13. Desamparado
Nico sabía que había despertado otras veces, pero no había alcanzado a dar dos parpadeos, antes de volver a asfixiarse en el aroma del cloroformo, o, tal vez, otra droga más fuerte. Cuando finalmente, consiguió un poco de entereza para intentar ver a su alrededor, se encontró en una habitación extraña, que parecía encandilar sus suceptibles ojos más de lo que debería ser posible.
Había muebles de color crema cerca de las paredes color dorado, el techo parecía serlo también, pero no estaba seguro porque no conseguía levantar la cabeza. Por algún motivo, la sentía cada vez más y más pesada, como si estuviera sujetando bolas de plomo alrededor del cuello. Tampoco podía pensar con claridad, intentaba, con todas sus fuerzas concentrarse, ubicarse en tiempo y espacio, pero no lo conseguía. No recordaba dónde estaba, y mucho menos cómo había llegado ahí.
Lo único que sabía era que tenía jodidamente sueño, y frío, mucho frío.
Conforme comenzó a hacerse consciente del resto de su cuerpo, se dio cuenta de que estaba atado, todas sus extremidades se encontraban extendidas hacia los lados, a más no poder, como si estuviera formando una equis con su cuerpo. Pero, no estaba atado a una cama, sino que se encontraba extendido contra una especie de estante vertical, o mini pared. Parecía un instrumento de tortura, como los que veías en las películas, excepto que este estaba enfundado en tela de oro, con la "x" que sostenía su espalda acolchada, y los grilletes envueltos en terciopelo rojo, muy ajustado, que intentaban no lástimarlo, pero tampoco le permitía escapar.
Tenía un espacio libre, entre cada extremidad, quizá para que, quien fuera que estuviera en la misma habitación con él, pudiera tocarlo tanto desde el frente, como desde atrás. Aún así, era una estructura increíblemente sólida y estable, puesto que Nico sentía como si todo su cuerpo estuviese dispuesto a abalanzarse hacia el frente, pero seguía sin caerse de cara contra el piso. No había un soporte para su cabeza, así que esta colgaba hacia el frente o hacia atrás, dependía de hacia dónde intentara Nico incorporarse.
Cuando su barbilla se golpeó contra su pecho, en uno de esos intentos, se dio cuenta de que este estaba completamente desnudo, y comprender eso, le hizo recordar también lo último que había ocurrido antes de perder la conciencia. Había tomado una ducha, estaba desnudo, y Midas estaba en su habitación, oliendo su ropa interior como un puto drogadicto oliendo betún de zapatero. Luego solo oscuridad.
Ahora ya no estaba completamente desnudo, pudo darse cuenta, aun cuando sus ojos no conseguían enfocarse a la perfección, de que llevaba puesto un bóxer diminuto y extremadamente ajustado, de cuero negro. Lo siguiente que hizo fue intentar mover su cadera. Se dio cuenta de que su cuerpo estaba, al menos de momento, intacto, y seco. Sabía lo suficiente de su carrera, como para darse cuenta de que no había sido violado aún. Aún.
Estaba luchando a pura fuerza de voluntad por mantenerse despierto, pero su cabeza pesaba muchísimo, sus párpados se cerraban, y su cuerpo se sentía jodidamente adormecido. Los dedos de sus pies ni siquiera respondían cuando intentaba moverlos.
—Es hora de que empieces a despertar, dulzura —era la voz de Darel, la reconocía muy bien—. Ya salió el sol, descansaste toda la noche, no seas malito y dame los buenos días, ¿sí?
Nico intentó contestar, pero no podía hacer otra cosa más que balbucear, tenía la boca seca, como si se hubiera dormido con la boca abierta, o como si se hubiera emborrachado hasta los huesos la noche anterior. Eso le hizo pensar, ¿cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Sus amigos habrían notado ya su ausencia? ¿Iban siquiera a notar su ausencia?
Recordó la discusión con Percy y Jason de la tarde anterior, y sintió un escalofrío recorrerle todo el cuerpo. Había estado tan molesto con ellos, que había dicho cosas que ni siquiera podía recordar, pero que sabía no eran buenas. Y si ellos estaban enojados con él, ¿por qué iban siquiera a buscarlo? No iba a ser la primera vez que Nico desaparecía durante horas sin avisar a dónde iba. Maldición, pensó, al tiempo que mataba todas las esperanzas de recibir ayuda, incluso antes de haber siquiera podido concebirlas.
