14. Cruz

Lo primero que hicieron, cuando el automóvil de Will se alejó del barrio de los ricos y se adentró en la carretera principal, fue ir a buscar a Leo. Will no quería hacerlo, de pronto le parecía que no podía gastar ni un solo segundo más, en algo que no fuera encontrar a Nico. Estaba aterrorizado y la adrenalina le palpitaba en todos los músculos del cuerpo, necesitaba ir por él, ¡ya!

Pero, Jason tenía una mente rápida, que asimilaba los problemas y encontraba soluciones. Mientras la mente de Will apenas estaba procesando que Nico no solo lo amaba también, sino que además estaba en extremo peligro; Jason ya estaba preocupándose por los obstáculos que iban a encontrarse en el camino.

—La casa de Midas —le había dicho—, es como una fortaleza de jedis... Tal vez tan grande como la tuya, no podría decirlo, pero tiene cámaras por todas partes y su personal de seguridad no es, para nada, limitado. No será fácil entrar.

—No me voy a quedar sentado con los brazos cruzados —le había espetado Will en respuesta.

—Claro que no, pero necesitamos refuerzos —había devuelto Jason—, desvíate a la izquierda en la siguiente, iremos a buscar a Leo... Él sabrá cómo apagar las cámaras.

A Leo no se le dio la opción de elegir si quería ayudar o no. Tan pronto cómo llegaron al taller mecánico, Percy se bajó, lo tomó en brazos como una damisela frente a los ojos de una estupefacta Calipso, y lo subió al auto con todo y maletín de herramientas y guantes de seguridad. Jason también aprovechó para tomar unas botas de hule y un par de linternas que usarían más adelante. "Quizás terminemos muertos de una forma horrible", le dijo a Calipso casualmente, entonces se marcharon, y en el camino, se encargaron de explicarle a Leo la situación.

—Debieron dejarme eliminar el historial de mi laptop antes de embaucarme en una misión suicida —dijo, cuando acabaron.

Todo el camino hasta la casa de Midas, le pareció un infierno, el tráfico, un grupo de malditos monstruos, y las exclamaciones nerviosas, pero sarcásticas de Leo, una burla. Se sentía tan enojado que casi no podía respirar y estaba a punto de bajar a los otros tres del auto y encabezar él mismo un ataque kamikaze en cualquier momento. Mas, justo a tiempo, Jason volvió a hablarle:

—Estaciona aquí, Will —le pidió—, está lo suficientemente cerca como para emprender la retirada y las sombras nos permiten ocultar el vehículo un poco —luego procedió a repetirles el plan que Will había escuchado a medias y finalmente agregó—: ¿Seguro que puedes con esto Leo?

—Sí... ya paró de llover así que, todo debería ir bien —contestó él, saliendo del auto con un montón de herramientas colgando de su cinturón, y un alicate en la mano izquierda—. Pero, si no... Díganle a Calipso que la amo, y que siempre fue mi más grande sueño y añoranza... Y también que no se fije en las revistas que hay debajo de mi cama, ejem.

—No seas payaso, ¿puedes o no? —Will no pudo evitarlo, las palabras simplemente salieron toscas de su boca.

—Puedo —asintió Leo, con seguridad—. Vayan a sus posiciones, y déjenle la magia al mago.

Luego, como si fuera un hombre trepando palmeras en busca de cocos, en alguna playa de Costa Rica, se llevó el alicate a la boca, abrazó un poste eléctrico, y comenzó a escalar con la pura fuerza de sus brazos y piernas. Se resbaló un par de veces en el camino, pero en general, parecía llevarlo bastante bien, así que, Will y Jason, corrieron en la oscuridad de la noche, pegándose a las paredes para evitar ser vistos, hasta llegar a la muralla que protegía la propiedad de Midas.

Cuando estuvieron en posición, tuvieron que detenerse un par de minutos, hasta que Leo consiguiera su objetivo, y Percy, quien había sido enviado a su propia misión, los alcanzara. Percy fue el primero en encontrarse de vuelta con ellos.

—¿Las conseguiste? —le preguntó Jason.

—Sí, traigo los bolsillos llenos —regresó Percy—. ¿Por qué Leo está tardando demasiado?

—No lo sé —regresó Jason, sin embargo, después de ver la expresión desolada que se formó en el rostro de Will ante tal intercambio, añadió—: Seguramente está encargándose de que no sea fácil de arreglar. Nos dará más tiempo para salir sanos y salvos.

—Sí, sí, sí, claro —Percy empezó a asentir efusivamente después de que Grace le diera un codazo—, definitivamente es eso. ¡Todo va a estar bien, Will! Ya verá... auch, ¡deja de golpearme! ¿Hablo o no, joder!

—No grites —reprendió Jason. Will habría querido darle un golpe directo a los huevos para que se callara, pero no podía ya que su cuerpo estaba trabajando de un modo muy extraño. Tenía frío, porque todo le temblaba, al mismo tiempo, sentía que estaba sudando, y su lengua parecía estar pegada a su paladar: no conseguía hacer con ella otra cosa más que tragar saliva.

Respiró profundamente dos veces, parpadeó unas cuantas ocasiones más, y entonces, finalmente, cuando un trueno reventó a lo lejos, recordándole que el cielo simplemente les estaba dando una tregua de la tormenta, y que era posible que volviera a llover pronto, todas las luces de las casas aledañas se apagaron al fin. Quizá hubo una pequeña explosión, camuflada por el ruido natural, o tal vez, Leo era lo suficientemente bueno como para pasar completamente desapercibido, lo cierto fue que, todo el lugar, se quedó sin electricidad.

