Epílogo.
La madrugada era fresca como lechuga, oscura y misteriosa como los badboys de la preparatoria, olía a una inminente victoria aplastante sobre un anciano decrépito, y, a Versace Eros Flame, la fragancia para un hombre fuerte, apasionado y confiado como lo era el mismísimo Apolo, alias daddy rico, alias, señor del sol, alias, hombre exitoso del mañana. ¡Quien acababa de ingresar dentro de la cueva del mismísimo lobo Midas, cof sin dientes cof, sin miedo a las represalias o a otro posible secuestro! Porque era un hombre con dinero, y en Estados Unidos, era lo único que importaba para tener éxito. ¡Amenazas con olor a dólares!
Eran las cuatro o las cinco, el señor Solace no lo sabía bien, porque el reloj de oro y solo Dios sabe cuántos quilates, era analógico y él no podía leerlo porque tuvo una pésima profesora en primaria. ¡Pero qué importaba! Lucía genial usándolo, junto con los demás anillos de oro y cadenas, y un arito más brillante que la sonrisa de su hijo. Porque si iba a ganarle a Midas, ¡lo haría en todos los ámbitos! Llevaba una gabardina hasta las rodillas, una camisa azul con botones de versace, pantalones negros y zapatos Vizanos, y un mayordomo que no iba a dudar en usar como un arma si la situación lo ameritaba... o sacrificarlo.
Podría haber muchos Godfreys en el mundo, pero nunca otro Apolo como él. Godfrey lo entendería.
—Te lo concedo —inició Midas burlonamente, después de que se recolocara la dentadura con disimulo—. Tienes agallas para venir hasta aquí, después de que tu hijo hizo este desastre en mi casa —abrió los brazos para abarcar todo el lugar—. ¡Tienes huevos!
—De oro, y mucho más grandes que los tuyos —contestó el señor Solace, quitando una pelusa invisible de su manga.
Midas ordenó a sus empleados que trajeran sillas y una mesa, como estaban tiradas alrededor de la sala, fue cuestión de colocarlas nuevamente en el medio del lugar, y darle un par de sacudidas para quitarles el polvo. A su vez, el señor Solace no pudo evitar notar que muchos de los empleados cojeaban o se habían puesto vendas en los brazos. Una de sus cejas se levantó divertidamente, y acto seguido, se sentó delante de Midas elegantemente, mientras se cruzaba las piernas y posaba las manos entrelazadas adecuadamente sobre sus rodillas. Godfrey permaneció de pie detrás de él, a unos cinco metros, con las manos en la espalda y el mentón ligeramente elevado como una estatua renacentista.
Un momento después, Midas se dejó caer en su propia silla. Sí, se dejó caer. Parecía que no podía quedarse derecho mucho tiempo, con la espalda y el cuello algo torcidos, como si algo le hubiera aplastado la espina dorsal. Apolo podría haberlo ayudado con algún masaje fisioterapeuta, pero, ya saben, a Apolo generalmente le caían mal los viejos degenerados que secuestraban a bonitos chicos que a su hijo le gustaban.
—Entonces... —inició Midas con voz rasposa, y la mano estirada en garras sobre la mesa—. Señor Solace...
—¡Espera! —Apolo había levantado la mano, interrumpiéndolo de sopetón, y provocando en Midas una mirada de enfado. Apolo le devolvió la mirada, con una de indignación antes de exclamar—: ¿Qué clase de hospitalidad es esta? ¡Aún no me han preguntado qué quiero de beber!
Un tic nervioso empezaba a tiritar el párpado izquierdo de Midas.
—Quiero una taza de té, por favor —continuó Apolo casualmente, mientras se peinaba el brillante pelo rubio hacia atrás con los dedos.
Inmediatamente, uno de los empleados se acercó y golpeó la mesa con un puño. Apolo dio un respingo, y estaba a punto de quejarse cuando notó que el puño que había aterrizado sobre la mesa delante de él, en realidad había dejado una taza en su lugar. En seguida, aquel hombre brusco la llenó hasta el tope de whisky, de una petaca escondida en su bolsillo, hecho eso, luego sumergió un pequeño saquito de té en su interior.
—Oh —Apolo alzó las cejas, impresionado. Agarró la taza, y disfrutó un poco del aroma—. Normalmente no suelo tomar mi té negro así, pero me gusta. Muy novedoso. ¡Gracias! —le dio un sorbo, sin inmutarse, y asintió apreciativamente.
El empleado—guardia de seguridad que le había servido, quien tenía hermosos ojos castaños por cierto, y músculos abultados con un tatuaje de la bandera de Brasil en su cuello (¡Ay, Apolo, estás casado), no sabía cómo reaccionar al halago que había recibido por primera vez en su vida por su trabajo. Jugó casi tímidamente con la punta de sus pies, pareciendo querer decir algo hasta que, vio la mirada oscura de su jefe y decidió mejor largarse cuánto antes.