Sintió la mano de Darel apoderarse de su barbilla para levantarle el rostro, lo acarició, como si fuera el amante más dulce del mundo, y lo miró directamente a los ojos. Nico apenas si podía concentrarse en su tez, pero sabía que era él. Estaba segurísimo de que se trataba de él.
—Ten —le ordenó, al tiempo que introducía algo en medio de sus labios. Era pequeño, y seco—. Sé un buen chico y traga esto.
No fue sino hasta que le ofreció también un vaso con agua para que lo bebiera, que comprendió que se trataba de una píldora. Nico hizo acopió de toda la fuerza que tenía en su cuerpo para apartar la cabeza del vaso, y entonces, con furia, escupió la pastilla, directo a la cara de Darel.
—¿Así? —quiso preguntar, pero su voz salió ronca y difusa, en lugar de sarcástica, como lo había querido.
Se mareó, su cabeza se cayó hacia un lado, y se golpeó contra uno de los tablones acolchados de la equis que lo sostenía. Cerró los ojos, intentando estabilizarse de nuevo, durante un par de segundos. No supo si Darel se había molestado o no, el tiempo funcionaba de un modo extraño, como también lo hacían sus oídos. De lo único que estaba seguro, era que, no importaba cuantas veces le metieran la pastilla a la boca, él iba a escupirla, como un maldito gato: terco, sin importar lo enfermo o débil que estuviera.
Sin embargo, al igual que con los gatos, débiles y enfermos, sus métodos de defensa actuales eran limitados. Atado, como estaba, su fuerza dependía únicamente de lo que su cabeza pudiera hacer, y eso era escupir y gruñir, y al segundo siguiente, Darel le arrebató, incluso, esa oportunidad.
Sintió algo duro golpear contra sus dientes, abriéndole la mandíbula y quitándole la posibilidad de cerrarla de vuelta, ni siquiera para morderlo. Se trataba de una especie de bola dorada. Luego de estar amordazado, empezó a respirar con más fuerza, no sabía si era debido a la rabia o porque era más difícil que el aire entrara a su cuerpo con esa mierda en la boca.
La próxima vez que intentaron darle la pastilla, Darel la había aplastado valiéndose de la parte plana de un cuchillo de cocina, hasta convertirla en un finísimo polvo azul, el cual, en medio de sus mareos y delirios, le recordó a los suaves ojos azul cielo de Will. Los únicos, y probablemente, los últimos ojos sinceros que Nico contemplaría si no salía de aquí. Aunque, siendo franco, sus posibilidades de escapar, en ese momento, eran las mismas que tenía ayer para conseguir el modo de eliminar la deuda con Midas.
Lo siguiente que supo fue que Darel estaba forzando sus labios a extenderse aun más, con los dedos de la mano izquierda, siendo brusco y casi haciéndole daño hasta sacar un poco de sangre. Nico solo vio de reojo la jeringa que iba introduciéndose, muy profundo, hasta su garganta, sintió como el líquido bajaba sin poder hacer nada para detenerlo. Incluso, cuando tuvo arcadas, Darel le tapó la comisura de los labios con la palma de su mano y lo obligó a tragarse todo. Una lágrima se escapó, por reflejo, de la comisura de su ojo. Sonriendo, Darel se acercó para limpiarla con su lengua.
De nuevo, Nico sintió arcadas.
—Lo siento —escuchó el susurro de Darel, como si viniera de un túnel. Aún así, pudo reconocer el tinte de burla en él. Y la impaciencia, en el toque de su mano que se extendía por su cuello—. Sabes que no me gusta usar pastillas. Pero de otro modo, no serías tan colaborativo con nosotros, ¿verdad?
Quería gritarle: "Vete al diablo", pero, apenas si podía mantener la barbilla ligeramente inclinada sobre su pecho. Siguió intentándolo de todos modos. Maldiciones que terminaban en forma de balbuceos como los de un niño de dos años, y un hilo de baba que caía hasta el suelo. También quería llorar. Pero era demasiado orgulloso para hacerlo. Orgullo que estaban a punto de arruinar para siempre.
—¿Vas a observar, padre? —fue la pregunta que Darel lanzó despreocupadamente, sin embargo, llenó de hielo las venas de Nico, y por unos segundos, halló su mente casi despejada, solo para ahogarse inmediatamente después, del más puro pánico que jamás había sentido.
Sus ojos habían buscando al maldito usurero sin pensarlo, y cuando lo encontró, Nico sintió que realmente enloquecería, por la sola y horrible imagen de Midas empezando a quitarse los pantalones, desprendiendo el botón y deslizando el cierre hacia abajo, con toda la parsimonia y odiosa altanería del mundo.