Le rezó a todos los cielos porque Midas no tuviera una fuente privada y personal de energía, y si la tenía, que se descompusiera justo en ese momento.

—¡Ahora! —ordenó Jason—. Bro, aúpame.

—¡¿Qué?!

—Que pongas las manitas para ayudarme a subir, so torpe.

—Ah, ah... ¡habla en nuestra lengua, maldita sea! —se quejó una vez más antes de hacer lo que se le ordenaba. Después, ayudó a Will a subirse a la muralla y finalmente, entre los dos lo subieron a él.

Cuando se giraron, y estaban a punto de saltar hacia el gigantesco jardín, Will estuvo a punto de soltar un gritito de pánico. Cinco Rottweilers estaban mirándolos fijamente y gruñendo, posiblemente midiendo la distancia que tenían que saltar para morder a los intrusos que amenazaban con entrar. No ladraron, por obra y gracia del Espíritu Santo, Buda, Moisés y Ghandi.

Entonces, Percy sacó la salchicha más regordeta que Will había visto nunca, de su pantalón, se la mostró a los perros, la movió de arriba a abajo un par de veces, hasta asegurarse de que todos le estaban prestando atención, y entonces la lanzó a lo lejos, haciendo que toda la jauría saliera corriendo tras la botana para devorarla cual clientes harían con la salchicha original.

Tiró un par más de ellas, solo para mantenerlos entretenidos, y acto seguido, se dejó caer al suave y húmedo césped del jardín.

—Bien hecho, bro —dijo Jason, dándole un golpecito en el hombro a Percy al bajar—, guarda la mitad para la retirada, por si acaso.

—Sí, apresuremonos antes de que se las acaben y vengan a buscar más— regresó Percy— Las otras son de las baratas, y esos son perros finos... No sé si les va a gustar.

Con las cámaras apagadas, y los perros distraídos, sólo quedaba deshacerse de los guardias de seguridad, lo cual no era algo sencillo de hacer, puesto que, Midas tenía tantos guardias, cómo presumía su oro. El primer obstáculo, consistía en la pareja de gigantones que esperaban en cada una de las puertas de su maldita mansión terracota.

Como Jason lo había dicho antes, en los "buenos" o más bien "no tan malos" tiempos, a Nico le bastaría mostrar su rostro para que lo dejaran entrar, pero Jason y Percy siempre debían esperar afuera, así que, prácticamente, ellos dos no sabían cómo era ese lugar por dentro, excepto por las breves descripciones que Nico les había dado solo para satisfacer su curiosidad.

Estaban caminando con los ojos cerrados, pero, los guardias también.

Ellos no estaban acostumbrados a estar sin luz, no estaban acostumbrados a caminar en medio de todas las sombras, sin poder ver ni un poco lo que estaba al frente, ni lo que dejaron atrás. En cambio, Jason y Percy sí que podían hacerlo. Todos esos meses de escasez económica y eléctrica les había hecho desarrollar habilidades casi gatunas, para reconocer lo que se escondía en la oscuridad, y para caminar guiándose apenas con un leve toque a la pared más próxima.

—¡Qué comiencen los Juegos del Hambre!— había dicho Jason, en un tono que sonaba tan sarcástico como agrio, casi como si le produjera placer y dolor, decirlo.

Luego le dió una linterna a Will, y agregó:

—Debe estar en el sótano, Nico solía decir que Darel insistía con llevarlo ahí.

—¡Fantaseaba con eso!— interrumpió Percy—, está obsesionado. Pero, Nico no va nunca a donde sus clientes quieren que vayan, ni a ningún sitio que no pueda controlar. Tomando en cuenta cómo terminaron las cosas, tenía todos los motivos para ser precavido... Ojalá y... ojalá y le hubiéramos puesto más atención a sus quejas... miedos... como sea. ¡Te daremos todo el tiempo que podamos! ¡Sácalo de ahí! ¿De acuerdo?

Will se limitó a asentir, porque esta vez, de nuevo, si intentaba hablar, corría el riesgo de terminar gritándole a Percy y golpeándolo a puñetazos aunque sabía que él también era una víctima y para nada era el culpable de todo esto, a pesar de que ese par insistiera en cargar con el peso de la responsabilidad por su negligencia.

Si era sincero consigo mismo, la culpa también estaba carcomiéndolo, porque... ¡Él también se había aprovechado de Nico! Dándole dinero a cambio de favores sexuales, cuando estaba en una situación en la que no tenía otra opción más que vender su cuerpo. Y si bien, sus intenciones habían sido buenas, no hizo otra cosa más que ocasionarle más problemas, y llevar a Darel hasta el límite al provocarlo una y otra vez, comprando a Nico cuando él ya había reservado, solo por su estúpido orgullo.

Era tan culpable, o incluso más, que Percy y Jason. ¡Lo sabía! ¡Y lo malditamente odiaba!

—Si estamos todos listos, no hay que perder más tiempo —dijo Will sosteniendo el foco en sus manos— ¿Ustedes no llevarán linternas?

—De momento no las necesitamos— contestó Percy— pero tenemos nuestros celulares, en caso de emergencia.

