8. Lento
Los días de febrero se consumieron rápidamente, hasta que Nico no pudo escapar más de San Valentín. Los edificios de la Universidad se llenaron de globos rosas y serpentinas blancas, corazones de cartulina roja por todas partes y el correo del amor interrumpiendo cada clase para dejar estúpidas cartas con chocolates baratos. Los parlantes en el techo reproducían absurdas canciones de romance cliché. En el auditorio incluso estaban pasando películas como The Notebook y Casablanca para aquellos que tenían horas libres.
Era asqueroso, todo el mundo estaba borracho de amor, las parejas caminaban de la mano y paraban en medio de los pasillos para besarse y toquetearse, mientras Nico tenía que esquivarlos para salvarse a sí mismo de sufrir un ataque violento de vómito. La cursilería era capaz de darle dolor de cabeza y pensaba que podría volverse loco de un momento a otro si todo el mundo no dejaba de suspirar nubes rosas de romance cerca de él.
Para la mitad de la tarde, Nico ya había presenciado cuatro declaraciones de amor con pancartas gigantescas y mejores amigos siendo esclavizados y utilizados como asistentes especializados en sostener letreros cursis mientras fingen ser invisibles. El amor se respiraba en el aire, acompañado de perfumes y colonias caras. Las chicas usaban más maquillaje que the Joker y Harley Quinn juntos, y los hombres, incluso, se habían vestido con sus mejores jeans y camisetas limpias.
¡Malditos fueran todos esos descerebrados enamorados que podían despreocuparse lo suficiente de su vida para gastar cientos de dólares en un oso asqueroso que terminaría en el basurero cuando sus tres días de romance se acabaran!
Malditos fueran todos ellos, porque mientras la mayor parte de las personas andaban ahí felices disfrutando de las maravillas del amor, comiendo chocolates y recitando poesía, recibiendo regalos y compitiendo por quién tenía el ramo de flores más grande y caro; Nico solo tenía un viejo asqueroso queriendo cogérselo o al menos verlo coger con su hijo, porque así de amable y accesible era.
Tonto, tonto Nico que estaba siendo demasiado quisquilloso al respecto.
Ahg.
Si Nico se centraba en lo bueno de San Valentín, eso sería que al menos su billetera tenía, por primera vez en meses, unos cuantos billetes para rellenarla y pagarle al viejo Carl por todas aquellas veces en las que les dejó comer con la promesa de "pagar luego". Después de esa tarde le habría pagado al fin por completo y sería una deuda menos (aunque casi irrelevante) de la cual ocuparse. Incluso le sobraría dinero, y tenía una buena carga de billetes verdes a cobrarse pronto.
Para ser más específico, a las seis, cuando acabaran las clases y, por ende, se cerrara la subasta por sus dos mejores amigos. Y, bueno, también la subasta por su propio cuerpo. La subasta que realizó en diciembre no había sido nada en comparación con la de San Valentín. Esta vez, conseguiría el dinero para pagar dos cuotas más, además de la de febrero, en un solo tracto. Quizá incluso un poco más. Podrían invertir un poco más en el auto, llenarle el tanque hasta el borde por primera vez desde que lo tenían... quizá incluso darle un buen abono a Leo por los arreglos de la última vez.
Tener un poco de dinero al fin, era bueno, le aligeraba bastante el peso sobre los hombros. Pero, como la vida lo odiaba, aún tenía el problema de no poder deshacerse del viejo pedófilo asqueroso Midas. El maldito insistía en querer cogérselo y Nico insistía en no hacerlo ni siquiera si su vida dependía de ello. Pero, por otro lado, no podía permitirse perder a Darel como cliente. El muy hijo de puta tenía demasiado dinero que a Nico le hacía falta.
No le quedaba otra opción más que retrasar todos sus encuentros con Darel hasta estar seguro de que su padre, Midas, no estaría cerca para ponerse de mirón. A Darel no le importaba en lo más mínimo si los veía o no los veía coger, por suerte, mientras Nico le cumpliera a Darel su loco fetiche, él se mantenía de lo más contento y sin quejas. Pero, actualmente, Midas estaba en la ciudad, libre y disponible.
Y Darel iba ganando la subasta por Nico, por una suma muy elevada de dinero, posiblemente patrocinada por Midas.
Y el tiempo se estaba acabando. Faltaban diez minutos para las seis.
En un inicio, Nico no había establecido una subasta para él mismo, pero, después de la insistencia de sus clientes, no le quedó de otra que ser equitativo y permitirles lanzar ofertas por él, al igual que las chicas podían hacerlo por Jason y Percy. Nico había intentado ser paciente durante todo el día, pero ya se le habían acabado los millonarios y Darel seguía a la cabeza. Estaba entrando en crisis nerviosa y, lo aceptaba, ya estaba buscando a Will hasta por debajo de las piedras.
¡Él era el único cuyo dinero podía compararse al de Darel!
¿Pero dónde diablos estaba? Ya había recorrido el campus completo dos veces. Lo buscó hasta en los baños de las mujeres, por si acaso, y no había podido encontrar ni un solo cabello rizado de su rubia cabeza. ¿Y si no había ido ese día? ¿Y si había salido temprano para asistir a una cita con su ex novio de Texas? No... Él estaba casado con la tal Petronila y...
Estaba delirando.
Llegó a la zona de los casilleros casi corriendo, pero no había gran cosa por allí, solo un par de estúpidos sacando sus útiles para hacer sus tareas durante el fin de semana, un tarado golpeándose la cabeza con la puerta de su casillero ruidosamente, una pareja de chicas besándose como si no existiera un mañana y una larga cola de chicas de primero, esperando por su turno para comprar un beso por un dólar a un estudiante de informática que no estaba tan feo, pero tampoco tan guapo.