De pronto, todas las pesadillas que lo habían despertado en medio de la noche, sudoroso y atormentado, de las cuales se había convencido que jamás ocurrirían... Estaban pasando. Y aún así, el momento se sentía tan irreal, que una parte de Nico todavía esperaba despertarse en su cuarto, acostado en su cama, con Jason y Percy durmiendo a cada lado de él. Parecía que si solo cerraba sus ojos, podía fingir que volvía a aquel día donde empezó todo, a aquella fría noche de invierno, cuando la peor idea de todas empezaba a formarse en su cabeza, con la esperanza de poder salvarse a él y a sus amigos.
Se había creído un héroe. Alguien realmente listo.
Pero Darel tenía razón, sobre todo lo que había dicho en la universidad.
No era más que una puta fingiendo ser "exclusivo", una chatarra, haciéndose pasar por "clásico".
—Te concederé el primer turno. Sé que odias esperar —dijo Midas, a la vez que arrastraba una silla, para colocarla enfrente de ellos y sentarse en ella—. Solo asegúrate de darme un buen espectáculo, ¿de acuerdo?
Nico desvió la mirada, en el momento en que Midas metía la mano en sus calzoncillos, para sacar un miembro todavía flácido y cuya piel arrugada colgaba sobre sus dedos.
—Ya lo escuchaste. —El tono de Darel era suave—. Así que, demos nuestro mejor esfuerzo juntos, ¿quieres?
Las manos de Nico se cerraron en débiles puños, con impotencia. Su mente se llenó de imágenes donde arrancaba la nariz de Darel con sus dientes y luego, por algún poder del Hades, se hacía sombra para escaparse o convertir a ese maldito vejestorio en un verdadero cadáver putrefacto. Lamentablemente, la vida real no era tan bonita como su imaginación.
La única, la única maldita cosa que podía hacer realmente, era escuchar a su estúpido corazón martillar alocadamente con la desesperación de un hombre siendo enterrado vivo. Intentó algo así como desactivar su mente, pero era tremendamente consciente de las manos que habían empezado a vagar por su cuerpo. Sintió los dedos de Darel jugar con el borde del bóxer de cuero. Otra mano se deslizaba desde su rodilla hacia la parte interna de sus muslos, mientras sentía algo húmedo arrastrarse por su garganta. Cuando miró de reojo, vio que era la lengua de Darel, dirigiéndose ahora hacia sus pectorales.
Y su padre estaba mirando. Y su mano estaba moviéndose.
De pronto, los bordes de su campo de visión empezaron a oscurecerse, como si el fuego de una vela estuviera apagándose, poco a poco, la habitación parecía perder su brillo. Entonces lo comprendió, y por primera vez, Nico se alegró por estar a punto de volver a perder el conocimiento. (En sus adentros, incluso deseó tener una sobredosis).
—El chico está por dormirse de nuevo, ¿deberíamos darle otra pastilla para apresurar el efecto? —La voz de Midas sonaba molesta. Nico apenas pudo oír lo demás—: Muchacho tonto, debiste haber exagerado con el cloroformo. Te dije que no lo usáramos. Pero eres tan terco, Darel.
El aludido rodó los ojos, sin voltear el rostro hacia él, dijo:
—Papá, de otro modo, no hubiéramos podido...
Algo interrumpió su diatriba en ese momento. Dos golpeteos sordos que habían provenido de la puerta a lo alto de las escaleras. Padre e hijo se contemplaron con el ceño fruncido y la confusión se plasmó sobre sus expresiones.
—¿Esperabas a alguien? —inquirió Darel, y Nico quería seguir oyendo, pero de pronto la negrura era cada vez más absorbente, todo era negro y negro... sin ningún color cálido a la vista...
Le pareció que solo había pestañeado, cuando al alzar sus párpados nuevamente, extremadamente pesados, se encontró frente a frente, con unos redondos y expresivos ojos azules, en una cabeza de pelo rubio.
Su corazón cayó al piso.
Pero cuando la neblina de sus ojos había desaparecido y su mente había cobrado algo de discernimiento, con una enorme, enorme, enorme sensación de desdicha (y alivio al mismo tiempo), Nico observó que no se trataba de Will, parado frente a él, sino que se trataba de un hombre mayor, con rasgos aparentemente alemanes, contemplándolo con cierta perturbación en su faz pálida y ligeramente verdosa.
Si Nico hubiese sentido la lengua, habría exclamado un: ¿Qué carajos? Pero ya que ni siquiera sentía la mayor parte de su cuerpo, como si fuera un fantasma incapaz de hacer algo, sólo podía articular un extraño sonido lastimero, como el de un animal agonizando.