—Bien... — Will tomó una inhalación profunda y luego exhaló. Jason asintió hacia Percy una vez y entonces, los dos salieron corriendo como almas que lleva el diablo, dejándose ver, no solo por los dos guardias de la puerta trasera, sino también por los otros tres o cuatro que intentaban descubrir qué diablos había pasado con la electricidad.

Todos, sin excepción, salieron corriendo tras ellos, llamando a gritos por refuerzos y jurando mil y una maldiciones en el camino. Sin embargo, ni las palabras "Deténganse ahora, ladrones de mierda", ni "Estamos armados, valoren sus vidas", consiguieron hacer que Percy y Jason dejaran de correr. Eran rápidos, se movían en zig zag, incluso si los guardias empezaban a disparar a ciegas, no iba a ser fácil darles.

Will aprovechó el movimiento para colarse por la puerta trasera, que de por sí habían dejado abierta, y una vez que estuvo dentro, comenzó a abrir todas las ventanas y puertas de la primera planta. Botó cajas, suministros, adornos, floreros, todo lo que se encontró a su paso. Sabía que afuera, Percy y Jason estaban haciendo lo mismo con los basureros y maceteros.

Dio portazos, quebró vidrios, pateó mesas. Dentro de la casa había más guardias, comenzaron a perseguirlo, pero no sabían en qué dirección dirigirse, puesto que las cosas se veían tan mal afuera como adentro. Parecían un montón de hormigas, sin saber hacia cuál dulce dirigirse primero. El que fueran tantos, repercutió en su modo de actuar, porque, a pesar de que debían haber jerarquías, con la oscuridad era difícil saber de dónde provenían las voces.

Llegado cierto momento, cuando Will escuchó algo como: "Al ático, subieron al ático, rápido, rápido, rápido", reconoció la voz de Leo, y comprendió que, no solo los había alcanzado, sino que también llevaba varios minutos lanzando órdenes falsas, y advertencias de precaución a los guardias, sólo para confundirlos y aprovechar para golpearlos.

Los perros se acabaron las salchichas, y comenzaron a aullar como desquiciados. Will escuchó que alguien gritó de dolor, pero no pudo saber si había sido un amigo o un enemigo. A su alrededor todo era caos, y pasados un par de minutos, hasta le llegó a parecer que no podía estar pasando en realidad. La oscuridad, los gritos, las órdenes, los golpes, él sin poder ver nada, Nico en un jodido peligro de muerte o algo peor... Todo parecía parte de un muy mal sueño. ¿Y si se había emborrachado con champagne? Por muy imposible que eso sonara, ¿y si ahora estaba teniendo una alucinación?, ¿y en realidad no se había movido del sofá?

Pero, no. Era tan increíble, que su mente no sería capaz de inventar una cosa así. Era real. Nico estaba en peligro real.

Se abalanzó con rabia hacia el camino que, según le habían dicho, debía llevar al sótano, tenía tanta rabia en su pecho, tantas ganas de golpear, que quizá trastabilló un par de veces a lo largo del pasillo, tal vez, quebró un par de floreros en la cabeza de alguien, pero no se detuvo hasta encontrar el lugar en el que esperaba, Nico aún estuviera bien.

Mientras todo el caos ocurría en la primera planta y los jardínes de la mansión terracota, en el sótano Nico estaba con sus brazos extendidos, como un Cristo, temblando por el frío y la adrenalina de lo que se disponía a hacer. No escuchó ninguno de los ruidos de arriba. No se dio cuenta de que había habido un corte de electricidad, todo en el sótano, estaba como lo había estado durante todo el día.

Nico no sabía que el sótano de aquella maldita casa, era el único lugar de la misma que estaba perfectamente aislado para evitar que los ruidos de adentro, molestaran a las personas afuera. Midas, además, lo había acondicionado como un búnker en caso de guerra, o apocalipsis, o un fallo en la electricidad... lo que ocurriera primero. Era el único lugar en toda la casa, donde un transistor extra otorgaba energía, sin tregua, sin errores, en caso de cualquier contingencia.

Desde su perspectiva, Nico seguía estando tan solo cómo lo había estado desde el momento en que se encerró en su habitación, dejando a sus amigos por fuera, diciéndoles que no quería volver a saber nada de ellos, nunca en adelante, y marcando su maldito destino, hasta acabar en las manos de Midas padre e hijo.

La música había tomado un ritmo más veloz, a medida que Darel se acercaba a Nico, con pasos deliberadamente lentos mientras jugueteaba con los gruesos hilos de la fusta. Se había desabrochado los primeros tres botones de su camisa, y ahora había una gran franja de vello a la vista. Sus ojos y sonrisa tenían un borde siniestro, a pesar de que lucían alegres, había sombras y perversión detrás de ellos. Nico se forzó a mostrarse imperturbable, y lo logró, incluso cuando Darel acarició su entrepierna con la fusta, de forma gentil.

—Esto se ve tan triste —ronroneó Darel, acariciando los bordes de su bóxer con los hilos—. ¿Tienes frío? O será porque... No te gusto —formó una sonrisa irónica—. ¿Por qué, Nico? ¿Cuál es la diferencia entre ese patético rubio y yo? Ambos somos ricos. Ambos somos atractivos. Empecé a preguntarme todas las noches, ¿qué podría haberte dado ese tipo para alejarte de mí?