Midas gruñó de malhumor, al mismo tiempo que se encorvaba ligeramente hacia la mesa, como si quisiera apoyarse contra ella. Apolo casi pudo oír sus articulaciones sonar como nueces siendo quebradas. Aún así, el viejo todavía tenía la energía para, con dedos temblorosos (el dedo índice y anular los tenía vendados), sacar un puro de su bolsillo, y levantarlo a la altura de su barbilla, con una mirada significativa hacia otro de sus lacayos. Al siguiente minuto, el ligero aroma a tabaco casi se sobrepuso al olor del whisky con té negro que Apolo seguía sorbiendo tranquilamente.
—Ahora bien, Señor Solace —inició por segunda vez Midas—, seguro ya sabe...
—Vayamos al grano, Midas, señor cochino que le gusta encerrar a inocentes jovencitos en estado de pura indefensión e ignorancia —escupió Apolo sin piedad, mientras Midas se quedaba mirándolo boquiabierto, hasta el punto de que casi se cayó de la silla. Los guardias a su alrededor, lucieron igual de sorprendidos, e inmediatamente empezaron a murmurar de forma no muy discreta. Con un profundo ceño fruncido, Apolo continuó severamente—: ¡Señor, debería darle vergüenza! Ya con esa edad ¿y todavía actuando como un ridículo y sinvergüenza niñito encaprichado por un juguete que sus papis no le quieren comprar? ¡Me da asco! ¡Mucho asco!
—¡OIGA, TENGA CUIDADO DE CÓMO ME HABLA...! —Midas estaba patidifuso, apenas había logrado articular esas palabras cuando de nuevo, Apolo lo cortó con otro vómito de regaños.
—¡Ah, no!, ¡usted cuide sus palabras conmigo!, ¿escuchó? —Apolo lo apuntó con un dedo lleno de espíritu retador, y después de dar otro sorbo a su té, agregó—: Que no sólo soy un guapísimo y renombrado doctor especializado, sino también un guapísimo y letrado abogado, además de músico, poeta y bailarín ocasional para Broadway en mis tiempos libres, ¿ha entendido? —giró el dedo con el que lo apuntaba, y luego se movió un mechón de la frente—. ¡Lo que me faltaba, que un viejo cochino como usted me irrespete! ¡Já!
—¡Pero si usted está en mi casa!
—¡Y vaya desorden por cierto!
—¡Desorden que SU hijo dejó! —masculló Midas entre los dientes, con las ansias de saltarle a la yugular brillando en sus ojos.
—Esa no es ninguna excusa —objetó Apolo, descruzándose y cruzándose nuevamente de piernas—. Hago fiestas que terminan en un desastre más desastroso que esto, pero a la hora de recibir invitados de un nivel de importancia iguales a mí, no dejo que ninguna sola mota de polvo sea vista en su presencia.
Midas compartió una mirada de incredulidad con uno de sus empleados, como si lo estuvieran grabando para un Show de entretenimiento que no sabía. Apolo carraspeó.
—Así que, representando a mi cliente, Nico di Angelo, ¡exijo pertinentemente la anulación de la deuda con la que ha sometido a mi cliente por un largo período de tiempo absurdo y abusivo! —Midas había estado a punto de explotar, pero ni siquiera soltó la primera sílaba antes de que otra retahíla de palabras aún más descaradas hubieran salido de los labios del Señor Solace—. Y de acuerdo a la sanción, la nulidad del contrato implicará dar el dinero que le fue prestado, sin intereses. Si el prestamista, o sea usted, ya hubiera llegado a una suma superior a lo inicialmente prestado, al prestamista de nuevo, usted, deberá devolver al prestatario, o sea mi cliente, por supuesto, toda la cantidad que exceda de lo originalmente prestado. ¿Alguna duda?
—¿Me está amenazando? —Midas golpeó la mesa con un puño, y el puro se cayó de sus labios, rodando por el suelo hasta tocar la punta de los zapatos de Apolo—. ¡No sea ridículo! ¡Aquel marica de mierda no puede amenazarme a mí! ¡¡¿Se le olvidó que es un prostituto de mierda que se robaba mi dinero?!! ¡Puedo usarlo en su contra!
—Hágalo, pero no le conviene, ¿sabe? —Apolo alzó una ceja—. Porque le haré una contrademanda por usura, señor de intereses abusivos.
De nuevo, Midas se había quedado sin palabras.
