6. Miedo

Pedimos encarecidamente que no pongan spoiler. Estamos leyendo, maratón de Apolo desde el libro uno. No des indirectas, ni indicios, nada. No importa si dices que no es Spoiler. No digas nada.

Los exámenes de Valero podían ser comparados con el mismísimo infierno. Nico había estudiado hasta más no poder, no había pegado los ojos en toda la puta noche, y aún así, había preguntas de las que no tenía ni la más mínima idea sobre si su respuesta estaba siquiera cercana a la correcta. Nico se apostaría todo el dinero de su billetera a que el desgraciado ponía preguntas que ni siquiera estaban en el temario del curso.

Pero, después de todo su esfuerzo, al fin lo había terminado, y ahora solo tenía la cabeza aplastada sobre el pupitre para intentar descansar un poco, mientras Pía, la chica más lenta del universo, era la última en persistir con cada una de las respuestas del examen. ¿Por qué no se largaba? Porque Valero era uno de esos profesores que no se cansaba con la tortura habitual de la prueba, sino que además insistía en dar clases después.

Así que, todos sus compañeros hablaban (a Valero no le importaba el ruido), o lloraban en una esquina por su fracaso inminente, o intentaban cortarse las venas con el borrador, o, como Nico, luchaban obtener unos cuantos minutos de sueño. Pía tenía los ojos llenos de lágrimas, y estaba consultando por vigésima vez la misma duda a Valero sobre la pregunta número trece. Si Nico, pudiera y quisiera ayudarle, le diría que era una respuesta por lógica, pero ni estaba autorizado, ni le interesaba en lo más mínimo. El anciano, pero malhumorado profesor, no hacía otra cosa más que decirle: "Piénsalo bien, está muy fácil".

Nico soltó un suspiro exasperado, cuando Pía volvió a leerle la pregunta en voz alta a Valero, suplicando por un poco de ayuda. Dio un par de golpecitos de su frente contra la mesa y volvió a suspirar. ¡Ya se quería ir a su puta casa! ¡Tenía negocios que hacer! Y estaba aquí perdiendo el tiempo.

—Ten —le sorprendió escuchar la voz de Will Solace tan cerca, así que levantó la cabeza, pero realmente no esperaba que estuviese hablándole a él. El rubio, que acababa de voltearse de su asiento, puso un sobre blanco encima de su pupitre tan pronto como Nico le prestó atención—. Prometí el triple y aquí está.

—Ah, sí... —Nico iba a empezar con un "sobre eso, creo que no se va a poder...", pero antes de poder pronunciar más, Will estaba poniendo otra cosa más sobre su pupitre. Lo colocó lentamente, con una mano temblorosa, como si fuese un simple mortal entregándole una ofrenda a un dios y temiendo ser pulverizado por ello.

Nico se quedó en silencio y parpadeó un par de veces antes de siquiera saber qué debía pensar al respecto. Sus ojos estaban fijos sobre el artículo que Will acababa de poner encima del sobre con dinero. Se trataba de un emoji de diablito, morado, confeccionado con silicona suave y con un cordel que salía de su cabeza en medio de los cuernos. Era un juguete para niños. No entendía por qué Will estaba poniéndolo ahí.

— ¿Qué es eso? —preguntó, con precaución.

—Eh... Se le dice yo-yo de silicona, o magic yo-yo —contestó Will, sin realmente solucionar la incógnita de Nico. La ceja que se levantó en su rostro, pareció ser lo suficiente reveladora como para que Will abriese los ojos y explicara aún más—. ¡Oh! Yo... Bueno, cuando venía de camino vi a una señora vendiéndolos y ese me gustó porque de algún modo me recordó a ti... Pensé que sería bueno para liberar el estrés, y ahora tú lo necesitas más que yo. ¿No? Jeje...