Percy y Jason lo abordaron de frente, con la calma irradiando en sus asquerosamente atractivos rostros, como si todo estuviera perfectamente bien y Nico no estuviera a punto de ser violado por un ancianito usurero maléfico.
—¡Hey! ¿Qué tal?— Percy le sonrió — ¿Cómo acabó la subasta?
A Nico casi le dio un infarto. ¿Ya había acabado el tiempo? Miró su reloj tan pronto como escuchó sus palabras y verificó que no se había equivocado. Siete minutos. Y los iba a estirar tanto como pudiera. Le dio un golpe en la cabeza a Jackson con la pelotita de diablo que Will le había regalado, por ser tan estúpido como para asustarlo, y luego continuó mirando alrededor. ¿Dónde diablos estaba?
—Auch— Percy de inmediato se metió detrás de Jason—. Bro... ¿Por qué me pega? ¿Ahora qué dije?
—No sé, bro— le contestó Jason— Pero, mejor cállate.
—Aún no se cierra la subasta— Nico contestó después de un rato, pero seguía mirando en todas direcciones—. Ya les enviaré un mensaje más tarde, diciéndoles a quién deben llevar a cenar.
—¿Estás bien? —le preguntó Jason— Te ves... Disperso...
—Sí... pareces a punto de perder la cabeza, Nico— apoyó Percy — Ten cuidado al manejar ese estrés o terminarás golpeando tu cabeza contra los casilleros como aquel pobre idiota.
—¿Quién diablos es ese lunático?— Nico volteó a mirar en la dirección de antes, donde el muchacho tenía la cabeza metida en el casillero y se golpeaba con la puerta como un verdadero psicópata
—Ehm...— Jason dudó un poco antes de contestar— Es... tus huevos de oro.
—¿Qué? ¡No inventes!— Nico lo observó esta vez con mayor detenimiento, aún no podía verle los rizos rubios puesto que tenía la cabeza enterrada como un puto avestruz aterrado, en el casillero, pero... desde ahí podía verle el trasero y ese era un muy buen trasero que Nico ya había tenido el honor de conocer. — Conque ahí estaba... — se despidió de sus amigos antes de ir con él—. Los veo más tarde. ¡No se olviden de bañarse!
—¡Nutrias limpias y perfumadas! —confirmó Percy, luego de hacer el saludo de los marines. Jason se lo llevó a rastras antes de que Nico se devolviera para cortarle la cabeza con un cutter.
Nico rodó los ojos, pero decidió que de todos modos no le quedaba tiempo como para perderlo intentando asesinar a Jackson. Caminó hacia donde Will parecía estar realmente cubierto por una nube gris de sufrimiento y desolación. Solace no había contratado sus servicios después de la última vez, y Nico ya había empezado a preocuparse al respecto, aún así, se negaba a darlo como un cliente perdido.
Se negaba a creer que Will era una de esas cogidas de una sola vez y nunca más.
—Oye, deja de golpear tu cabeza de ese modo, o terminará tan roja como los corazones de cartulina de las paredes— le dijo para iniciar la conversación, intentando aligerar el ambiente. Will dejó de golpearse, pero no se enderezó y tampoco le contestó—: Mal día, ¿eh? Sí, a mi también me asquea todo el amor en el aire, pero pensé que a ti te gustaría.
La única respuesta audible de Will, fue un gruñido cavernario que bien podría haber puesto en alerta a un mamut para que se alejara. En situaciones normales, Nico habría considerado simplemente dejarlo en paz. Pero, estaba en una emergencia, y las situaciones desesperadas requerían acciones desesperadas, así que le habló de nuevo:
—¿Qué te pasó?
—¿En resumen?— Will al fin se dignó a contestar—. Es San Valentín y soy demasiado cobarde para declararme a mi crush.
Nico soltó un bufido de burla para luego recostarse contra los casilleros y cruzarse de brazos, en una posición cómoda. Resultaba increíble como Will tenía ese efecto anestesiante en él, como si el simple hecho de escucharlo decir tonterías fuese capaz de hacerle creer que todo iba a estar bien. No sabía quién era el crush de Will y no le interesaba, pero era gracioso verlo en desesperación. Y como Nico tenía muy pocas cosas en la vida de las cuales reírse, decidió aprovechar la oportunidad.
—Tal vez Petronila pueda darte consejos sobre como robarle el novio a los demás —intentó tomarle el pelo y eso hizo que Will se riera un poquito, al menos. Se incorporó, cerró el casillero y se recostó contra él, junto a Nico.
—Jaja...Sí, tal vez...— sin embargo, parecía aún deprimido— ¿Qué tal tu día?
—No tan mal, ya que lo preguntas— Nico intentó llevar una conversación tranquila, aún cuando sentía su tiempo agotarse segundo a segundo— Casi cierro las subastas y al parecer Percy quedará comprado por Jannet, y Jason, en contra de todas las posibilidades, por Vanessa... También tuve que abrir una subasta a mi nombre, ¿sabes?
—Mmm... — Will parecía distraído, como solo un chico con el corazón roto podría estarlo— Qué bien...
—De momento Darel tiene el mejor número— se fijó en el reloj— y los demás postores tienen cinco minutos con cuarenta y nueve segundos para ofrecer algo mejor.
—Mmm— Will hablaba cada vez más bajo— Darel, siempre Darel... ¿No se cansa de presumir su dinero?