—Haberse aprovechado de la inexperiencia de mi cliente, de lo limitado de sus facultades, ejem —(Nico no tenía por qué enterarse de que lo llamó tontito)—, para imponer una tasa de intereses tan elevada, entra en los parámetros de la usura. Así que esto es lo que haremos, Midas, mi viejo y arrugado amigo, usted, recibirá mi dinero para finalmente cancelar esa problemática deuda con Nico di Angelo, y no se atreva a jugar conmigo con sus intereses desproporcionados, pagaré la deuda de contado, así que no quiero ni oír hablar de intereses porque me hará enojar, y usted no querrá verme enojado. ¿Verdad Godfrey?
—En efecto, mi señor Solace —contestó el mayordomo.
—Así es, ¡bueno! —Apolo se puso de pie de forma abrupta, causando una avalancha de respingos entre la multitud que había estado oyendo en silencio tanto como el anonadado viejo casi calvo de Midas—. Mi secretaria se pondrá en contacto con usted para pedirle su número de cuenta y enviarle el dinero. Sin más que agregar, me despido gratificantemente. ¡Qué bueno es tener dinero!, ¿no lo cree? En fin, bye bye.
Con un movimiento de dedos, para llevarse elegantemente el pelo brillante y sedoso y muy rubio hacia atrás, el señor Solace se dio la vuelta y se encaminó hacia la salida de la misma forma en que había entrado: con total soltura como si entrara a su empresa. Sin embargo, a mitad de camino, Apolo divisó a aquel guapo y muy musculoso brasilero que le había servido el té con Whisky, y sin dudarlo un segundo, cambió el rumbo de sus pies hasta que se encontró delante de él, frente a frente.
—Ah, no resisto ver tu potencial siendo desaprovechado en este lugar —Apolo chasqueó la lengua, y sacándola de quien sabe donde, colocó una de sus tarjetas de presentación en uno de los bolsillos del brasilero que tenía cerca del corazón—. Si quieres un mejor trabajo, y un jefe más guapo, llámame, ¿sí? —luego, dándole un par de palmaditas, más de las necesarias, Apolo se marchó.
Y así, el señor Solace, terminó fácilmente y en unos poquísimos minutos, todos los meses de dolor y sufrimiento que Nico y sus amigos habían pasado tratando de resolverlo. Demostrando una vez más, que en este país demócrata y capitalista, lo único que realmente importaba, era el poder, el dinero, y un impresionante porte cien por ciento estadounidense. ¿Qué este era un mensaje totalmente atroz, clasista y para nada inspirador? ¡Qué más daba! Pueden elegir quedarse con el mensaje de que lo más importante es el amor. Pero lo más importante aquí es: que finalmente, Nico, Percy y Jason, consiguieron su libertad.
Seis meses después el bar-restaurante de Apolo rebosaba a reventar de clientela femenina. Contratar a ese extraño grupo de chicos que había encontrado en su casa en aquella noche, había sido la mejor decisión publicitaria que había tomado en el último año. Eran trabajadores, jamás se quejaban de los horarios, pagaban su cuota del "préstamo" sin necesidad de recordárselos, y eran tan amables con los clientes que incluso habían roto el récord de propinas.
Era jueves, y era noche de chicas. El uniforme debía ser mayormente turquesa, porque el rosa sería en extremo convencional. Las camisetas se apretaban sobre los músculos, los pantalones blancos parecían apenas poder soportar sus glúteos bajo la tela, y los patines de cuatro ruedas, del mismo color de la camiseta, en sus pies los colocaban a una altura perfecta por sobre la mesa para poder admirar sus muslos cada vez que alguien los llamaba para la orden. También llevaban un sombrerito de heladero en la cabeza, solo porque Apolo consideró que se veía "classy".
Justo en ese momento, Percy estaba tomando la orden de un par de chicas que estaban sentadas en una de las mesas de la izquierda. Una de ellas era rubia, con su cabello atado en una coleta alta y rizos como de princesa cayéndole por encima de su hombro derecho. Sus labios delgados se movieron rápidamente, mientras que sus ojos grises subieron lento, hasta mirar el rostro de quien la atendía. Pareció decir algo burlón, porque su amiga del frente rió, y Percy tuvo que removerse ligeramente incómodo, pero secretamente complacido.
Después fue el turno de la chica morena de hablar. Ella parecía estar pasándola de lo lindo, riendo en voz alta, su perfil hacía que resaltaran sus rasgos mestizos, su cabello castaño caía suelto por su espalda en una cascada de capas desiguales y su piel estaba tan dorada por el sol, que recordaba al tono de los granos de café tostados. Ella miró a Percy para decirle algo también, pero su atención cambió de rumbo por completo cuando Jason Grace se deslizó hacia la mesa, con una bandeja en su mano derecha, tal y como lo hubiera hecho Superman, para rescatar a su amigo de esas chicas lujuriosas que lo acosaban.