Había como un fuego abrasador comenzando a crecer en el interior de Nico, quemando su sangre y su rostro, como si estuviera dentro de una hoguera. También su respiración era trabajosa, y empezó a notar como partes de su cuerpo iniciaban a "despertar" haciéndose visiblemente evidentes para los ojos indeseados. Supo en ese instante, que la viagra estaba trabajando en su sistema. Y lo odió. Lo odió tanto que quiso gritar, lo que sería inútil, por la mordaza con una bola dorada dentro de su boca.
Volvió a intentarlo, pero solo seguía pareciendo un animal arrastrándose con su pata rota.
En respuesta, la cara alargada del alemán se arrugó con un claro disgusto. Seguidamente, retrocedió dos pasos, hasta quedarse parado al lado de Midas, de vuelta bien vestido, y con un puro en la boca.
—¿Qué te parece, Albrecht? —comenzó Midas, soltando humo por la comisura de sus labios—. ¿No es lo más hermoso que hayas visto en tu vida? Si dijera que es de otro universo, le creería sin lugar a dudas...
—Realmente es un joven... notable —señaló Albrecht, filtrando cierta incomodidad en su ligero acento—. Pero parece un poco... Mi buen amigo, Midas, sabe usted que puede ser sincero conmigo, ¿no es así?
—¿A dónde quieres llegar? —inquirió suavemente Midas, mirándolo de reojo.
Mientras tanto, oyendo en silencio, con el recelo mal disimulado en los ojos; Darel se hallaba sentado en la silla donde su padre se había sentado antes. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, las piernas abiertas y estiradas delante de él. Estudiaba la escena con detenimiento, con los labios duros en una fina línea.
Le habían obligado a dejar su juguete hasta que la visita se fuera. Por supuesto estaría de un increíble mal humor. Lo que, a pesar de sus circunstancias, hizo sonreír vagamente a Nico, aunque por fuera, la sonrisa se había visto más como una mueca constreñida.
—¿Está este chico aquí con su voluntad?
De golpe, el silencio cayó sobre los presentes. La pregunta del alemán había sido lanzada de forma descuidada y calmada, pero el peso de sus palabras, fue tanto que la repentina incomodidad parecía haberse personificado entre ellos, específicamente, justo delante de Midas para apuntarle con una pistola en la cabeza. La señorita incomodidad acariciaba el gatillo, casi con dulzura, esperando su oportunidad.
También, el miedo debería haber tomado su lugar detrás de Midas, acorralándolo. Sin embargo, lo que hizo fue reírse, reírse a carcajadas, mientras los demás, incluyendo su propio hijo, lo miraban estupefactos.
—¡Claro que está aquí por su voluntad! ¿Acaso no lo ves? —señaló a la parte inferior del cuerpo de Nico, donde, bajo el boxer, debía notarse la erección que la pastilla había provocado. (Se sintió con ganas de cortarse el miembro)—. Le encanta ser observado como una perra enjaulada. Además, ¿crees que te traería aquí si no fuera el caso? ¿Me crees tan idiota? ¡Por favor!
Si sus ojos pudieran hablar, Nico ya le hubiera enviado un montón de alertas. Pero el Alemán apartó la mirada, como si no soportara ver por más tiempo a Nico. Echó otra fugaz mirada a Midas Junior, y luego regresó al jefe mayor.
—Francamente, no me siento del todo cómodo con esta situación —comenzó Albrecht. Se estaba por ir y Nico no podía hacer nada para detenerlo. Quería golpearse la cabeza contra algo—. Deberíamos terminar nuestros negocios arriba, si no te molesta, Midas.
—Por supuesto que no, de hecho, es mejor para mí —Nico sintió los dedos de Midas, acariciando su pecho—. Roba demasiado de mi atención. Vamos, Darel, ya luego tendremos todo el tiempo del mundo para él —añadió con voz santurrona, que no ocultaba la orden sigilosa que le había enviado a su hijo.
Si Midas no estaba aquí, Darel seguiría sin poder tocar un pelo a Nico. Lo que le daba unos milagrosos minutos más de tiempo para que pudiera planear algo. No obstante, apenas oyó el portazo y se quedó solo. Su barbilla chocó una vez más contra su esternón, y sin más, volvió a desmayarse.
Habría deseado que su mente se quedara en negro para siempre, pero ya había quedado claro que la vida de Nico no funcionaba del modo en que él hubiese querido, y, en esta ocasión decidió castigarlo con un recuerdo de aquello que, en resumen, era justamente lo que lo había metido en esta situación de mierda: Darel.