—Estás enviando tus pensamientos en una dirección equivocada —farfulló Nico, lanzándole una mirada fulminante—. Es simple, todo se trata de ti. Sobre ti y tus malditos fetiches de mierda.

Quería gritarle que lo detestaba, que su simple presencia le resultaba indeseable. Le daba asco de principio a fin, y había querido vomitar todas y cada una de las veces en las que había tenido que follar con él. Sólo existía una persona en el mundo que le causaba más repulsión que él, y ese era su padre. Pero, sabía que no era prudente, que se iba a meter en problemas si decía algo como eso, y debía ser inteligente. No estaba en posición para cometer cualquier error.

—¿Ah, sí? —Darel le alzó una ceja, burlón—. Sin embargo, lucías perfectamente bien cuando tenías que hacerlo. Supongo que es porque te gustaba lastimarme —dio un paso al frente, con su voz adoptando un tinte seductor—. Y es por eso que sé que seríamos perfectos. Simplemente necesitas tirar ese enorme e inútil orgullo a un lado, y acostumbrarte a la idea. ¿Qué dices? ¿Harás el intento?

Él evitó responder, y para eso, tuvo que morder la parte interna de sus labios para contenerse. O lo intentó, porque sin previo aviso, con un rápido movimiento de su muñeca, Darel le propinó un latigazo sobre su estómago, lo suficientemente fuerte para extraer un jadeo de sus labios. Instantáneamente, la consternación llenó cada parte de sus células, mientras un sudor frío empezaba a pegar algunos de sus mechones crespos sobre su frente.

Lo peor de todo, era que Midas había respondido a su reacción con una carcajada regocijante que hizo temblar a Nico de odio puro. De pie, a unos metros detrás de su hijo, el anciano cochambroso había conseguido de, quiensabedónde, una de esas cámaras antiguas que podían sacar fotografías instantáneas en blanco y negro, y aparte de salivar como un perro en celo, se dedicaba a mantener la lente sobre Nico. Un montón de fotos caían en forma de zigzag hasta el suelo, acumulándose alrededor de sus pies.

Imágenes donde torturaba a Midas, cortándole la lengua, arrancándole sus uñas, o directamente matándolo con sus propias manos, asaltaron su mente. Después de recibir el ultimátum de Darel, Nico solía imaginarlo en contadas ocasiones, a veces mientras comía, a veces en clases. Mientras se duchaba, mientras dormía. Pero aquel deseo, jamás se había sentido tan fuerte como en ese mismo instante, y colaboró en demasía, en la acción que ejecutó a continuación, cuando de nuevo, Darel le dio otro latigazo, esta vez, sobre el muslo.

No lo pensó bien. Probablemente debió haber esperado un mejor momento. Pero Nico siempre había sido impulsivo, y al tener finalmente liberadas sus dos piernas, su primer instinto fue contraatacar. Utilizando uno de sus pies como soporte, Nico se impulsó a sí mismo y le plantó a Darel un puntapié en el pecho que lo mandó a volar como si hubiera recibido un disparo, hasta que cayó al suelo de espaldas, mirando a Nico con los ojos desorbitados, que poco a poco se llenaban de indignación.

—¿Qué carajo? —explotó poniéndose en pie apresuradamente, apretando el mango de la fusta hasta que las venas de sus manos resaltaron a la vista—. ¡¿Cómo demonios se soltó?! ¡¿Fuiste tú, papá?! ¡Te dije que no oyeras nada de lo que te dijera!

Midas no había alcanzado a responderle, apenas había dejado su cámara en el suelo, se apresuró hacia Nico con la intención de, estúpidamente, agarrarle las piernas de vuelta e inmovilizarlas contra la cruz. Sin embargo, cuando se hubo agachado para hacerlo, Nico encontró la perfecta oportunidad para, de una vez por todas, descargar toda su ira en él, y darle una patada en la mejilla que provocó que algo saliera de su boca, y cayera al suelo, rebotando varios metros hacia adelante.

Nico se quedó patidifuso, al ver que se trataba de la dentadura de Midas, luego sufrió un espasmo de náuseas, cuando el anciano se volteó nuevamente hacia él, para enviarle un rictus de labios estirados horriblemente hacia arriba, que mostraban que sólo le quedaban los dos primeros dientes de abajo, los cuales lucían amarillentos y uno más largo y torcido que el otro. El resto de los dientes: desaparecidos en acción.

—¡Mierda! —No pudo evitar soltar, y por un momento, estuvo tan conmocionado que no notó que Darel ya se había puesto de pie y había agarrado su pierna derecha.

Sin embargo, inmediatamente después de que Midas Junior intentara sostener su tobillo y atarlo, con toda la fuerza y ahínco que era capaz de dar en su situación actual, Nico procedió a dar patadas de mula, de forma violenta y continua como si estuviera espantando pirañas cerca de él. Sus brazos, principalmente sus muñecas, y pies, se lastimaron en el trayecto, pero hizo caso omiso del dolor, y siguió pateando.

Sabía, que su aspecto enloquecido debía verse lamentable. Y si no estuviera demasiado ocupado tratando de salvar su trasero, de forma literal, probablemente tendría lágrimas de sangre corriendo por sus mejillas por la humillación sufrida. Con la música de fondo aún sonando, y él zarandeándose como una lombriz, Nico apenas alcanzó a oír las palabras de Midas gritándole a su hijo:

—¡Esto es tu culpa, muchachito imbécil! ¡Se puso así por tu culpa! —Su voz emitida a través de una boca sin dientes, había sonado tan ridículo que en otras circunstancias, hubiera sido chistoso. Ahora, Nico sólo tenía ganas de gritar por la impotencia—. ¡Darel, no, Darel, espera...!