—Seh... Alguien debería ofrecer más a último momento, ¿sabes? Para darle una lección...
Esta vez, Will no contestó, se quedó mirando en la dirección en la cual el chico de informática estaba vendiendo sus besos. En su interior, Nico ya estaba empezando a recuperar su estado de desesperación máxima. Esto no estaba ocurriendo del modo en que lo había esperado. ¿Por qué Will no estaba ofreciendo dinero? ¿Realmente no estaba interesado? No me rechaces, por favor, no me rechaces, no me rechaces— se encontró pensando antes de poder evitarlo.
Pero Will no decía nada, no reaccionaba y Nico de pronto quiso golpearlo— "Vamos"— pensó— "¿no vas a intentarlo siquiera? ¿No te gustó lo del otro día?" — y luego, cuando el silencio se había extendido demasiado—: "¿Hice algo mal?"
Después de la cantidad de veces que Nico había sido rechazado en su vida, esa era una situación que no toleraba en lo más mínimo. Will ya lo había rechazado en múltiples ocasiones, pero la única que a Nico aún le dolía era la de la biblioteca. Sentía, justo en ese momento, un deja vú que le daba escalofríos, aún así, se arriesgó, porque no tenía más opciones:
—¿No quieres hacer una oferta? — le preguntó, como quien no quería la cosa— ¿O ya tienes planes para la noche?
—No tengo planes y no quiero salir, me duele la cabeza — contestó Will, de pronto hablando tan rápido que Nico sintió que se le caía el alma al piso. ¿No? ¿Eso era un "no"? ¿Ahora qué iba a hacer? Sin embargo, Will continuó, como si no se enterara de que le había dado un golpe imaginario en las bolas—: Me duele la espalda, tengo hambre, solo quiero irme a casa y no saber nada de la universidad durante todo el fin de semana— se notaba realmente molesto— ¡Dios! Estoy taaan cansado...
El orgullo de Nico le gritaba que debía irse de ahí, tan pronto como fuera posible, con el rabo entre las patas y la dignidad en el suelo, pero su maldita esperanza le decía, en desesperación, que tenía que intentarlo una última vez. Eso ya era humillación, pero... Era eso, o mostrarle su cuerpo desnudo a Midas... Y no podía. ¡No podía!
—Bueno, pasar San Valentín con otra persona que no sea tu crush, al menos es mejor que pasarlo solo, ¿no?— era todo, ya no podía hacer más. Solo le faltaba arrodillarse y suplicar y eso era algo que definitivamente no haría. Sin embargo, Will se mostró ligeramente confundido y al contestar, parecía estar dándose cuenta de algo, lentamente:
—¿Otra pers... Crush?— parpadeó lentamente, intentando comprender y al final sus ojos azules se llenaron de brillo, como si se le hubiera ocurrido una idea —Nada es mejor que pasar San Valentín con tu crush —le dijo— incluso si no conoce tus sentimientos...
Y esa fue la gota que derramó el vaso. Nico sintió la furia treparle por el pecho y a la humillación del rechazo arañarle el rostro. El nudo en la garganta le asfixiaba y le impedía hablar, así que las palabras "Pues, como quieras", salieron casi ininteligibles de su boca. Se enderezó, se iba a largar pero entonces Will dijo:
—Lo que sea que haya ofrecido Darel, auméntale cien más.
Nico se detuvo en seco, miró el reloj de pared, por encima de los casilleros y notó que justo a tiempo, este marcaba las seis en punto: el fin de las clases, el fin de la subasta y afortunadamente, el fin de su preocupación.
—Y... Vendido...— murmuró Nico, con su corazón minimizando la rapidez de sus latidos, hasta normalizarse.
Su mirada volvió hacia Will, y se dio cuenta de que este miraba hacia el chico de informática vendiendo sus besos. Había un letrero gigante que decía "besos para caridad", pero el "pobre" chico que cumplía su turno, no parecía estar haciendo ningún tipo de trabajo comunitario, él se veía más feliz y satisfecho que nunca por tener tantas chicas a su alrededor esperando para besarlo. Will apreciaba la situación con una especie de nostalgia en el rostro que le hizo a Nico comprender:
"¡Oh! Así que ese chico heterosexual de informática es su crush!"
—Tú sí que llevas el "un beso por un dólar" a otro nivel, ¿no?— Will sin embargo le habló a él, después de soltar un suspiro agotado.
Nico decidió que hablar del crush no era un buen inicio para una cita de San Valentín, así que simplemente le dijo:
—¿Te recojo a las ocho?
—De verdad no quiero salir— contestó Will— ¿Por qué no vas a mi casa y vemos una película? ¿Suena bien?
—¿Película?— Nico levantó una ceja, incapaz de comprender cómo podría considerarse una buena cita, si se quedaban en casa todo el tiempo... Es decir, para él sonaba de puta madre, pero sabía que era una excepción a la norma, especialmente en San Valentín—: ¿No prefieres ir al cine?
—No— Will volvió a exhalar profundamente, esta vez se estiró haciendo sonar su espalda—, solo quiero estar en casa.
—De acuerdo— aceptó Nico—, envíame la ubicación y te veo allá.
Will metió la mano en su bolsillo y sacó su billetera, al abrirla tenía solo dos billetes ahí dentro. Tomó el de diez dólares y lo miró como si fuera una bomba a punto de explotar.
—No tengo efectivo hoy— le dijo— te pagaré en casa.