Él no había sido el primero, ni el segundo de sus clientes, pero sí el más exigente, y el que había traído una solución momentánea a sus problemas. Nico había sido quien lo contactó en un inicio, y él no la había mirado más que como a una basura al ofrecerle el trato. No. Él solo se había interesado después de los rumores, cuando la gente había empezado a decir que Nico siempre iba arriba en la cama.
Entonces, y sólo entonces, Darel había entrado en la lista de sus clientes, siendo, por supuesto, el que más pagaba por sus servicios, y también, el que tenía gustos más extraños. El sueño de Nico, le presentó un consolidado de escenas sobre todo lo que había tenido que hacer para dejarlo satisfecho. No le avergonzaba aceptar que, dentro de todo, lo había disfrutado, aunque no precisamente de un modo sexual.
Vio de nuevo el rostro sonrojado de Darel, al tiempo que estaba atado a una cama, con sus brazos extendidos hacia arriba, un hilillo de baba saliendole se los labios, a causa del placer excesivo, un par de pinzas doradas pellizcándole los pezones, al tiempo que Nico, sobre él, lo asfixiaba lentamente, con ambas manos, mientras lo penetraba tan fuerte como podía.
Creyó escuchar nuevamente sus roncos gemidos, quejas y súplicas. Sus gritos de dolor que se convertían luego en orgasmos, justo después de que Nico le golpeara el trasero con una fusta, hasta dejarle franjas rojas en la piel, a punto de sangrar. Y él, con apenas un rastro de energía, se inclinaba incluso más hacia la cama, pegando por completo el pecho contra el colchón, llorando, pero rogando al mismo tiempo, por ser penetrado por Nico y por un dildo grueso y de metal a la vez.
Recordó, al revivirlo en medio de su somnolencia, como Darel, con las piernas completamente abiertas hacia él, le mostraba sus testículos, armados con una liga, completamente azules, intentando retrasar su orgasmo, mientras Nico tenía por función golpearlo con un látigo de puntas de acero, morderle los pezones, y el interior de los muslos de vez en cuando, y darle un par de bofetadas cada vez que este le imploraba por más, y más, y más, hasta que gritaba su palabra clave, y entonces Nico procedía a cortar la liga y permitirle correrse.
Despertó de golpe de su pesadilla, solo porque le causaba demasiado asco. Tuvo arcadas, y habría vomitado si no fuera porque tenía el estómago completamente vacío. Sentía un espasmo en sus vísceras, como si un intestino se anudara con otro, le dolió desde el estómago hasta el cuello, y cuando pensó que iba a sufrir un ataque que al fin lo liberaría al matarlo, su cuerpo se acostumbró de vuelta a la postura, y el arratonamiento desapareció.
Tuvo un momento de desesperación en el que se sacudió tan violentamente como pudo, gritó y quizá lloró un poco. Luego de su momento de debilidad, tomó una larga inhalación y se calmó de nuevo. Ahora se encontraba solo, no había guardias, ni tampoco estaba Darel, ni Midas. Su cuerpo se sentía igual que antes, seguía teniendo la seguridad de que aún no lo habían violado, además, recordaba las palabras y miradas de Midas hacia su hijo y viceversa: Ninguno de los dos lo iba a tocar si no estaba el otro presente.
Al inclinar su cabeza hacia abajo, para mirar su cuerpo semidesnudo, se encontró con que tenía un nuevo instrumento protegiendo sus partes nobles. Estaba mayormente formado por cuero y metal dorado. No era tan medieval, como los había visto en sus clases de historia, pero sabía lo que era. Ropa interior para resguardar la castidad. Tan ajustado que no podía quitarse a menos que se tuviera la llave para abrirlo, como si fuese un candado. Estaba colocado sobre el bóxer de cuero, así que no lo habían desnudado otra vez. Sorprendentemente, la nueva aparición de este instrumento lo tranquilizó un poco, le daba falsa seguridad, y tiempo para pensar en una forma de escapar.
Si bien era cierto, se sentía más despierto que la última vez que estuvo consciente, seguía estando atado muy firmemente, aun estaba amordazado, y sus opciones no eran demasiadas. Sabía, que si rompía uno o dos de sus dedos, podría sacar una mano del grillete, pero, ¿qué ganaría con eso? Aún estaría atado e inmovilizado. No podía hacerlo con ambas manos, y tampoco con sus pies, porque, ¿qué posibilidades le dejaba eso para huir? ¿Cómo iba a derrotar a los guardias? ¿Cómo iba a salir a burlar la cerradura del lugar en el cual se encontraba, y salir a la calle? Para empezar ni siquiera estaba seguro de si se encontraba en un sótano o no.
