y dejarse de enviar solo unos gramos de masa en cada lanzamiento. Desde el punto de vista de la ingeniería naval no había grandes problemas. En nuestros astilleros se habían construido naves de muchos miles de toneladas. Solo había un aspecto importante y no era otro que el desarrollo de un motor que nos llevase a las estrellas.

Lo llamaron proyecto Centaurus.

Algunos técnicos de los astilleros se unieron para diseñarlo. Este avanzado proyecto planteaba la construcción de un motor de fusión nuclear. Era caro. De hecho, era escandalosamente caro, pero con tantos proyectos parados por la moratoria había recursos disponibles. Las primeras plantas de fusión datan de la Edad Robótica, cuando empezaron a construirse unos reactores muy grandes e ineficientes extrañamente llamados tokamaks (quizás un vocablo de origen japonés). Estos reactores quedaron enseguida obsoletos y dieron paso a los que hoy suministran la energía de nuestra civilización: los esteladores. Por desgracia, a pesar de numerosos estudios de viabilidad, había acuerdo en que los maduros y fiables esteladores no eran adecuados para construir el motor de una nave interestelar. También se estudió la posibilidad de la fusión por confinamiento inercial, que quizá daría lugar a naves más compactas, pero fue rápidamente desechada por los problemas de ingeniería mecánica que implicaba, en su mayoría aún no resueltos.

Es por ello que el proyecto Centaurus planteó una nave enorme impulsada por un motor de confinamiento magnético lineal, técnica no del todo dominada para la que era necesario más investigación y desarrollo. Hacía falta dinero, y mucho. La nave tendría la forma de un enorme cilindro hueco. En su superficie exterior se alojaban los módulos habitables, las bodegas, los depósitos de combustible y toda la maquinaría necesaria. En cambio, en el interior del cilindro estaría el más absoluto vacío interestelar, porque en esa cámara era donde se movería el plasma. Los iones del plasma eran controlados por unos potentes imanes superconductores que generaban un intensísimo campo magnético longitudinal, algo sencillo, nada que ver con los complicados campos magnéticos de los esteladores. Entonces se utilizaban microondas para calentar el plasma del interior del cilindro a cientos de millones de grados hasta alcanzar la fusión nuclear. Los iones se movían violentamente en sus trayectorias helicoidales siguiendo las líneas longitudinales del campo magnético. Claro, a proa la nave activaba un potente espejo magnético en el que el plasma rebotaba; sin embargo, a popa nada lo retenía, escapando al espacio a velocidades de varios miles de kilómetros por segundo.

Otro tema relevante de la nave era el combustible. Si los esteladores habituales utilizan protio, deuterio y a veces tritio, para una nave espacial era necesario un combustible más eficiente que no generase tantos neutrones, como es el He3. Este isótopo del helio no existe en la Tierra y tendría que ser obtenido en el sistema solar. Como siempre, la Luna ofrecía la solución: sería muy sencilla la construcción de minas de He3 en la Luna. Este es un proyecto que está dando a conocer La Ciudad de la Luna, con el objeto de atraer las inversiones necesarias para la construcción de las minas, y que podría hacer despegar todavía más la floreciente economía de nuestra comunidad. Estamos en competencia con los europanos, que consideran un proyecto alternativo —en mi opinión menos interesante—, basado en orbitadores en las capas altas de la atmósfera de Júpiter, en donde el He3 es muy abundante.

Los primeros diseños mostraban naves con un desplazamiento de más de 50.000 toneladas y que podían alcanzar los 10.000 km/s. Para empezar, un viaje del Centaurus a Alfa Centauri B pareció demasiado ambicioso, ya que tardaría más de cien años en llegar; así que como alternativa se planteó el objetivo más modesto de alcanzar Finis Terrae, el último planeta, ubicado en los lejanos confines de nuestro sistema solar. Pero Black Stars no permaneció impasible y amenazó en las redes con destruirlo. Eran amenazas que no podían ser tomadas a la ligera y los directivos que tomaban las decisiones abandonaron el proyecto.

En mi opinión fue un error inmenso cancelar el desarrollo del Centaurus. El terrorismo no podía condicionarnos de esa manera. Pero fue así. Mientras no se desarrollase nada mejor, seguiríamos con los medios actuales, y eso suponía una gran derrota.

Con la moratoria no se podían enviar nuevas microsondas al Espacio Profundo. Sin embargo, los telescopios seguían siendo utilizados. En particular, el Gran Telescopio de la Luna recibía de vez en cuando amenazas de bomba. Aunque su director, Guido Tremontini, había decidido irse a vivir a Catania, en la Tierra, el trabajo realizado por sus subordinados no se había visto afectado por la moratoria. Podían seguir utilizando el telescopio sin ninguna injerencia, y eso supuso su condena a muerte...