Él puso ruidosamente un par de vasos sobre la mesa, y con el ceño fruncido comenzó a servirles el agua, cortesía de la casa. Quizá su intención era asustarlas, pero no logró intimidar a nadie, por el contrario, sus brazos se marcaron bajo su camiseta y a chica morena incluso tuvo la desfachatez de punzar uno de ellos con la larga uña de su dedo índice, con la cara de sorpresa más pura que podía reflejarse en ese rostro. Esta vez fue turno de la rubia de reír.
Nico, quien los había estado observando desde la barra, consiguió apenas escuchar algo como: "Es el cumpleaños de Annabeth, ¿a qué hora salen, no quieren venir con nosotras?", pero para ser sincero consigo mismo, no estaba seguro de que el nombre fuera así, o de que realmente fuera su cumpleaños. Tampoco estuvo seguro de si les ofrecieron dinero o no. Tenía, a decir verdad, sus propios problemas frente a sí mismo, donde otra chica morena, no dejaba de pedir bebida tras bebida, de nombres cada vez más lujuriosos, y hacerle ojitos de perro con hambre.
Ella había dicho su nombre, mientras pasaba su trenza de un lado de su cabeza hacia el otro, pero a Nico ya se le había olvidado porque simple y sencillamente no le interesaba. Estaba tratando de hacer la mezcla correcta que el bartender habitual le había enseñado, ya que ese día la casa estaba tan llena que había solicitado su ayuda, y esta mujer no dejaba de fastidiarle la existencia con sus coqueteos absurdos.
Nico había querido gritarle: SOY GAY, ¿entiendes? Pero, tampoco quería que al día siguiente hubiera una fila gigantesca de gays luchando por meterse en los pantalones del sexy mesero. No, no. Ya había aprendido la lección, poner un precio sobre su cabeza, no sería algo que volvería a hacer voluntariamente. Por otro lado, tan pronto como la chica loca le dejara una buena propina, él no tenía problema en reírse de sus chistes idiotas.
Tenía que usar este maldito uniforme que cada día cambiaba a un color más vergonzoso que el día anterior, al final de su jornada le dolían los pies y los oídos a causa de la fuerte música, y ser amable con los clientes sin importar lo difíciles que fueran, le agotaba el alma a cada segundo, pero aún así... Este era el mejor trabajo que Nico había tenido en toda su existencia, y lo cuidaba como si fuera su razón para vivir.
—¿Y tienes novia? —preguntó la chica de posible origen latino—. No sé, creo que estoy sintiendo una especie de... química entre nosotros, ¿no lo crees así?
"No, realmente no" —Nico no le contestó porque no era estúpido. Le llenó la copa con la bebida terminada y le sonrió. Tenía un pendiente de oro en una oreja y uno de plata en la otra, esta era una buena propina segura, casi podía oler el dinero en su perfume de vainilla.
Se giró para atender al hombre pelirrojo con camiseta pro feminismo, que venía acompañando a sus amigas y que estaba siendo ignorado olímpicamente por ellas como el soldado caído que era, puesto que ellas bailaban solitas sin necesidad de que nadie las estuviese acompañando. Les sirvió una cerveza blanca, y lo dejó sufrir en paz. Al intentar salir de detrás de la barra para ir a rescatar a Percy y Jason de las garras de quienes ya estaban a punto de atraparlos como si se trataran de un par de pokemones, se detuvo al encontrar en la esquina de la misma una fotografía.
Por un momento, no pudo evitarlo, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo al recordar ciertas fotografías horribles que no quería volver a escuchar mencionar en toda su vida, pero al segundo siguiente, se relajó, al notar que esta estaba a colores.
Era él, un momento antes, batiendo la bebida de la chica latina. Estaba de perfil, y se veía genial. Levantó la instantánea en una mano, solo para observar mejor, aún confundido, y cuando regresó su vista hacia la barra, había alguien sentado ahí, y no se veía muy feliz. De igual modo, estaba guapísimo, como siempre.
—Si esa chica sigue acercándose a ti y mirándote de ese modo, la voy a agarrar de su trenza y la golpearé contra la barra— dijo él, por cierto, hijo del jefe—. Primera advertencia.
Luego colocó una cajita sobre la barra, y le quitó la tapa para que Nico viera la Polaroid nueva, moderna y bonita que había ahí. Incluso era negra, con el logo de arcoíris de la marca, una brillante y coincidente ironía.
—Quería dártela en nuestro aniversario, pero soy horrible en eso de esperar y además no sabía si sería adecuado —se inclinó sobre la barra y colocó la cabeza sobre la palma de su mano, mientras su codo era el principal soporte—. ¿Te gusta?