Por otro lado, renunciar a su carrera, solo porque sus dedos ya no eran útiles para sostener un bisturí de la manera correcta, tampoco le parecía factible. Y escapar, para morir de hambre, no era algo a lo que quisiera aspirar.
Salir de ahí después de ser violado por un viejo asqueroso tampoco, así que volvió a concentrarse en lo importante: el presente. Salir. Escapar. Sobrevivir.
Estaba, en cierto modo, agradecido por todo el tiempo que había pasado aguantando hambre y frío a causa de su escasez de dinero. Se sentía débil, sí, pero podía aguantar. A pesar de tener sed, sabía que este era el momento en que debía luchar por hacer algo, para que, la próxima vez que vinieran a por él, pudiera salir de ahí, como alma que lleva el diablo. No iba a dejarse mancillar de ese modo. Nico era un luchador de la vida, encontraría la manera aunque dejara sangre y sudor en el camino.
Después de tironear durante lo que parecieron horas, decidió que la fuerza física no sería el modo de conseguirlo, pero no sé desanimó. Aún le quedaba su mejor arma: Su intelecto, y la lengua bífida y venenosa con la que había nacido. Ya fuera poniendo a uno en contra del otro, o ganándose el favor de algún guardia, pero conseguiría escapar. No quería pensar en la derrota, porque le daba miedo, así que se concentró en el éxito. Faltaba poco, realmente muy poco. Pronto estaría en casa, hablando con sus idiotas amigos y encontrando un modo para salir adelante.
¿Pero adelante de que? ¿Cómo? ¿Cómo iba a salir? Y si salía, ¿cómo iba a pagar? Y si no pagaba, ¿cómo iba a escapar de nuevo de algo como esto? Para empezar, Midas no iba a perdonarle el escape. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo iba a...? ¿Acaso estaba irremediablemente acabado? ¡¿Y por qué sus amigos no estaban buscándolo?! ¡¿Por qué lo habían dejado solo, para que se cuidara por su propia cuenta?! ¿Por qué no había nadie buscándolo? Ni su familia, ni Jason, ni Percy, ni...
Ni Will.
Pronto se encontró en medio de una batalla contra sí mismo. Por ratos, se llenaba de convicción, de esperanza y se repetía una y otra vez que conseguiría salir. Luego entraba en desesperación, cedía ante el dolor de su cuerpo inmóvil, gruñía y emitía lo más cercano a gritos, que podía, pidiendo ayuda, aunque sabía que nadie iba a venir por él. Después cedía ante el miedo, y temblaba, y colapsaba. Y, otra vez, iniciaba todo el proceso.
Hasta que padre y amado hijo, regresaron.
—¡Yuhuuuu! —Darel echó una risita, obviamente estaba lleno de júbilo, mientras saludaba a Nico con la mano arriba—. ¿Nos extrañaste? Resulta tan fastidioso que nos interrumpan tanto, ¿verdad?
Midas bajaba los escalones lentamente detrás de él, con malicia en los ojos, sombreando su rostro.
—¡Mira nada más! —Darel chasqueó la lengua varias veces—. ¿Estabas intentando escapar? Solo has conseguido lastimarte las muñecas y los tobillos, ¿por qué no puedes comportarte, ni siquiera en este momento, eh?
—Me parece que tendremos que darle otra píldora— dijo Midas, señalando la única parte de Nico que estaba vestida, pero también la más vulnerable de todas— Ve a traer una nueva, ¿quieres, Darel?
Darel soltó un suspiro de exasperación, pero no parecía estar realmente molesto. No era una novedad que el sufrimiento le calentaba, posiblemente subiría una y otra vez esas escaleras hasta que sus pies se estuvieran quemando, con gusto, si con ello pudiera garantizarse un Nico excitado al final del día. Se aproximó hacia él y lo besó en la comisura de los labios, aún sin sacarle la mordaza de la boca. Le lamió la mejilla como despedida, y luego se giró para ir en búsqueda de la dichosa viagra.
—Prepáralo —le dijo a su padre al tiempo que le lanzaba una llave pequeña— Vuelvo enseguida. No lo olvides, yo primero.