Nico desvió su mirada desde los ojos azules, hasta el diablito morado, sin mostrar ninguna reacción en particular. Will se mostraba tan tenso que parecía a punto de volver a tomar el juguete y alejarlo de su vista. Entonces, Nico extendió una de sus manos para agarrarlo y a continuación, lo sacudió.

El diablito comenzó a brillar.

Y Nico no pudo evitar la carcajada pura y sincera que salió de su garganta. ¡Qué era un puto diablo con lucesitas!

—¡Qué cool! —dijo en voz alta, al tiempo que continuaba sacudiéndolo con suma violencia para que no parase de brillar. ¡Y sí! Sabía que posiblemente su agotado cerebro le estaba jugando una mala pasada, pero no iba a detenerse. ¡Jamás había tenido uno de esos en la mano! Su padre decía que eran satánicos, y eso que ni siquiera había visto nunca uno con forma de diablo—. ¿Me lo estás dando? —preguntó, alegre.

—Sí... claro... te lo regalo, es tuyo —balbuceó Will, y Nico comenzó a sacudirlo incluso con más entusiasmo.

—Es perfecto para golpear a Percy en la cara. ¡Ni siquiera lo verá venir!— dijo y se puso el anillo del cordel en el dedo medio de la mano derecha para no dejarlo caer y entonces lo lanzó hacia un lado. Volvió rápidamente a su mano. Nico río de nuevo y Valero le soltó un: "Shhhh", por lo cual tuvo que callarse.

Pero ese chitón fue lo suficientemente potente como para hacerlo notar la realidad. Todo el mundo lo estaba mirando. Incluso Pía había dejado de prestar atención a su examen para fijar la vista en él, con los ojos muy abiertos, como si fuera un espectáculo nunca antes visto. Nico regresó la atención hacia Will, y este estaba observándolo con ojos brillantes y los labios ligeramente abiertos.

—No costó ni cinco dólares— susurró el rubio, sonaba mitad impresionado, mitad divertido. Nico lo dejó de nuevo sobre la mesa. ¡No iban a reírse a costa suya! ¡Malditos fueran todos!

—Sí, bueno, como sea— dijo, para luego cruzarse de brazos e intentar recuperar un poco de la dignidad que le quedaba.

Le parecía estar escuchando cuchicheos del resto de sus compañeros con respecto a su repentino exceso de interés en un juguete barato. Oyó algo así como "Wow, miren sí tiene sentimientos" y un "Creo que Valero ya consiguió volverlo loco, perdió los tornillos". No le gustó ninguno de esos comentarios, y miró a Solace con una mueca a la defensiva, esperando por burlas de su parte.

Will, efectivamente, tuvo la desfachatez de reír, pero no era una carcajada burlona, más bien fue una unión entre sonrisa y suspiro de placer, como si Valero le acabara de decir que había conseguido un diez más en la prueba.

—Estás libre esta tarde, ¿verdad?— le inquirió— Hoy quiero mi cita— No agregó nada más, se giró nuevamente hacia el frente, y no volvió a voltearse. Poco a poco todo el mundo se fue olvidando de él para encargarse de sus respectivas funciones depresivas, y, al final, Nico cedió ante la tentación: agarró otra vez el diablillo de silicona, para presionarlo como bola antiestrés. El modo en que uno de sus ojos se hacía más grande, al verse lleno de aire, lo hizo reír de nuevo.

Esta vez, sin embargo, se aseguró de ser discreto.

Pía no se rindió, hasta que se le acabó el tiempo, lo cual, ¡bendita fuera la condenada!, les garantizó en realidad no tener clases. Sin embargo, tuvieron que estar ahí encerrados al menos veinte minutos más. Tiempo que a Nico se le pasó volando, porque estaba demasiado ocupado en jugar con el diablito de silicona, haciéndolo rebotar sobre su mesa como una pelota de tenis multicolores.