Nico no entendió la advertencia, hasta que sintió que su cabeza se zarandeaba hacia un lado con violencia, y el dolor estallaba donde Darel lo había golpeado con una barra de metal que, solía utilizar para mantener las piernas bien abiertas e inmovilizadas. Puntos negros explotaron detrás de sus ojos, al instante. Y por un momento, se quedó quieto, demasiado aturdido y con ganas de vomitar para que pudiera volver a agitarse como lo estaba haciendo.

—¡¿Te volviste loco?! —vociferó Midas, obligando a su hijo a mirarlo, con un estirón en su hombro—. ¡¿Alguna puta vez vas a empezar a controlar tu fuerza haciendo esto?!

—¡No te metas, papá! Esto fue tu culpa después de todo. ¡No debías soltarlo!

—¡Lo hice porque finalmente estaba colaborando! —continuó Midas—. ¡Tú lo empeoraste empezando con tu mierda de siempre!

La pelea dio lugar enfrente de Nico, cada vez con mayor energía, mientras él trataba de volver a enfocar su mirada, o por lo menos, dejar de ver amebas oscuras nadando en su campo de visión. Trató de levantar la cabeza, pero una punzada de dolor le advirtió que se mantuviera inmóvil por unos segundos.

Pero, la cosa era, que Nico no tenía un par de segundos, y, en un ataque de desesperación, reflexionó, ¿y qué si tuviera más tiempo? Nadie iba a venir a ayudarlo. Estaba solo gracias a sus grandiosos esfuerzos por alejar a todos. Quizás Darel tenía razón, al menos por su supervivencia, cuánto más rápido se acostumbrara... No obstante, le hubiese gustado ver, al menos por última vez, el rostro de Will Solace antes de dejar de ser la persona que por algún asombroso y extraño motivo, a él le gustaba.

Por el rabillo de su ojo, Nico captó un movimiento que provenía de lo alto de las escaleras. Cuando viró un poco el cuello, tuvo que dar dos fuertes pestañeos para tratar de enfocar su mirada a la realidad, porque estaba jodidamente alucinando si estaba viendo a Will Solace, bajar las escaleras de dos en dos, con las manos desnudas. Luciendo decidido aun cuando parecía turbado, y sus ojos centelleaban como carbones prendidos en llamas azules.

Estaba tan sorprendido que se olvidó de ocultar la expresión en su rostro, y cuando lo hizo, ya era demasiado tarde, porque Darel había visto la pobre chispa de esperanza en sus ojos, dirigida hacia algo detrás de él, por lo que automáticamente se dio la vuelta y encontró de infraganti a Will, dejando el último peldaño. Por un corto período de tiempo, ambos se contemplaron en silencio. Uno, anonadado, el otro, con una furia apenas contenida que parecía echar humo de sus labios, como un dragón preparando las llamas para expulsar y quemar.

—¿Cómo demonios entraste? —balbuceó Darel, palabras que probablemente Will no había entendido por la música que seguía sonando.

Entonces, los siguientes acontecimientos ocurrieron en un conjunto sin tregua. A sabiendas de que no tenían el lujo de cometer cualquier margen de error. Solo una mirada compartida. Mandíbulas firmes. Manos haciéndose puños que denotaban la decisión de todo o nada. Y, encontrando un soporte en la cruz como la primera vez, poniendo toda su ira, su humillación, su esperanza, y anhelo, en su pie derecho, Nico tomó impulso, y disparó hacia arriba, para asestar de lleno una patada en las bolas de Darel.

Y fue la primera vez que un contacto con sus testículos, se sintió jodidamente bien.

Al instante, Darel soltó un alarido estridente, y cayó al suelo incapacitado. Sus manos sostuvieron sus partes íntimas mientras su faz se rompía en agonía, al mismo tiempo, Will se había movido velozmente hacia Midas, quien, al ver que un hombre atlético y lleno de vitalidad se acercaba a él, y llegaba a la conclusión de que jamás podría vencerlo; solo chilló y huyó cobardemente hacia uno de los muebles al costado de la habitación.

Sin embargo, antes de que pudiera jalar una manija de los cajones, Will ya había tomado el parlante entre sus manos y lo utilizó para estamparlo contra la parte trasera de su cabeza, con fuerza. Automáticamente, Midas se desplomó en el suelo, y ni un solo músculo de su cuerpo volvió a moverse, mientras su pelo canoso se apelmazaba por la sangre que iniciaba a supurar por la herida.

Will dejó caer el parlante, lo que finalmente provocó que se quedara en silencio. Parecía horrorizado por lo que había hecho, y con ganas de quedarse solo mirando el cuerpo del anciano para descubrir si había muerto. No obstante, fue evidente que hizo un sobreesfuerzo para empezar a retroceder. El subidón de energía que había sufrido, lo hacía respirar con demasiada prontitud, se mostraba pálido, alarmado, pero, al ver a Nico, de inmediato se dirigió hacia él.

Con pies torpes y manos temblorosas, Will se apresuró y le quitó la primera esposa de su muñeca izquierda. Había tomado la llave de la mesita, en donde Midas la había dejado, luego de decirle a Nico que ese sería su pequeño secreto. Se equivocó un par de veces antes de poder meterla en el grillete, pero al final lo consiguió.