Nico pudo,entonces, comprender qué era lo que había ocurrido antes: Darel no confiaba lo suficiente en Midas como para dejarlo a solas todo el día con Nico esperando a que no lo tocara. Y Darel no quería que su premio se gastara demasiado, así que por eso le habían puesto la ropa interior a favor de su castidad, para evitarse que cualquiera de los dos lo tocara sin permiso del otro. ¿Resultaba asqueroso? Sí, pero también útil si Nico conseguía hacerlos pelear entre sí.
Midas esperó hasta que Darel desapareciera de su vista, y, mientras tanto, se dedicó a observar a Nico con deseo, de arriba a abajo, probablemente salivando por dentro hasta llenarse la sangre de baba. Nico le sostuvo la mirada, porque no quería dar la impresión de tener miedo. No quería que Midas pudiese regocijarse con la idea de un chico tímido y débil que le permitiría hacer lo que...
Fue ahí, cuando la iluminación llegó a su mente. Estaban solos, era ahora o nunca. Sería fácil tumbar a Midas. Solo un empujón y... Sí. Cambió la expresión de odio en su rostro antes de que los ojos llenos de lascivia llegaran hasta arriba. Entonces, se miraron el uno al otro, y Nico sabía que sus ojos estaban brillando, como si estuviera disfrutando de esto, a pesar de que no era así.
Forzó a su pecho a subir y bajar con parsimonia, pero profundamente, como si estuviera ansioso por lo que venía. Midas no era idiota, pero sus ojos eran débiles ante la carne, y su deseo aún peor. Nico no necesitaba bajar la mirada para saber que esta vez, ya portaba un pene erecto apuntando directamente hacia él. Solo tenía que hacer que se creyera el juego y podría con ello.
—Te voy a quitar eso de la boca, dulzura —le dijo, al tiempo que se acercaba hasta él. A Nico no le pasó desapercibido que Darel también lo había llamado antes del mismo modo, y en un lapsus de ironía se preguntó desde cuándo podía él ser descrito como algo "dulce"—. Estoy seguro de que podemos hacer un mejor uso con tu boca, que solo desperdiciarla estando atada.
Vio un par de hilos de saliva perseguir la mordaza hasta reventarse, Midas se deshizo de la bola dorada, dejándola a un lado. Y Nico abrió y cerró la boca un par de veces hasta acostumbrarse a sentirla de nuevo. Se moría de ganas de gritar, pero no lo hizo, porque eso traería abajo su única posibilidad de escapar. Aun así, una parte de su cabeza estaba enfurecida, esbozando la frase: "¡Atrévete a intentar meter tu polla en mi boca, viejo asqueroso, te la arrancaré de un mordisco aunque tenga que quemarme la lengua después!"
—Eso es... —Midas hablaba con demasiado cariño, tanto que a Nico le provocaba náuseas—. ¿Lo ves? Las cosas funcionan mejor cuando te portas bien.
Entonces, Midas se acercó a él e incluso inclinó el cuerpo hacia adelante para oler su cuello, como si con eso pudiera conocer el sabor de su cuerpo. Nico soportó las náuseas como todo un campeón. No se movió, se quedó tan quieto que bien podría haber parecido una escultura de cera. Midas aprovechó la proximidad para meter la llave en el candado de su ropa interior restrictiva, y la soltó.
Nico sintió sus manos arrugadas y llenas de anillos colarse por en medio de sus piernas, tocando sutilmente, pero restringiéndose lo suficiente. Solo agarró el cinturón de cuero y metal, y lo apartó, dejándolo de nuevo solo con el boxer inicial. Luego se alejó para dejarlo en la mesita donde había puesto la mordaza, y volvió una vez más hacia él.
—Mmmmm —aspiró profundamente, justo sobre su oído— Nico, Nico, muchacho mío— podía escucharse el exceso de saliva en su boca—. Me estoy muriendo por probarte.
Nico notó como la mano izquierda de él se colaba en medio de sus propios pantalones, y comenzaba a subir y bajar, mientras la otra le sujetaba el rostro, para mirarlo directamente a los ojos. El dedo pulgar estuvo de pronto muy cerca de sus labios, y Nico, intentando no pensar, pero más bien pensándolo demasiado, se obligó a morderlo suavemente.
Los ojos de Midas casi explotaron en una supernova, del brillo que emitieron; sus cejas se levantaron con sorpresa, su boca se abrió con satisfacción, y cuando su voz sonó de nuevo, estaba temblorosa, demasiado ansiosa como para que fuera posible disimular su emoción.
—Ya quiero tenerte debajo de mí— dijo, su respiración enredándose en medio de sus palabras, como si quisiera gemir, pero supiera que no era el momento aún.