Con la punta del dedo, Nico rozó suavemente la tapa de la cámara, olvidándose por completo de sus amigos en problemas. Sus labios se estiraron en una sonrisa antes de decir:
—Por un momento me asusté, no creí que la chica de la trenza fuera una loca acosadora, pero ver una fotografía mía de este modo, casi me hizo sospechar de ella.
—Podemos fingir que la tomó ella, y así tendré justificación para golpear su cabeza contra la barra, ¿qué tal? —devolvió Will, aún con su sonrisa de ángel sobre los labios, como si no estuviera amenazando a alguien más. Obviamente no lo decía en serio, simplemente ya conocía muy bien el tipo de humor oscuro que le agradaba a Nico.
—Ufff... Yo te ayudo, no quedará un solo pelo en su vacía cabeza —le contestó él, inclinándose sobre la barra solo para estar más cerca de su ahora novio oficial—. ¿De acuerdo?
—Me parece estupendo, ajá, ajá —Will asintió una sola vez, con firmeza. Nico se alejó de él rápidamente, solo para volver a tomar la coctelera y prepararle la bebida de la casa. Que era, por cierto, la bebida de la casa, porque era la favorita de Will: jodidamente dulce, y ligera de licor. Después de un rato, cuando Nico le entregó la copa, Will volvió a hablar, aún mirándolo con la expresión de eterno enamorado.
—O... podría besarte ahora mismo para que sepa que debe alejarse —dio un sorbo de la bebida y sonrió incluso de forma más brillante que antes.
—Mmmm... tentador —Nico fingió pensárselo un momento—, pero me gustan más los golpes
—¿Ah, sí? No me habías dicho eso antes...— Will de inmediato cambió la intención en el tono de su voz— Tendremos que experimentar más tarde... No sé... ser un poco más rudos.
—No me refería a eso...— Nico no pudo evitar sonrojarse un poco, especialmente porque en su mente apareció una imagen muy sugestiva que el tono de Will le había evocado, sobre una ocasión anterior. Sin embargo, tan solo un par de segundos después, toda su expresión empalideció por completo, su cuerpo se tensó, y la respiración le falló: un mal recuerdo se había colado. Uno en el que estaba atado en un sótano, muerto de miedo.
Will notó de inmediato el momento en que Nico se estremeció, se levantó en segundos, completamente alarmado, pero, Nico consiguió estabilizarse a sí mismo justo a tiempo. Las charlas con la psicóloga estaban, al fin, después de tanto tiempo, dando resultado.
—No más golpes para mí por al menos un año —terminó contestando, con tono de broma, pero sujetando firmemente la mano de Will para que él se relajara también. Después de un momento, de forma titubeante, agregó—: Aunque no me molestaría ir a un lugar más privado contigo después de mi turno para... hablar...
El corazón de Nico empezó a latir locamente en el instante en que soltó la invitación. No estaba seguro de si era de miedo, o expectación, o emoción, pero una buena parte de él, en los últimos días, había empezado a desear nuevamente sentir el contacto cuerpo con cuerpo. No había dado el primer paso esperando a que Will lo hiciera, pero por eso, habían pasado meses desde que habían tenido intimidad. Nico estaba listo, pero no sabía cómo pedirlo sin parecer tan descarado.
—Podemos ir ahora —dijo Will, pero su ceño seguía un tanto fruncido, preocupado por la reacción anterior de Nico que apenas y había logrado ocultar—. ¿Quieres tomarte un descanso? La oficina de mi padre está desocupada.
—Estoy bien, no fue nada —contestó Nico—, y no puedo escaparme de mi trabajo. Se supone que debo cumplir mi horario, ¿entiendes?
—Técnicamente... —Will se inclinó de nuevo sobre la barra, si la chica de la trenza los estaba observando, ya no había modo en el que no pudiera comprender que eran tan gays como el arcoíris—, soy tu jefe, así que con mi permiso si puedes ausentarte.
—Eres el hijo de mi jefe, no mi jefe... Y si mí jefe se entera que me fui para toquetear a su hijo, probablemente se enoje incluso más.
Will alzó un poco las cejas, y luego se sonrojó, al caer en cuenta finalmente, de para qué, Nico había pedido un momento a solas con él. Se rascó tímidamente la punta de la nariz, y con una voz bochornosa mezclada con alegría, dijo:
—No, no es así, para nada —Will negó con la cabeza, haciendo saltar un poco de sus rizos como resortes—. No lo conoces como yo. Es más, puedo asegurarte que si se entera que te fuiste conmigo para manosearme, te va a pagar incluso horas extra y te cubrirá como mesero. Y... y...
—Cierra la boca —Nico rodó los ojos.
Will inmediatamente lo agarró de las manos, y casi suplicó:
—Anda... Vamos... nadie va a notar tu ausencia.