El brazo de Nico cayó inmediatamente, sintiendo como un gran peso lo abandonaba, y sus tendones dejaban de gritar de agonía. Al igual que sus hombros, finalmente encontraba algo de comodidad a través del calambre que ahora quería pasarle factura. Lo dejó en segundo plano, y se dedicó a absorber cada detalle del rostro y el cuerpo de Will, para convencerse de que realmente estaba aquí, y no era un producto de su imaginación por el golpe o el cloroformo.

—Will... Will... —No se había dado cuenta que estaba diciendo su nombre como un cántico, con su voz llena de emoción, pero casi como si fueran susurros. Era extraño. Todo a su alrededor se escuchaba muy extraño.

Aún así, Nico quería tanto que Will lo mirara, pero él parecía reacio a hacerlo. De hecho, parecía hacer todo lo posible para no mirarlo, como si fuera a desmoronarse si lo hacía. En su lugar, con un tono repleto de arrepentimiento y dolor, dijo:

—Perdón por tardar...

Nico abrió los labios para interrumpirle, pero de pronto, y justo cuando le desataría la mano que faltaba, Will fue jalado por la tela de su camiseta trasera, y lanzado bruscamente al suelo por Darel, que inmediatamente se subió encima de él, para empezar a estrangularlo con la barra de metal que había utilizado para golpear a Nico hace unos momentos.

—Muere de una vez, maldito arrogante —escupió Darel sobre su rostro, mientras Will boqueaba y trataba de empujarlo fuera de él, dando patadas y zarandeos que no daban frutos.

Tener a Darel sobre él, ya era lo suficientemente insoportable. Pero ahora, en lo único que Will podía pensar era en el dolor lacerante que le provocaba la falta de aire en los pulmones, la opresión horrible por la que todo su cuerpo se rebelaba pero aún así, no encontraba forma de escapar. Lo único que podía hacer era tratar que la barra no bajara más, utilizando sus dos manos para empujar, todo lo que podía, hacia adelante.

—Pensaba dejarte en paz porque no valías mi tiempo —gruñó Darel, poniéndose de objetivo aplastar la manzana de Adán de Will—. Pero estás aquí... ¡Me hiciste un gran favor!

—Eres. Un. Cerdo. —Espetó Will cada palabra, y lo siguiente que supo fue que Nico les había caído encima, rodeando el cuello de Darel con los brazos que, de no haber visto la expresión furibunda de su rostro, hubiera creído que le estaba dando un íntimo abrazo.

Habiendo obtenido una mano libre, Nico había podido soltarse la otra por su cuenta mientras Junior y rubio millonario jugaban con ahogarse en el suelo. Sus pies tocaron el piso por primera vez, después de horas, por lo que casi perdió el equilibrio con sus piernas desvaneciéndose. Pero, no había tiempo para recuperarse, y al fin y al cabo, lo único que Nico necesitaba ahora eran sus brazos, para implementar en Darel, un lindo abrazo rompe cuellos. Aunque claro, quizás, lamentablemente, lo más recomendable sería solo dejarlo inconsciente como a Midas.

Si es que Midas solo estaba inconsciente.

Por un largo rato, Darel luchó como todo un campeón. Había que concederle eso. Estaba muy acostumbrado al dolor así que su rango para soportarlo era muy alto. Hubo un incómodo y problemático tiempo, en el que Darel lo pateó, trató de darle cabezazos y arañazos (hasta que Will sostuvo sus manos, deteniéndolo), finalmente, el cerebro hizo lo que debía hacer cuando ya no estaba recibiendo aire, y con un último apretón sin fuerza, Darel perdió el conocimiento, y Nico lo soltó, dejándolo caer a un lado, sobre su costado.

Entonces, Will y Nico se contemplaron, ambos de cuclillas hasta que Will se quitó el hoddie, que de todos modos a él mismo le quedaba grande, y se lo metió a Nico por la cabeza, intentando, de algún modo, ocultar su desnudes. Afortunadamente, también era lo suficientemente largo para que le llegara a mitad del muslo, cubriendo así, aquel horrible y penoso bóxer de cuero que parecía cortarle la circulación. Finalmente, posando sus manos sobre los hombros de Nico, Will tomó una honda inhalación, y lo miró.

Su corazón se rompió otro poco más cuando lo hizo. Levantó una mano, y acarició la mejilla húmeda de Nico, con ternura.

—Está bien —susurró, dándole una triste sonrisa—. Vamos a salir de aquí.

Nico pestañeó varias veces, y se llevó ambas manos para tocarse el rostro. Se sorprendió cuando encontró lágrimas goteando hasta su barbilla. ¿Cuándo había empezado a llorar? Él no se sentía particularmente triste, mucho menos feliz a pesar de tener a Will enfrente. No obstante, si sentía un enorme alivio, fuerte y punzante alivio, que crecía cada vez más dentro de su pecho.

Will pasó los dedos por la herida en su sien, lo hizo tan suavemente que apenas lo sintió. Sin embargo, cuando empezó a palpar el costado de su cabeza, una mueca y un quejido de dolor salió de Nico, deteniendo el escrutinio de Will, en el acto.

—Duele —musitó Nico, sufriendo un escalofrío.