—Ah, sí, no importa— Nico se encogió de hombros. Will ya contaba como cliente frecuente, podía darle cierto crédito. Sin embargo, Will de todos modos le entregó los diez dólares a Nico. Este los sostuvo en su mano, por un momento sin saber exactamente qué se suponía debía que hacer con ellos, pero, a continuación, Will lo besó, suavemente en los labios, al tiempo que lo atraía, sosteniéndolo por la cintura.
Así que para eso era el billete... Estaba comprando un beso de San Valentín.
La puerta de la casa se abrió abruptamente, y Nico se quedó tieso, con los nudillos suspendidos en el aire. Delante de él, ataviado en un traje de color celeste, camisa amarilla y una corbata colorada, apareció un hombre de mediana edad que, presumía, se trataba del mayordomo de la familia. Era alto y apuesto, incluso con las canas empezando a pintar el costado de su pelo. Contempló a Nico bajo el umbral de la puerta, con penetrantes ojos azules, tan gélidos como los mares del polo norte.
—¿Tiene Carnet de visita? —preguntó, con rostro amargado.
Nico empezó a sentir el pánico apoderarse de su sistema, junto con la vergüenza e inferioridad.
—Uhmm, ¿no?
—Las visitas sin previa cita están prohibidas —dictó—. Buenas noches.
Instantáneamente, le cerró la puerta en la nariz.
Nico se quedó atónito en el mismo lugar, bajando lentamente la mano a la vez, estudió los intrincados dibujos de la puerta de madera delante de él. La confusión reinó en sus pensamientos, ¿se había confundido de casa? Resultaba improbable, puesto que había seguido las indicaciones del GPS al pie de la letra, y además, el buzón de correo tenía letras grabadas al costado de este, en el que se leía: "Solace".
Sintiendo una profunda aflicción, Nico estaba a punto de voltearse e irse, cuando, de forma tan súbita como al principio, la puerta se abrió, y el mismo mayordomo apareció enfrente de él, sin embargo, luciendo una gigantesca sonrisa marca de modelo de pasta dental.
—Nah, mentira, ¡pase, pase! —lo apresuró con una mano, a la par que le daba espacio—. ¡El señorito Will Solace lo está esperando en ropa interior en la cocina, mientras canta Mama míaaaa!
De repente, como pocas veces le ocurría, Nico se encontró absolutamente perplejo. Un montón de preguntas intentaban aprovecharse de sus labios semiabiertos para escaparse, tales cómo: ¿Por qué el mayordomo de los Solace era tan feliz? ¿Por qué sus dientes eran tan blancos? ¿Por qué hasta las arrugas de sus ojos parecían sonreír? Y lo más importante, que recién se iba dando cuenta, ¡¿quién diablos le dijo que el celeste combinaba con rojo?!
No se dio cuenta que se había abstraído en sí mismo, hasta que el mayordomo le hizo señas para que ingresara.
—Vamos, anda, con confianza —lo animó, mientras Nico daba un paso adentro finalmente, y el olor a carne cocinada le llenaba las fosas nasales—. Como iba diciéndole, el joven y apuesto Will Solace lo está esperando, ¿me permite escoltar su hermosa persona hasta la cocina? Por favor no piense que le estoy coqueteando. Pero si le gustó. Puede pensar que sí fue un coqueteo.
El mayordomo no solo le guiño un ojo, si no que lo hizo dos veces, con gran énfasis. Y Nico concluyó que la versión coqueta del mayordomo daba más miedo que la versión amargada. Regalándole una última sonrisa despampanante, empezó a guiar a Nico por un largo pasillo que se abría en una espaciosa sala, equipada de muebles de aspecto modernísimo; había sofás desplegables, un sillón masajeador, mesitas de todos los tamaños bañados en oro y con relieves y arabescos, haciendo alusión al sol; incluso tenía su propia cantina, con vitrinas repletas de todo tipo de bebidas, pero solo de lo más caro y exclusivo.
La televisión era tan ancha que, aunque Nico hubiese podido comprarla, no habría cabido en la pared de su habitación. Y las escaleras, eran una espiral elegante y gigantesca al fondo de la sala, que llevaban al segundo, tercero, quizás un cuarto piso y la azotea. Nico tuvo que cerrarse la boca varias veces, cuando se descubrió superado por tanto lujo. Ni siquiera su padre, que sabía pertenecía a la misma clase social, había llenado su casa de tanta opulencia y suntuosidad; aunque claro, los gustos de su padre nunca habían variado de lo tradicional.
Nico también llegó a otra revelación: Era extraño que una persona acostumbrada a vivir entre tanta riqueza como Will, optara siempre por la sencillez. Algo parecido al asombro lo embargó.
Pasó por otro pasillo repleto de cuadros familiares en los que Will Solace parecía ser el protagonista de todos ellos, lo que le hizo saber a Nico, que era el hijo único de una pareja joven y amorosa. Y que había sacado lo mejor de ambos genes. Había heredado el rostro dulce y atractivo de su madre, la forma de las mejillas, la curva de los labios; de su padre, había conseguido la barbilla cincelada y afilada, también su postura, y la contextura de su cuerpo como la de un dios griego. Oh, y por supuesto, sus vibrantes ojos azules del color más profundo de los zafiros.
Finalmente, Nico entró en la cocina, y al igual que el resto de la casa, lo deslumbró un poco su majestuosidad. Parecía sacada de una de las mansiones de Christian Grey, todo acero inoxidable, pero más amarillo y celeste cielo. Inmediatamente, encontró a Will parado detrás de la encimera, estaba colocando la carne de hamburguesa sobre el pan surtido de jamón, queso y tocino; Nico aprovechó que aún no lo había visto para comérselo con la mirada. Desgraciadamente no estaba en ropa interior, como había dicho el mayordomo, sino que vestía unos pantalones color crema, una camisa color amarillo, con el primer botón abierto. Y encima de todo, un delantal color rosa y un gorro de banda elástica que recogía todos sus rizos rubios en su interior.