Nico echó una mirada hacia sus amigos que estaban siendo, una vez más, desnudados visualmente por la clientela. Al parecer, ese siempre sería el destino de ambos. Cuando se dio cuenta que estaba perdiendo fuerza en su decisión, zarandeó su cabeza como para despejarse y repitió:
—No, ya dije que no.
—Por favoooor —Will estaba poniéndole ojos de labrador pidiendo comida, y Nico era débil ante esa mirada, débil cuál señal telefónica en la montaña, o papel mojado con saliva, o huesito de persona expuesta a la radiación.
—Pero si tu padre se entera... —Oh no, su voz había flaqueado.
—No se va a enterar... lo juro —Will lo dijo con total seriedad, con la seguridad de alguien que ha hecho algo cientos de veces, excepto que era falsa seguridad puesto que no sabía el futuro y Apolo realmente podía llegar en cualquier momento—. Palabra de explorador... Pero si se entera, no estarás en problemas, lo prometo. Usaré la mirada de niño mimado de mi repertorio, número cinco, ya verás, todo está perfectamente controlado.
Nico guardó silencio unos segundos, luego, con duda, dijo:
—Mmm... quizás... solo debería descansar... nada de toqueteo aún...
—Claro —Will sonrió, comprensivo—. Me gusta hablar contigo, ya lo sabes. Nada de manoseo todavía.
—Nada de manoseo —susurró Nico.
Sí hubo manoseo, de hecho mucho más que manoseo. Nico no supo si fue la mirada de Will la que empezó en cierto momento dado, o si fue el hecho de que colocó sus piernas sobre el regazo de Will, y empezó a moverlas, quizás, deliberadamente sobre su entrepierna hasta que la cosa se calentó más rápido que un volcán.
En la oficina de Apolo, que se encontraba en la parte posterior del establecimiento, tan bien alejada y equipada, Nico respiró con alivio cuando Will le quitó el sombrerito de heladero de la cabeza, y luego, le quitó los patines lentamente, tomándose su tiempo para darle un masaje a sus pies. Era la primera vez que alguien lo atendía a él, en lugar de hacerlo él, y la experiencia fue inmensamente grata. Se sintió querido y bien cuidado, adorado mientras los dedos de Will subían hasta sus pantorrillas y luego muslos, y luego más arriba.
Lo único de lo que estuvo seguro fue que, en un segundo simplemente habían estado sentados en el sofá de cuero para invitados, y al segundo siguiente, Will estaba sobre él, besándolo en los labios tan sabrosamente que le hacía burbujear todo el cuerpo, como si se hubiera convertido en una Coca Cola andante, o como si fuera una bebida siendo batido en la coctelera sin piedad, girando todo su mundo cabeza hacia abajo.
Los labios de Will generalmente se sentían suaves y gentiles, pero había ocasiones, como hoy, en las que Nico además podía percibir fuego en medio de ellos, haciendo que todo su cuerpo se calentara tan rápido como una olla hirviendo un huevo. Al principio, con lo de Midas aún reciente, sus besos habían sido cuidadosos como si temiera asustarlo, Nico había tenido que poner de su parte para hacerle saber que no lo tratara como una jarra de vidrio a punto de quebrarse. Ahora, no había nada de esa duda o contención, y hacía que sus manos no pudieran quedarse quietas, comenzando a arrastrarse por encima de toda la espalda de Will, al tiempo que sus propias piernas se abrían para dejar que se acercara más.
A Nico no le gustaba ceder el control, nunca le había resultado sencillo, y definitivamente jamás lo había hecho durante los meses en los que tuvo que prostituirse, pero ahora muy de vez en cuando, solo le gustaba que Will lo rodeara con todo lo que él tenía para ofrecer. ¿Cubrirlo con tres cobijas? De acuerdo. ¿Preocuparse por su alimentación? Genial. ¿Hacer con su cuerpo lo que quisiera? Estaban justo en ese paso, y Nico lo sabía.
Más que eso, lo quería.
Le permitió a su cabeza recostarse contra el brazo del sofá, y separó aún más sus rodillas, aunque era un acto casi involuntario, como si sus piernas no pudieran permanecer cerradas cuando tenía a Will de aquella forma, encima de él, por más descarado que eso sonara. Al mismo tiempo, separó sus labios de los de él, para extender el cuello en una clara indirecta de donde quería sus labios ahora. Con una sonrisa de medio lado, Will se acercó para cumplir con su silenciosa demanda, y dejó que su lengua tocara la piel expuesta y luego un par de besos cerca de su barbilla, y finalmente, sobre su pulso.