Era una estupidez, lo sabía. Pero la gente nunca le hacía regalos. Llevaba tanto tiempo haciendo hasta lo imposible por subsistir y comprar cada maldita cosa que necesitaba con su propio esfuerzo, que recibir algo comprado por alguien más, era simplemente increíble. Sobre todo si lo habían comprado precisamente pensando en él.

Sí, verdaderamente era una estupidez.

Aún así no podía dejar de jugar con él como si fuese un crío.

Cuando Valero les dio permiso de largarse, Will volvió a hablarle, más que eso, se pegó a él como un chicle, por lo cual Nico supuso que había llegado el momento de cumplir con la dichosa cita. Dio gracias a su yo del pasado por haber recordado meter su navaja suiza en el bolsillo antes de salir de casa, dependiendo de "la sorpresa" que Will tenía planeada, era posible que fuera a necesitarla.

No lo aguantó, la tentación fue demasiado grande, y el tenso silencio que había en medio de ellos mientras caminaban hacia el estacionamiento, estaba dando paso a que la señorita incomodidad apareciese de nuevo para acariciar la mejilla de Nico con su pomposa bufanda de largas plumas. Se giró y lanzó el diablito de silicona contra la cabeza de Will, golpeándolo justo en la sien. Soltó una nueva carcajada al notar como funcionaba a la perfección, a la vez que Will lo miraba incrédulo mientras se sobaba la parte atacada.

—¡Hey! —se quejó, pero sus ojos brillaban como lamparitas azules que titilaban al observarlo—. Pensé que dijiste que golpearías a Percy con él, no a mí.

—Necesitaba verificar que funciona— respondió Nico, aún riendo— ¡Y lo hace de maravilla! Percy no lo verá venir. Estoy pensando en despertarlo todas las mañanas haciéndolo rebotar justo sobre su cara, o tal vez justo sobre su entrepierna, ¿tú qué me aconsejas?

—Pues... tomando en cuenta su profesión... —deliberó Will, sonriendo con timidez.

—Es cierto— Nico asintió muy serio— lo segundo dañaría el negocio. Tendré que contentarme con mi plan inicial.

Will río tranquilamente, con su aspecto natural de siempre, pero Nico sintió en ese preciso momento, que había algo nuevo naciendo entre ellos que se extendía como el perfume de una mujer dentro de un bus apretado. Además, había algo en el brillo que mostraban sus ojos azules que le hacían sentirse afable. Era como si una capa superficial se hubiese caído en ambos, y ahora compartiesen una especie de complicidad, que hacía querer a Nico bajar sus defensas por primera vez en años, para disfrutarlo.

Más le valía a este maldito millonario imbécil portarse bien y no estar queriendo pasarse de listo, porque sería una pena tener que rebanarle su bonita cara en pedacitos.

Aproximadamente quince minutos después, Nico conducía por la interestatal, sentado sobre los nuevos sillones de cuero marrón del Mustang, que le conferían un aire elegante y refinado al interior del auto, más un agradable olor a nuevo, como si acabaran de retirarlo de una concesionaria de Ferraris. El exterior estaba pintado de un negro ónix, pero con efectos de llamas azules a los costados, que cumplían con el capricho del niñito de Percy, sobre su irritante obsesión con dicho color.

Cuando Nico había llevado el Mustang con el novio de Calipso, sus expectativas de obtener un resultado decente con el auto habían sido bajísimas, o casi nulas; él había esperado una estafa a todas luces, no obstante, había sido gratamente sorprendido de conseguir un resultado casi nuevo. Ahora Nico presumía algo más que lo hacía parecer de la clase altísima, además de su belleza, y era su Mustang, engañosamente lujoso, que combinaba con él e incitaba a muchas personas a querer estar con él.

Porque seamos honestos, por más buena apariencia que alguien pudiera tener, nadie quería ser visto dentro de un auto destartalado, con pinta de haber transportado cinco cadáveres en la parte de atrás.