A su lado, el mayordomo le dio un ligero codazo para llamar su atención.
—Sus padres no vuelven hasta pasado mañana —susurró, como quien no quiere la cosa, y después, de enviarle una maliciosa mirada acompañada de cejas bailarinas... Se marchó, con un improvisado bailecito en su andar.
Nico devolvió su mirada a Will, y al cabo de un instante, entró, carraspeando sonoramente para avisar de su presencia. De golpe, Will desvió su atención hacia el sonido, quedándose con la espátula suspendida en el aire y la sartén en la otra mano. Miró a Nico con sorpresa, y luego una hermosa sonrisa fue extendiéndose sobre sus labios, deliciosos, como el aroma de la carne en el aire.
—Hey —saludó Nico, luchando por no quedarse embelesado en la porción de piel que se entrevía de la camisa desabotonada—. Pensé que pediríamos algo para cenar, ya que, habías dicho que estabas muy cansado.
—Lo sé, pero es San Valentín —murmuró Will, con un atisbo de timidez—. Y no lo sé, quería hacer algo... por ti.
Agachó rápidamente la mirada. Su rostro pareció ruborizarse por el bochorno, mientras seguía con su labor de terminar las hamburguesas. Cuando hubo puesto la tapa del pan a cada una, se dio la vuelta, y sacó dos platos de una alacena de arriba. Tuvo que estirar su brazo para alcanzarlo, y con el gesto, su camisa se levantó en gran medida, dejando ver un cálido trozo de su piel bronceada, y su trasero apretado dentro de sus pantalones.
Nico no lo dijo, pero solo la vista de ese espécimen viril, era suficiente regalo de San Valentín para él.
—Veamos una película de terror mientras comemos —anunció Will, formando una sonrisa valiente, sin saber que le estaba dando a Nico un cuchillo mortal.
—¿Seguro?— le preguntó Nico— ¿No te dará miedo?
—Ya te lo dije, si me da miedo, entonces me abrazas— Will se cruzó de brazos y levantó la barbilla, dándose aires de importancia. Con su atuendo de cocinero formaba una imagen más chistosa que intimidante— Para eso te estoy pagando, ¿o no? Para darme la mejor cita de San Valentín de la historia.
—Supongo— contestó Nico y una sonrisa malévola se extendió sobre sus labios. Su boca se llenó de santurronería y agregó—: Ya sé cuál película ver... Te encantará.
Ya había transcurrido una hora y media de la película, y Will ya estaba completamente abrazado a él, con el puño de una de sus manos presionándose sobre sus labios, como si con eso pudiera disimular su miedo. Su cabeza reposaba sobre el pecho de Nico y una de sus piernas se entrelazaba con la suya. Era una posición de lo más cómoda, y el ambiente era, definitivamente, mucho más agradable que en el que hubiera estado si Darel hubiese ganado la subasta. ¡Benditos fueran los Will millonarios!
Se hallaban en la habitación de Will, sobre la cama de tamaño King que era exagerada para una sola persona, pero por la cual Nico mataría a Percy, si con eso consiguiera una. Al igual que el resto de la casa, la habitación del rubio era espaciosa y lujosa, no obstante, un poco menos despampanante y acorde a la personalidad de su dueño. Las paredes eran de color marfil, los azulejos crema, y los muebles simples y minimalistas. Había una MacBook sobre un escritorio, y una repisa repleta de libros, con estantes que tocaban el techo, por lo que había una pequeña escalera movediza unida a ésta para alcanzarla.
Y delante de ellos, sobre una mesita de madera, descansaba el sueño de todo chico gamer: una PlayStation, una Xbox, una Nintendo Switch y una Wii, todo de última generación, burlándose de la pobreza de Nico. Por otro lado, la televisión no era más pequeña que la de abajo, y poseía tan alta definición, que Nico casi podía jurar que las escenas de la película "La Casa de Cera", ocurrían exactamente dentro de la habitación y frente a sus ojos.
En ese momento, la protagonista estaba tratando de ayudar a un chico que se había convertido en cera. Probaba con quitarle la cera de las mejillas, pero en lugar de salvarlo, solo le estaba provocando un lacerante dolor que lo hacía llorar desconsoladamente, mientras la chica seguía estúpidamente con desollarlo vivo y dejarlo con la carne al descubierto. A Nico no le daba miedo, aunque sí le resultaba un poco asqueroso y fastidioso porque la chica tenía dos neuronas en el cerebro, sin embargo, no funcionaba del mismo modo para Will.
—¡Dios mío! ¡¿Todos están vivos?! ¿¡Todos convertidos en cera?! —exclamaba de vez en cuando, con los labios tiritando— ¡Es horrible! ¡Una tortura real!
Luego se acomodaba mejor sobre su esternón, y posaba su mano sobre el abdomen de Nico, donde en reiteradas ocasiones, había proveído suaves caricias que le provocaban cosquillitas dentro de su pecho. Nico no tenía nada de lo cual quejarse. A decir verdad, este había resultado ser un buen San Valentín. Había comido bien, algo que habían preparado especialmente para él, pensado en él. Estaba viendo una película que le gustaba a él, y pasando el tiempo con el único de sus clientes que no le fastidiaba ni un poquito. Por el contrario, se atrevía a pensar que Will era su cliente frecuente favorito.
Sí, le gustaba el romance, pero tampoco era algo tan difícil de lograr. Nico podía apretarlo fuertemente contra él, si eso era lo que a él le gustaba, sin problema.