—Es una pena que no puedas sentir mis piernas alrededor de tu cintura— contestó Nico, asegurándose de mantener su voz ronca y baja.
Y entonces, Midas perdió la compostura por completo. Se dejó caer sobre él, lo besó fuertemente, dejándole probar el asqueroso sabor de su excesiva saliva, introduciendo su lengua casi hasta la garganta de Nico, y levantando sus manos hasta tocar sus nalgas y presionarlas fuerte.
Nico no pudo vomitarle en la boca, porque tan pronto como inició el beso, acabó, se separó de él para continuar besando el resto de su cuerpo, hacia abajo, deteniéndose cerca de los pezones, sin tocarlos, y saltándose, afortunadamente, la entrepierna, hasta que quedó casi de rodillas, frente a él. Nico se aterrorizó, estuvo a punto de gritar, cuando pensó que, su estrategia había salido mal, y Midas iba a practicarle un oral. Casi se puso a llorar de nuevo.
Pero, no fue así. Midas sacó un juego de llaves desde la bolsa frontal de su camisa, y con un rápido movimiento, liberó uno de los pies de Nico, con la evidente intención de que él sí pudiera "colocar sus piernas alrededor de su cintura".
"Va una, faltan tres"— pensó Nico.
"¿Pero cuánto te ha costado?"— se contestó a sí mismo— "¿Y cuánto te costarán los demás?"
Aún así, antes de que pudiera dejar de pensarlo, Midas ya estaba liberando su otra pierna, y haciéndolo sujetarse con la pura fuerza de sus brazos, hasta poder encontrar un soporte sobre el grillete ya abierto, para no tener que quedar colgando. Antes de colocar el segundo pie sobre el grillete, Midas restregó su rostro contra él, para luego sacar su lengua y extenderla a lo largo del empeine, con deleite, saboreando cada centímetro de su piel, hasta llegar al dedo pulgar, que metió por completo en su boca, chupó, y luego soltó. Al final le dolían los pies, por sostenerse en el metal, pero estaba parcialmente libre.
Midas se incorporó, y con una sonrisa se colocó un dedo sobre los labios, como diciéndole: "Este será nuestro secretito". Estaba a punto de besarlo de nuevo, y Nico a punto de escupirle en la cara, cuando Darel volvió a bajar, con el maldito paquete de viagra en la mano. Mostrándolo hacia arriba, como si fuera el mejor éxito de su vida.
—Tal vez ya no sea necesario— dijo Midas en voz alta— Nico está un poco más colaborativo ahora que no está bajo el efecto del cloroformo. ¿No es así, dulzura?
Ni Darel, ni Nico dijeron nada. Él primero no le creía a su padre, y el segundo corría el riesgo de vomitar si separaba los labios y sentía la aún persistente saliva de Midas en su boca. Aún así, Junior dejó el paquete sobre la mesa, y se dedicó a encargarse de un parlante que había pegado contra la pared.
La habitación se llenó repentinamente, de un suave y erótico sonido, producido por una combinación de violines y piano. Las notas parecían rebotar contra las paredes, envolviéndolo como si quisieran darle algo de consuelo. Y hubiese funcionado, de no ser por la presencia de padre e hijo. Seguidamente, Darel abrió uno de los tantos cajones de la habitación, y sacó una larga fusta de cuero dorado, con hebras color rojo sangre.
—¿Lo recuerdas, verdad? —ronroneó Darel, acercándose nuevamente a Nico—. Por supuesto que estás muy familiarizado con esto. Era tu favorita para hacerme daño —sonrió— ahora, ¿qué te parece si te devuelvo el favor?
Mini test de preguntas a los lectores:
Si Kinn y Amer fueran un animal en específico, ¿cuál seríamos?
RESPUESTA DEL LECTOR:
Amer: Yo digo que Kinn sería un hermoso pero tierno pitbull con collar de cuero rosa y con púas. Oh, y un lindo moño en la orejita :3
Kinn: Yo digo que la sis sería un Puercoespín :3 Bien tierna pero con púas si la chingas.
Si Kinn y Amer fueran una planta, ¿cuál crees que seríamos?
RESPUESTA DEL LECTOR:
Amer: Yo digo que la sis sería una bonita flor carnívora, una venus atrapamoscas, :3 con una hermosa rosita para atrapar a las pobres víctimas y tragárselos de forma dolorosa, con una muerte super lenta y dolorosa.
Kinn: Fácil, Amer sería una rosa blanca. Preciosa, elegante, y con espinas para todo aquel que la quiera cortar :3
Amer: *c sonroja en paraguayo*
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