10. Derrotada
Stella caminaba por el parque sosteniendo con fuerza las correas de los seis perros que van frente a ella guiando ya el circuito que es tan familiar para ellos.
Algo que le gustaba de ese trabajo extra es lo muy bien educados que están las mascotas de sus vecinos ya que no le dan problemas a la chica cuando los saca por las tardes. Al ir pasando por el área del parque llena de bancas logra reconocer a Charlie devorando un cupcake red velvet y junto a ella una caja con cinco más.
No lo pensó dos veces y dirigió sus pasos hasta ella junto a los seis perros que no ponen protesta alguna al seguirla.
—Sentados —ordenó y todos la obedecieron—, buenos chicos.
Metió su mano libre a la cangurera y sacó las galletas que les suele dar por ser tan obedientes. Al sentarse junto a Charlie comienza a repartir las galletas.
—Oh, hola, Stella.
—Gritona, eres la última persona a la que esperaba ver en el parque comiendo de forma triste una caja de cupcakes.
—Tengo uno de esos días.
—¿Las cosas no salieron bien en tu nuevo empleo? —subió la vista a ella al recordar lo que Charlie le comentó ayer.
—Envíe a alguien al hospital, con eso puedes hacerte una idea.
Se llevó el resto del cupcake a la boca llenando así sus mejillas al punto de que Stella terminó riendo porque Charlie parecía una ardilla.
—¿Con que era en serio eso de la mala suerte?
Charlie abrió la caja y tomó otro cupcake sin decir nada.
Su primer día en Daniels Empire fue demasiado para ella, lo único que le facilitó un poco las cosas era lo ordenada que resultó ser Esther ya que la chica tenia los calendarios de Kevin y Quinn muy bien elaborados y en sus apuntes todo es claro, pero aun así es más de lo que imaginó que haría.
Logró sobrevivir a su primer día, pero no muy feliz, incluso escuchó a varios colaboradores a la hora del almuerzo acusarla de haber herido a Esther a propósito para obtener su puesto y por ello terminó comiendo sola en una esquina del lugar bajo miradas acusadoras.
—¿Por qué no vas a tu casa y tomas un baño caliente? Debo suponer que eso es mejor que estar sentada aquí comiendo cupcakes.
No quiere enfrentar a Tony.
—Estoy bien aquí.
Stella asintió y se puso de pie.
—Acompáñame a terminar el paseo de los perros —le pasó tres correas—, vamos, quizás lo que necesitas es solo que la brisa golpee tu rostro.
Charlie sacudió sus manos y guardó la caja con el resto de los cupcakes en su bolso. Tomó las tres correas que Stella le ofreció y se levantó para comenzar a caminar.
Que Stella no insistiera en el tema hace que Charlie se relaje, aunque como era de esperar su paz es sólo momentánea.
Jazmín apareció en mitad de camino y un poco más atrás venían los padres.
Charlie recordó de inmediato que ellas dan caminatas por el parque todos los días a esta hora y esta vez se ha unido el papá. Pocas veces las acompaña y eso lo sabe por lo mucho que la ha espiado.
—¿Nuevo empleo? Te sienta bien pasear perros, Charlotte, ya que eres una perra.
—¿Disculpa? —preguntó Stella dando un paso al frente.
—Hola, Jazmín, como siempre... No es un placer verte —respondió Charlie.
—Te preguntaría cómo te trata la vida ahora que tu madre te dejó sin fondos y te largó de la casa —se ríe viéndola de arriba a abajo—, pero verte paseando perros y con esa cara de muerta es toda la respuesta que necesito.
—Eres una idiota, Jazmín —Charlie negó y miró a Stella—. Sigamos, ella y sus estupideces no valen la pena justo ahora.
Stella en ningún momento dejó de mirar mal a Jazmín, cosa que provocó que hasta los perros comenzaran a gruñirle a la pelirroja.
Charlie la tomó del brazo para caminar lejos de Jazmín, pero su cuñada no pensaba quedarse con la palabra en la boca.
—¡Las cartas de invitación a mi boda fueron enviadas hoy y no estás en la lista!
Charlie giró a verla.
—¡No me importa tu estúpida boda!
Los padres de Jazmín frenaron el seco al oír los gritos, incluso más personas que caminaban se detuvieron.
—¡Ni tú te crees eso!
—El mundo no gira en torno a ti, Jazmín —la señaló, en sus ojos hay un destello de locura, Charlie está a nada de perder los estribos—, si Zach quiere casarse con una manipuladora emperatriz del mal que solo quiere su dinero, ¡que lo haga! Tengo mis propios problemas y tú ya dejaste de ser uno de ellos.
Se giró con la cabeza en lo alto.
—Estúpida... —susurró Jazmín.
Pero para su mala suerte, Charlie la escuchó.