—¿Cambiamos de película? —le preguntó, inhalando disimuladamente el dulce aroma de su pelo, como lavanda y flores silvestres. Era como anestesia en sus venas, que le adormecía los músculos y callaba los pensamientos demasiado turbulentos de su mente.
—No, quiero saber como termina —contestó valientemente Will, con muecas de repugnancia a cada rato—. A no ser, claro, que te esté dando miedo. En ese caso, accedería a apagarla por el bien de tu salud mental.
Nico sonrió suavemente, y por inercia, posó su mejilla sobre su cabeza llena de rulos, que se sentían blandos y esponjosos como una almohada. Suspiró contento.
—A mí no me asusta —susurró, y cerró los ojos deseando poder quedarse así para siempre, satisfecho, cálido, descansando en una mansión, sin angustiarse todos los días sobre cuándo se encontraría tan atrapado que tuviera que considerar la propuesta de Midas.
Un screamer saltó en la pantalla y Will no lo soportó más. Dio un grito de pánico absoluto, que intentó ahogar escondiendo el rostro en su cuello y tanto su brazo como su pierna sujetaron a Nico con más ansia que antes. Nico estalló en una carcajada de esas que ya había pensado que había perdido la habilidad para proferir.
—No puedo creer que te dé tanto miedo— le dijo, aun riéndose.
—No puedo... te juro que... —Will se incorporó apenas un poco, para sujetar la mano de Nico y elevarla hasta la altura de su pecho, donde su corazón parecía querer salir pitando del país, quizá con rumbo hacia la Antártida, donde esperaría no encontrar más películas sobre asesinos seriales—. ¿Lo sientes? Yo podría morir por esto, en serio.
Nico hizo el intento de empezar a reír otra vez, pero no lo consiguió tan bien como esperaba. De su garganta salió un extraño sonido agudo, mientras sus dedos seguían atrapados dentro de la mano de Will. Él estaba demasiado cerca, sus ojos azules se mostraban tan grandes y redondos que eran completamente hipnotizantes. Will pareció no advertir de su repentina rigidez, continuó mirando la película, y luego de un rato, cuando debió sentir la tensión en el aire, giró el cuello y contempló su expresión.
Para Nico, los ruidos de la película quedaron amortiguados como si provinieran de un lugar muy lejano, o como si Will y él hubieran ingresado dentro de una dimensión alternativa, en la que solo existían ambos sin que nada del mundo exterior pudiera dañarlos o importunarlos. De pronto, fue extremadamente consciente de la suavidad de sus manos, de la sujeción de sus piernas con las suyas, de la fragancia de su pelo, del aliento que le estremecía la piel como si ya se estuvieran besando.
Nico empezó a hablar antes de darse cuenta:
—¿Te arrepientes de haber pasado este día conmigo y no con tu crush?
No supo por qué lo preguntó, pero de todos modos, Nico no lo dejó responder. Cuando vio que los labios de Will se abrían, se lanzó a ellos, y los enmudeció con los suyos, con un beso largo y profundo, sin rebasar el límite de la dulzura. Tal vez no había querido oír a Will decirle que hubiera preferido estar con su crush, o tan solo no podía soportar estar mucho tiempo cerca de él sin agradecérselo o adorarle con uno, dos, cinco, diez besos, que presentía no se detendrían. Fuera como fuese, restaba de importancia ahora.
Porque Will no daba indicios de querer parar, y él menos. Aunque no fuera la persona que Will quería, de igual modo, se permitió gozar de su oportunidad.
Al cabo de unos segundos, Nico se subió encima de él, lo apretó contra el colchón de la cama, y le metió una rodilla en medio de las piernas para abrirlas. Él se dejó manipular de buena gana, no puso resistencia cuando Nico le desabotonó la camisa, ni siquiera cuando le abrió el cierre de los pantalones, para colar una de sus manos en el interior de sus piernas. Sin embargo, cuando iba a quitarlos, Will lo sorprendió empujándolo hacia atrás, para que quedara sobre su espalda, y él a horcajadas sobre sus caderas.
Hallándose momentáneamente acostado, aprisionado, y superado; Nico se quedó viendo al rubio con un atisbo de asombro y diversión, mientras le quitaba la camiseta con un solo tirón de sus manos, y luego pasaba la punta de sus dedos sobre su toda la extensión de su pecho y pectorales, como si temiera hacerle daño con la más mínima presión. Will se mordió el labio, y seguidamente, alzó uno de sus dedos para apretar el botón rosado de los pectorales de Nico, y pellizcarlos, de forma que le envió una corriente eléctrica directa a su miembro.
Nico jadeó. Se estremeció como un bambú contra el viento, pero aun así, le sostuvo la mirada a Will, cuando éste se agachó para quedar a centímetros de su rostro, con sus labios semiabiertos a punto de tocar los suyos.
—¿No qué estabas cansado? —Lo provocó Nico, sin nada de aliento, para que pudiera reír.
Will bufó suavemente sobre su boca, ligeramente exasperado. Y entonces lo besó, con frenesí, como si los granos de un reloj de arena estuvieran cayendo con rapidez, y las horas corriendo pesadamente sobre sus cabezas. Al principio Nico no hizo nada para cambiarlo. Le gustaba el tinte de desesperación que goteaba de sus besos, lo hacía sentir inmensamente complacido, como si Will lo anhelara con tal fuerza que podría hacer explotar un universo o una estrella que terminaría por consumirlos a ambos.