—Lo siento —respondió Will, preocupado, y lo ayudó a levantarse, poniendo uno de los brazos de Nico sobre sus hombros y rodeando su espalda con uno de los suyos—. Ya habrá tiempo para un chequeo. Salgamos.

En ese instante, una voz difusa habló, congelándolos en el lugar.

—Yo creo que no. —Era Midas, y había conseguido un revólver del cajón que había querido alcanzar al principio, antes de que Will lo hubiera estampado con el parlante, sin matarlo, desafortunadamente—. Quietos. O les vuelo los cesos con tres balas a cada uno. Ya estoy harto de sus estupideces. ¡No me importa! Tengo el suficiente dinero, para comprar a CUALQUIER PUTA QUE SE ME DÉ LA GANA.

Si sus palabras no bastaban para saber que estaba furioso, su expresión transformada en algo grotesco por la pura ira, lo hacía. Tenía las fosas nasales muy abiertas por su respiración agitada, su boca mantenía una contracción risible con un fondo sin dientes, ya que los dos incisivos de abajo, podridos y casi anaranjados, no podían ser considerados como tal. Todo su cuerpo temblaba, por lo que el arma apuntando hacia ellos se agitaba como si el suelo bajo sus pies fuera inestable.

Aun así, tener un revólver apuntándote seguía siendo peligroso, y tanto Nico como Will no querían arriesgarse, temerosos de que el otro saliera herido. Así que se quedaron quietos, fingiendo una calma que no sentían. Y por segunda vez en la noche, Nico dirigió sus palabras hacia Midas, junto con una mirada penetrante y firme, mientras sentía el brazo de Will alrededor de su cuerpo, dándole más coraje del que había sentido en meses.

—Tú mismo lo has dicho, Midas. Puedes conseguir a quien quieras, alguien que estaría más que feliz de aceptar tu dinero y tus fetiches —aumentó la severidad en su voz—. Pero se acabó para mí. Tienes que dejarme ir, ahora.

—¿Quién te crees que eres para decidir eso, eh? —devolvió Midas, explotando en una carcajada burlesca—. ¡TÚ NO PUEDES DECIDIR UNA MIERDA! PORQUE TÚ ME PERTENECES.

—¡Estás loco! —Will sabía que solo debía dejárselo a Nico, y confiar, pero apenas lo oyó simplemente se le salió de los labios como Coca Cola mezclada con mentas. Y ahora que había hablado, ya no podía detenerse—. Déjanos ir degenerado, y quizás no vaya a la policía para que meta tu arrugado trasero en la cárcel. ¡Has raptado a una persona! ¿Te das cuenta?, y no sólo eso, ¡lo has estado extorsionando todo este tiempo...! Incluso lo...

—¿Qué vas a acusarme con la policía? ¡No me hagas reír, mocoso engreído! —Midas volvió a soltar otra risotada—. ¿Y cómo harás eso, eh? Sin meterlo en problemas a él, al mismo tiempo. ¡Te recuerdo que la prostitución es aún más ilegal! ¡Si tú me hundes, yo lo hundiré a él!

Expuesto su punto, el maldito anciano empezó a desencajarse de la risa enfrente de ellos, casi como un lunático que está apunto de lanzarse al vacío, pero se llevará a alguien consigo. Will se mordió el labio con tanta fuerza que sintió sangre en la boca, a su lado, Nico parecía perder poco a poco, la pequeña chispa de esperanza que había aparecido cuando lo vio entrando por la puerta. Y dolió. Maldita sea, dolió verlo.

Por lo que juró en ese momento, que iba a sacarlo de ese maldito sótano. Aunque muriera en el trayecto, él iba a...

De pronto, Percy apareció en la cima de las escaleras, luciendo agitado y sucio. Miró hacia Will y Nico, luego bajó la mirada hacia Midas que estaba debajo de él, aún riéndose sin ser consciente de su llegada. Entonces, sin pensarlo dos veces, y haciendo algo muy Percy: saltó. Desde donde estaba. Se tiró cual bala de cañón, en picada como siempre hacía cuando se tiraba de la tabla de una piscina. Aterrizó de lleno sobre la espalda de Midas, quien por segunda vez, se desplomó en el suelo, y se golpeó la cabeza contra el piso haciendo un espantoso "crug", como un huevo quebrándose.

Valga la redundancia, pero por supuesto, Midas había quedado completamente inconsciente.

Si es que lo estaba. Y no verdaderamente muerto esta vez.

El revólver había salido volando de sus manos, y se deslizó por el suelo hasta que chocó contra los pies de Nico. Él lo miró, pero no hizo amago de agarrarlo. Quizás porque Midas lo había tocado y su trauma había evolucionado a no querer estar en contacto o siquiera en el mismo lugar que él por más tiempo. Solo necesitaba salir de ahí ya.

—¿Creen que le haya roto la columna? —preguntó Percy casualmente, aún sentado sobre la espalda de Midas, mientras le echaba un vistazo.

—No lo sé, pero eso espero —contestó Will, y después de cerciorarse de que Darel seguía inconsciente, se giró hacia Nico—. Ahora sí, no perdamos más tiempo.

Nico asintió, y dejó que Will medio lo arrastrara hacia las escaleras, donde la salida aguardaba, y que ahora, sin la música de fondo, podía oír que había un jaleo en el piso de arriba, y de vez en cuando, sonido de disparos que sonaban amortiguados mediante los silenciadores que debían tener. Miró hacia Percy que estaba poniéndose en pie, con una pregunta implícita en sus ojos.