Dejando de lado eso, Nico estaba nervioso, y el signo inequívoco de ello estaba en la forma sincopada en que apretaba y aflojaba su adoradísimo yo-yo diabólico de silicona entre su mano derecha, la cual tenía apoyada sobre el volante, mientras la izquierda hacía todo el trabajo de adelantarse o girar en las intersecciones que Solace le indicaba con un tímido gesto de la mano, y una voz tranquila, como si no estuviera llevando a Nico hacia una terrible emboscada en medio de la nada para que una horda de hombres lo violaran por turnos como a una yegua de carga.

Y justo cuando había pensado en eso, Will Solace le dijo que girara a la derecha, hacia un camino de piedra, extenso e inhóspito que atravesaba una especie de arboleda, cuyos árboles sin hojas apenas estaban empezando a recuperar un poco de calor, que la naturaleza les daba para hacer el cambio de estación de invierno a primavera. ¡No podía ocurrírsele una imagen más tétrica! Lo único que faltaba era un maldito espantapájaros o un globo rojo saliendo de la nada... De acuerdo, sí habían imágenes más tétricas, y justo acababa de pensarlas.

Nico pisó el freno, y giró lentamente el rostro hacia su copiloto, quien lucía una fachada calmada, pero arruinada por el movimiento nervioso de su manzana de Adán. Muy sospechoso, si se lo preguntaban. Luego, Will se volteó hacia él, con una interrogante en sus cejas levantadas sobre por qué no estaban avanzando.

Nico vertió su estrés en la pelotita de goma en su mano, y aguantando las ganas de pegarle nuevamente con ella, habló:

—Ese camino no lleva a ningún lado, ni siquiera está en el mapa.

—No, porque es parte de una propiedad privada— contestó Will, estudiándolo detenidamente, hasta que sus neuronas volvieron a funcionar debidamente para hacerle comprender—. No estoy planeando llevarte a un lugar peligroso, Nico, tú...

Él supo de inmediato lo que estuvo a punto de decir: "Tú solo confía en mí". Pero Nico no podía hacer eso, la simple alusión a ello parecía una burla en su contra, ya que ellos no eran amigos, apenas se conocían desde hacía un par de semanas y lo único que sabía de él era que tenía el dinero suficiente para pagar el triple por su compañía, sin titubear un solo segundo, por lo que, seguramente, también podría permitirse comprarse otro tipo de servicios que podrían meterlo en problemas.

¿Y Nico que tenía en su defensa? Una estúpida navaja escondida en el bolsillo delantero del bolsillo.

Will ni siquiera acabó su oración, debió de adivinar sus pensamientos mirando la oscuridad recelosa de sus ojos, así que, con cierto rubor en las mejillas, se limitó a encogerse de hombros.

—Está bien, depende de ti — dijo, con un ligero matiz de decepción en la voz—. Podemos regresar a la ciudad si quieres, no hay problema.

Nico se quedó contemplándolo un rato, hacia sus dedos unidos para toquetearse las uñas con nerviosismo, y luego a la pequeña mueca de tristeza en su rostro. Muchos se iban a la bancarrota al tratar de complacer los caprichos lujosos de una cara bonita, Nico era la prueba de ello, también mucha gente moría confiando y cumpliendo lo que pedían. ¿Y si Will era un asesino? ¿Un depravado? ¡Un traficante de blancos!

—Dime algo que un traficante de personas no diría —pidió Nico, entrecerrando sus ojos con dureza— y si te pones nervioso lo confirmas automáticamente.

Will se puso totalmente nervioso.

—Ehhh... — soltó un bufido con expresión de sufrimiento— ¿no lo soy?

Nico miró hacia el camino de nuevo, suspiró luego de una pausa.

—Bueno, hasta llegar a la adolescencia, mi padre me solía llevar a muchos viajes de negocios dentro de una camioneta, y a veces, a medio camino, se daba cuenta de que había olvidado algunos papeles importantes en la casa— relató con calma, mientras volvía a poner el Mustang en movimiento hacia la derecha—. Sin embargo, jamás volvió a tomar el camino de regreso, porque decía que volver era de muy mala suerte.