Las manos de Will trabajaron en bajarle el cierre, luego descendió su boca sobre el cuello de Nico, y allí se quedó lamiendo cuidadosamente toda la extensión de su piel, sin chupar, o presionar, solo saboreando; como si tuviera el delicioso sabor de la hamburguesa pegada al cuerpo. Por su parte, Nico no se quedó conteniendo las ganas por mucho tiempo, así que mientras soltaba pequeños intervalos de suspiros llenos de placer, procedió a quitarle los pantalones a Will, y ya que estaba en eso, también su ropa interior, dejándolo completamente desnudo.
Sin molestarse por el pudor, Nico agarró el miembro de Will, con la sensación de encontrarse con un viejo conocido. Empezó a masturbarlo con entusiasmo, su pulgar apretaba la dulce cabeza de su pene, para esparcir el líquido que salía de éste, y volverlo más resbaladizo. Quiso chuparlo como lo había hecho dentro del Mustang, su sangre hirvió con solo el vago recuerdo de las piernas de Will temblando y retorciéndose, todo por causa suya. Pero, supo que Will no le permitiría ese deleite esta vez, porque se estaba agachando para quedar de frente a su entrepierna, y en sus ojos no había nada más que firme resolución de lo que acontecería a continuación.
Sacó uno de los condones que Nico tenía en el bolsillo, lo extrajo mediante el abre fácil, como el futuro buen doctor que seguía las instrucciones. Se lo puso, y cuando estuvo listo, Will se metió un largo rizo detrás de la oreja, y finalmente, sumergió su miembro dentro de su boca hasta la mitad. Parecía que no podía llegar más al fondo, pero a Nico eso no le molestó ni un comino, porque solo se había necesitado que la cabeza de su pene conociera las paredes cálidas de la boca de Will, para que él sintiera que tocaba el cielo. Su cabeza se cayó hacia atrás, metió los dedos dentro de la melena rubia de Will, pero no los estiró o los sostuvo; simplemente lo dejó trabajar solo, sin prisas ni indicaciones.
Le permitió degustar y Nico se permitió gozar.
Y, en algún momento mientras Will lo lamía con emoción, utilizando sus manos y sus dedos para acariciar sus muslos y su vientre, Nico cayó en cuenta que era la primera vez que un cliente le proporcionaba placer de esa manera, puesto que normalmente ellos preferían recibirlo que darlo. Un acto egoísta, típico de hombres, que siempre olvidaban ser recíprocos. Nico no se detuvo mucho tiempo en esa revelación, sus pensamientos pronto se dispersaron, con la llegada del orgasmo que los dientes de Will habían provocado con un ligero roce exquisito.
—Con esto ya estamos a mano —dijo Will con mofa, y sonriendo con ironía, Nico hizo el esfuerzo de incorporarse, para volver a besarle los labios.
Inmediatamente, Will rodeó los hombros de Nico con sus brazos, apretó pecho contra pecho, y rozó sus miembros con delicadeza, el toque justo, para que se sintiera delicioso luego de la sensibilidad del clímax. Nico lo abrazó con igual o más emoción, lo cual lo sorprendió en silencio, pero no hizo caso, porque el besuqueo con Solace, le robaba toda la concentración. Extendió las palmas de sus manos sobre los omóplatos de Will, descendió hasta su cintura, pasó sobre sus nalgas, donde se quedó un buen rato a acariciarlas y apretarlas, luego, colocando las manos en el interior de sus rodillas: Nico lo sujetó, y de un solo movimiento, lo volvió a depositar sobre su espalda, con él encima, pero con la placentera adhesión de que tenía los muslos de Will rodeando sus caderas.
Will le quitó el pantalón con la pura fuerza y determinación de sus muslos, piernas, e incluso pies; luego sus manos se deshicieron de sus bóxers, y entonces, sus uñas acariciaron su trasero, de forma suave, provocándole escalofríos placenteros a lo largo de la espina dorsal. Todo eso lo hizo sin dejar de besarlo en ningún momento. Su lengua luchaba por dominar la suya, pero cuando Nico lamía su labio superior, podía sentirlo dejándose llevar completamente, quedarse a su merced, como un hombre aceptando el apaciguador manto de la muerte.
No pasó mucho tiempo antes de que el miembro de Nico volviera a sentirse listo para la acción, lo cual era bastante problemático porque, para empezar, ni siquiera se había deshecho del primer condón. Se lo quitó rápidamente y se separó de Will apenas el tiempo justo para limpiarse y enfundarse nuevamente. Tan pronto como hizo el amago de colocarse de nuevo sobre Will, este tiró de él tan fuertemente que sus pechos terminaron chocando dolorosamente, pero, era fácil olvidarse de cosas como esa cuando se recibía como consuelo un beso así de paradisíaco. Así de capaz de hacerle ver el cielo, con los ojos cerrados.
Buscó con los dedos en el cuerpo de Will, tanteando hasta encontrar el punto exacto en el cual podría introducirse en su interior. Luego se acarició él mismo para poder distribuir el lubricante del preservativo lo suficientemente bien en todo el miembro para finalmente, luchar por empujarse dentro de Will, así, sin más preparación.
Le escuchó jadear profundo y audiblemente cuando metió toda su extensión en su interior, su boca formó una mueca dolorida, así que se detuvo un momento para asegurarse de que no lo había lastimado; sin embargo, cuando Will lo envolvió y lo acercó más con sus piernas, Nico reanudó el movimiento, y empezó a dar una, dos, tres estocadas casi violentas. Empuje tras empuje que se sentían tan desesperados que podía hacerle saltar el corazón, y rechinar una cama de caoba de la mejor calidad. Entonces, Will lo frenó:
—Espera... espera... ah... — su voz sonaba temblorosa, entrecortada por el ritmo anormal de su respiración. Pero sus manos se mantenían sujetándole el trasero, impidiéndole alejarse—. Despacio... Quiero... —tomó una larga inhalación— Quiero hacerlo despacio esta vez. Por favor....