Debo reconocer que me conmovió la noticia de su asesinato.

Había un aspecto con el que el doctor Tremontini no estaba contento. El Gran Telescopio de la Luna solo apuntaba al hemisferio sur. Eso era fenomenal para estudiar planetas como Baraka o Jamsa, pero había numerosas estrellas fuera del alcance de este maravilloso telescopio, como la del planeta Bindi.

El enorme éxito del telescopio hacía que la comunidad científica rugiera y bramase por un telescopio gemelo en el polo norte de la Luna. Querían acceder a las estrellas del norte, pero no era tan sencillo. El polo sur de la Luna tiene unas condiciones excepcionales que no se dan en el polo norte. El polo sur se encuentra dentro de la depresión de Aitken, que no es más que el fondo de un inmenso cráter. Es decir, el polo sur está ligeramente achatado favoreciendo la presencia de regiones no iluminadas que daban lugar a muchas zonas frías siempre en sombras. A eso ayudaba el hecho de que había muchos cráteres, mientras en el polo norte no había tantos. Por desgracia, un análisis preliminar terminó revelando que las ubicaciones del polo norte no tenían la calidad requerida; quizá la mejor era el cráter Peary, pero la zona no era muy adecuada. Además, suponía añadir problemas logísticos. La Ciudad de la Luna estaba a menos de 200 kilómetros del polo sur. Habría que construir una nueva base lunar al norte. La iniciativa no prosperó y para las estrellas del norte hubo que conformarse con el telescopio espacial de 50 metros.

La base en el norte seguía siendo un tema recurrente. Fue Tremontini quien sugirió que si había que construir una base en el norte, el polo norte de Mercurio podría ser una buena idea. De esta manera, el llamado proyecto Mercurio se convertía en una oportunidad para habitar este interesante planeta. Mercurio es el planeta más cercano al Sol, y está a una elevadísima temperatura. Recibe muchísima luz, pero, a pesar de esa abrasadora insolación que sufre en general, en Mercurio hay cráteres en los polos siempre a oscuras, y a temperaturas muy bajas, con un fondo de hielo muy frío. Quizá alguno de los cráteres podía ser joven y relativamente desprovisto de hielo, es decir, una buena ubicación para un telescopio. De cualquier forma, un observatorio en Mercurio podría encontrar dificultades derivadas de la contaminación lumínica, un tema que podría ser mucho más preocupante que en la Luna.

Siendo como era un proyecto muy costoso, el doctor Tremontini se encontraba dando una charla a los responsables del AEM (Agencia Espacial de los países del Mediterráneo), en busca de apoyo financiero. Tremontini sabía que esa organización tan importante podía aportar cuantiosos recursos necesarios para sacar adelante un proyecto de tan enorme envergadura.

La conferencia se celebró en la ciudad española de Valencia, en la Ciutat de les Arts i les Ciències. La charla de Tremontini fue un éxito rotundo y consiguió numerosos apoyos. Sin embargo, el proyecto nunca se llevó adelante. Fue inmediatamente cancelado. Al salir de la presentación. Un desconocido. Un arma. Fue rápido. El doctor Guido Tremontini, el gran exobiólogo, quedó inmóvil en el suelo. Muerto.

La noticia no dejó a nadie indiferente. Todos habíamos tenido alguna discusión con él, pero Guido no merecía ser asesinado. Nadie lo merecía. Era la historia de siempre. El asesino era un radicalizado. Un hombre con una vida aparentemente normal se había dejado adoctrinar. El virus de la red había contaminado su intercomunicador, terminando convertido en un asesino sin escrúpulos.

Guido Tremontini había sido un gran científico con valiosas aportaciones, incluyendo el novedoso Catálogo de exoplanetas habitables. En vida no había sido una persona con un carácter fácil y algunas veces llegué a odiarle por su irritante actitud. Confieso que cuando la vida supo ponerle en su lugar y tuvo que irse a vivir a la Tierra, experimenté un enorme alivio; sin él, la Luna era un lugar mucho más confortable. No obstante, sentí profundamente su muerte, porque no solo tus amigos, también tus enemigos son parte de ti. Moría con él algo de mí.

Black Stars tenía que ser tomado en serio. La amenaza era real. Aparecieron en las redes holoimágenes escalofriantes de John Drake. El líder terrorista mostraba su satisfacción por el asesinato del doctor Tremontini y lo reivindicaba. Se alegraba. Se reía.

Cualquiera podía ser el siguiente.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top