Nico sentía su corazón volverse loco, y por un segundo se había preguntado si era a causa de algún tipo de vestigio de ansiedad o miedo por las experiencias pasadas. No obstante, ni siquiera se tomó más de dos segundos en analizarse, puesto que la forma en que la sangre estaba cayendo hacia su entrepierna, volviéndola dura y grande dentro de su ropa de camarero, era toda la respuesta que él, y Will, necesitaban. Sentir esa dureza contra su muslo, fue un alivio para Will, y una bandera verde para empezar a quitarle la primera prenda.
La camiseta apretada y bastante sensual, ya que marcaba las ondulaciones de su abdomen, cayó al suelo, junto con la camisa de Will, que fue quitada inmediatamente después por las manos impacientes de Nico. De repente, Will sintió que no tenía suficientes manos y dedos para tocar toda aquella piel blanca y suave que tenía a la vista, también sintió que necesitaba más bocas para degustar de su cuerpo, y tratar con los dos pequeños botones rosados y erectos sobre su tórax. Era frustrante, entre todo el placer.
Llegado cierto punto, tuvieron que separarse solo para que Will saltara al otro lado del escritorio y sacara de una gaveta la provisión justa y necesaria de condones y lubricante que Apolo guardaba ahí "por si Nahomi lo visitaba en medio de alguna de sus labores", que Will había decidido convertir en un "por si mi retoño hermoso, hijo de mis entrañas, los necesita". Pero, no tardó demasiado, y cuando volvió a los brazos de Nico, lo hizo con más efusión que antes.
Volvió a atacar su pecho, volvió a lamer todas las partes de su cuerpo que sufrían algún tipo de reacción al ser rozadas con saliva. Le permitió a Nico aferrarse nuevamente a su espalda y arañar la piel como si estuviera hecha para ser rasgada. Lo escuchó murmurar palabras de placer y suspirar su nombre varias veces, antes de empezar a tomar acción para involucrarse en el territorio hasta ahora prohibido.
—Estoy... asumiendo... —a duras penas podía hablar, en medio de la degustación del sabor de todo el cuerpo de Nico— si quieres podemos... puedes... vamos a... — al final no pudo lidiar con todo lo que estaba sintiendo y terminó por suplicar— ¡Dios! Déjame estar arriba, Nico... Por favor.... por favor...
—Sí— la voz de Nico salió tan firme de su garganta que no dejaba lugar a dudas— Sí, también quiero. Hazlo, Will.
Entonces, obediente, Will manchó sus dedos con lubricante y empezó a introducirlos dentro de Nico. Primero acarició la textura de la piel rosada que se presentaba ante él, y después ingresó lentamente, poco a poco, asegurándose de no lastimarlo ni física, ni psicológicamente al intentar avanzar demasiado rápido. Escuchó cada gemido, cada palabra, cada suspiro, hasta que sentía su propio miembro palpitar con anticipación. No bajó la mirada para autoexaminarse, pero podía imaginar que estaba tan rojo e hinchado que sería difícil aguantar fuera de Nico durante mucho tiempo más.
Aún así, ese sentimiento le hizo recordar que el miembro de Nico había quedado olvidado durante mucho tiempo, así que dejó la botellita de lubricante a un lado y dedicó su ahora mano libre a masturbarlo a placer. La espalda de Nico se curvó y Will supo que había tomado la decisión correcta. El cuerpo excitado de su novio, era un poema para sus ojos, uno que conocía bien, entendía de principio a fin, y podía recitar por el resto de su vida, sin cansarse.
—Will— escuchó la voz de Nico suplicante, implorándole por la continuación y él ya no pudo soportarlo más. Decidió que, si no lo hacían ahora, después sería demasiado tarde, y no podrían disfrutar del mismo modo en que si avanzaban en ese momento.
Will se posicionó entre sus piernas, levantando más los muslos de Nico para que se sostuvieran sobre los suyos. Sin dejar de darle placer con la mano, con su mente dividida en dos partes, en acariciar esa cabeza rosada que ya estaba soltando algo de líquido preseminal, y en su propio miembro empezando a introducirse, haciéndose camino de forma lenta y cuidadosa. Sus ojos estaban fijos en la tarea, de vez en cuando levantaba la mirada para echar un vistazo al rostro sonrojado de Nico, con cierta expresión de sorpresa en ella, como si no pudiera creer del todo que estaba permitiéndole a Will hacerle esto.
Un jadeo se escapó de su boca, cuando la mitad de su miembro entró, y luego se sintió derretir al sentir las yemas de los dedos de Nico rozar donde estaban unidos, todavía con esa mirada maravillada y pasmada. Will en serio no quería hacerlo como un bruto, un tipo de animal propulsado por sus instintos más bajos, pero de pronto, su cadera simplemente actuó por sí sola y de una estocada, llenó completamente a Nico, provocando en él un fuerte sonido que era mitad grito y mitad gemido que por la mirada de sorpresa en Nico, no se esperaba que saliera de sus labios.