—Claro...— A Nico ni siquiera le sorprendió la solicitud, no porque sus otros clientes lo pidieran (cosa que definitivamente no hacían), sino porque se trataba de Will, y era San Valentín. ¡Por supuesto que quería hacerlo despacio!, lento, con sentimiento.
Dejó caer su cuerpo un poco más sobre él, apenas lo justo para no aplastarlo, pero lo suficiente para estar completamente abrazados. Dejó caer sus labios en su cuello y comenzó a besarlo, despacio dejando rastros de humedad sobre su piel, subiendo hacia la oreja y luego bajando de nuevo hasta llegar a la clavícula, mientras, al mismo ritmo, se introducía cada vez más profundo en él. Con la mano que no se estaba sosteniendo, tomó la de él, entrelazando sus dedos y aferrándose tan fuerte que podía sentir la tensión en el brazo.
—¿Así?— le preguntó en un susurro, al tiempo que salía de él lentamente, sintiendo cada centímetro que dejaba atrás, y besando de nuevo sus labios.
—Sí... — la respiración de Will no se había normalizado, por el contrario, parecía estar peor que nunca, su pecho se apretaba contra el de Nico con cada inhalación; y se volvía cada vez más frenética, conforme Nico depositaba más besitos en todo su rostro.
Y Nico se dio cuenta de que había descubierto el origen del universo, o al menos así se sentía, porque jamás pensó que podía conseguir excitarlo más de lo que ya lo había hecho en ocasiones anteriores, pero esta vez, incluso le parecía sentir que el miembro de Will se había hecho mucho más grande, debido a la acumulación de sangre en él, lo sentía golpear contra su abdomen tan insistentemente, tan anhelante, que le dieron ganas de mirarlo, para estar seguro de que no estaba imaginándolo.
Fue un error. Al levantar la cabeza y bajar la mirada al fin, lo descubrió tan brillante y sabroso que estuvo a punto de salir de él, solo para poder inclinarse y devorarlo completo, hasta atragantarse él mismo. Miró a Will al rostro, y lo encontró completamente sonrojado, con los ojos cerrados y la boca semiabierta, para proferir gemidos deliciosos que cosquilleaban en los oídos de Nico y le originaban escalofríos por todo el cuerpo.
Se sintió a punto de explotar. ¿Cómo podía ser alguien tan atractivo? ¿Cómo podía calentarlo de ese modo? ¿Cómo demonios era que sabía cómo tocarlo, cómo moverse y qué decir, para hacer que Nico se sintiera tan excitado como ahora? Estar dentro de él, moviéndose a esa pausada velocidad, le hacía sentir como en las nubes. Ya no se sentía como una tarea displicente, o un trabajo tedioso, ahora Nico lo estaba disfrutando como si fuera él quien pagaba, y no al revés.
Entonces pasó, Will arrastró sus manos desde el trasero de Nico hasta su espalda, y se abrazó a él mucho más fuerte que antes. Su cuerpo empezó a temblar con anticipación y su rostro se metió en el cuello de Nico. Supo que iba a correrse, antes de que pasara, supo que él también sucumbiría ante el placer, y deseó con todo su ser que fuera al mismo tiempo. Sintió las uñas de Will incrustándose en su espalda, sintió sus dientes cerrándose en su cuello, como aquella vez en el observatorio, y lo tomó como su señal.
Le permitió a su cuerpo liberarse, con una última estocada que desembocó en múltiples ráfagas de placer. Will jadeó y los bombeos de su corrida repercutieron en su interior, produciéndole espasmos que presionaron el miembro de Nico hasta absorber por completo todo su orgasmo. Se dejó caer, completamente cansado, sobre él, ensuciándose en el camino... Pero, ¿qué más daba? Will no le daba asco en absoluto, ni el olor del sudor sobre su piel, ni la textura de su semen deslizándose por su abdomen, ni, mucho menos, el sabor de su saliva en medio del beso post orgásmico que se estaban dando en ese momento.
Todo se sentía húmedo y caliente, y ¡Dios!, era asombroso.
Sin dejar de besarlo, Will consiguió dar vuelta y traerse consigo la sábana superior de la cama, solo para continuar toqueteándolo, cada vez más suave y despacio, dejándolos apretujados en medio de una especie de taco de cobija. Nico salió de dentro de él, anudó el preservativo y lo dejó caer a un lado de la cama, ya después se encargaría de botarlo. Se dejó abrazar y besar, hasta que Will se cansó y se recostó, nuevamente sobre su pecho, ahora desnudo. (¿Por qué se sentía tan bien estar desnudo con él?)
—Quédate conmigo— Will le pidió en un susurro contra su cuello— Mis padres no van a regresar hasta el lunes... Por favor...— y luego de un suspiro—: ¿Cuánto me costará, tenerte acurrucado contra mí toda la noche? Pagaré lo que sea...
Nico estaba tan cómodo, tan tibio entre sus brazos, en una cama tan cómoda, en una nube rosa post orgásmica tan placentera... que se sentía a punto de quedarse dormido. Descansó su cabeza sobre la de Will, y besó los rizos rubios una única vez, Will prácticamente ronroneó ante el gesto. Al final, le contestó, justo antes de sucumbir ante el sueño:
—La casa invita.
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