—Así que, ya que estamos aquí... —inició Will, formando una sonrisa.

—O no lo eres, o eres el peor traficante que he conocido en mi vida — espetó Nico—. Será mejor que ese lugar sea bueno— añadió, acelerando, a un poco más de ochenta.

La travesía cruzando la mitad de una arboleda repleta de árboles tétricos, que parecían estirarse hacia el sol que las nubes de invierno dejaban entrever, fue silencioso a partir de allí, puesto que Will se había quedado bastante ensimismado admirando los troncos medio muertos que se extendían tanto hasta el horizonte que era imposible saber dónde acababa. En cuanto a Nico, sus ojos descendían hacia la pequeña pelotita de goma en su mano, en cada intervalo de tiempo para extraer fuerza y seguridad de sus diabólicos ojos multicolores.

Nico siguió conduciendo, incluso cuando luego de un tramo de camino, se abrió un claro hacia la derecha de pasto extenso, que terminaba en una pequeña laguna casi inundada por plantas y flores de agua. Y, podría haber alucinado, pero de forma fugaz, él creyó haber visto algo parecido a una vaca de color plata, que podría tener el triple de altura de una vaca normal. Nico contuvo las ganas de retroceder a confirmarlo, sin embargo, mantuvo el pie firme sobre el acelerador.

Luego de un rato, preguntándose distraídamente si el bosque podría albergar a pie grande, Will le dijo que desacelerase, para poder continuar a la izquierda sobre un camino de grava que los condujo en línea recta, hasta que finalmente, teniendo en cuenta la repentina sonrisa de Solace en su rostro, llegaron a su destino. Nico se inclinó un poco sobre el volante, y con las cejas arqueándose un poco, miró con asombro, mientras un chispazo de intranquilidad quemó en su pecho

Delante de él, una enorme casa de dos pisos, con paredes sucias de color blanco, se presentó con aspecto triste y gótico en medio de árboles altos, que tenían alargadas ramas como dedos esqueléticos que rasguñaban el viejo vidrio de las ventanas impulsadas por el viento. Nico miró hacia el techo, hacia las tejas de color marrón con moho en algunas partes, y visualizó cuervos que parecían mirar directamente hacia sus ojos oscuros, y le advertía sobre el peligro inminente que corría el cual le encantaría espectar.

Nico bajó los ojos, y entonces, el aire abandonó sus pulmones. Enfrente, recostados contra el costado de la casa, habían tres hombres jóvenes fumando a escondidas. Eran altos y fornidos, y uno de ellos era un afroamericano, con músculos tan voluptuosos que incluso se destacaban dentro de su abrigo. Ellos giraron sus cabezas al unísono cuando vieron el Mustang entrar, luego miraron hacia Nico, y le sonrieron con apreciación.

Fue como estamparse la cara de lleno contra el aguanieve del suelo, sus dedos empezaron a temblar y sintió el impulso de tirarle la pelotita de goma a Will, directo a la entrepierna, porque estúpidamente había confiado en él, el muy maldito había logrado bajar sus defensas y ahora estaba en una situación que jamás pensó que...

Sus pensamientos, un vórtice que le había mostrado un montón de formas para escapar, y de paso, matar a Solace; simplemente se detuvieron de súbito, cuando al girar la cabeza para empezar a gritarle, alcanzó a atisbar un autobús de turistas estacionado al otro lado de la casa, tan alejado y escondido entre los árboles, que no lo había visto al entrar.

—¿Sucede algo? — preguntó Will, claramente emocionado. Sus ojos lo observaban con más intensidad que antes y sus dedos eran incapaces de quedarse quietos.