—Lo siento —murmuró distraídamente Will, y ni siquiera esperó a oír la respuesta de Nico para empezar con los empujones.
—Así es como debió ser desde el principio —lo escuchó decir vagamente, pero no lo entendió, y ni se molestó en tratar de hacerlo, puesto que toda su cabeza ahora estaba drogada por la sensación, todas sus neuronas caídas, mientras el placer que estallaba en su miembro se volvía el centro de su universo, las estrellas eran las chispas de placer que brillaban dentro de sus párpados y el fuego en todo su cuerpo era el inicio de una próxima supernova, explotando justo como estaba destinado a suceder.
Las manos de Will se entrelazaron con las de Nico sobre el respaldo del sofá, a cada lado de su rostro, y en tanto la mitad inferior de su cuerpo era un frenesí de estocadas duras y casi bestiales, la parte superior, sus labios dejaban pequeños besos llenos de cariño y devoción sobre la frente, mejillas y la comisura de la boca de Nico. Luego, cuando Nico lo abrazó con las piernas y los brazos, rodeándolo como un pulpo de la misma forma en que lo hizo él la noche de San Valentín, cuando le pidió que fuera lento.
La única diferencia era que ahora Will no era nada lento, y se preguntó distraídamente como Nico había podido resistir cuando se lo hizo. No cabía duda de que el chico tenía una paciencia de oro.
Al final, conmovido casi hasta las lágrimas, Will le devolvió el abrazo a Nico, casi asfixiándolo, y sin dejar de martillar con sus caderas hacia abajo. Al cabo de varios minutos, cuando el sudor los cubría como una capa más, el primero en venirse fue Nico, y Will lo contempló, tratando de memorizar cada detalle, cada sonido y sensación. Luego, se desplomó hacia el agujero negro que representaba el placer, para viajar a través de todas las galaxias existentes.
Cuando al fin consiguieron oxigenar nuevamente sus pulmones, después de su viaje hasta la estratósfera, Will atrajo su suéter y se lo colocó por encima de la cabeza a Nico, solo para fastidiarlo con sus excesivos cuidados hacia él. Nico soltó un bufido burlón, pero se acomodó bien las mangas y se acomodó sobre el pecho desnudo de Will, sin realmente quejarse en serio.
Al segundo siguiente, Will volvió a estirar su cuerpo y su brazo para atraer hacia sí mismo otro objeto más. Se abrazó más a Nico y extendió el brazo libre hacia arriba. La polaroid en su mano los observó, y Will tomó la fotografía que empezó a imprimirse casi de inmediato. En ella no salía nada más que la parte superior de sus pechos, apenas un dedo por debajo de la clavícula, y sus rostros. Parecía una foto bastante normal, donde ambos estaban despeinados después de hacer deporte.
Las mejillas de Will se mostraban sonrojadas, sus propios ojos estaban llenos de brillo, volviendo eléctrico su habitual azul cielo. Era una fotografía adorable si no tomabas en cuenta que era post sexo. E incluso más añorable si conocías el contexto detrás de sus miradas. A Will realmente le gustó, quería pegarla en la pared de su habitación, pero como el caballero que su padre le había enseñado a ser, se la dio a Nico.
—Ten, es tuya, guárdala bien, ¿eh? Es mi favorita hasta ahora —le dijo en voz alta, solo para luego darle un besito en la coronilla de la cabeza. Nico tomó el papelito, con cuidado de no tocarlo demasiado en caso de que la tinta aún estuviera fresca, y la observó un momento. Sonrío y luego se la regresó a Will.
—Si es tu favorita, entonces quédatela —dijo para luego meter su rostro en el cuello de él y comenzar a mordisquear, solo por placer—. Es exclusiva para ti.
—¡Oh, vaya! ¡Gracias!— Will fingió un tono diplomático, como si acabaran de cerrar un negocio con un acuerdo especialmente beneficioso para él—. De acuerdo, si insistes, me lo quedo. Pero, ¿qué hay de ti?
Will se refería a "¿Tomamos otra fotografía, para que tú también tengas una?", y Nico lo entendió, de verdad que sí, pero había algo que quería decir desde hacía mucho tiempo, y él era especialista en darle vuelta a las palabras, convirtiéndolas en un juego, que podía resultar encantador, o peligroso, dependiendo de si hablaba con un amigo o un enemigo. Así que "¿Qué hay de ti?" había sido la pregunta de Will. Y él contestó:
—También lo soy.
—¿Eh? —En un primer momento Will no lo comprendió, y bajó la mirada para encontrarse con los ojos oscuros, como el cielo nocturno, de Nico. Él sonrío otra vez, hermoso como la luna, y explicó:
—Exclusivo para ti. Solo para ti
Fin.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top