—Stella, sostén esto un segundo, por favor —le dio las correas y ella las tomó con rapidez.
—Tienes mirada de loca —dijo Stella.
Sacó de su bolso la caja con los cupcakes que aún le quedaban y los arrojó en dirección a Jazmín.
Uno quedo en su nariz, otro en su cabello y otro en su vestido por encima de su estómago.
Su cuñada gritó y entre risas incontrolables Stella dejó en libertad a los seis perros, que no dudaron en perseguirla y tumbarla sobre el césped a no mucha distancia.
El padre de Jazmín corrió para ayudarla.
—¡Eres una desgracia andante, jovencita! —gritó la madre de Jazmín a Charlie.
—Y usted trajo a este mundo a un demonio, ¡¿quién es peor?! No me haga pelear con usted, vieja bruja, que me agarraron en un mal día y soy capaz de todo.
La mujer llevó una mano a su pecho, indignada y se alejó con velocidad.
Stella lanzó un silbido y todos los perros dejaron de rodear a Jazmín para volver con ella. Recogió las seis correas y así mismo a Charlie del brazo para caminar fuera de allí.
—¿Sabes? Ahora sí te creo, tu mala suerte es indiscutible —dijo Stella y sin poder evitarlo comenzó a reír, cosa que Charlie terminó también haciendo.
—Si existe Charlie, existen problemas... La regla no la inventé yo, fue mi madre y todo aquel que me conoce solo lo confirma.
—Lo confirmo —Stella asintió.
Charlie detuvo el paso cuando ya estaban muy lejos de la caótica escena que dejaron atrás.
—Gracias por no dejarme sola allí.
—¿Bromeas? Esa presumida pelirroja no merece que estos tiernos perros la ataquen, merece una silla directo a la cara.
—Intenta una mesa.
—¿Estás bien? —Stella dejó de sonreír, mostrando ahora genuina preocupación por Charlie.
—Sí, estoy bien... Creo que ya debería ir a casa, tomaré ese baño caliente que sugeriste y me iré a dormir, ha sido un día demasiado agotador.
—Y eso que todavía no ha caído la noche, gritona.
—Bueno, pues yo ya tuve suficiente.
—Charlie... —la llamó antes de que se alejara del todo—, sé que no tienes celular, pero si necesitas hablar con alguien ahora ya conoces los tres lugares donde puedes encontrarme.
Charlie sonrió de labios cerrados.
—Gracias, Stella.
❁❁❁
Charlie sacó la llave del cerrojo cuando la puerta del departamento se abrió.
Lo primero que captó su atención es que el lugar se encontraba iluminado con velas de un rico olor a lavanda.
—¿Tony?
Cerró la puerta y al avanzar lo vio.
—Lo siento mucho, muñeca.
Su novio apareció con un ramo de rosas enorme y ojos asustados.
—¿Qué es lo que sientes? —preguntó, cansada.
Se quitó el bolso y arrojó las llaves al sofá.
—Te lastimé, ¿no es así? —lágrimas comenzaron a resbalar por las mejillas del chico—. Muñeca, tú sabes lo mucho que te amo, no fue mi intención, estaba...
—Borracho —Charlie se acercó hasta él y tomó el ramo de rosas—, lo sé. Tranquilo, ya todo está olvidado.
—¿De verdad? —llevó sus manos a las mejillas de la chica y con sus pulgares trazó círculos suaves. Charlie cerró los ojos disfrutando de forma culposa aquel acto.
—Sí, pide algo de comer, mientras yo me prepararé una ducha caliente en la bañera.
—De acuerdo, muñeca, lo que tú quieras —le dio un beso corto en los labios y ella se alejó de él sosteniendo el ramo de rosas contra su pecho.
Estando sola en el reducido espacio, hizo lo que dijo que haría.
La bomba de jabón se esparció en el agua caliente y cuando estaba ya lista se ató el cabello en un moño alto y se desnudó para sumergirse dentro sintiendo sus músculos relajarse al instante.
Se quedó en silencio, oyendo sólo el desconcierto en su cabeza y es allí cuando vio el ramo de rosas reposando a poca distancia de ella. Estiró su mano y lo tomó para comenzar a arrancar de forma lenta los pétalos y estos formaron de a poco una capa roja sobre el agua.
Ni cuenta se dio cuando ya había arrancado todos. Solo sacó los tallos llenos de hojas y el plástico que los cubría y recostó su cabeza en el borde de la tina.
No quería llorar porque es algo que odia, cuando lo hace siente que es débil, pero es inevitable no sentirse derrotada.
—¡Muñeca, ya llevas más de una hora allí y la comida se va a enfriar! ¡Pedí de ese restaurante panameño y creo que te va a gustar la elección!
Sorbió su nariz y limpió sus lágrimas. Se puso de pie y enrolló la toalla sobre su cuerpo.
—¡Salgo en seguida!
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