Un par de respuestas aparecieron en su mente: "Nada, es solo que casi he tenido un pre-infarto". Luego: "Te has salvado de tener la mitad de la cara cortada como Kuchisake". Sin embargo, la voz de una mujer lo distrajo, gritó en dirección a los hombres, y les pidió unirse al grupo para comenzar con la guía dentro de la casa pronto. Nico, en un tipo de trance, estacionó el Mustang cerca de unas llantas viejas que habían transformado en asientos, y apagó el motor.

Se bajaron y rápidamente fueron a colocarse junto a un grupito en el cual estaban los sujetos de antes (quienes, de hecho, no lo estaban admirando a él, sino al Mustang e incluso le dirigieron un par de elogios por la carrocería), y unas cuantas personas más. Una señora que tenía toda la pinta de ser profesora de historia, un diminuto gordito calvo, dos turistas asiáticos y un padre soltero que pensó que una casa embrujada era un buen lugar para llevar a su hija amante de los unicornios.

—Leí sobre este lugar en internet y pensé que te gustaría venir de visita —dijo Will en voz baja, mientras todo el mundo se acomodaba y la guía les daba la bienvenida— Se dice que la casa está maldita, pero incluso si no es así, al menos tiene una historia tétrica que estoy seguro que te gustará escuchar...— Will cada vez parecía más ansioso, hasta que finalmente le preguntó—: ¿Te gusta?

—Estás pagando el triple, por una cita...— inició a contestar Nico, también en un susurro—. ¿Y me traes a un lugar porque piensas que podría gustarme? ¿Y verdaderamente te preocupas por si me gusta o no? Si te das cuenta de lo que estás haciendo, ¿verdad?

—Ese no es tu asunto, yo pago por lo que yo quiera, ¿no? —Will puso un puchero sobre sus labios. Nico no pudo evitar que toda su atención se fuera hacia esa zona de su rostro—. ¿Te gusta o no?

Nico soltó un bufido divertido. ¡Claro que le gustaba el lugar! Si existían realmente las casas malditas, él estaba seguro de que se verían como la que tenía al frente. Tenía toda la pinta de estar embrujada: Paredes sucias, ventanas rotas, un aire lúgubre que casi superaba al de la arboleda congelada de antes.

—Parece interesante— contestó, sin embargo, fingiendo indiferencia. Aun así, fue lo suficiente para que Will sonriera satisfecho.

La guía rubia y regordeta los condujo a través de la puerta chirriante principal y, al ingresar se toparon con una sala de estar completamente amueblada. El piso era de madera, y si no caminabas despacio, chillaba incluso más que la puerta. En el centro había sillones antiguos y una mesa patas arriba. También habían estantes pegados en la pared. Pero nada de eso llamaba tanto la atención, como las manchas oscuras que se dibujaban desde el sofá, hasta la mitad del piso. Llegando justo hasta la alfombra sobre la cual Nico estaba parado.

—Así es, amigos— decía la guía cuyo nombre ya Nico había olvidado—, como ya lo saben, esta casa pertenecía a una familia de seis personas: Susan y Christian Davis, junto con sus tres hijos, Georgie, de ocho años, Betty de diez y Carlton de dieciséis, en adición a la madre de Susan, Veronica Johnson. Lo que ven en el piso, es nada más y nada menos que sangre que se ha secado a lo largo de los años.

Nico miró incluso con mayor admiración hacia el piso sucio. Toda su atención había sido captada por la potente pero dispareja voz de la guía. Sentía los ojos de Will fijos sobre su expresión, como si estuviera grabándose cada una de sus reacciones, pero no le importó. De pronto, simplemente quería saber qué había pasado con la familia. ¿Habían muerto todos? ¿Quién los había matado? ¿Cómo habían muerto? Sin darse cuenta comenzó a sacudir lentamente el diablito de silicona en su mano izquierda.