—Jason debe estar manteniendo a los guardias a raya —contestó Percy, entendiendo—. Pero, no será por mucho tiempo. Hay que apurarnos.

Claro, ellos tenían que irse, ¡ya! Sin embargo, Nico volvió a detenerse, y ordenó:

—Espera. —Y Will obedeció, aunque había nerviosismo en sus ojos, y deseos de cargar a Nico en sus brazos, para salir más rápido.

Con los músculos de sus pantorrillas temblando, Nico se dirigió hacia las fotografías que estaban desperdigadas en el suelo, y se agachó, para recogerlas una a una.

—Ayúdenme a llevarlas —murmuró Nico, sin mirarlos—. No debe quedar ninguna. O podrían subirlas a la web.

Percy y Will compartieron una mirada, cargada de emociones dolorosas, y acto seguido, en completo silencio, tomaron todas las fotografías del lugar hasta que no quedó ninguna. Nico fue especialmente riguroso buscando todas, bajo los muebles, las esquinas o cualquier escondite. Hecho eso, con los bolsillos atiborrados, Nico agarró la cámara instantánea del suelo, decidiendo que mejor sería llevársela, para asegurarse.

Por el rabillo de su ojo, Nico notó que Percy contemplaba una de las fotografías con una cara de espanto y asco. Luego, con una mueca de impotencia, arrugó la fotografía entre sus dedos, y la metió en sus bolsillos con furia. Nico no sabía qué decir, así que decidió ignorarlo.

—Vámonos —dijo, y sin ayuda esta vez, hizo su ascenso por las escaleras, hacia la ansiada libertad.

Unos cuantos minutos después, Will arrancó el automóvil y, con toda su tripulación en una pieza, aceleró con dirección a la estación de policía más cercana, no sin antes asegurarse de que no los estuvieran persiguiendo.

Nico iba en el asiento copiloto, Leo le había prestado su propio suéter para que tuviera algo con lo cual taparse las piernas. Lo había hecho sin decir nada, solo se lo había dado, para luego meterse en la parte de atrás del auto. A decir verdad, ninguno estaba diciendo nada. El auto avanzaba en completo silencio, como Will nunca lo había escuchado, tenía la impresión de que los chicos estaban intentando incluso respirar lo menos ruidosamente posible.

Hasta que Nico habló, y les hizo dar un saltito, en sus asientos:

—¿Hacia dónde te diriges?— preguntó en voz alta, mirando atentamente por la ventana— Nuestra casa está hacia allá.

—Vamos a la estación de policía— contestó Will, y su voz sonó tan seria, tan molesta, que por un momento le costó reconocerse a sí mismo.

—No, no podemos ir —le devolvió Nico, y su voz tembló, haciendo que la voluntad de acero que Will había conseguido, flaqueara—. Llévame a casa, por favor.

—No... —Will golpeó el volante con ambas manos, sin detenerse— ¡No voy a llevarte a tu casa! ¿Qué pretendes? ¿Los llevo ahí, como si fuera un puto taxista y luego los dejo a su suerte, dejando que esos asquerosos pervertidos batallen contra tu inviolable puerta de madera para llegar de nuevo hasta ti?

—Oye... no le hables así— interrumpió Percy, y luego suavizó su tono— gracias por todo lo que has hecho, pero...

Will lo interrumpió, no con palabras, sino dando un giro con el volante que hizo rechinar las llantas y pitar a los otros autos. A la velocidad a la que iba, era un milagro que no hubieran chocado contra nadie, ni volcado el automóvil.

—Vamos a ir a mi casa, Nico —dijo, con resolución, mientras los ojos de Nico lo observaban con precaución—, es todo lo que voy a ceder. Y no estoy hablando con ustedes, así que cállense.

El auto se silenció de nuevo, Percy y Jason estaban encogidos en la parte de atrás, como perritos regañados, excepto que ellos ni siquiera podían atragantarse con salchichas sobrantes, porque habían gastado las otras para conseguir salir. Entonces, cuando parecía que ya nadie iba a decir nada más:

—¿Puedes dejarme en mi casita primero, Will? —preguntó Leo, con una vocecita diminuta— Calipso se va a enojar si no llego a dormir.

Will cerró los ojos y soltó un suspiro.

—Sí —contestó al abrirlos—, te llevo a casa, tranquilo. 

Taraaaaaaaaan

Kinn: Les dijimos que pueden confiar en el sismance, no sé por qué se alarman tanto. Todo estaba fríamente calculado

Amer: Sí, no es que haya nada que temer para el próximo capítulo, claro que no, ejem.

Kinn: ...

...

...

...

Sí, bueno... ¿Cuál fue su parte favorita del capítulo?

Amer: ¿Y cuál su menos favorita?

Kinn: Si tuvieran que describir a uno de los personajes de esta historia con una canción, cuál sería y por qué?

Amer: La canción que hemos elegido para el cap se llama, Crosses de José González. En nuestra mente, comienza a sonar cuando Nico empieza a recoger las fotografías del suelo. Espero que la oigan, y cuéntenos qué les pareció. 

La parte que dice, "... de gente mirándote, saben que has estado roto. Constantemente me recuerdan por la mirada en sus caras. Ignóralos esta noche y estarás bien". Identifica mucho a Nico después de escapar, y con la situación en general. 

Kinn: Los queremos. Muak muak

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