La guía empezó a caminar lentamente, mientras comenzaba a relatar la historia de cómo la familia Davis se había mudado a vivir allí, buscando un poco de paz y distancia del mundo citadino. Por consecuencia, todo el grupo se alargó en una línea, pegados a la pared, imitándola a ella. Nico y Will estaban cerca de la mitad, pegados hombro con hombro, aunque el primero insistía en estirar la cabeza hacia el frente, tratando de ver mejor las manchas de sangre. ¡Daría lo que fuera por arrodillarse para examinarlas! Era una de las partes que más le gustaba de su carrera, recolección y análisis de pistas. Si estuviera un poco más cerca, tal vez podría empezar a sacar conclusiones.

—La historia cuenta que eran una familia completamente normal— inició la guía— Christian y Susan trabajaban durante el día, mientras la abuelita cuidaba a los niños y los llevaba a la escuela. Los primeros conflictos, empezaron a darse justamente por ello. La abuelita, Verónica, tenía problemas al relacionarse con el hijo mayor, Charlton. Verónica siempre fue una mujer muy tradicional, y la rebeldía de Charlton la volvía loca...

—¿Crees que haya fantasmas?— Will le preguntó en un susurro, mirando hacia detrás de su espalda, donde se encontraba la entrada hacia la cocina.

—Tal vez— contestó Nico y luego se corrigió—: ¡Ojalá! ¿Por qué? ¿Te da miedo?

—Pfff, ¿miedo?— Will cada vez estaba más cerca de él, seguía mirando hacia la cocina—. Para nada.

No sonaba muy convencido.

—Los muertos no te pueden hacer daño, Will— dijo Nico.

—¿Y si es el fantasma de un psicópata?— preguntó Will de vuelta.

Y Nico tenía que admitir que Will tenía un punto. ¡Ja! En eso se basaban la mitad de las películas de terror que había visto en su vida, la otra mitad era sobre posesiones demoníacas o virus apocalípticos. De igual modo, se rió de él, porque eso era lo que Nico hacía cuando estaba de buen humor: ¡Burlarse de la gente!

—No seas miedoso... — dijo, dándole un codazo—. Deja de mirar hacia allí y pon atención.

—Creo que algo se movió— Will se aferró a su brazo.

—Nada se movió— Nico rodó los ojos, pero esta vez giró la visión en la misma dirección que Will, por inercia.

Y entonces, una de las puertecillas de las alacenas se abrió lentamente, así, frente a su vista y sin que nadie la moviera, chirriando como el sonido de unas uñas rasgando el vidrio. Pero eso no era lo más perturbador, sino que poco a poco, en medio de la oscuridad del armario, empezaron a brillar lo que parecían ser ojos rojos. El primer pensamiento de Nico fue: No pasa nada, debe ser un gato o una rata gigante. 

¿Pero que rata gigante tiene más de seis pares de ojos por todo el cuerpo?

Nico y Will, como los valientes caballeros que eran, dieron pasos apresurados hacia atrás, lejos del peligro. La mano de Will se sostuvo tan fuerte de la de Nico, se entrelazó con sus dedos con tanta fiereza, que Nico sintió el impulso de sacar su navaja y defenderlo de cualquier enemigo.

—¡Joder!— lo escuchó decir—. ¿Qué mierda es eso?

—AHHHHHHHHHHHHHH— la niña del padre soltero gritó, al tiempo que una mancha gris salía violentamente de la alacena.

K: Hola, hola prostitu...

A: No, sis, no va... :'v

K: Bueno... Hola, pues. Esperamos que les haya gustado el capítulo, déjennos muchos comentarios para que Amer sea feliz (y de paso yo también). Cada comentario pone una sonrisa en los labios de Amer. ¡Juntos! Por una Amer más feliz <3

A: Ya, cállate! *le da una queca* Pero sí. ¡Dejen muchos comentarios! Nuestro trabajo es escribir, y el de ustedes disfrutar. 

K: Nos vemos pronto, muak, muak. 

A: Chínguense, ya, largo de aquí. Los amo.  

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